19-Diecinueve
Oh, joder. Lo había olvidado por completo. Alguno de mis hermanos debía venir el cuatro a firmar los papeles del traslado y lo he olvidado por completo, pero que cabeza más horrenda la mía. Me dan ganas de estamparla contra la pared, sangrar y destrozarme el cráneo y morir ahí mismo.
Corro todo lo que puedo hasta llegar a la dirección de la universidad que está como a siete metros de mí. Las clases no comienzan dentro de unos cinco minutos por lo que perderé la clase que comparto con Zac. Choco tan brutal con una chica que ambas caemos al suelo dándonos un guantazo en el culo que duele. Suelto varios quejidos y rápido miro a la chica.
Varios papeles están regados y ella se masajea el área afectada, con rapidez cojo los papeles del suelo junto a ella. Los demás nos ven y no ayudan, por eso es que el mundo está cómo está por tener a seres humanos que solo piensan en sí mismos. Cuando los papeles ya no están por todo el suelo ayudo a la chica a levantarse.
—… Créeme que lo siento mucho. No te vi. ¿Te duele algo?— pregunto apresurada, es lo menos que puedo hacer. La chica me ve a través de sus pestañas como si no tuviera problemas.
—Sí, me duele el culo pero nada grave. Además yo venía corriendo también. No te preocupes, todo genial—, levanta su pulgar en señal que no hay problema. Sonrío, le entrego los papeles.
—Bien y disculpa…— vuelvo a sonreír para retornar mi caminata de 7K, tengo más prisa ahora. El timbre suena anunciando que ya debemos entrar a los salones.
Maldigo una y millones de veces.
Salgo al campus, corro por el pasto húmedo, los zapatos se resbalan por no ser los correctos, uno de los jardineros me recrima que no debo pisar el césped y que por ello está el camino de asfalto, lo ignoro por completo y sigo. Entro al otro edificio, corro con la lengua de fuera como los perros en la ventanilla del auto lamiendo el aire.
Después de tanto correr como si ganaría algún premio que vale la pena llego al mediano edificio que es exclusivamente para dirección. Entro y voy directo a con la secretaria que me atendió la otra vez. Me paro a tomar aire, lo necesito, el latido de mi corazón lo pueden escuchar todos aquí porque está en completo silencio. La mujer me mira con una de sus cejas alzadas bien depiladas.
—… Solo… solo, vine a… mi expediente… firma… la… otra... vez— hago un gesto con la mano como si estuviera firmando algo. Hace una mueca al no entender, llevo una mano al corazón y me siento en la única silla que hay.
Tomo mi tiempo para recuperar el aliento, una vez todo mi sistema circulatorio está normal me levanto de la silla y con cara inocente digo:
—Vine porque ninguno de mis encargados vino a firmar el comprobante que he cambiado de carrera— explico batiendo mis pestañas con exageración. Ella reprime las ganas de reír pero después pone rostro serio como si yo estuviera loca algo así.
—Te equivocas, tú encargado vino el día después de la fecha acordada. Dijo que por asuntos personales no pudo venir ese mismo día— informa tecleando en su ordenador para luego pasar la mirada a uno de los papeles.
¿Qué?. Yo a ninguno de mis hermanos le dije que tenía que venir y ellos no han mencionado nada del tema. Por lo que si no fueron ellos la única es… Joder. Ahora desconfío de todo. Esther puede ser, vamos ¿que otra explicación?. Estamos dando guerra una con la otra y todo se vale ahora. Con desconfianza me atrevo a preguntar.
—¿Segura? ¿Cómo era ese persona?— lo menos que puedo hacer es estar al tanto de ello y poder menear un hilo para no salir afectada.
Cuadra los hombros restándole importancia.
—Ah. Alta, pelinegra, blanca y tal vez unos veinte o veintiún años— describe sin verme. Maya. ¿Maya?. Son las características de mi hermana. ¿Sería ella?.
—¿Venía con uniforme de Intecap?— ella me ve através de los lentes, supongo que quiere lanzarme su ordenador en la cara para que reaccione.
—No, pero tenía un acento brasileño como tú, no tan marcado—. Oh, Maya vino hasta acá. Con los nervios más relajados añado:
—¡Gracias! ¡Alabado sea el cielo!— exclamo elevando los brazos al cielo con la cabeza hacia atrás. Las secretarias posan su mirada en mí y el director sale de su despacho y dice:
—¿Todo bien por acá?
La secretaria que me atiende asiente.
—Sí, señor. Todo controlado— asegura, no tan convencido regresa a su despacho y la mujer vuelve a dirigirse a mí —No vuelvas hacer eso te suspenderán o me despedirán— dice furiosa.
«Creo que me pasé».
—Lo siento. Gracias— digo. Salgo. Con el alma más calmada camino por el pasto.
No puedo creer que ella haya venido y que no lo haya mencionado. Tengo que hablar seriamente con ella, bueno. Lo único serio que será es que me chantajeé con decirle a Brad que he cambiado de carrera sin consultarlo. Tuvimos una seria plática sobre ésto y como siempre la he cagado, tío.
*****
Entro al salón de literatura que es mi penúltima clase de hoy, tomo asiento en las penúltimas butacas hasta el fondo a la izquierda donde puedo ver bien el púlpito y si el anciano que tengo como maestro le da algún paro cardíaco o similar. Ese profesor tiene más vida y mejor salud que todos aquí.
Los otros entran con murmuro y Caleb toma asiento junto a mí, deja su mochila sobre sus piernas y me ve.
—Hola.
Saluda.
—Hola.
Digo.
Terminan de entrar para entonces el anciano salir de su escritorio donde revisaba papeles, se posiciona en medio del lugar. Viste de manga larga toda su vestimenta está perfectamente planchada sin ninguna arruga. Su cabello no está engominado, bien peinado por un lado y sus anteojos que lo hacen ver más gracioso.
—Muy bien jóvenes, espero que toda ésta semana les haya servido para poder realizar sus trabajos sin ningún detalle mal. El tiempo suficiente para pensar bien que palabras debían escribir en las hojas— su voz sale fuerte aunque suave y estricta.
—No veo a tu amigo— susurra Caleb sin apartar la mirada del frente. Con disimulo y el rabillo del ojo comienzo a buscarlo.
—No lo veo, tal vez está ahí entre el montón—, susurro. Él niega y por milésimas de segundos pasa su mirada en mí.
—Estoy seguro que no está. Vi entrar a todos, él no—. Miro y escaneó las cabezas para darle la razón a Caleb. No está. No es tan difícil saber quién es, siempre su cabello azabache alborotado resalta donde quiera que esté.
El anciano sigue hablando y hablando moviendo sus manos al compás de las palabras, se pasea de un lado a otro clavando su mirada vejestoria sobre cada uno de nosotros. Todos guardan silencio ante el discurso que da.
¿Por qué no vendría?.
Aún tengo muy presente lo que sucedió en el comedor de mi casa y la verdad no me siento culpable sobre su labio sangriento. Él se tomó molestias que yo jamás le pedí, aunque admito que ese acto me dejó perpleja durante el resto del día y no pude dejar de pensar sobre ello. Casi no dormí. Muchos sentimientos me agobian, claro que aún no proceso bien el hecho que Zac esté junto a mí con sus encantadores detalles, sus lindas palabras y cada que estoy con él me siento segura. Segura que la historia de mi pasado no se repetirá.
—… Traigan por fila y en órden— la voz me saca de mi análisis patético. La primera fila de lado izquierdo comienza yendo uno por uno.
—Recuerden que leeré cada uno de ellos y si encuentro algún fallo los haré repetir y no tendrán la calificación— recuerda. Siguen levantándose de las sillas para llegar a él.
Mi turno llega, Caleb es el que se levanta primero a la mitad del camino me levanto y se lo entrego, lo coge con su mano arrugada y vuelvo a mi lugar. Una vez que ya todos han pasado deja la gran pila de trabajos sobre su escritorio y regresa al podio.
—Dejaremos por hoy a los escritores y sus obras y nos enfocaremos en los poetas que alguna vez uno de sus escritos les resultó maravilloso o que simplemente les hizo ver la realidad de la vida—. Toma un marcador para escribir en la pizarra.
«Poetas que marcaron la diferencia en sí»—escribió.
—Mencionen alguno que les haya gustado, que las palabras hayan entrado sin esperarlo—, pide quedándose parado en la dirección donde baja el pasillo a la puerta.
—César Ortíz.
—Victor Hugo.
—César Cortazar.
—Emily Dickinson y Walt Whitman, di— susurro. Caleb me mira y asiento.
—Walt Whitman y Emily Dickinson— dice.
—Bien. El trabajo de ahora será que se tomen el tiempo a la otra clase y puedan leer un poema de cada uno de los mencionados, eligirán cuál les gustó más y lo leerán en clase—. Terminó a tiempo que el timbre sonó.
Cogimos nuestras cosas para salir en orden pues el anciano odia el desorden. Una vez afuera me despido de Caleb con un saludo de mano y voy corriendo al otro lado de la universidad (como ya se ha hecho costumbre)
Para mí sorpresa no hay tantos afuera por lo que llego rápido al salón, voy a sentarme en la mesa que comparto con Zac. No sé si él vendrá, pues me ha dejado en claro que él estudia biología marina y por ende tiene clases diferente. La idea me entristece poco pero luego se va a la borda cuando lo veo entrar a zancadas
Se posiciona junto a mí a le vez que la maestra entra con su bolso y unos cuadernos. Deja todo acomodado en su escritorio para dirigirse a nosotros
—Jóvenes hoy saldremos de la rutina pero como siempre relacionado con el tema— informa. Toma un fajo de hojas blancas y las reparte por todos —Escribirán la característica que más les guste de X, Y persona
—¿Cómo?— la voz de una chica adelante se presenta.
—Todos y no lo van a negar, tienen un enamorado, mujer o hombre por lo que escribirán nada más una de las características que más les gusta de él o ella en el papel. Doblaran la hoja y sin colocarle el nombre me la entregarán— explica —Tienen cinco minutos.
Vaya, qué duro. Cojo un lapicero de tinta azul entre mis dedos, acomodo mi mano para escribir y cuando la punta del lapicero está cerca de la hoja no tengo nada. Las ideas se van. Quedo mirando el vacío blanco.
¿Quién me gusta? ¿Quién es el culpable de tenerme Bruta? — con "b" mayúscula —¿Cuál es la característica que tanto me gusta de él?.
Ufff, tiene muchas, el mínimo de los detalles me parecen agradables para la vista de él. El hecho que lo tenga cerca me pone nerviosa, ¿Estará viéndome? ¿Pensará qué estoy pensando de él? ¿Sabe que es él?.
Levanto la vista, no está. Habla con la maestra de manera muy fluida, eso me alivia aunque no sé cuándo se levantó. Lo observo, es tierno y lindo en todo sentido de la palabra. Sin tantos rodeos escribo su característica que resalta. Doblo el papel y lo llevo con la maestra.
A las seis de la tarde todos salimos de la universidad para irnos de una buena vez a la casa. Me monto en el auto de Zefora que arranca y sale del campus. Va muy relajada, parece que no tiene penas o similar, no hemos pasado mucho tiempo como amigas y salir esta noche no es malo.
—¿Tienes planes para esta noche?— pregunto.
—Ya te dije que no. ¿Por qué?— tiene un tono que no me agrada.
—Ah, quería que saliéramos esta noche como fugitivas. Pero si no quieres lo entenderé, tal vez Mía tiene más planes y mejores que yo— Okay. Acepto que los celos están apareciendo y yo soy celosa.
Gira el volante y con una sonrisa ladina dice:
—¿Celosa?
—No—, miento.
—Lo tomaré como sí. Además, nadie podrá reemplazar a la Kayla que tengo sentada junto a mí. Ahora, dime qué tienes en mente—. Ay, que tierna. El mundo se caerá.
—Ya te he dicho que de fugitivas, necesito que pases por mi a las ocho, que vayas vestida de negro y no digas nada a nadie— tengo mucho que hacer y ella es mi mejor opción, además que solo en ella confío.
—Sé clara, Kayla. Usarás tu portátil y no lo negaras—. Me incorporo.
—¡Joder, Zefora!. Lo sabes entonces no preguntes. Pasa por mí a las ocho y luego te doy las indicaciones.
—Como digas. Solo te digo que si hay que esquivar la policía me lo digas así me coloco zapatos deportivos— bromea.
Reímos.
—Es lo más seguro. Viste cómoda porque tal vez debamos correr.
A un cuarto para las ocho estoy viéndome en el espejo. Jeans, camisa, suéter y zapatos negros con un gorro de lana. Cojo mi mochila donde ya tengo todas las cosas que voy a necesitar. Mi celular suena.
«Ya estoy en la entrada».
«Ya bajo. No suenes el claxon».
Bajo corriendo la escalera, mis hermanos hablan de saber qué cosa en el sillón mientras miran un película de acción, seguramente están discutiendo. Me acerco a ellos y beso sus mejillas.
—Iré a con Liam unas horas, si no regreso es porque me quedé con él…— miento. Ambos se giran para verme.
—Tienes responsabilidades no lo olvides— hablan al unísono. Sonrío con inocencia.
—Lo sé. Nos vemos— salgo lo más rápido que puedo. Corro por el camino que da a la carretera para encontrar el auto de mi amiga.
—Al fin te dignas a salir— se mofa saliendo del auto.
—Sabes que no vivo sola. ¿Trajiste lo que te pedí?— asiente. Vamos a la la parte trasera del carro, me arrodillo ante la placa que identifica el auto.
—Al menos no tendré multas— se arrodilla junto a mí. Con el desarmador quito la matricula, se la entrego a ella.
—No por ahora. Vámonos. Debo llamar a Liam— nos montamos en el auto para salir con sigilo a la calle. Marco su número que al segundo pitido descuelga la llamada.
—¿Sí?.
—Hola, Liam necesito que mientas por mí está noche. Sí alguno de mis hermanos te llama para preguntar si estoy contigo les dices que sí.
—Hace mucho que no oía eso. Pero a cambio tienes que decirme qué harás.
—Claro, todo detalle.
—Adiós, mi Hacker favorita— cuelga y sonrío. No ha dejado de quererme.
—¿A dónde?
—A la universidad.
Opta por la calle que va directo a la autopista, hay un tráfico considerable para esta hora. Ponemos música que cantamos a todo pulmón y luego nos reímos que estamos más desafinadas que la princesa Fionna.
Medía hora después le obligo a estacionar el auto en a medio metro de distancia de la entrada a la universidad, ella se niega porque pueden venir ladrones y se lo pueden llevar. Yo le digo que no. Bajamos del vehículo para entrar a hurtadillas por la parte derecha de la universidad. Hay guardias custodiando cada metro de distancia.
Los focos iluminan los pasillos de los salones, nos agachamos para evitar que nos vean.
—¿A dónde te diriges?—bsusurra la chica que va tras de mí.
—La oficina del director— respondo. Me toma del brazo jalándome del brazo haciendo que cayera a la tierra y soltara un quejido.
—Mierda—, la luz de una linterna nos enfocó. Entre los arbustos nos escondemos.
—Cállate, nos van a encontrar.
—Entonces no me jales así, tonta.
—¿Qué vas hacer en dirección?— una vez que la luz desaparece seguimos caminando.
—Robar algunos expedientes...
—Deberíamos entrar por la parte trasera, idiota. Estamos muy lejos— me reprende. Detengo el paso y giro a verla.
—¿Por qué no lo dijiste antes?
Entorna los ojos.
—¿Acaso lo mencionaste?
—Oh, cállate. Vamos, debemos darnos prisa— salimos por el camino que íbamos, corrimos por la calle sin autos a llegar al otro lado del campus.
La cerca nos impide seguir, sin perder el tiempo subimos como unas ladronas y nos tiramos de lo alto al otro lado. Tenía razón, el pequeño edificio está a menos de cinco metros de nosotras. Los policías rodean los otros edificios.
—Apúrate— le digo. La oscuridad nos favorece, corremos con sigilo hasta llegar al edificio que está iluminado por un foco. Aprovechamos que los policías están distraídos y vamos a la puerta. No se abre.
—No se abre.
—Si no lo dices no me doy cuenta— se mofa.
—Apartate, novata—, me hago aún lado. Se arrodilla ante la puerta de cristal. Podría darle una patada y entrar sin rodeos pero las alarmas se encenderían.
No veo cómo abre la puerta pero lo logra y logra que le rinda tributo. Se me queda viendo con una ceja alzada.
—¿Cómo lo hiciste?
—No eres la única que tiene cosas clandestinas, vamos— es la primera en entrar, encendemos la linterna de los celulares, con mucho cuidado entramos. Hace frío.
—¿En dónde estarán los expedientes?— inquiero. Zefora mira por todos lados.
—Tal vez en un restaurante…
—Joder, Zefora. Concéntrate.
Exijo.
—Tu pregunta fue estúpida— se defiende, va a los escritorios de las secretarias y se sienta en las sillas giratorias. Da vueltas y vueltas.
—Ayúdame y deja de jugar—, espeto.
—Sí, solo un minuto— pide. Da más vueltas en las sillas como niña pequeña. Por otro lado, busco los archivos. En la esquina del de la estancia está el archivador grande con un papel identificados.
Voy ahí y busco los de segundo año, están en orden alfabético. Hay muchos expedientes, abro otros archivos y nada. No está lo que busco. Giro a ver a Zefora que está muy entretenida girando en la silla, tiene una sonrisa de satisfacción.
—No, estoy bien. Gracias por tu ayuda— bramo al verla tan feliz como una niña que recibe su primer regalo.
—¡Qué bueno! Porque no pensaba bajarme de acá— ríe bajo al dar vueltas y vueltas. Ruedo los ojos. Cansada de buscar en los archivos que claro está, no voy a encontrar nada ahí voy hasta el segundo escritorio junto al archivador.
Hay una carpeta color negra con papeles y que milagro del cielo o porque la chica que escribe ya me quiere sacar de acá es la que busco. Al menos indica que es aquí donde debo buscar.
Enciendo el ordenador rogando que no haga mucho ruido, al terminar de cargar me pide contraseña y… no hace falta decir que no es impedimento para mua. Saco mi portátil, la enciendo y la conecto al CPU de la misma. Elevo la mirada, Zefora ya no está ahí, ahora está en el otro escritorio.
—¿Qué haces ahí?
—Compruebo que esta silla es igual de cómoda que la otra para girar— un tono alegre sale. Evito mirarla y reír, es gracioso.
Me concentro toda en las computadoras, introduzco la contraseña en mi portátil, me da acceso a todo. Le agradezco montón a Zefora por su regalo. Abro acceso en mi portátil para entrar al ordenador de la universidad. Rápidamente me tira una lista negra con muchas letras pequeñas. Esquivo las alarmas de seguridad. Hackeo el software de la universidad. Sin preámbulos tengo acceso a los documentos.
A través de mi portátil busco los expedientes que están en una carpeta con el nombre, busco los de segundo año y con las manos ágiles introduzco el nombre de Esther. Obviamente por su nombre que usa ahora porque estoy segura que la muy desgraciada hasta un transplante de órganos se hizo. Aparecen tres expedientes. Joder, ni los apellidos son los mismos. Reviso uno por uno que
no son nada, el tercero.
Kaylee Elizabeth Carson Presto
Estudió la primaria y secundaria en el colegio de alto prestigio; con buenas notas y siendo la más destacada de su clase.
Colegio Americano del Sur.
Director Rafael Santos.
«Basura. Una completa basura».
Traslado el archivo a mi laptop que pronto lo enviaré a una USB.
También busco en ese mismo año al siguiente personaje. El mundo me ama, aparece nada más un expediente que es el que quiero.
Damián Dawson.
Estudió la primaria y secundaria en diferentes colegios. Sus notas fueron pasables y se define como el más problemático de su clase.
Colegio Play School.
Colegio Preuniversitario.
Directores Leonardo Silver y Peyton Gren.
«Siempre problemático».
—Kayla…— la voz de Zefora me saca de mi ensueño.
—¿Qué?
—Alguien viene. Joder, hazlo rápido debemos salir—. Miro por las ventanas, una luz se asoma. «Joder, mierda»
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