18-Dieciocho
El martes por la tarde estoy esperando a los chicos que vengan a casa para poder realizar el trabajo de literatura, lo bueno es que dos días seguidos no fui a la universidad lo malo es que iré tres días seguidos y tengo muchas tareas rezagadas.
Intenté hacer un poco de limpieza a la casa pero decline la idea, no es que esté hecha un desastre, solo un poco de polvo y una que otra cosa tirada. Ahora, nada más recogí la mesa del comedor y preparé unos sándwiches para el rato.
—¿No han venido?— inquiere mi hermana entrando a la sala con su uniforme de taller manchado de grasa de autos. Niego.
—Aún falta tiempo...— el timbre sonó. Ambas nos vimos.
—Creo que ya vinieron— se dejó caer en el sofá junto a mí y su dedo tocó mi mejilla.
—Ve, no entrará solo— musita. Bufo, impulso mi cuerpo y cruzo el pasillo para llegar hasta la puerta de la entrada.
Abrí. Damián.
—Vives muy lejos— fue lo primero que dijo dejándolo pasar.
—Sí, hola a ti también. ¿Cómo estás?, Bien gracias, ¿y tú?— hablé irónica. Nos quedamos parados en medio del camino retandonos con la mirada. Tiene un moretón en el pómulo derecho.
—Preguntarte cómo estás sería lo más estúpido que haría después de semejante golpe que me diste el día de tu fiesta. ¿Tengo o no razón?— hundo las cejas. ¿Perdón?.
—Jódete, yo a ti no te toqué, ni sé cuánto tiempo duraste— Recrimino, creo que la rivalidad que hay entre nosotros nunca va a terminar. Viste de negro con su mochila sobre su hombro, el cabello alborotado y sus cejas intactas.
—¿Ah, sí?. ¿Tú estás drogada o qué?— inquiere hostil. Sacudo la cabeza, no quiero iniciar una pelea cuando estoy con una tranquilidad que ni yo me lo creo.
—¿Sabes? olvídalo. Ven— Lo guío por el camino conectado a la sala y el comedor. Sus botas resuenan contra el piso de madera llamando la atención de los pocos presentes.
—¿Vives sola o compartes casa?— pregunta, me giro para verlo. Tiene un papel en mano, lo revisa a detalle.
—Con mis hermanos por sí lo olvidas— llegamos a la sala donde todavía está mi hermana viendo Vis a Vis. Esa es nuestra serie favorita.
—¿Quién era?— Maya habla sin apartar la mirada del televisor. Damián me mira con un destello de algo que no puedo comprender.
—Ah, unos de los chicos. Damián, Maya mi hermana— evito tanta formalidad. Está claro que no soy de las que se mantiene al margen de la educación pero tengo la suficiente para no ser descortés. Maya gira su cuerpo sobre el sofá para ver al chico que tiene las manos en los bolsillos de su jeans.
—Hey.
—Hola— le sonríe él. ¿Por qué me sonríe tan lindo? Conmigo no hace eso —Estudias en Intecap?
—Sí. ¿Por?
—Curiosidad nada más. ¿Eres la única en tu clase?— mi hermana me mira como diciendo que si está loco o ella se lo imagina.
—Si te refieres a que soy la única mujer pues no. Habemos cuatro nada más— responde.
—Ah, okay. Te pierdes de Zulema y Macarena...— señala la TV.
—Entonces no molestes— dice para después volver la vista a la pantalla. Llegamos al comedor, las cosas que necesitaré ya están acá solo falta Caleb, que no tardará en llegar. Damián llegó temprano. Nos acomodamos en las sillas.
—¿Qué tienes en mente?— pregunto encendiendo mi nueva laptop. Él saca sus cosas y las coloca en la mesa, mira la jarra de agua que hay en medio junto a los sándwiches.
—¿Puedo?
—Sí...— coge un vaso sirviéndose agua.
—No tengo nada en mente, por ello te dí la lista con los nombres de los autores y el libro. Tú y tu amigo debieron escoger ese fue el acuerdo— remarca su inocencia. Cuando se comporta de esa manera me dan ganas de darle un puñetazo siempre alejando la culpa de sus hombros.
—Solo di que no quieres hacerte cargo y ya. No mentiré, tú lista está muy buena, incluso Fat Hoochie Prom Queen Pero tengo algo más, ¿haz leído Wonder de Raquel Palacios?— Tecleo en Google.
—Sí, está bueno. ¿Tu amigo estará de acuerdo?, por mí no hay problema en eso. Lo he leído muchas veces y me parece buenísimo— revisa su celular. Voy hablar cuando la puerta es tocada.
—¡Kayla!— girta mi hermana del otro lado de la casa. Hago un ademán para que espere. Camino hasta la puerta, encuentro a Caleb bien vestido como siempre con su cabello sin gel y su aroma perfecto. ¡Joder!, Qué estos chicos un día van a acabar con mis hormonas.
—¿Te quedarás ahí hasta que te llegue el clímax o me dejarás pasar?— oh. Solo estaba admirando la belleza que jode y fastidia por montones. Aclaro mi garganta.
—No seas engreído. Sabes lo bueno que estás y las chicas te lo hacen saber—. Entramos, cierro la puerta y vamos directo al comedor donde está Damián masticando y tecleando en su portátil.
—Sí, incluida tú— zanja. Se coloca junto a mí, a la derecha. Damián está frente a mí. Tecleo en la portátil abriendo un link en Wikipedia.
—Cállate...— digo. No necesito que lo repita. Él y sus amigos están buenos, incluyendo a Damián que lo sabe también y por eso se comporta como un jodido egocéntrico pero nadie se compara con Zac. Aún no digiero muy bien la mañana anterior.
—¿Pueden dejar su pelea de viejas para otro día y concentrarse en el trabajo?—, la voz del segundo chico hace acto de presencia. Me encojo de hombros, tiene razón.
—Bien, pues— Dirijo la mirada a Caleb que escribe algo en su cuaderno blanco.
—Estábamos hablando qué haríamos el trabajo basado en el libro de Raquel Palacios, Wonder. ¿Sabes cuál es?
Subo mi pie dejándolo abajo sobre mí pierna y recogiendo mi cabello en una coleta alta pues los mechones se salen a tres segundos.
Caleb me mira un tan sorprendido, curva la boca hacia abajo y piensa. Aún no creo que Caleb utiliza su cerebro y sabe de libros, libros buenos. Tiene buen gusto pero el que realmente si sabe de libros entre nosotros tres es Damián. Su lista me sorprendió mucho, la mitad de autores no los conozco y la otra mitad sí por lo que he decidido leerme cada uno de ellos.
—He escuchado de él pero no lo he leído— Informa luego de un silencio bastante extenso. Damián y yo intercambiamos miradas, él dejándome la tarea pesada. Ash.
—Ah, bueno entonces tendrás que hacer otro trabajo...— me quedo corta. ¿Por qué están complicado?.
—¿Haz leído algún libro de Stephen King?— me salva el chico de negro.
—Sí.
—Bueno, hazlo de lo que tú quieras, nosotros haremos de Raquel Palacios. El abuelo nos dió oportunidad de realizarlo con diferentes géneros— explica.
—Como tú digas— dice Caleb no tan convencido por lo que el otro le ordena. Está muy claro que ellos no se llevarán se ve, hasta el más ciego se daría cuenta de ello.
Miro a Damián, éste que sabe el significado de mi mirada asiente y se dedica a ponerle empeño a su trabajo al igual que el resto. Tras un par de minutos en los que hice varios ensayos de los cuales no me gustaron para nada y que los chicos me decían que era basura decidí ir a por el libro a mi habitación.
Fui directo a la estantería donde tengo apilados mis libros que los tengo ordenados por orden alfabético, lo cojo. Bajo las escaleras para encontrar a los chicos en al misma posición de antes, están muy concentrados escribiendo en papel que me parece gracioso. Saco mi celular del borde de mi short de lona corto, colocó la cámara tomándoles una foto. veo, parecen inocentes. El casi inexistente sonido los distrae.
—¿Tú no piensas seguir?— habla frustrado Damián. Bajo los últimos peldaños que me quedan y continuo con mi labor.
Leo una y diez veces más la sinopsis, el inicio del libro uno que otro párrafo subrayado y el final. De tanto pensar, marcar y analizar las ideas vinieron por sí solas. Acomodé mis manos sobre el teclado de la laptop, escribo mi ensayo. Las ideas fluyen y se plagan en digital.
Pasan los minutos donde seguimos luchando para perfeccionar nuestro trabajo, Damián me presta el libro para que la "inspiración" venga a él. Cada segundo pasa la mano por su pelo azabache frustrado por el rumbo que está tomando su ensayo y Caleb que se masajea el cuello por el mismo motivo; frustrado. Por suerte tengo el libro que él desea y se lo presto para que se le haga más fácil, yo por otro lado ya estoy con mucho calor por no conseguir el resultado que quiero.
Tomamos un receso de tres minutos solo para despejar un poco la mente, yo voy directo al lavabo para echarme agua en la cara y la espalda. Retomamos nuestros labores, el agua de la jarra se terminan por décima vez, la lleno y saco un tazón de duraznos exclusivo para mí. El hambre ya se está haciendo presente y no lo puedo evitar. Como un cerdo con la manzana en la boca estoy leyendo y releyendo algunas de las citas sorprendentes y buenas que tengo. Damián me dice algunos consejos para mejorar mi trabajo y yo hago lo mismo, muerdo y trago para seguir con mi tercer durazno en menos de seis minutos.
Caleb pide ir al baño, no tarda mucho para seguir con lo suyo. A una hora más o menos ya hemos terminado lo que nos costó dos horas y media seguido conseguir. Revisamos por milésima vez los trabajos y en efecto lo hemos conseguido. Le coloco mi nombre completo y el curso con el nombre del profesor. Un cuarto de hora después Caleb se va no sin antes dejar limpia sus área de trabajo y despedirse de mí. Damián y yo quedamos en el comedor solos.
—No estuvo tan mal después de todo— comento, el pelinegro guarda sus cosas en su mochila mientras que yo recojo todos los papeles rallados con cualquier palabra o dibujo. Qué es mi seño cuando estoy corta de ideas.
—Si te refieres a que es la cosa más jodida que hemos pasado juntos sí, no estuvo tan mal. Bueno, estaba el otro chico— suelta. Llevo la laptop al escritorio que hay acá. Imprimo las hojas y regreso.
—¿Cuándo tendremos un momento a solas?— su pregunta me pilla de sorpresa. Mi sangre se calienta pero a una temperatura que alguna vez experimentamos en la vida. Ahora deseo que mi cabello castaño caiga de lado para cubrir el color carmesí de mis mejillas.
—¿Qué?— balbuceo. Voy hasta el refrigerador y muerdo mi labio superior. No se a qué voy al refrigerador porque no tengo anda que guardar ahí pero sí que necesito la temperatura bajo cero.
Siento como unas manos se posicionan en mis caderas haciendo que gire de golpe y el refri se cierre con un estruendo fuerte. El cuerpo de Damián está muy cerca del mío, el sonrojo aumenta por millones y él lo nota. ¿Por qué hace ésto?
Con una de sus manos acaricia mi mejilla color tomate, sangre y fresa. Delinea mi pómulo con la yema de sus dedos, cerré los ojos disfrutando del pequeño goce y dejándome llevar. Estamos solos.
—¿Por qué te pones nerviosa? ¿Siempre te sonrojas cuando alguien te dice la verdad? ¿Por qué diablos eres tan jodidamente provocativa?— habla como si al decir esas palabras le doliera el alma o peor aún. Cómo si yo tuviera la culpa de lastimar su orgullo de macho. De...
«Yo soy el puto amo»— como Christian Grey.
«Yo soy Eric Zimmerman, nada es más bueno que yo»— que se jodan.
»Tú estás caliente ahora imagínate mi estabilidad. Verte en esos harapos; short que me deja ver más tus zonas prohibidas y esa blusa que lo único que logra es joder mi entrepierna. ¡Demonios, Eloísa!— aunque sus palabra salen rabiosas no deja de acariciar mi mejilla colorada.
—Abre los puñeteros ojo y mírame cuando te digo lo maravillosa que eres— jpor acto reflejo acato su orden.
Sus ojos azules se clavan en los míos cafés. Nos miramos a los ojos que lo único que provoca con su azulada mirada es que mis sistemas se alteren y la respiración me vaya a mil y el corazón a millón. La única persona que ha estado más cerca de lo que está él (no me refiero a lo físico), es Zac. Solo él se ha tomado la libertad de machacarme con sus encantos.
—Sueltame...— logro decir aunque no parezco fastidiada. Hace caso omiso. Más bien sus dedos se aferran a mi carne y hueso. Las mejillas me van a explotar de toda la sangre que tengo acumulada ahí.
—Sueltame— repite —Es lo único que dices. Mierda, te empeñas en joderme de la forma más cruel pero fascinante y solo dices "sueltame".
—No... no hagas eso...— pido en un hilo de voz. Sonríe con suficiencia. Deja de acariciar mi mejilla para coger mis muñecas y acorralarlas sobre mí cabeza. Acerca sus labios a los míos pero no me besa, no lo hace y por tan tonto que suene me caga que no lo haga.
Porque... «¿Quién no querría que la besaran después de semejante calentamiento intmido que te provocan?».
Roza sus labios rosados y carnosos sobre los míos. Me tienta, los abro, al no sentir la humedad de su boca paso la punta de la lengua sobre mis labios resecos que desean con ansias su tacto. Su rostro se acercó al mío, su aliento a menta fresca, que me pone los pelos de punta y lo aterciopelada de su voz hace que las piernas me flaqueen.
—¿Eres novia del idiota que siempre está contigo?— joder. El rostro de Zac aparece en mi campo de visión. Los recuerdos de cada que sus labios finos y suaves tocan los míos y sus manos me recorren en un vaivén que solo él sabe, cómo prender cada una de mis hormonas y células más pequeñas que tengo y esos recuerdos me calientan más.
—No... no voy a decirte— la voz me salió más firme que las otras veces. Su gesto se endureció, sus agarres echaron más fuerza y jadeé de dolor. Hice una mueca.
—¡Qué le den!— No le importó nada, estampó sus labios con los míos. Un beso para nada agradable, fuerte y exigente, su lengua brusca y para nada delicada saquea cada espacio de mi cavidad bucal.
Me resistí, pero sus labios se mueven con demanda, no saben a los besos de Zac. No son los mismos, no tienen esa exigencia acompañada de la pasión y lo candente que siempre nos envuelve. Traté de seguirle el paso pero no pude, no sentí nada más bien la repulsión me embargó. Harta de su ataque animal tomé su labio inferior entre mis dientes y lo mordí con fuerza hasta que un líquido me dio a saber que debía soltarlo. (Además de su quejido)
—¡Mierda!— se quejó.
—Vete, tú estás en el equipo de Esther y por lo tanto debes cuidarte la espalda— zanje.
No dijo nada, no hizo nada. Me dió una mirada neutral, llevó una mano a su boca y tocó. Tanto él como yo estábamos manchados de sangre. Tomó su mochila en manos y salió en zancadas de la casa.
Estoy atontada por lo que acaba de pasar, sé que he besado a unos cuantos chicos pero no de esa manera tan exigente con la que lo hizo Damián, sé también que Zac me ha besado con exigencia en momento que ya tú sabes, qué pierde, perdemos el control y la fuerza aparece pero está mezclado con la delicadeza y pasión. Cosa que no lo hizo él.
Sacudo la cabeza para borrar ese momento trágico que acabo de pasar. Termino por dejar el comedor limpio como estaba, cojo las hojas impresas que ya están en el escritorio esperando por mí. Ordeno mi ensayo y lo coloco en un sobre y lo dejo ahí. Espero que mañana no se me olvide o si no tendré graves problemas.
*****
El miércoles en eso de las seis de la mañana ya estoy levantada para asear mi cuerpo, a las y media salgo de casa para montar en el auto de mi hermano que hoy me llevará a la universidad. Siendo sincera siento que voy al colegio pero no, ya he abandonado esa etapa y la extraño mucho. Estar en la universidad requiere de fuerza y mucha pero mucha paciencia para todos los años que pasarás ahí.
Colocó música para que el ambiente se relaje, hablamos mientras que llegamos hasta mi destino. Nos ponemos al día sobre todo lo que nos ha pasado, amo a mi hermano es un amor. Tierno, amoroso y muy guapo, ¡tan lindo!. No sé qué haría sin él, si le digo lo que pienso alimentaré su ego y se pondrá insoportable.
Tras un largo recorrido desde la ciudad hasta el campus que está en el bosque, bajo del auto no sin antes besarlo miles de veces y abrazarlo con tantas fuerzas.
—Nos vemos, hermana— sonríe mostrando su placa dental bien formada. Cierro la puerta del auto y por al ventanilla digo:
—Adiós, Brad. Te quiero— su sonrisa de ensancha.
—Lo sé— entorno los ojos. Me despido una última vez y él se va.
Camino por el parking de la universidad a llegar a la gran puerta de madera pulida y de roble, está atestada de chicos, debo darle un Tours a todo el campus porque creo que en el mes que llevo acá solo los pasillos conozco. Voy hasta la parte recreativa de la universidad dónde quedé con las chicas para hablar mientras las clases comienzan.
Las localizo sentadas al rededor de un gran árbol que tiene una enorme sombra, la primera en verme es Becca. Aún sus palabras que ella y Zefora tienen algo resuenan en mi cabeza y me siento traicionado por la pelinegra. Creí que nos contábamos todo. Termino por llegar con ella que las acompaña la misma chica que hizo el reto de la gelatina en la fiesta.
«¿Cómo se llamará?».
—Hola, chicas. ¿Qué tal?— digo sentándome en el pasto mojado frente a Becca que tiene sus lentes chuecos y una mancha de mermelada en la mejilla.
—Hola— dicen al unísono. Hago un gesto al escucharlas. Saco una servilleta de papel que traigo en la mochila, siempre llevo por cualquier cosa y creo que Becca es la cosa hoy.
—Toma, limpiate la mejilla. Seguramente la mermelada estaba rica esta mañana— bromeo un poco. Sus mejillas se tornan rojas como tomates, esconde su cabeza de las miradas acusadoras.
—¡Qué...!— Se detiene Zefora. La miro con las cejas elevadas.
—Zefora, ¿tienes algo qué decirme?— ella mira a la chica que está junto a ella.
—Nada, ¿Por qué lo dices?— suena segura y arrogante. Todo el paquete de Zefora. Aunque su mentira me duele la dejo pasar.
—Bien... ¿Qué harás después de salir?— inquiero. Ella hace una mueca de fastidio al fijar la mirada adelante.
—Nada, ¿por?. Bueno, sí; comer y dormir— remarca el "comer". Río para mis adentros.
—Ya se arruinó el momento. ¿Tú no te cansas de estar junto a ella todo el tiempo?— pregunta con desdén y la mirada en alto. Hundo la las cejas.
Voy a preguntar qué le pasa cuando unas manos me toman de la cintura y dejan un casto beso en la coronilla de mi cabeza. Giro y encuentro a Zac tan bello como siempre. ¿No se cansa de ser bonito?.
—Hola, gracias por preguntar. ¿Tú estás bien?— habla, la hostilidad no se pasa desapercibida. Zefora le muestra su dedo medio con una sonrisa sacarrona. Zac le sonríe arrogante y se sienta a mi lado.
—Y las demás somos unas palomas. Oye saluda, Becca y...— me quedo al no saber el nombre de la chica.
—Mía— completa Zefora por mí.
—Lo siento— me disculpo, ella niega.
—No te preocupes, no pasa nada— asegura.
—Tu nueva amiga es muy tímida, a ella ya la conocía por Zefora pero a ella no— señala a Becca que sigue escribiendo vete tú a saber y sin la mancha de mermelada.
—Sí, es muy tímida. Pero es divertida, ya verás dale tiempo— digo mirando a la pelinegra.
—Me recuerda a alguien— informa Zef observándome.
—Sí.
La apoya el chico.
—¿A quién?— pregunamos Mía y yo al unísono, nos reímos y miramos a los chicos que se miran con complicidad. Zefora pasa la mirada a mí como si la respuesta no es necesaria decirla. Obvia.
—A ti— exclama Zac. ¿Yo?
—No... bueno un poco...
—Un poco no. Todo. Así como se ve ella así te veías tú en las grandas. Kayla, sin lloriqueos— me advierte. Paso a la mirada a la susodicha, tienen razón.
—Bien lo acepto.
Los tres reímos, viejos tiempos, tanto malos como buenos.
—Me iré, tengo que ver a mi novio— anuncia Mía levantándose de su lugar y sacudiendo el trasero de la basura de césped —Por cierto...
—¿Qué fecha tenemos?
—Once...
—Mierda. Debo irme, los veré pronto— Digo, le doy un beso a Zac y voy corriendo a dirección. O sea al edificio.
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