EPÍLOGO - UN AÑO DESPUÉS
Él estaba de pie ante la ventana de su dormitorio, mirando la hermosa y gorda luna plateada que brillaba en el límpido cielo primaveral de París. Pensaba en el pasado lleno de soledad y en el presente lleno de amor, y pensaba también, no sin que su corazón se agitara dentro de su pecho, en el maravilloso futuro que vendría junto a ellas, junto a ambas.
En aquel momento se oyeron dos discretos toques en la puerta y esta se abrió con un corto chirrido. Él no se volvió para mirar a la que entraba, porque ya sabía de quién se trataba. Sintió un ardor en el estómago al aspirar el aroma de su perfume.
-Siento la demora –dijo Montalais.
César se volvió y la miró de pies a cabeza.
Ella vestía un camisón de dormir color crema, de escote bajo y finos tirantes en los hombros. Sus zapatillas eran del mismo color que su atuendo, y llevaba el cabello suelto, como en un tiempo lo había hecho su madre. Un anillo de matrimonio brillaba en el dedo anular de su mano derecha, idéntico al que llevaba César en la suya.
-Siento la demora –volvió a decir entonces ella-. ¿Estás molesto conmigo?
Él sonrió, como solía hacerlo sólo para ella.
-Desde luego que no. ¿Has estado con Leticia?
Ella asintió con la cabeza.
-¿De fiesta de nuevo? –preguntó él, con desaprobación.
-En realidad, amor, de compras.
-¿De compras? –repitió él-. Entiendo. ¿Y has comprado algo bonito?
-No para mí –respondió ella con una sonrisa-. Aunque sí para él.
Montalais se acarició amorosamente la barriga.
Una expresión de sorpresa apareció en el rostro de César.
-¿Quieres decir que...?
-Estoy embarazada, sí –sonrió la joven-. Leticia y yo lo supimos esta misma tarde al ir al doctor. Le encantó la idea, ¿sabes? Se muere por tener un hermanito, un hijo de su mejor amiga. Dice que será como si se tratara de su sobrino.
Los dos soltaron una carcajada.
-Ven aquí –dijo entonces César.
Ella obedeció.
-¿Sabes lo mucho que te amo? –preguntó entonces él, una vez la tuvo entre sus brazos.
-No tanto como yo te amo a ti –respondió ella-. Eres la luz de mi vida. Tú, Leticia, y ahora nuestro bebé.
-Tú eres la única luz –respondió él, y la besó en los labios. La enorme y gorda luna de plata enmarcaba sus rostros unidos.
Ella comenzó a desvestirlo, de forma tan experta como siempre lo hacía.
-Aguarda –la interrumpió él-. ¿No le haría daño al bebé?
Ella sonrió, le tomó el rostro entre sus manos y lo besó.
-Aún es demasiado pronto, querido mío. Sólo tengo dos meses de embarazo.
-Entiendo –sonrió-. Te deseo, querida mía, te deseo igual que la primera vez que te tuve entre mis brazos.
-Entonces tómame –contestó ella-. Estoy deseando sentir el calor de tu cuerpo sobre mí, amor de mi vida.
Volvieron a besarse.
-¿Me haces el amor? –preguntó entonces Montalais, con una ternura que hizo que cada fibra del cuerpo de César deseara poseerla.
-Siempre, vida mía, ¡siempre!
Entonces, lentamente, separaron sus bocas, se dijeron palabras dulces y llenas de amor, y comenzaron a desvestirse.
Sería inútil describir todo lo que a continuación sucedió. Baste decir que sus cuerpos parecieron unirse en uno sólo, y volvieron a amarse y tenerse con la ciega locura de dos niños enamorados, con igual ternura que la que los había unido, con la misma inflamada pasión que había inundado sus cuerpos la primera vez que se habían tocado, pero con una felicidad en sus corazones que sobrepasaba todos los demás placeres que habían experimentado estando juntos y disfrutando de su inmenso amor, un amor que había crecido como las llamas de un incendio, y que ahora, en sus cuerpos anhelantes y en sus vidas llenas de gozo, era incontrolable.
FIN
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro