15-Quince
Los segundos pasan y no despego la mirada del reloj de mi celular, ¿cuánto tardarán?. Al parecer los cielos escuchan mis plegarias pues el bullicio de los estudiantes parece en abrir y cerrar de ojos. Algunas chicas entran y cotillean entre sí por cualquier chisme de chicas. Mientras que yo estoy sentada en el WC encerrada en el cubículo con pestillo en la puerta. De repente la puerta se abre a golpe y una chica proclama:
—Alguien ha dejado una lápida en un Mercedes Benz— su tono es asustado y con la reparación agitada. Las otras exclaman un "qué". Río por lo bajo.
—¿Cómo sabes?— pregunta otra.
—Todos están yendo hacia allá, además dicen que es perturbadora la escena…— luego tres tonos de diferentes celulares sonaron interrumpiendo el discurso. Eran notificaciones. El silencio tardó un par de segundos hasta que la tercera voz se unió a la conversación.
—Ya lo subieron a la página— eso no lo vi venir aunque se lo merece ahora será la comida de los universitarios por una buena temporada. Las tres chicas decidieron salir y yo, esperé unos segundos e imite su acción.
Me quité las gafas de sol, la hinchazón de los ojos ya no la tenía pero aún se notaba que había llorado por mucho tiempo. Tengo una pinta de lo más horrorosa, recuerdo la última vez que estuve así. Mi cabello castaño liso se ve todo desgreñado, áspero y grueso por la suciedad ya no tiene ese brillo que tanto me gusta. Unos arañazos adornan mi rostro y mis brazos junto a mi vestimenta está llena de tierra seca y húmeda. Escaneo todo y me doy cuenta que tengo restos de césped sobre el jeans, lo sacudo y caen.
Cogí mi cabello en una coleta y coloqué la gorra de mi hermano. Salí, doy el paso cuando veo a Caleb cruzando el pasillo. Recuerdo que debemos elegir a un autor y realizar el ensayo, no lo entregaremos hasta la otra semana así que tenemos tiempo, lo llamo, coloco las gafas antes que me vea.
—¿Sí?— pregunta acomodándose su chaqueta café.
—Ah, Damián ya me ha dado la lista de los autores. Pásate por mi casa para que escojas cuál— informé. Elevó una ceja.
—¿No rompería alguna de las reglas?— no pude interpretar su tono pero si que pude notar que lo disfruta. Suspiré.
—Caleb, eso ya se terminó. Puedes hacer lo que quieras siempre y cuando yo no tenga nada que ver conmigo. Elige tú— niega rápidamente. Unos estudiantes aún seguían en el pasillo y otros corren por ver la escena perturbadora en el parking.
—Podré trabajar con cualquier autor, elige tú. Sé que harás buena elección— sin decir nada o despedirse tomó su rumbo. A un metro y medio seguí sus pasos porque debía encontrar a las chicas por mis cosas.
Afuera todos murmuraban el acontecimiento sacado de película de terror. No me detuve a chismear como los demás fui directo hasta el auto de Zefora el cual se encuentra del lado opuesto al otro. Fue fácil llegar por el hecho que la mayoría de personas están entretenidos allá. Becca acomodaba algo dentro del auto y Zefora habla con tres chicos muy animada, me pregunto quiénes son. Voy con Becca.
—Becca— la llamo, ella se asusta y brinca por el asalto golpeándose la cabeza en el marco de la puerta —Lo siento mucho. No fue mi intención— me disculpo. Ella sale de su lugar acariciando el área afectada.
—Déjalo, me asusto rápido. Tus cosas están acá, pesan mucho— se queja —¿Ya sabes lo que pasó?— inquiere. Cierra el auto quedando parada frente a mí.
—Sí, fui yo la responsable— abre los ojos a más no poder —Te dije que tus heridas y tu cabello tendrían venganza...
—No, no te pedí eso. Kayla el rector sabrá quién lo hizo y te suspenderán o expulsan. Esto es grave, joder— el nerviosismo invade su cuerpo. Lleva sus manos hasta su cabeza soltando chucherías. Quité las gafas y la abrace con fuerza.
—Shh, eso no pasará. Tranquila ¿sí?. Estará bien y nadie sabrá nada, solo no le digas a Zefora— pido. Sé que estoy siendo una egoísta desgraciada con mi amiga y no solo con ella sino con la chica a mi lado.
—¿Por qué? sabes que no puedo estar bajo presión.
—Lo sé, será un secreto. El primero de muchos. Le diré pero no hoy— se separa de apoco. Parece entrar en razón o más bien se dejó manipular por mua . Me quita la gorra, sus ojos me observan una y otra vez sin poder creerse mi aspecto.
—¿Por… por qué estás así?—, su voz se quiebra. Rebeca me recuerda mi versión nerd.
—Becca no es nada. Respira. Antes que preguntes solo digo que ya he pasado por ésto y no es nada. Todo bien.
—Kayla, no te ofendas. Tú me das miedo.
—Solo guardame el secreto.
—Haré un intento. Tengo que irme, mi hermano vino a por mí. Adiós, despídeme de Zefora— me regala una sonrisa para irse hasta la salida. Me monto en el auto y espero que mi amiga termine de hablar con sus amigos. Los dos chicos son atractivos y la chica tampoco se queda atrás. Tras la larga conversación de ellos, ella se digna a subirse al auto y salir del campus.
Nadie dice nada, es un silencio incómodo el cual no entiendo. Sé que debo hablar con ella antes que lo descubra por su propia cuenta y me haga un drama del cual prefiero hacer oídos sordos. La llovizna cae en capa fina y suave sobre nosotros. El viento sopla fuerte y el frío hace acto de presencia. El sol ya no está y la oscuridad le da un lado tétrico a la lluvia. Tarareo una canción mientras veo por la ventana aún con las gafas puestas.
Llegamos hasta mi casa luego de un recorrido bastante extenso, incómodo y sobre todo raro entre nosotras. Siento que me oculta algo pero no sé qué. Cada rato abría su boca pero la cerraba y sacudía la cabeza. Tomé mis pertenencias, antes de irse dije:
—Becca y yo te decimos adiós.
Cierro la puerta.
—Hey, tu actitud no me agrada— se queja, sabía que tenía que explotar en cualquier momento.
—Ni a mí, no puedo hacer nada. Te veo pronto, adiós— entro a casa. El desorden aún sigue. Subí hasta mi cuarto, tiro las cosas sobre la cama y bajo. Voy a la habitación de mi hermano el cual está durmiendo como tronco. Mi hermana no tardará en venir. Amarro bien mi cabello e inicié a limpiar el desastre.
Cogí los cristales, los papeles revisé uno por uno. Los clasifiqué por nombre; Maya, facturas y basura. Acomodé los muebles en su lugar. De paso aprovecho para hacer una limpieza general. Las telas de araña, la verdad es que vivimos como cerdos. La casa está empolvada. Con cuidado dejé el televisor sobre el sillón, acomodé las pequeñas mesas que decoran la sala, limpie y dejé el televisor en su lugar. Lo encendí para verificar que aún sirve y ¡milagro, la vida me ama!. Ni un rasguño ni tinta regada. Parece nuevo. Ya todo listo ahí abajo deposité los cristales de la lámpara en una bolsa de papel y con un marcador negro escribí vidrio dejándolo en el bote de la basura. Subí a mi habitación, la cual sigue y seguirá igual; desordenada, con basura y oscura. Coloqué una cortina para cubrir la ventana.
Decidí irme a duchar y dormir. Habían pasado más de treinta minutos y Maya no viene, seguro anda con alguno de sus novios.
*****
Al día después del miércoles despierto por la luz que entra por la ventana. Tomé una ducha, vestí algo cómodo para la ocasión. Hoy tengo que ir a recoger las invitaciones para la fiesta y la verdad es lo único que me alegra saber. Bajé hasta la cocina. Mis hermanos comen en la barra y hablan de saber qué cosa. Les beso la mejilla, preparo un cuenco de tres tipos de cereales: chocolate, sin azúcar y dietéticas.
Me siento junto a ellos sin decir nada. Dejo que hablen, que disfruten. La paz reina pero luego se va a la borda cuando mi hermano me recuerda:
—Después de desayunar vamos al taller— asiento. Maya indigna reprocha.
—Te dije que puedo revisarlo. Hoy no tengo clases, tengo el día para hallar el problema…— pero mi hermano es mi hermano y sentencia.
—¡Qué no!, confiaré en ti hasta que tengas tu diploma colgado en la pared. De lo contrario pagaré el mantenimiento—. Maya resopla furiosa por la respuesta de Brad.
—¡Bien, qué te dure el dinero!— se levanta de golpe y sale por la puerta trasera a dar al patio.
—Creo que se enojó.
—Eso parece.
—¿Lo dije en voz alta?
—Sí.
—Disculpa.
—Es la verdad. Vámonos.
Recojo los platos sucios mientras él busca las llaves del carro. Al tiempo que termino de lavarlos baja ya cambiado con un jean y una playera gris pegada a su torso y una gorra negra. Silva en señal de irnos. Nos despidos de Maya en un grito, salgo. Brad ya está esperando, subo de copiloto. Arranca y salimos con cuidado.
Ya en la calle va con demasiada precaución.
—¿Cuál crees que sea el problema?
—No lo sé. Tal vez es el motor, no sé— repite. Afirmo con un movimiento de cabeza. Cruza en una calle para dar a una área de casas.
—Creí que íbamos al taller.
—A eso vamos, solo le confío el auto a un compañero de trabajo. Tiene su propio taller en casa y su trabajo es bueno— elogia. Bajo la ventanilla para ver mejor el panorama. Jamás había vendido acá, sí sabía de su existencia pero hasta el día de hoy pongo un pie. Sigue recto luego dobla la esquina a la derecha. Sigue para luego aparcar frente a un taller enorme y una casa pequeña de solo un nivel.
—Es aquí. Quedate si quieres, tienes que bajarte después—. Se quita el cinturón de seguridad. Camina hasta el interior del taller. Sobra decir que hay varios autos aparcados en todos lados, excepto en la calle, herramientas y cosas pesadas tiradas en todas partes. Cómo estar sola no me convence del todo bajo del auto, me hago una coleta y sigo el camino de mi hermano.
Con todas las cosas tiradas es muy costoso caminar. Giro a la derecha encontrando la puerta por donde ha entrado mi hermano mayor. Esta parte es una casa acogedora, sigo caminando, doy a la cocina. Ahí de espaldas está mi hermano hablando con un tipo casi de su edad o más. Ríen y hablan.
El otro tipo de rostro relajado y sin penas nota mi presencia, sonríe y me señala. Brad se gira y afirma con un movimiento de cabeza. Voy hasta ellos, cada vez el otro creo reconocerlo pero no sé dónde. Tiene cejas pobladas y facciones marcadas. Me apego al brazo de mi hermano.
—Decidiste bajar— afirma.
—Sí. Eres un mal hermano—. El desconocido ríe, al ver que no hago intento en presentarme me tiende su mano. La acepto, da un apretón.
—La hermanita preferida. Ray— se presenta. Le regalo una sonrisa.
—Kayla. ¿Es tuyo el negocio?— inquiero señalando hacia la puerta.
—Sí… bueno no del todo. Mi hermano también invirtió en el. Vamos a ver cuál es el problema— se dirige a mí hermano.
—Puedes quedarte acá y comer algo o ir al taller. Tú decides— propone. Dudo y veo a Brandon. Ray se da cuenta de ello.
—Tranquila. No hay nadie solo tú estarás acá—. Asegura mi hermano. Acepto más confiada, la idea de quedarme en una casa desconocida no me agrada.
—De hecho mis hermanos estarán por llegar, no son un problema. Decide— informa Ray mirando el reloj de la pared.
—Me quedo luego voy un rato con usted— ambos sonríen al mismo tiempo y salen por la puerta que entré. Quedo sola en la mediana cocina pintada de un amarillo claro y blanco dándole vida y buena vista. No es de lujos pero sí tiene lo necesario. Al ver el refri mi estómago ruge, me debato si abrirlo o no. Al final de pensarlo tango opto por la desición que toda persona con hambre estando en casa ajena haría.
Abrir el refrigerador.
El interior del metal hay varias cosas; frutas, sobras de comida, bebidas, cervezas, embutidos y más. Mis tripas vuelven a rugir, así que tomo dos manzanas y un plato con lo que creo es lasaña. Cierro, tomo un tenedor y me deleito saboreando la deliciosa lasaña. Estoy ahogando por lo que saco una botella de agua del refrigerador. Le doy un sorbo larguísimo.
Últimamente mi apetito ha aumentado más, como y como, Maya dice que debo controlarme o aumentaré unos kilos de más porque soy tan floja que ni a correr salgo pero yo hago caso omiso a su regaño y sigo comiendo.
—… Vete tranquila. ¿Qué rayos…?— la voz la reconozco. Mis manos tiemblan y dejan caer la botella de agua sobre la mesa. Damián entra con su porte intimidante de siempre y se acerca a mí.
—¿Tú no tienes casa y por eso andas mendigando?— ¡Qué!. Claro que tengo.
—Si no sabes no hables… no es lo que parece…— me corta.
—¿No? pues veo, que una desconocida entra a mi casa para comerse mis alimentos. Tragando como si nunca probó bocado. ¿Tú cómo lo ves?
¡Okay!
—No se oía tan terrible como creí— digo bajo. Se cruza de brazos —Tu hermano me dijo que podía comer lo que quería. Y, yo no tengo la culpa que mi apetito cambie— suelto. Él gruñe. Toma un trapo de cocina y limpia el agua sobre la barra.
—¿Cómo conoces a mi hermano?
—Déjalo, yo limpio— demando. En un movimiento brusco quita su mano.
—No. Siempre cuando apareces algo sale mal.
—Déjalo. Damián, déjalo. Yo lo hice, yo limpio— sigue ignorándome. Harta de todo le arrebato el pedazo de tela y termino de limpiar el desastre. No es para tanto.
—No haz respondido a mi pregunta.
—¿Qué pregunta?
—Mi hermano.
—¡Ah, sí!. No te diré. Tú conoces a mi hermano. Sabes quién es.
—Eloísa, por si te das cuenta no soy un mago o brujo para saberlo todo—. Ruedo los ojos. Ya impecable como antes le doy una mordida a la manzana —Aún siendo encontrada no dejas de tragar. ¿Tus padres no te dan comida?
—No te metas con mis padres.
—Claro, lo olvidé. Eres huérfana.
—¡No, ellos aún viven!— exclamo. Toma la manzana, rodea la barra. Abre el refrigerador dejándola adentro.
—¡Hey, es mía!
—¿Tú la pagaste?
—No.
—Ahí lo tienes.
—Eres un arrogante, engreído hijo del demonio— lo insulto. Mis insultos no parecen herirle el alma aunque dudo que la tenga.
—Peores cosas me han dicho. Debes esforzarte si quieres sacarme de mis casillas— hizo una pausa —Por cierto, ¿cómo va todo con Kaylee?. Escuché que una lápida estrelló contra su auto.
—Vaya, qué rápido corren los chismes. No serás la persona con quien hablaré mis problemas. Sobre la lápida no tengo idea. No me gusta el cotilleo. Seguro se lo tiene merecido— encogí un hombro fingiendo inocencia.
—Tal vez tengas el 0,5 de razón. Al culpable le irá mal— ríe y negó —Seguro que es nuevo. En el parking hay cámaras de seguridad y las veinticuatro horas graban—. En ese momento sentí que la comida en mi estómago se convertía en un remolino.
—Repitelo— debí suponerlo. Ahora estoy en un grave problema, no solo con la universidad sino con mis hermanos. Joder.
—Ah, sí como lo oyes. Novato, esquivar las cámaras es fácil.
El sonido de mi celular cortó mi shock. Descolgué la llamada sin ver el registro.
—¡¿Qué?!— suelto.
—Kayla, ¿tienes las invitaciones?. Podré entregarlas solo mañana viernes— ¡Joder!, había olvidado la fiesta. Stop, no me ha llamado como siempre una parte de mí se siente fatal; incompleta.
—No. Lo he olvidado, ahora mismo voy a recogerlas. Seguro ya están—. Aviso. El chico frente a mí revisa su celular.
—Cuanto antes mejor. Mi madre ya se fue de viaje y Cris ya ha empezado a preparar la casa— antes que pueda seguir lo interrumpo.
—Dime que es lo qué falta y veré sí puedo hacerme cargo— Damián eleva una ceja en mi dirección.
—Comprar la comida y las invitaciones, el sonido ya está. La decoración Igual. Así que solo las compras pero de eso me hago cargo yo— suelto una carcajada.
—Liam, tú no eres de ir al supermercado.
—No babosa, antes no utilizo la computadora a ir por los pasillos del super con un carrito de compras. Le diré a las amigas de mi hermana— el chantaje.
—Bien, voy a la librería y paso a tu casa para dejarte las cincuenta. Te veo al rato, adiós— se despide de mí. Cuelgo. Ahora el problema es que debo caminar muchos kilómetros para llegar a la librería.
»—¡Fuerza, fuerza para seguir!— exclamo elevando los brazos al cielo. Damián guarda su celular y mirándome confundido inquiere.
—¿A dónde te diriges?— guardo mi celular en el bolsillo trasero de mi jeans.
—A ti…
—¿A ti…?
—A ti que te importa.
—Muérete. Quería llevarte, facilitarte la vida pero tú no frenas esa boca provocativa que tienes. Ahora arreglate cómo puedas— me golpeo mental.
—Debe haber una algo para que pueda remendar tu propuesta. Algo ahí… muy en el fondo…— hago una pausa. Mi cerebro rebobina sus palabras.
—¿Haz dicho que mi boca te provoca?—. Su mirada fría y calculadora aparece. Esas cejas que tanto envidio se alzan.
—Tardaste mucho en preguntar—, su tono fue una oleada de calor inmenso que invadió mi cuerpo pequeño a su lado.
—Pero sí. Sí la tienes. Cómo lames tus labios al quedarte sin aire o al morderte el superior cuando estás desesperada y lo que más me gusta es verte hablar furiosa, mueves en compás esa jodida boca que vuelve loco a cualquiera—. Su voz pasó de ser fría a ronca y erótica. Rozó sus labios en el lóbulo de mi oreja antes de separarse. Okay, la verdad no sé qué hacer en ese instante.
—¿Me llevarás o no?— rompí el momento que se tornaba rojo.
—Con tal de no verte tragar toda mi comida sí—. Afirmó —Ahora vámonos— me rodeó saliendo por la misma puerta trasera. Seguí sus pasos. Mi hermano y Ray veían el interior del carro, Ray le explica a mi hermano mientras éste escucha con atención.
—Ray—, lo llamó su hermano —¿Por qué dejaste entrar a Eloísa?— habló a la vez que enciende una moto. Tanto el susodicho como Brandon se volvieron para verme.
—¿Se conocen?— señala mi hermano.
—… Bueno sí, no del todo.
Trato de explicar.
—¿Tú?— pregunta el chico vestido de negro. Salí por completo del taller.
—Es mi hermana— aclara. Damián intercambia miradas con Brad y yo, algo molesto y acosador. Aunque sabía ser un acosador perfeccionista por el hecho que vigila cada uno de mis tick nerviosos.
—La vida si que está hecha de sorpresas. Ella es fea y tú pasable— lo fulminé con la mirada.
—Si te refieres a que soy guapo sí, sí lo soy— se defiende mi hermano. ¡Hey, que yo soy persona; escucho y siento!.
—Gracias por lo que me toca. Par de idiotas— insulto. Ray que todo el tiempo quedó en silencio ésta vez soltó una risita por lo que dije. Fui hasta la moto —Damián me llevará a la librería, debí coger algunas cosas. Te llamo—, aviso a mi hermano.
—Claro, solo no hagan delitos— no entendí su referencia por lo que la pasé por alto. Subí a la moto, pasé mis brazos al rededor de la cintura del chico. Lo necesario.
—¿Te haz montado antes a una moto?
—Sí—, mentí.
—Mejor.
Pasándome el casco arrancó, salió disparado de la calle. Me aferré a su torso el cual está marcado y duro como roca. Mis manos toquetean su torso tentador. El viento golpea mi rostro sin piedad, la camisa negra se eleva dándome acceso a su piel, al intentar tocar su piel desnuda una de sus manos detienen el movimiento.
—Si no dejas tocarme te demandaré por intento de violación— exclama al viento. Ruedo los ojos, jamás dejará de ser un bruto.
—No puedes tentar a un niño con dulces, sabes que lo comerá— comparo. Deposita mi mano en su cintura.
—Solo di que te haga un Strip tease y con gusto te amarro a la cabecera de la cama—. ¡Es un jodido orgulloso!. Vale está para chuparse los dedos. Aunque sé que saldría perdiendo no cerré la boca.
—¿Cuánto cobrarías por noche?
—No, chula. Yo cobro por hora— quise soltar una carcajada escandalosa por su comentario arrogante pero de costumbre ante él, la oculté.
Ya no dije más, sabía que ante los encantos de Damián saldría perdiendo aunque admito que tener cierta rivalidad entre nosotras hace más atractiva la situación y por más que desee alejarme no puedo. Su actitud odiosa me atrae, me llama, me incita a seguirle el juego. Tras el trayecto el chico aparcó la motocicleta y ambos bajamos casi al mismo tiempo. El reloj está apunto de marcar el mediodía. Entramos. Camino directa hacia el mostrador, una chica más madura se encarga de atendernos.
—Vine a por unas invitaciones, que justo hoy estarían listas— digo. Ella pide un minuto y entra a la parte trasera de atrás de la vitrina. Mientras que yo espero Damián apoya su pesor al cristal.
—Tu amigo, aquel…— pausa —¿Liam?— asentí —No nos llevamos bien que se diga. Hace un tiempo tuvimos peleas— informa. Fruncí el entrecejo. Cuánto secreto.
—Ah, no lo sabía.
—Sí bueno, no fue tan grave. Jamás nos hemos llevado.
—Bien por él.
—Cállate acosadora. ¿Te he dicho que no me agradas?
—¿Te he dicho que no te soporto?
—No, lo demuestras.
—Tú sí me lo haz dicho.
—Las palabras son espada de dos filos. Los actos duelen, no tanto como las palabras.
—¿Filósofo o poeta?
—Leo mucho.
—Se nota.
La misma muchacha regresa con un paquete de papeles bien apilados. Lo deja en el mostrador, coloca cinta adhesiva y me lo da. Firmo un papel confirmando que he retirado el producto.
—Son $50.°° por todo— indica. Saco el dinero de mi bolsillo, para variar solo traigo cuarenta. Vele, soy una irresponsable. Una idea viene a mí cabeza.
—Damián—bsus ojos me ven —Préstame diez y luego te los paso— la comisura de sus labios se eleva en reclamo.
—No me fío.
—¡Joder, vamos! te lo pasaré.
Duda unos segundos hasta que saca su billetera y me los da. Pago con una disculpa por todo. Cojo las invitaciones y salimos. El primero en subirse es él obviamente. Acomodo bien mi cuerpo sujetándome de él otra vez.
—¿Lista acosadora?
—Sí, stripper.
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