21
Un breve silencio se hizo presente mientras que Ben se debatía mentalmente en si abrazarla o decirle algo que él diría. Optó por la segunda.
—La vida es una mierda —confesó luego de exhalar el humo de su cigarrillo.
—Dímelo a mí —susurró un poco más calmada.
El pelinegro se preguntó en que estaría tan mal en su vida como para que estuviera así. Es decir, sabía que la burlaban en la preparatoria, él era parte de los que lo hacían, pero él se la imaginaba con una familia amorosa que la amaba.
Bufó inconscientemente mientras hablaba sin pensar.
—¿Y que está tan mal en tu vida como para que estés así? —preguntó irónico.
Laura se quedó callada mientras pensaba, o sea, no podía decirle que tenía amnesia si no quería que se burlara más, así que optó por mentir.
—Nada, es una estupidez. Prefiero no hablar de eso —suspiró—. ¿Me das?
—¿Qué? —preguntó Ben algo confundido.
—Que si me invitas del cigarrillo.
Nunca había fumado, y si lo había hecho no lo recordaba por obvios motivos.
Ben pareció pensarlo un poco pero luego se encogió de hombros y le dio el cigarrillo a su contraria sin despegar la vista de la cancha.
La pelirroja hizo todo como Ben lo hacía, se llevó el cigarrillo a la boca e inhaló un poco, al quitarse aquello de los labios empezó a toser.
Escuchó la grave risa del pelinegro a su costado y se deleitó con aquel sonido tan magnífico. Podría oír esa risa por siempre.
—¿Enserio me pediste el cigarrillo sin haber fumado antes? —se rio un poco más.
—Tienes una linda risa —admitió sin pensar.
La risa de su contrario paró al instante y carraspeó levemente, desvió la vista con el ceño y los labios fruncidos y las mejillas ligeramente sonrojadas. Laura no lo notó.
—Sí, como sea —se paró de donde se encontraba sentado y empezó a caminar un poco—. Adiós.
Laura no pudo responder ya que el chico se fue rápidamente.
Ya había pasado un rato desde su encuentro con Ben en la cancha de fútbol, se encontraba en la última clase del día que era matemáticas y estaba muy perdida hasta el momento.
Al entrar al aula todos a excepción de la profesora ya se encontraban sentados, Ximena le había preguntado a dónde había ido pero ella solo había respondido que quería estar sola. La pelirosa se lo concedió y se fue con otra persona.
Estaban viendo cosas que ella no recordaba, habían muchos números en el pizarrón, habían letras y símbolos raros, todo era desconocido para ella.
Todos ya habían empezado a resolver los ejercicios, movían sus lápices a una velocidad moderada y la mayoría parecía estar concentrados, los que no estaban hablando con sus amigos.
Observó su libreta que tenía los apuntes y simplemente nada le llegaba a la cabeza, todo era demasiado confuso y si era sincera solo quería salir de ese lugar.
Solo tuvo que esperar unos minutos más haciéndose a la tonta para que el timbre de fin de clases sonará en todo el edificio y todos empezarán a guardar sus cosas.
—Espero que me entreguen esa tarea la próxima clase, sin excusas —mencionó la profesora—. Señorita Laura, quédese un minuto.
Todos salieren menos la pelirroja que se quedó y caminó hacia la mayor.
—¿Si, profesora?
—Noté que estuviste distraída, sé que tienes amnesia pero espero que avances lo más pronto posible, no planeo darte privilegios con tu calificación —dijo seria.
—Oh… de acuerdo profesora. Estudiaré lo más que pueda —bajó la cabeza.
—Bien, te puedes ir. Espero que esto no se repita nuevamente.
Laura asintió y salió. Caminaba nuevamente por los pasillos a su casillero, al llegar guardó sus cosas y luego se encaminó a la salida para irse a su casa de una vez por todas.
Caminaba tranquilamente mientras veía sus pies, pasó frente a una tiendita que no recordaba haber visto antes y recordó que su nuevo gato solo había estado comiendo atún.
Entró a la tienda y saludó amablemente a la cajera, caminó por los pasillos buscando la comida y cuando la encontró sonrió. Agarró unas latas de comida para gato y unas cuantas croquetas, también un poco de arena y luego pagó en la caja.
Al salir caminó a su casa y entró siendo recibida por el agudo maullido de su gato Timmy.
—Hola, Timmy. ¿Te aburriste sin mí? —sonrió un poco acariciando la pequeña cabeza del animal—. Ven te doy de comer.
Le dio de comer media lata de la comida que había encontrado y una vez que Timmy se puso a comer ella se sentó en el sofá suspirando levemente. Bostezó y observó los periódicos que habían en su mesa de centro.
Por puro aburrimiento empezó a ojear los papeles viendo diferentes noticias, llegó a una sección en la que se hablaba de la familia Castillo, principalmente del cumpleaños de la hija.
El periódico era de hacía unos días ya, el titular lo ponía en evidencia: “La próxima semana cumple 18 la Castillo menor”. Le sorprendió la importancia que le daban.
Leyó un poco más sobre la chica y los diferentes rumores que habían salido a la luz en sus dieciocho años de vida, eran muy extravagantes en realidad.
El timbre de su casa sonó pero ella no se encontraba de ánimos para hablar con alguien, dejó que pasara pero unos segundos después volvió a sonar repetidamente.
Rendida se paró del mueble dirigiéndose a la puerta, se arregló un poco el cabello que ya estaba despeinado, no quería asustar a quien sea que estuviera detrás de aquella puerta.
Quitó el cerrojo y abrió la puerta encontrándose con una chica de más o menos su edad, llevaba el cabello rojo, los ojos verdes y la piel pálida, sus ojos estaban brillosos y sus labios entreabiertos con una sonrisa casi imperceptible.
Parecía emocionada, feliz, melancólica, culpable. Más bien una combinación de todas esas emociones. La extraña la abrazó fuertemente soltando una solitaria lágrima y al separarse Laura habló.
—¿Quién eres? —preguntó Laura confundida.
—H-hola… soy Lucía Castillo, tu hermana gemela —la de ojos ámbar se congeló.
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