04 | Juventud bañada en superficial oro
—¡Tienes que ir a la preparatoria!
—Déjame en paz.
—Levántate —aconsejó Adrián, despojando a Javier de sus sábanas.
El mejor amigo de Ruth volteó la mirada bruscamente. No tenía ganas de discutir con su hermano mayor, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados, entonces le gritó:
—¡Eres un fastidio!
—No hace falta que me lo recuerdes. Debo irme a trabajar y tengo que hacer que estés presentable.
—Puedo ir en mi auto. No tienes que llevarme si tienes tanta prisa.
—Sabes que no dispongo de mucho tiempo.
—Me arreglaré para irme. Vete tranquilo.
—Gracias, niño.
—No soy un niño.
—¡¿Qué no?! Si vieras cómo luces ahora dirías lo contrario. Cuidado si te ahogas haciendo pucheros... Por cierto, ese pijama azul con estampados de dibujos animados te hace ver menor.
—Tal vez no sea un adulto, pero tampoco soy un niño.
—Tienes razón, eres un a-do-les-cen-te. ¿Al menos estás al tanto de qué hora es?
—¡Ah! —exclamó, poniéndose de pie—, necesito unas vacaciones.
—También necesitas un corte de pelo. Pareces un vago con ese flequillo.
—¿No tenías que irte a trabajar?
—Nos vemos en la tarde.
—¿Papá y mamá cenarán con nosotros?
—No lo creo, sabes que hoy trabajan. Así que es posible que seamos solo tú y yo.
—¿Es posible o así será? —cuestionó Javier, en un hilo de voz antes de cepillar sus dientes.
Sentir remordimiento no era necesario, estaba acostumbrado a que Adrián. Ni siquiera recordaba la última vez que vio a sus padres antes de las doce del mediodía. Por más que Nicolás se pasara los días en la constructora y Amanda no saliera de las salas de neurocirugía, no podía echarle la culpa a los empleos. Ellos invertían cada segundo para darles lo mejor, aunque su significado de familia no era el mismo. Al menos no luego del nacimiento de Javier, diez años después de que la noticia de que Adrián venía en camino alegró a toda la familia.
En Javier las cosas fueron diferentes porque Amanda y Nicolás no tenían la misma disposición que con su primer hijo. Adrián tomó la responsabilidad de velar por el bienestar de su hermano menor, hizo el rol de padre mejor que Nicolás. Las estables vidas laborales de sus progenitores no se detendría por él, y Adrián lo comprobó en el quinto cumpleaños de Javier cuando solo fueron ellos y una carta de felicitaciones. A temprana edad los hermanos comprendieron que la posición social alcanzada, por ser hijos de aclamados y prósperos expertos, no valía lo mismo que un «estoy orgulloso de ti». Tenían todo lo que cualquier joven adulto desearía en el ámbito material, nada más.
Durante la niñez Javier no comprendió el valor del estatus familiar. Adrián le afirmó que la ambición mueve a las personas mucho más que sus propias emociones. El desapego emocional que Nicolás y Amanda expresaban iba mucho más allá de la manera en que sus abuelos los educaron; era la consecuencia de una existencia poco privilegiada. Sus pasos nunca fueron igual de firmes que los de Adrián, pero que fueran propios compensaba todas las dificultades en el camino. A excepción de los que debía dar, aquel lunes, para ir a Nueva República.
Varias veces le preguntó al universo por qué la semana laboral no iniciaba los miércoles. Estaba muy cansado. Lo último que deseaba era escuchar los regaños de sus profesores. Mientras desayunaba, jugó media hora en la consola de videojuegos. Su corazón era igual al de un niño que no tenía juicio para recibir clases. Después de ir a Dominican's Café con sus amigos fue a un bar junto a colegas de Adrián. Ni siquiera supo a qué hora volvieron a casa o cuántos minutos de sueño tuvo, estaba seguro de que bebió varios tipos de cerveza. Cuando se encontró a Ruth apenas podía mantenerse de pie. Desde sus adentros discutió consigo mismo, específicamente, con la parte más sobria de su conciencia. Se llevó las manos hacia su cabeza en señal de queja y escupió inaudibles maldiciones. La resaca se apoderó de sus sentidos. Simplemente pudo dar gracias de que Ruth estaba concentrada leyendo, no quería ser regañado por ella.
—¿Está interesante?
—Mucho, deberías leerlo.
—«Demian».
—Sí, de Hermann Hesse.
—¿De qué trata?
—¿Te imaginas volver al pasado a través de las metas que jamás cumpliste?
—Suena interesante.
—Demasiado, en cuanto termine con él te lo prestaré.
—¿Es un trato?
—Por supuesto que sí.
Naomi no tardó en unirse a sus dos amigos minutos antes de que sonara la campana. Justo cuando anunció que Iván estaba enfermo Ruth supo que no estarían juntos en Sambil durante la presentación de Teen Light. Los jóvenes predefinieron el día escolar como ameno y así lo fue hasta que Enrique Delgado dio las calificaciones del mes.
—Muy bien Ruth, otra vez la mejor calificación de la clase, felicitaciones. Naomi has mejorado, espero que sigas así. Muy bien Javier, sigue así. Pedro, me has sorprendido mucho, tus notas mejoraron desde el mes pasado. Brenda, sé que tienes más potencial que esto...
Sus palabras de aliento fueron apreciadas por más de un alumno, en cambio para algunos eran la representación de una sentencia de año escolar. Otros estudiantes estaban en el medio de ambos casos, algo que Enrique llamaba «el paso», no eran súper buenos, tampoco muy malos, así como Naomi. Ella era del tipo de estudiantes que dando un poco más serían igual de sobresalientes que Ruth, pero, ¿a quién quería engañar? Se esforzaba tanto que en ocasiones pensaba que no daría más, no era tan inteligente como su mejor amiga. Las cosas siempre parecían fáciles para Ruth, todo le resultaba a la perfección. Estaba feliz por Ruth, pero también le hubiera gustado nacer con ese don.
Según todos a su alrededor, y ella misma, Ruth desbordaba éxito, era una chica idónea. Pero esa capacidad intelectual no se comparaba con la coordinación que poseía Naomi. La mejor amiga de Ruth era más intuitiva que maquinal, por muy dramática e inmadura que pareciera, poseía una admirable memoria. Nunca olvidaba las cosas de mayor importancia para toda chica, como sus accesorios y el almuerzo. Tales descuidos eran comunes en Ruth. Ella y Naomi concordaron en que unas papas y pollo frito valían arriesgarse a romper una de las normas de Nueva República. Ruth procuró volver rápido al lugar de costumbre, en ningún momento consideró posible que el sonido de una notificación detendría su retirada.
Félix
¿Estás?
Sí.
¿Nos podríamos ver hoy?
No creo que sea lo mejor.
Yo en serio
Escribiendo...
Hoy Teen Light tendrá un espectáculo en Sambil.
Le prometimos a Esteban que estaríamos ahí.
Me hubiera gustado que me lo prometas a mí.
Félix
Escribiendo...
Olvídalo.
Me alegro por él.
Por todos.
Me alegra saber que siguen siendo igual de unidos.
Somos los mismos de siempre.
Visto.
Lo único que él causó en Ruth fue un pesado sentimiento de arrepentimiento. Quiso invitarlo a la presentación de Teen Light, pero sus amigos y Naomi no estarían a gusto con ello. Dedujo que Félix seguía en la ciudad, y en una propia traba existencial no pensó bien las cosas, de haberlo hecho no respondía los mensajes.
No entiendo para que me pides que lo olvide, si sabes que no lo haré.
Intuición.
También esperanza.
No te puedo prometer eso.
Entonces imagina que no quiero que me lo prometas. Solo quiero verte.
En serio quiero hablar contigo.
Mi intención no es causarte más problemas.
Lo sé.
Perdón por todo.
No hace falta que te disculpes.
Nunca debí desquitarme con ustedes por la situación de mis padres.
Todos cometemos errores.
De verdad lo lamento.
No tienes por qué
Escribiendo...
Me estoy derrumbando, Ruth.
Mis padres no están ahí como antes.
Mi vida no es lo que quería para mí.
No me siento bien.
Esto duele.
Y no quiero caer ahora, no es justo.
Lo lamento.
Yo también.
No sabes cuánto lo lamento.
Te fuiste y no volví a saber de ti.
No me dejaste acercarme otra vez.
No quería lastimarte.
No te resultó muy bien eso.
Tienes razón, porque te extraño más de lo que debería.
Siempre estuviste ahí para mí.
No hay día en que no me arrepienta de haber perdido la amistad de todos.
A las 6 en Coffee Queen.
Ruth trató de huir de las declaraciones de Félix sin responder a los últimos mensajes. No tenía ánimos para seguir escribiendo. Sintió que el corazón saldría de su pecho hecho añicos. Apagó el celular y las lágrimas comenzaran a brotar.
—No te inundes en recuerdos que te dañarán, Félix, mejor crea nuevos que te llenen de felicidad —aconsejó como si él pudiera escucharla. Dejándose caer al suelo respiró profundo y dijo—: tal vez si te hubiera dicho eso antes todo sería diferente.
El tiempo no pudo borrar las memorias que continuaban luchando por sobrevivir en su mente y, de alguna manera, volver a la fácil vida con la que ambos contaban. Los anhelos de un futuro mejor, para olvidar el pasado que los hacía ser ellos mismos, eran difíciles de asimilar. Todas las desgarradoras e inolvidables memorias que vivieron juntos formaba parte de ellos.
El llanto de Ruth serenó el remordimiento. Sintió que su salón de clases era un lugar diminuto y que ella no merecía sufrir encerrada en él. La reclusión voluntaria era poco común en ella, pero el pasado intercambio de mensajes de textos provocó que deseara permanecer aislada. Quiso vestirse con un traje de mentiras al escribir que sus amigos y ella eran los mismos de siempre, supuso que era de su talla, se equivocó de muchas maneras.
Saber por cuántos minutos estuvo sentada en el suelo fue imposible cuando escuchó a Javier llamarla. El sonido de unos zapatos contra las losetas anunció que él estaba cerca. Ella se incorporó poniéndose de pie mientras secaba sus lágrimas con las manos.
—Ruth...
—Dime —interrumpió, sin voltear su mirada hacia él.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿En serio? Entonces dime por qué no te creo —cuestionó cuando estuvo frente a ella.
—Te digo que estoy...
—¿Qué sucede?
—Tan solo no encontraba mi bolso. Aquí lo tengo —contestó, sonriendo.
—Eres demasiado distraída.
—Lo sé y lo siento, por preocuparte.
—No me queda de otra más que preocuparme si no me miras cuando te hablo.
—Perdón.
Ruth notó a destiempo que sus palabras avergonzaron a Javier, pero cuando la tez blanca de sus mejillas se tornó rosa cálido ella se disculpó nuevamente. Él quedó acorralado en peculiares actos dejando ver mucho más de lo que le hubiera gustado. Con la aparición de diez segundos del silencio más incómodo, ese que deja sin aliento a los involucrados, ninguno encontró el tema adecuada para romper la pesada atmósfera. Por ende ignorar la importancia de sus palabras y actos fue una fácil salida.
—No es para tanto —añadió, después de cinco segundos de silencio—, vayámonos de aquí, si nos ven nos podrían sancionar —ratificó, agarrando la mano izquierda de Ruth.
—Por favor, no corras conmigo colgando.
Ellos caminaron despacio por el pasillo hasta que escucharon los pasos de alguien acercándose. Corrieron, e intentando pasar desapercibidos por el salón de profesores, iniciaron una carrera contra reloj hacia el área de recreo. Salieron airosos del pequeño susto. Sin embargo, había una persona que si los tenía muy presentes. A Naomi no le importó asustarlos, en cuanto la vieron acercarse se soltaron de las manos.
El resto de la jornada escolar transcurrió con lentitud para Ruth. No sabía si el paso del tiempo fue ligero porque estaba ansiosa de volver a ver a Félix, o porque tenía miedo. Se prometió a sí misma que mantener en secreto todo lo concerniente a Félix era lo más conveniente, aunque el sentimiento de duda en su corazón se mantuvo intacto. Se había acostumbrado tanto a lo cotidiano, a lo monótona que podía ser las vida, que los bruscos cambios parecían ser el fin del mundo, pero nunca lo sería a menos que ella dejara de respirar. No tenía miedo a equivocarse; temía que creyendo en Félix pudiera lastimar a otros. Su alma era tan pura como el agua, a pesar de que los demás la consideraban una chica inteligente era crédula e insegura. Incluso cuando era lastimada, jamás ponía en duda la buena fe de otros para obrar bien.
Esperaba que un segundo encuentro con Félix fuera lo que ambos necesitaban porque su inexistente olvido le había dolido menos que encontrarlo de nuevo.
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