Capítulo 2. La juventud y la lluvia de dolores amorosos.
Ya en la etapa de la secundaria, los sentimientos de Pablo salían a la luz cuando su clase se enteraba que estaba enamorado de Daniela. Tal vez era muy temprano enamorarse a la edad de trece años, considerando que Daniela era mayor que él por tres meses. Una etapa de las chicas donde se interesaban mucho en chicos más grandes, tal vez de la preparatoria.
Y para dificultar su existencia, a él le tocaba en el mismo salón de su compañero némesis... un Diego que no se cansaba de hacerle la vida de cuadritos. Para fortuna de Pablo, Luis también estaba en su salón; pese a no saber mucho de artes marciales, Luis era un auténtico chico rebelde que a veces solucionaba sus problemas por medio de golpes y defendía a Pablo cada que Diego, Sandro y Alan lo molestaban.
- ¿Qué pasó culero? –le decía burlescamente Sandro.
- Supimos que la Dani te trae de un ala a otra –Diego aprovechaba la situación- la verdad es que dudo que alguien como ella se fije en un tarado perdedor como tú.
- Bájale de huevos Diego...
- ¿O qué? –Diego agarraba de la camisa a Pablo.- ¿Me vas a acusar con mami? Creo que se merece unos putazos sabrosos.
- ¿Crees que tu karate va a funcionar con nosotros? –Alan se prendía y le propinaba un golpe en el estómago-. Agárrenlo que le enseñaremos a ser hombre a este pendejo.
- Si no puedes defenderte tú solo, ¿crees que vas a dar la jeta por Daniela?
- ¡Déjenlo en paz cabrones! –Luis saltaba a los golpes mientras que media escuela se animaba a calentar la pelea.
- ¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!
- ¡¡Ustedes cinco!! –Interrumpía el director de la secundaria-. A la dirección. ¡Y rápido!
Pablo sufría su primer llamado a la dirección, sin embargo era dispensado por ser la víctima de los tres enemigos que cargaba. Su madre a pesar de saber que Pablo había sido provocado, lo atacaba con regaños porque no era posible que su hijo ya estuviera metiéndose en conflicto con sus compañeros. También le daba un ultimátum a Luis por ser él quien interviniera a los golpes y provocara que la secundaria se animara a ver el 'espectáculo' de luchas.
- Voy a decirle a los profesores que los separen de grupo para que no hagan sus tarugadas.
Era otra vez la ley del niño que le pegan en la escuela, no sólo había vivido la experiencia de ser insultado por sus compañeros, también su madre lo castigaba con no salir a jugar con sus amigos de la cuadra. Una pequeña ilusión pasaba con Pablo cuando Daniela se le acercaba para calmar sus inquietudes, a sabiendas que la secundaria no era tan fácil para Pablo.
- Hola Pablito –saludaba Daniela- creo que no debes pasar cerca de Diego. ¿Quieres que te ponga ajo en el ojo morado?
- Gracias Dani –decía Pablo, y después de un silencio continuaba- gracias por preocuparte por mí, pero no quiero que por mi culpa Diego te trate mal.
- Es un tipo salvaje, pero sus padres lo educaron para no ofender a las mujeres. Lo conozco desde que tenía siete años.
- Con esa sonrisa basta para olvidar los castigos y los insultos de Diego, Sandro y Alan.
- No me lo tomes a mal –Daniela le confesaba- pero creo que debes ser un poco menos bondadoso con la gente.
- Gracias por tu consejo –luego del agradecimiento, Pablo invitaba- ¿quieres ir al café conmigo el viernes?
- No creo poder, tenemos exámenes finales el próximo lunes y debo estudiar –era la primera excusa de Daniela, aunque Pablo comprendía la situación- tal vez en dos semanas iríamos.
- No te preocupes, cuando quieras. Y tienes razón, los exámenes ya casi empiezan.
Pablo nunca pudo descifrar las indirectas de Daniela, dos semanas se transformaban en meses esperando una cita que jamás llegaría. Muchas veces Luis se percataba de cómo la chica y sus amigas Lisbeth y Sabrina se comentaban y murmuraban la nula oportunidad que su amigo de infancia iba a tener con una adolescente que fácil iba a ser la más guapa de la secundaria como lo era Daniela. Sus ojos verdes eran tan hermosos, pero aparentemente hechos de planta venenosa; su piel era suavemente blanca, pero más fría que la nieve, y su personalidad era muy engañosa sólo por pasar mal momento en su familia, pero poco a poco el maquillaje interno comenzaba a deslavarse hasta encontrar a una vanidosa mujer que queriendo o no, mataba lentamente toda esperanza de sus pretendientes como Pablo.
El inocente aun así creyendo que Daniela pudiera enamorarse de sus palabras poéticas, no se cansaba de enviarle pensamientos escritos.
Querida Daniela:
No me canso de confesarte que nunca he dejado de pensar en ti. A veces me pregunto si al ver dos esmeraldas brillar, son auténticas o son el iris de tus bellos ojos. Han sido días de calor y he tenido ganas de refrescarme en la nieve que cubre tu cuerpo... jamás olvidaré el brillo de tu sonrisa que emanan tus labios tan colorados como el color de un clavel. También quisiera agradecerte por ayudarme a encarar mis problemas que tengo con Diego. Sé que tienes muchas ocupaciones, tantas que ya ha pasado medio año y no hemos podido concretar la cita que acordamos.
Me gustas mucho, preciosa... no sé cómo decírtelo en persona y me tengo que conformar con escribírtelo. Atentamente Pablo Durán.
- Pues la redacción no era mala así como me cuentas –admitía Antonio- pero dudo mucho que sea la forma correcta de querer expresar tus sentimientos.
- Toño, ¿qué quieres que haga? Soy muy penoso con las mujeres. Tal vez ya no me deje madrear por el pinche Diego, pero la timidez siempre me ha ganado cuando de amor se trata.
- Dani es mi amiga también –Luis trataba de aterrizar a su amigo- pero antes de que su papá muriera era una hija de perra con hombres de carácter...
- ¿Débil? –Pablo se molestaba y subía de tono-. Escúpelo ya y dímelo... ¿soy débil?
- Pues hombre interesante para el género femenino no eres.
- Me lo suponía.
- Pablo –luego intervenía Tadeo- somos tus amigos y tratamos de hacerte ver las cosas... esta niña algo se trae y te va a chingar si no la observas bien. Ya está asimilando el accidente de su papá, es decir, estamos en el cincuenta y siete... ya sanó, y está otra vez siendo la pendeja arrogante de antes.
- Qué bueno que sean mis amigos, pero también respeten mis gustos –Pablo preparaba su marcha- ahora, voy a visitarla y si al menos les sirve de consuelo, seré un poco atrevido y le daré la carta a Dani.
Era cierto lo que le contaban sus amigos; Pablo era demasiado tímido para sorprender a alguien como Daniela. Sin duda, estaba cegado por el amor que él sentía por ella y sentía como si sus oídos se convirtieran en dos varas de madera inservibles: No escuchaba... sus ojos se convertían en dos bolas de vidrio: No veía. Y su mente razonable se transformaba en una acción de troglodita: No pensaba las consecuencias.
Tampoco había duda alguna, Pablo todavía no tenía las agallas de entregarle la carta a su amor platónico y decidía dar marcha atrás. No sin antes encontrar en el camino a Lisbeth con su primo mayor llamado Jonathan; y a sabiendas que lidiaba con la amiga de Daniela, decidía esconder la carta para no bajar la guardia.
- ¿Qué milagro verte por aquí? –Saludaba Lisbeth-. ¿Ibas a visitar a Danita?
- Eh, no realmente... el mercado está cerrado por mi casa, entonces...
- Entiendo, mira... te presento a mi primo Jonathan. –Lisbeth señalaba a su primo-. Te va a caer bien, además puede poner en su lugar al cabrón de Diego.
- ¿Qué tal amiguito? –Saludaba su primo con cuerpo tosco y enorme.- Salúdame a tus cuates por ahí.
- No te preocupes, mi nombre es Pablo.
- Tienes una cara un poco pesarosa... ¿no lo crees Lis? Seguro es porque alguien te dejó el corazón cuadrado.
- No todavía, primo –luego Lisbeth se dirigía a Pablo- amigo, yo sé que ibas a ver a Daniela, pero ella me dijo que de ti sólo pensaba en una amistad. No te voy a obligar a que te rindas, pero considera que a ella le gustan hombres con una personalidad totalmente distinta a la tuya.
- Lucharé por ella, Lis; no importa que todo mundo esté en mi contra.
Pablo seguía camino a casa que no estaba cerca de donde se situaba, pero no quería tomar el camión para reflexionar en ese camino largo; nada como un poco de aire para escucharse y analizar cada una de las palabras que sus amigos le decían acerca de Daniela. Por fortuna no llovía, pero el cielo describía exactamente el estado de ánimo de Pablo: Gris, oscuro, sin luz, vacío, las nubes estaban cargadas de agua, pero sin soltarse, como si quisieran contener el llanto y motivar a Pablo que no valía la pena mortificarse ni por el qué dirán, y en caso de ser ciertos los avisos, por una chica que sólo tenía vanidad en su hermoso y aparente cuerpo de princesa de cuento de hadas.
Llegaba a su casa a las siete de la noche como si nada ocurriera, pero sus hermanos más apegados como Enrique y Karla, no mordían el anzuelo y le cuestionaban por su actitud y por qué seguía sufriendo por Daniela.
- Me da miedo llegar a la adolescencia –bromeaba Enrique- pero yo pienso que ya te alejes de ella.
- No creo que sea muy fácil –Pablo le respondía decepcionado- tal vez si le doy la carta que le escribí, ella se fijará en mí.
- Yo todavía no paso por eso, pero lo que sí te diré... que tengas buena suerte.
- Toma una galleta hermanito –la pequeña Karla le acercaba un plato- para que no estés triste.
- Gracias peque.
- Oye, encontré esto en el camión escolar –Enrique le daba un collar de delfines adornados- para que la carta no vaya vacía.
- Faltaba más Quique, yo creo que con esto la voy a conquistar.
Los primeros días del año cincuenta y ocho fueron una mala bienvenida entre dudas y nervios por hacerle llegar la carta a Daniela con sus sentimientos. Salía Pablo de la escuela a la biblioteca para realizar una investigación como tarea que le dejaban en segundo año de secundaria. Para las seis de la tarde, Pablo caminaba rumbo a la casa de la chica de sus sueños... para eso, tenía que cruzar un parque público que tenía columpios, toboganes para resbalar; y un kiosco en medio con tres bancas de roble formando un círculo en los adoquines.
De lejos, Pablo observaba una silueta de una pareja juguetona... la chica estaba recostada en las piernas del hombre apuesto; o quién sabe, porque los rayos del sol en atardecer no permitían descubrir tan fácilmente la identidad de estas personas. Un roble cambiaba el estado de ánimo de Pablo, los rayos del sol se cubrían entre las hojas permitiendo reconocer a la pareja. ¡Pobre del inocente Pablo!
Sus manos temblaban mientras agarraba fuerzas para arrugar y romper la carta que tenía... horas de esfuerzo para escoger las palabras más dulces, se desquebrajaban junto con su moral, su orgullo, su felicidad y su esperanza. Estaba tan petrificado que ni llorar podía... el crepúsculo desenmascaraba todo: Era Daniela quien vivía un romance, pero eso no era lo que realmente acuchillaba la hombría de Pablo; ¿cómo era posible que Daniela hubiera aceptado a Diego, al chico que le hacía la vida imposible, al chico que se burlaba de él, al chico que tanto daño le hacía...? ¿Cómo había sido a él como pareja? Pablo no quiso provocar caos y mejor no se acercó a ellos. Contrario a todo, se ocultó detrás del kiosco y siguió ese camino oscuro como su experiencia... ese camino que lleva a la derrota a manos del mismo antagonista.
¿Qué tenía Diego que a Pablo le faltara? Si Pablo era una persona muy amable, muy amigable, respetuoso, simpático; cuando en la otra cara de la moneda, Diego era presumido, arrogante, narcisista, rudo... esto podría sonar cruel, pero simplemente se trataba de selección natural; o al menos a partir de entonces Pablo lo pensaba así.
Ese chico tan simpático se quebraba desde aquella noche de enero y se volvía un tipo más crudo y quizás más temido que antes. Durante dos meses sin decir nada y guardando la escena secretamente en su memoria, cada que Daniela se acercaba a él, simplemente la hacía a un lado... de una forma sutil, pero ya no era el caballeroso. Luis observaba el cambio súbito y sospechaba que algo había quebrado en el interior de su amigo. Finalmente todo se supo cuando Alan trataba de provocar a Pablo mediante las típicas molestias que ocasionaba.
- ¿Qué tenemos aquí? –Alan arrebataba a Pablo una bolsa que contenía una hamburguesa-. San, Diego... miren lo que tenemos.
- ¿Ahora no dices nada? –Sandro lo provocaba aún más con una fuerte bofetada-. A ver angelito, pon la otra mejilla cabrón.
- Qué raro que no nos acuse con su mami –nuevamente Alan se burlaba de Pablo- le comió la lengua el ratón.
- ¿No será que ya te enteraste pendejito? –Por fin hablaba Diego; detonante perfecto para desatar la furia de Pablo.
- ¡¡Ya me tienes hasta la madre!! –Pablo propinaba un cabezazo en la nariz de Diego.
Cuando yacía este tirado, el antes inocente sacaba lo más oscuro de sus actitudes... comenzaba a propinar patadas en la espalda y una lluvia de golpes que escarmentaba incluso a sus amigos y, ¿por qué no? A los amigos de Diego.
- ¡Levántate! –Pablo le decía y volvía a patear a Diego-. ¡¡Que te levantes puto!!
- Te vamos a partir tu madre. –Alan sacaba la casta para defender a un Diego totalmente tumbado, pero Luis intervenía.
- ¡Tú no andes metiéndote cabrón!
- ¿Qué está pasando aquí? Se ha vuelto loco. –Sandro conservaba un poco la distancia.
- ¡Tú fuiste pinche Diego! –Pablo le susurraba a Diego-. Todo lo culero que he vivido en esta pinche vida ha sido por tu culpa, ¿querías provocarme? ¡¡Lo has logrado cabrón!!
Los estudiantes de secundaria veían un panorama nuevo... ya no era la diversión de ver cómo Pablo era sometido una y otra vez a las bromas, sino todo lo contrario, más allá de merecer o no un poco de respeto, fomentaba miedo en el entorno. Daniela estaba dudosa por lo que estaba mirando, pero decidía actuar para calmar a Pablo y salvar a un Diego totalmente ensangrentado.
- ¡¡Basta los dos!! –Daniela gritaba y ayudaba a levantarse a su novio-. Ven Diego.
- Quítate de ahí que aún no acabo Daniela.
- No te conozco, Pablo –Daniela rompía el llanto- has cambiado mucho.
- No seas hipócrita... pudiste evitarme tantas llagas diciéndome que simplemente no querías nada conmigo. ¿Pero por qué a él? ¿¡Por qué a este hijo de puta que me hacía la vida de cuadritos!? Jamás te diste cuenta de lo que destruiste dentro de mí.
- No conoces bien a Diego, Pablo –Daniela seguía defendiéndolo- los dos son diferentes... y si me enamoré de él es porque tiene mucho valor, es auténtico e independientemente de las broncas que tengan, siempre me ha defendido.
- ¡Pablo, vámonos! –Luis le ordenaba pero Pablo no obedecía.
- ¡¡Pues yo también tuve valor!! Ya no fui el bufón de nadie, tanto valor tuve para dejarlo hecho una mierda.
- No hablo de eso Pablo –Daniela aclaraba- fuiste muy amable conmigo y lograste que conservara una amistad...
- ¿Amistad? ¿Qué amistad...? ¿¡De qué pinche amistad me estás hablando!? –Pablo se sentía burlado-. Te vas con gente que trata de la chingada a sus semejantes, me hiciste perder tiempo, me diste puras ilusiones... ¡¡pura riata!! No me dijiste al menos que me detuviera, que dejara de luchar por conquistarte, y encima de todo te burlas de mi yéndote con el culero que me ha estado jode y jode desde la primaria. ¿¡Qué pinche clase de amistad me ofreciste entonces!?
- ¡Basta Pablo! –Luis lo jalaba.
- Danita por favor–hablaba débilmente Diego- espérame en mi coche... ya no lo escuches.
- ¿Qué vas a decirme ahora pendejo? –Pablo entre lágrimas y bien sujetado, encaraba a Diego-. Ya escúpelo.
- ¿Te satisface ahora verme así? –Diego a pesar de todo se mostraba irónico-. Yo veo tu hombría quebrantada, así de puteado como yo estoy físicamente. Siempre gano, Pablito... y lo sabes bien. Te la bajé, cabrón.
- Tú también ya –Sabrina alejaba a Diego- ve con Daniela.
- Este... ¿me perdí de algo? –Apenas llegaba en acción Tadeo.
Ese día fue la última vez en años, en que Pablo trató con Daniela. Esto, claro fue porque el director tenía que enterarse de la pelea; y Pablo fue expulsado del colegio. Daniela en tanto, estaba acariciando y limpiando el rostro de Diego con algodón y alcohol, y en ese momento, él tipo rebelde mostraba su lado bueno.
- No te muevas amor –Daniela limpiaba los labios- algún día tenías que desatar la frustración de Pablo, ya te estabas pasando de la raya.
- Cuando íbamos en cuarto año maduramos... jugábamos juegos de amor, mientras Pablo todavía lloraba por sus juguetes –confesaba Diego- yo ya conocía el amor... pero cuando ya notaba que te observaba cómo el pendejo te comía con la mirada, no lo soporté. Por eso y con más razón decidí ser su victimario, para que se alejara de ti.
- Pablo es muy buena persona, dudo que haya pensado cosas así como cogerme en tus narices. Pero no sabe ser el hombre de quien las mujeres soñamos, y tú sí. Quiero que ya lo dejes en paz y confíes más en mí y en el amor que te tengo –Daniela tenía una forma elegante de poner en su lugar a Diego- y si descubro que tú o tus amigos lo siguen molestando, te lo juro que cortamos, ¿me entendiste?
- Tienes razón, ya no vale la pena –luego, Diego se recargaba en el vientre de Daniela- tú ganaste la partida cuando te encaró... tal vez ya no causará lástima a la escuela, pero lejos de ser respetado, ahora le tendrán miedo. Mi amor desde la infancia, es un tesoro que no voy a perder sólo por darle dos o tres putazos a Pablo.
Por otra parte, Luis y Antonio visitaban a Pablo en la nueva secundaria donde estudiaba. Como amigos que eran, Luis estaba obligado a cerciorarse en que Pablo estuviera realizando una vida nueva después de aquella pelea. Obviamente por ser adolescentes, todavía no estaban en la edad para irse a algún bar a emborracharse y divertirse como los adultos tempraneros lo hacían en plena época del rock n roll... por eso los tres visitaban una cafetería en la colonia Roma, para actualizarse en todo lo nuevo que había transcurrido desde la expulsión de Pablo. Todavía había rencor en Pablo cuando se mencionaba el nombre de Daniela.
- ¿Entonces sólo vienen para restregarme que Diego ya se cogió a la Dani? Sólo cooperen conmigo y no la mencionen para poder olvidarla.
- Pablo... Daniela y tú no terminaron nada bien –Antonio trataba de ayudar a sanar su herida- es necesario que al menos hagan las paces
- ¡No, ni madres! Ella ya se fue con el enemigo...
- Pinche Pablo, nada más escúchate –mediante un ligero coscorrón, Luis le decía- celos, casi matas a Diego, Daniela ni siquiera te insultó o mencionó una mala palabra el día de tu berrinchote. Quien perdió no fue ella o Diego, fuiste tú por ese ataque de cólera, lo lamento pero, dudo que Daniela te reconozca a ti mínimo como amigo.
- Pues entonces no hay paces que hacer.
- Sólo porque somos menores de edad –Antonio se lamentaba- si no, te invitaba unos tequilas para partirle la madre a esos recuerdos tuyos. Está bien, si ya Daniela y tú no tienen nada que los una, entonces te ayudaremos a olvidarla.
Lo que decían sus amigos era cierto y la forma de comprobarlo era durante una reunión de fin de cursos que organizaba Daniela. Era fin del segundo año de la secundaria, y todos a excepción de Pablo estaban invitados... y no era culpa de Tadeo o Antonio asistir a la reunión, pero también eran amigos de Daniela, así que no había motivos para darle consuelo a Pablo y cancelar la cita en una gran casa de campo que su padre tenía en Yautepec; y a pesar de haber fallecido este, la familia seguía vacacionando en aquella casa adornada con columnas de mármol y con una alberca en el patio trasero, donde lógicamente ahí hacían la reunión.
Si Diego asistía a aquella reunión, era más que evidente que Sandro y Alan lo hicieran también; mismo caso con Daniela, ya que asistían sus amigas Sabrina y Lisbeth. Total, se puede decir que todos los treinta y siete asistentes tenían algo de especial, ya que eran los que habían estado en el mismo salón o al menos la mayoría, de cuando iban en sexto año. Bueno en el salón eran treinta y nueve, pero Luis no había podido asistir porque vacacionaba en tierras europeas; y Pablo, pues lo que todo mundo conocía del espectáculo que había armado y que había provocado su expulsión y transferencia de colegio.
No era hablar de coincidencia ni mucho menos, pero en un curso de verano organizado por la secundaria donde Pablo estudiaba, curiosamente Pablo estaba a dos cuadras de la reunión; era más que obvio su sigilo para no ser descubierto por alguno de los invitados de Daniela y se armara otro problema, pero con un telescopio que se había llevado, observaba a su vieja generación completa... y aunque no estaba Luis, se sentía prácticamente excluido. En la excursión, Pablo hacía una nueva amistad con un chico de quien muchos consideraban también un 'chico raro'; se llamaba Agustín.
- ¡Qué error! Dani me pasó por desapercibido. –Pablo murmuraba mientras miraba-. Se nota que más de disfrutar pasar de año, celebran que ya no estoy en la escuela.
- Ya deja dormir cabrón –Agustín interrumpía- si esa pendeja no te pela ni cuando te alejaste, nunca fue tuya.
- ¿Ya ves? ¿Para qué me invitas? Además de no ir a Veracruz como acostumbro a hacerlo, teníamos que estar a dos cuadras de ella.
- Yo qué voy a saber, ni siquiera los conozco –bromeaba Agustín- oye, cuando entremos a tercer año, te voy a presentar a unas viejas.
Al día siguiente, se les ocurría al grupo de Daniela ir a ese parque ecológico donde se situaban los de la secundaria de Pablo. Sin duda alguna, después de tanto tiempo, Pablo volvía a sonreír por las ocurrencias de Agustín.
Acababan de cambiarse de ropa dentro de la tienda de acampar, cuando observaban que sus ex compañeros estaban justo afuera de su tienda, se habían unido con un grupo de siete compañeros del curso de verano. Pablo no debía y ni quería dejar que lo vieran... mucho menos quería ser visto por Daniela; no fuera a pasar otro escándalo con Diego y con ella misma, de ahí la genialidad o mejor dicho, la tortura que Agustín proponía.
- Estos pendejos ya se unieron a nosotros –Pablo le decía con voz baja a Agustín- y tenemos que formarnos... ya valí madres.
- No mames, que pinche suerte la tuya –luego, Agustín sacaba una chamarra, una gorra que cubría las orejas, unos lentes de piloto y una bufanda- pues no creo que se me ocurra otra mejor idea.
- ¿Con este calor? ¿Quieres matarme y cocinarme como un pollo rostizado?
- No veo que propongas algo. Yo también me voy a poner los abrigos para que no seas tú el único que pase vergüenza.
Pablo y Agustín salían como si fueran esquimales, mirando de un lado a otro.
- Hace calor –el instructor los llamaba- ¿podrían quitarse esos atuendos?
- No maestro –Agustín inventaba un pretexto- este buey estaba enfermo y me contagió, ¿por qué me mandó a dormir con él?
- ¿Qué le vamos a hacer? No los podemos llevar al senderismo. Tendrán que quedarse a descansar. –Luego, desviaba la mirada el instructor y llamaba al resto-. Chavos, llévense agua porque serán diez horas de caminar.
- ¡Gracias culero! –Pablo decía con sarcasmo-. Nos quedamos con los atuendos pero también nos dejaron cerca de esos pendejos.
- No nos van a reconocer así, pierde cuidado.
Pablo y Agustín se sentaban y veían como uno por uno de sus ex compañeros los miraban raros a ambos. En la primera hora:
- ¡Qué monos! –Reía Sabrina-. No hay nadie más raro en el mundo.
- No lo creo, al más raro del mundo lo expulsaron de la escuela. –Reía Lisbeth haciendo referencia a Pablo.
En la segunda hora:
- ¡Ya se te fue el avión cabrón! –Alan les gritaba de lejos.
- Yo escuché a su instructor y están enfermos –Sandro advertía a Alan- mejor no les digas nada.
En la tercera hora:
- Bonitas gafas compañeros. –Tadeo les decía mientras trotaba-. ¡Órale Toño, te me estás quedando atrás!
- A lo mejor era el Huicho que se equivocó de continente –bromeaba Antonio- ¡qué lástima que este par no esté con nosotros!
En la cuarta y quizás la hora más nerviosa:
- Te compré un vaso con jugo de toronja, para este calor –obsequiaba Diego a Daniela- no hay lugares para sentarnos a desayunar algo.
- Allá hay unos lugares –le decía Daniela a Diego- espérame amor, deja pregunto si las están ocupando.
- Pinche suerte la tuya –repetía con voz baja Agustín- nos vas a meter en pedos.
- Cállate, que aquí viene.
- Disculpen amigos –Daniela les hablaba a los dos pero sin reconocer a Pablo- ¿Puedo tomar estas sillas para sentarnos mi novio y yo?
- ¡Están empotradas, amiga! –Pablo le respondía- pero nosotros ya nos vamos.
- ¡Aquí, amor! –Daniela llamaba a distancia a Diego-. Tráete todas las cosas.
- Qué rara gente –Diego se preguntaba- ¿no notaste algo conocido al de la derecha?
- No ha de estar de humor porque me respondió un poco de malas.
- Tal vez alguna chica lo dejó –reía Diego y luego se tornaba un poco serio- lo mismo que te pasó con él.
Pablo se detenía de forma discreta para escuchar a Daniela, de una forma saber si seguía hablando bien de él, o tal vez de una forma que no quería ella recordarlo.
- Sí... Pablo. Nunca tuve la intención de lastimarlo, pero después de lo que te hizo y me dijo... no lo quiero ver más.
- Por eso yo lo andaba chingue y chingue –Diego platicaba- debo y debes aceptar que ya te estaba moviendo los hilos... tenía que evitarlo.
- ¡Oye! –Daniela le daba un ligero golpe a Diego y luego se le recargaba-. Bueno, tal vez tengas razón... era muy simpático, detallista; hiciste bien en joderlo porque ya me estaba atrapando. Lo admito porque seré honesta contigo, aunque tampoco tenías porque pasarte de lanza con él. Dondequiera que esté, ojala por mi culpa no pierda esas cualidades y encuentre a alguien.
- Pues sí.
Pablo volteaba y continuaba con su camino, y aunque ya quería dejar el camino libre para Daniela, al menos expresaba con una ligera sonrisa, su gratitud por hablar bien de él.
- Creo que la cagaste amigo –Agustín le decía- te calientas demasiado.
- Es igual, ya andaban antes de conocerme, tarde o temprano ella me iba a mandar a volar... pero no pienso ir a que me perdonen o los perdone... de una u otra forma me dolió, ni modo, es selección natural.
Ya entrando a tercer año de secundaria, Pablo y Agustín tenían la suerte de estar agrupados en el mismo salón, y el destino le jugaba a Pablo, ya que como nuevo alumno figuraba Jonathan, el primo mayor de Lisbeth. Cuando la maestra presentaba al nuevo alumno, al desviar la mirada y notar a Pablo en el salón, se sentaba justo en el asiento derecho. Lisbeth los había introducido antes, pero a pesar de no ser aquella convivencia prolongada, Jonathan tenía una buena memoria para inmediatamente identificar rostros de tiempos de antaño.
Se suponía que Jonathan debía entrar al primer año del bachillerato, sin embargo, al ser un adolescente de familia privilegiada, durante su niñez había invertido un año para estudiar el inglés, razón por el cuál, estaba rezagado, y por eso todavía cursaba en tercer año de secundaria.
Durante el receso, Pablo y Jonathan se sentaban en unas gradas mientras dos grupos escolares competían en el futbol. Jonathan era tan privilegiado, que su madre le hacía de almuerzo, algunos manjares exclusivos, como langosta, caracoles, emparedados de carnes frías y además de muy buena marca, entre otros manjares que para varios alumnos eran desconocidos; lo bueno de aquella secundaria fue que no hubo algún pasado de carácter con intenciones de sustraer el almuerzo fino.
- ¿Qué pasó Pablito? –Abría conversación Jonathan-. Bien decía mi bisabuela que este mundo es muy pequeño... compartamos la comida.
- Calamares al vapor. No sé si me estés compartiendo por caridad o por presumir –Pablo le bromeaba y luego volteaba a Agustín- los voy a presentar... Agus, él es Jonathan.
- ¿Qué tal? –Agustín saludaba con elegancia-. Me prepararon enfrijoladas, espero no les hagas pinche cara de guácala.
- Ya decía de tu ética –reía Jonathan- no hay pedo, todo lo comestible me gusta.
- Yo compré refrescos en la tiendita –Pablo descorchaba refrescos de las clásicas botellas de vidrio- salud cabrones.
- Salud. –Los tres juntaban las botellas de refresco.
- Por cierto, ¿ya no sabes nada de Lis? –Pablo preguntaba a Jonathan.
- Ahí anda. ¿Quieres que la salude de tu parte o le vas a pintar calacas a Dani, saliendo con su amiga?
- Nomás salúdamela y ya. Lo de Daniela ya le di 'muerte civil'.
- Nunca nos invitaste a tu cumpleaños Pablo –reclamaba Agustín- ya te iba a presentar unas pinches chamacas para que sean tus chambelanas.
- Ningún hombre en el cincuenta y ocho hace bailes de quince años... pero igual eran regalos para mí –reía Pablo- cuando cumpla los dieciocho prometo llevarlos a alguna cantina allá en la Guerrero.
Pasaba un tiempo considerable desde que Pablo no veía a Luis, sin embargo, se encontraban en la parada del tranvía por casualidad. La razón del por qué ya no frecuentaban tanto, era porque Luis se había ido a vivir con su familia hasta el norte de la ciudad; y era más difícil para ambos, ya no podían convivir a largas horas como las otras veces desde que eran niños; más aún, Pablo y Luis, cada que se veían jugaban a las competencias con sus baleros que tenían.
Ya faltaban solamente dos meses para terminar la secundaria y que las vacaciones de verano pudieran comenzar, era momento de 'rendirle informe' a los amigos de Pablo. Por otra parte, Luis estaba en ese momento acompañado de dos amigos nuevos; sus nombres eran Iván, Johana, Jorge... y la novedad de todo: Tenía una novia llamada Azul.
- Por primera vez te gané el campeonato de balero –sonreía Luis, pero jamás olvidaba su cortesía- mira valedor... te presento a mi muñeca Azul, y ellos tres son Iván, Johana y Jorge. Los conocí en mi nueva escuela... como ves, ya me mudé al norte de la ciudad.
- ¿Qué tal? –Los tres saludaban-. Hola.
- No chingues Huicho, ¿tú con novia?
- Cállese puto, que el de la mala suerte es usted, no yo... y hablando de amores, ¿qué pedo con ellas?
- No te pierdes de nada –suspiraba Pablo- traté de hablarle a dos de ellas en diferentes tiempos, claro... pero bueno, una ya tiene novio, y la otra me canceló cita tres veces; señales que ya me sé y por lo tanto ya me di por vencido.
- Él es mi carnal desde niños –Luis le informaba a sus amigos- vamos a quitarle la mala suerte.
- Yo tengo amigas que pueden hacerte compañía –Johana se ofrecía a ayudar- ¿cómo ves, Blue?
- Qué bueno, porque mi Luchito presume que su amistad esto y aquello... y nunca le ha presentado a alguien del sexo opuesto, pura verga, ¿verdad amigo?
- Pues tienes toda la razón –comenzaba a bromear Pablo- puras chingaderas.
- Bueno, bueno... ya párenle.
- ¿Qué vamos a hacer en la despedida de secundaria? –Cambiaba el tema Jorge.
- Organicemos una excursión a la playa. Invito a Pablo, mi buen amigo del alma.
- Todavía no somos mayores de edad pero por ser momento especial, me llevo unos tequilas de contrabando –Iván proponía- ¿cómo la ven?
- Tú y tus borracheras. –Azul siempre 'hacía la contraria' a Iván.
- No digan pendejadas frente a mi Blue.
- De hecho –Pablo necesitaba experiencia nueva- necesito probar un trago para al menos olvidarme de mis pinches desgracias. Pero también podríamos invitar a mis amigos John y Agus, también a Toño y a Tadeo.
- A tus amigos, porque no es por ser ponzoñoso, pero Toño y Tadeo a raíz de ya sabes... se junta más con Sabrina y Lis, y ya ninguno de ellos me ven con buenos ojos como antes.
- Ay, amor –Azul besaba a Luis en la mejilla- ellos son pasado... los que estamos aquí somos ahora. Amigos, a la excursión vamos los del ahora.
Considerando que en esas épocas, los inicios de clases generalmente eran en septiembre, en la última semana de agosto de 1959, se juntaban los mencionados más los amigos de Pablo. Uno de los dos amigos de Pablo se llevaba a dos amigas, de nombres Briseida y Estrella. Recapitulando la lista, los apuntados a la excursión eran: Pablo, Luis, Azul, Iván, Jorge, Johana, Agustín, Jonathan, Briseida y Estrella.
Era madrugada, horario perfecto para empacar alimentos, ropa, tiendas de campamento y todo demás necesario para una excursión; sin duda alguna, el evento esperaba ser inolvidable y épico.
- Ya falta poco para que lleguen todos –Azul le decía a Luis- ¿ya le llamaste a los demás?
- Pablo ya en cinco minutos llega –Luis decía- Pablo llevará a sus dos amigos, que uno de ellos llevará a dos amigas. El George se lleva a Johana y en cuanto a Iván, llega en unos quince minutos.
- Empaca mi traje. ¡Ay amor, estoy emocionada por este viaje!
- ¿Quién no? He ido a Acapulco, pero nunca he conocido Veracruz. Ojala se apuren porque vamos a perder el camión.
Poco a poco arribaban todos los amigos en el portón donde vivía Luis. Cada uno llevaba sus respectivos equipajes y estaban listos para partir. Inmediatamente como si fuera un carnaval de adolescentes, se movían a la central camionera para tomar su viaje. Al subirse al taxi, el pobre chofer simplemente rezaba para que su viejo automóvil de veinte años de antigüedad no fuera a descomponerse o caer por piezas.
En el camión, Pablo tenía su mente en meditación y sus ojos se perdían al observar el panorama de la carretera. Mientras sus amigos dormían por haberse levantado temprano, él se mostraba contento con lo que la naturaleza le brindaba durante el viaje. Observaba los campos verdes y limpios en el paso de Cortés, también se impresionaba con los barrancos y los valles vistos desde la montaña, ya cerca de la ciudad de Puebla. Cuando el clima templado se convertía en tropical, abría la ventana para disfrutar un cálido aire mientras el camión seguía su trayecto.
Algo que Pablo no olvidaría, sería una voz que le llamaba. Estrella despertaba de la larga siesta viajera y hacía compañía a Pablo.
- ¿Puedo sentarme a tu lado? –le sonreía la chica.
- Claro, ponte cómoda. –Después de hablar Pablo, surgía un silencio.
- Me dice Johnny que no te ha ido muy bien en el amor... lo veo en tus ojos, en tu expresión pensativa.
- 'Pus', no me sirve de nada andar mentando madres por eso.
- ¿Cuánto falta para llegar?
- El camión llega a Veracruz, de ahí rentaremos un coche para ir hacia Tuxpan, más o menos unas cinco horas. –Pablo respondía, y de nuevo surgía el silencio.
- Entonces voy a dormir un poco más –Estrella se recargaba en el hombro de Pablo- ¿te importa si te uso de almohada?
- Ten confianza.
Pablo se pellizcaba ligeramente la mejilla, como si se tratara de un sueño... en toda su vida, ni una mujer había hecho el intento para siquiera recargar su cabeza en su hombro. Ahora bien, Estrella era una chica con cabellos de color de miel, ojos agrisados y de tez clara. Jonathan le había comentado previamente a Pablo, que su cumpleaños caía dos días antes de día de reyes.
También se sabía que Estrella había nacido bajo el seno de madre mexicana y padre italiano; pero su padre no la había visto nacer porque en ese entonces, en enero de 1944 había sido capturado por los aliados, y para buena fortuna de la familia, mejor exiliado que muerto en acción.
Al llegar a Veracruz, todos los amigos se juntaban para cooperar con el coche en renta. Al ser muchos, optaban por escoger una combi del año cincuenta y uno. No tenía ni radio ni manijas para abrir las ventanas de las puertas del calor infernal que hacía en el puerto jarocho.
- Pues ya tenemos el coche –Luis daba las buenas noticias- el pedo es ver quién es el más grande para conducir doscientos kilómetros más.
- ¿Quién será? –Pablo y Agustín miraban a Jonathan.
- Ah chinga... ¿y yo por qué?
- Porque en marzo cumplirías los dieciocho –Briseida le justificaba picarescamente- y según tus alardeos, tu papá trabaja en tránsito y te tramitó una licencia de manejar... ¡y niégamelo culero!
- No hay que ser tan blabladores –Jorge reía- vale hermanito, aquí están las llaves, todos a bordo.
La combi era amplia para todos los amigos del viaje, aunque sí hacía mucho calor en el interior por los defectos del vehículo. Al menos la velocidad ya era mayor a comparación del camión, y como siempre hay una primera vez, ya en la plena adolescencia, descorchaban cervezas. La edad estaba en intervalo de entre finales de los quince, hasta los diecisiete años. Luis y Azul estaban en la parte de frente de la combi, el resto estaba en los asientos de los pasajeros. A veces se gastaban el tiempo del segundo recorrido en bromas, como utilizar los corchos de las cervezas como monedas y dárselas a Jonathan, simulando un servicio de peaje.
Las chicas platicaban entre ellas de los típicos chismes del día; y Pablo, buscaba a Estrella entre ellas. Cuando se cruzaban las miradas, Estrella volteaba cohibida y evitaba mirar a Pablo... Agustín sólo observaba y hacía su conversación picaresca.
- Te quieres comer a la pinche Estrella, ¿verdad Pablito?
- Este... sólo fue una mirada casual. –Negaba Pablo.
- Hazte pendejo, cabrón –Agustín le tocaba el hombro, hablando despacio- playa, sol, arena, cervezas, la chica... acabas de cumplir dieciséis años... creo que ya es tiempo de menear la caderita.
- Pinche cerdo –Pablo le respondía con un ligero golpe en la frente- tú nomás piensas en puras porquerías.
- ¿Por qué hablan tan despacio? –Interrumpía Iván.
- Porque parece que a Pablo ya se le va a hacer con la Estrella.
- Pinche Pablito –felicitaba Iván- ¡quién diría que un cara de pinga como tú, le pudiera mover las hormonas a semejante diosa!
- Más respeto –Agustín pegaba una pequeña patada en el tobillo a Iván- Estrella es también amiga mía.
Por otra parte, Briseida, Johana y Azul también hacían su parte de provocar a Estrella, ya que una de ellas había descubierto aquella reacción cuando se cruzaban las miradas con Pablo.
- Hazle la buena amiga –Briseida le decía- el pobre tiene hambre.
- Cincuenta centavos cada una de nosotras si te lo violas –por su parte, Johana siempre hablaba sin tapujos, pero sin llegar a herir alguna emoción- pongan su apuesta.
- ¡¡Jo, no le des malas ideas!! –Briseida volvía a responder y luego volteaba a Estrella-. Pero eso sí, aunque sea un besito chiquito pero con lengua y diente en la boquita.
- Están cabronas ustedes, pero... sí, me le aviento.
- Esa es una buena respuesta, que valga la pena mi tortícolis por voltear a escuchar tu respuesta –bromeaba Azul- te trae de un ala el Pablito, ¿eh?
- ¿Se le va a hacer a Pablo por fin? –Luis no evitaba escuchar a su novia-. ¿Pablo con una mujer? Si es así, desvelada segura... esto hay que celebrarlo.
Después de diez horas, los amigos del viaje llegaban a una playa virgen cerca de Tuxpan en Veracruz. La playa consistía en un limpio suelo de arena blanca, la brisa soplaba dándole la bienvenida al grupo de amigos mientras desempacaban maletas y armaban sus tiendas de campamento. En dos palmeras, se instalaba una hamaca hecha por Pablo cuando estaba en los talleres de artes manuales; de hecho, todos se asombraban de que él pudiera realizar actos de supervivencia. A un costado, un brazo de mar era útil para cazar peces, y Pablo construía un arpón con un palo y una piedra para comenzar a recolectar peces; mientras tanto, Luis y Azul reunían leños para asar los pescados, una vez recolectados.
Jonathan era auxiliado por Johana y Agustín para trepar y coger unos cuantos cocos de las palmeras. Iván y Briseida apoyaban en el armado de las tiendas, mientras que Jorge y Estrella organizaban con una guitarra y unos tambores bongos para amenizar con canciones mientras estaban reunidos. Cabe destacar que Estrella era buena para el canto, y a la vez le gustaba escribir y componer canciones.
La diversión era épica... algunos nadaban y retaban a las olas del verde océano, otros descansaban en la hamaca y comían los pescados que habían pescado, valga la redundancia. Caía la noche y el grupo estaba reunido rodeando una fogata mientras comía malvaviscos y; algunos miembros, por no decir la mayoría, estrenaban por primera vez de las bebidas alcohólicas.
- Descórchate una cerveza Johnny. –Luis decía.
- Aquí tienes, una bien muerta... te recomiendo que la pruebes con sal y limón.
- ¿Y las niñas? –Preguntaba Agustín-. No me digan que ya se quejaron por los moscos.
- Pinche urgido –bromeaba Pablo- ahora salen, se están cambiando... poniendo chulas para ti.
- Ojala se hicieran realidad las pendejadas que me dices.
- También hay tequila para la digestión. –Invitaba Iván.
- Les voy a tocar los bongos... la noche es larga.
- Espérame George –Estrella era la primera en salir- a ver cabrón pásame la guitarra, les voy a cantar con mi inspirada voz.
- Te escucho preciosa –Pablo le guiñaba el ojo mientras ella le devolvía el gesto con una sonrisa- nomás no digas groserías en tus composiciones.
- Perdón por la tardanza amor –Azul salía de la tienda- no encontraba el repelente.
- No exageres, la fogata los ahuyenta –luego, Luis le hacía espacio en la hamaca- siéntese conmigo mi chula.
- Aquí traemos los bombones. –Invitaba Briseida.
- Y unos caballos... yo no voy a tomar tequila de la pinche botella. –Reía Johana.
- Pero yo pienso que deberíamos jugar algo para no estar aquí aplatanados –proponía Jonathan- traigo unas cartas.
- ¿Y la mesa? –Agustín le respondía-. Pendejo, así no se puede, voy por una mesa en la combi, apártenme mi cerveza.
La noche era genial, con unos amigos jugando intrépidamente a la canasta con las cartas, el ganador le ponía retos al perdedor, y por supuesto que eran retos muy audaces. A Luis le tocaba intercambiar ropa con Briseida, a Jonathan y a Johana les tocaba treparse durante diez minutos en una palmera, Agustín tenía que meterse un chapuzón al mar con la ropa que tenía puesta. Pablo consideraba un beneficio su castigo porque le había tocado besarse en los labios con Estrella; que por cierto, era un castigo bien planificado.
Total, por ser la primera vez en consumir el alcohol, muchos terminaban 'alegres', y a partir de las cuatro de la madrugada, poco a poco comenzaban a retirarse a dormir en las tiendas. A Pablo le gustaba el clima, por lo que decidía quedarse un rato más en la fogata mientras apartaba la hamaca para dormir ahí. Precisamente Estrella le hacía compañía, siendo para Pablo una noche mágica, ya que vivía algo que nunca antes había podido con una chica.
- ¿Te quedas afuera? –Estrella salía de la tienda-. Mira nomás al pinche Huicho, mañana le espera una resaca de aquellas.
- El Johnny no se queda atrás. Recuérdame no pasar por esos árboles, el cabrón puso su tianguis. –Reía Pablo, luego surgía un silencio.
- Qué bonita noche –Estrella se recargaba en el hombro de Pablo- el castigo que nos tocó no estuvo mal.
- ¿Sabes? Me siento muy afortunado en este viaje... conocí a una chica fantástica, no quiero decir quién es, pero se está recargando en mí.
- ¿Entras a la tienda conmigo?
- Tengo otra mejor idea... mejor dormiremos aquí en la hamaca. –Pablo sonreía.
- Si me da frío me abrazas... buenas noches, mi ángel guardián.
- Buenas noches... mi hermosa estrellita.
Durante el campamento, Pablo y sus amigos vivían todo tipo de experiencias, visitando Tuxpan, yendo de paseo a las ruinas del Tajín, paseando en bote, entre otras aventuras más durante cinco días. Pablo disfrutaba aún más a lado de su amada Estrella.
A veces Pablo se preguntaba, por qué los momentos mágicos se iban de volada y los estudios pasaban muy lento. Después de las vacaciones, entraba al primer año de la preparatoria; y era irónico que al 'andar' con Estrella, media preparatoria estuviera persiguiéndolo. Andar entre comillas porque nunca había una declaración de amor, y cuando lo hubo, Estrella le decía que su respuesta iba a ser cuando regresara de la preparatoria en Inglaterra, pues le habían ofrecido una beca para irse a estudiar por un tiempo.
Pablo hacía nuevos amigos, conociendo a un adolescente con vestimentas fuera de la época. Se llamaba Alfredo. A la vez, Alfredo tenía un amigo de la infancia que se llamaba Miguel; y juntos conocían también a dos amigas simpáticas llamadas Natalia y Abigail. Alfredo de un inicio invitaba a Pablo a unirse al equipo de vóley bol, donde ambos destacaban en dicha habilidad.
- Prepárate porque el viernes jugamos los cuartos de final.
- Creo que gracias a ti, descubrí que no solo tengo habilidades en el balero –Pablo conseguía amigos fácilmente por su carisma, cosa que no había hecho en su infancia- pero sí me puse una chinga en las manos
- Te estaré apoyando ese día. –Inmediatamente Abigail mostraba interés en él.
- Este... gracias. –Por otra parte, Pablo todavía carecía de fluidez para interactuar con mujeres como Abigail.
- ¿Y yo estoy pintado o qué? –Bromeaba Alfredo.
- No seas celoso pinche Freddy. –Miguel acostumbraba a bromear a su amigo.
- Yo me preocuparía más por los semestrales de diciembre que en un juego –advertía Natalia, quien fuera una de las chicas más inteligentes del salón- si no, van a tronar el semestre.
A propósito, en la vocacional también coincidían Luis, Agustín y Johana. Además de Estrella, Iván, Azul, Briseida y Jorge, se habían ido a otras preparatorias a estudiar, por lo que era más difícil convivir con ellos; y era natural, debido a que la preparatoria era de más tareas, más investigaciones, y los exámenes tenían porcentajes mayores a sesenta de cien puntos.
Pablo tenía ya dos grupos de amistades y comenzaba a ser popular. Su madre, antes le había comentado que la mejor etapa de la vida de las personas era precisamente la preparatoria, y él ya notaba su cambio para bien de su personalidad. La gente maduraba y ya no cabía tiempo para hacerse de bullying entre compañeros.
- Ya no es como la secundaria –Luis se quejaba- estas pinches ecuaciones están canijas, a ver si no repruebo.
- Nada más despeja el valor –le explicaba Pablo- está bien chupado.
- Para ti, yo no quiero ser ingeniero como tú.
- Para calmarte un poco, cuéntame cómo está Azul. –Decía Jonathan.
- Mañana vamos al auto cinema. Y creo que me preocupa porque no podré estudiar química.
- Que te explique –aconsejaba Johana- ella era buena en ese tema en la secundaria.
- Pues yo ya acabé mi tarea –se estiraba los músculos Pablo- yo voy a salir un rato a las jardineras.
Para cerrar la década de los años cincuenta, comenzaban las vacaciones de invierno; que afortunadamente para Luis, las materias las había pasado de noche, pero estaba aprobado al fin; y eso que apenas era el primer semestre. Pablo estaba pasando el año nuevo con su familia en Tuxpan, donde casi siempre pasaban las vacaciones de verano e invierno.
En el viaje, pasaban por la zona donde anteriormente había vivido su aventura en el campamento, y recordaba a Estrella. Era muy difícil contactar con ella, considerando que en 1959 no había la tecnología que se goza en pleno siglo veintiuno. Sonaba el teléfono, pero no era precisamente Estrella quien le llamaba.
- Brother –Enrique le llamaba- hay una chica que te busca en el teléfono.
- A ver pásamela.
- Ya se te hizo ¿eh?
- Envidia de ustedes, yo ya quiero ser adolescente –Karla les decía- te apuras Pablo, si no me voy a comer tu pierna de pavo.
- ¿Bueno, quién habla? –Pablo contestaba el teléfono.
- Hola Pablito, soy Abi.
- ¿Abigail? –Pablo saludaba-. ¿Qué pasó? ¿Cómo conseguiste mi teléfono, traviesa?
- Bueno... verás –Abigail hablaba con timidez- me lo pasó uno de tus amigos.
- Adivino, pinche Huicho, un día de estos le va a pasar mi teléfono a un extorsionador –bromeaba Pablo- pero usted es especial, puede hablarme cuando quiera.
- Gracias... ¿Cómo estás pasando el año nuevo?
- Muy bien, listo para recibir al sesenta ¿y tú?
- Yo igual –reía Abigail- oye... feliz año nuevo.
- Igualmente feliz año nuevo. Gracias por tomarte tu tiempo.
- Este... pues me despido, ya van a servir la cena en mi casa.
- Yo ando en Tuxpan, ahí en Veracruz.
- Uy sí... demasiado cerca. –Bromeaba Abigail.
- Eso no me preocupa, tus padres te van a matar cuando vean el recibo del teléfono.
- Sí, ¿verdad? Bueno, me despido... te quiero.
- Yo también, chao.
- ¿Quién era Pablo? –Preguntaba su padrastro.
- Abi, una amiga de la escuela.
- Te escuchabas muy romántico hijo –su madre le decía simpáticamente- ¿qué te dije de la etapa más hermosa de la vida?
- Uh, Pablito... ya te flechó el angelito. –Entre Enrique y Karla le hacían bromas de romance.
- Ya lo vivirán, canijos estos.
La familia cenaba mientras en una televisión grande de madera, transmitían el evento de fin de año. Realizaban la cuenta regresiva y así de rápido se terminaba el año y daba comienzo una nueva década y un nuevo año: 1960. Por supuesto que a Pablo le esperaban muchos obstáculos a vencer.
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