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2

El agua cubría su cuerpo, por más que intentaba llegar a la superficie no lo lograba y parecía que no había fondo.

Se hundía cada vez más mientras escuchaba una risa femenina en una superficie inexistente.

La pelirroja miró a todos lados con lentitud por el agua y el mareo, no había nada. No había nada que pisar, no había a dónde salir. No se podía mover.

Solo era ella, el agua y la risa.

Intentó nadar una vez más pero lo único que lograba era hundirse más rápido. Decidió ceder ante la falta de oxígeno un momento después y dejó de moverse mientras sus ojos se cerraban.

Te lo dije, nunca serás como ella —dijo burlona la voz que se reía con anterioridad.

Laura despertó sobresaltada.

Desde que había despertado un mes atrás esa pesadilla la acompañaba todas las noches sin falta. No sabía si era un recuerdo o algo similar, pero se sentía muy real.

El cielo seguía algo oscuro pero con señales de luz, estaba amaneciendo. Miró el reloj al lado de la camilla blanca.

6:32 AM.

Aún era muy temprano, le daban el alta a las diez de la mañana, debería estar aprovechando esas horas de sueño que dentro de poco iba a extrañar.

El doctor había dicho que ayudaría a Laura con la preparatoria en su último año, dijo que le pagaría las clases para que la pelirroja gastará la menor cantidad de dinero posible.

Cuando entrara a la universidad ella se haría cargo de sus gastos y se buscaría un trabajo de medio tiempo, aunque el doctor había dicho que no había necesidad de pagar lo que le estaba dando Laura insistió y llegaron a un acuerdo.

Le pagaría todo poco a poco, no importaba cuánto tardara.

La pelirroja se acostó de costado viendo hacia la ventana, sus adormilados ojos veían el cielo hacerse más claro a cada minuto que pasaba. Era muy lindo.

Aunque intentaba dormir un rato más las imágenes de su pesadilla la acompañaban al cerrar los ojos, no podía dormir.

Los pájaros empezaron a hacer acto de presencia y Laura sonrió inconscientemente, había decidido que le gustaban los pájaros.

Cuando el sol salió un poco más y los rayos empezaban a colarse por la ventana la pelirroja se volteó de nuevo viendo al techo.

Volvió a ver el reloj y se sorprendió un poco por la cantidad de tiempo que había pasado.

7:56 AM.

—Veo que ya despertaste. Buenos días, Laura —dijo la enfermera entrando a la habitación.

—Buenos días —sonrió.

—Vengo a quitarte el suero y te traje un poco de ropa para que empieces a arreglarte, aún no puedes ir muy rápido —le recordó.

La pelirroja solo asintió. Observó atentamente como las agujas eran retiradas de su piel mientras hacía una pequeña mueca por la incomodidad.

Al terminar, la enfermera le señaló una pequeña bolsa con ropa mientras cerraba las cortinas.

—Vuelvo en media hora, Laura. Intenta no tardar mucho —salió de la habitación.

Laura se paró con cuidado, sus piernas seguían algo débiles pero no lo suficiente como para no poder caminar por su cuenta. Lo único que no podía hacer era correr.

Sujetó la bolsa entre sus manos y se dirigió al baño, era el único lugar en el que no habían cámaras de seguridad.

Eran unos pantalones de mezclilla algo sueltos, una blusa blanca simple, un pequeño suéter negro y unas zapatillas blancas. Era un atuendo simple.

Se quitó la molesta bata de hospital rosada y se empezó a vestir, después de haber pasado tanto tiempo con esa estúpida bata rosada ya sentía que odiaba ese color.

Se observó en el espejo con una pequeña sonrisa, no se veía mal.

Salió del baño con la bata en las manos mientras acariciaba su suave tela, se había lavado los dientes ya y estaba lista para irse de una vez por todas.

—¿Estás lista? —preguntó el doctor que estaba dentro de la habitación.

—Si —respondió.

—Fuiste nuestra paciente que estuvo más tiempo aquí, se extrañará ver tu cara todos los días pero nos alegramos de que hayas despertado y que estés bien. Sígueme, te llevaré a tu casa —dijo amablemente mientras sonreía algo melancólico.

—Gracias doctor.

Salieron de ese cuarto y se fueron a recepción, el doctor firmó unos cuantos papeles para asegurar el está del paciente y luego se dirigieron a un pequeño auto rojo estacionado fuera del hospital.

El doctor le abrió la puerta a la pelirroja y le cerró la puerta al subir, arrancó y luego de unos quince minutos ya estaban frente a una pequeña casa blanca de un piso.

—Es aquí —mencionó.

—Gracias de nuevo, doctor —estaba muy agradecida por lo mucho que la había ayudado.

—No hay de qué, Lau. Vendré los domingos, empiezas la escuela en tres días y si te parece mañana podemos ir por ropa para ti. ¿Bien? —sugirió.

—Si, gracias.

La pelirroja bajó del auto y cerró la puerta con cuidado, vio como el auto rojo arrancaba y se alejaba de ella rápidamente.

Observó las llaves en su mano y con el pequeño bolso en el hombro izquierdo se acercó a la puerta de la casa mientras su mente giraba en un solo pensamiento.

“Siento que ya he estado aquí”.

Al entrar a esas cuatro paredes vio los muebles cubiertos de una tela blanca, había algo de polvo en todas partes pero todo estaba perfectamente acomodado.

Se acercó a la cocina y todo estaba vacío a excepción de la alacena que tenía unas sopas instantáneas con caducidad hasta el mes próximo. Que suerte.

Se dirigió a un pequeño pasillo en el que habían tres puertas, después de abrir las tres descubrió que habían dos habitaciones y un baño, sin contar la sala y la cocina.

Escogió la habitación más grande y sin importarle el polvo se tiró en la cama de dos plazas mientras miraba el sucio techo.

A partir de ese momento la pelirroja iba a hacer hasta lo imposible por recordar cómo era su vida antes de ese accidente.

Quería saber.

Pero algo le decía que era mejor quedarse así. Sin recuerdos.

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