Capítulo 5: Trabajo e independencia del hogar.
Ya era febrero de 1967, momento en que una buena oferta de trabajo se le presentaba a Pablo, el cuál aceptaba; pues ya era tiempo de independizarse e irse a vivir a Angangueo, Michoacán. Iba a ser más difícil visitar a sus amigos, porque tenía un horario en donde se trabajaba los fines de semana y su descanso era un jueves, pero el salario que ofrecía era muy bueno, ya que trataba de una de las pocas industrias mineras que quedaban.
Dentro de su 'eremitismo laboral', al menos conocía a otro ingeniero ya más adulto originario de aquél pueblo minero en decadencia. Su nombre era Benjamín, y aunque este tenía un horario de trabajo normal de lunes a viernes con descansos en sábado y domingo, conseguía la forma para invitarlo a la cantina del pueblo.
- Así que tienes un horario de obrero –decía Benjamín- todos así empezamos. Tengo diez años trabajando aquí. Sé que este pueblo no es tan atractivo como la gran ciudad en donde vives, pero al menos puedes dormir bien, ¿no crees?
- Teniendo horario nocturno, no vale eso –Pablo respondía- menos mal que en esta chamba vale la pena la chinga, porque ya estoy llenando mi cochinito de dinero.
- Otra cervecita –interrumpía el cantinero- está muy fría.
- Gracias compa, otra para Pablito –ofrecía Benjamín- y cuéntame, ¿qué han sido de tus cuates allá en la ciudad?
- Tengo un grupo de música con dos cuates de la adolescencia –sacaba Pablo de su portafolio, un disco de vinilo de su banda- y también participan mi hermano y dos cuates suyos. Otro de ellos tiene un estudio de música, ya sabes... su papá es ingeniero de sonido, y aunque no he vendido un solo disco, grabamos para formar recuerdos. Este disco lo hicimos la semana pasada, y se puede decir que así me despidieron mis cuates allá antes de venirme a Angangueo.
- Eso es muy chévere. Si quieres le digo al cantinero que ponga ese disco que tienes.
- Oh no, no, no –sentía un poco de pena Pablo- no son grandes arreglos.
- Pero si son propias de ustedes... ándele no le saque, puto.
No podría quejarse Pablo de su nueva vida en un pueblo muy tranquilo, ya que él era amante de la naturaleza y le gustaba contemplar los paisajes a lo alto de la montaña y las estrellas cuando la noche era despejada. No estaba en un momento de enamorarse de nadie, pero en muchas ocasiones buscaba a su difunta novia entre los astros mientras suspiraba entre los recuerdos que lo acompañaban.
Tenía tiempo de no ver a Luis ni a Agustín, sin embargo, trataba de mantener comunicación de ellos a través de llamadas telefónicas cada jueves que descansaba. A fin y al cabo ellos dos eran los únicos amigos desde la infancia y adolescencia respectivamente que conservaba; el resto, vaya uno a saber adónde se habían ido. También Pablo llamaba de vez en cuando a su familia; en especial a Enrique y a Karla.
- ¿Qué milagro que nos hablas? –Decía Enrique a través del teléfono.
- Ustedes que no toman la iniciativa. La operadora no muerde –bromeaba Pablo- ¿Cómo has estado brother?
- Te has perdido de mucho carnal. Por cierto, Karla está encabronada contigo.
- Les prometo hablar lo más que pueda...
- Todavía que no fuiste a mis quince años en febrero –interrumpía Karla- no sé, ¿te estoy cayendo mal?
- Karlita... no digas eso ni en broma –luego, Pablo amenizaba la charla- ¿qué cuenta el novio?
- Es como los restaurantes... puedo pedir un novio a la carta si quiero.
- Bueno, peque... en la familia Durán los varones no salimos tan agraciados como las mujeres –reía Pablo- tienes mucha suerte, pícara. ¿Y tú Quique?
- Me pegaste la pinche malaria, tres viejas me dijeron que no y otras dos me tronaron al mes –bromeaba Enrique- no te quiero hacer batalla, pero debí aceptar a Nancy en su momento.
- Pero te agarró el sentimentalismo y la dejaste ir... ¿pues qué son las mujeres? Hay un chingo. En fin, ahí los dejo por ahora, no vayan a cobrar la llamada como si estuviera en un restaurante de lujo.
Pablo ya estaba acostumbrado a sus horas de trabajo, aunque como lo había dicho el experimentado Benjamín, meses después le cambiaban a un horario más accesible, por lo que ya podía pasar los fines de semana paseando alrededor de las mariposas monarcas, o en algunas ocasiones visitaba a su familia en la Ciudad de México.
Benjamín casi siempre le enseñaba a Pablo a acostumbrarse al campo, así que aprendía ciertos oficios de un labrador de tierras, ordeñador de vacas e incluso aprendía a matar reses para comer... no siempre se trataba de vivir encerrado en el departamento que alquilaba como si fuera un ciudadano perdido en un pueblo con apenas comunicación vial.
- Pues como te decía, cabrón –Benjamín explicaba mientras alimentaba a sus gallinas- en este pueblo puedes hacer de todo; Angangueo es un pueblo minero, ya está un poco fregado este sector, pero sigue sacando sus mineralitos. Tienes que saber los oficios que te ofrece el campo.
- Bueno, la mina no ha sufrido bajas –todavía tenía confianza Pablo en el organismo donde trabajaba- ayer me dijo el director que van a exportar plata a Japón.
- No, Pablo... nadie aquí asegura cuándo cerrará la mina. Estamos en una etapa de darle bocanadas de aire a un perro agonizante... por eso, si quieres quedarte en el pueblo, debes lidiar con el oficio del campo para que no dejes de comer.
- Es que si cierra la empresa, podría yo pedir trabajo en una industria de electrónica... es lo que soy, un ingeniero electrónico, por eso...
- Bueno, es que también eres joven. Tienes veinticuatro años y eres soltero... uno acá a medio paso de estar en los cuarentas, tres niños. Yo sí me tengo que chingar, porque las empresas de ahora ya no quieren contratar mayores de treinta años.
- Pero estando en fin de semana no quiero hablar de la mina –cambiaba Pablo de conversación- no he visto ni una chica bonita en este pueblo.
- ¿Qué quieres que sean güeritas como en tu gran ciudad? Me cae que para pendejo no se estudia, mano. Ya te presentaré a una de ellas, aunque no creo que te interese con esos pensamientos tan racistas... Angangueo, el pueblo, el campo, pura gente de sangre indígena; así que no salgas con que quieres a una rubia, pelirroja o de esas modelos que salen en la televisión.
- Está bien, está bien. De cualquier manera, no está mal quedarme en este pueblo. Es muy pintoresco para mí y la realidad es que... me quita más el estrés, un sábado aquí que en la pinche capital ruidosa.
- Que chingón que te guste –sonreía Benjamín- pues vamos a la cantina a echarnos unos pulques, mi buen carnal Pablo, ya me ayudaste mucho a desgranar el maíz.
No hubiera sido después de todo, mala idea escuchar las palabras de Benjamín cuando decía que siempre había que estar preparado para la peor desgracia, porque precisamente en el verano de 1968 la mina se declaraba en la ruina y cerraba sus puertas. Otro golpe duro para el pobre de Pablo, que no daba una ni en el amor ni en el dinero.
Música del grupo La Catrina de 1968:
Querido pueblo me voy de tus tierras, con mis pies pesados como piedras; me despido de tus mariposas monarcas, extrañaré el cantar de tus campanas. No tienes culpa de arrebatarme mis oficios, ni de perder a mis nuevos amigos. Me voy marchando a la gran ciudad agitada, extrañaré tu campo y tu explanada...
Ya estando Pablo de vuelta a la ciudad, de nuevo recuperaba esa frecuencia de contacto con Agustín y Luis, así como a su familia. Tres de los cinco hermanos más grandes de Pablo, ya se habían casado y tenido hijos; lo que significaba que la casa tenía mayor espacio para que Pablo pudiera temporalmente guardar sus muebles y pertenencias que ya había comprado en Angangueo. Otro detalle fue que en la casa estaba viviendo temporalmente su primo.
- Qué mal plan lo de la mina –trataba Karla de animar a un Pablo no animado- pero lo bueno es que aquí tienes una casa.
- Los golpes de la vida, carnal –decía Enrique- al menos empiezas a hacer experiencia laboral.
- Gracias a los dos por el apoyo. De nuevo volvemos a ser el trío Durán.
- ¿Quieres que vayamos a visitar a Huicho y al Agus? –Proponía Enrique-. Créeme que te hará bien tomarte unas cervezas chingonas bien frías.
- Pinche Quique, me gusta tu propuesta –se animaba Pablo- juégale pues. Ay Karlita, aguántate un par de años más y ya podrás disfrutar los beneficios adultos.
- Animas a Pablito por mí, Quique –luego, Karla tomaba a Pablo suavemente del mentón- y tu hermanito, no te preocupes por mí. Mi novio me hará compañía.
- No lleguen tarde –la mamá de Pablo despedía- ni tomen mucho, porque hay manifestaciones y muchas detenciones.
- ¿Qué no me van a llevar a mí? –Decía Ricardo.
- Pues apúrate buey, que ya el pinche Pablo está en el coche.
En la casa de Luis, aguardaban también Agustín, Samanta, Rosalía y Rodolfo para realizar una reunión con Pablo, Enrique y Ricardo. Parecía que Pablo estaba atrasado de noticias, porque resultó que unas semanas antes ya había un noviazgo entre Samanta y Ricardo; lo cual era bueno, porque las relaciones entre Pablo y Samanta anteriormente no eran muy buenas por los problemas con Nancy, pero ya con un vínculo más, esas relaciones ya calmaban.
- ¿Y ora que hubo en tu calle? –Pablo preguntaba-. Pareciera que hubo tornado aquí.
- Te perdiste algo en Angangueo –Luis explicaba mientras repartía las cervezas- creo que hay ciertos pedos entre manifestantes y la policía. Pasaron ayer por aquí.
- Eso explica por qué mamá me advirtió hace un rato.
- Muchos detenidos y nosotros chingándonos las chelas en la banqueta –reía Agustín- en fin; quería invitar al resto de la banda, pero ya ves que ahora andan de amargados.
- Y tú Richard, ¿desde cuándo andas con Sam?
- Uy, Pablo... ya tiene un tiempo. De hecho deberías agradecerme porque ya al menos no te mira con ojos de pistola.
- Bueno, es que ya casi no le hablo a Nancy –decía Samanta- analizando la situación, creo que se pasó de lanza contigo... de hecho con todos.
- Sí, pinche vieja –reía Enrique- seduce al Huicho y luego quiere seducirme para provocar pedos. ¡Qué bueno que ya no le hablas!
- Voy a recoger a mi hermano a la universidad –decía Luis- se quedan en su casa.
- Yo te acompaño –Rosalía sostenía- ¿vienes Rodo?
- Juega Rosy.
Mientras Luis se iba a recoger a su hermano, se quedaban Samanta, Ricardo, Agustín, Enrique y Pablo. Agustín se metía a la casa porque se sentía cansado por una fiesta al que había asistido y Samanta se dirigía a la cocina para preparar botana. Sobre los acontecimientos de las detenciones, trataba de nada menos que el mismo movimiento estudiantil. Quién iba a saber que Pablo iba a sufrir las consecuencias de dicho movimiento.
De repente, una multitud de gente corría por las calles mientras que las autoridades los perseguían; entre granaderos, el mismo ejército, otros hombres armados.
- ¡Vamonos! –Gritaba Ricardo-. ¡¡Pinche Pablo, pélate!!
- No mames, ¿qué está pasando?
- Eres de ellos, ¿verdad cabroncito? –Un policía capturaba a Pablo y lo metía a la patrulla.
- Oiga poli, ¡esto es una pinche injusticia! –Protestaba Ricardo mientras también era forzado a subir a la unidad.
- Registren esa pinche casa –otro oficial entraba y capturaba a Samanta y a Enrique- aquí tengo a otros dos, mi comandante.
Una vez que se retiraban los policías con los capturados, Agustín, quien fuera el único que se había salvado, salía a una cabina telefónica para llamar a los familiares de sus amigos acerca del problema. Muchas amenazas se habían recibido por parte de las autoridades a los familiares, y con semejante terrorismo a estudiantes, jóvenes y la ciudadanía en general, lo menos que podían esperar era a que tuvieran un poco de protección en las prisiones asignadas y no separarse.
Se sabía también que los familiares de Samanta, al ser del lujoso Pedregal, habían sido beneficiados en su estatus social para liberar a la chica; que obvio, por mucho proteccionismo, ya no se supo nada de ella, al menos en el círculo social de Pablo. En la penitenciaria, entre tanta gente desesperada exigiendo liberación, Pablo observaba que su familia estaba con ellos en cualquier condición, buena o mala. Karla se acercaba lo suficiente para alentar a sus dos hermanos y a su primo; y mientras ella lloraba, su novio Arturo la consolaba incondicionalmente. Agustín acompañaba a la familia de Pablo.
- ¡Vamos a sacarlos de aquí! –Decía Agustín, y mientras un custodio le ponía distancia, gritaba-. ¡¡Cabeza fría, tengan paciencia!!
- Pablo, Quique, Richard... rezaré por ustedes –Karla gritaba y de pronto rompía llanto- no, no, ¡Dios mío, quiero despertar!
- Son inocentes, amor –consolaba Arturo- habrá justicia tarde que temprano.
Ya en la sección de las visitas del ministerio público Luis proponía a un guardia hablar con Pablo.
- ¡¡Pablo!! –Luis llegaba a la penitenciaria-. No logré que los liberaran, estas detenciones son por un movimiento de carácter nacional, son presos políticos.
- Vaya, pinches ánimos que me das.
- ¡¡No te enojes cabrón!! Lo máximo que pude hacer si no fue liberarlos, fue evitar que los llevaran a Lecumberri.
- ¡¡Lecumberri u otra prisión es lo mismo!! –Era comprensible que Pablo tuviera la mente desordenada.
- ¡En Lecumberri te torturan o te matan! –Luis gritaba aguantando el llanto-. Escúchame Pablo, qué más quisiera tener el dinero suficiente para liberarlos, pero con lo que yo desembolsé... de menos les estoy pagando protección. Agarra el pinche pedo, ¿Toño, Tadeo, Daniela, Lis, Johnny...? ¿Quién chingados de ellos te está apoyando ahora? Se desaparecieron 'casualmente'. Agustín de menos tuvo el coraje de llamar a tu familia para alentarte y yo gasté mi puta inversión de la maestría para que no te llevaran a la carnicería Lecumberri. La verdad es cruda... y cuando salgas de aquí, créeme que perderás un chingo de amigos, pero no a mí, no a Agustín, no a tu familia.
- Yo sólo quiero que termine esta pesadilla –Pablo lloraba- quiero ver a mi familia.
- Y vas a verla pronto Pablo. Ya te dijo Agus, ten la cabeza fría... paciencia. Date a conocer en el penal para que no te agarren de a novato, si logras que los reos te reconozcan, controlas la prisión y lo demás será más fácil.
Pablo estaba por enfrentarse a un reto muy grande, y algo por lo que quizás no todos pueden superar. No era fácil para la víctima entrar a un dormitorio donde más de cien personas eran encerradas; y viendo las cosas desde una perspectiva externa, ¿qué era de la familia? Esta también sufría por ser testigos de una injusticia, y a final de todo, el margen del movimiento estudiantil de 1968 era un episodio que afectaba al primero que se le cruzara en su camino.
Ya dentro del dormitorio de la prisión, Pablo, Enrique y Ricardo eran recibidos hostilmente por los más de cien reos; hasta que salía el líder de la prisión, y la tensión disminuía drásticamente. Su nombre era Orlando, y se podría decir que como costumbre de todas las prisiones, él era 'la madre' de todos. A lado de Orlando, tenía a dos compañeros que eran como su mano derecha e izquierda respectivamente. El alto, tatuado, de barba de candado y rasurado de la cabeza se llamaba Andrés, mientras que el de estatura baja, pero con cuerpo atlético, se llamaba Yairo.
El historial de Orlando era el haber secuestrado a un empresario hacía diez años atrás, por lo que tenía una condena de veinte años. En tanto Andrés, había sido capturado por un crimen pasional, por lo que los rumores eran ciertos... en la mayoría de los periódicos de noviembre de 1964 se anunciaba que un hombre había prendido fuego e incinerado vivo a su esposa y a su amante, y Yairo había cobrado venganza en 1967 hacia el asesino de su madre y esposa, cuando en una boda, había acribillado a cada uno de los invitados y familiares de aquél criminal... excepto al él, para que viviera destrozado el resto de sus días.
- ¿Sus nombres? –Preguntaba Orlando.
- Pablo Durán Aguilar.
- Enrique Durán Aguilar.
- Ricardo José Zúñiga Aguilar.
- Por lo que veo tienen parentesco –decía Orlando mientras fumaba marihuana- ¿a qué se dedican? Hablen en el mismo orden.
- Ingeniero electrónico, recién cerraron una mina en Angangueo y estoy desempleado.
- Yo soy enólogo –seguía Enrique- me acabo de graduar hace días.
- Aspirante a especialidad de ginecología y obstetricia. –Respondía con nerviosismo Ricardo.
- A ver Pablo –Orlando se dirigía a él- ¿por qué los agarraron?
- Sólo estábamos cotorreando en la calle. –Interrumpía Ricardo.
- ¿Qué estás pinche sordo? –Gritaba Andrés-. Dijeron Pablo, y si vuelves a interrumpir a la madre, te voy a poner a tragar mierda de cada una de las letrinas de este dormitorio.
- No hable nadie, yo respondo –Pablo trataba de tener la cabeza fría- efectivamente, como yo regresé de Angangueo, me invitaron unos amigos, a mi hermano, a mi primo y a mí... y no sabíamos que esto nos iba a tocar. Unos manifestantes estaban corriendo uno tras otro, porque hombres armados venían tras de ellos, incluyendo al ejército. A todos nos agarraron parejos... manifestantes, testigos, hombres, mujeres, menores.
- Hijos de su puta madre, son presos políticos –Yairo lamentaba- se supone que los tienen que enviar a Lecumberri, ¿cómo es que la libraron?
- Nos iban a llevar a Lecumberri, pero un amigo nos evitó llegar allá. No sé qué tan cierto sea esto, pero me contó que en Lecumberri torturan y asesinan a los presos políticos.
- Me pasaron una buena cantidad de dinero para evitar que duerman en el suelo, tendrán cama y comida –explicaba Orlando- para que puedan adaptarse al ambiente, tienen que salir a población, de lo contrario los van a estar chingue y chingue. Andrés, llévalos a bañar y que se pongan el uniforme.
- Sale 'madre', ahora me los llevo.
Las predicciones de Luis parecían ser ciertas, fuera de Agustín, Cesar, Rodolfo, Epifanio y él mismo, los llamados amigos entre comillas realmente desaparecían. Conforme pasaban algunos días, nadie fuera de ellos se tomaba la molestia de pagarle a Pablo una visita. Sin embargo, dentro de la prisión, Pablo experimentaba algunos eventos que en libertad no había podido hacer. A veces Orlando los motivaba a salir de las literas para disminuir tensiones en los llamados 'viajes'.
- ¡Ah cabrón! –Pablo sentía los efectos de la droga-. Esto está bien fuerte.
- ¿Qué pasó? –Reía Orlando- ya te ves bien pinche verde, ¿dónde andas?
- Está bien anestesiado –decía Yairo y luego le daba un golpe fuerte, pero amistoso – mira nomás este pendejo, ya ni lo siente.
- A ver usted –Andrés llamaba a Enrique- no sea puto y fúmese un porro, en estas prisiones siempre hay que pensar lo peor.
- Muy buena hierba compa. –Al parecer, Enrique ya tenía experiencia previa en fumar la marihuana.
- Tu carnal no fumaba por lo que veo –reía Orlando- ¡mira nomás a este buey cómo está!
- ¡Órale Richard! –Entre Pablo y Enrique decían-. Salte de ahí y fúmate un porro.
- No tienen ni tres días y mira a estos cabrones –meneaba la cabeza Andrés- mientras estén aquí, ¿verdad? Ni modo de que se queden aplatanados arriba.
Para la sinceridad de Pablo, admitía que teniendo contactos con gente de la prisión le facilitaba un poco más la situación, así como también los familiares, si bien no estaban del todo tranquilos, al menos ya sabían que la etapa inicial, cual fuera la más difícil, ya estaba superada. Y así ya establecía más confianza con la mayoría de los reos, pero en especial con el tridente mayor.
Ya había confianza con Andrés:
- ...Pues sí, man. Las pinches viejas son traicioneras, y más cuando se acuestan con el pendejo con el que te engañan en tu propia cama –confesaba Andrés mientras realizaba flexiones- por eso hay que borrarlo todo, y la forma más efectiva de hacerla es quemando todo. En fin, te paso las mancuernas.
- Qué mal pedo de ella... ¿cuántas repeticiones me dijiste que hiciera?
Ya había confianza con Yairo:
- ¿Entonces los chones de la novia eran de tianguis?
- ¡Uy sí! –Reía Yairo-. De haber sabido que estaba bien rica la mona, hubiera matado al asesino y me hubiera quedado con la vieja... pero así está bien, porque el culero debe estar en estos momentos pensándola dos veces antes de matar al familiar de alguien.
E incluso, ya había confianza con Orlando:
- Jaque mate pinche Richard. Nos debes trescientos gramos.
- Y nos presumía que era campeón en los talleres de la universidad. –Pablo decía.
- ¡Quiero la revancha!
- Te la daré, pero primero cáete con los gramos.
Transcurría un mes en un abrir y cerrar de ojos cuando algo inesperado sucedía, el custodio llamaba a Pablo y a sus dos familiares afectados a los juzgados. La vida tenía muchas sorpresas cuando por fin se mostraba el rostro del abogado defensor.
Exactamente se trataba del mismo Diego, aquél quien en primaria y parte de la secundaria solía hacerle la vida imposible a Pablo; no era algún amigo de antaño, porque bien se sabe que existe una gran brecha entre uno verdadero que está en las buenas y en las malas, y otro que sólo se es amigo por conveniencia o por accidente.
No era que a Pablo le molestara que su antes rival, tuviera que resolver su caso ni mucho menos; al contrario, en una de esas oportunidades podían tener una mejor relación. Cabe también mencionar que Daniela ya ni figuraba en la vida de ninguno de los dos; pues al transcurrir los años, las relaciones amorosas iban y venían. Lo importante era que pese a su edad joven de veinticinco años, Diego tenía grandes habilidades como abogado; pues sus padres eran eso y por ende, él ya tenía más conocimientos que cualquier abogado de su edad.
- ¿Qué pedo con la vida? –Se sorprendía Pablo-. No me digas que eres el abogado que está atendiendo nuestro caso.
- La vida está llena de sorpresas. En algún momento te lo dije... siempre gano las batallas del mundo.
- Seguramente es otro pinche abogado que nomás nos está dando largas –se resignaba Ricardo- siempre nos dicen que ya mero.
- Desgraciadamente no es fácil el caso –decía Diego- lo que está ocurriendo afuera es una represión contra estudiantes y cualquier simpatizante. Por lo que yo también, me expongo a ser un preso político.
- ¿Lo conoces? –Preguntaba Enrique.
- Y muy bien, carnal –Pablo respondía mientras miraba secamente a Diego- no veo a Danita por ningún lado.
- Ni creo que la veas... ahora enfócate –posteriormente a la pausa, proseguía Diego- logré que un juez dictara auto de libertad a uno de ustedes; sólo a uno por el momento... y ese eres tú Pablo, ya que apenas se comprobó que tenías muy poco tiempo de llegar de provincia.
- ¿Yo? ¿Y mi primo, mi hermano cuándo?
- No sé cuándo van a salir ellos aún –respondía con sinceridad Diego- eventualmente las tensiones entre los estudiantes y el gobierno deben disminuir, y es ahí donde podemos fijar una estimación. Para serles sinceros, es muy posible que lleguen al año.
- ¿¡Un año!?
- ¿Qué chingados quieres que haga? Tenemos como presidente a un primate tirano... no veo a tus 'amiguitos' tirándote el paro, y eso que en la secundaria yo te estaba jode y jode.
- No hay pedo carnal –animaba Enrique- ya nos llevamos con toda la raza aquí adentro, tengo fe en que todo saldrá bien.
- Ve por tus cosas, en cuánto te avise el custodio, sal de inmediato, no te despidas, no te detengas.
No fue así para Enrique ni Ricardo, pero para Pablo, la vida en la cárcel terminaba después de un mes largo de supervivencia. A lo mejor Diego exageraba en lo que decía acerca de irse sin mirar, pero Pablo se despedía de Orlando, Andrés y de Yairo, y les pedía como favor, darles cuidados por si existiera alguna trifulca de armas blancas.
En fin, de la prisión se dirigían a la casa de la familia de Pablo; cabe señalar que después de todo, la familia de él era clase media acomodada, por lo que le alcanzaba el dinero suficiente para llevar el caso. Al bajar del auto, la madre de Pablo lo recibía entre lágrimas, mientras lo esperaba una ducha con agua caliente en la tina de la casa.
- Gracias por traer a uno de mis hijos de vuelta –lloraba su madre- quítate esa ropa. Te tenemos preparado una tina con agua caliente.
- Todavía no termina esto. Falta resolver el caso de Quique y Richard.
- Señora –interrumpía Diego- los movimientos están cada vez más graves, por lo que recomiendo que se lleve a sus hijos a otro lado.
- ¿Qué tan grave es 'hijo'? –El padrastro de Pablo se preocupaba.
- Hubo represión en el Colegio de San Idelfonso en julio, en agosto se registró otro en el zócalo de la ciudad... y hace unos días tomaron la UNAM. A estas alturas, son capaces de tumbar la puerta de su casa y llevarse a todos sin justificación.
- Si quieren yo le puedo ofrecer techo a Pablo –sorpresivamente hablaba el recién llegado Benjamín- Angangueo está muy retirado de aquí, conocí a Pablo y la verdad por todo lo que ha hecho en su vida, creo merece una ayuda de mi parte. Estará apoyándome en mis parcelas, mientras recupera tiempo y dinero perdido.
Más noche de aquél 25 de septiembre de 1968, su hermana Karla y Arturo, se citaban. Pablo salía de tomar la ducha e inmediatamente entre lágrimas, su hermana corría a abrazarlo.
- Pablito –lloraba la adolescente- ¡por fin te veo!
- Karlita –en tanto, Pablo la abrazaba y acariciaba su pelo lacio- aún hay que sacar a Richard y a Quique.
- Bueno, amor... uno de tus hermanos ya está afuera. Abriría una botella de whisky pero, no estamos completos aun.
- ¿Y ora tú pinche Benji?
- Aquí tirando el paro... ya no hagas más pendejadas buenas que parezcan malas.
- Les decía –continuaba Diego- su familia debe moverse de la casa temporalmente, y qué mejor si se dispersan. Don Benja, por lo pronto mañana se irán con usted Pablo y Karla.
- Un momento –Karla interrumpía- no puedo estar separada de Arturo...
- No te preocupes por mí, querida –Arturo le daba un beso- Pablo sabe todo y te lo va a explicar mañana en el camino.
- Pues bien, Pablo... de vuelta a la cantinita, descansa porque el viaje será largo –antes de retirarse Benjamín volteaba para decirle más- por cierto, me encontré con un amigo tuyo, le dicen el Huicho. Me pidió que le dieras esta lanita a tus padres... no cabe duda que hay amigos que no los ves, pero están contigo.
Pablo y Karla se marchaban temporalmente de la Ciudad de México mientras transcurrían los mítines y la violencia; y quién lo hubiera dicho, lo que estaban viviendo era precisamente el pasaje de la gran represión estudiantil, que culminó con el acontecimiento que todos conocen.
Un jueves 3 de octubre de 1968, en la cantina de Angangueo, llegaban distintos reportajes que mencionaban acerca de la matanza estudiantil en la plaza de las tres culturas de Tlatelolco, ocurrido el día anterior y quizás en la madrugada. Las noticias publicaban la verdad oficial, más no la gran verdad, insinuando que en dicha matanza sólo había una módica cantidad de veinte o máximo treinta muertos.
- ¿Cómo lo ve inge? –Mostraba el cantinero-. Ayer fue el último clavo en el ataúd. Cuando nuestros soldados y policías debieran detener a los pinches ratas.
- Corrimos con suerte al haber sido sólo detenidos y no asesinados –Pablo suspiraba- me consuela que toda mi familia se salió de la capital.
- Yo creo que estos periódicos son unos mentirosos –sostenía con rabia Karla- no sé si traen mierda en el cerebro para poner una cantidad de muertes que no corresponden.
- Estamos lejos de todo –aclaraba Benjamín- no podemos comprobar si lo que dicen en los periódicos es cierto o no. Pero viendo lo poco que revela la imagen, a lo mejor y fueron 'un poco más' de treinta personas.
- Yo sólo ruego que Quique y Richard, se encuentren bien. ¿Cómo es vivir adentro, Pablo?
- ¡Ay, Karlita! Neta no quieres saberlo.
- No se espanten, aquí están seguros –motivaba el cantinero- le voy a decir a mi esposa que les prepare un platillo, y mientras chínguense una cervecita para calmar el estrés.
Cuando Pablo, Karla y Benjamín terminaban de comer, en la entrada de la cantina estaban sus amigos Luis y Epifanio con una cara de desdicha. Se informaba que Rosalía, prima de Epifanio, había sido víctima de aquella masacre. Benjamín sentía que la situación sólo debía afrontarse entre amigos, por lo que respetuosamente se retiraba, llevándose consigo a Karla, mientras ella le hacía señas a Pablo de que lo esperaría en el cuarto donde se refugiaban.
- Se la llevaron –lloraba Epifanio- ¡¡esos putos cobardes la mataron!!
- Está bien, Pifas –Luis consolaba- llora todo lo que necesites. Se están chingando a todo lo que el ejército encuentre, Pablo.
- ¿Mi hermano, mi primo? –Se preocupaba Pablo-. ¿Acaso van a entrar esos pendejos a las prisiones de la ciudad para ejecutarlos?
- Pablo, serénate, ¿quieres? –Luis siempre era crudo, pero explicaba bien los hechos-. Los que están presos no son ejecutados, lo asegura Diego, pero temo que la libertad de Quique y Richard se pospondrá todavía más tiempo de lo estimado.
- Tienes suerte, Pablo –lamentaba Epifanio- aún están vivos... presos, pero vivos.
- ¡Lo sé Pifas! –Pablo no reclamaba nada-. Debo aceptar que los estudiantes y sus alrededores que están presos... corren con suerte al no ser masacrados.
- Bueno –Epifanio se secaba las lágrimas- el sábado hay misa de cuerpo presente; no quiero ser grosero, pero no quisiera que vayas allá porque ya viviste en el bote y las cosas están duras allá. ¿Puedes acompañarnos a la iglesia de la esquina para que le puedas dedicar unas oraciones?
- Faltaba más, por supuesto.
- Yo te avisaré por un postal o por el teléfono cuando ya las aguas se tranquilicen por allá, ¿de acuerdo? –Decía Luis-. Sólo queríamos informarte esta tragedia, para que también consideres recordar a Rosy.
Evidentemente aún había intención de proteger a Pablo de lo que había sufrido en la prisión, además de que el acontecimiento todavía estaba fresco en las memorias de los involucrados; aunque él quisiera asistir a esa misa de cuerpo presente, para Pablo, estaba prohibido acercarse a la capital temporalmente.
Ya había pasado tiempo, aquella masacre, los juegos olímpicos, el día de muertos, entre otras fechas. Pablo se ofrecía a cortar leño del bosque, mientras Benjamín preparaba la cena navideña y Karla esperaba para que su familia llegara. No iba a ser una navidad feliz, porque Enrique y Ricardo aún eran presos políticos, a lado de numerosos jóvenes y adultos que habían sido víctimas de la represión estudiantil.
Al reposar en la pila de leño reunido, Pablo volvía a encontrarse con Julia; aquella misteriosa anciana a quien había conocido unos años antes. Por lo que eran alarmantes los avisos y presagios de aquella señora.
- El océano sigue esperando, hijo. –Decía la anciana.
- Señora, no quiero ofenderla –Pablo respondía- ¿me ha estado siguiendo? Porque bien que recuerdo su rostro.
- Has sufrido mucho, y seguirás sufriendo... pero podrás superarlo cuando tu destino se encuentre con el océano.
- Señora... –Pablo no culminaba de hablar.
De pronto sucedía una ráfaga de aire que hacía a Pablo cerrar los ojos, y al momento de volverlos a abrir, la anciana ya no estaba. Él se preguntaba si aquella persona era un fantasma, su conciencia, su ángel guardián... en fin; Pablo se reservaba de hablar de aquella mujer para no crear conflictos que pusieran en duda su cordura.
La familia de Pablo pasaba la navidad en Angangueo, a voluntad de Benjamín para ofrecer su humilde casa, pero caliente; Pablo tenía hasta en eso, buena suerte en haber conocido en la mina a alguien que ya tenía familia, tenía experiencia, y sabía valorar las amistades. A pesar de no contar con Enrique, la celebración de la navidad de 1968 trataba de ser lo más amena posible; en la que por supuesto, no podía faltar el vino tinto, el pavo, el cordero y otros manjares.
La noche era estrellada, fría, los montes con siluetas oscuras rodeaban el pueblo. Esto parecía reflejar el momento en el que vivía la familia de Pablo, donde los montes representaban los problemas que encerraban sus vidas, tal cual encerraban al pueblo; y que aun así, mirando hacia arriba, las estrellas denotaban esperanza y unión. Mientras Pablo salía para fumar un cigarro, encontraba a Karla en la terraza de la casa, con un rostro de tranquilidad, mientras pensaba en su hermano preso.
- ¿Qué haces aquí en pleno frío? –Decía Pablo.
- Estas estrellas no se ven en la ciudad, y no sabría si habrá otra oportunidad de admirar esta noche tan luminosa.
- Bueno, con tanto puto smog, la Ciudad de México nunca tendría estas vistas.
- Pinche Pablo, aún en estos momentos no dejas de decir tus pendejadas –reía Karla y luego de suspirar, enfatizaba mientras el llanto la vencía- volveremos algún día a ser el tridente de locos en la familia, ¿verdad? Quique va a salir pronto, ¿¡no crees!? ¡¡Alguien tiene que despertarme de esta pesadilla!!
- Karla... ¡Karla, escúchame! –Pablo la hacía entrar en reacción-. Debemos tener paciencia, yo estuve en el bote con ellos... la parte difícil eran las primeras semanas y ya la chisparon, ya pasó, ya se adaptaron. Somos afortunados de aunque sea enviarle una pinche cartita de feliz navidad, cuando muchas familias ni siquiera pueden hacerlo porque sus hijos fueron asesinados hace dos meses; entre esa gente, mi amiga Rosy. Te mentiría si te pongo una fecha de cuándo los liberan, pero tarde o temprano, la justicia debe voltear hacia ellos.
- Gracias Pablo... bueno, ya derramé las lágrimas que tenía que derramar. Vamos con los demás, ¿sí?
Con el pasar del tiempo, la familia de Pablo volvía a la ciudad; en donde Pablo conseguía un trabajo en una de las fábricas de la zona norte de la metrópoli. El año de 1969 era un tiempo de caer en bache, ya que aún no se resolvía el caso de su hermano en la prisión... pero para fortuna de él, contaba con gente como Luis y Agustín en cuanto apoyo se refería. En las visitas al penal, los abogados ya aseguraban que Pablo pudiera visitar a su hermano; más aún cuando ya se estaba por cumplir el décimo mes.
- ¿Qué onda carnal? Por primera vez te conozco sin greña.
- Lo que pasa es que perdió la cabellera en el dominó –decía Andrés- y tú deberías decirme... ¿qué pinche milagro que nos visitas?
- Estando Pablo en el dormitorio aunque sea un mes, o sea, no mames –reía Enrique- pero cuéntame carnal, ¿cómo anda la familia?
- Pues felices no estamos, pero ya al menos estamos seguros que estás bien.
- ¿Qué onda primo? –Salía Ricardo de una litera-. Ando jodido de la panza, pero qué bueno que nos vienes a ver.
- Ya ves... el Andrés me dice que soy un culero por no visitarlos. ¿Ya salió 'la madre' del bote?
- Ahí anda –respondía Enrique- al que movieron a Lecumberri el tres de octubre fue al pinche Yairo. Se navajeó a un custodio.
- Pues carnales, ya van a terminar las visitas. Mamá me está esperando, pero primero voy a hacer una escala con el Orlando; y pues no quiero darles falsas esperanzas, pero los abogados siguen viendo el caso.
- Ya estás, cabrón –se despedía Enrique- ahí saludos a todos afuera.
- Primo... nos vemos –decía también Ricardo- por cierto, ¿cómo va la banda de música?
- Grabando. Aunque en este año sólo nos aventamos seis composiciones, ya cuando salgan, hacemos pinche fiesta hippie de aquellas para que vean cómo tocamos.
- ¿Quiúbole pinche Pablo? –decía Orlando-. Ya se va a terminar el tiempo.
- Nomás venía a saludarte, cabrón. Gracias por cuidarlos, chingón compa... ahora sí ya me voy.
La paciencia ante todo premiaba a la familia cuando al fin se lograba la libertad de Enrique y Ricardo. Pareciera ser una ironía la vida de Pablo, o quizás el destino era sorpresivo con él; pues quién iba a pensar que Diego, aquél adolescente quien le hacía la vida imposible a Pablo en la secundaria, fuera ese abogado capaz de liberarlos. Por supuesto también, ayudaba un poco en que al pasar un año del incidente, las aguas bajaran de nivel de gravedad y poco a poco muchos presos políticos partícipes del movimiento estudiantil, para su buena fortuna estaban siendo liberados; sin embargo, pese a que en la verdad oficial, las cifras no eran escandalosas, las víctimas sabían que muchos de los partícipes habían sido asesinados en la plaza de las tres culturas, o bien, desaparecidos en el marco de aquella gran crisis.
Para Enrique y Ricardo, era de agradecerse la bienvenida que se les daba después de salir de la prisión; empezando con un buen baño con agua caliente, mientras que Luis, sacaba de su maletín, una botella de vino para celebrar la libertad. Lógicamente no debía faltar el toque de música de la banda La Catrina, considerando que en la visita estaban presentes también Agustín, Epifanio, Cesar y Rodolfo.
- Aquí traigo la botella –Luis invitaba- pero no hay copas, así que será en vasos de plástico.
- No mames, wey... ahora sí que pareces naco tratando de ser fino –reía Agustín.
- Un intento de gratitud al menos hago, cabrón.
- Ustedes dos, en lo que pelean, yo me voy a chingar esa botella aunque sea en guaje... esto es por mi primita Rosalía –brindaba Epifanio por cada trago- y esto es por la libertad de Quique y Richard.
- ¿Y luego? A ver si otra vez organizamos el viaje a Veracruz, como en los viejos tiempos –proponía Agustín-. Ya esos pinches jarochos nos han de extrañar.
- Ya siendo adultos, es más emocionante –Luis pensaba- me late la idea.
Por otra parte, Enrique y Ricardo convivían mientras jugaban a la baraja con Cesar y Rodolfo, platicando acerca de la experiencia en la prisión durante un año.
- Y díganme –iniciaba la conversación Rodolfo- qué vivieron en el bote, ¿estuvo culero?
- Las cosas se dan por algo –contestaba Enrique mientras prendía un porro- tómalo como desgracia o infortunio, pero para mí es una lección de vida.
- Siempre hay un antes y un después en estas circunstancias –complementaba Ricardo- en un día eres un adulto temprano que piensa tener el pinche mundo en las manos, hasta que te agarran... y cuando sales por fin, aprendes a valorar todo lo que tienes.
- Ahora sí me salió bien filósofo mi primo, ¿verdad?
- Un año en abstinencia –pensaba Cesar- sin poder cogerte a una vieja...
- ¡Este cabrón no ha cambiado! –Rodolfo bromeaba-. Si a ti te hubieran metido al bote, hasta puto saldrías.
- Y mientras tanto se están haciendo pendejos para tirar –decía Enrique- de todas formas tengo la imperial, así que ya chingaron.
En tanto, Pablo observaba que su vida volvía a cobrar color con todos reunidos. Karla siempre había estado ahí para su hermano en los tiempos más difíciles.
- Este par de jóvenes ilustres –suspiraba Pablo- ¡cuánto se perdieron en un año! Los juegos olímpicos, la boda de dos de nuestros hermanos, ese viaje a la luna que apenas ocurrió; menos mal que no fueron más.
- Lo importante es que están aquí, carnalito. Ya podemos volver a ser el trío de locos entre todos nuestros carnales, ¿no crees?
- Yo pienso que este día lo debemos de disfrutar con huevos –animaba Karla- Ven Pablito, vamos adentro con la banda.
Música del grupo La Catrina de 1969:
Te agradezco señor, me hayas castigado, por todas las cosas de la vida que he olvidado; he aprendido la lección y todo lo que vivo ya lo valoro, a mis amigos y familiares a quienes más yo añoro; un ser querido ha estado durante un año entre cuatro paredes; pero yo sé señor que ha reflexionado, te suplico que lo rescates de aquellas redes...
En las vísperas de otoño de 1969, se le presentaba a Pablo otra oportunidad de trabajo en Querétaro. Nuevamente era tiempo de separarse de la familia; entonces, entre Luis y Agustín le organizaban una fiesta de no tanto despedida, sino de que al fin le tocaba un trabajo con un sueldo de acuerdo a su profesión; y ya que fue en ese entonces el boom de los Apolos y viajes espaciales, la tecnología electrónica empezaba a dar pasos agigantados.
Para no desviarse tanto del tema, Pablo conocía tres nuevas amistades: Eran amigos de Agustín, sus nombres: Edmundo, Janet y Lucía. La convivencia se llevaba a cabo en un terreno de Luis que había comprado en Tepotzotlan; como la moda misma de aquél entonces, era una fiesta de hippies.
- Pues la charola está servida –Luis decía como anfitrión- para celebrar que mi amigo de infancia va a tener después de tantas pinches chambas mal pagadas, ahora sí ya la rifó.
- Muchas gracias Huicho. –Pablo sentía felicidad ser el celebrado.
- Así es, compa –Agustín abrazaba amistosamente a Pablo- ¿te acuerdas de la chica que te mostré en cueroles? Te la voy a echar a andar.
- ¡Ah, tu amiga Lucía! ¿Cómo crees? Ya te la cogiste un chingo de veces, no quiero andar removiendo atoles.
- No mames, nomás fue una vez y ya. –Corregía Agustín.
- No deja de ser una zorra.
- Nomás andábamos bien pinches cocos con el LSD, es una vieja bien decente, no seas puto... además para que también tengas motivo para no separarte de los cuates por tus amiguitos fresas de Querétaro.
- Pinche Agus –decía Luis- en fin, a ver si ahora sí se le hace andar con una vieja porque... ya empiezo a dudar de sus gustos.
- No chingues Huicho, primero me muero antes que ser puto.
Entonces, Agustín se dirigía con sus tres amigos para hablar, y al poco tiempo los dirigía hacia Pablo y Luis
- Bueno cabrones, los presento –introducía Agustín- Lucía, Edmundo, Janet... ellos son Luis y Pablo.
- ¿Qué onda? –saludaba Edmundo-. Felicidades por conseguir un buen trabajo.
- Gracias. –Decía Pablo.
- Hola –hacía lo mismo Janet- díganle al anfitrión que gracias por la invitación.
- Yo soy el anfitrión –presumía Luis- ¿qué me viste cara de jodido?
- Bueno, no creo que tengas el perfil de un artista de cine de Hollywood.
- Mírala, Agus... no va ni un minuto y ya empieza la culera a denigrarme.
- Mucho gusto –decía finalmente en la introducción Lucía- por lo que veo nos vamos a llevar bien.
- Exactamente, Lucy –luego, Agustín volteaba a Pablo para dar una indirecta- ¿verdad?
Para la época, la música salsa vivía en su apogeo... por lo que la fiesta se tornaba emocionante al poner dicho género musical. Agustín notaba que Pablo estaba un poco inerte en cuanto a iniciativa para hablarle a Lucía, así que como un 'buen amigo' hablaba con Lucía para darle un pequeño empujón a Pablo en la convivencia.
En efecto, mientras Janet se paraba junto con Luis para bailar, de inmediato Lucía tomaba de la mano a Pablo para bailar. Era curioso que Pablo no pudiera en su pasado lograr conquistar a sus amores, porque resultaba ser que era un maestro del baile, por cada época que había marcado su vida; desde rock and roll, tango, bolero, hasta la misma salsa que en la época apenas estaba despegando hacia una popularidad que llegaba para quedarse.
- ¿Desciendes de una familia de bailadores? –se impresionaba Lucía-. Sabes moverte con ritmo.
- Es cuestión de sentir la música –aconsejaba Pablo- sí hay veces que unas clases te hacen refinado, pero... mejor dejarse llevar.
- Y yo que creía que a primera vista eras un pinche hippie que sólo escuchaba a los Beatles.
- ¡Soy un pinche hippie que escucha a los Beatles! –Afirmaba Pablo-. Pero tengo diversidad en mis preferencias musicales.
- ¿Sabes, amigo Pablo? Me caes muy bien.
- Si supieras que a mí me caes mejor –decía Pablo, y aunque Lucía no se daba cuenta, lo contaba con sarcasmo, dando a entender que así comenzaban sus candidatas al amor antes de lastimarlo- qué bueno que seas honesta y digas las cosas como son... soy un hippie.
Y como decía Pablo, eso era el último de los amores de él; aunque estaba claro que su enamoramiento iba a durar muchos años a pesar de la intermitencia. A sus veintiséis años, sabía a lo que se jugaba con una persona tan abierta y con tintes de orgullo sobrado en cuanto a su vanidad, y sin embargo, nunca obedeció a su razón.
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