6-Seis
Nuestros ojos se clavan uno con otro, nuestras respiraciones se mezclan y mi ritmo cardíaco va a toda prisa. Observo cada una de las facciones del chico frente a mí, realmente es guapo; cabello ondulado, ojos miel y tez blanca. Jamás había visto con otros ojos a mi amigo, nunca lo observaba como una chica más. Simplemente era mi amigo y ya.
Grave error.
Coloca una de sus enormes manos sobre mi mejilla acariciando mi labio inferior con su pulgar, entreabro mis labios. Acomoda su enorme cuerpo sobre el mío, me recuesto sobre el colchón. Acerca más sus labios a los míos. Nadie aparta la mirada del otro. Y cuando creo que va a besarme, besa mi frente y se aleja de mí.
—¿Haz olvidado las palabras de tu hermano?— inquiere sacando su camisa por la cabeza. Okay, estoy en shock y mi sistema no reacciona. Como puedo respondo:
—¿Qué?, no lo harás porque crees que Brad te romperá la cara, ¿cierto?— se queda solamente en boxer color negro resaltando el bulto que tiene en piernas. No soy una tonta y no puedo evitar verlo, ver cada rincón. La tela se le marca a cada músculo de sus piernas y trasero, su torso marcado; no exagerado, lo suficiente para que peque solo con el pensamiento. Mis mejillas arden.
—Tengo los ojos en la cara, pervertida...— ríe con arrogancia —Y, no. No es por eso, somos amigos— dice revisando su celular. La mayor parte de mí se siente ofendida, la pequeñita entra en razón.
—¡Cállate engreído!, soy mujer...
—Y yo hombre, quien pudo salir más jodido soy yo. Tú no— Retracta, ruedo los ojos echándome sobre la cama bufando. Claro, debí suponerlo. Liam no será capaz de ponerme un dedo encima con intensiones distintas a las de un buen amigo.
No digo nada más. Las luces se apagan y siento como se mete a la cama y hala la sábana. El cuarto se oscurece, el calor de su cuerpo me atrae, quiero abrazarlo pero mi orgullo es grande que no lo hago. Mis párpados se cierran, caigo en brazos de Morfeo.
*****
Al día siguiente despierto por los malditos rayos de Sol que entran por la maldita ventana, agregándole que estoy sola en la enorme cama con las piernas descubiertas. Restriego mis manos en mis ojos, no quiero levantarme hasta que recuerdo que es sábado y debo trabajar. Veo el reloj; 7:55am.
«¡Mierda, Maya va a matarme!»— pienso.
Cojo mi pantalón del sillón, entro al baño, lavo mis dientes y salgo como alma que lleva el diablo. Abajo no hay nadie para mi suerte, agarro mi mochila y salgo por completo de la casa. Tengo menos de diez minutos para llegar.
Corro como loca hacia el mercado de la ciudad, tropiezo con algunas personas, pido disculpas y sigo mi camino. Mis piernas flaquean y el pecho sube y baja sin desenfreno. Cómo pude olvidarme. Veinte minutos corriendo casi medio kilómetro llego a la entrada del mercado. Tengo dos opciones; la primera ir por el camino de siempre y tardar más. La segunda, optar por el camino trasero y llegar a tiempo. Opto por la dos.
Sin pensarlo demasiado entro por la parte trasera, corro y corro hasta llegar a mi puesto de trabajo. En la entrada no hay nadie, excepto de los clientes. Voy atrás, Maya en el congelador sacando los contenedores.
—Hola, ya estoy acá. Es mejor que vayas allá— señalo la parte frontal del puesto. Dejo mi mochila colgada en uno de los ganchos de la pared. Maya se da la vuelta fulminadome con la mirada. Vale, lo acepto. Me coloco un mandil.
—Que no se repita— es lo único que dice saliendo de ahí. Joder, ahora si la he jodido. Termino por sacar el contenedor de pescado que dejó a medias. Lo arrastro hasta la mesa, saco los pescados y los limpio.
Amo mi trabajo y no lo cambiaría por nada del mundo. Algunos pescados les quito la cabeza y otros todos los órganos de adentro. Llevamos más de seis años en este negocio y todo ha salido bien, recién venidos acá no teníamos trabajo y el señor Rafael confío en nosotras. Nos cayó como anillo al dedo ya que el señor es viejito.
Llevo, entro y salgo. Así ne estoy toda la mañana, mi hermano llama confirmando que no sigo en casa de Liam, es un exagerado. Sabe perfectamente que hago lo que él dice, bueno algunas veces. Siempre manipulo la situación. A mediodía mi hermana y yo nos tomamos un descanso para almorzar, la chica encargada de llevarnos el almuerzo llega justo a tiempo, le pido otra hamburguesa. No he desayunado y tengo leonés en el estómago.
—¿No desayunaste?— pregunta Maya sorprendida al verme comer todo eso. Niego con la cabeza. Estamos sentadas en la parte delantera del local.
–No. Salí corriendo cuando vi la hora. Te aseguro que no volverá a pasar— Prometo, acepta con un movimiento de cabeza a la vez que sorbe de su coca cola.
—Eso espero, sabes que estoy en mis últimos años de carrera por lo que te quedarás sola atendiendo el negocio o consigues quien te ayude— informa. Casi me atraganto con mi propia saliva.
—Maya no puedes hacerme esto. Sabes que moriría— muerdo el pan, aunque es una mala noticia el hambre no se va. Mi estómago no sabe respetar las situaciones.
—Lo sé y por eso te digo que busques desde ya alguien que te ayude, tu no podrás— se mofa. Estoy por enseñarle mi dedo corazón pero recuerdo que es mi hermana. Creo que pondré un volante en cada esquina para el puesto. No importa si es mujer u hombre, necesito ayuda.
—Bien, buscaré a alguien...— pensaría en Zefora. Rápido niego, Zefora odia todo animal que vive en el agua claro está que negaría aún así le pagará mi sueldo. Tras terminar de comer Maya coge los platos para lavarlos. Limpio donde comimos.
—Disculpa ¿aquí venden mariscos?— pregunta una voz chillante y muy amable. Blanqueo los ojos para responder sin levantar la vista:
—No, somos una ferretería. Por supuesto que vendemos, no ves el...— dejo en el aire al ver a las personas pardas frente a mí una vez que veo hacia el frente. El chico eleva una de sus cejas perfectas cuestionando mis palabras.
Joder.
—No lo vimos. Así que trabajas acá, jamás creí que tú trabajarás, por lo que no eres una hija de papá— se burla. Es increíble como el pedazo de gente pueda sacarme de mis casillas tan rápido. Sacudo mi cabeza, opto por mi lado irritable y poco humilde como dice mi amiga.
—Vuelve a mencionar a mi padre y te aseguro que tendrás un cuchillo en el pecho. No me conoces así que no saques conclusiones antes. Digan de una buena vez que es lo qué quieren— digo de mala gana limpiando mis manos con un trapo la mesa.
—Muertos, ¿eh? Claro debí suponerlo, por eso eres así...— la chica que viene con él va hablar pero me adelanto.
—No voy a darte detalles de mi vida, ¿vinieron a comprar o saber de mí?— intercambio miradas entre ambos chicos exigiendo que hablen ya, pues no tengo mucho tiempos y esta no es mi área.
—¿Ustedes se conocen?— inquiere la chica desconocida con aura de inocencia y sorbre protección. Tal vez sea su novia.
—Eloísa, ¿sucede algo?— la voz de mi hermana se hace presente, y, no puedo estaré más agradecida. Los tres pares de ojos se posan en ella.
—Insoportable y mentirosa.
—No soy mentirosa, Damián. Atiendelos tú o él y su novia no llegarán a su casa— comento pasando al lado de ella. Cuando ya estoy en mi área de trabajo percibo una exclamación:
—¡Maya! Qué bueno es verte— arrugo el entrecejo por la confusión. Sacudo la cabeza ignorando eso, debió haber sido mi mente.
Entro al congelador, acomodo unos contenedores, al final voy a enfermarme por el tremendo frío que hace acá. No sé cuánto tiempo pasa hasta que Maya entra con los brazos cruzados.
—Me dirás quién es él— habla con el tono de hermana mayor. Sigo con lo mío.
—¿Por qué crees que el problema es con él y no ella?— trato de pasar desapercibida, por su parte suelta una carcajada.
—Kayla, te conozco desde que saliste de la barriga de nuestra madre. Me dices o le diré a Brad— amenaza. Vale, ella también tendrá un cuchillo en el pecho. No, es mi hermana y la amo.
—Bien, te lo digo porque quiero, no por tu amenaza— comento parandome correcta ante ella —Lo conocí en la universidad ayer. Eso es todo— esboza una sonrisa pícara.
—Vaya, se te da hacer amigos— dicho esto intenta salir, sin embargo, la detengo en su intento.
—Escuché que la chica te saludaba muy cordialmente, ¿fueron ideas mías?— quiero saberlo pese a que el recuerdo del eco de la voz se siente tan real y no una mala jugada del cerebro.
Maya entorna los ojos y opta por un tono absurdo:
—Por supuesto que sí. Yo no los conozco. ¿Pretendes que sí?
—No... olvídalo mejor.
Hace una mueca y se larga.
Media hora más tarde cerramos el local, mi hermano mayor pasa por nosotras en el auto. Lo saludo con efusividad. Ya sentadas arranca y sale de ahí. Me encargo de poner música en el recorrido, hablamos un poco, no tenemos tiempo de pasar juntos y cuando ese momento llega es raro.
Aparca, bajamos. Dejo tirada mi mochila en el suelo de la entrada, voy hasta el sofá dejándome caer. Cansada, así me siento ahora.
—Vete a bañar, hermanita o pondrás el sofá con olor a mariscos— oigo a lo lejos la voz gruesa de Brandon. Gimo. No tengo ánimos de nada —¿Qué tal la universidad?
—Creí algo mejor, pero no. Lo normal— comento desilusionada, abandono el sofá para ir hasta la cocina donde están ellos. Brad ya está vestido con su uniforme de trabajo.
—Se pondrá mejor, ya verás. Bueno, nos vemos hasta mañana. Adiós— se despide besando la mejilla de cada una de nosotras. Su aroma inunda mis fosas nasales. «No te vayas» Sale por la puerta.
—Hazle caso...
—¿Sobre qué?
—La universidad. Se pondrá mejor, ahora comienzas, por cierto ¿cuándo vuelves a ir?.
—No lo sé, seguramente el lunes. Debo ir por mi calendario mañana a una librería del otro lado de la ciudad. Iré a bañarme— aviso. Subo las escaleras directo a mi habitación, me despojo de la ropa con mal olor.
Entro al baño, enciendo la regadera dejando limpiar mi cuerpo, treinta minutos bajo el agua salgo. Meto mi ropa a la lavadora, las ganas de tirarla a la basura no son pocas pero sé que mis hermanos van a enterarse, ellos saben todo. Busco en mi armario algo cómodo hasta que encuentro una camisa de Caleb en una de las serchas.
¿Qué hace esto acá?
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