Viento
Título: Viento.
Personajes: Tokito Muichiro & Amira Müller (Oc)
Anime: Kimetsu no Yaiba.
Cantidad de palabras: 6300.
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A través de la ventana se podía apreciar la intensa pero hermosa nevada, típico del invierno en Japón. La chimenea de la sala proporcionaba calor, el crujir de la madera quemándose lentamente no impedía que aquel hombre dedicara toda su atención hacia el periódico. Estaba teniendo un momento de paz, sentado de pies cruzados en su gran sillón, y en la pequeña mesa que se encontraba a su lado había una gran taza con café caliente, el cual su mujer había preparado previamente.
El silencio se vio quebrado cuando los estruendosos pasos de su pequeña hicieron eco por toda la sala. Su hija, Marinette, corría descalza escaleras a bajo, él la podía divisar a la perfección. La muchacha portaba una sonrisa en su rostro y su pijama, supuestamente ya debía estar en la cama, eran pasadas las diez de la noche y su mujer se empeñaba en que debía dormir temprano.
—Papá, papá —llamó mientras se acercaba. Cuando ya estuvo frente al referido arregló su largo vestido blanco y trató de ordenar sus cabellos negros, manteniendo la estética y tratando de verse elegante, imitando a una señorita—. ¿Has visto a mamá?
—Está en nuestro cuarto. —Le sonrió de medio lado, posicionó el periódico sobre sus piernas y sacó una mano para revolver los pelos que anteriormente ella había peinado—. No creo que le vaya a hacer mucha gracia verte despierta tan tarde.
—Tengo justificación. —La niña infló un cachete a modo de reproche mientras se cruzaba de brazos.
—Anda, ve. —Fue lo último que dijo para volver a fijar su vista en la chimenea, le encantaba ver el fuego arder, la mezcla de colores vivos le recordaban a un viejo amigo que murió hace tiempo.
Sin más que decir, ella hizo caso omiso y fue donde su madre. El cuarto de sus padres quedaba un poco lejos de la sala, cruzando el comedor y la cocina. Cuando tuvo la puerta frente a ella, no le quedó más remedio que ponerse de puntillas esperando llegar al pomo, después de hacerlo, por fin pudo abrirla.
En el interior, la expresión en el rostro de su progenitora no era la más contenta por verla, parecía hastiada del comportamiento rebelde de su hija; ser madre no era fácil, y menos cuando tú pequeña se empeña en violar los horarios de sueño. Ahí comenzó un duelo de miradas. Marinette se encontraba en el humbral, con ambas manos tomadas, una cara tímida y unos ojitos que rogaban comprensión; ante aquello el semblante de la mayor terminó por ablandarse, por supuesto, ella siempre perdía.
—Ven aquí —ordenó derrotada, mientras daba pequeños golpecitos con su mano libre en el lado de la cama desocupado, en la otra aún sostenía un libro. La madre de familia aprovechaba ese escaso tiempo para leer.
—No puedo dormir —confesó afligida la menor para, con mucho trabajo, trepar en la cama y acurrucarse junto su madre.
—¿Qué pasa, tesoro? —inquirió, haciendo a un lado su libro.
—Es que... —Pensó si contárselo. Su relación con su madre siempre había sido la mejor, de hecho, la admiraba y de grande quería ser como ella, necesitaba un consejo, una guía—. Me gusta alguien pero es imposible.
—Cariño, tienes apenas ocho años; aunque las chicas maduran primero, así que sería comprensible.
—Es el chico que se sienta a mi lado en la escuela —comenzó, y detrás soltó un suspiro, durante unos segundos estuvo viajando en su propio mundo, con la inocencia que caracteriza a un niño—. Él es tan alto, guapo, popular, inteligente y yo soy... tan yo. Es completamente imposible que se fije en mí.
La mayor la observó, en realidad si se veía un poco dolida y triste, los cambios de humor de su hija solían preocuparla, de un momento a otro cambiaba la sornisa por lágrimas. Le sacó una sonrisa, los niños y su inocencia, las cosas que pensaban. Ella se cuestionó que hacer, quería animarla, pero sinceramente no sabía que decir. Tras darle mil vueltas, por fin se le ocurrió algo.
—¿Quieres que te haga una historia? —interrogó al fin, tras dos largos minutos de silencio—. Podría ayudarte a conciliar el sueño.
—¿De qué? —Marinette alzó la vista para encontrar los ojos de su madre, había un brillo especial en ellos, solo que no pudo identificar a qué se debía.
—No te puedo decir o arruinaría el final. —dijo, dándole un toquesito rápido y tierno en la nariz.
—¡Vale!
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Alemania, 1963...
Amira Müller era una adolescente un tanto peculiar y especial. Tenía cualidades que no eran propias de una dama a su edad: vivaz, sincera, tenaz, un poco malhumorada y hasta juguetona. Era muy hermosa, de largos cabellos rubios y hermosos y profundos ojos grises, un cuerpo bien desarrollado y una personalidad inquebrantable. En más de una ocasión había terminado involucrada en problemas en la escuela por su espíritu justiciero, el cual la llevaba a hacer locuras, entre ellas golpear a un grupo de jóvenes que intimidaban a un inocente. Tal comportamiento la hizo crecer sin amigos y sin nadie que la entendiera, siempre fue una niña solitaria y mal vista, no solo por los de su edad, hasta sus propios padres se sentían insatisfechos con la hija que habían criado.
La paciencia de la exigente madre se colmó un día, cuando al volver de la escuela toda raspada y sucia, Amira le dijo que no quería heredar el negocio. Aquello era una barbaridad, mancharía el apellido de la familia. Habían sufrido mucho para poder tener un descendiente que heredera todo lo que los Müller estuvieron cocechando durante años. Esa muchacha debía enderezarse y hacerse cargo de las empresas, ser un orgullo y no la deshonra que era.
Así que la enviaron lejos de la gran ciudad, Berlin. En el campo, en un pueblito rural, la hermana de Ricardo —padre de familia— tenía una cabaña. Era tarea de Beatríz tomar a una bomba nuclear y convertirla en una dama de alta clase.
A nuestra protagonista le daba completamente igual. Para empezar no cambiaría, se amaba a sí misma tal y como era; además de que amaba el viento fresco que entraba por su ventana todas las mañanas, el sereno de la noche acompañado de un cielo estrellado que no había en la capital. ¿Qué hablar de la hermosa naturaleza? Sus padres pensaban que la estaban torturando, pero en realidad le hacían un favor.
Ahora mismo la chica se encontraba escribiendo en su diario. Los rayos del sol se colaban por las blancas cortinas de su habitación. A través del cristal ella podía apreciar el rocío descender desde las hojas del gran árbol. Sonrió por instinto.
—¡Amira! —llamó su tía desde abajo, no se oía molesta ni enfadada. No, sólo se encontraba energética, seguramente quería que su sobrina le hiciera algún favor.
A diferencia de como lo había imaginado, Beatríz era una mujer trabajadora e independiente, se cuidaba por sí sola y no dependía del dinero de su hermano. Tenía una vida pacífica y sin lujos, pero feliz.
La solicitada cerró el cuaderno y colocó el lápiz sobre este para salir corriendo. Bajó las escaleras deslizándose por el barandal, y cuando estuvo abajo se puso en firme.
—A sus órdenes, mi capitana —saludó, fingiendo devoción.
—Anda, déjate de bromas —rio, para extenderle una cesta con manzanas —. Necesito que le lleves esto a Lisa. No puedes comerte ni una sola —advirtió al final, se conocían hace tan sólo dos semanas, pero era suficiente tiempo como para que Beatríz supiera de que material estaba hecha aquella chica.
—¿Por quién me tomas? —soltó irónica, cargando la cesta entre sus manos.
—Amira, a este paso te quedarás a vivir aquí por siempre —sinceró, dando media vuelta para dirigirse a la cocina.
A ella no le desagradaba la idea, es más, hasta sonaba tentador.
Todos los días era lo mismo, Beatríz siempre tenía un encargo distinto para Amira.
Con rapidez, la adolescente se dispuso a salir de la cabaña. Se encontraba ligermante alejada del pueblo principal, concretamente a uno, tal vez y alargando mucho, dos kilómetros, cruzando el río y parte del bosque. La caminata matutina era el paraíso. Rodeada de tantos animales silvestres y cantos hermosos, ella se sentía tan libre, libre como el viento.
Aunque su maratón siempre se detenía en el mismo lugar. Hacía quince días que había llegado al pueblo, y hacía quince días que lo observaba desde la distancia. A unos metros del camino principal estaba el río, el cual tenía un muelle de madera que seguramente era bastante viejo; sentado sobre este se encontraba un atractivo chico, con ambos pies sumergidos en el agua y mirando hacia las nubes, perdido en su propio mundo; aquello todas las mañanas. Sus cabellos eran largos y pelinegros aunque verdes menta en las puntas, de tal color también eran sus ojos. Su expresión facial era tranquila y relajada, el viento que lo rodeaba era apacible, casi como un aura.
Amira nunca había estado interesada en un hombre hasta que lo "conoció", porque ni siquiera se habían dirigido una palabra. No era que le gustara ni nada de eso, simplemente le causaba curiosidad. Ni ella entendía por qué se quedaba embelesada observándolo, cuando lo único que hacía aquel chico era respirar tranquilamente, su pecho bajaba y subía con mucha calma como si de una sutil brisa se tratara.
Cinco minutos observándolo se hicieron tan sólo un segundo. Negó con la cabeza al darse cuenta de lo estúpida que estaba siendo, debía seguir adelante, y eso hizo.
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De camino a casa Lisa se había empeñado en acompañarla. Al parecer ella y Beatríz mantenían una bonita amistad que fue capaz de superar los años. Aunque Amira le instiera en que no caminara demasiado, que ella ya tenía una edad, aquella señora se empeñó en la necesidad de ver a su amiga.
Lisa era una mujer adulta ya, tendría unos sesenta años, se veía un poco deteriorada por el tiempo; sus cabellos eran canosos, su cara estaba tan arrugada que casi tapaba por completo sus ojos azules, era regordeta y hasta bajita; pero nada de eso quitaba lo dulce y amable que era, siempre tenía una sornisa para todos.
—Ya falta poco —le dijo Amira, ayudaba todo lo que podía a Lisa a caminar—. Te advertí que te quedaras en casa, el bosque es muy explendoroso pero a la vez peligroso.
—¡Tonterías! —exclamó la mayor, restando importancia. Luego negó con su cabeza—. En casa me siento muy sola.
Beatríz le había contado a Amira que Lisa era una mujer carente de compañía, no por culpa de ella, sino por azares del destino, el pasado le había robado todo lo que tenía arruinado su futuro. Su esposo era de ascendencia japonesa, un hombre apuesto y popular, el cual le dio un hijo fuerte y atractivo. La guerra llegó a Alemania junto con Hittler, el fascismo atacó a los rincones más intrincados del país, inclusive esa aldea; el esposo fue llevado al ejército, perdonado sólo porque Japón se había unido a "El eje". Sin embargo, el pequeño fue víctima de un soldado sin corazón alguno, el cual había disfrutado dispararle tres veces en el pecho a la pobre criatura.
La protagonista decidió guardar silencio absoluto, no sabía que decir, aquella mujer le parecía increíble, pero tenía miedo de herir sus sentimientos con cualquier cosa, esos temas son demasiado sencibles. El ambiente se tornó un poco tenso de repente.
Los ojos grises de la adolescente volvieron a posarse en el misterioso chico de la orilla del río. Él seguía donde mismo, absorto en las nubes, sin prestarle atención a nada.
—Lisa. —Tocó el hombro de la aludida, esperando que por lo menos ella supiera su nombre. Estaba decesperada por saber cualquier cosa—. ¿Conoces a ese chico?
Tras apuntar al lugar esperó su reacción. La mujer canosa forzó ligeramente la vista para poder divisarlo mejor, pero en cuanto lo hubo hecho sus ojos se abrieron de par en par, un atisbo de tristeza los cruzó fugazmente, seguido de uno de sorpresa.
—¿L-lo puedes ver? —balbuceó impactada, tratando de mantenerse en pie, puesto que aquello la había hecho temblar.
—Por supuesto —contestó simplona—. Está ahí mismo.
Lisa aclaró su garganta antes de volver a hablar—. Su nombre es Muichiro Tokito, es un chico muy antisocial, un incomprendido. Deberías hablarle.
—¿Ahora? —inquirió, alzando los hombros en señal de indecisión.
—Venga, niña. —La empujó ligermante —. Yo te excusaré con tu tía.
Amira no comprendía el repentino interés de Lisa porque le hablara a aquel muchacho, mas se aprovecharía de aquello y lo tomaría como excusa, tanto para sí misma como para el mundo. Con cuidado se acercó, la madera rechinó cuando colocó uno de sus pies sobre el muelle, la espantó el pensar que podría derrumabrse en cualquier segundo.
Con mucho esfuerzo, y mil acrobacias, la chica logró llegar donde él. A Tokito parecía serle totalmente indiferente su existencia, ni siquiera la miraba.
—Hola —saludó, pero a cambio sólo obtuvo un horrible y para nada considerado silencio. Claramente no era bienvenida, así miró en la dirección que se suponía debía estar Lisa para poder irse de ahí acompañada, pero el lugar estaba vacío.
Sin más que hacer se sentó a su lado, en la orilla del muelle, quitó sus zapatos y posó su vista en el cielo. No estaba mal aquello, era cómodo, cálido y hasta relajante. Los pequeños pecesitos retozaban en sus pies, haciéndole cosquillas; la brisa fresca rozaba su rostro y movía sus cabellos a la par de los del varón; el cielo estaba despejado y hermoso, de un azul que cualquier océano podría envidiar.
—Esa parece un bebé —comentó el bicolor más tarde.
—Y esa un caballo. —Apuntó a una de las nubes inconsciente.
—Es cierto. —Muichiro llevó una mano a su mentón, pensativo—. ¿Aquella que será?
Amira examinó la nube y luego sonrió—. Es un corazón, lo que late cuando estamos enamorados.
—Lo que no late cuando estamos muertos —rectificó de lo más tranquilo, sin embargo, aquella sombría afirmación había preocupado ligermante a su compañera.
—Mi nombre es Amira Müller —dijo, con una gran sonrisa. Extendió su mano, pero la respuesta nunca llegó—. De todas formas ya sé que te llamas Muichiro Tokito —susurró por lo bajo en forma de reproche, corriendo la mirada.
Dos horas transcurrieron así. Ninguno decía una palabra, tan sólo observaban ir y venir las nubes. Aquel momento no tenía nada de especial, pero justamente eso era lo que lo hacía especial: tan sólo dos personas, una junto a la otra, disfrutando del viento.
La tarde fue cayendo lentamente, y con ella el sol, se hacía de noche y Amira debía regresar a casa, así que con mucho cuidado se puso en pie. Desde arriba lo volvió a observar, se mantenía estático. ¿Acaso aquel chico no tenía vida fuera del río?
—Me tengo que ir. —Se excusó. Parecía tonta, obviamente a él no le interesaba nada de eso, su expresión seguía siendo neutral mientras observaba el cielo, ni siquiera la miró. La muchacha bufó antes de dejar el lugar.
Las cosas no habían terminado, definitivamente se ganaría su atención.
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—¿Dónde estabas metida? —Fue lo primero que escuchó Amira al cruzar la puerta principal. Su tía se encontraba sentada en un sofá que quedaba frente con frente a donde ella estaba.
—Con un amigo —respondió, tratando de mantener la calma mientras caminaba rumbo a las escaleras, sólo eso la separaba de su habitación.
—¿Un amigo? —repitió incrédula—.¡Un amigo! —Ahora parecía contenta—. Estoy feliz por ti.
—No es para tanto. —Amira casi que se sintió ofendida—. Algún día me tocaría hacer uno.
—Me alegra que lo hayas conseguido. Ahora la perra de tu madre tendrá que tragarse sus palabras. —Se regocijó.
—Esa boca, tía. —La señaló con un dedo, pero terminó por reír en carcajadas—. No insultes a los caninos.
—Si no supiera que mi hermano es completo idiota no entendiera que hace con ella. —Se cruzó de brazos, hablaba sola, puesto que ya Amira había terminado de subir las escaleras y había desaparecido en lo oscuro del pasillo.
—Por cierto, tía. —La chica asomó la cabeza—. ¿Me regalas dos manzas para mañana?
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Amira suspiró buscando fuerzas de algún lado, una sonrisa tonta asomó su rostro al observar las dos manzanas y luego al chico. Volvía a espiarlo desde la distancia, había sido bastante grosero ayer, pero igual ella quería saber más de él. Esa mañana el clima no era tan soleado, el cielo se encontraba un poco nublado y parecía que llovería en cualquier momento.
Al sentarse a su lado dio una gran mordida al fruto prohibido, esperando ganarse aunque sea una mirada, pero no fue el caso. Segundos más tardes le extendió la manzana.
—Para ti —dijo amable, pero él pasó completamente de aquello y siguió en lo suyo. Se veía ligeramente triste, seguramente porque las nubes hoy eran oscuras y no tenían forma. Amira chirreó los dientes y colocó la manzana sobre la madera para empujarla en su dirección, esperando que Muichiro la tomara cuando quisiera.
—Eres persistente —confesó tras unos segundos, pero sin prestarle atención.
—Mi madre odia eso de mi —comentó, sin dejar de observarlo.
—Tu madre es una idiota —concluyó.
Y por fin ocurrió aquello que ella había estado esperando. Sus ojos se buscaron mutuamente, el menta verde de aquel chico casi le desnuda el alma ahí mismo, parecían tan vacíos pero a la vez llenos, cargaban sentimentos incomprensibles pero claramente dolorosos, los cuales, él seguramente trataba de guardar bajo esa fachada de chico indiferente.
Si el tiempo pudiera detenerse ahí, que lo hiciera por favor.
—Entonces... —Le proporcionó otra mordida a la manzana—. ¿Te gusta que sea persistente?
—No, eres molesta —alegó simple—, pero la persistencia es una buena cualidad para lograr lo que quieres.
Amira quería decirle algo, en ese momento su boca se abrió ligeramente, pero ningún sonido se emitía. Era la primera vez que alguien veía aquello como una virtud y no un defecto. Todos a su alrededor habían tratado de convencerla de que aquella cualidad era hostigante, y la habían negado continuamente; sin embargo, este chico, con tan solo dos palabras cruzadas, fue capaz de aceptar aquello, y aunque no fue un halago completo, fue más que suficiente para ella. Una serie de sentimientos se mezclaron en su pecho y casi que quería echar a llorar.
Ah, comenzó a llover...
Las gotas empaparon el muelle con los dos chicos sobre él. Aquel día, la primavera mostró su cara más hermosa.
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La tercera vez que se vieron, Amira se levantó más temprano, quería llegar antes que él al río, darle una sorpresa, pero cuando lo hizo, aquel chico ya estaba ahí. Aquello la frustró, pero no dejaría que la amargara.
Volvieron a sentarse juntos, a observar las nubes, la temperatura era fresca y agradable. La protagonista había decidido que hoy definitivamente le sacaría conversación.
—¡Esa se parece a una mariposa! —exclamó entusiasmada por encontrar alguna nube con algo parecido a una forma.
—Eso es un anillo —corrigió rápidamente el Tokito.
—¿Cómo puedes ver un anillo ahí? —cuestionó, realmente confundida.
—¿Cómo puedes ver tú una mariposa? —inquirió de vuelta el bicolor. Aunque sus facciones indicaban tranquilidad, esta se había acabado desde que aquella chica le había dicho por primera vez "Hola".
—Porque lo es —vociferó obvia.
—Buen intento. —Tomó una piedra para lanzarla sobre el agua, esta rebotó varias veces.
Amira lo observó repetir esta acción unas tres veces más. Quería hablar con él, pero no sabía de qué. Aquel bicolor le proporcionaba una sensación de paz y tranquilidad, parecía tan libre como el... como el viento.
—¿Sabes? —Llevó una mano al cielo, como si hubiera alguna posibilidad de alcanzarlo—. Quiero ser piloto —confesó mientras planeaba con su mano, como si de un avión de tratara—. Es la razón por la que estoy aquí, mi madre no soportaba la idea, y supongo que mi padre tampoco. Ellos necesitan una hija refinada y cortez, no una mujer con pantalones. Así que me enviaron aquí, supuestamente mi tía debe educarme como dama de alta clase, pero es una vil excusa, sólo quieren que me de cuanta de lo que tengo y les ruege regresar, ya han probado de todo y nada ha funcionado.
Muichiro, que escuchaba atentamente, volvió a tomar otra roca—. Sé que me voy a arrepentir pero... ¿por qué quieres ser piloto?
—El viento. —Respiró profundo—. Surcar el cielo, bailar una canción de pájaros, la posibilidad de sentir el viento en tu rostro. No lo sé, a veces simplemente amamos algo y no sabemos por qué.
—Curioso. —Muichiro lanzó la roca y la observó, la chica se encontraba sonriendo sinceramente. El destello en esos ojos era de anhelo.
—¿Quieres saber más de mi? —preguntó, lebantando un dedo para acercarse a su rostro—. Solo tienes que pedirlo.
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El cuarto día Amira lo había convencido de salir del muelle y disfrutar del interior del busque. La insistencia de la fémina había servido para algo, Muichiro, cansado, no pudo negarse. Actualmente ambos caminaban a la par mientras se deslumbraban con la flora y fauna, era simple, pero parecía mágico.
—¿Quienes son tus padres? —cuestionó la chica.
—Paso —repitió Tokito.
—Dios, es la décimo quinta vez en el día que huyes de mis preguntas—farfulló, arrugando su frente frustrada.
—Veo que sabes contar. —Una pequeña y casi invisible sonrisa surcó su rostro, parecía más una curvatura de labios, pero Amira vio perfectamente que se trataba de alegría.
—¿Me vas a contar algo de ti? —Decidió pasar aquel claro insulto por alto, porque era la primera vez que aquel chico sonreía, y le pareció magnífico, quería que lo hiciera más seguido.
—Es más divertido cuando hablas de tu problemas. —La miró de reojo.
—Que gracioso. —Rio sarcástica—. Por eso no tienes amigos.
—Eso no me duele —tajó, para siguir caminando, segundos después se percató de la ausencia de la chica a su lado. Curioso, se giró a ver que la había detenido.
Ella se encontraba agachada, acariciaba a una pequeña ardilla. Su mirada era triste y su sornisa nostálgica.
—A todos nos afecta estar solos. Lo digo yo, que me he pasado toda la vida sin nadie que me comprenda. Por supuesto que me molestaba que todos me ignoraran, que todos pasaran de mi, que ni siquiera me dieran una oportunidad por los estereotipos del siglo XX. Lloraba y lloraba, pero aún así decidí que quien fuera a amarme sería por como soy, por lo que me gusta. Tiene que haber por algún lado en el mundo alguien así, que me acepte y esté orgulloso de mi.
Muichiro se acercó donde ella, también se agachó para estar a la altura, extendió su mano con la intención de acariciar al animalito, pero rápidamente la recogió. Quería animarla, se veía bastante afligida. Él tambien conocía aquella sensación, ese cruel sentimiento.
Una imengen mental le vino a la cabeza.
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Se encontraba tirado en el suelo, contra un árbol, su cuerpo estaba débil y pequeños espasmos lo atacaban. Trató de respirar, pero hasta eso le costaba, esta vez las cosas habían ido demasiado lejos. Alzó la vista para observarlos, los cinco niños se regocijaban en aquella escena, estaban orgullosos de haberle propocionado una paliza histórica.
—Muérete —masculló uno con desdén, quien parecía ser el cabecita pensante.
Tokito quería levantarse para darles una lección, no se dejaría vencer así, pero cuando se apoyó en sus manos, estas temblaron, obligándolo a caer al suelo de nuevo, aquello provocó la amplia carcajada de sus rivales. La garganta le ardía, no sabía si era de furia o por el dolor. Los ojos le pesaban, poco a poco se cerraban, el cansancio se abría paso lentamente, desmayarse era inminente.
Maldita Alemania y sus perjuicios...
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—Aquella nube me recuerda a ti —dijo de repente, apuntando al cielo.
Amira buscó la referida con entusiasmo, y su esperanza se desvaneció al descubrir que se trataba de un nubarrón alejado de los demás, el color indicaba que próximamente llovería.
—¿Lo dices porque soy una apartada?
—Porque vas contra la corriente. —Le dedicó una sonrisa. El deseo de animarla era genuino, veía en ella el reflejo de sí mismo hace unos años.
La joven rio como tonta y un potente sonrojo atacó sus mejillas, él era atractivo normalmente, pero cuando mostraba una sornisa... eso ya era pasarse.
La ardilla terminó por huir de ahí, dejándolos solos. Lamentablemente el tiempo se hacía escaso y casi era hora de regresar a casa. Odiaba tener que irse en aquella situación.
—Me.. —Se levantó de golpe y comenzó a caminar marcha atrás, pero casi se tropieza con una rama. El estado de torpeza era mayor gracias a Tokito y su estúpida y perfecta sonrisa. Le latía el corazón a mil por hora. Afortunadamente logró reincorporarse—. Me tengo que ir.
—¿Vendrás mañana? —interrogó él desde el suelo, aún se encontraba agachado—. ¿A nuestro lugar de siempre?
—Ya me has cogido cariño, ¿eh? —dijo orgullosa, mientras se lanzaba un mechón de cabello hacia atrás.
—No, sólo quiero recuperar mi tranquilidad —negó, poniéndose en pie para estar a su altura. Un agradable viento los envolvió.
—No te dejaré. —Le sacó la lengua para darse media vuelta y comenzar a correr.
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El quinto día que se vieron también llovió, ambos se ocultaron bajo un árbol y charlaron, no pudieron observar las nubes pero se miraron mutuamente, y aquello era mucho mejor.
El sexto día, Muichiro se abrió un poco con ella, le contó que en su pasado era agredido y golpeado por todos los niños de la aldea. No sabía por qué le había dicho aquello, pero se alegró de poder compartir el dolor con alguien. Cuando ella lloró tras terminar de escuchar la historia, él sintió que el peso en su espalda ahora era compartido, era extraño.
El séptimo día, Amira rompió el muelle, Muichiro estalló en risas al verla caer al agua. El material era tan viejo que cuando Amira estaba caminando, la madera se abrió y todo el cuerpo de la chica cayó al río. Ella casi pega un grito.
Así fueron pasando los días lentamente. Un mes trascurrió con aquella curiosa y secreta amistad. Él le había pedido que no le hablara a nadie de sus encuentros, además de que jamás lo tocara. Ella se sintió un poco triste pero aceptó las condiciones con tal de estar juntos .
Los comentarios ridículos, los días normales, mirar las nubes, todo se hacía tan divertido. Poco a poco su pecho fue acelerándose y una opresión la atacaba de vez en cuando si no estaba a su lado. En las noches quería ir a verlo; por las tardes, después de llegar a casa, quería ir a verlo; se despertaba temprano porque quería ir a verlo.
Muichiro hablaba poco, pero cuando lo hacía, cada palabra que decía era como un remolino, revolvía todo en su interior. Él era el único que la comprendía, que la aceptaba, él era la persona por la que había estado esperando toda su vida; y aunque lo hubiera preferido un poco menos indiferente, agradecía eternamente por ese encuentro.
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La lluvia había hecho que los capullos florecieran hermosamente, Amira se fijaba en cada pequeño detalle desde que lo conocía. Ahora mismo se encontraba a su lado, sentados en la orilla del río. Ella se fijó en sus manos, la suya y la de él estaban tan cerca que hasta podrían rozarse, quería unirlas, quería tocarlo. ¿Por qué se negaba? ¿Qué inconveniente había con eso?
Lo miró por el rabillo del ojo, en el tiempo que pasaban juntos se hizo costumbre y casi que tradición mirarse en silencio.
—Me recuerdas al viento —habló sin pensar, sólo quería transmitírselo, decirle lo que pensaba—. Tal vez por eso comencé a observarte en silencio, tu figura a lo lejos era como un cuadro, parecía que podrías volar en cualquier momento.
En esos momentos él la observaba de igual modo, conectando sus miradas.
—El río siempre ha sido el único lugar en el que podía estar, aquí ellos nunca venían a hostigarme —confesó, refiriéndose a sus acosadores—. Quizás porque no lo encontraban. Pero aquí es el único sitio donde encontraba paz... hasta que te conocí.
Muichiro quería decirle muchas cosas, quería decirle que con ella cualquier parte era un paraíso, que a su lado todos esos ruidos que escuchaba en su cabeza y que lo atormentaban de su pasado se transformaban en una agradable melodía; que jamás encontró una persona con una sonrisa tan sincera, alguien tan lleno de vida. Pero decidió guardar silencio, decidió callar todo aquello por el bien de la chica, porque pensaría en ella antes que en sí mismo, no la iba a atar, la pondría por encima de su propia felicidad.
—Vayamos dentro —propuso Amira, corriendo al interior del río. Un quejido se escapó de sus labios, aunque trató de disimularlo para jugársela a Tokito. El agua le llegaba a los talones y estaba frío como un témpano de hielo—. Ven. —Le extendió su mano con una sornisa—. Te prometo que está cálida.
—¿Casi despiertas a medio bosque con tu chillido y quieres que me crea eso? —Negó.
—Ah, venga, no seas aguafiestas. —Le lanzó un poco de agua.
—Amira —nombró de la nada, su seriedad la abrumó, de un segundo a otro había cambiado por completo su semblante—. Será mejor que no regreses más aquí.
—¿Qué? —preguntó shockeada.
—No lo hagas —ordenó, poniéndose en pie para dar media vuelta en el lugar—. No podemos seguir viéndonos, cada estación tiene su final, tal y como la primavera pronto acabará, esto también lo hará.
Verlo alejarse es por mucho lo más amargo que había experimentado en su vida, pero ni siquiera fue capaz de seguirlo, estaba tan impactada que no podía moverse. De sus ojos comenzaron a brotar incontables lágrimas, sintió que algo le raspaba el estómago y la tristeza golpeaba dentro de este. Haberla apuñalado por la espalda, seguramente dolería menos que aquellas frías palabras.
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Aferrada a su almohada, Amira lo único que hacía era llorar. Su voz se había quebrado de tanto gritar, sus ojos estaban rojos y sólo sollozaba sin parar. Llevaba dos días en ese estado, su tía estaba preocupada.
La verdad es que sin importarle lo dicho por Tokito, al otro día fue al río, esperando encontrarlo, pero no estaba ahí, aún así llamó decesperada su nombre, una y otra vez, hasta el cansancio, pero él no aparecía.
Así que sólo se había encerrado en su habitación, sin decirle nada a nadie, simplemente quería olvidar aquellos días, dolía mucho más la posibilidad de no volver a tenerlos que no haberlos tenido nunca.
Un toque la puerta irrumpió su ritual.
Lisa se adentró con total libertad en el interior del cuarto. Observó a la adolescente y el estado en que se encontraba, hasta culpable se sintió. Aquello era su culpa. Con cuidado se sentó en la cama, hundiendo el colchón.
—Niña. —Peinó algunos de sus cabellos. —. Imagino por lo que estás pasando.
—¡No lo haces! —bociferó rapidmante—. Nadie puede imaginar esto, nadie puede tener la más mínima noción de lo extremadamente quemante que es este dolor, me desgarra por dentro; y ni tu ni nadie puede hacerse a una idea. Él era increíble.
—Lo hago, niña —respondió amable—. Yo también tuve que despedirme de él hace veinte años.
Aquello logró hacer que Amira la mirara.
—¿Qué?
—El nombre de mi esposo era Hikaru Tokito, y el de mi hijo: Muichiro Tokito —confesó mostrándole una vieja foto; se trataba de una mujer bastante joven, al lado un hombre y justo al frente, un niño, pero no uno cualquiera, se trataba de él—. Por eso me impresionó que lo vieras. Mi hijo murió cuando un guardia del ejercito le disparó sólo por diversión y lo lanzó al agua para que agonizara en sus últimos minutos, encontramos su cuerpo tres días después. Yo no podía aguantarlo, me negaba a aceptarlo, quería lanzarme al río y ser llevaba por la corriente. —Hizo una pausa cargada de sentimientos—. Pero justo frente a mi lo vi, su figura del otro lado, miraba las nubes, como le encantaba hacer. No podía creerlo, llegué a pensar que estaba loca.
—¿Durante veinte años pensó que fue una jugada de su cerebro? —inquirió confundida.
—Hasta que tú llegaste, ahí corroboré que se trataba del auténtico fantasma de mi hijo, de Muichiro.
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—¡Mentira!
Amira corría decesperada, el sol comenzaba a ocultarse, las ramas raspaban ligeramente sus pies, y en más de una ocasión se cayó al suelo, pero se volvió a levantar. Las lágrimas no dejaban de salir, ni siquiera en medio de aquella adrenalina.
—Es la verdad.
Apresuró el paso al recordar su conversación con Lisa. Debía llegar donde él, tenía que alcanzarlo.
—Él no está muerto.
—No lo está. Él vive en nosotras, pero ya no está en este mundo.
—¡Muichiro! —exclamó con todas sus fuerzas su nombre cuando ya estaba cerca del río. Lo buscó con la vista, de un lado a otro, hasta que lo encontró.
Se relajó para caminar despacio donde él. El chico se encontraba parado a la orilla, con ambos pies sumergidos en el agua, disfrutando de la suave brisa.
—Tenias razón, el agua es muy cálida— dijo sin girarse a observala—. Amira, a partir de ahora, cuando veas las nubes, piensa en mí, por favor.
—Dime que es mentira —le rogó al borde del abismo, sentía que se derrumbaba.
Él solo le extendió su mano con una sornisa, ella trató de tomarla, pero al hacerlo la traspasó, como si fuera una ilusión.
—No quería que me tocaras porque no quería que supieras lo que soy. Cuando me dijiste por primera vez "hola", decidí que quería que me vieras como una persona normal, vi mi oportunidad de tener un poco de la vida que siempre quise. No quería que supieras que era un fantásma por miedo a que salieras corriendo o te alarmaras, quería que permanecieras a mi lado. Los fantasmas somos igual que los humanos, sólo que no somos vistos por ellos, ni podemos ser tocados por los seres vivos. La verdad —la miró— es que yo sabía que me observabas, también lo hacía contigo, me hizo muy feliz que te armaras de valor para hablarme, ya que yo no lo pude hacer.
—N-no me.. v-voy a ir. —Sollozó, suspiró y hasta tartamudeó con una sornisa forzada—. Permaneceré aquí.
—Quien se debe ir soy yo. —Trató de acomodar algún cabello desaliñado de Amira, pero le fue imposible—. Solo quería alguien a quien amar y alguien que me amara.
—No —negó. No lo aceptaba, este no podía ser el final.
—Amira, esperé por ti veinte años y esperaría otros doscientos más de ser necesario.
—Podemos pasar más tiempo juntos. No te vayas, por favor —pidió, abrazándose a sí misma—. Eres el único que me entiende, que me soporta, te necesito.
—Te amo, Amira —dijo y un peculiar brillo lo envolvió, como si de verdad estuviera desapareciendo, aunque la sonrisa en sus labios si no se borraba.
—Yo también. —Se secó bruscamente las lágrimas pero era en vano, seguían descendiendo—. Yo también te amo.
—Solo me hubiera gustado una última cosa: tocarte.
Muichiro estaba preparado, con ella ahí, sería capaz de aceptar cualquier cosa, aunque se llevaría consigo esa última pena, ese último deseo.
Durnate tantos años los rostros de miles de personas que se dedicaron a hacer su vida un infierno lo atormentaron. Los niños del pueblo que lo golpeaban; los adultos que no creían nada cuando él decía algo, lo veían llenos de moretones y sólo reían para felicitar a sus hijos; las personas perjuiciosas que lo degradaban; su maestro, quien lo castigaba por cualquier tontería y sin motivos ningunos; las chicas, quienes le lanzaban tomates; el soldado que solamente lo consideraba un juego, una diana para probar su puntería. Al fin podría dejar atrás todo aquello, ahora, a punto de irse para siempre, sólo podía observar y pensar en aquella luz que había conocido de casualidad, en aquella que lo había salvado, sólo podía pensar en Amira.
—Gracias —susurraron los dos a la vez. Porque para lo que había nacido entre ambos era mejor un "Gracias" que un "Adiós".
Entonces él desapareció. A ella sólo le quedó mirar el río y pensar en cada momento juntos, observar las nubes y cuestionarse si algún día volvería a verlas igual; solo le quedó lanzarse al suelo y agarrar con fuerza algunas piedras en sus manos, las cuales la hirieron y provocaron el brote de sangre. Ya no estaba, ya no podría decir "hola" todas las mañanas ahí, ya no tendría con quién hablar de cosas irrelevantes, ya no lo vería sonreír, ya no debatirían sobre nada, no disfrutaría del cómodo silencio con un choque de miradas, ya no podría alcanzarlo, no podría contarle sus cosas ni buscar como decesperada información sobre él, no podría cumplir su sueño a su lado, ya no podría verlo más.
Y toda esperanza de poder tocarlo se esfumó.
Aún así, lo que construyeron juntos no se desvaneció, seguía ahí, dándole fuerzas para seguir adelante, para enfrentar a su madre y perseguir sus sueños. La había ayudado a descrubir que si había personas que la aceptarían, le había brindado recuerdos invaluables.
Al final la primavera fue divertida, asfixiante, pero divertida.
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La niña lloraba abrazada a su madre, desde que había descubierto que Muichiro no era más que un mero fantasma se había lanzado a llorar sin descanso. La historia había llegado a su fin y era bastante frustrante como terminó.
—¿Eso es todo? —Jaló algunos mocos para separarse.
—Eso es todo —respondió la mayor, con una sonrisa.
—Es una historia muy bonita y triste, pero no se parece en nada a la mía —susurró, su pequeño corazoncillo se oprimió.
—Si tienen que ver. Él y ella fueron capaces de enamorarse, superaron a la muerte. No hay amor imposible, esa palabra no existe para el amor, cariño. —cerró sus ojos.
—Entiendo. —La niña comenzó a bajarse de la cama—. Me esforzaré.
—Primero que nada, duerme —ordenó entre risas la madre.
—Vale. —Marinette impulsó su labio inferior hacia afuera, haciendo un puchero. Se dispuso a abrir la puerta del cuarto pero antes de hacerlo se volvió a girar—. Por cierto, ¿la chica cumplió su sueño?
—Si, viajó a Japón y se convirtió en una gran piloto, abandonó el negocio familiar. Aunque nunca olvidó a Muichiro, tal y como él la había pedido, ella lo recordaba cuando veía las nubes.
—¿Y se volvió a enamorar? —interrogó curiosa.
—Si, volvió a conocer el amor en Japón. —Volvió a asentir, observando la nieve desde su ventana.
—Mamá, ¿cómo sabes esa historia?
—Me la contó el viento. —Llevó un dedo a su boca, en señal de secreto.
En ese momento el padre de la familia se adentró en la habitación. Había terminado su periódico y estaba preparado para ir a la cama.
—Buenas noches, papá —dijo su hija para salir corriendo de ahí.
Impactado, él se dirigió a su mujer —¿Se puede saber que hiciste para que nuestra hija vaya a dormir? —cerró la puerta tras sus espaldas—. ¿Eh, Amira?
—¿Quién sabe? —Rio por lo bajo—. Ven a la cama, Giyuu.
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Palabras del autor:
Me hubiera gustado hacer este one shot de 10000 palabras para narrar mil cosas más, no está desarrollado en su totalidad, pero tiene mucho amor.
Hermosa imagenes de portada y dibujo hechas por: 000sky-blue000
Este One shot está reciclado de mi antigua cuenta. Recuerdo que lo escribí el año pasado para San Valentín para un concurso. La idea me encanta, así que lo iba a desarrollar como historia; pero realmente la trama de los fantasmas está muy pillada en Wattpad, así que lo dejé así. Porque tengo planeada una historia mucho más compleja referida a la muerte, la cual publicaré más adelante.
Recuerden seguirme en mi Twitter: Mio_Uzumaki, donde estaré publicando cositas de mis historias, adelantos, dibujos, etc.
Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personas ~(˘▽˘~)(~˘▽˘)~
Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿
~Sora.
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