Capítulo 1. Una infancia pesada.
Pablo y Luis eran amigos de la infancia, en el México de los años de 1950. Lo que caracterizaba a Luis era su facilidad para interactuar con la gente... cosa que a Pablo le faltaba. Por eso en la primaria sufría de muchos abusos psicológicos. Un niño de nombre Diego, generalmente era quien se mofaba de él cada que el timbre de la escuela sonaba para que los niños salieran a su descanso.
Hablando de Luis, nació en la ciudad de México un 4 de noviembre de 1943; su padre era militar y su madre era sastre. Sus condiciones de vida eran cómodas, pero no le gustaba que su familia lo consintiera tanto; era por eso que trataba de ayudar a los niños huérfanos de un convento situado a cinco minutos de su casa.
Pablo, nacido un 27 de agosto de 1943, no era tan privilegiado pero tampoco vivía en condiciones de pobreza: Clase media, con un padrastro que ejercía de profesor en la recién fundada Ciudad Universitaria, y su madre era ama de casa. A diferencia de Luis, quien contaba con dos hermanos, ambos menores, Pablo tenía once hermanos, siendo él el tercero más grande.
Hablamos del año de 1955; una época de tranquilidad con mucho calor en verano, donde era momento preciso para divertirse en los parques de la ciudad. Jugar con las canicas y las escondidas era lo más casual y divertido en un tiempo donde apenas la televisión estaba llegando y la gente adulta apreciaba el arte del cine de oro mexicano. Nadie lo supo o más bien, nadie lo quiso... los padres de Pablo le habían organizado una fiesta por su cumpleaños número doce. Invitados... sí hubo; lo que no había era aceptación de aquellos niños que lo creían un fenómeno. Pero Luis siempre estaba con él, incluso aquél día de 'fiesta' donde sólo estaban presentes los familiares y unas cuántas sillas vacías que suponían pertenecer a los compañeros de la escuela.
- No tienes por qué estar molesto por esos niños –decía Luis- además, no me explico cómo se te ocurre invitar a ciertos pendejos que nomás piensan que eres...
- Dilo sin pena Luis –Pablo, agradecía la sinceridad de su amigo- un estorbo, un raro.
- Traigo un balero como regalo. Mis padres querían que te regalara algo más costoso pero, me conoces y me gusta usar mis ahorros. ¿A cien puntos?
- Juega pues Huicho.
El juguete de Pablo que Luis le obsequió sería una reliquia que conservaría por muchos años, y a partir de ese momento, Pablo era calificado como 'un vago' para el balero. Luis no era muy experto con el juguete, pero disfrutaba jugar con su amigo.
- Niños –decía la madre de Pablo- vengan a almorzar. Tengo arroz con leche para todos, y un poco de gelatina.
- Pablo, ¿me prestas tu balero? –Uno de sus hermanos le decía.
- Con una condición... no lo uses para pegarle a Karla
Era el quinto de los doce de mayor a menor. Se llamaba Enrique, de casi diez años de edad; y este niño sería con quien más se llevaría de todos sus once hermanos. Por otra parte, Karla era la décima de su familia, con tan sólo tres años; y sólo los menores eran dos gemelos que apenas tenían un año de edad. De hecho, después de Enrique seguían otros gemelos, quienes fueran el sexto y séptimo respectivamente.
En septiembre, Pablo ya estaba por escalar a sexto año de primaria en un primer día de clases que como toda su condenada vida infante, tenía que lidiar cuando Diego y sus amigos, Sandro y Alan, se aprovechaban de él en cuanto podían.
- ¿Qué traes cabrón? –Parecía estafa de rutina cuando Sandro revisaba los bolsillos de Pablo-. Suelta toda la lana, no te hagas pendejo.
- No tengo –Pablo hablaba de manera nerviosa- es en serio.
- Mira nomás lo que me encontré. –Diego extraía dos pesos del bolsillo de la víctima.
- ¡¡Qué tratas de vernos la cara!! –Alan era el típico niño que madreaba a sus víctimas con o sin dinero apoderado.
- Bájalo a los chescos. –Entre Diego y Sandro, agachaban la cabeza de Pablo en su entrepierna, como si se los fuera a 'mamar'.
Y como dicen en el lema del niño que le pegan en la escuela, Pablo llegaba a su casa con los cabellos maltratados, el uniforme escolar sucio y tan roto como si fuera un pedazo de hoja de cuaderno arrojado a la basura. Su mochila escolar estaba apenas surtida de libros y cuadernos nada más; pues la lonchera había sido arrebatada por la pandilla de Diego.
Al referirse la maldición del niño que le pegan en la escuela, significa que después del guamazo, venían los regaños por parte de su madre... y es que Pablo por tener una personalidad tímida y noble, no hacía nada para defenderse.
- Es que no lo entiendo hijo, ¿acaso no tienes manos para al menos jalarles los pinches cabellos? –Había pausa después de hablar su madre.- ¡¡Contéstame, no te me quedes viendo con cara de pendejo!!
- Sí. –Pablo apenas afirmaba.
- ¿Sí qué? No me digas las cosas a medias.
- Sí tengo manos para jalarles el cabello.
- Y mientras yo les doy dinero para comprar sus papitas y su refresco, ustedes están pagando cuotas a unos escuincles abusivos. Eso mismo le pasó a tu hermano Enrique, pero siendo menor que tú al menos metió las manos y dio dos que tres pinches patadas, entonces necesitan disciplina.
Pablo no era débil; su corazón de martirio no permitía que él pudiera responder a sus semejantes con un golpe porque simplemente a él no le gustaba golpear. Esto era evidente, debido a que destacaba casi siempre en los cursos de karate que tomaba. Su hermano Enrique, también era un buen estudiante de karate; y para fortuna de ambos, nunca se habían enfrentado en una final de combate, el pacto era que uno de los dos fuera descalificado intencionalmente en la semifinal del combate.
¿Cómo se resolvía quién ganaba y quién se sacrificaba? La forma más limpia de hacer un pacto donde uno diera las órdenes y el otro las acatara: Llegar a cien puntos en el balero. Estos tratos se hacían a espaldas de los padres; y nadie de los otros hermanos sabía nada a excepción de la pequeña Karla, quien aprovechaba su apariencia tierna para guardarles el secreto a sus dos hermanos mayores.
- Por fin me toca pasar a la final –reía Enrique- buen juego carnal, cien contra ochenta y cinco.
- Más vale que no pierdas la final –Pablo le aconsejaba- si no voy a quedar como pendejo ante papá y mamá por nada.
- Lo que importa es que a ese Diego ya le vas a dar sus catorrazos si sigue molestándote.
- ¿Sigues dejando que te quiten tu dinero y tu lunch? –Karla a pesar de su corta edad, seguía preocupada por Pablo.
- No, Karlita... no dejo que me peguen, pero tampoco les pego. Sólo detengo sus golpes y una pequeña torsión.
- Carnalita, no te corro ni mucho menos pero... ya me están llamando a combate.
El hecho de practicar karate, hacía que el carácter de Pablo se fortaleciera. Era una lástima que su hermano perdiera el combate final por un pequeño punto, pero era una celebración porque Pablo ya se iba a graduar para dejar la primaria y entrar a una etapa aún más aventurera: La secundaria.
Los estudiantes llegaban al salón, vestidos de gala por un evento importante en sus vidas. Pablo bromeaba con la vestimenta de Luis, ya que su traje parecía algo así como de siglo diecinueve; nadie en 1956 usaba un pañuelo parecido a babero en el cuello, pero era tradición en su familia, ya que ésta vestía similar. El reconocimiento hacia Pablo, era como si de verdad hubiera hecho mucho en su vida por cada palabra que pronunciaba el director de la escuela: Éxito, esfuerzo, compromiso, familia. En tanto, las niñas, vestían con largos vestidos, valga la redundancia, que llegaban hasta los talones, y unos zapatos en su mayoría con tacones cortos; pues para la época, era un tabú que las niñas de doce años utilizaran zapatos de tacón grande.
- ¿Cómo te ha ido en el karate Pablo? –Luis le preguntaba.
- Hace dos semanas quedé en semifinales, pero mi hermano pasó a la final... aunque perdió.
- Ahí está, ya con eso te puedes defender del pinche Diego ese.
- Ah, sí... eso espero. –A pesar de eso, Pablo no se sentía agresivo.
- Por cierto, dile a tus papás que te dejen sentarte en mi mesa, quiero presentarte unos cuates.
- Pero yo no creo que...
- Ve, Pablo –Repentinamente aparecía su padrastro- tarde o temprano tienes que salir del capullo. Cuando sea la hora de la cena ya te vienes a la mesa.
- Gracias señor. Vamos Pablo.
Luis y Pablo se sentaban junto con otros cinco compañeros que entrarían en la vida de Pablo por al menos en su adolescencia: Antonio, Daniela, Tadeo, Sabrina y Lisbeth. Podría decir la gente que la intersección de primaria y secundaria aun no era adecuado para halagar o enamorarse de una niña; pero Pablo al mirar a Daniela, sentía que sus hormonas bailaban dentro de su cuerpo, su estómago sentía un peso como si se hubiera comido un yunque, y su corazón palpitaba a la velocidad requerida para provocar nervios de tan sólo mirarla. Claro que pese a estar en el mismo grado, en la escuela había sexto A, sexto B y sexto C, por eso no la había visto hasta ese momento.
- ¿Qué pasó Huicho? –Antonio saludaba a Luis.- Ahí te pedí un refresco con hielos.
- Lástima que el alcohol sea para los adultos... ¡Ay, pero qué irrespetuoso soy! Él es Pablo, amigo desde que tengo memoria.
- Mucho gusto. –Pablo decía nerviosamente mientras el grupo se miraba y reía del gesto.
- Pinche Pablo, evítate esos formalismos con la banda... él tipo gordo y alto es Tadeo, a Antonio, ya lo conoces; no lo mires así, es bromista pesado pero no piensa ofenderte.
- Tienes cualidades ocultas –Tadeo se ofrecía a platicar con Pablo- estar en cinta roja de karate es algo chingón
- Eso espero...
- Bueno, ya te presenté a los hombres; ahora vamos con las damitas –Luis llevaba a Pablo hacia sus tres amigas- Sabrina, es la que siempre tiene trenzas... ni para dormir se los quita; a la que estás viendo con cara de borrego soñador es Daniela, pero créeme que ella no se fija en gente como tú y yo, así que ni te molestes... y finalmente Lisbeth, muy monita la niña pero muy masculinizada.
- Mucho gusto a las tres –de la misma forma, Pablo ofrecía su mano para saludar a las tres niñas, pero se reían también de él- ¿y ahora qué?
- ¡¡No seas un pinche indio, Pablo...!! son niñas, salúdalas de beso.
- Hola Pablo –Sabrina le sonreía como cortesía y ya se saludaban de beso- tienes pinta de niño sin amigos, para querer saludarnos con la mano.
- A Lis, sí la puedes saludar de mano –bromeaba Antonio- pero aguas, te la va a destrozar.
- Síguele cabroncito.
- Un momento –Pablo miraba a Lisbeth- ¿torneo de karate, semifinal? Mi hermano perdió la final contigo, pero te costó, eso que es más chico que nosotros.
- Es cierto... hasta apenas te reconozco –Lisbeth le decía y luego le susurraba- créeme que ya sé que me dejaste ganar por ser niña en la semifinal. La próxima vez nos enfrentaremos sin piedad, ¿me oíste?
- Pero a esta no sé por qué le caigo mal.
- No le caes mal –aseguraba Luis- sólo te considera un rival deportivo y ya, pero por fuera de la competencia, le agrada la idea de ser amigos.
- Dani, tú no has hablado mucho –Lisbeth le decía a Daniela- casi siempre estás hablando y hoy...
- Dos semanas pasaron y no es fácil...
Daniela se sentía despistada desde el día en que su padre había fallecido en un accidente aéreo; se decía que era aficionado a las avionetas y era de mucha confianza su deportivismo por practicar acrobacias en el aire. Una paloma había cambiado la vida de Daniela, la tarde en que se coló a uno de los motores de la avioneta ocasionando el fatídico destino. Pablo comenzaba a interesarse en aquella niña bonita, haciendo caso omiso de lo que le decía Luis; no obstante, ella era una chica difícil de tratar, sobre todo por el momento que pasaba.
- Te ves muy bien con el vestido naranja –cortejaba Pablo- ¿quieres bailar una pista conmigo?
- No estoy de humor para bailar en estos momentos –la chica le rechazaba tajantemente- si vine aquí es porque necesitaba un cambio de ambiente.
- Lo lamento...
- No lamentes algo que no has vivido por favor.
La caballerosidad de Pablo no parecía funcionar del todo, más aún, él no era la típica persona que presionaba para que la gente le hiciera caso. En fin, una niñez un poco difícil por las constantes burlas hacia él, aunque ya al final parecía que nacían sus agallas para no dejarse molestar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro