Pedir Demasiado
Kakashi recogió lo último que necesitaba aquella mañana, lo guardó en su mochila, revisó unas dos veces y luego decidió marcharse, dejando a su amigo durmiendo. No estaba mal el dejarlo allí mientras él se iba a ver las clases y otras actividades con su maestro sin él, Obito había dejado muy claro la tarde anterior que no quería salir aquella mañana.
—Me pregunto… —masculló Kakashi, llevándose una mano a la barbilla y mirando en dirección a la habitación del pelinegro. Tras meditar unos pocos segundos, sacudió la cabeza para dejar ir lo que estaba pensando—. Nah, seguro que ese idiota vuelve a hacerlo el día de hoy.
Cerró la puerta del apartamento detrás de él.
—Como si algo así fuera a dar algún resultado —Sin más, el peliplata partió a su destino.
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Dos horas más tarde, un somnoliento y, curiosamente, aliviado Obito se levantó particularmente animado esa mañana. Estaría solo hasta que el peligris se apareciera de nuevo en algunas horas; posiblemente muchas horas, ya que había salido con el maestro Minato y ellos se emocionaban más de la cuenta con esas excursiones; también misiones y duraban más de la cuenta.
Ojalá que la esposa de su sensei no lo llamara para preguntarle donde se había metido su esposo… otra vez.
Se estiró un poco, corrió las cortinas y luego se dio unas palmadas en la cara para desperezarse. Sí, era hora de comenzar el día. Caminó en dirección a su mesita de noche y, juntando sus palmas, cerró los ojos y concentró su ‘’chakra’’ mientras deseaba —con toda la fe, amor y obsesión de su ser— que el amor de su vida le correspondiera.
Todo esto lo hacía frente a una estatuilla que reposaba en su mesa de noche. Una foto de Rin sonriendo muy animadamente mientras realiza las señas de paz y amor se encuentra apoyada junto al curioso objeto.
Ha estado haciéndolo desde que consiguió esa rara estatua en uno de los pueblos a los que recientemente viajó por las excursiones que se han presentado en el instituto.
Según le había comentado el anciano que se la vendió hacía ya mes y medio, si concentras tu energía vital especial, ‘’chakra’’ o como se le dijera, y le hacía una petición a la estatua todos los días con mucha concentración, pues, se le haría realidad su deseo.
Sí, así es.
Cualquiera que fuera su deseo, se le haría realidad sin reparo alguno. O eso fue lo que le sugirió el curioso anciano al momento de hacerle la oferta.
—Y recuerda, chico, la fe mueve montaña. Sin embargo, desear algo con tanto ahínco puede ser contraproducente —aclaró el anciano con gravedad y cautela en su voz—. Se puede hacer realidad, pero con más fuerza de la que querrías haber tenido. —Concluyó de forma enigmática.
Luego de eso, recordó haberse sorprendido mucho y luego un malhumorado Kakashi se lo llevó arrastrando mientras le gruñía algo de no estarle regalando el dinero a vendedores ambulantes de dudosa reputación… si es que siquiera tenían alguna reputación.
Unos días después, su mejor amigo y compañero de apartamento lo encontró, una mañana antes de irse al instituto, haciendo su nuevo ritual de pedirle ayuda a la estatua para poder conseguir a la chica de sus sueños.
—¿Y ahora qué se supone que haces? —Inquirió Kakashi, curioso, pero con su habitual expresión de aburrimiento sin querer demostrar lo interesado que estaba en saber qué diablos hacía ese idiota—. ¿Es una nueva religión o algo así?
—No es eso —masculló Obito, sin perder su posición o concentración en lo que estaba haciendo. Permanecía arrodillado en una posición muy erguida, justo a un lado de su mesita de noche—. Estoy tratando de que Rin me preste atención y que podamos ser novios.
Un gran signo de interrogación apareció flotando encima de la cabeza su interlocutor. Tras levantar una ceja, Kakashi preguntó:
—¿Qué estás qué?
—Lo que escuchaste.
Kakashi miró a los alrededores y luego dio una vuelta por toda la habitación, parecía estar buscando algo. Luego se detuvo en el mismo lugar donde había estado parado en un principio.
—No veo a Rin por ninguna parte —se tronó el cuello— Tu forma de ligar es rara y no lo estás haciendo bien. Digo, para poder ligar tienen que haber otra persona contigo. ¿No debería estar ella aquí para que tenga más sentido? ¿Y si mejor le escribes al celular? Tienes su número, ¿no?
Obito lo miró mal.
—Jaja, qué gracioso —gruñó y luego aplaudió unas dos veces. Se puso de pie y miró a su amigo—. Puedes burlarte todo lo que quieras, pero yo creo que funcionará.
—No lo sé…
—Kakashi… —Obito sonrió, pero era una de las sonrisas más tristes que su amigo hubiera podido ver alguna vez—. Ambos sabemos que Rin nunca me verá cómo algo más que un amigo y también sabemos quién es el que realmente le llama la atención de los dos.
—Obito...
—Sé que esto podría no funcionar —prosiguió, interrumpiendo al de cabello gris—, lo sé demasiado bien —se rascó la mejilla, pensando un poco, eligiendo qué palabras eran las que tendría que decir ahora—. Pero, velo de ésta forma, no se lo puedo decir porque no quiero tener que vivir en la zona de amigos…
—Pero ya estás en la zona de amigos —intervino Kakashi y suspiró.
—Es cierto, pero no será oficial hasta que ella misma me lo diga. Hasta que me rechace directamente, jeje. —Se rascó la mejilla nuevamente—. Mientras tanto, usaré esto para aliviar un poco mi corazón hasta poder superarla.
Kakashi alzó una ceja, confundido. ¿Y ahora de qué mierda estaba hablando ese idiota?
—¿Si sabes que nada de lo que me acabas decir tiene sentido?
—¿Y por qué debería tenerlo? —Se encogió de hombros—. No veo ningún manual en el cuál esté una regla así —rió con ganas y Kakashi de verdad pensó que estaba muy loco.
Dejó de concentrarse en recuerdos y volvió a palmearse la cara, tenía cosas que hacer.
Tras hacer sus tareas rutinarias de la mañana —como lavarse, cepillarse, hacer algo de limpieza en su cuarto y demás—, se acercó de nuevo a la estatua, que tenía la forma de un zorrito antropomorfo en pose de meditación mientras sostenía lo que parecía ser un corazón entre sus patitas delanteras; y de nuevo le pidió para que se hiciera realidad lo del amor de su vida. Claro, cuando Obito pedía éste tipo de cosas, no se refería nada más al hecho de ser correspondido.
—Por favor, amiguito, ella es muy linda… —meditó un momento, sintiendo como sus mejillas se encendían por el calor—. Y su cuerpo también lo es… Seh, sería muy bueno si ella también me deseara tanto como yo la deseo.
Y la verdad era que Obito pedía más por el lado del deseo, de lo carnal, que por el lado del amor. Siempre había estado perdidamente enamorado de ella, pero hacía ya mucho tiempo que estaba más y más consciente del cuerpo de su mejor amiga. De su esbelta figura, de sus pechos discretos, su estrecha cintura, de sus lindas piernas y de su increíble trasero… De todo su físico en general.
—¡Pero es muy linda, por encima de todo! —Exclamó, de la nada, y lo repitió unas dos veces más, como si se lo estuviera recordando a sí mismo; sintiéndose realmente culpable y avergonzado de pensar de esa forma.
Pero es que se la hacía muy complicado no pensar de esa forma. Era un chico sano, joven y sin estrenarse. Era normal tener esa clase de pensamientos de vez en cuando, aunque luego acaba por deprimirse un poco al darse cuenta de que no podría hacer nada de lo que estaba pensando con ella y que, muy probablemente, ella acabaría haciéndolas con otra persona que no era él precisamente.
Al terminar sus oraciones y ponerse de pie, notó que era la segunda vez que pedía en aquella mañana. De hecho, desde hacía ya una semana que había duplicado las veces en las que le pedía a la estatuilla por el amor —y otras cosas— de parte de la castaña.
Tenía mes y medio pidiendo religiosamente por ella, pero tenía una semana completa pidiendo, al menos, unas dos veces al día y apenas se había dado cuenta de ello.
Suspiró, no podía ser cierto. Palmeándose las mejillas para volver a la realidad, se dijo que no se preocuparía más de ello, se tomaría el tiempo que fuera necesario y que se sentiría mejor en algún momento.
Solo tenía que darse más tiempo y seguir con esa farsa de estarle pidiendo milagros a una estatua que posiblemente era sólo una artesanía común que el propio anciano fabricaba por sí mismo para luego venderla con historias fantásticas de deseos que se pueden cumplir y que la fe lo podía todo.
Iba a ver qué tenía disponible en la nevera, ya que su estómago estaba empezando a pedir el desayuno, cuando el timbre sonó. De inmediato supo que no podía ser Kakashi, era muy difícil que se le quedara algo y además no estaba esperando a nadie ese día.
Extrañado, se acercó a la puerta y, como forma de precaución —y porque eso no estaba ahí solo de adorno y alguien tenía que usarlo— observó por la mirilla de la puerta. Casi se desmaya al ver de quién se trataba.
En el pasillo, más linda que nunca, se encontraba la mujer que tantas veces había protagonizado sus sueños —incluyendo fantasías—, y que además le había robado el aliento, su integridad y hasta su dignidad sin siquiera saberlo.
No podía hablar de la emoción que lo embargó en ese momento, después de todo, ¿quién iba a imaginar que el amor de su vida podría estar ahora mismo en frente de tu puerta?
¿Que apareciera sin ser invitada o algo por el estilo?
Era sencillamente fabuloso.
—¿Rin? —Contuvo toda la emoción que sentía al realizar la pregunta.
—Buenos días, Obito —saludó ella, radiante. Sonreía y sacudía una mano. Obito pensó, por enésima vez desde que la conoció hace algunos años, que su sonrisa era la más hermosa del mundo—. Espero que te encuentres bien. ¿Puedo pasar?
La verdad era que Obito podía exagerar un poco. Rin solía pasar un buen rato allí, al menos, unas tres o cuatro veces a la semana. El hecho de que él se emocionara tanto, y estuviera tan eufórico, sólo por el hecho de verla allí cuando la tarde anterior habían estado estudiando junto a Kakashi en ese mismo apartamento, no hacía más que evidenciar lo prendado que seguía a esa chica y que muy probablemente ese sentimiento no había disminuido ni un poco como él había pensado en esos días.
Estuvo a punto de abrir la puerta cuando algo, que podría haber sido su instinto o algo más, le hizo detenerse. Era como si una voz dentro de él le hubiera dicho algo como: ‘’¡Espera! ¿Qué haces? Mira con más atención, baboso’’
Y Obito, que solía obedecer a su instinto porque, en algunas ocasiones, esta había llegado a ser la mejor decisión, volvió a mirar por aquel ojo mágico incrustado en la puerta de su apartamento y observó con detenimiento a la castaña.
La primera cosa fuera de lugar que notó fue su forma de sonreír. No era una sonrisa amable o cariñosa como la que solía regalarle, se veía más, ¿cómo explicarlo? ¿Gatuna, tal vez?
Además, ese atuendo que llevaba el día de hoy la hacía ver muy…
—Caliente… —masculló, repentinamente sin aliento.
¿Qué diablos?
Se veía igual que siempre, solo que su blusa y esas ajustadas licras no eran algo que ella usaría al ir a visitar a sus dos amigos de la infancia a su apartamento. Existían códigos silenciosos que ella misma se había auto impuesto y uno de ellos no era precisamente ir vestida de esa forma a visitarlos.
‹‹Que tampoco es que fuera tan malo››, pensó el chico y luego sacudió la cabeza. Debía estar muy pendiente, definitivamente aquí pasaba algo.
—¿Pasa algo, Obito?
‹‹Su voz, ¿por qué suena tan rara?››
—Oh, nada Rin. —Respondió, intentando esconder el nerviosismo de su voz—. Es sólo que no encuentro la llave y sabes que la puerta tengo que abrirla a primera hora y entonces…
—¿No consigues la llave? —Una expresión meditabunda apareció— ¿Se la habrá llevado Kakashi?
Y entonces Obito supo que algo muy raro —de verdad muy raro, y sospechosamente turbio— estaba pasando. Porque, para empezar, ellos tres eran muy amigos, sí. Pero a ellos se les había olvidado decirle el día anterior, cuando se hallaban estudiando ahí mismo, que tendrían que salir al día siguiente y que, muy posiblemente, Obito no saldría porque tenía cosas de las que ocuparse en su morada.
Además, ella nunca venía sin avisar. Y ahora estaba ahí, frente a su puerta, llegando de nada a primera hora de la mañana en un día dónde se había quedado solo en el apartamento —cuando se suponía que ninguno de los dos estarían ese día allí— y que, además, Rin sabía que él se encontraba solo porque Kakashi había salido.
Tampoco debía olvidar el factor de la ropa, el extraño tono de voz que ella había usado para hablar con él. Ahora que lo pensaba… ¿qué demonios eran esas cosas que se veían en sus pupilas? ¿Eran acaso corazones?
No estaba muy seguro, pero eso que se veía reflejado en sus pupilas, estaba seguro que eran corazones rosas y brillantes que palpitaban en todo el centro del iris chocolate.
Rin no se ve como ella misma y eso Obito lo sabía muy bien.
Muy ocupado se hallaba Obito pensando en teorías de lo que podría estar ocurriendo, cuando ocurrieron dos cosas:
A.) Su estómago gruñó muy sonoramente, tanto, que sospechaba que el sonido podría haberse escuchado hasta el pasillo.
B.) Rin sonrió de esa forma tan curiosa que había observado Obito hace un rato y le dijo:
—Veo que tienes hambre —alzó una mano y Obito pudo ver que traía una cesta que no vio de dónde la había sacado, ya que no había notado que la traía hasta ese momento—. Te traje tu comida favorita. Si quieres, podemos desayunar juntos.
Y Obito ni siquiera tuvo que preguntarle que era, ya que el olor que despedía la cesta, que era tan deliciosamente intenso al punto de pasar hasta su posición, lo conocía desde hace mucho tiempo. Sí, se trataba de su comida favorita. Puso la mano en la perilla y estuvo a punto de abrir la puerta nuevamente, cuando volvieron a saltar las alarmas en su cabeza.
Apartó la mano, como si la perilla quemara, y se mantuvo muy quieto en su posición, siempre mirando por el ojo mágico de la puerta.
—¿Obito? —La expresión confundida de la chica lo hizo dudar por unos segundos—. ¿No quieres que desayunemos juntos? —Hizo un puchero que a él se le antojó adorable—. ¿Por qué no me dejas entrar? ¿Pasa algo de lo que deba enterarme?
Se quedó en silencio mientras pensaba que debía hacer a continuación. ¿Debería llamar a Kakashi? No, era una mala idea. De hecho, ni siquiera llegaba a mala idea, era horrible.
¿Qué se supone que debía decirle? ¿Que había una versión extraña de su mejor amiga frente a su departamento? ¿Y qué le diría cuando Kakashi le exigiera más contexto? ¿Que sospechaba que no era su Rin porque se veía más linda y sensual de lo normal? ¿Qué hablaba de forma muy sexy y eso?
Si lo pensaba de esa forma, realmente aquello era una horrible idea. Pero no podía quedarse tranquilo, debía hacer algo al respecto. Tal vez, si sencillamente le preguntara, ella podría responder y ya. ¿Cierto?
—¿Quién eres? —Se animó a preguntar nuestro Uchiha favorito. Aunque trató de mantenerse firme y que la pregunta saliera con la mayor seguridad del mundo, la verdad era que no lo había logrado. Daba la impresión, y así era, que le había costado horrores y hasta pareció jadear al momento de decirla.
—¿Cómo que ‘’Quién eres’’? —Rin depositó la cesta en el suelo y se cruzó de brazos sin dejar de mirar en su dirección. Aunque la puerta del apartamento se interponía entre ambos y no podía verlo por el ojo mágico desde afuera, Obito sentía la extraña impresión de que ella sí lo miraba sin impedimento alguno— ¿Es una broma? ¿O es acaso uno de tus chistes, Obito? Porque si es así, no es gracioso. —gruñó—. Enserio.
No quería aceptarlo, pero era la primera vez en mucho tiempo que Obito sentía miedo de hacer algo y… qué curioso que justamente ese ‘’algo’’ que no podía hacer por el intenso temor e intriga que sentía dentro de él estuviese relacionado directamente con la señorita Rin Nohara.
Todo tenía que ser una broma, sí, toda una buena broma orquestada por la existencia dedicada específicamente a él.
—No es un chiste, Rin, o quién quiera que seas. —Ésta vez si que estaba serio o, al menos, se veía más creíblemente serio—. No sé quién eres por qué tienes la apariencia de Rin o por qué estás aquí…
—Soy Rin —interrumpió ella, segura—. Y estoy aquí por ti, Obito.
—Sí, claro, por mí… Espera, ¿qué?
—Y, con respecto a lo que dices, eso de que no soy yo misma, pues, ¡la verdad es que sí! ——bufó— No estoy actuando como yo, de hecho, no soy yo misma desde hace unos días, no te equivocaste. Y…y sé que no solo lo notaste ahora, me has estado observando en éstas últimas semanas porque he actuado rara contigo. No sólo hoy, ¿cierto?
Era cierto, él había notado eso.
La razón por la que había incrementado sus interacciones con la estatuilla en todos esos días era porque sentía que el comportamiento de Rin habría trocado cuando iba a pasar tiempo con ellos en el apartamento o para salir un rato a divertirse en las calles. La notaba distante y rara, como si estuviera pensando mucho en algo. Inclusive, el día anterior apenas y habían intercambiado algunas palabras cuando vino a apoyarlos en una de las tantas sesiones de estudio.
Notó que ella hablaba con Kakashi pero, al momento de estar con él, casi no decía o comentaba nada, a menos de que fuera muy necesario. Preguntas con respecto al tema o a cualquier cosa que Kakashi no pudiera responder al momento.
—Sí, había notado que estabas comportándote muy rara últimamente, pero creía que era porque me estabas odiando o algo así…
En resumen, el motivo por el que Obito había duplicado sus oraciones —sin que él mismo fuera consciente de ello— era porque estaba deseando, con todas sus fuerzas, que Rin no lo odiara más.
—No, Obito. Yo jamás te odiaría.
Obito podría haber abierto la puerta en ese momento y dejarla entrar, pero no lo hacía porque aún no se confiaba. Se trata de la chica que le gusta, hasta estar no seguros de que se trataba de ella, no le abriría. Además, se hallaban solos en aquel piso, pues todos los que vivían en esas habitaciones también habían salido con el sensei rubio.
Sólo estaban ellos dos en ese lugar, así que tampoco le incomodaba tanto que esa conversación se llevara a cabo de esa forma: cada uno a un lado de una puerta cerrada. No había nadie que pudiera escucharlos, sólo el uno al otro.
—La verdad es que me gustas, Obito —prosiguió, el chico contuvo la respiración al escuchar esto—. Me gustas mucho. No sé de dónde salió esto que siento, no sé por qué empecé a sentirlo, aunque fue algo curioso, es como si se hubiera generado de la nada…
El chico tragó fuerte al escuchar esto último y, de manera inconsciente, dirigió la mirada a la puerta su habitación, lugar donde se hallaba el pequeño altar de su estatuilla.
—Tampoco sé desde cuando lo siento —continuó Rin, aparentemente inocente del estallido de emociones que estaba provocando en el pelinegro—. No puedo dejar de pensarte, de desearte, te has vuelto una obsesión para mí. De hecho no sé de dónde saqué el valor para decirte lo que siento justo ahora…
Se recostó en la puerta, sonrojada y con la expresión más lasciva —¿pero qué mierda?— que él haya visto en su vida. Aunque, para ser sinceros, tampoco es que como que hubiese visto muchas expresiones lascivas, al menos, no en vivo y en directo. Como la imagen estaba limitada por la mirilla, no pudo apreciarla muy bien cuando acabó de pegarse a la madera.
—Por favor, Obito —pidió ella con voz melosa—. Déjame entrar. Sé que no soy la única que siente todo esto~
Y pensar que tuvo tanta fe, que no le importó lo que le dijera Kakashi de su estatuilla, él estuvo pidiéndole siempre, todos los días, y justamente dos veces ese mismo día, para por fin tener al amor de su vida para él… ¡Pero no de esa forma!
—Vamos, Obito, ¿no me digas que me tienes miedo?
‹‹La verdad es que, en éstos momentos, sí››.
¿Y qué podía hacer en ese caso?
Podría sencillamente abrir la puerta, dejarla entrar y hacer todo lo que ella quisiera quisiera hacerle. Si no fuera porque se sentiría como una porquería, ya que no es como si ella se hubiera interesado en él de forma genuina, sino que al final si había funcionado lo de la estatua. Era un sentir artificial, mágico o algo así.
Por otro lado, se sentía realmente eufórico, es decir, ¡si había funcionado! ¡Toma eso, amigo!
‹‹En tu cara, Kakashi››, rió internamente. ‹‹Me llamaron loco››.
—Obito —volvió a llamar ella con el mismo tono de hace unos minutos—. No me iré hasta que me dejes entrar y hablemos sobre esto.
‹‹¿A quién quiero engañar? La verdad es que si quiero que entre. La quiero a ella, eso no tiene nada de malo, ¿no? Ella también quiere estar conmigo, ella quiere, claro que sí››.
Pero no, había una voz dentro de él que le decía, una y otra vez, que todo eso estaba mal, que había sido su culpa y que esa no era la Rin de la que se había enamorado. Tampoco es como si le estuviera prestando mucha atención a esa voz que le estaba molestando dentro de su psique, pero es que si la dejaba entrar, estaba seguro que más adelante se sentiría muy culpable porque eso no habría sido más que sus deseos egoístas —qué buenos deseos egoístas— y que Rin actuaba de esa forma por su culpa.
Ignorando los llamados de la chica, y las ganas que le tenía —que estaban más fuertes que nunca—, corrió a su habitación a intentar remediar inútilmente el error, pidiéndole nuevamente a la estatua que su Rin vuelva a ser la misma que era antes.
Se arrodilla junto a su mesa de noche, junta las palmas y comienza con su rutina.
Lo pide unas cuantas veces mientras siente como la castaña de curiosas manchas moradas y rectangulares en el rostro toca la puerta y lo llama por su nombre repetidas veces, de manera sensual, hasta que, de la nada, cesan los golpes en la puerta.
‹‹¿Funcionó?››, se cuestionó, incrédulo. ‹‹No puede ser, ¿tan rápido?››
La verdad es que se sentía casi decepcionado al ver que más tardó intentando que Rin enloqueciera por él que quitándole la manía.
—Bueno, lo que importa es que todo tiene está en su lugar otra vez, cómo tiene que ser —salió al recibidor, se acercó a la puerta y miró por el ojo mágico.
No había nadie al otro lado de la puerta, se había ido. No sabía si sentir alivio o qué, pero al menos su Rin ya no estaba en su puerta queriendo entrar a su apartamento con dudosas intenciones impuestas por algún tipo de magia, hipnosis o algo así. No iba a negar que sintiera mucha curiosidad de que pasaría de haberla dejado entrar, pero bueno, ya no lo sabría.
Su estómago rugió nuevamente, recordándole que toda esa cadena de acontecimientos no habían hevho más que distraerlo de su objetivo principal: comer.
—Jummm, Rin me había traído el desayuno —masculló, repentinamente malhumorado después de revisar el refrigerador y ver lo que tenía disponible para comer—. Toca salir a comprar algo para comer…
Tras cerrar la nevera, notó, anonadado, otra cosa inusual que estaba ocurriendo. Rin Nohara se hallaba trepada en la ventana de su cocina, la misma ventana que —desde afuera— no tenía más apoyo que una cornisa, sin escaleras y ni siquiera una tubería por la cual escalar, como en esas películas que tantas veces había visto en la televisión. Ah, casi lo olvidaba. ¡Estaban en un quinto piso!
—¿Pero qué…? —Fue todo lo que Obito alcanzó a decir antes ser interrumpido por los golpecitos que Rin le daba al cristal.
Sin pensar en nada, ni siquiera en el hecho de que era casi imposible que ella hubiera salido tan rápido y subiera a su ventana desde afuera, el chico se encaminó a la ventana tan rápido como pudo y casi quita el seguro para abrirla de no ser porque su instinto volvió a gritarle que no lo hiciera. Podía ver como esa sonrisa gatuna y maliciosa, que tanta desconfianza le generaba, dibujarse en el rostro de ella al notar las intenciones del chico de dejarla pasar.
Sin quitarle la mirada de encima, se alejó de inmediato. ¿Cómo se le pudo pasar la cabeza que abrir esa ventana era siquiera una opción? ¿Se había vuelto loco ya?
‹‹¡Pero ella está en peligro!››, gritó una voz dentro de él. ‹‹¿Qué no ves que podría resbalarse, caerse y…y…?››
‹‹¿Te has vuelto loco?››, intervino una segunda voz. ‹‹¿Cómo es que se va a resbalar? ¿De dónde? Para empezar, ¿desde cuándo ella es una especie de ninja? ¿De dónde se está aguantando? ¿Qué usó para escalar? Además, ¿en qué momento lo hizo? ¡¿Por qué mierda soy el único aquí que parece notar lo terriblemente mal que está todo esto?!››
‹‹Está bien, está bien. Ya entendí››, masculló la otra voz, malhumorada. ‹‹No quiero aceptarlo, pero tienes razón››.
‹‹Por supuesto que tengo razón››.
‹‹La humildad no es lo tuyo, ¿eh?››
‹‹¿Para qué ser humilde en éstos momentos si no lo necesito?››
‹‹Voy a ignorar eso. ¿Y si llamas a alguien? ¿A Kakashi, tal vez?››
—Podría ser —dijo el pelinegro, de manera inconsciente.
‹‹¿Podría ser? Ah, ¿y qué le dirás? Hey, Kakashi. ¿Qué tal? Quería hacerte una consulta, porque tengo a Rin aquí afuera, está intentando entrar a la fuerza y sospecho que es porque quiere abusar de mí…››
‹‹Ya entendí, Dios mío. De verdad que eres imposible, no sé cómo es que hemos podido convivir los dos en una sola mente por tanto tiempo››.
‹‹Me preguntaba lo mismo. Además, ¿qué no habíamos pensado y descartado eso de llamar a Kakashi unos párrafos más arriba››.
—Cállense un momento, ¿quieren? —Obito suspiró sin dejar de mirar a la ventana donde Rin, aferrada, había cambiado su expresión y ahora parecía decepcionada. Forcejeó con los cristales un poco, logrando que Obito se tensara al pensar que ella podría estar considerando la posibilidad de romperlas para ingresar.
—Tranquilo —dijo ella repentinamente. Su voz apenas y podía escucharse a través de los cristales—. No la romperé, estoy más que consciente de lo caro que les saldría… Mejor dicho, lo caro que nos saldría, ya que yo tendría que pagarla aunque ustedes no me dejarían. Así que mejor no, ésta no es la vía correcta. Pensé que la abrirías, pero no fue así.
—¿Cómo fue que llegaste ahí? —Quiso saber el pelinegro.
Ella sonrió, enigmática.
—¿Qué acaso nunca has escuchado eso de que el amor todo lo puede? —Le guiñó un ojo—. De todas formas, entraré. No me voy a rendir, entraré hoy mismo, antes de que todos regresen y entonces serás mío, Obito Uchiha —finalizó y, acto seguido, lamió el pulido cristal con ahínco. Luego se despidió con un movimiento de su mano libre para luego soltarse y dejarse caer.
Obito ni siquiera tuvo que mirar para saber que ella estaría bien. Solo se quedó parado allí, sin despegar los ojos de la ventana y preguntándose en qué mierda estaba pensando cuando decidió meterse en todo eso.
El timbre del apartamento volvió a sonar unos cinco minutos después. Casi en automático, el chico se dirigió a la puerta y, usando la mirilla, observó el pasillo como lo hiciera desde el principio.
—Abre la puerta, Obito —la voz de Rin se escuchaba repentinamente seria y autoritaria—. Sé que estás mirándome en este momento, así que eso hará las cosas más fáciles. Es hora de usar la artillería pesada.
—¿Eh?
—Si no abres la puerta en éste momento, entonces… —sin decir nada más, Rin se despojó, usando un rápido movimiento, de la diadema morada que llevaba puesta. El Uchiha la miró, notablemente confundido—. Haré lo mismo con cada una de las prendas que llevo encima.
—No te atreverías.
—¿Apostamos? —Y su blusa púrpura voló por los aires, dejando al descubierto el top negro que llevaba debajo.
Ahí fue donde Obito supo que ella no estaba mintiendo. Tenía que hacer algo al respecto y debía ser rápido. Estaban solos en aquel piso y no sabía hasta cuándo. Por lo tanto, en cualquier momento podría llegar algunos de sus vecinos y encontrar a su Rin a mitad del pasillo y sin ropa, porque, obviamente, seguiría en eso hasta las últimas consecuencias.
Debía tomar una decisión, y eso fue lo que hizo.
Decidió que no dejaría que ella continuara con semejante locura. Así que, con todo el miedo, desasosiego y —¿por qué no?— la curiosidad de su ser, quitó el seguro y abrió la puerta.
Del otro lado, con una muy marcada sonrisa gatuna colmada de malicia y victoria, se hallaba Rin, completamente vestida. Incluso la diadema que lanzara en un principio se hallaba en su respectivo lugar, como si nunca se la hubiera quitado de la cabeza.
Antes de que el chico pudiera decir, o hacer, cualquier cosa, Rin, moviéndose más rápido de lo que cualquier persona normal que Obito conociera pudiera moverse, se le lanzó encima, metiéndolo a la fuerza en del departamento y cerrando la puerta —con seguro incluido— detrás de ellos.
Entonces ya no quedó nadie en el pasillo.
Fin
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