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29

Un golpe. Una patada. Un corte.

Un hombre de aproximadamente cuarenta y tres años golpeaba y dañaba el frágil cuerpo de una niña mientras otro hombre de cabellos castaños observaba la escena con un pequeño vaso de licor.

La pequeña soltaba gotas de sangre por la boca y muchos moretones empezaban a hacerse notorios en su pálida piel, tenía unos cuantos cortes en los brazos y su abdomen dolía a horrores por las patadas que le propinaban.

No había nadie más en la casa, la madre y le otra hija estaban de vacaciones en una playa de Miami y el padre se había quedado por cuestiones de trabajo, la niña se había quedado para divertir al hombre.

—P-papá —susurró con voz débil.

—Cállate —tomó un trago—. No hables.

La pequeña obedeció y dejó de hablar pero notó que había hecho mal cuando sus párpados se empezaron a cerrar y su vista se empezó a desenfocar.

Sentía unos golpes pero era como si su piel o su cuerpo estuviera entumecido, sentía el toque, pero el dolor apenas era notable.

Su cuerpo dejó de contraerse a cada golpe y, por la falta de sangre, cayó desmayada sobre el blanco suelo de mármol.

Laura despertó agitada, su pecho subía y bajaba velozmente y su cuerpo estaba cubierto por un sudor frío que goteaba por su espalda. Había sido un sueño, o mejor dicho, un recuerdo.

La llamada del doctor la había puesto muy nerviosa, le había pedido a Ben que se quedara con ella por lo me la unos días y él acepto a regañadientes. Aunque él también estaba preocupado por la pelirroja no lo haría saber.

Se paró de la cama con las piernas temblorosas, sentía su cuerpo entumido, como si los golpes del sueño hubieran sido reales en ese momento estuviera sufriendo el terrible dolor de los moretones.

Sentía una presión fantasma en las costillas y el aire se le empezó a cortar. Empezó a caminar por el pasillo de su casa hasta llegar a la cocina, se sirvió un vaso de agua y luego fue a la sala a sentarse un momento.

La cabellera negra de Ben resaltaba entre el sillón de tres plazas, su cabeza y pies estaban apoyados sobre cada orilla del sillón y le daba la espalda mostrando su amplia espalda desnuda, se había quitado la camiseta.

Laura se relajó un poco al sentir la refrescante agua resbalar por su garganta, su cuerpo volvió a la normalidad y empezó a respirar tranquilamente. Vio el movimiento lento y tranquilo que el cuerpo de Ben hacía al respirar y mantuvo su vista en su espalda inconscientemente mientras pensaba en su sueño.

Recordaba ese momento, también recordaba que luego de eso había estado casi un mes en el hospital ya que todas las heridas eran sumamente graves. Ahora que lo pensaba había estado casi toda su vida en un hospital, con razón los odiaba tanto.

—¿Puedes dejar de mirarme tanto? No me dejas dormir en paz —el murmuro de Ben la volvió a la realidad.

—Oh… sí, lo siento —se estaba por levantar pero el chico se volteó para verla.

Observó su torso levemente marcado, los tatuajes en su brazo derecho y los aretes de su oreja izquierda que parecían molestarle por la punta.

—¿Qué pasó? —preguntó con el ceño algo fruncido.

—¿Te molestan? —se refirió a los aretes.

Ben lo pensó un poco ya que no había entendido a qué se refería, pero siguió su vista y notó que veía sus aretes.

—Algo, pero son algo difíciles de quitar y la verdad me da pereza —explicó volteándose para ver el techo.

Laura se levantó del sillón y se puso frente a él.

—Siéntate —pidió.

Él intentó resistirse pero la mirada de Laura lo convenció, terminó sentándose y Laura se puso a su izquierda, empezó a quitarle los dos aretes con algo de dificultad ya que estaban algo oxidados. Uno era una cruz negra, mientras que el otro era una pequeña piedra brillante, como un diamante artificial.

—Están muy oxidados. Espera aquí.

La pelirroja se levantó y se dirigió a su habitación, de su buró sacó una cajita y la abrió viendo todos los aretes y collares que tenía, sacó unos aretes similares a los de Ben, a excepción de que el diamante era real y  la cruz era de plata, Lucía se los había dado ya que no los usaba.

Estaba cerrando la tapa pero un pequeño destello le llamó la atención, agarró el pequeño collar con un diamante luego de observarlo un momento, era de su abuela. Al morir le había dado casi todas sus pertenencias, el resto se lo había dado a Lucía.

El collar había sido entregado justo cuando le dijeron que la mujer había muerto. Soltó el collar notando sus ojos algo humedecidos, cerró la cajita y parpadeó varias veces disipando las lágrimas que aún no salían.

Se dirigió a la puerta pero se miró de reojo en el espejo al lado de la puerta inconscientemente. Su rostro se tiñó de un rojo escarlata al notar su pijama.

Tenía una blusa de tirantes azul y un mini shorts con diferentes figuritas de Nutella’s y otras comidas chatarra, aquellos pedazos de tela apenas cubrían su cuerpo, sus pechos del tamaño promedio solo eran sostenidos por un ligero sostén de tela y el short solo le cubría medio trasero. Y Ben la había visto así.

Se maldijo internamente y empezó a susurrar otras maldiciones haciendo todo lo posible por no gritarlas.

Fue a su armario y tomó una sudadera blanca que le llegaba a medio muslo para luego ponérsela y salir a la sala aún con el rostro teñido de un leve rojo.

—Ten —al llegar frente a Ben le extendió la mano con los aretes.

El pelinegro los observó por unos segundos y luego los agarró observándolos otros segundos más.

—¿De dónde mierda sacaste esto? —exclamó sorprendido al notar que no eran falsos.

Laura bajó la mirada aún más apenada al sentir la mirada de Ben fija sobre ella. Buscó todas las excusas posibles intentando encontrar una convincente, pero no sabía de dónde.

Nadie regalaba un diamante porque sí, y una chica que vivía sola y sin mucho dinero no podría comprarlo, y obviamente no iba a decir que lo había robado.

—Di la verdad —forzó.

—Me lo dio mi hermana a los diez años, nos solíamos llevar… bien —confesó rindiéndose.

—Cierto que recuperaste la memoria. ¿Qué es de tu familia ahora? —se recostó en el sofá interesado en lo que iba a contarle.

Laura lo pensó un poco, pero recordó que él la había ayudado mucho, lo menos que merecía era saber la verdad. Le iba a contar.

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