21 | Su chico
Luego del almuerzo con su padrino, Sandra ideó miles de preguntas. No podía rechazar una invitación a la cena anual de la Academia de Aviación, pero tampoco estaba en la mejor disponibilidad. Ni siquiera sabía si su vestido tenía que hacer juego con la corbata de Félix, y aún más importante, si serían oficialmente una pareja luego de presentarte allí juntos. Cuando él le preguntó qué deseaba hacer durante el resto de la tarde, respondió decidida:
—Tenemos que ir de compras.
—¿Cómo?
—Necesito un vestido para cenar en el Crowne Plaza.
—¿Entre tanta ropa no se te ocurrió traer un vestido?
—Además necesito zapatos y accesorios. También me gustaría ir al salón, luego podrías ir a... —Sandra puso sus ojos en blanco y se acercó a Félix, vacilante—. No me mires como si te fuera a matar. Mejor vamos a una boutique.
—Espera, ¿piensas comprar un centro comercial o qué?
—Por favor, vamos. No quiero ir sola, por fa, por favorcito, please.
—¿Qué te hice, Dios? —Félix miró al cielo y cerró sus ojos en señal de resignación.
—¿Eso es un «sí»?
—Ágora Mall.
En el rostro de Sandra se dibujó una gran sonrisa, que desvaneció cuando Félix le aclaró que debía respetar sus condiciones.
—Eres un aguafiestas.
—Te quiero, pero no puedo sucumbir hoy por una excesiva compra, si lo hago, ¿quién cuidará de ti en la cena?
—No necesito que me cuiden.
Félix le acarició la cabeza sonriendo.
—Lo sé, pero no permitiré que el hijo de algún reconocido piloto...
—Controla tus celos —interrumpió, apartando las mano de él—, no quiero que vayas conmigo porque tienes miedo de que me enamore de otro.
Félix elevó sus cejas, aquellas palabras lo sorprendieron.
—Las cosas no son así, por supuesto que quiero ir contigo. Me gusta tenerte cerca.
—¿Y los celos?
—Aún no me das una respuesta. —Sandra se mostró incómoda, no le gustó la manera en que fue acorralada, pero lo escuchado era cierto—. No quiero perderte.
—No me perderás.
—Entonces ya somos novios.
—Quizá luego de las compras.
—¡Dios mío! ¿Disfrutas verme sufrir?
—Solo un poco —contestó a carcajadas.
—Deberías ser más consecuente, también...
En un rápido movimiento Sandra le dio un beso en la mejilla, luego se aferró a su cuerpo en un fuerte abrazo.
—De acuerdo —susurró él.
—Gracias. Verás que pronto estaremos de vuelta.
—Déjame adivinar, tienes la tarjeta de crédito.
—Sí. Tenemos cinco mil pesos disponibles para vanidades.
—Al menos ahora tienes régimen.
—Yo no gasto dinero en cosas innecesarias —dijo él alejándose.
—¿En serio? ¿Quién compró una gorra que tiene escrito I don't fucking care por mil pesos? ¡Mil pesos!
—Eso fue una sola vez.
—¿Y tú querías más gorras?
—Vámonos.
—Respóndeme, Sandra.
—No me reproches. ¡También compré una para ti!
—¡Sin mi consentimiento!
—¡¿Eso qué importa?!
Félix no se complicó la existencia pensando sobre vestimentas formales. Una camisa negra con rayas horizontales blancas, un pantalón de tela negro un poco ajustado y zapatos negros; eran más que suficiente. Sandra no conservó su tranquila, pronto él se cansó de seguirla. Ni en sus sueños más locos se visualizó en una tarde de compras, pero esa fue una travesía que Sandra realizó sin descanso.
La idea de llamar a Paúl, para que le trajera todo lo necesario, le pasó mil veces por la mente. Nada le gustaba o le parecía apropiado para la ocasión. En varias tiendas eligió tres vestidos como los indicados, sus ánimos cambiaban cuando se los probaba, simplemente no eran para ella.
—Podemos parar por un rato...
—No, debemos seguir buscando.
—¿Entonces yo debo morir de hambre?
—Por ahora sí. ¿Qué dices? ¿Cuál es mejor? ¿Este o ese? Me gusta más el rojo, pero creo que el púrpura va mejor conmigo, ¿qué opinas?
Aquel era el decimoctavo vestido que le mostraba, a Félix le daba igual el color o el estilo. Estaba cansado y la desesperación lo tenía al borde de la locura. No encontró manera de meditar con tranquilidad la situación, así que habló ausente de rodeos.
—Elige uno, ¡por Dios! Lo único que los diferencia es el color y el encaje que tiene el púrpura.
—No sé cuál.
—Entonces yo lo haré por ti. Debes cerrar tus ojos antes de elegir uno de los vestidos. Te probarás el que no agarraste a ciegas. Luego descansaremos un poco. —Sandra obedeció el mandato y entró al probador en silencio—. ¡Te quiero!
—¡Eres un tonto!
Félix se acomodó en un sofá de la tienda. Serenó su mente dándole gracias a Dios porque era un chico. Admitió desde sus adentros que jamás entendería a las mujeres.
—Y, ¿qué dices?
Sandra se movió de un lado a lado apreciando el vestido, ceñido a su figura hasta las rodillas, frente a un espejo. Unas piezas de encaje en todos violetas y plateados cubrían su pecho casi por completo. El color púrpura resaltaba sus ojos y cabello negros. Félix se acercó y apoyó las manos en sus hombros. La miró como siempre había deseado que lo hiciera. En ese preciso instante se dio cuenta de que no había nada que pudiera hacer para reprimir lo que sentía por él.
—Este es.
—¿Eso crees? ¿El encaje está bien?
—Sí, está perfecto. Nunca creí en eso de que hay un atuendo para cada tipo de persona, pero este vestido te hace ver hermosa.
—¡Me lo llevo!
—Te espero en la entrada.
—Bien, en un momento voy.
Él apoyó su espalda en la puerta principal de la tienda. Sonrió cabizbajo. Jamás pensó que un vestido le quitaría el aliento. Se sorprendió a sí mismo con sus pensamientos, en vez de sentirse como un chiquillo enamorado, estaba feliz de por fin encaminar sus emociones. Sandra era dulce y atenta, estaba decidido a llegar hasta donde ella se lo permitiera en su relación.
—Tenemos el vestido, ahora...
—Ahora descansaremos.
—Antes vamos a una última tienda.
—No.
—Por favor.
—No.
—¡Por favor!
—Veo vestidos por todos lados.
—No es para ver vestidos.
—¿Entonces qué quieres?
—Una prenda.
—¿Prenda?
—No perdamos tiempo hablando, vamos a buscarla, ¿sí? —Sandra sabía cómo manejar la situación con sus gestos y marcado puchero.
—Dios.
—Por favor. Please.
—Trágame tierra.
—Estoy casi segura de que eso significa que aceptas, ¿no es cierto?
—Me debes una.
—Solo iremos a la tienda de enfrente. He visto la prenda que quiero en su página web.
Sandra buscó por todo el local camisas, zapatos y relojes tan elegantes como para estar en el guardarropa de Luis. Quería encontrar un regalo perfecto para su apreciado padrino. Félix caminó tras ella, como guardaespaldas, debido a los empleados que la seguían.
Las falsas sonrisas en las caras de esos sujetos oscurecieron los pensamientos de Félix. Él los catalogó como hombres de malas intenciones por la forma en la que observaban a Sandra. Incómodo e indignado, se mantuvo muy cerca de ella. Aprovechó todas las oportunidades pertinentes para abrazarla, y de alguna manera, esconderla de aquellos hombres.
—¿Te gusta esa camisa, Félix...? Te estoy hablando. ¡Félix!
—¿Qué?
—Estás en otro mundo —regañó, sin mirarlo.
—Perdón. Es solo que no me siento a gusto en este lugar.
—Puedes volver a la academia. Ya compramos el vestido. No creo que tu opinión sobre el regalo, así como estás, sea muy útil.
—No lo dije con esa intención, Sandra.
—Has hecho suficiente por mí hoy. Además todavía me falta encontrar un reloj y...
—Los empleados son repugnantes.
Ella frunció el ceño.
—Son serviciales y atentos, nada más.
—Atentos con tu cuerpo y serviciales mirándote de reojo. Son unos idiotas —balbuceó, enojado.
—¿Qué dijiste?
—¡Qué son unos idiotas! Ven que estoy contigo y no respetan eso. Son imbéciles sin cerebro.
—Me basta con que se me acerquen demasiado. No tienes de qué preocuparte.
—No deberían mirarte así. Ni disimulan. Son unos idiotas.
—No tienes que recordármelo, señor celoso.
—No estoy celoso. Yo sé lo que tengo.
—¿En serio? ¿Y se podría saber desde cuándo me tienes?
—Al menos para mí fue desde anoche, cuando me dijiste que me quieres y que soy guapo. Aunque eso último lo mencionaste casi dormida.
—Estás loco.
—Pronto volveré a pedirte que seas mi novia. Espero poder obtener una respuesta que no esté condicionada porque necesitas pensar. Ojalá te haya dado la seguridad que esto debe expresar.
—¿Qué haces, Félix? Necesito esa camisa, no la tires al suelo, por favor.
—No lo haré, solo quiero tus manos libres para que me abraces.
—¿Por qué?
—Quiero que le demuestres a esos imbéciles que soy tu chico —respondió, antes de unir sus labios con los de ella.
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