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25-Veinticinco

Con pasos sigilosos entramos por la parte del taller que estaba completamente sola, abandonada. La puerta que da a la cocina está abierta y no dudamos en entrar. Guío a Zefora mientras que caminamos por la cocina a llegar a las escaleras.

Observo como Damián y su hermana hablan pacíficamente en la sala de estar y la TV encendida. Subimos las escaleras de dos en dos sin hacer ruido. La casa está en completo silencio apesar que ellos dos están y el TV.

Llegamos al pasillo; largo y amplio. Las paredes están pintadas de color melón y blanco. Hay varias puertas color blancas, ambas nos miramos sin saber cuál es y qué hacer.

—Yo revisaré estás— señala las tres primeras
—Tú esas—señala las  restantes.

—Bien, si no salgo pronto ve por toda la ley que puedas— susurro. Reímos.

—Okay…— ella se va por su lado y yo por el mío. Entro a una habitación que está vacía, no hay nada más que polvo y una ventana.

Salgo despacio para no hacer ruido. Entro a la segunda, esta habitación es de chico, está limpia y reluciente. Hay zapatos y ropa llena de grasa mecánica y uniformes del ingenio por lo que dedujo que es de Ray. No me detengo a revisar nada, abro la puerta para ver; aún sigue silencio. Entro a la última que si no era ésta, Zefora estaría en ella. Para mí sorpresa el cuarto  es bastante grande, más de las dos habitaciones anteriores.

Hay una cama que está impecablemente tendida en sábanas blancas y almohadas grises. Un olor a loción/colonia varonil entre una mezcla de sudor y sobre todo a menta inundó mis fosas nasales y envolvió cada parte de mí. Cerré los ojos saboreando el olor embriagador. Todo el cuarto está lleno de libros, de pasta gruesa y tapa  blanca. Un mini escritorio que está lleno de papeles regados y un armario al fondo a la derecha que está abierto y hay ropa saliendo. Imagínate que está vomitando ropa. El gris se adueña del lugar y no tengo que ser un sabiondo para saber que esta habitación es la que busco.

Mi cerebro le ordena a mis pies que se muevan pero no le hacen caso, estoy admirando la montaña de desorden y con un olor que te deja botando baba. Dándome varios golpes mentales me dirijo al escritorio. Entre todos esos papeles hay una laptop Android. Hay unas pequeñas notas, algunas correcciones, palabras intangibles que solo el dueño entendería, subrayado de algunas notas, de esas que se hacen cuando haces un resumen o estás aburrido en medio de toda la tarea.

Hago a un lado las hojas, una nota llama toda mi atención.

«¿Por qué diablos me tenía que enamorar de ti como loco?»

La cita del libro me suena familiar pero que no sé de  dónde, está subrayada por varios círculos. Me llegó hasta lo más profundo del corazón, pasé hoja por hoja encontrando más citas como esas.

«Dame un beso…»

«Los ojos de la mujer fosforescían con el brillo de los luceros»

«Yo la miré y ví sus ojos de frente. No pestañó y sostuvo la mirada. En aquel momento estaba sincera y era presa de extraña agitación…»

«… Busqué sus labios rabiosamente, la mordí, la estrujé y ella devolvió mis caricias entre risas y sollozos, y ya no quise irme de allí por nada del mundo…!»

«Suavemente me puso una mano sobre la boca, callándome. Sus ojos se levantaron hasta los míos y me miró profundamente. Aquellos ojos divinos estaban llenos de lágrimas»

Reconocí de inmediato al autor, cada cita y palabra plagada a puño y con tinta de un lapicero negro me cautivaron. No era la primera vez que las leía sin embargo al estar encerrada en tan dichosa habitación con su aroma poniéndome ebria me enamoré más. Sabía que no podía pero no lo evité, mi corazón se abrió para recibir esas palabras vejestorias  llenas de amor y dolor.

Me dí un golpe con la palma de mi mano en la frente saliendo de mi shock. Dejé caer las hojas sobre el escritorio y me aparté, no encontraba la USB pero definitivamente teniendo en claro todo solo quiero salir de acá y respirar aire puro, que no esté marcado por él y su forma arrogante.

Busqué por la mesilla junto a la cama donde encontré un par de boxers Calvin Klein negro y gris, pasé saliva y los apreté con fuerza de inmediato los solté. Unos pasos me sacaron de  mi estado perverso, giré para ver, la puerta abriéndose y no sabía qué hacer.

—¡Sí vuelves a ocultarme algo te las verás conmigo!— gritó fuerte y claro Damián. Seguí ahí parada; con el corazón acelerado y el pulso a mil. Miraba a todos lados buscando un escondite y como en los clichés; opté por el armario pero no me moví.

Él tardó en entrar, como si estuviera esperando respuesta. Así que con las migajas de valor que tengo rodeé la cama encima y me refugie en el gran armario de vomitar ropa. Hay zapatos tirados y no sé puede caminar.

De golpe, la puerta se abrió, yo apenas y estaba acomodando mi culo plano sobre el suelo de la madera, hay mucha ropa, todo color negro, blanco y gris. Zapatos adentro, no cerré las puertas porque sospecharia.

Sus pasos se pasearon por la estancia como si me buscase. Por la abertura de las puertas vi como se caminaba del otro lado de la habitación. Está vestido como la mañana. Cogió unos libros del suelo para dejarlos encima de la cama. Me acomodé bien, las manos me sudan y con el primer trapo que encontré limpié mis manos.

Seguí viendo el panorama, arrugó la frente al ver que las sábanas de su cama están arrugadas y un cojín fuera de su lugar. Miró por todos lados, dejó la vista en el ventanal, sentí la mirada azulada penetrarme el alma. Maldijo y arregló el desorden.

Volvió a tomar otra pila de libros y su celular sonó. Lo sacó y revisó. Pasó sus manos por su cabello azabache y tiró el móvil a la cama.

—Estúpida hija de perra. Esta no se quedará así, no sé en qué estaba pensando cuando me fijé en ti— habla para sí mismo.

Llevó las manos al broche de su jeans negro y algo holgado. Desabrochó y bajó hasta sus pies sacándolo, la respiración se me aceleró y el corazón me bombea; “pum pum PUM”. El bulto en medio de sus piernas sobresalía, una mini erección que me puso a hiperventilar.

La tela del boxer se estira sobre sus músculos, su trasero firme sujeta la tela y no pude apartar la mirada de él. Se agachó, tiró varías prendas, movió cosas buscando algo.

—Mierda…—colocó los boxers que agarré sobre la cama. Llevó las manos al elástico de estos que le queda de infarto. Enganchó los dedos en el borde y la anticipación de saber lo que haría hizo que jadeara.

Por suerte no escuchó mi sonido pervertido, mi centro se humedeció y no podía apartar la mira de la escena prohibida que tengo frente, bajó por completo sus bóxers quedando desnudo en la parte de abajo. Me dió una buena vista de su perfil y su miembro sobre salía. Cogió otro boxers y se lo colocó sin dejarme apreciar la anatomía prohibida.

Se colocó otra vez el jeans y acercándose más al armario mi alma cayó, creí que me vería y diría algo "te descubrí puñetera mentirosa" pero no, solo tomó algo del escritorio que dudó y se dirigió a la puerta haciéndola resonar.

Relajé mi cuerpo, okay. Ésto no lo veía venir. Acabo de verle lo prohibido a Damián en su propio cuarto y otra vez sin que él se diera cuenta y mintiera si dijera que no lo disfruté. Aquello que no pude ver la otra vez lo ví hoy solo que no pude apreciarlo como quería. Le vi el culo blanco.  ¡Qué me da algo!, recupero la respiración mientras que recuerdo lo que acaba de pasar. Estoy mal, muy mal. Su aroma no ayuda mucho, está presente, y más escandaloso y atractivo.

—¡Te he atrapado, niñata impostora!— doy un brinco. El alma se me sale del cuerpo, veo hacía arriba encontrando al chico parado frente a mí, está más alto.

—…Hola— musito en hilo de voz.

—Sal de ahí— ordena haciendo camino para que salga. Me tomo un momento, con el cuerpo temblando salgo de mi escondite. ¿Cómo sabía que estaba ahí?

—… Y-o… Yo— tartamudeo. Quedé parada al borde la cama, él me cogió por el codo obligándome a mirarlo a los ojos. Ojos tan profundos como el mar, sin muestras de algún sentimiento.

—Dime qué hacías ahí. Sí vas a tomarte la libertad de espiarme desnudo tendré que poner una orden de restricción contra ti— brama. Bajo la mirada, no puedo verlo a los ojos.

—Lo siento… ¿Cómo sabías…?

—¿Cómo sabía que invaden mi privacidad?— ladra. Cabizbaja asiento de nuevo. Su agarre quema y tenerlo cerca no ayuda ¿o sí?

—Déjame ir, por favor—suplico.

—Te vi entrar al taller, y tu aroma no es nada discreto que digamos. Sumándole que te he escuchado jadear como pervertida en serie y mis cosas estaban fuera de lugar.

Enumera con sus dedos acompañado de una mirada de desprecio y sobre todo desdén. Lo miré por unos segundos marcando sus facciones, que se queden gravadas en mis ojos por toda la vida. Cabizbaja añadí:

—Déjame ir…— no sabía si eso significa vergüenza o suplica. El recuerdo vivo de él desnudo me invade y no lo puedo borrar de mis ojos, los cierro y lo veo.

—Espera acá— advierte. Sale de la habitación echando pestillo a la puerta asegurándose que no iré a ningún lugar, recupero el sentido y el pudor de la vida y corro en dirección al ventanal.

Abro la ventana y veo abajo, está alto y no puedo conseguir otro camino, si quebrarme los huesos es mi única salvación la llevaré a cabo. Mi idea se va a la basura, Damián abre la puerta con Zefora tomada de la cintura la cual no deja de forcejear por zafarse del agarre.

Oh, había olvidado que ella estaba acá. Le da un empujón hacia a mí. La pelinegra sacude su ropa y va sobre él pero la detengo. No tenemos el derecho de reclamar nada, es la verdad.

—Díganme ¿Qué mierda hacen en mi casa? No sabía que podía entrar a casa extrañas solo para pasar el tiempo— exclama fiera de sí. Lo miro y no puedo evitar el sonrojo de mis mejillas.

—No grites, idiota que no estamos sordas— se defiende Zefora dando un paso al frente. La detengo de nuevo.

—Tengo todo el derecho de hacer con ustedes lo que quiera. Ambas entran a mi casa a husmear; una cotillea en las cosas personales de mi hermano y la otra me ve desnudo— ¡Joder! ¿Por qué tenía que decirlo tan alto?

—¿Qué?— habla incrédula— ¿Lo haz visto?. ¡Joder! Se suponía que solo veníamos a por la USB y ya— eleva los brazos al cielo en rendición.

—¿Qué USB? Eloísa, habla maldición— brama. Aunque quiero las palabras están estancadas en mi garganta.

Masajeo mis manos con nerviosismo, levanto la mirada y verlo solo aumenta el calor en mí.

—Sí… tú te haz llevado mi USB, la confundiste y pues venía a por ella…— confieso. Mete la mano en su bolsillo de su chaqueta negra y saca el aparato pequeño. Lo muestra.

—¿Esta?

—Sí.

—¿Por qué no solo la pediste? ¿Era necesario allanamiento?

—El peligro me gusta…— susurro.

—Sí, no lo hagas para tanto y solo dásela—.  Sugiere mi amiga dándome un codazo en el estómago. No tengo la suficiente fuerza para enfrentar esta situación tan vergonzosa que he pasado el la vida.

Nunca había pasado tal vergüenza, mucha como para dejarme sin habla más de lo necesario para hacer una pausa.

—Si se disculpan se podrán ir sin ninguna consecuencia— hace girar el aparato con la cadena por su dedo índice optando una postura arrogante.

—¡Tú estás loco!—  vocifera mi amiga con toda su postura de Avengers.

—Es lo menos que pueden hacer. Así que ustedes deciden: ir a la cárcel o solo decir un "lo siento"—  su tono hostil, ese que tanto me enoja no hace estragos en mi.

—Tiene razón, Zefora. Debemos disculparnos — digo recuperando el aliento y el ritmo cardíaco. Me siento como perrito humillado.

—¡¿Qué?!— me toma de los hombros  sacudiéndome como si tal recuperará el sentido común.
—Tú también estás loca…

—Okay, llamaré a la policía— saca  su celular y teclea.

—¡No! No lo hagas. Lo siento, por todo. Lo siento, debí hacer las cosas por las buenas y no así—  musito. Sonríe arrogante, sus ojos brillan como la luna y los hoyuelos le dan lo atractivo.

«¡Mierda! Estoy tan jodida»— todo lo que he pasado en ésta habitación solo hizo que se enterrada en mi corazón. Ahora ya no sé qué pensar.

Mira a Zefora en busca de sus palabras. La pelinegra se cruza de brazos y con su postura de bato loco alza una de sus cejas depiladas a la perfección y lo reta con la mirada. Así se están por varios segundos hasta que al final se rinde.

—¡Lo siento! Siento dejar que ella te viera la polla, no es la primera vez, ¿Eh?. El otro día casi te viola…—. Le doy un puñetazo en el estómago para que se calle.

—¿Qué estás diciendo?
Curva la boca que solo aumenta el calor en esta pequeña maldita habitación.

—Nada, se droga y ahora no lo ha hecho. Le está afectando— digo regresando a ser yo.

—Mejor ya dame mi USB y se largan— me da la mía, yo saco el aparato del bolsillo de mi jean y se la doy.

—Lo siento— repito una vez más antes de salir. Zefora abre la puerta para salir a zancadas del pasillo.

Con la mirada en la puerta y las manos sudadas tomo el pomo de la puerta, abro y el agarre de su mano tomando la mía me pone alerta. Giro para verlo, ya sé a qué va todo esto y no puedo soportarlo. Necesito aire fresco; sin marca alguna de éste chico que a alterado más de lo que puedo admitir.

—¿Disfrutaste de la vista?—, sonríe de lado.

—Deja de ser arrogante, egocéntrico y superior. No tengo nada más que hacer acá— ladro sacando lo que no podía hacer atrás.

Me hala hacia él, nuestros cuerpos se unen y asegura su agarre con su brazo en mi cintura. Con su mano libre acaricia mi mejilla y al contrario de la otra vez disfruto de su tacto áspero y delicado. Cierro los ojos por inercia. Su aliento choca en mi boca provocando que entreabra los labios.

—Dime la verdad, ¿solo estás jugando?— susurra. Su aterciopelada voz me estremece.

—¿A qué te refieres?— abro los ojos encontrando los suyos. Estamos a milímetros y no puedo pensar en otra cosa que no sea él y su tacto.

—A ésto. Te comportas bien y a la vuelta me escupes, Eloísa si es un juego apartate de mí por tu bien— su pulgar dibuja el omóplato de mi cara.

—… No. No es na da un juego, solo que… que… tú me estás poniendo nerviosa— confieso. Sonríe.

—Lo sé. Ven conmigo mañana a las siete, te la pasarás bien— asegura con su voz acariciando cada una de las células que se concentran en mis mejillas.

—¿Cómo una cita?—, inquiero.

—Tómalo como quieras; cita, salida, paseo o escapada—. Doy un brinco.

—No puedo y deja de hacer eso— me remuevo incómoda entre sus brazos.

—Pasaré por ti, quieras o no.

—¡Qué dejes de hacer eso!

—¿Cuál? ¿Ésto?— vuelve a trazar sus dedos desde abajo de mi ombligo al borde de mi jean y más abajo.

Se siente bien pero no es correcto. Vuelve hacer el mismo trazo varias veces más sacándome jadeos. Lo disfruta.

—Déjalo, tengo que irme…

—Si te dejo de alterar las hormonas bien. Te veré mañana— roza sus labios que creo me dará un beso pero solo los roza y deposita sus labios en mi frente.

Salgo de ahí aturdida, no puedo creer lo que he pasado solo en un día. Un millón de sentimientos y emociones a la vez se siente en mí. Cada célula, cada anatomía están desconcentradas. Y sabiendo que no es nada bueno me monto al auto de Zefora.

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