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🎃11-Once🎃

Capítulo extenso, (a comparación de lo demás) debido a la fiesta. Léelo con detenimiento.

-¿Dulce o Truco?

«+18»

La fiesta comenzará a las 05:30pm y ambas pelinegras vinieron a mi casa  al  mediodía con todo lo necesario para no estar corriendo. Cuando el reloj marcó las tres en punto decidimos irnos a duchar, ya que maquillar tres chicas lleva tiempo. Pues Maya, mi hermana mayor se había ofrecido a maquillarnos.

Becca se ducho en mi habitación, Zefora en la habitación de Maya y yo en la de mi hermano, el cual está durmiendo boca abajo con la baba de fuera. Aún así se ve atractivo. Maya comenzó por mí, admito que tuve paciencia, pasados diez minutos quería empujar a mi hermana a la pared y largarme de ahí.

Pero no sucedió, me contuve, y al final del arduo trabajo todo salió bien, el problema es que Zefora olvidó sus zapatos y ahora no tiene qué ponerse, Maya le ofreció gustosa sus quince zapatos, pero ella no sabe cuál usar.

«¡Maldición Zefora»– pienso mientras ella pregunta por milésima vez cuál usar. Ese es el motivo de mi arrepentimiento. Habla, habla dice los pros y contra. Ni siquiera se ha vestido, al menos maquillada sí.

—¿Sabes?, llámame cuando elijas cuál. Voy a vestirme, no toques nada— salgo dejándola en la pieza de Maya. Entro a la mía donde mi hermana maquilla a Becca, hablan con fluidez, como si tal se hayan conocido se años.

—¿Y?— pregunta mi hermana aplicando labial mate a la chica sentada en mi silla de escritorio. Tuve que hacer una mini limpieza antes.

—Aún no, ahí la dejé. Qué se arregle cómo pueda— La risita de Rebeca se hace presente. Reviso mi armario en busca de algo, sí. Al final no encontré ningún disfraz para mí.

Hasta al fondo recuerdo que tengo  unas prendas que Brad me regaló por ser buena hermana. La saco, un short azul de tiro alto a mitad del muslo, cojo también mi camisa de ceda azul rey. Me visto, compruebo mi aspecto, todo bien. Ya he dejado en claro que no tengo curvas como Cara Delevingne, mi cuerpo es pasable. Lo acompañé de unos botines negros con púas y mi chaqueta igual azul.

Sé que no es un disfraz pero al menos me veo pasable. Maya ya había terminado de maquillar a Becky, ja. Se vistió de bruja a juego de unos tacones no tan altos. Zefora entra con un par de botines beige en las manos. Ya había olvidado su presencia.

—Creí que no irías—, comenta Becca mirándose en el espejo de mi armario y no creerse que es ella. Se coloca sus anteojos de pasta.

—Da igual si voy o no— dice borde. Entorno los ojos, ¿ahora qué le sucede?.

—Tú me prometiste que sí irías para que me emborrachara— recuerda emocionada.

—Pues sí voy. Ya déjalo— okay. Ese ánimo no es común, algo pasa y es grave. Becca se da la vuelta con sus anteojos.

—No te los pongas, te ves más hermosa sin ellos, ¿verdad Zef?— la miro, está de espaldas a nosotras sentada en la cama.

—Sí, te ves igual— Crispa, si no cambia esa actitud de mierda habrá bronca.

—No le hagas caso— la consuelo —Baja. Ya vamos nosotros— sonrío a boca cerrada. Sale sin decir más.

Por última vez me veo en el espejo, coloco una diadema de cuernos, cojo una liga para el cabello porque no soportaré estar así. Me paro frente a ella con los brazos cruzados reprochando su comportamiento. Se levanta.

—Dime por qué le hablas así a Becca— cuestiono borde igual que ella. Me mira. La miro.

—Nada, no pasa nada, ¿okay?. Y ya vámonos que se hace tarde— me rodea y sale. No. Ese "nada" tiene sus motivos y estoy segura que es lo que pienso.

Bajo las escaleras no sin antes besar la mejilla sudada de Brad y despedirme de Maya, subo al auto de Zefora de copiloto. Arranca en dirección a la universidad. Rezo para que esto no termine como las otras veces.


*****




A las 06:00pm llegamos a la entrada donde un grupo de último año está con una cámara para tomar fotos. Ni perezosas ni lentas posamos para la cámara. Luego de eso seguimos por el camino iluminado de velas eléctricas y arañas de goma.

Los de esta área hicieron un buen trabajo en la decoración, hay fantasmas, telas de araña, zombies, y todos los monstruos que puedan existir. Incluso una imitación de Michael Myers en la entrada.

La música resuena a todo volumen y los pasillos están atestados de estudiantes. Las personas no se reconocen. Caminamos en dirección al campus donde será la fiesta y estará la casa del terror. Ninguna a dicho nada. Espero que Zefora cambié de actitud pronto.

En la gran barra hecha por mesas hay diferentes tipos de comida y ponches menos alcohol, ¡trágico!.

—¡Hey!, aprueben estos dulces, son deliciosos— Becca nos da un dulce a cada una en forma de estrella color amarillo.

—No, iré a rodar por ahí— joder. Se va. Estoy segura que está así por el motivo de cómo se ve Rebeca. Está atractiva y no culpo a mi amiga. Por otro lado la chica dulce y tímida se siente mal y no puedo evitar sentirme igual o peor que ella. Suspira resignada, está haciendo lo que puede para que Zef vuelva a hablarle.

—No te sientas mal, Rebeca. Siempre es así pero hoy se le alteraron demasiado las arterias. Deja... voy hablar con ella—  informo.

—Déjalo, sus motivos debe tener. No me digas nada o se pondrá peor— la abrazo, ella me responde.

—Ni lo pienses, ahora mismo va a darme una buena explicación. Ya vengo— nos separamos. Ella se queda ahí y yo voy en busca de la chica diabla que se convirtió en verdad.

No fue muy díficil encontrarla, reconozco ese cuerpo de diosa que tiene a kilómetros. Sostiene un baso plástico y habla como si nada, con un par de chicos. La tomo del hombro girándola con brusquedad.

—¡Hijo de pe...!— al ver que soy yo calla —Tranquiliza tus nervios, Kayla— me reprende. Los presentes se van dejándonos solas.

—Tú eres la que se debe de tranquilizar. ¿Por qué mierda le hablas así a Becca?, ella a tratado de hablarte y tú solo la desprecias. Dame una razón, ¡una!— exijo.

—No hables sino sabes. ¿Una razón?, ¿cómo se ha vestido no es suficiente para ti?. ¡Ya pasé ésto contigo, no quiero que se repita!— algunos se giran para vernos.

—Tienes la boca para decirle tu enfado. Debes controlarte, no irás enojada con las chicas que se visten así...— antes que pueda seguir me interrumpe.

—No con todas, solo con ella. Ella a propósito se vistió así, eso tú no lo vez porque no eres de mi bando. Ella sabe lo que provoca y no lo admite, ella...— se corta. Sabía. Sabía, hubiera apostado.

—¿Ella, qué?— me suelta y niega.

—Desde un principio quise cogerla de las caderas y besarla. Me he controlado, Kayla— grita de frustración —Pero esto es el límite. No puedo estar cerca de ella. Así que si no sabes no vengas a recriminar cosas que jamás comprenderás.

—Soy tu amiga, Zef...

—Por ahora ahórrate esa mierda y déjame en paz. No quiero pelear— pide con una mezcla de frialdad y honestidad.
Se pierde entre las personas. Rendida voy hasta la mecha de todo este problema.

—Becca— se gira para verme —Creo que deberías dejar las cosas así cómo están y dejar que se enfríen. Hazme caso, déjala, ya se le pasará— la abrazo. Somos de la misma estatura. Su perfume inundan mis fosas nasales.

—Bien, tú la conoces mejor que yo. Iré a dar una vuelta—  se va por el lado contrario al de mi amiga. Estoy que no entiendo nada, ella podía abrir su boca y contarme pero no.

Sacudo la cabeza, cojo un vaso y sirvo ponche. Abandonada y con un vaso de mal ponche en la mano decidí ir a dar una vuelta por ahí, no culpo a Zefora. Solo que, estar en su lugar es complicado. Cruzo el campo para dar a la cancha de fútbol que es dónde está la casa del terror.

Jamás he entrado a una y creo que saldré con la respiración agitada y las piernas temblando. Reúno todo el valor que tengo en las venas y pago mi entrada que no cuesta mucho, todo lo recaudado hoy irá a un hospital de niños necesitados.

Todo está oscuro, nada más el camino se distingue por unas luces tenues, el pasillo es largo y tiene algunos agujeros en la pared con manos saliendo de ahí. Camino con cuidado de no tocar nada, tarareo una canción en portugués, cierro los ojos por un momento al tiempo que una mano jala mi cabello y me hace gritar.

—¡Maldición!— grito, fue una estupidez haber cerrado los ojos. Salgo de ahí, una música siniestra y clásica se escucha provocando que todo el vello se me pare.

Uno, dos, tres, cuatro abre la puertecita. Cinco, seis, siete, ocho, sube las escaleras—   las piernas empiezan a temblarme.

Al llegar a lo que creo es el centro de la estancia hay varios pasillos con un cartelito que dicen:

"Da miedo" "No da miedo" "Super miedo" "Salida"

Joder, que esto ya lo vi en la película de «It», pienso, pienso y al final decido por "Super miedo", mi respiración empieza a agitarse y el corazón me martillea. Puedo escuchar mis latidos en la entrada de mis tímpanos. Todo está oscuro de fondo unos lamentos gritando a más no poder, ya no puedo. Cuando creo que voy a salir del otro lado del pasillo hay un globo rojo flotando.

—Quédate ahí, no te muevas— pido como si tal fuera a hacerme caso —No llames a tu dueño, no...— derrepente una luz se prende y el payaso está ahí viéndome con esos ojos feos que tiene. Suelta el globo que se dirige a mí.

»—Joder... te dije que no lo invocaras— sin saber que hacer mi cuerpo no reacciona,  mis pies no acatan la orden y el payaso camina en mi dirección. No sé cómo, pude despegar los pies del suelo echándome a correr gritando como loca.

¿Por qué tenía que entrar?

Entro a otro pasillo y me apoyo a la pared, llevo una mano a mi pecho, dejo caer mi cabeza hacía atrás. Unas manos toman mi cintura por detrás y  grito a todo pulmón, quedo al otro extremo de la pared, otras manos tocan mis pechos, no hace falta decir que grité ¿no?.

Salgo corriendo de ahí, saco mi celular del bolsillo trasero y busco el número en el cual confío después de mí. Suena, suena y nada. Estoy volviéndome loca.

Paro en seco al ver una muñeca de porcelana de vestido blanco sentada en una silla, a su lado un tipo con una máscara de cuero viejo y remendado con una enorme motocierra las manos.

—Hola, ¿Kayla, eres tú?...— no puedo articular palabra. La muñeca diabólica me mira, penetra su mirada en mi alma. El tipo enciende su motocierra.

—No, no... no puedo seguir— la voz me tiembla y mi cuerpo está por fallar. El tipo avanza hacia mí, las luces se apagan. Retengo la respiración.

—Kayla, dime dónde estás. ¡Dímelo, joder!— insiste. La música se escucha. Las luces vuelven y el tipo está a un metro de mi.

—Yo, yo. Zac, estoy— se apagan de nuevo —No puedo. Ven por mí, por favor— suplico.

—Dime dónde estás...— se queda corto ya que grito tan fuerte al escuchar el ruido de la cierra atrás de mi y el metal frío tocar mis piernas.

—¡Carajo! Ya voy para allá. Intenta encontrar la salida, no cuelgues. Háblame— su voz es fría y borde, a la vez preocupada.

Hago lo que dice, corro tomando el pasillo izquierdo que está iluminado. Hay cabezas humanas y brazos tirados en el suelo.

—Por favor, ven. Zac, ¿sigues ahí?— digo agitada. Camino con cuidado, con los tacones me resulta difícil pararme bien.

—Sí, ya voy. Háblame. Háblame, Kayla. ¿Cómo es tu vestuario?— Trato de calmarme pero no puedo. Unas bascas enormes se adueñan de mi sistema, las reprimo.

—No... no tengo disfraz. Vengo vestida de azul, todo azul y cuernos— respondo. Doy el paso en medio del pasillo, levanto el izquierdo pero no puedo avanzar cuando uno de los brazos agarra mi tobillo impidiendo que siga. Grito, halo, halo nada. Halo con más fuerza y me suelta.

Salgo de ahí, doy a otro cuarto en completo silencio. Está iluminado, unas lápidas adornan el suelo. Las luces parpadean hasta que se van dejando a oscuras todo. Gritos de lamento se escuchan al fondo, algo roza mis piernas, alguien pasa por detrás mío picando mis costillas.

—Joder— murmuro. Instantes después unas manos peludas toma mi brazo y otro par se posan en mis hombros. Una casa  metálica fría sube por mis piernas hasta llegar a mis muslos y espalda.

—¿Dónde exactamente?— Abro la boca para responder, no puedo. Mis lágrimas salen sin aviso, mi sistema no responde.


—En... en l-as lápi-das.

Las luces se enciende, un montón de tipos desfigurados me rodean y grito por milésima vez, me abro paso como puedo. Las lágrimas caen a mares mojando mis mejillas y camisa. Más de lo que ya están.

Quedo parada en ve tú a saber. Al otro extremo hay una figura grande con una mano en la nuca y parece buscar algo.

—Estoy viéndote— lloro con más ganas. El sonido de metales golpeándose entre sí sobre mí cabeza hace que levante la vista. Trago grueso. Varios cuchillos grandes y pequeños cuelgan del techo. No aparto la mirada.

Se menean golpeándose entre sí, se caerán y moriré, es lo que pasa por mi cabeza. Un aire fuerte los menea y se dejan caer. Las lágrimas salen a mares, al mismo tiempo unos brazos me rodean por al cintura.

Cierro los ojos con fuerza, sin importarme quién rayos es, me aferro a él, al instante su aroma varonil y atractivo inundan mis fosas nasales dándome a saber quién es. Con mayor fuerza lo abrazo. Hundo mi cabeza en el hueco de su cuello.

—Shh, ya estoy aquí. Tranquila. Ya estoy aquí, contigo— me consuela. Sus manos me toman con fuerza de las caderas elevandome hacia arriba, envuelvo su cintura con mis piernas y comienza a caminar.

—No me dejes, dime qué no me dejarás, por favor— suplico aferrándome más a su cuerpo. Aún sigo llorando y me da pena mojar su camisa.

—Siempre estuve y estaré para ti, Kayla. Ahora deja de llorar— pide en susurro sexy sin dejar de caminar.

—No puedo, fue horroroso. Al salir de acá me das tu camisa que la estoy mojando— digo y ríe.

—Sólo deja de llorar.

Hago lo que me pide aunque me resulta imposible, su aroma que jamás cambió calma mis nervios y cada que lo hinalo me siento mejor. Tal vez fue una idiotez entrar pero el resultado al final valió la pena. No quiero bajarme.

—Bájate— Joder. Lo hago, ya estamos afuera de todo. No sé en dónde exactamente, lo suficiente del bullicio verdadero. Dejo caer mi culo en la banca. Él me tiende vaso pero lo declino.

—Gracias, qué vergonzoso— digo más para mí que para él. Adopta una posición a mi altura. Su mano acaricia mi mejilla, más bien limpia lo mojadas que están.

—Te quiero y aunque me pidas que me aleje de ti no lo haré. Sabes que puedes contar conmigo; ayer, hoy y mañana. No te dejaré aún así me amenaces.

El corazón me da un vuelco enorme y todo yo, se  derrite ante sus palabras tan sinceras que pude haber escuchado. Sonríe de lado, esa sonrisa con la que todavía posee efecto en mí. Lo quiero, lo deseo y ahora mismo dejo de ser tan engreída y olvido el pasado para lanzarme a él y abrazarlo tan fuerte como mi fuerza lo permite. Él no duda ni un segundo en responder. Restriego mi boca en su pecho, no sé por qué. Solo lo hago.

—Mil gracias, no sé cómo voy a pagartelo— confieso en susurro. Se levanta, (aún seguía agachado) sus enormes manos toman mi cara alejándome.

—¿Dónde están tus amigas?— en cojo un hombro.

—Zefora anda de malas con nosotras. Solo porque Becca se ve sexy y ella no quiere tenerla cerca porque... ya sabes— hago una mueca. Ríe.

—Es gay— completa la frase, asiento.
—Bien, entonces ven a dar una vuelta conmigo en el laberinto, digo mientras te pasa el susto— Abro la boca pero me detiene —Así pagarás tu deuda.

—Te lo debo. Vamos— con ambos pulgares limpia lo húmedo —Debo estar horrible con el maquillaje, ¿cierto?.
Ríe.

—Así debería ser, pero no lo estás. Está intacto.

Toma mi mano entrelazandola con la mía, caminamos hacia abajo, aún no identifico el lugar. Mis nervios están más calmados y el temblor de mi cuerpo ya se esfumó. Seguimos y seguimos por el camino guiado por una de esas cintas amarillas que ponen los policías en la escena del crimen. Tiempo después estamos en la entrada del laberinto hecho por cartón grueso y blanco. (Las divisiones)

Hay muchas universitarios acá, solos, en pareja o grupo. Algunos entran, salen, otros están parados hablando entre sí riendo. Soy guiada por él al interior, adentro me doy cuenta que no es cartón sino una especie de plástico transparente donde se transmiten escenas de películas de terror. Tanto modernas como viejas.

—Hey— llama, lo veo —¿Qué pretende ser tu vestuario?

—Nada. No encontré uno para mi gusto y esto fue lo mejor del armario. Sabes que no tengo buena ropa— declaro. Había estado tan dispersa que no presté atención al suyo. Va de color negro de pies a cabeza y su cabello alborotado.

—Lo sé, deberías comprar más. Con respecto a tu vestimenta, te ves bien. Tus cuernos le dan un toque...— piensa —Provocador.

—¿Tú de qué vienes?, ¿eres mi versión varonil?

Dejamos de caminar, él suelta mi mano.

—¿No es obvio? soy Patch Cipriano.

—Patch tiene alas.

—No hasta el final. Además  Nora no las veía porque eran de material espiritual. Así que calma Nora Gray.

Reímos. Retomamos la caminata, ya hemos caminado mucho, el camino está solitario y el viento sopla azotando en mis piernas desnudas. Luego de un larguísimo silencio decido entablar conversación.

—¿Fer?

—En casa, está castigada.

—Mal, dale saludos por mi.

—Claro.

Silencio.

—¿Kayla?

—Sí.

—Deseo besarte y repetir lo que una vez hicimos en tu habitación solos. Pero no sé si tú quieras.

Calor, mucho calor.

—Lo deseo. Bésame— sin pensarlo, acorta la distancia y me tira a la pantalla. Su boca impacta con la mía, su lengua se abre paso y saquea mi cavidad bucal. Sabe a alcohol y menta.

Gimo, sus manos aprietan mis nalgas. Nos besamos con dureza, deseo, las ganas reprimidas del tiempo perdido. Por el puto aire nos separamos, levanta mi mentón.

—Regresemos a los salones, no quiero que te vean y escuchen tus sonidos.

—Estamos lejos, no sé si esperaré.

—Llegaremos.

Buscamos la salida que por milagro la encontramos rápido. Avanzamos a zancadas por el mismo camino sin verlo venir ya estamos en el principio y para mi sorpresa estábamos cerca de los salones al salir de la casa del terror, excepto que lado trasero. Zac me guía, entramos, caminamos un poco, abre otra puerta. Ahora desconozco todo.

—¿Seguro que no hay cámaras?— me sienta en una mesa, creo.

—Seguro, tanto que no te acordarás dónde estamos— sus manos sacan mi camisa por la cabeza, abre mis piernas con su rodilla acomodándose entre ellas.

—¿Dulce o Truco?.

—Truco.

Roza sus labios con los míos, toma uno entre sus dientes en acto tan seductor que mi cuerpo se sacude. Lo lame, mi estómago se deshace, sin aguantarlo más lo beso con fuerza de una manera tan erótica. Responde a una mejor.

Toma el broche de mi sostén, en un hábil movimiento lo saca por delante, trato de cubrirme él lo impide, toma uno de mis pechos y le da un apretón a mi pezón arrancándome un gemido de éxtasis.

Baja su húmeda boca por mi cuello, la clavícula hasta llegar a mi pecho, sus dedos no dejan de hacer maravillas en mis montículos endureciendolos cada vez más. Mis manos van hasta el broche se su jean, me deshago del cinturón y el botón.

Está duro y caliente. No paramos de comernos la boca, sin darme cuenta él ya está bajando mi short y bragas al mismo tiempo, en el recorrido muerde mi pelvis, arqueo la espalda dejándome hacer por él. Saca por completo las prendas, quedo completamente desnuda.

—Eres hermosa, Kayla— Su aliento choca en mi punto más sensible, con los pulgares abre los labios de mi vagina, sopla. El aliento me falta.

Sigue soplando, torturándome, hasta que se digna a utilizar su lengua. Da unos golpecitos con la punta de se lengua en mi clítoris. Arqueo mi cuerpo en acto salvaje. Hace maniobras con su maravillosa lengua ahí abajo.

Gimo  tan alto que considero que puedan escucharme los estudiantes. Una corriente se reúne en mi vientre bajo, llego. Enredo mis dedos en su cabello alborotado trayéndolo a mi boca.

Escucho la envoltura del preservativo. Lo rasga con los dientes, se lo coloca y vuelva besarme. La yema de sus dedos endurecen mis pezones, el cuerpo me arde en brazas pero no pequeña, sino en grandes y muy ardientes.

Choca la cadera con la mía, rozando mi entrada.

—¿Segura?

—Sí, mucho.

En una fuerte y dura estocada me empala sobre la mesa, me sostengo de aus hombros fuertes para no caer. Sigue, una, dos, tres, cuatro, cinco, diez embestidas satisfactorias, sus gemidos en mi oído me calientan aún más. Beso sus hombros.
M

uerde y lame mi cuello, una vez más marcando su territorio como un perro. Un puto perro.

Enrollo mis piernas en su cintura, lo quiero sentir hasta el fondo, cada vez es más y más el placer que siento en cualquier momento voy a acabar.

—¡Oh, joder— Zac embiste con más fuerza.

—¡Kayla!

Pequeños temblores sacuden mi cuerpo bajo el suyo enorme. Sigue los movimientos tan fuertes y hábiles que las devastadoras garras del clímax arañan mi vientre bajo.

—No pares, Zac. No pares.

Con más fuerza las embestidas siguen, hasta que al final mi orgasmo me invade desde la punta de mis pies hasta la coronilla de mi cabeza, enviando corrientes eléctricas a cada vena de mi sistema.

—¡Zac!

Ambos acabamos jadeando.

—Kayla.

Por último, besa mis labios, despacio, amoroso.


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