17-Diecisiete
Al terminar la canción –realmente no fue una, estaba compuesta por muchas–, algunos se quedaron callados y otros murmuraban entre sí. Ahora agradezco haber estudiado en el CAS, pues ahí todas las clases eran en inglés. Nada de español.
Zac, me dió un apretón de cintura atrayendo su cuerpo al mío y, lo agradecí sinceramente lo agradecí porque lo necesito. Con su mano levantó mi mentón obligándome a verlo, sus ojos hermosos, bellos y únicos, se clavaron en los míos con el apoyo que siempre. Dio un rápido beso.
—Rompéle la madre— susurró. La música ya había sonado de nuevo. Liam me dió una mirada cómplice, subí las escaleras para encontrar a las personas que joden todo a su paso, sé dónde están porque al única habitación libre es el baño al fondo.
En el décimo escalón encontré a los culpables, Esther me mira con una sonrisa ladina y malévola mientras que Damián con gesto neutral como es su costumbre. Los demás en la fiesta gritaron, giré para verlos, un polvo blanco cayó sobre ellos.
—Estorbas el camino—, dijo ella con tono irritado, como si yo haya interrumpido su paz. La que ya se estaba irritando era otra. Me quité el antifaz para verla mejor, además que ya estaba dando picazón.
Cuadre los hombros y dije:
—¿Cómo jodidos te atreves a venir cuando tu presencia no es bienvenida?—. Okay, debía haberle dicho mejores cosas cómo: «hija de su Federica madre. Rubia de bote, lárgate o incluso, muerta en vida desgraciada perra». Pero no lo hice.
«Si desean darme un tiro, lo acepto».
Giró los ojos como si lo que acaba de hacer fuera tan obvio. Unos pasos se hicieron presentes atrás de mí.
—No tienes el derecho a recriminar ésto—, hizo un ademán señalando la fiesta.
——Así como tú destruiste mi auto yo puedo hacer contigo lo que quiera, ésto es solo la quinta parte de lo que de verdad te mereces. Idiota—bramó. La sangre me hierve y el enojo crece, mis instintos de ataque se están encendiendo.
—No, estás muy equivocada, Esther— subí el otro escalón para quedar a su altura.
—Tú eres la que debe pagar por cada una de las mierdas que pasé, y las chicas no las dejes afuera— la rete con la mirada.
Sus ojos color marrón como la mayoría de personas se oscurecieron, su enojo estaba apareciendo a diferencia de mí que ya tenía la piel erizada y los vellos parados por las ansias de estamparle mi puño en su puñetero rostro y regordete.
—¿Es mi culpa que tú vida sea una mierda?, dímelo. ¿Es culpa mía que tú seas un ser desagradable e insípida?…— inquirió retandome a responder. No aparté la mirada de ella, las manos me pican y sudan.
—…
»—No hablas porque sabes que es la verdad. Te recomiendo que vayas a tu nido de desgracia que ahí te ves mejor…— añadió con desdén. Bajó el escalón dándome un empujón.
—Insufrible de mierda— escupe pasando por mi lado. Hasta aquí.
Con la ansiedad a flor de piel recuperé el equilibrio, giré un poco para cogerla del cabello atrayéndola hacía atrás provocando que cayera de culo a las gradas a los pies de Damián que fue el estilo principal. ¡Lo acepto!, cogerla del cabello fue golpe bajo.
Sin bajar la fuerza y la guardia dejé caer todo mi peso sobre ella acorralando su cuerpo en medio de mis piernas, la tomé de ambas muñecas arriba de la cabeza, acerqué nuestros rostros. Amabas respiramos con dificultad.
—Que tú hablas como la chica perfecta intimidando a cualquiera que estorbe en tu camino, podrás hacerlo con otras pero conmigo te aseguro que tu papel de inocencia ya no sirve. Yo soy más que tú, eso te lo aseguro pedazo de basura.
Las palabras salieron solas y rabiosas, no solo las manos me pican sino también la lengua por decirle un par de cosas que jamás le dijeron en su maldita vida. ¿Cómo pude ser amiga de ella?
¿Cómo fui tan ingenua?
¿Cómo y por qué caí en su trampa?
No lo sé.
Llevé sus manos abajo de mis rodillas, ella forcejeo quería salir de mi agarre y, aunque tal vez me conmovió un poco vi el terror en sus ojos. Me aseguré que la presión de la fuerza estaba seguro y con toda la rabia, frustración, miedo, lágrimas derramadas y reproche alce mi brazo estampando mi puño contra su pómulo. Un cosquilleo recorrió mis nudillos, dolió sí. Pero valió la pena.
—¡Mierda!…
Soltó un quejido, sentí la adrenalina como nunca, tal vez fue el hecho de haber recibido maltrato físico y mental durante años además, me auto-castigaba.
No sé cómo, se abalanzó hacia adelante provocando que mi cuerpo cayera de espaldas a las gradas.
Mi espalda toco la madera de los escalones, mi cabeza cayó sobre la esquina de éste y fuí cayendo los pocos escalones que había subido. De un fuerte golpe topé con la pared para darme ventaja y caer al suelo. Mi cuerpo se quejó por el impacto, la cabeza me da vueltas y no tuve la fuerza necesaria para ponerme de pie y ver lo que sucedía. Un líquido escurrió por mi cuello, a cómo pude toque y ví. Sangre. Abrí los ojos sorprendida.
No tuve el tiempo para levantarme e ir a curarme, un cuerpo cayó sobre mí y una fuerte cachetada impactó a mi mejilla, ardió como la mierda. Las vueltas aumentaron y las bascas aparecieron. No luche por unos segundos, no sabía que pasaba, sentí como el fuerte dolor seguía y seguía y el ardor aumentó a mil. Tardé unos minutos en reponer mi cuerpo.
Mandé cada síntoma a lo más profundo del mar y enfoqué la mirada en Esther que seguía sobre mí dándome cachetadas, ¡Qué pena!, las peleas entre Scarlett fueron más divertidas.
Con las fuerzas de vete tú a saber, la empujé lejos de mí, se escuchó un quejido pero no le puse importancia, me levanté del suelo con todo dándome vueltas. Localicé a la chica a pocos pasos de mí, un chico la sostenía mientras se recupera del golpe, avancé para terminar lo que empecé y no quedar como la chica que no sabía pelear porque sí, sé pelear aunque no lo he demostrado mucho.
—¡Hija de…!—la corté.
—¡Cállate, Esther! Aquí solo una va salir ganando— un líquido se abre paso en mi piel, voy hasta ella pero un chico de negro se cruzó en el camino, veo todo borroso.
—Es mejor que lo dejes estar— recomendó. Ignoré sus palabras y le estampe mi puño en su rostro, se apartó. Al llegar con mi supuesto amiga volví a marcarle mis nudillos en sus mejillas pálidas. Ésta cayó al suelo.
El que nadie se metiera a apartarnos me alegraba mucho, dejé mi cuerpo sobre ella que forcejea para salir de mi agarre, la tomé por los hombros y la atraje a mí.
—No soy lo que tú crees, idiota—, susurré para luego golpear su cabeza en el fino suelo de mármol. Escuché que me llamaron pero lo ignoré, cuando voy a darle otro golpe más fuerte me toman de la cintura y alejan de ella. Forcejeo para seguir golpeando a la chica, solo logro que me sujeten con más fuerza.
—¡Ya, Kayla!— oigo a lo lejos. Dejo de luchar, cada vez más me siento débil y es que la sangre no deja de brotar aún no entiendo cómo estoy consiente después de semejante golpe.
Mi trasero tocó un suave colchón y el murmullo de muchas personas se percibe. No distingo nada, solo que hablan y hablan y el dolor de la cabeza aumenta más y más. Un cuerpo se acerca a mí, toma mi cabeza en manos y revisa la herida. El roce de sus dedos duele peor de lo que pude imaginar.
—¡Maldición, no me toques!— grito. Miro a la persona culpable de mi dolor. Es alto, con unos lindos ojos, es bello.
—¿Te duele?—, entorno los ojos.
—¡No!, Es de lo mejor, se siente súper— digo sarcástica. Es la pregunta más estúpida que he escuchado.
—Claro que le duele idiota—, se une otra voz que no reconozco.
—Debemos llevarla a un médico…— no, menos eso.
—Nada de médicos, curame como sea no quiero ir a un estúpido hospital—. Es increíble que no me desmaye.
—Kayla...
—¡Qué no!
—Bien. Solo no te quejes.
No prometo nada.
Tras unos segundos se hizo presente el silencio, el chico (cabe decir que aún no sé quién es) se sentó a mi lado, apartó mi cabello castaño para luego pasar algo suave y mojado sobre la herida. Maldije por el ardor y dolor, apreté las sábanas entre mis manos y me dediqué a insultar y dejar salir palabrotas que nunca había dicho. Fue una tortura estar ahí; dolor donde sea, hasta las células duelen. Un tiempo después se alejó de mí.
—Ya está. Tómate ésto, se te quitará el dolor— ordenó. Sin pensarlo dos veces cogí el vaso de agua y las pastillas blancas. Las tragué y acomodé mi cuerpo sobre el colchón, solo tengo ganas de dormir y no despertar.
—Vete, quiero estar sola— dije casi lloriqueando. Cerré los ojos, el sonido de la puerta informó que lo había hecho pero los movimientos de la cama dijeron lo contrario. Unos brazos rodearon mi cintura, giré para quedar cara a cara con el desconocido.
—Nunca te dejé sola atrás, no lo haré ahora que me necesitas, Kayla— besó mis labios. Un beso que no correspondí. Acomodé mi cuerpo, encajamos bien. Mejor qué bien. El calor de su cuerpo me envolvió y fue un bálsamo para que mis sistemas se calmaran.
*****
Desperté con un tremendo dolor en la parte baja de mi cabeza, las mejillas me duelen, más bien me arden y lo que me deja doliendo el alma más que el dolor físico es que estoy sola en la cama con las sábanas manchadas de sangre.
«¿Vino Andrés?»—pienso. No, ya pasé por eso.
Rodeé la cama y me vi en el espejo que hay en el cuerto de Liam, estoy hecha un desastre; mejillas rojas, sangre por todo mi cuello y pecho y mi cabello enmarañado. ¡Qué soy fea y así más fea me veo!.
La puerta se abrió mientras seguía dándome lástima a mi misma, ¿Quién no lo haría?. Zac entró con un vaso de agua, al verme parada se acercó rápidamente a mí con cara de pena. ¡Lo dije!.
—¿Estás bien?—, inquirió dándome unas pastillas y el vaso al tope de agua. Tragué sin pensarlo, sé que Zac sería el último en hacerme daño. Negué con la cabeza.
—Me duele mucho, además estoy más fea de lo que siempre estoy— comenté, él rio. Caminé en dirección al baño, necesito una ducha y rápido.
—Debes descansar, y por lo fea que estás… bueno, tú nunca estás fea…— giré para verlo. Cuando él se propone a hacer lindo lo consigue pero no estoy de humor. Tengo la cabeza rota y las ideas se me cuelan.
—No mientas, Zac. Sé que soy fea y ya… aún no entiendo porqué… ah, olvídalo—. Elevó una de sus perfectas cejas, entramos al baño. Iba a desnudarme pero no lo hice. Abrí la llave y añadí:
—Sal, debo ducharme—, una sonrisa pícara adornó su rostro.
—No entiendes ¿qué?…— su tono es sutil, sabe cómo manejarme el muy idiota pero quién tiene la culpa de eso soy yo por permitirlo.
—Vete. No lo voy a repetir dos veces— dije ya más enfadada, el buen humor no está de mi lado y la poca paciencia que tengo se está acabando así qué; por las buenas o las malas.
Zac dió un paso al frente y colocó una mano en mi cintura.
—No eres fea— musito con voz ronca y salió del baño. Solté el aire que tenía, aún la presencia muy cercana de Zac me pone nerviosa es como si fuera la primera vez que estamos juntos y la tensión de ambos puede más. Cómo si nuestros cuerpos pidieran más de lo que nos permitimos.
Ya solo con la ropa interior me vi en el espejo. ¡Qué pena! No tengo arreglo aunque el Doctor Frankestein hiciera sus experimentos conmigo. La puerta se abrió de golpe dejando ver a Zac (otra vez) mis mejillas se tornaron carmesí y cogí el primer pedazo de tela que vi para cubrir mi desnudez.
—¡Te dije que salieras!, ¿qué no entiendes, idiota?—, traté de sonar enojada pero más bien salió débil y apenada. Dio pasos al frente y yo a atrás, así nos estuvimos hasta que mi espalda chocó contra la pared.
—La que no entiende que no eres fea eres tú, Kayla—. Con una de sus manos tomó el borde de la tela y la haló dejándola caer al suelo, tomó mi muñeca atrayendo nuestros cuerpos.
—… Zac, vete…— rogué. Hizo caso omiso, unió nuestras bocas en un beso delicado y lleno de ansías. Su lengua ágil abrió paso para encontrar la mía y se tocaron, rozaron con pasión que sentí ahí mismo derretirme entre sus brazos. Sus manos toquetearon mis nalgas y gemí.
—Eres hermosa, me gustas cómo eres así que deja de pensar eso—, dio un último beso a mis labios. Sus dedos delinearon la comisura de mis labios y salió dejándome atontada.
—Joder.
*****
Bajé del auto de Liam donde venían, Zefora, Becca, Caleb y Justin. Sí lo sé, parecemos el auto de payasos de la película Los pingüinos de Madagascar, Fugitivos. Mi casa como sabemos está en completo silencio. Fui directo a la cocina y aunque parezca raros solo me serví café y subí a por mis hermanos. Seguramente aún siguen dormidos. Mis regalos están en la casa de mi amigo. Antes de venir a casa fuimos a un medico, el cual revisó mi herida y dijo que con medicamentos y tener higiene estaría bien.
Entré al cuarto de Brad que duerme boca arriba solo en boxer, se ve cansado. Fui al cuarto de Maya que está sentada en su escritorio tecleando en su laptop/portátil y come saber qué cosa.
—¿Puedo pasar?— ella se sobresalta. Me fulmina con sus ojos café como los míos.
—Por supuesto. Siéntate y cuéntame qué tal te fue ayer…— pide regresando la vista al aparato. Hago una mueca que no ve, cojo una silla y acomodo mi trasero plano.
—Siento haberte asustado— me dedica una sonrisa sin verme.
—Bueno, la fiesta estuvo bien. Me la pasé genial con los chicos, ya sabes cuánto disfruto las fiestas.
Aseguro.
—Era de esperarse, tienes unos amigos… que mejor me reservo los comentarios, hermanita— bromea. Río al Igual que ella, doy un sorbo a mi café.
—No son tan malos, solo divertidos y rebeldes como cualquier chico de diecinueve y dieciocho años— los defiendo, la verdad es que tiene razón pero no lo diré, se pondrá en niños y nah.
Hunde las cejas, masajea su sien y dice:
—La única aburrida del grupo eres tú, ¿cierto?. Me alegra que hayas dejado tu etapa de idiota atrás, Kayla— dice monótona, entrecierro los ojos. Me ha ofendido, deja de lado su tarea para quedar cara a cara.
—Si tú lo dices, Maya. Yo también me alegro de haber dejado todo eso atrás— confieso melancólica recordando la noche anterior.
—Por cierto, ¿cómo lo llevas?—. Gira su torso para coger algo del otro lado de su escritorio. Muerdo el interior de mi mejilla para no soltar la verdad, no es que sea egoísta con mi hermana, no. Es solo que esto me lo guardaré solo para mí, no les diré nada a mis hermanos.
—De lo que de dice bien, bien, no. Pero lo estoy superando. Ya no somos amigas— digo, se gira. Deja un pastelito de sabor vainilla con una velita, la enciende y lo arrastra a mí.
—Creo que es lo mejor, nunca me agradó esa chica pero nunca te lo dije hasta ahora. Olvídate de todo, la vida se encarga de hacer pagar a las personas que te hicieron daño— sugiere. Curvo la boca hacia abajo.
—Oh, conozco ese gesto. Ya te encargaste de eso ¿Verdad?— pregunta.
Miro a otro lado que no sea ella, centro la mirada en el pastelito.
—¡Joder, Kayla!— maldice.
—¿Sabes?, olvidemos ésta conversación porque no puedo con ella. No sé cómo Brandon te soporta en serio— compara condescendiente ajena a la confianza entre ambos.
Toma el pastelito entre sus manos y lo acerca a mí, un detalle pequeño pero con mucho significado tanto para mí. Apesar que no comparto mucho con ella como con Brad sé que me quiere y que estamos bien.
—Pide un deseo…
Inhaló, voy a soplar cuando me detiene.
—… No pidas nada vengativo.
Advierte, quedo como pez globo con las mejillas llenas de aire, la miro mal. Soplo pidiendo mi deseo sabiendo que no es verdad, pero imaginar y salir de lo corriente no hace mal.
—Te quiero, mucho hermana. Solo te pido que no cambies y te pongas a pensar más— dice abrazándome.
—¡Hey!
Me quejo aunque sé a lo que se refiere, soy muy aventada, no pienso las cosas. Solo lo hago y después me arrepiento.
—Tú lo sabes. Ahora; después de las dos iremos al registro civil para tu documento de identificación y luego iremos a un restaurante para celebrar tu cumpleaños. Solo que finge no saberlo, Brad lo hizo una sorpresa pero ya sabes cómo soy cuando de secretos entre nosotros se trata.
Enumera con los dedos, es pésima guardando secretos entre nosotros.
—Como digas, actuaré como loca desquiciada— digo abandonando mi lugar y cogiendo el pastelito.
—No tan tú— se queja.
—Muérte—, ambas reímos.
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