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CAPÍTULO 8 - PERSUASIÓN

-Continúa, continúa... –Leticia se hallaba tendida sobre la bonita cama de su dormitorio, y un joven inglés le hacía el amor desmañadamente-. Más rápido, más rápido...
-Eres increíble... –murmuraba él, intentando obedecerla, pero sus acometidas eran más bien torpes.
Ella rio sonoramente, y se movió con destreza para ayudarlo.
-Jesús... –gruñó el joven, y terminó, tal y como ocurría siempre.
Leticia soltó una carcajada.
-¿Jesús? -le dio un beso en los labios-. Eres un blasfemo.
-Y tú un diablo –repuso él, al tiempo que se le quitaba de encima-. Te ríes descaradamente de mí, pero aún así me tienes en tus manos.
-Eres un chico listo –Leticia se sentó-. No puedes culpar a una mujer por usar sus encantos. Además, te va bien estando en mis manos, ¿no?
La expresión del muchacho era cada vez más hosca.
-Tú no me quieres, Leticia Collalto. No sientes nada por mí, no te intereso.
Ella se recostó de nuevo en la cama, puso las manos tras la cabeza y dobló una pierna.
-¿Por qué dices eso?
El joven rio con amargura.
-Soy un asco en la cama, pero no un tonto, Leticia. ¿Quieres dejar de ser tan cínica?
Esto hizo enfurecer a la  pelirroja, quien volvió a sentarse.
-Si quieres considerarte un asco en la cama es problema tuyo, pero a mí no me llames cínica.
El joven ya se había puesto los pantalones y la camisa. Contempló a Leticia desde arriba, con desprecio.
-Terminemos con esto, ¿vale? Sólo dime qué necesitas.
Leticia se puso en pie y le dio un empujón.
-¡No me trates como una puta, hijo de perra! ¿Cómo te atreves a insinuar...?
El muchacho bajó la vista, pero no antes de que Leticia viera cómo se le humedecían los ojos. Lo miró sorprendida.
-¿Qué... qué te ocurre?
-Nada, nada –él se secó el rostro con la mano.
-Nick, yo...
-No volveremos a vernos, Leticia –dijo el joven-. No tiene sentido.
La pelirroja lo miraba inmóvil, sorprendida y... ¿podía ser?... Avergonzada.
-¿Por qué? –fue todo cuanto atinó a decir.
El chico suspiró.
-Llevamos seis meses jugando éste jueguito tuyo, y ya me cansé de jugar. De verdad me importas, pero tú no estás interesada en nada serio, y eso es lo que yo busco. Lo mejor será que pongamos fin a esto de una vez.
Leticia frunció el ceño, recuperándose de su anterior sorpresa. No estaba acostumbrada a que las personas dispusieran de ella así, ni mucho menos a que alguien se atreviera a culparla de nada.
-¿Y me llamas cínica a mí? ¡Pues tú eres un hipócrita!
-No soy eso –replicó el inglés.
-¡Sí que lo eres! Pudiste decirme que ya no querías estar conmigo antes de que nos acostáramos, pero no, querías follarme primero, ¿verdad? Eres un cerdo.
El joven suspiró, cansado.
-Bien, entonces soy un hipócrita y un cerdo. ¿Contenta? Decirlo no hará que dejes de ser una cínica.
Ella lo abofeteó.
-No pienso seguir con esto, Leticia –aseguró él, tranquilo, aunque la chica le había roto el labio-. No volveremos a vernos.
Leticia hizo ademán de abofetearlo otra vez, pero pareció pensárselo mejor.
-¿Es eso lo que quieres? –preguntó entonces.
El inglés asintió con la cabeza.
-Bien, entonces lárgate de mi casa, no quiero volver a verte –ordenó Leticia, al tiempo que tomaba su ropa y empezaba a vestirse.
El joven suspiró de nuevo. Estaba de espaldas a ella, las manos en los bolsillos, mirando por la ventana.
Leticia, no seas chiquilla, por favor. Eres una joven extraordinaria, y yo...
-¡Y llévate esta basura contigo! –lo cortó la pelirroja, y el inglés sintió que algo muy duro se estrellaba contra su espalda-. ¡Leticia! ¿Estás loca?
-Vete a la mierda –la chica le había tirado su teléfono celular, donde él había instalado el programa de rastreo que ella le había pedido. El dispositivo había caído al suelo y se había roto-. ¡Vete a la mierda, marica!
El joven dio un paso hacia ella, pero un dedo acusador y una amenaza lo detuvieron.
-No te me acerques. Si das un paso más llamaré a seguridad, diré que me has violado, y ordenaré que llamen a la policía.
-Leticia, no puedo creer que estés haciendo esto. ¡Somos amigos desde hace mucho!
-Amigos esto, hijo de puta –la joven le mostró el dedo corazón-. ¿Vas a largarte de una vez?
Él alzó las manos como si se rindiera.
-Estás loca, Leticia.
-Sí, ya te demostraré cómo de loca estoy –tomó su reloj inteligente, que estaba sobre una mesita junto a la cama.
-¡Aguarda! ¿Qué vas a hacer? –el tono del inglés era de terror.
-Ya te lo he dicho, llamaré a seguridad.
-Leticia, estás medio desnuda...
-Lo sé, eso sólo hará más creíble mi historia.
-No hagas esto, por favor –suplicó el inglés-. Sería catastrófico para mí, mi padre...
-Me importa una mierda tu padre, y tú menos que eso todavía, pero está bien, no lo haré, a cambio de un último favor.
Él la miró con incredulidad.
-¿Favor?... ¿Intentas extorsionarme?
Leticia bufó.
-No seas ridículo, mi padre tiene más dinero del que ha habido en todas las generaciones de tu patética familia. Lo que quiero es un favor, nada tiene que ver con dinero.
-¿Qué es? –preguntó él, cauteloso. El enfado se le veía en la cara, pero Leticia sabía que no se atrevería a hacer nada, era demasiado asustadizo.
-El estúpido programa de rastreo no sirvió de nada, porque mi maldito padre no llamó. Lo que quiero es que me ayudes a encontrarlo de otro modo.
El joven la contempló como si fuera una completa loca, luego negó con la cabeza.
-¿Cómo podría?
-Eres bueno con las computadoras, ¿no? Bueno, podrías jaquear la del asistente de mi padre o algo así, seguro Lester tiene guardado algún archivo con la ubicación actual de mi padre, no sería nada raro.
El chico negó enérgicamente con la cabeza.
-No, olvídalo, no vas a chantajearme. Llama a quien te dé la gana, yo no puedo ayudarte.
-¿Seguro? Es una buena idea, tienes que admitirlo. De hecho creo que es lo que debimos hacer desde el principio, en vez de estar jugando al servicio secreto.
-Estás completamente desquiciada, no me obligarás a cometer un delito.
-Como quieras –Leticia se llevó el reloj a los labios-. ¡Auxilio, auxilio!
-¡No! –el muchacho se precipitó hacia ella, pero se detuvo en seco, como si de pronto le hubiera dado miedo tocarla siquiera-. Está bien, está bien, haré lo que quieras, pero por favor...
La chica bajó la mano.
-Así me gusta. Y ahora, el plan es éste...
Un par de horas más tarde, a eso de las cuatro, el Audy negro de Lester aparcaba junto a unos árboles frutales de la mansión Collalto. Acudía a un llamado de Leticia, quien le había dicho que debía discutir un asunto importante con él.
-Buenas tardes, señor -lo saludó un joven del servicio en la puerta de la casa.
-¿Dónde está la Mademoiselle? –preguntó Lester, sin devolver el saludo.
-En la piscina, señor. ¿Quiere que lo lleve con ella?
-Descuida, conozco el camino -el rubio atravesó el gran vestíbulo y llegó hasta el primer salón. Cordelia, la vieja ama de llaves del señor, estaba sentada en un sillón, con una chica al lado, y la chica tocaba una pieza de violín para ella. Lester no las molestó, sino que salió por una puerta lateral, atravesó un pequeño camino, y llegó al área de la piscina.
Vio a Leticia recostada en una silla playera junto a la piscina, con un pequeño traje de baño tan rojo como su pelo y una copa en la mano. A su lado había una mesita con un montón de botellas de licor.
Lester aceleró el paso.
-Hola, Leticia.
La pelirroja alzó los ojos.
-Ah, hola, Lester, me alegra que hayas venido –tenía un poco de rubor en las mejillas y hablaba arrastrando ligeramente las palabras-. Ven a sentarte conmigo.
Uno de los empleados colocó una silla justo enfrente de Leticia, al lado de la mesita con Licor, y el rubio se sentó.
-¿Para qué querías verme? –preguntó sin preámbulos-. Soy un hombre ocupado, ya lo sabes.
-Bah, no puede ser que estés tan ocupado como para no beber un poco con una amiga, ¿o sí?
Lester ladeó la cabeza.
-Si me hubieras dicho que se trataba de eso habría hecho un hueco en mi agenda, pero temo que...
-Venga, Lester. ¿No puedes dejar tus cosas tan sólo por hoy? –cortó Leticia.
El rubio exhaló un suspiro.
-Vale, aunque sólo por un rato –se sirvió un poco de brandy.
-¿Quieres ponerte cómodo? –preguntó entonces Leticia-. Hay ropa de hombre en el vestidor.
Lester rio a carcajadas.
-¿De qué va esto, Leticia? ¿Me mandas llamar para que me emborrache contigo, y luego también quieres que deje mi trabajo para festejar junto a la piscina como si fuera navidad?... Algunas personas necesitamos ganar nuestro propio dinero, niña.
Leticia sonrió.
-Como digas. Quería que nos divirtiéramos un poco, es todo, pero si no tienes ganas...
Lester se bebió su trago de un tirón y dejó la copa sobre la mesa.
-Estás ebria.
-No estoy tan ebria –contestó Leticia-. ¿No quieres quitarte la camisa?
-Ya deja de jugar –el hombre hizo señas a uno de los empleados.
-¿Sí, señor?
-¿Cómo es que la habéis dejado llegar a éste estado? ¡Sólo tiene veinte años!
-Sí, señor. En seguida retiro todo.
-No –interpuso Leticia, dirigiéndose al empleado-. Largo de aquí, y dile a todos que al primero que ponga sus manos sobre mi bebida lo despido.
El chico miró a Lester.
-No estás en condiciones de hacer nada, Leticia. Hazme caso, ya no bebas más.
Leticia volvió a dirigirse al chico.
-¡He dicho largo!
El joven dirigió una mirada de disculpa a Lester y se alejó.
El rubio, entonces, se puso de pie para marcharse.
-Pues bien, si quieres ahogarte en licor es cosa tuya.
-Aguarda –Leticia se levantó y fue tras él, plantándose en su camino-. Quédate un poco, ¿sí? Prometo que no será mucho.
Lester suspiró.
-Qué niña esta. Vale, Leticia, me quedaré sólo un momento –tomó de la mano a la joven y la condujo de vuelta a la silla playera-.
-En realidad no te he llamado para beber conmigo, Lester –dijo la pelirroja una vez estuvo recostada de nuevo-. Te he llamado porque quiero compañía.
-¿Y no es lo mismo?
-No, claro que no lo es.
Lester rio de nuevo, mientras se servía un segundo trago.
-¿De qué va esto, Leticia? –preguntó, por segunda vez.
Leticia devolvió la sonrisa.
-Beber juntos es una cosa, pero estar juntos, esa es otra muy distinta.
Esta vez la risa de Lester se hizo más sonora.
-¿Chiquilla, si no te conociera bien pensaría que tratas de seducirme.
Leticia se incorporó en la silla, echando el cuerpo hacia delante. La mayor parte de sus pechos resultaba visible desde esa posición.
-Seré directa. Quiero hacer el amor contigo. Tengo muchas ganas, las he tenido desde hace tiempo.
-Pues qué lástima –el hombre bebió de su copa, impasible, pero Leticia notó que los dedos le temblaban casi imperceptiblemente.
-¿Por qué es una lástima? –preguntó.
El rubio se echó a reír.
-Porque eres la hija de mi jefe, niña. ¿Acaso me tomas por idiota? Aunque si tu amiga Montalais estuviera interesada...
-Montalais no está aquí –Leticia negó enérgicamente con la cabeza, enojada.
-Mala suerte –Lester se encogió de hombros-. Y ahora deberás disculparme, pero...
-Dices desear a Montalais, ¿y no me deseas a mí?... Me ofendes, Lester. No me considero más fea que ella.
-No he dicho que no te desee, ni que seas más fea que Montalais.
La chica se inclinó aún más hacia él, la cabeza ladeada y un puchero fingido en el rostro.
-¿Entonces?
-Tengo el suficiente dinero para tener a las mujeres que quiera, Leticia. No necesito ponerme en riesgo innecesariamente.
-¿No te gusta el peligro?... Como yo lo veo, así es más excitante. Además, a mí no puedes tenerme con dinero, y siempre me has deseado.
El rubio se mantuvo serio.
-Leticia, estás completamente borracha.
-¡Que no! –la joven le dio un manotazo en la pierna-. Sé perfectamente lo que hago. Si crees que durante estos años no he visto cómo me miras es que eres un bobo.
-No hay nada de malo en mirar. Te miro porque eres una chica atractiva, y me gustan las chicas atractivas.
-Mentira, me miras porque me deseas. Anda, vayamos a un hotel y hagamos el amor. Nadie lo sabrá, lo prometo. Ahora que mi padre está fuera de Francia no tienes nada que temer.
Lester se terminó su trago, y volvió a llenar la copa.
-Olvídalo. Estás bastante bien, pero yo no me tiro a las hijas de mis jefes.
-Vamos, yo sé que quieres lo que puedo darte, y definitivamente yo quiero lo que tú puedes darme a mí.
-Ni hablar –contestó Lester-. No soy estúpido, niña. No perderé mi trabajo por una cría.
Leticia se reclinó, las manos detrás de la cabeza, de modo que las curvas de su cuerpo se acentuaban.
-Pues qué pena.
Lester dejó su copa sobre la mesa.
-Pues sí, qué pena. Y ahora, Leticia, disculpa que te deje, pero tengo asuntos qué atender.
-Adelante –contestó la pelirroja-. Habría sido divertido, no puedes negarlo.
Lester rio.
-No lo dudo. Si algún día dejo de trabajar para tu padre y aún tienes ganas de experimentar estaré encantado de ser tu maestro, niña –entonces se puso de pie y se marchó, pero tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no regresar.
Lo más difícil de todo era que tal vez podía ser. Como había dicho Leticia, César no estaba en Francia. Además, Leticia era una perdida, a nadie le extrañaría si pasaba toda la noche fuera. El único riesgo, entonces, era que César llegara a descubrirlos. En ese caso, Lester sería despedido y perdería todo por lo que tanto había luchado. Sí, era demasiado peligroso.
El hombre se dirigió al aparcamiento y subió al Audi, aunque no puso en marcha el motor, sino que se mantuvo ahí sentado, con el cuerpo todavía deseoso, tamborileando con los dedos sobre el manubrio. Sobre el tablero de mando descansaba su móvil.
-¿Responderá si le llamo? -se preguntó, pero inmediatamente desechó esos pensamientos y encendió el auto.
La imagen de la pelirroja inclinada hacia delante, casi sobre él, llegó entonces a su mente, como si un mal espíritu la pusiera allí. Tenía las mejores tetas que había visto en su vida... las mejores, y era joven, con edad para ser universitaria.
Aquello hizo que se decidiera. Apagó el motor y tomó el móvil, marcando el número de Leticia. En realidad esperaba que nadie respondiera, pero al tercer timbrazo la voz de un empleado se puso al habla.
Lester vaciló un momento, pero luego pidió hablar con Leticia. Le temblaban las manos y las piernas, y tenía seca la garganta.
-¿Hola? –dijo entonces la musical voz de la chica.
-Hola, Leticia. Soy yo. Te espero en el aparcamiento en cinco minutos. Voy a llevarte a dar un paseo, nena –y dicho esto, el hombre cortó la comunicación.
Un par de horas más tarde, la pelirroja montaba a Lester sobre una cama del hotel Tipton de París. Él sujetaba sus pechos, y ella se inclinaba a ratos para besarlo en la boca.
-¿Cómo se siente? –preguntó, jadeante, sin dejar de moverse arriba y abajo.
-Tú sabes cómo, preciosa –repuso él-. Eres una diosa, una pequeña diosa... carajo...
Leticia supo que había llegado el momento. Se separó del rubio, comenzó a besarlo en los labios, el cuello, el pecho y el vientre, y por fin llegó a donde se dirigía.
El rostro de la pelirroja se hundió entre las piernas del hombre, y éste empezó a agitarse convulsivamente, tras lo cual un largo gemido de placer salió de su boca completamente abierta. Entonces dejó de moverse y se quedó laxo, boca arriba sobre la cama, todavía suspirando.
Leticia se separó de él. Había terminado en sus manos, y esta era ya la segunda vez. Todo iba a pedir de boca, Lester había demostrado ser tan estúpido como todos los demás hombres.
-¿Te ha gustado? –le preguntó.
Lester asintió, sonriendo a medias.
-No sé dónde has estado toda mi vida, preciosa.
Ella soltó una ruidosa carcajada y salió de la cama. Sobre la mesa descansaban varias botellas de vino y dos copas.
-¿Quieres un trago ahora? –preguntó, mientras se servía uno.
-Vale –repuso desganadamente Lester.
-“Al fin” –pensó Leticia, y sirvió el licor de Lester de una botella que había tomado de la colección de su padre, y a la que había agregado un somnífero. El plan original había sido darle el somnífero a Lester antes de follar, pero el miserable había rechazado el trago, y Leticia no había tenido otro remedio más que acostarse con él, o sino habría sospechado.
Ahora, sin embargo, el bobo había dicho que sí, por lo que pronto caería dormido.
-Iré a ducharme –dijo Leticia, mientras le entregaba la copa llena a Lester.
-Vuelve pronto –repuso él-. Aún no termino contigo, niña.
-Descuida –Leticia entró en el cuarto de baño, y permaneció suficiente tiempo en la tina, tarareando canciones, hasta que creyó que era el momento y salió.
Al volver al dormitorio encontró a Lester acurrucado en la cama, completamente dormido, tal como había previsto. Perfecto.
Entonces, sin hacer ruido, se puso algo de ropa, tomó las llaves del coche de Lester, y salió sigilosamente de la habitación. Bajó hasta el aparcamiento, abrió el vehículo, se sentó en el asiento del acompañante, y llamó a su amigo el inglés por teléfono.
-Todo listo –dijo.
-Bien –el joven cortó la comunicación, pero sólo un par de minutos después llegó al coche, abrió la puerta del conductor, y se sentó.
-Leticia, por favor, esto es...
--Cállate –lo cortó la pelirroja. La computadora personal de Lester estaba en un pequeño compartimento bajo el tablero de mando. Leticia la encendió y se la dio al inglés-. Venga, haz tu magia.
El chico suspiró, pero empezó a trabajar. No tardó mucho en desbloquear las claves de acceso y las que impedían entrar en los archivos secretos de la computadora.
-Bingo –dijo Leticia, emocionada, cuando su amigo encontró unos documentos referentes a las vacaciones de su padre.
Así fue como Leticia se enteró de que su padre había decidido pasar sus vacaciones en medio de un montón de putas caras, y así fue también como supo, gracias al rastreador que había captado la llamada de Montalais unos días atrás, que por alguna razón la rubia estaba también en ese lugar.
-¿Qué significa esto? –preguntó la chica.
-¿Y yo qué ´sé? –el inglés le dio la computadora con gesto brusco-. Toma, ya he hecho mi parte, ahora cumple la tuya.
-Ese lugar es un burdel –observó la joven, conmocionada-. ¿Qué hace Montalais ahí?
-Si es como tú, está en el sitio adecuado –el inglés bajó del coche dando un portazo.
Leticia no le prestó atención.
-¿Qué haces ahí, Montalais? –reiteró, en la soledad del auto. Lo suponía, pero era incapaz de aceptarlo.
La pelirroja sintió que le ardían los ojos. Era una sensación extraña, desconocida, tan desacostumbrada que... dolía. Lágrimas calientes rodaron por sus mejillas, y entonces, vencida por su tristeza, Leticia hizo lo que no había hecho en más de quince años. Lloró.

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