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Capítulo 7. El naufragio eterno y los nuevos misterios de la isla.

Transcurrían los días, llegando así un domingo 16 de febrero de 1975, día que fuera el punto de partida para que Pablo viviera una etapa distinta que cambiaría su vida por siempre. Edmundo lo citaba en el aeropuerto de la Ciudad de México para partir a las nuevas instalaciones de su empresa en Melbourne. Como habían acordado entre él y Pablo, solicitaban un personal para ingeniería de pruebas. Y fuese o no por despecho a Luis y Lucía o por interés profesional, ya existía un acuerdo.

Pablo no obstante, sentía que el nerviosismo lo delataba; por lo que Edmundo lo invitaba a desayunar mientras esperaban el vuelo. Dicho viaje tenía como itinerario comenzar con escala a Santiago de Chile, para posteriormente cruzar el pacífico y llegar a su destino. Por otra parte, al nadie saber el paradero de Pablo, salvo su familia, no recibía una despedida digna por parte de quienes fueran sus amigos. Y con respecto a sus otros tres amigos de la empresa, ellos esperaban turno de aproximadamente tres meses y por obvias razones, no se despedían de Pablo, ya que creían que allá se iban a volver a ver... exactamente, creían.

- Los directivos australianos van a ayudarnos a conseguir un departamento de acuerdo con el sueldo –explicaba Edmundo mientras tomaba su café- anímate carnal... es un pinche cambio de país nada más, y el proyecto durará dos años. Ya si no te gusta, te volveremos a transferir a Querétaro.

- Estoy animado –decía Pablo con los nervios exhibiéndolo- tal vez los primeros días sean difíciles, pero puedo acostumbrarme con el tiempo; además, en un mes nos alcanzará el resto de la pandilla.

- Bueno, no es algo confirmado, pero puedo convencer a los australianos para que Mauricio, Said y Abraham también formen parte del proyecto. Pues acábate el desayuno porque en media hora sale el avión.

- Me consuela un poco que Enrique y mis padres se hayan tomado su tiempo para despedirme –suspiraba Pablo- estoy nervioso porque es una decisión muy importante que tomé.

- Valdrá la pena. Ya verás que con el sueldazo que te tocará, ni querrás regresar.

- A huevo.

Se hacía el llamado a los pasajeros para abordar el avión, y al tomar el asiento adjunto a la ventanilla, Pablo mostraba un rostro de nostalgia; pues no era sencillo tomar la decisión de dejar el país y a sus seres queridos para tener un empleo mejor pagado. El avión lentamente abandonaba las tierras nacionales para viajar hacia el sur y tomar escala en Santiago de Chile.

El tiempo era breve como para salir a pasear a tierras chilenas, por lo que Pablo y Edmundo sabían que no debían salir del aeropuerto.

- Me hubiera encantado conocer a las chilenas, dicen que están bien buenotas las cabronas –lamentaba Edmundo- pero ya ves que por ser un viaje largo, la escala debe ser corta.

- No sé si es mi imaginación, o está haciendo mucho calor acá –decía Pablo- voy a comprar una cerveza bien fría.

- Ahí me traes una, te doy lana.

La escala culminaba alrededor de las tres de la tarde, horario de Santiago, y el avión ahora dejaba tierras americanas. El viaje, aparentemente era tranquilo con nada alrededor más que agua y cielo aparentemente despejado; la gente comenzaba a dormir, mientras Pablo leía un periódico chileno y bebía su cerveza. Los pilotos estaban confiados en que el día fuera despejado, pero por lo mismo, el engaño era inminente; pues al no haber nubes, no era preciso para la época adivinar las corrientes de viento que pudieran significar algún desenlace fatal.

Una ráfaga súbita bastaba para cambiar para siempre la vida de Pablo; pues el avión perdía estabilidad y comenzaba a caer con gran velocidad al extenso azul del océano. Había gente que gritaba por el pánico, otra rezaba para esperar un milagro de supervivencia que nunca iba a llegar, mientras que Edmundo respiraba agitadamente por el destino que iba a sufrir. Pablo, al principio estaba aterrado de tener a la muerte rondando su regazo, pero al recordar momentos no gratos y algunas traiciones como el que aparentemente Luis y Lucía le habían hecho, respiraba profundamente y cerraba los ojos.

El avión tocaba el océano para después rebotar como si un niño lanzase una piedra a un lago y ésta botara, y se seccionaba en dos partes. Los pasajeros caían o salían disparados con todo y asientos; y a Pablo, al momento de impactar su asiento en el mar, simplemente su vista se tornaba negra y su conciencia se apagaba, como si se desconectara su cuerpo de su razón a la fuerza.

El lugar de los hechos estaba lejos de la población, más o menos en las cercanías de territorio polinesio, y eso, ya era lejano; por lo que ya era lunes 17 de febrero de 1975. Era el día uno de la muerte social de Pablo.

Después de unas horas, Pablo recobraba el conocimiento, sintiendo el rostro en una sustancia arenosa. Al principio no podía ver nada más que sombras y luces; sin embargo, en el transcurso de los minutos recuperaba la vista y notaba que había sido arrastrado a una isla aparentemente desierta. Retiraba el cinturón de seguridad que tenía el asiento desprendido del avión, y entre pasos cojeados se levantaba a buscar si había supervivientes. A cincuenta metros del lugar del despertar, Pablo veía en una orilla del agua, a una persona flotando; se trataba de Edmundo.

- ¿Estás bien? Edmundo... ¿Edmundo? Respóndeme. –Pablo le llamaba inútilmente a su amigo, quien había fallecido en el instante del accidente-. ¿Qué más falta para que mi pinche vida se arruine más? ¡He matado a mi amigo! Y yo... ¿Por qué no...?

Pablo rompía en llanto al saber que estaba completamente solo... si bien, ya se sentía solo entre la sociedad, era tiempo de experimentar el verdadero aislamiento. Pablo utilizaba un trozo de tronco de palmera para escarbar y enterrar a Edmundo; y después de ese llanto, Pablo se limpiaba las lágrimas, estando consciente de que necesitaba sobrevivir.

- Tengo que entrar a ese bosque o me va a cargar la chingada –pensaba- debo comer algo, y conseguir material para hacer aunque sea una choza... y espero haya aunque sea tenido la puta suerte de naufragar en una isla con agua dulce.

Antes de movilizarse para adaptarse en la isla, Pablo tenía una esperanza vana de que algún otro avión o un barco coincidieran en la isla; así que trataba de poner la palabra "Ayuda" en lengua inglesa a lo más extenso de la playa, sin éxito alguno de ser rescatado.

Rápidamente se daba a la idea de que no iba a ser rescatado, así que comenzaba a conseguir palos, piedras y hojas para elaborar elementos necesarios para sobrevivir, como herramientas rústicas. La fortuna de Pablo era su habilidad para cazar peces con arpón... y cada que hacía esa actividad, le regresaba en la memoria, sus aventuras con sus amigos en Veracruz.

Otro problema que debía solucionar, era recordar la técnica para hacer fuego; pues ya tenía más de diez años que no había necesitado generarlo, debido a que en la civilización, un cerillo o encendedor, hacía el trabajo duro. Pablo estaba nervioso porque intentaba, pero no podía generar el fuego.

- ¡Está muy cabrón esto! –Suspiraba entre sudores-. No puedo recordar cómo chingados hacía fuego... pero en lo que se me viene la idea, debo seguir.

Pablo conseguía lianas para comenzar a juntar los troncos y elaborar lo que sería su choza; conseguía hojas de plátano para elaborar su cama dentro de la choza, mientras construía también el techo con troncos delgados de árbol y hojas de palmera. No era una choza elaborada con tecnología como para que fuera una habitación turística, pero era suficiente para poder dormir.

Si se situara un mapa de la isla desierta, la choza se encontraba en la playa norte, pegado a una pared natural hecha de roca; la región del despertar se situaba en la playa este, junto con la tumba improvisada de Edmundo; en el lado occidente, Pablo se adentraba para conseguir palos, piedras y hojas para utilizarlos y producir herramientas de cacería y construcción rústicas. Pero la choza no iba a servir de nada si no encontraba lo más elemental: El agua.

Pablo, quien fuera en la sociedad lo suficientemente arrogante para negar la existencia de un Dios, por primera vez en años se encomendaba para encontrar agua en la única región que le faltaba por explorar: La sur.

Pablo se adentraba cada vez más a la selva, cuando de pronto escuchaba un sonido que lo haría muy feliz, después de días de ni siquiera tener tiempo de serlo. Era un sonido de cascada, considerando que la isla tenía un diámetro de dos kilómetros aproximados; lo suficientemente grande para encontrar un pequeño oasis bajo una pequeña pared de rocas de no más de diez metros de altura. De esa pared, vertía una pequeña cascada; cuya apariencia fuera como una artificial.

- ¡A huevo! –celebraba Pablo-. Me va a hacer el paro.

Entonces, Pablo ya podía trasladarse para beber el agua y bañarse; aunque seguía buscando otras opciones, ya que ese manantial estaba del otro lado de la isla. Con sus instrumentos, Pablo cavaba dos agujeros a lado de su choza y colocaba rocas no filosas como suelo y pared, pues si en algún momento fuera época de lluvia, tenía la idea de almacenar sus propios estanques de agua: Uno para bañarse y otro con fines de beberla. Pablo estaba adaptándose muy bien a la isla; pero todavía tenía el pendiente de producir fuego, pues ya estaba cansado de comer fruta o pescado crudo.

Debido a que entre la soledad, la lucha y las actividades, mantenían a Pablo ocupado, no se percataba que había transcurrido un mes. Y en ese mes, después de varios intentos fallidos, por fin aprendía a crear fuego. Y era en ese momento, cuando se sentía el hombre más afortunado al haber naufragado en una isla que era diversa. Tenía selva, tenía agua, tenía fruta, tenía peces, y ya tenía su establecimiento en el sector norte.

Aquella noche era calurosa, y ya había llovido lo suficiente para llenar los estanques de agua dulce, así que Pablo se introducía para refrescarse; hasta que de pronto se escuchaban pasos a unos diez metros de distancia, donde estaba la entrada hacia la selva. Pablo se vestía con una de las tantas ropas encontradas en las maletas de los pasajeros desaparecidos, y exploraba la región del sonido extraño.

- ¿Quién está ahí? –Pablo veía una silueta-. ¡¡A ver pendejo, sal donde te pueda ver!!

Era una gran impresión la de Pablo cuando veía que la silueta se revelaba en la luz de la luna; pues se trataba de aquella anciana Julia.

- ¿Usted aquí? –Se impresionaba Pablo.

- Se ha cumplido –decía la anciana- el azul del océano te estaba esperando.

- ¿Qué quiere decir? No me diga que usted fue la cabrona que provocó la caída del avión...

- Yo no he provocado nada. Tu indiferencia de mis advertencias te atrajo aquí... si no fueras tan ingenuo, habrías evitado esta molestia; o mejor dicho, esta oportunidad, pues la isla te necesita.

- ¿Esta isla solitaria me necesita? –Pablo reía-. Creo que voy a requerir una explicación de su parte, y más vale que no se largue con su pinche rafaguita de viento.

- La explicación es sencilla. Yo vivo en esta isla, y como tú, soy una prisionera en vida en esta isla de la longevidad.

- ¿Y cómo es que la veía en Veracruz? ¿Cómo es que la veía en la boda de mi hermano?

- De veras que eres una persona muy escéptica. Te voy a enseñar lo que nadie ha visto en tierra civilizada –explicaba la anciana Julia- esta isla tiene algo misterioso... nadie ha encontrado esta isla en mis más de ochenta años viviendo aquí; ¿y sabes por qué? Mi teoría es, porque esta isla es atemporal. Tan atemporal que mientras tú has sentido que estás aquí desde hace un mes, allá afuera ha transcurrido treinta años.

- Es muy parecido a aquella leyenda de una cueva del tiempo en los altos de Jalisco –se sorprendía Pablo, pero seguía con dudas- pero yo me veo joven; todavía tengo apariencia de alguien de treinta y un años.

- Mira el cielo nocturno, muchas estrellas que ves ahí, aparentemente existen, pero en realidad son estrellas que se apagaron hace millones de años. Esta isla está aconteciendo a un año luz por día; es tan rápido el giro, podríamos llamarlo así, que aparentemente ves como si no estuviera moviéndose. Exactamente lo que oíste, un día aquí equivale a un año en tu mundo.

- Entonces quiere decir que... el avión perdió estabilidad porque entró a un espacio atemporal. Y si es cierto lo que dice, ¿cómo es que regresó al pasado? Cuando me visitó usted en Veracruz, o en la fiesta.

- No es fácil que lo entiendas, pero te voy a mostrar.

La anciana Julia guiaba a Pablo a una cueva ubicada en el centro de la isla. Al entrar a dicha cueva, Pablo notaba que la anciana vivía ahí, por la cama, la silla y otros muebles rústicos labrados con madera de la misma selva. Más a profundidad, la anciana mostraba dos fosas de agua, que aparentaban ser fuentes.

- Esta es la fosa del pasado –explicaba la anciana Julia- y aquella otra es la fosa del futuro.

- Esto es increíble –se impresionaba Pablo- pero no sé qué relación tiene esto con lo que le pregunté de cómo fue que salió de la isla a conocerme.

- La fosa del pasado es una fuente que te traslada a la fecha que tú pidas, y el lugar que tú elijas. Por lo mismo que el pasado no se puede cambiar, nadie, salvo muy pocas personas pueden ver al viajero... en aquél día que estuviste en Veracruz, me impresionó que me hayas visto, y es por eso que fuiste uno de los elegidos de esta isla.

- ¿Y si no le hubiera hecho caso aquél día?

- Bueno –continuaba la anciana Julia- el futuro se puede cambiar, así que algunas de esas personas especiales nunca lo habrán sabido en vida, pero tú ya lo sabes, ¿quieres comprobarlo?

- Si un día en esta isla equivale a un año en cualquier otro lugar, significa que al transcurrir mucho tiempo, mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo... me han de creer muerto. Quiero ir a la fecha de mi aparente funeral.

Julia hacía señas a Pablo para sumergir su rostro en la llamada fosa del pasado, advirtiendo que no dejara de pensar en el evento que quería ver. Entonces, aparentemente en físico, Pablo estaba sentado en una banca a la orilla de una sala fúnebre. No había nadie todavía, pero sí había un sarcófago vacío que contenía objetos que a Pablo le gustaban. Entre dichos objetos, se encontraba el bajo eléctrico de cuando hacía música en el grupo La Catrina, y también se encontraba el viejo balero que su amigo Luis le había regalado.

La puerta principal de la sala fúnebre abría al fin, y Pablo veía a sus familiares entrar: Karla y su familia eran las primeras personas en pasar a la sala, e inmediatamente después se veía a Enrique con su esposa, y así sucesivamente; pero Pablo descubría que siempre había estado solo cuando ya sin contar a la familia directa, llámese padres, hermanos, tíos, primos, abuelos, etcétera, salvo Luis, Agustín, el resto del grupo La Catrina y sus tres amigos del trabajo... no había nadie más de sus seres ajenos a la familia. Aquella vez que había fallecido Tadeo, el velorio estaba repleto tanto de familiares como de muchos amigos con quienes contaba, y a diferencia de su velorio, Pablo veía que el suyo estaba mucho más vacío, sólo familiares y si no fuera por los antes mencionados, ninguna persona fuera de la familia habría asistido. Pablo mostraba una sonrisa sarcástica al notar que casi nadie lo iba a extrañar o mejor dicho, sus 'amigos' indiferentes iban a estar en su ausencia.

- Creo que ya veo las cosas claras –reía Pablo- estoy parado frente a ellos y ni siquiera me ven, como yo sí pude verla a usted.

- Muchas cosas que parecen inexistentes... existen en lo más recóndito del mundo.

- Ni Daniela, ni Nancy, ni Lucía tuvieron al menos la cortesía de despedirse de mí.

- A veces la gente se arrepiente y no sabe lo que ha tenido –decía Julia- hasta que... bueno, ya te sabes el resto.

- Hasta que lo pierde –complementaba Pablo- pero no es el caso de ellas. Con las tres terminé mal; era evidente que no les iba a interesar asistir a mi velorio.

- Cierra los ojos y piensa en el día siguiente.

Pablo obedecía, y al momento de abrir los ojos, notaba que la sala estaba totalmente en solitario, con nada más que el ataúd en su frente. Al momento de voltear, ahí estaba Lucía, vestida de negro, abrazando un clavel que estaba por colocar en la tapa de la tumba. Su rostro emitía señales de arrepentimiento; y aunque ella no era la responsable de que hubiese ese accidente aéreo, sabía que tenía a alguien que la valorara, más nunca había permitido que Pablo entrara en su corazón.

- No sé si me escuches Pablito... te he lastimado mucho y he arruinado tu amistad con Luis, con tu mejor amigo –se arrodillaba Lucía en la almohadilla de la banca situada en frente del ataúd, apenas emitiendo palabras interrumpidas por suspiros de sollozos- yo sé perfectamente que el amor es traicionero... pero tuve la oportunidad para aprender a amarte, y la he desperdiciado. Pensé que por mi egoísmo y mi orgullo, me había deshecho de ti; pero ahora que ya no estás, me doy cuenta de que te extraño; extraño cuando me escribías aquellas cartas, cuando me llamabas 'princesa'. Perdóname, si en alguna parte me estás escuchando... es irónico que nadie crea que se pueda amar a alguien justo después de haber muerto; pero tal parece que el destino se burló de mí... lo estoy empezando a creer. ¡Ay Pablo, me haces mucha falta! Tuvo que pasar algo fatal para que dentro de mí, me pregunte, qué se hubiera sentido un beso tuyo en mi boca; pero sólo será eso, como imaginar que tu alma me hiciera el amor cada que sueño contigo.

Pablo al menos se sentía satisfecho por haber provocado una reacción amorosa de parte de Lucía hacia él.

- Señora Julia –preguntaba Pablo- ahora resulta que me quiere violar ya estando muerto... ¿está usted segura de que ella no me puede ver?

- ¿Puedes abrir tu tumba frente a ella? –Retaba Julia-. Inténtalo.

- No puedo levantar nada a pesar del contacto –decía Pablo- entonces, ¿cómo es que me siento ambientado en esta fecha? Siento el clima, siento el piso, hasta puedo sentir el aire.

- Ahora toca el rostro de esa chica Lucía.

- Sus mejillas son tan suaves –le sonreía Pablo- aquí estoy, Lucía... no te disculpes.

- Descansa Pablito –Lucía cerraba los ojos, mientras una lágrima empapaba el dedo de Pablo, y finalmente suspiraba con una sonrisa de resignación y agradecimiento- gracias por amarme cuando pudiste.

Finalmente Lucía se retiraba. Julia le extendía la mano a Pablo para que se la tomara y así, regresar a aquella isla atemporal

- ¿Me escuchó?

- No –decía Julia- pero sí te sintió, ¿y sabes por qué? Cuando la fuente del pasado te transporta a este lugar, tu alma está viajando, pero tu cuerpo permanece en la isla en trance. Viajar al pasado tiene una limitación... sólo puedes ir al pasado a partir de la fecha donde hiciste contacto en la isla, como te dije; no puedes cambiar el pasado de la mayoría de la gente, porque generalmente no te pueden ver. Pero las muy pocas personas que nos pueden ver, tienen la oportunidad de creer y cambiar su destino, o no creer y seguir la línea tradicional del tiempo.

- Supone usted que la isla trasciende a un año luz por día, ahora empiezo a comprender que la relatividad puede existir. Y si quisiera, pudiera viajar al pasado.

- No puedes salir de esta isla, o al menos tu cuerpo no puede... la puerta a tu mundo es la fuente. A cien metros de las playas hay un vórtice que te puede desintegrar debido a la velocidad del giro, si intentas salir.

- Ya me hubiera desintegrado al entrar.

- De verdad que eres muy astuto –reía Julia- hay muchos puntos en tu planeta que son tan misteriosos... conoces el triángulo de las Bermudas, o la cueva que mencionas. Las desapariciones se dan por muchas razones, y es muy difícil sobrevivir cuando atraviesas los vórtices que rodean la región. Pero por milagro sobreviviste... puede ser porque a veces entrar es más factible que salir.

- ¿Cree que sobreviví también porque viajé por aire o por tierra?

- Puede ser, ya que hay zonas donde el vórtice tiene menor fricción. Ahora bien, si en algún momento hicieras un cohete al espacio con palos de palmera y piedras de la isla, y te reacomodas para volver a entrar a la atmósfera y caer al lugar donde vives; ya que han pasado treinta y tres días de tu naufragio, verás a tus seres queridos, si es que siguen vivos, con treinta y tres años de más.

- Con razón usted se me hacía misteriosa cuando me visitaba en mis tiempos en la civilización –pensaba Pablo- siempre supe que en el universo había un resultado de la teoría de la relatividad del espacio y el tiempo, pero nunca creí que hubiera relatividad dentro de la misma Tierra.

- Ya has pensado mucho, creo que les voy a preparar la comida –decía la anciana- esta tarde habrá cangrejo al coco.

- ¿Nos? ¿Acaso hay alguien además de usted y yo?

En ese momento, saludaba un niño aparentemente de nueve años de edad; su nombre era Nicolás. Era otra persona que se había perdido antes que Pablo en la isla, pues se decía que al escapar en un barco carguero, éste había sido absorbido por el vórtice del tiempo, y que considerando que este vórtice tenía más fuerza en la parte baja, de milagro había sobrevivido.

La historia de Julia era algo similar, salvo que a ella, sus padres la habían engañado cuando tenía doce años, en ir de paseo en un transatlántico del siglo diecinueve. Y cuando ella había abordado, sus padres se habían marchado; así como también, cuando ella se había dado cuenta de ello, ya era muy tarde porque el barco había zarpado para ese momento. Julia había bautizado a la isla como la Isla de la Soledad.

- Hola, mi nombre es Nicolás –introducía el niño- ¿quieres de mi sopa? Nunca me ha gustado.

- Nicolás –llamaba la atención Julia- agradece que estás comiendo, anda... acábate esa sopa.

- Lo que sea de cada quien señora –Pablo daba la razón a Nicolás- su sopa está bien pinche insípida.

- Así que ya lo llevaste a conocer la fuente del pasado.

- Perdón mi indiscreción, chamaco –Pablo preguntaba- ¿cuánto tiempo es que tienes aquí?

- No me lo creerías. Naufragué aquí en 1940, tengo una enfermedad extraña que me provocó alienación en la sociedad y traté de escapar a Nueva Zelanda... era mi lugar favorito en los libros, y que tenía ganas de conocer. Pero el barco fue arrastrado por una corriente invisible y; recuerdo que me pegó una tarima. Sí que fue un buen putazo, porque desperté y ya estaba en la playa de esta 'paradisiaca' isla. Igual que tú, sólo que sin construir la suite como lo hiciste tú, me refugié en esta cueva... y aquí fue donde encontré a la abuela Julia.

- Y por lo que entiendo, ustedes dos eran los únicos aquí, hasta que llegué. ¿Puedo preguntarte qué es esa enfermedad que te apartó de la sociedad?

Nicolás meneaba positivamente la cabeza, mientras Julia ofrecía té de los limones que crecían en la isla atemporal. Y comenzaba a contar su historia.

- Nací un 5 de enero de 1911 en Valparaíso, en el seno de una madre costurera y un padre arquitecto. Soy el mayor de tres hermanos que el matrimonio tuvo, todos varones. Tuve una infancia... dichosa, me gustaba mucho la bicicleta, hasta ese momento de cuando tenía nueve años de edad. Recuerdo bien que un auto golpeó mi bicicleta y salí disparado a no sé dónde, porque estaba inconsciente. Aparentemente no me sucedió nada, pero al pasar de los años, siempre aparentaba la edad de nueve años; no crecía, no me cambiaba la voz. En lo que se suponía que fuera mi adolescencia, no podía pasar de año porque los maestros no me creían mi edad. Entonces empezaba a jugar con mis juguetes con generaciones siguientes... resignado a ser eternamente un niño; pero mental y emocionalmente ya era un adolescente, me quería enamorar, pero las muchachitas siempre me creían un niño de nueve años. Mis amigos y mis primos de mi edad se hicieron adultos, mis hermanos ya se habían casado y habían tenido hijos; y mis padres se sentían más incómodos cada que envejecían y más aún me cuidaban, cuando quería independizarme. Así que decidí escaparme a conocer mi lugar preferido. ¿Puedes creerlo? Era una pinta temporal que nunca pensaba que fuera a convertirse en un naufragio. Y aquí me tienes, eternamente joven... y no sé si sea desgracia o fortuna, pero los únicos órganos que envejecen en mi interior son los vitales como el corazón y el cerebro.

- Un momento... si dices que tienes sesenta y cuatro años, y naufragaste en 1940... ¿significa que tendrías unos doce mil años?

- Todos tenemos diferentes nociones de tiempo en esta isla, Pablo –explicaba Julia- y lo podrías ver si me acompañas a las fuentes del pasado y del futuro. Tú apenas llegaste hace treinta y tres días de esta isla, por lo tanto, en la fuente del pasado puedes viajar hasta treinta y tres años atrás, y en la fuente del futuro, puedes viajar en lo equivalente a la actualidad de la isla; es decir, treinta y tres años adelante. Mañana serán treinta y cuatro, y así sucesivamente.

- Es como si yo fuera un semi-dios.

- Si yo tomara cuentas en los años que llevo en esta isla, ¿sabes hasta dónde llega mi rango de viajar por el tiempo? Aproximadamente treinta mil años. Si pudieras acompañarme a viajar a mi línea de tiempo, sabrías que yo ya puedo viajar a un planeta desolado, donde la humanidad ya no existe. Nicolás también podría viajar doce mil años y también te aseguro que conoce lo que es un planeta solitario... pero como tienes menos tiempo en esta isla, las fuentes no te permiten que entres a nuestros tiempos; pero nosotros sí podemos entrar a los tuyos, y tú podrías entrar a los tiempos de la siguiente persona que encalle en esta isla.

- La física cuántica es tan confusa. Aunque no sé por qué yo fui el elegido a encallar a esta isla.

- Aunque no me creíste cuando estabas en la civilización, no pude hacer que cambiaras tu destino.

- A mí también me pasó lo mismo –explicaba Nicolás- unos años antes de mi naufragio, la señora Julia me advirtió... 'te espera el azul del océano', 'eres el elegido'. No le creí... y ya ves lo que pasó.

- Es obvio que desde hace treinta y tres días estás muerto civilmente, pero puedes ocupar las fuentes del pasado para buscar a la persona que pueda acompañarte; tiene oportunidad de cambiar su destino. Si te cree y desea acompañarte, la persona buscará la isla y se unirá a ti; pero si no quiere formar parte de esta bendición que ahora tienes... tomará las precauciones y nunca se acercará a esta isla, por lo que vivirá su vida solitaria... pues esta isla es sólo para quienes nunca encajaron en las sociedades. Si no te cree, significa que tarde o temprano va a encallar.

- ¿Y qué hubiera pasado si yo le hubiera creído y evitara el destino? –Pablo sentía más curiosidad.

- Bueno, en esta parte tienes la fuente del futuro, que te mostrará los 'hubieras' supuestamente no existentes a partir de la fecha que naufragaste; en tu caso, tus 'hubieras' se muestran a partir del 17 de febrero de 1975.

- Señora Julia –Pablo decidía- quiero entrar a mis 'hubieras'.

- Puede haber consecuencias con lo que vas a visualizar de tu futuro alterno si no hubieras naufragado.

Julia accedía; pues Pablo necesitaba aprender la mecánica de la isla para adaptarse y aceptar su realidad del por qué había sido elegido en la isla de los solitarios.

- Este es el día 3 de abril de 1976 –explicaba Julia- estás en un salón de fiestas con una apariencia deprimida; el último de tus hermanos se ha casado, y tú estás intentando divertirte para evitar preocupaciones en tus seres queridos.

- Así que ese de allá soy yo –se veía Pablo a sí mismo, sentado en una orilla- puedo leer mi propia expresión... me estoy divirtiendo, pero en mis ojos hay lamento porque sé que nunca conocería el amor, y estoy consciente de que nunca seré protagonista de una boda.

- Vente, pinche Pablo –Luis llamaba al Pablo alterno- quiero que conozcas a mi hija Brenda.

- Luis parece estar tan feliz con su esposa e hija.

- Ellos son tus padres... parece que están bromeando porque eres tú quien falta para casarse. Cosa que nunca sucedería.

- A ver cabrones –decía con euforia Agustín mientras se sentaba en la mesa del Pablo alterno- aquí traigo pomo del bueno.

- Mis seres queridos se ven tan contentos en la boda de mi hermano... quién diría que yo iba a ser el pinche chivo quedado. Llévame a la siguiente fecha.

Julia y Pablo se trasladaban a otro tiempo más adelantado.

- Estamos en 5 de julio de 1979 en esta ocasión –explicaba Julia- acabas de ganar un viaje a Londres por ganar el concurso de bandas, con tu llamada Catrina.

- De no accidentarme sabría que de algo serviría ese pinche grupo... hubiera sido muy cabrón en la música.

- Creo que iremos a otra fecha... porque sabes que en la celebración del triunfo serás un mal tercio para todo el grupo.

Nuevamente Pablo cerraba los ojos para trasladarse a una fecha triste; 19 de agosto de 1982.

- Estoy con Mauricio dándome madrazos con el tequila, ¿por qué?

- La respuesta es porque sucedieron dos puñaladas en ti. Te rechazó una mujer de tu trabajo, porque Abraham fue quien la enamoró... y la otra es porque el grupo que tenías con tus amigos, se desintegró.

- Era de suponerse –Pablo reía sarcásticamente- tendría treinta y ocho años en esa fecha, y seguiría de pendejo enamorándome en vano. En cuanto a La Catrina, me imagino que no duraría para siempre, ya que mis amigos tenían ocupaciones con sus familias. Vaya que Luis no perdió el tiempo... parece que Brenda tiene una hermanita.

- Estos 'hubieras' no te iban a favorecer si no llegabas a la isla –decía Julia- la soledad siempre te perseguiría.

Otro traslado más ocurría.

- Día 21 de noviembre de 1984 –volvía a explicar Julia- ha muerto tu señora madre, y estás muy deprimido.

- Mi más sincero pésame, amigo –decía Epifanio al Pablo alterno- lo importante es que siempre vivió alegre, aun cuando tenía leucemia.

- ¿Dónde está mi padrastro? –Pablo preguntaba a Julia.

- Tu padrastro falleció algunos meses atrás de un infarto fulminante mientras dormía.

- Llévame a otro tiempo –no esperaba Pablo y pedía traslado- no puedo ver el velorio de mi madre.

Julia llevaba a Pablo a once años de diferencia.

- Estás en septiembre de 1995 –veía Julia a un Pablo alterno gastando su vida en el trabajo- en esta fecha, parece ser que ya te has resignado y ya no te has enamorado; ni siquiera has visitado a tus hermanos, pues decidiste llevar una vida ermitaña, a tal grado que el trabajo se convirtió en una adicción.

- Ya veo que nunca pude gozar ni en esta vida, ni en la alterna... me quedé con las ganas de casarme, de procrear como lo hicieron mis amigos y mis hermanos. Y por lo que veo nadie me ha pagado una visita.

Para cerrar el viaje de los 'hubieras', Julia y Pablo se trasladaban a diciembre de 2004 en una cabaña sencilla y solitaria, que estaba en medio de un bosque. Lo que más apantallaba a Pablo era el ver un cadáver de meses sin encontrarse por la gente, en un sillón. A lado del sillón había una taza que contenía una bebida que pareciera ser veneno.

- Lamento decirte que ese cuerpo eres tú –lamentaba Julia- hace un año, de este tiempo alterno, perdiste tu trabajo, y por la edad... nadie te contrataba. Perdiste tu casa, y pasabas hambre en esta cabaña que encontraste para dormir ahí. Te sentiste sin salida, así que te suicidaste ingiriendo veneno.

- Está cabrón mi destino alterno –Pablo lamentaba con lágrimas en sus ojos- fallecí... ¡¡y hasta en eso ni un puto velorio tuve!! Nunca le agradecí a usted por salvarme de mi cruel destino. Me imagino que morí a los sesenta y un años de edad. ¿Después qué pasa? ¿Mi familia encuentra mi cadáver hecho calaca?

Por último, Julia trasladaba a Pablo al día 20 de noviembre del año 2008, a la misma cabaña; y el cadáver, ya en forma de calavera seguía en ese viejo sillón tejido con telarañas.

- Lamento informarte que aún no te han encontrado.

- ¿Puedes llevarme por ejemplo, a cinco años después?

- No puedo, porque has pasado treinta y tres días en la isla; y por lo tanto, esta es la fecha máxima a la que puedes viajar, ya que son treinta y tres años y nueve meses los que han transcurrido en el tiempo de la sociedad con respecto a tu tiempo que corre en la isla de la Soledad. A menos que te esperes unos días, podremos ver más años futuros en tus 'hubieras'.

- Ya con lo que vi, no quiero saber más de mis 'hubieras' –Pablo tomaba un suspiro- señora Julia, sáqueme de esta pinche fuente y regréseme adonde realmente pertenezco.

- Te advertí de las consecuencias –reía Julia para amenizar el viaje oscuro de los 'hubieras' de Pablo- lo más recomendable es ya no utilizar la fuente del futuro para este propósito.

Pablo despertaba del trance al trasladar su alma a la fuente, y tomaba un suspiro de alivio, además, tenía en mente que su muerte alterna no había sido natural, por lo que pensaba que tenía una oportunidad de vivir todavía más de sesenta y un años.

- Creo que te ha sorprendido viajar a tus 'hubieras' –decía Nicolás- y por lo que veo fueron muy deprimentes, ¿no es así?

- Tan así que vi mi cadáver putrefacto, y nadie me pagó un entierro digno –lamentaba Pablo, pero suspiraba con esperanza- después de todo no creo que fuera mala idea naufragar en la isla de la soledad.

- Ok, al menos has aceptado que tienes un propósito en esta isla... Pablo, tengo apariencia de un niño, pero como te dije, mi corazón y mi cerebro envejecen y llegará un tiempo en que la abuela Julia y yo nos despidamos de esta vida. ¿Vas a quedarte solo o vas a buscar en la fuente del pasado a alguien para que te acompañe en esta isla?

- De pendejo me quedo solo –afirmaba Pablo- eso obvio que voy a buscar a la gente; tanto así que esta isla tendrá al menos algo de vida, una pequeña población aunque sea.

- Pablo –decía Julia- en menos de una hora se acabará el día; y eso quiere decir que transcurrirá otro año más... en tu caso serían treinta y cuatro años. Si quieres buscar o ver cómo están tus seres queridos en tu ausencia, siéntete libre de venir a las fuentes. No me creerías si te digo esto, pero casi eres como un dios que puede viajar a través del tiempo, desde ese febrero del setenta y cinco, día de tu naufragio, hasta el equivalente al año en que te decidas viajar. Pues como dice Nicolás... nosotros dos ya somos viejos, y no será mucho tiempo para dejar esta vida.

- Gracias, señora... y nuevamente gracias por salvarme de lo que hubiera sido mi triste destino.

Pablo regresaba a su cabaña recién construida, y miraba la noche con un sinfín de estrellas y una luna llena brillante. Cerraba los ojos mientras escuchaba la melodía de la naturaleza de la isla, el cantar de las aves llamando a sus crías para dormir, y el cantor de los grillos que anulaban el estrés de los treinta y tres días en la isla.

Asimismo, mientras se concentraba para conciliar el sueño, Pablo tenía pensamientos con respecto a las fuentes que había conocido; para él, antes de realizar viajes para conocer a las personas que pudieran verlo, necesitaba saber cada una de las vidas de sus seres queridos y conocidos.

- Creo que descansaré siete días antes de volver a esas fuentes –pensaba Pablo- quiero ver cómo es la relación entre mi familia y Lucía; quiero ver si al menos se lamentaron Daniela y Nancy... y que habrá sido de aquella niña llamada Abigail. Quiero ver a mis amigos felices; Luis, Agustín, Karla, Enrique, Mauricio, Said, Abraham... necesito asegurarme de todos ellos para aceptar mi destino como un 'dios', y encontrar a quienes me puedan acompañar en esta isla de la soledad. Parece que sueno muy egoísta, ¿verdad? Más sin embargo, si esas personas naufragaran conmigo, evitarían un destino triste como hubiera sido el mío; la civilización piensa que el 'hubiera' no existe, pero claramente yo lo acabo de vivir. En fin... a dormir, porque este puto sueño ya me anda jodiendo.

Amanecía con un cielo cerúleo mientras el sol bañaba el rostro de Pablo para despertarlo a las siete de la mañana. Él había construido una carreta para meterse a la selva y buscar tierra fértil para comenzar sus plantaciones de lo que sería su comida en los pies de su cabaña. Hacía calor, lo cual era para él un día perfecto para introducirse a una de las fosas que había construido, y así refrescarse.

De vez en cuando, desde que había naufragado, recolectaba algunas plantas y adornos para colocarlos en la tumba de Edmundo, y a veces Julia y Nicolás lo acompañaban para dedicarle rezos a su difunto amigo.

- Si hubiera sobrevivido este cuate, sería todavía más amena esta jornada.

- Por algo suceden las cosas –Julia aclaraba- tu amigo no era uno de los elegidos... y este fue un destino inevitable.

- ¿Vas a usar las fuentes? –Cambiaba de tema Nicolás.

- Lo haré cuando transcurran cuarenta años... es decir, cuarenta días aquí. Por el momento, quiero familiarizarme más con la isla y relajarme un poco; además, todavía tengo que perfeccionar mi cabañita.

- Eso sí, porque todavía está algo culera –reía Nicolás- pero tienes razón... me hubiera gustado conocer a tu amigo Edmundo.

- Era amigo, y era mi jefe en la oficina... creo que ya es hora de dejarlo dormir por hoy, o nos va a jalar las patas.

- Ya sabes dónde vivimos, ya sé dónde vives –amenizaba Julia- podríamos turnarnos por semanas para ser anfitriones de la comida. Siéntete bien aquí... hoy es un día muy agradable.

Cuando Pablo hacía la fogata para calentar los peces que había atrapado, escuchaba otro sonido extraño. No podía ser mejor compañía para Pablo; pues se había encontrado a una perrita de raza labrador retriever, hambrienta y con antojo de lo que cocinaba Pablo. Por supuesto que él no se negaba en adoptar a aquella perrita, que al parecer había naufragado en el mismo avión en donde viajaba Pablo.

- Ven acá, niña –Pablo llamaba a la perrita- necesitas mucha proteína... igual y ya estás harta de comer frutas caídas y viejas.

La perrita comía uno de los pescados, mientras Pablo la acariciaba. Notaba en la criatura, que tenía una pancita abultada; lo que quería decir que estaba embarazada. Mejor aún, porque significaba que con el tiempo, la isla iba a poblarse de perros.

- De puro pinche milagro te salvaste... y los salvaste. No es descabellado que algún día pudiéramos hacer de este lugar, algo civilizado; lleno de gente solitaria, pero especial a fin de cuentas.

Pasaban ya los cuarenta días después de haber naufragado en la isla; Pablo visitaba las fosas del tiempo, ya que quería saber y velar por sus seres queridos. Era lo menos que podía hacer después de estar socialmente muerto, y más que estar en paz consigo mismo, quería que sus apegados se sintieran más dichosos con el tiempo. Así que visitaba a sus viejos conocidos, comenzando por Daniela.

Al cerrar los ojos, pedía trasladarse al día después de su muerte, aunque paralelo al lugar de su homenaje... en el lugar donde estaba ella. Al abrir sus ojos, notaba que estaba en un bar del centro de la Ciudad de México; buscaba entre la multitud, y estaba ahí... junto a sus viejas amistades, Sabrina, Lisbeth y Jonathan. Ninguno de los cuatro lo podían ver, aunque Pablo sí podía escuchar lo que murmuraban.

- ¿Qué tal chicas? –Saludaba Jonathan-. ¿Saben que las cité aquí porque me enteré de algo trágico?

- ¿Acaso hay algo igual o más trágico que el día en que Tadeo se nos adelantó? –Decía Sabrina.

- No sé ustedes, pero es precisamente otra pérdida de alguien de la generación –respondía Jonathan y hacía énfasis a Sabrina- de tú generación de la secundaria.

- No creo que haya sido de alguien popular, porque ya nos habríamos enterado –complementaba Lisbeth- es una pena que en otro año consecutivo, se nos fuera otro del clan.

- Seguramente se acuerdan de Pablo –empezaba Jonathan a contar- fue él quien se nos adelantó. No era muy popular que digamos, por eso la noticia no fue tan impactante como sí lo fue con Tadeo.

- Pero aun no fuera popular, era nuestro amigo –lamentaba Sabrina- pinche Pablo, y ahora en qué pedo se fue a meter para que muriera.

- Pablo era un cabrón en estos últimos años –hablaba Jonathan con voz recortada- me comentaron que tenía ofertas para trabajar en el extranjero... y cuando iba a presentarse a su nuevo trabajo, el avión perdió estabilidad y se fue a pique en el océano.

- Habrá que preguntarles a los familiares de Pablo para visitar su féretro y despedirlo como se debe –proponía Lisbeth- alguien debe saber cuál es la dirección o un teléfono de algún familiar...

- No molesten a la familia de Pablo –interrumpía Daniela- están viviendo en un trance terrible... como lo vivió mi familia, el día que mi padre también murió en un accidente aéreo.

- No me digas que a pesar de transcurrir casi veinte años, ¿aún desprecias a Pablo, incluso después de muerto? Qué ojete de tu parte

- ¡Cuida tus palabras Jonathan! –Levantaba la voz Daniela, para luego calmarse y explicar sus sentimientos-. Más que nadie, yo extrañaré a Pablo... en aquél tiempo, yo estaba muy deprimida... y en ese entonces, ni siquiera Diego, quien fuera mi primer novio, se acercó tanto como Pablo lo hizo. Tal vez era una niñita ingenua, una pendeja... pero él fue la primera persona que me liberó de la pérdida de mi padre, aunque de eso me di cuenta hasta el día que organizamos la fiesta de la generación, pero hay algo muy irónico en esto. Pablo y mi papá murieron en circunstancias parecidas, y los cuerpos en su mayoría no se encuentran jamás; por lo que únicamente entierran objetos valiosos que amaron en vida.

- Ahora veo por qué quieres que no molestemos a la familia de Pablo –concluía Jonathan- cuando alguien muere, el único consuelo que queda es recibir el cuerpo de esa persona, y creo que metí la pata.

- Está bien, Jonathan – calmaba Lisbeth- lo más que podemos hacer es llevar a Pablo en la memoria.

- Menos mal que Daniela no se olvidó de mis sentimientos a pesar de los años. –Pablo se decía mientras miraba a sus amigos desde lejos, regalándose consuelo por perder a un viejo amigo.

Pablo finalmente se marchaba del bar y al cerrar de nuevo los ojos, ahora pensaba en qué era de Nancy ese mismo día. La fuente del pasado ahora trasladaba su alma a la casa de Samanta... pues ahí era donde estaba ella; también miraba que los acompañaba Rodolfo, recordando que era el hermano de Nancy, y por obvias razones, también estaba presente Diana, esposa de Rodolfo.

- Cuánto tiempo sin vernos, hermanito –abrazaba Nancy a Rodolfo- qué los trae a la casa de Sammy.

- Hola hermanita... no se molesta tu amiga, ¿verdad?

- Faltaba más –daba la bienvenida Samanta- siéntense, ¿cómo va el grupo?

- Pues... vamos a homenajear con una canción a Pablo, ya que él se...

- Amor, se está moviendo –interrumpía involuntariamente Diana, quien estuviera embarazada- en cualquier momento, bebé.

- Ya me perdí el pinche espectáculo –lamentaba Rodolfo- ¡nunca se mueve el condenado cuando quiero sentir sus pataditas!

- ¿Voy a ser tía? –Se emocionaba Nancy.

- Y solterona si no te aplicas y no dejas de batear a los chicos buenos.

- Es que una cosa es que sean buenos, pero otra es que ya sean pendejos –bromeaba Nancy- no me arruines mi felicidad de conocer a mi sobrinito pronto.

- Y en una de esas, dedícale al bebé unas cancioncitas de parte de La Catrina –recomendaba Samanta- que a propósito, no terminaste de decirme a quién ibas a homenajear.

- Ya estábamos tan felices que me olvidé a qué vine. –Se transformaba la sonrisa de Rodolfo en un rostro serio, mientras surgía un silencio.

- Cuéntales, pinche Rodo –decía Pablo mientras observaba como si fuera un hombre invisible- es hora de desenmascarar a esa niñita bonita con mi muerte social.

- Estas ropas que traemos... son trajes de luto. Lo que conté del homenaje es porque vamos a despedir a Pablo. Le ofrecieron un trabajo en Melbourne, y por desgracia su avión se estrelló en algún punto del pacífico. Nunca hallaron su cuerpo después de buscar por una semana, y por lo tanto lo declararon muerto.

- ¡Ni muerto me dejas en paz, Pablo! –Murmuraba en voz baja Nancy, y Rodolfo lograba captar lo que decía.

- ¿Perdóname?

- No me hagas caso –decía Nancy con un rostro serio, aunque no desdibujaba gran tristeza, tal como Pablo suponía- no me lo tomes a mal, que Pablo haya querido tener algo conmigo no lo convierte en mi amigo, lamento lo que le pasó por ti, hermanito.

- Ni porque lo lastimaste dices que...

- No me sermonees, Sammy –Nancy tornaba su postura a la defensiva- Pablo fue más amigo de mi hermano e incluso tuyo, que mío. Les vuelvo a decir... me da mucha pena lo que ocurrió con Pablo, pero no lo echemos a perder por ahora. La vida sigue, hay un bebé en camino... y que me perdone Pablo en donde quiera que esté, pero este bebé va a ocupar mi corazón en su totalidad... y ni un millón de Pablos van a caber, como sí cabrá mi sobrinito.

- ¡Ay cuñadita! –Suspiraba Diana-. Se ve que terminaron un vínculo muy mal, pero para no inquietarte, ya no hablemos de él... gracias por darle ternura a mi bebé que ya está por nacer.

- Pero sí era mi amigo –reclamaba Rodolfo- de todas formas tengo que salir adelante y dejarlo descansar en paz... me hubiera encantado que conociera a mi hijo.

- Tengo el poder para conocerlo antes que tú, que sean muy felices. –Decía Pablo mientras miraba a sus amigos convivir, y de inmediato volteaba a ver a Nancy-. Si me escucharas, te hubiera mandado a chingar a tu madre... porque sabes bien que me lastimaste. Y como dice tu hermano, bateas hombres buenos que para ti son pendejos, es obvio que sólo te vas por lo físico; y con esto, me traslado y no quiero volver a verte.

Lamentablemente para Pablo, Nancy no había sufrido el impacto, y ni un grato recuerdo le pagaba ella, como sí lo había hecho Daniela, o como a diferencia de Lucía, quien sí había llorado la pérdida de él. Así que ya sabía a quién descartar.

Pablo volvía a cerrar los ojos para esta vez trasladarse a tres semanas después de su desaparición, a la casa de su familia. En ese momento se encontraban Enrique con su esposa Elisa, sus padres, y sorpresivamente Lucía estaba con ellos; y todo parecía indicar que ella quería arreglar las indiferencias con la familia de Pablo, ya que después de aquél beso con Luis, los familiares de Pablo le tenían rencor por haber lastimado a éste.

- Alguien toca la puerta. –Decía la mamá de Pablo-. Enrique, un favor, ve quién es.

- Sí, mamá.

- ¿Quieres más café? –Ofrecía el padrastro de Pablo a Elisa.

- La última taza, porque ya es un poco tarde y ya nos vamos.

Enrique al abrir la puerta, transformaba su sonrisa en seriedad absoluta.

- Lucía... de verdad que en esta casa nadie te esperaba.

- No he tenido el coraje para pararme a esta puerta desde ese día –Lucía explicaba nerviosamente- sé que no soy bien visto por ti o por tu familia, pero...

- Madre –interrumpía Enrique para llamar a su mamá- creo que hay ciertos fantasmas visitándonos.

- ¿A qué vienes? –Se mostraba a la defensiva la madre de Pablo-. ¿Estás contenta porque mi hijo ya no te va a molestar nunca más?

- Tú te has buscado esto –Enrique aclaraba a Lucía- a mi hermano le importabas mucho, y tú le diste la espalda... quisiste arruinar una amistad añeja. No te bastó con rechazarlo, ¿verdad?

- Señora, yo lamento lo que le pasó a su hijo...

- ¡Claro! ¡Claro que debes lamentarlo! –Respondía con energía la mamá de Pablo.

- Señora, no se enoje –calmaba Elisa- no vale la pena.

- Me parece que usted está en todo su derecho de enfadarse conmigo, al igual que su familia –decía con voz cortada Lucía- y ya estoy pagando los platos rotos, si la hace sentir feliz...

- ¡No digas chingaderas, Lucía! –Reclamaba nuevamente la madre-. Estuviste en todo tu derecho a rechazar a mi Pablo, que Dios lo tenga en su gloria... pero decidiste darle falsas ilusiones, hasta darle una estocada final, arruinando más de veinte años de amistad con Luis. No sabes lo que destruiste dentro de él.

- De manera que tú eres la chica que lastimó a mi hijo –respondía el padrastro- sabes perfectamente que en esta casa y en cualquier lugar donde Pablo haya sido querido, no serás bienvenida, ¿verdad?

- Sí... lo sé. –Decía en tono bajo Lucía mientras en su mejilla escurría una lágrima.

- ¿Cómo? Estás llorando –Enrique decía con una sonrisa sarcástica- es lo que menos podrías hacer. ¿Sabes lo que es perder para siempre el cariño que tanto rechazaste de una forma burlona?

- Quique –murmuraba Elisa- creo que ya es suficiente.

- ¡No! No es suficiente. No es suficiente decirle las verdades a alguien que quiso chingarle la vida a mi hermano.

- Perdónenme, por favor –rompía el llanto Lucía después de soportar los embates de la familia- no valoré los sentimientos de Pablo... visité su ataúd antes de que lo trasladaran al panteón; y me doy cuenta que lo extraño, pude amarlo cuando tuve la oportunidad y en vez de eso... le pagué con rechazos, y hasta una amistad rota.

- Vamos a serenarnos un poco –proponía el padrastro de Pablo- pasa, 'hija'.

- Bueno, papá, mamá... si quieren hablar con ella, está bien. Yo por lo pronto no tengo el valor ni siquiera para mirar a la cara a una arpía.

- Quique, deja que hablen. Vamos a la sala a tomar café.

- Debo aplaudirte en algo –decía la madre- por lo menos tienes los pantalones para querer arreglar tus errores al presentarte con la familia de quien te amó durante mucho tiempo.

- Me hizo débil, señora –confesaba Lucía- la partida de su hijo me hizo muy débil... no sé si al menos me escucha desde el lugar donde está, pero me desvelé implorando su perdón; un perdón que nunca sabré si fue aceptado o no.

- Tienes que pagar una penitencia, para que no le hagas a otro buen hombre, lo que le hiciste a mi hijo –hablaba la madre de Pablo con la cabeza más fría- tienes que valorar a quienes te valoran a ti, antes de que los pierdas.

- Es que... ¿tuvo que irse de esta vida para que yo pudiera abrir los ojos y darme cuenta de lo que perdí? –Lucía suspiraba después de sollozar-. ¡Claro! Y mientras él sufría mis rechazos, yo ciegamente andaba con Cristian... un pendejo, un patán.

- Y ahora ya no tienes ni a uno, ni a otro –complementaba el padrastro- no dudamos de tus sinceras disculpas hacia la familia, y eso no nos devolverá a Pablo con vida de nuevo, pero lo que estás sufriendo es algo que tú misma creaste.

- Estoy arrepentida de lastimarlo –Lucía admitía- no quiero que su familia recrimine mis errores, el resto de mi vida.

- Recriminamos tus errores lo suficiente para que aceptemos hacer las paces, al menos nosotros tres –aceptaba la madre el arrepentimiento de Lucía- con Enrique, con Karla, con Luis, con Agustín, y con el resto de sus amistades, tendrás que vagar para liberarte de sus juicios en contra tuya.

- ¿La van a pasar a que nos acompañe a tomar el café? –Enrique no estaba de acuerdo del todo.

- No tenemos que demostrar odio a la gente, hijo –respondía la madre- aunque por supuesto, esta familia está muy disgustada con Lucía.

- Bebe un poco de esta taza –ofrecía Elisa- que esto que estás pasando, te sirva de lección para que ya no la andes cagando, besando sapos.

- Vaya que se dejan convencer tan fácilmente –se resignaba Enrique- pues ya que.

- Gracias por aceptar mis disculpas –decía Lucía con más tranquilidad- denme la oportunidad de visitar a Pablo... y de ser aceptada por su familia. No tengo cómo pagarle de vuelta a Pablo por el amor que me tuvo.

- Conociendo a mí hijo, si es que te escucha... hubiera dicho que ya pagaste lo suficiente, al final de todo, yo fui su madre. No me malinterpretes, en esta familia a pesar de todo, no tendrás ningún perdón; simplemente estamos haciendo las paces.

- Ya pagaste tu error, Lucy –decía Pablo mientras veía a lo lejos a su familia- con esto, puedo dejarte en paz, y que seas feliz. Tengo más amistades que ver.

Y así, Pablo se trasladaba a diferentes fechas y lugares para asegurarse del bienestar de sus seres queridos. Visitaba a Luis, quien estuviera disfrutando con su familia; mismo caso con Agustín y Karla. Miraba que todo saliera bien con sus amigos de antaño, como Antonio, Sabrina, Jonathan y Lisbeth. También visitaba a Benjamín, quien lo hubiera ayudado en aquellos tiempos necesitados, y también se mostraba contento; a los miembros del grupo La Catrina... quienes a pesar de su ausencia, seguían produciendo discos de hobby, además de pasar bien la vida con sus respectivas familias. Visitaba a sus amigos de su último trabajo... Mauricio, Said y Abraham, quienes vivían su soltería a esplendor y con los años se enamoraban y se correspondían con sus respectivas parejas, así como el éxito laboral que los laureaba.

Al fin Pablo despertaba del trance ocasionado por la fuente del pasado, parecía ser que ya estaba preparado para encontrar a las personas solitarias, y así rescatarlas de un destino solitario, como el que había visto en su línea del 'hubiera'. No obstante, la anciana Julia, y el aparente niño Nicolás, querían hacerle una advertencia.

- Ya estamos reunidos en la fiesta –decía humorísticamente Pablo- ¿qué me quieren decir con la 'misión' de traer a los solitarios en esta isla?

- Me he equivocado, Pablo –confesaba Julia- tu propósito no es precisamente atraer a la isla a la gente solitaria.

- ¿Qué está usted insinuando, señora?

- La gente que me ve cuando viajo en la fuente del pasado, es gente que puede evitar su destino solitario... pero con la única alternativa de naufragar en esta isla, como lo hiciste tú.

- No le estoy entendiendo –Pablo exigía respuestas- ¿usted morirá y me quedaré solo en esta isla de todas maneras? ¿La isla siempre no gira a un año luz? ¿Qué chingados es su equivocación?

- Visitaste a todos tus amigos, sea en solitario, en compañía... no te diste cuenta, pero hay alguien que te vio mientras te trasladabas del lugar adonde deseaste ir, de vuelta a la cueva –explicaba Nicolás- no soy más que el primer rescatado de mi destino solitario, pero tanto la amiga Julia como tú, tienen algo especial.

- Yo terminaré de explicarle, gracias Nicolás. –Luego Julia continuaba-. En efecto, a ti te vio una persona... pero ella aún tiene posibilidades de no naufragar en esta isla; es decir, tiene dos opciones para evitar su destino solitario. ¿Qué te suena el nombre de Abigail?

- Abigail era la única mujer que me amó... al menos en la preparatoria –recordaba Pablo con una sonrisa- y ahora que la vi, tenía una hermosa niña... pero era madre soltera.

- ¿Cuál fue la fecha en que la viste?

- No recuerdo bien el día, pero fue un agosto de 1976.

- Va a resultar enredado lo que te voy a contar –explicaba Julia- si te vio Abigail, quiere decir que... un día cualquiera de enero de 1977, tu amiga sufrirá. Irá a una tienda en el centro de la ciudad donde vive, y una pequeña distracción bastará para que su hija muera atropellada; entonces, tu amiga se convertirá en una persona solitaria... y ya que pudo verte, estará condenada a naufragar en esta isla. Si eres egoísta y piensas por ti mismo, dejarías que su hija muera, pero ella naufragaría en la isla, te encontraría... y la tendrías a tu lado por siempre.

- Entonces su hija ya está muerta –respondía Pablo- tengo cuarenta días naufragando en esta isla... lo cual quiere decir que afuera ya pasaron cuarenta años.

- Ahí es donde tienes el poder que la anciana no tiene –hablaba Nicolás- tienes cuarenta días 'isla' aquí... lo que equivale a cuarenta años 'mundo de afuera', llámale así. Te cuento... aparentemente esa niña ya ha muerto. En años 'isla' esto ocurrirá exactamente dentro de dos años, por lo que si no adviertes a esa mujer sobre su futuro para ese entonces, no podrás cambiar el hecho inevitable. Para eso es la fuente del pasado.

- Entonces, yo puedo viajar a la fuente del pasado para rescatar a la gente sin necesidad de condenarla al naufragio, siempre y cuando no haya pasado el tiempo de la isla; y de esta manera, el destino de ella y su hija se transformaría en un 'hubiera', como el mío.

- ¿Verdad que suena confuso? –Advertía Julia.

- Digamos que si yo podía rescatar a alguien del día uno al día cuarenta 'mundo de afuera', ese alguien ya se chingó porque ya pasaron cuarenta días 'isla' –pensaba Pablo- y si puedo rescatar a alguien en el día cuarenta y uno 'mundo de afuera', tengo que hacerlo mañana... o de lo contrario esa persona ya valió para madres.

- Bueno –respondía Nicolás- en tu lenguaje tan 'refinado'... sí. Pero para que no estés ahí con el pendiente día a día... la perrita que encontraste podría tener la misión de avisarte con un ladrido.

- Entonces la perra labrador se salvó porque tiene una tarea en esta isla –analizaba Pablo, pero con más dudas- pero está preñada.

- Pues mientras se alivia, cargarás todo el peso, al menos un mes –reía Julia- parece que esa 'relatividad' ya no resultó ser tan fácil de interpretar.

- No se crea –explicaba Pablo- empiezo a entender el algoritmo. Digamos que alguien me ve en 5 de marzo de 1978 en la fuente del pasado, entonces tengo un aproximado de tres años 'isla' para rescatarlo de su desgraciado destino, es decir antes del 5 de marzo de 1978 en esta isla, ¿cierto?

- La isla es atemporal –componía Julia mientras reía- en este caso es de tu estancia en la isla... así que empieza a marcar tu calendario con un gis.

- Señora, no quiero ser ojete –decía Pablo- no voy a cambiarle el pasado a millones de desconocidos. Sólo a Abigail... sí quisiera que estuviera conmigo, pero su hija tiene mucho por delante, quiero evitar que su hija muera para que Abigail viva feliz... es un agradecimiento por todo lo que sintió, amó y sufrió por mí; le pido que a la perrita labrador no la meta en pedos.

- Entonces visita a Abigail –respondía Julia- no la visites diario, pero sí una vez por mes 'isla' cuando menos. Dale señales discretas, y cada vez más notorias...

- ¿y por qué no le digo de una vez que evite ir al lugar?

- Porque no te va a creer así –reía Julia con la respuesta que daba- primero tiene que creer que existes desde otra dimensión, después debe de creer en tus palabras... y al final, debe de creer en tus presagios.

- Pues usted a mí, me dio la noticia sin anestesia.

- Porque yo no puedo cambiar el destino de la persona sin necesidad de condenarla a naufragar... y tú sí puedes.

- Es complicado lo que me dice, y no sé de cuál se fumó, señora –concluía Pablo- pero bueno... salvaré a esa niña. Y los demás me valen.

Pablo entonces, pensaba en Abigail y en su hija, mientras trataba de dormir. Sentía que estaba teniendo una gran responsabilidad, y a la vez se sentía confundido al tener que jugar con fecha real y fecha año luz de la isla. Pues al ser atemporal la región, los tiempos cambiaban, según el entendimiento que le daba.

A partir de ese momento, cada día Pablo se levantaba para tratar de entrar a la fuente del pasado al lugar donde estaba Abigail. Julia había advertido, que debía visitar el día equivalente a la isla; es decir, ese día cuarenta y cinco 'isla', debía visitar el día cuarenta y cinco 'mundo de afuera'. Ahora bien, la aventura comenzaba cuando la perrita ladraba y se dirigía a la cueva, mientras Pablo la estaba siguiendo. Ya en la cueva, Pablo se paraba enfrente de la fosa del pasado... pero también tenía curiosidad de saber a más detalle sobre la fosa del futuro; así que al momento de explorar, Julia aparecía de nuevo. Ya había transcurrido un año isla desde que Pablo había naufragado

- La fosa del futuro por el momento no te será de utilidad –advertía la anciana- cuando cambias el destino de una persona en la fosa del pasado, la fosa del futuro únicamente te mostrará si el resultado fue exitoso o no... también la fuente del futuro guarda los tiempos del 'hubiera'.

- Ah –respondía Pablo- digamos que la fuente del futuro es únicamente informativo.

- Podríamos decir que sí. En fin, no te detengo... la criatura está esperando a que te traslades para salvar a una persona. Yo te voy a acompañar, pero te estaré viendo de lejos únicamente. Anda, dale la orden a la fuente del pasado.

- Muéstrame a la persona que Stacy quiere que vea. –Al parecer Pablo, ya había nombrado a la perrita.

Se trasladaban al día 18 de febrero de 1976, en un mercado cerca de Tlatelolco, con mucha gente pasando alrededor, pero ninguna mirada que pudiera identificar a Pablo o a Julia. De lejos, Pablo lograba ver a Abigail y a una bebita en brazos de aproximadamente tres meses de edad. Justo cuando pensaba Pablo atravesar un puente, escuchaba una voz que le llamaba. Su nombre era Héctor.

- Hey, amigo –hablaba el hombre- ¿cuál es la prisa?

- Puede verte –decía en secreto Julia- pero a mí no.

- Quiero alcanzar a esa mujer. –Señalaba Pablo, pero luego ya no la veía-. Olvídalo, ya se me perdió.

- Sí... es obvio que se escapan en el momento de la verdad –reía Héctor- pasó hace dos años con una linda chica que me dejó plantado en el altar, de ahí en fuera, ninguna me ha atraído.

- Tiene hilo rojo –Pablo decía en voz baja al detectar una línea roja en el dedo meñique de Héctor- recuerdo cuando Julia me advirtió que yo no tenía uno.

- ¿Perdón? –Escuchaba Héctor.

- No es nada... no lo entenderías de principio –luego Pablo continuaba- digo... ¿por qué no te das una oportunidad de conocer a alguien?

- Bueno... hay una mujer de veintinueve años que me trae bien pinche loco, pero creo que es inalcanzable para mí. Además, en dos meses me voy a Canadá a trabajar.

- Quien quita y pega que la nena te sigue adonde vayas –Pablo decía- habemos personas que no nacimos para ser amados, pero en tu caso... yo creo que puedes cambiar tu destino. Yo lo cambié el día que naufragué y ahora estoy desde una isla...

- Se aborta la misión Pablo –Julia decía a regañadientes y provocaba el viento para que se regresaran a la cueva.

- ¿Amigo? –Preguntaba Héctor al culminar el viento, Pablo ya no estaba-. ¡Qué extraño el tipo ese!

Ya una vez en la cueva, Pablo estaba molesto por no poder tratar de ayudar a aquél hombre a conseguir a aquella mujer de quien hablaba.

- ¡A ver cabrón! –Julia regañaba-. ¿Escuchó lo que dijiste de su hilo rojo o lo de la isla?

- No lo creo... fue algo que se me salió.

- ¡No tienes por qué decirle que te lamentas por no haber nacido para ser amado! Ni mucho menos le digas lo del naufragio y la isla. Se supone que tienes que ayudarlos a cambiar su destino sin que sepan tus objetivos, no utilizarlos como consoladores humanos para hablar de tu desdicha en tu pasado... y tienes que guiarlos, no confundirlos más.

- ¡Oiga anciana! –Respondía Pablo- es el primer hombre que me vio, además de Abigail... apenas ando de a novato pendejo... debe usted tolerar mis errores; ¿y ahora cómo me va a ver ese tal Héctor, la próxima vez que me aparezca ante él?

- Eso lo sé muy bien... pero no estés dando detalles, ya nada más falta que quieras decirle que estás en una cueva atemporal con dos fosas trasladando tu alma al pasado.

- Ahora sí la cagaste –se reía Nicolás- ya le estabas diciendo que naufragaste y que desde una fosa, tu alma estaba trasladándose a la fecha para sólo cambiarle su destino.

- Tal vez hablé de más.

- Bastante hablaste... pero igual no te escuchó –suspiraba la anciana- tú mismo dijiste que sólo te importaba salvar a Abigail de su futuro catastrófico de perder a una hija, pero se te atravesó el fulano ese, y ahora vas a tener que lidiar con dos pacientes tuyos. Por fortuna vive a pocas cuadras de donde vive Abigail... así que la tienes fácil.

No sólo quería Pablo ser un náufrago superviviente, sino que también estaba dispuesto a ayudar a cualquier persona a cambiar para bien su destino; aunque la prioridad era evitar un fatídico momento que Abigail tenía escrito hasta el momento.

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