27 | El destino de una vida no depende de terceros
A finales de agosto Ruth, Iván, Naomi Javier y Esteban concretaron el esperado viaje a la playa.
Las pláticas y risas estuvieron presentes en el trayecto hacia la costa del país. Los jóvenes amigos con Javier y Ruth, de piloto y copiloto respectivamente, charlaron y rieron hasta desfallecer. Los asientos traseros del auto eran incómodos, por todas las pertenencias que traían consigo, pero pudieron cerrar las puertas.
—¿Ya llegamos?
—Falta un kilómetro.
—¡Ah! ¡Quiero llegar!
Fue inevitable para todos contener las ganas de reír, Naomi había hecho de las suyas. Incluso ella misma soltó una estruendosa carcajada.
—Falta poco —alegó Iván, luego de besarla.
—Falta poco, mi amor —añadió Esteban, con tono de doncella—, hablando en serio, me alegro de que al fin sean novios.
—Gracias.
—Estamos más juntos que nunca. —Iván rodeó la espalda de Naomi con su brazo izquierdo—. ¿No es así?
—¡Esperen un momento! También estoy feliz por ustedes, pero en el vehículo no. Al menos no si estamos nosotros.
—Estás demente —comentó Ruth.
—Solo digo la verdad —puntualizó Javier, mirando por el espejo retrovisor a la pareja—, aquí no, jovencitos.
—Por supuesto que no haremos nada, que ella se niegue a realizar. Lo demás obvio que se llevará a cabo.
—Todo un caballero.
—Corrección. ¡Todo un fogoso caballero! —vociferó Esteban.
La tez pálida de las mejillas de Naomi se tornó a color rosa cálido. Las risas de sus amigos distrajeron la pena, tenía los nervios a punto de colapsar.
El largo trayecto que recorrieron hacia Puerto Plata fue llevadero con la divertida atmósfera que crearon. Ruth hizo lo posible por terminar la postergada lectura de «Demian», quería entregar ese libro a Javier antes de irse. Su viaje a Inglaterra estaba pautado para dentro de cuatro días. Continuar el hilo de las conversaciones que sus amigos tenían, y concluir la lectura, fue una total locura.
La felicidad de Ruth, por el sueño que pronto iba a materializar, era enorme. El esfuerzo de toda su vida había dado los frutos que tanto anhelaba cosechar. Estaba igual de contenta por el éxito de sus seres queridos.
Mientras leía el libro clasificó cada instante de gracia que vivió junto a sus amigos desde que llegó a Nueva República. Antes de conocerlos su vida era monótona, conocía a mucha gente, pero nadie le inspiraba confianza. Félix fue el primer compañero que le dirigió la palabra y quien tenía casi sus mismos intereses. Luego de tanto tiempo sintió remordimiento al recordarlo, pero le alegraba saber que ingresó a la Academia de Aviación. En silencio agradeció conocerlo, sin su ayuda jamás hubiera comprendido que el mérito de un estudiante no era definido, únicamente, por sus calificaciones.
Ruth tenía cierto apego emocional con sus amigos. De haber estado sola en Nueva República, sin el sincero compañerismo que Naomi, Félix, Javier, Esteban e Iván le ofrecieron; lo más probable hubiera sido que se rindiera en su descubrimiento interior. Junto a ellos, la única hija de Altagracia se sintió apreciada y comprendida. Nueva República le permitió más que conocer a incondicionales amigos, allí fue consciente de cuán grande era su fuerza de voluntad. Muchos de sus otros compañeros, incluso luego de graduarse, mantenían que el centro educativo era un lugar de pocas salidas cuando en realidad fue la única escapatoria de una colectiva ignorancia.
Concluida la lectura, Ruth dejó el libro en la guantera del autor. Volvió a centrarse en las conversaciones de sus amigos y en el bello paisaje que tenía enfrente.
Sosúa era una hermosa playa de agua tan cristalina como el reflejo de almas inocentes. Un colorido edén donde se cruzaban palmeras, plantas frutales, florales y un sin fin de helechos. A sus costados enormes rocas dividían constantes olas. La arena caliente, por el paso del sol, fue tema de descuido para los jóvenes que pisaron un inmenso patio decorado con caracoles. En Grand Laguna Beach los esperaban socios de Infraestructuras Rodríguez. Adrián mantenía estrecha relación de negocios con los dueños.
—Me siento como si fuera una celebridad en este hotel de cuatro estrellas.
—También puedes serlo, Esteban.
—A él le saldría mejor el papel de bailarina.
—O sea...
—Dios, ¡ten piedad de nosotros!
—Muchas gracias, Javier.
—No hay cuidado. Son colaboradores de papá.
—Debemos salir más seguido y aprovechar esto.
—Ya lo estamos haciendo.
—Quiero nadar —anunció Naomi, sujetando el brazo izquierdo de Ruth—, vamos a cambiarnos.
—Dame un momento para llevar...
—Yo puedo dejar sus cosas en la habitación.
Naomi no le permitió que agradecería el favor de Esteban, arrastró a Ruth hacía los vestidores del primer piso. El tiempo que las amigas tardaron cambiando su vestimenta fue insignificante comparado con la atención que recibieron al cruzar el recibidor. Varios chicos las miraron de pies a cabeza. Ruth se sintió incómoda, pero ver la confiada actitud de Naomi hizo que se sintiera más segura con su cuerpo. Un traje de baño completo negro con la espalda descubierta fue la elección de Ruth, y un bikini violeta de cintura alta, la de Naomi.
—Chi-chicas, están...
—Lindas, ¿cierto?
—Sí.
—¿Qué tal me veo, Iván?
—Hermosa —respondió él, seguido de un corto beso.
—¡Estas chicas brillan con el sol!
Todos se rieron por el mal chiste de Esteban.
—Buena forma de romper el hielo, amigo.
—Soy un genio.
—Eres un loquillo.
—Así me aman. ¡Las olas nos están esperando!
Al contrario de sus amigos, Ruth y Naomi se mantuvieron en la orilla. Iván, Esteban y Javier tomaron muy en serio la cómplice idea que concretaron. Para ellos la mejor manera de aprovechar un día en la playa era nadar hasta más no poder. En medio de risas, y juegos con una pelota de playa, las chicas aprovecharon que sus amigos estaban lejos para platicar sobre Matías.
—¿Qué le dijiste?
—No pude responder, él se marchó. A los pocos días volvió a casa como si nada hubiera pasado. Me sigue tratando igual.
—A lo mejor solo es atento y cortés. Después de todo casi es el jefe de Miguel. ¿Él sabe que volviste con Iván?
—Sí.
—¿Cómo tomó la noticia?
—Me dijo que mi felicidad era la suya. También bromeó con que si algún día me cansaba de Iván, digo que estaría ahí para hacerlo entrar en razón. Me quiere mucho, y de eso no tengo duda, pero yo jamás podría aburrirme de Iván. ¿Sabes? A veces siento que lo amo... ¿No suena loco eso?
—Para nada —respondió, con una sonrisa de oreja a oreja—, me alegra mucho. Escuché por ahí que él también te ama.
—Lo sé.
—Ustedes son tal para cual. Sin duda serán los primeros en casarse.
—¿Te lo imaginas? —Ruth asintió—. Yo, esposa de Iván.
—Antes hacías tremendo alboroto por comentarios así.
—Ahora no me parece algo tan malo.
—Te lo recomiendo, pero te aclaro una cosa, solo aceptaré ese matrimonio si soy la madrina de la boda.
—Por supuesto que sí. Eres la mejor amiga del mundo, ¡mundial! Te voy a extrañar mucho.
—Siempre estaré ahí para ti. Yo también te voy a echar de menos.
—Nada de lágrimas —ordenó, mirando al cielo—, tienes un gran futuro por delante.
—Tú igual tendrás un gran futuro. Cuando vuelva, en las vacaciones navideñas, espero verte creando los diseños más impresionantes de tu universidad o mejor aún, ¡de todo el mundo! ¡Mundial!
—Tenlo por seguro.
Ruth y Naomi compartieron un fuerte abrazo. Hicieron su mayor esfuerzo para no lucir como magdalenas. No sabían que iban a extrañar más de la otra, pero lo que sí sabían era que no necesitaban compartir un linaje para ser hermanas.
—¡Chicas! ¡Necesitamos su presencia para comprobar quién es el más rápido!
Ellas se acercaron de prisa mientras Esteban las solicitaba.
—¿Dónde está Iván?
—Nadando por ahí.
Ruth aceptó ser la encargada de vigilancia en la competencia de natación. Esteban y Javier se alinearon, uno a cada lado de ella. Saltaba a la vista que la contienda iba en serio, y no era para menos, apostaron sus últimas mesadas. Pero un grito de parte de Naomi hizo que perdieran la concentración obtenida.
—¡Suéltame, tonto! Casi me matas de un susto.
Bajo el agua, Iván tocó las piernas de su novia y la sostuvo. Al percatarse de su juego ella comenzó a darle pequeños golpes en el hombro. Él subió a la superficie sin soltarla, los golpes recibidos le causaron más risa que dolor.
—Tranquila.
—Déjame en paz, tonto. Suéltame.
—No, te seguiré abrazando.
—Déjala.
—Hazle caso a Javier.
—No.
—Estúpido.
—Si te mantienes quieta disfrutarás del abrazo.
Javier y Esteban pusieron sus ojos en blanco. En voz baja se preguntaron si volverían vivos a casa.
—Nos encantaría seguir presenciando su escena de esposos, pero tengo una carrera que ganar.
—Eso lo veremos.
—Vamos, Ruth.
—En sus marcas... ¿Listos? ¡Fuera!
Esteban y Javier avanzaron como balas en el mar. Era un recorrido de cincuenta metros. Gritos y alientos de parte de Ruth e Iván les siguieron. Una vez libre del agarre de Iván, Naomi buscó su cámara. Ella regresó justo en el momento que Esteban colocó sus manos sobre la roca, fue un ganador invicto.
Verlos sonrientes provocó que de sus ojos cayeran pesadas lágrimas. Se encogió de hombros. Esteban tenía toda la razón, no era justo ser tan dura consigo misma. Necesitaba la paz que solo el amor propio le daría. Su resistencia ante el afecto no era una lucha contra el mundo, sino frente a lo que ella pensaba de sí misma y lo que realmente era. Natalia y Miguel renovarían sus votos matrimoniales a mediados de septiembre, por fin habían revivido la llama que consideraban apagada, y pudieron lograrlo gracias a Naomi. Ellos se esforzaron en ser buenos progenitores, ¿por qué ella no podía ser una buena hija?
Elevó el dije de su collar para verlo. Tenía todo lo que necesitaba: su cámara y dos familias. Luego de elevar su mirada, en dirección a la roca, notó que Esteban y Javier se acercaban. Ruth estaba a dos metros de distancia. La deslumbrante sonrisa que Iván le regaló, cuando volteó a verla, llenó de gozo su alma. Se sintió capaz de hacer cualquier cosa para demostrar que lo amaba. Pero sin poder hacer mucho, obtuvo la atención de sus amigos llamándolos a cada uno por su nombre, y capturó en una fotografía todas las emociones que jamás volvería a menospreciar.
FIN
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