Ciento Cuarenta y dos "Oruguita"
Desperté el sábado por la mañana con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas, creando patrones dorados en la habitación. El calor suave del sol se extendía sobre la cama, envolviéndonos en un resplandor tranquilo. Me moví lentamente, sin querer romper la serenidad del momento, y dirigí mi mirada hacia Scott. Estaba dormido a mi lado, su respiración era regular y tranquila, casi como una melodía suave que me arrullaba.
Con un suspiro, me incliné sobre él con cuidado, tratando de no hacer ruido. Mi mano se deslizó hacia su mejilla, tocando su piel con una ternura que no había sentido desde hace mucho tiempo. Sentí el calor de su cuerpo bajo mis dedos, una sensación familiar y reconfortante. La yema de mis dedos seguía el contorno de su rostro, bajando lentamente por su cuello hasta llegar a su pecho. La camiseta que llevaba para dormir era de un tejido ligero, y mi mano se detuvo en la tela, sintiendo el latido de su corazón.
Scott se movió ligeramente, su brazo se deslizó hacia mi cintura, y me atrajo más cerca, su abrazo era cálido y protector. Sonreí, disfrutando de la cercanía. No había nada como esos momentos de calma absoluta, donde el mundo exterior parecía desvanecerse y solo existíamos nosotros dos.
—Buenos días —murmuré en un susurro, aunque sabía que era improbable que me escuchara. Acaricié su pecho de nuevo, sintiendo cómo su respiración se sincronizaba con el suave movimiento de mi mano. La paz de ese momento me envolvía, y me di cuenta de cuánto necesitábamos estos instantes de intimidad, lejos de las complicaciones y los desafíos que a menudo enfrentábamos.
Mi chico empezó a despertar, sus párpados se levantaron lentamente, y sus ojos se encontraron con los míos. En su mirada, había un destello de sorpresa y alegría al verme tan cerca. Me sonrió, una sonrisa que parecía iluminar toda la habitación.
—Hola —dijo con voz somnolienta, su tono lleno de cariño. Se inclinó un poco hacia mí, y sus labios rozaron mi frente en un beso tierno.
—Hola,—respondí, sintiendo que mi corazón latía un poco más rápido. —Me alegra que estés aquí.
Scott me miró con una expresión que mezclaba sorpresa y ternura. Pasó una mano por mi cabello, y su mirada se suavizó aún más. —Me alegra estar aquí también.
Lo besé en los labios, mis labios apenas rozando los suyos, antes de subirme sobre su cintura. Su cuerpo se tensó ligeramente bajo mí, y me miró con una expresión que mezclaba sorpresa y deleite.
—¿Sabes qué día es hoy? —pregunté, con un toque de picardía en mi voz mientras me acomodaba sobre él.
—¿El día en que te hago el amor en la mañana? —respondió, sonriendo con una chispa juguetona en sus ojos.
—No, un día como hoy hace un año, estaba agonizando de dolor mientras traía a tu hija al mundo —le recordé, mi tono cambiando a uno sarcástico.
Scott se echó a reír, un sonido cálido y familiar que hizo eco en la habitación. —¡Qué tierna! —dijo con un sarcasmo evidente. —Al menos fue el mejor día de tu vida, ¿no?
—Sí, lo fue —respondí, recordando los momentos intensos y dolorosos del parto. —Cuando no estaba gritando o queriendo matarte, claro.
Él rió de nuevo, y su risa se convirtió en una sonrisa amplia y sincera. —Ese dolor valió la pena —dijo, acariciando mi mejilla con ternura. —Y no puedes negármelo.
Su mano, cálida y suave, se posó en mi rostro, su toque era un consuelo profundo. Sus palabras, aunque impregnadas de humor, estaban llenas de verdad. Miré sus ojos, llenos de amor y gratitud, y sentí una oleada de emoción.
—Nunca podría negar lo que vivimos —dije, abrazándolo con más fuerza. —Todo lo que pasamos, el dolor, la alegría, todo lo que significa ser una familia. No cambiaría ni un segundo de ello.
Scott me besó con dulzura, su boca se movía sobre la mía con una ternura que desarmaba cualquier tristeza que pudiera haber tenido. Su amor me envolvía, y en ese momento, me sentí más cerca de él que nunca. La vida, con todas sus pruebas y triunfos, nos había llevado a este lugar, y aquí, en este abrazo, entendía que cada momento había valido la pena.
Pasé mis manos por debajo de su camiseta, sintiendo el calor de su piel contra las palmas. El castaño me tomó de la cintura con firmeza, su toque era reconfortante y lleno de seguridad.
—Terremotito de amor aparecerá en cualquier momento —dijo Scott, con una sonrisa que denotaba tanto cariño como complicidad.
—Mm —me quejé, sin soltarlo. —No quiero parar.
Suspiré, el sonido era una mezcla de alivio y deseo. Miré a Scott a los ojos, mi corazón palpitaba con intensidad mientras pensaba en las palabras que necesitaba decir.
—No te lo he dicho aún, pero... amo besarte —confesé, mi voz suave pero sincera.
La declaración parecía flotar en el aire entre nosotros. Scott sonrió, una expresión de alegría y ternura en su rostro, antes de inclinarse para darme otro beso, uno lleno de la misma pasión y cariño que acababa de expresar. Sus labios eran una promesa de más momentos como este, y en su abrazo, encontré un refugio perfecto.
Scott se volteó cuidadosamente, manteniéndome abrazada mientras lo hacía. Sentí la calidez de su cuerpo contra el mío, y nuestras sonrisas se encontraron en un beso dulce y compartido.
—¡Papi! ¡Mami! —oímos la voz de Melody gritar con entusiasmo desde su habitación.
Ambos nos echamos a reír, un sonido que llenó la habitación de alegría.
—Esa niña es pura energía —comentó Scott, su mirada reflejando una mezcla de admiración y diversión.
—Tiene ocho años —le recordé con una sonrisa, sabiendo que a veces le costaba aceptar que Melody estaba creciendo tan rápido.
—Gracias por recordarme que está creciendo —dijo, su tono ligeramente melancólico.
En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Melody entró corriendo, sus ojos brillando con emoción. —¡Es hoy! ¡Es hoy! ¡Es mi cumpleaños! —gritó mientras saltaba sobre la cama y se lanzaba a nuestro abrazo.
Su risa contagiosa y su energía desbordante llenaron el cuarto, y no pude evitar reír con ella. Scott la rodeó con los brazos mientras ella se acomodaba entre nosotros, su rostro iluminado por una felicidad pura.
—¡Feliz cumpleaños, mi amor! —dijo Scott, dándole un abrazo apretado mientras yo la rodeaba con un brazo.
—¡Estoy tan emocionada! —dijo Melody, su entusiasmo palpable. —¿Qué vamos a hacer hoy?
—Bueno, haremos una megafiesta de cumpleaños para ti —dijo Scott con entusiasmo—, y vendrán todos tus amiguitos.
Melody abrió los ojos con sorpresa y emoción, su sonrisa ensanchándose. —¿Los tíos también estarán? —preguntó, su voz llena de anticipación—. ¿Y la abu Missy? ¿Y el abu Noah?
Scott asintió, su mirada reflejando un cariño sincero. —Claro que sí. Todos estarán aquí para celebrar contigo. La abu Missy y el abu Noah también vendrán para pasar un rato divertido juntos.
—¡Qué bien! —exclamó Melody, dando un pequeño salto sobre la cama—. ¡No puedo esperar a verlos a todos!
Su entusiasmo era contagioso, y no pude evitar reír al ver su alegría tan genuina. Scott me miró con una sonrisa, ambos disfrutando de la alegría que Melody irradiaba.
—Entonces, ¿qué tal si comenzamos a prepararnos para la fiesta? —sugerí, acariciando el cabello de Melody mientras ella seguía saltando con emoción.
—¡Sí! —exclamó la pequeña, con los ojos brillando—. ¡Voy a elegir el mejor vestido para mi fiesta!
Scott y yo compartimos una mirada, nuestros corazones llenos de amor y gratitud por momentos como este. Mientras Melody corría a su habitación para elegir su vestido, nos quedó claro que su felicidad era el mejor regalo que podríamos recibir.
...
Desde la ventana de la cocina, observé cómo mi hija Melody corría por el jardín con su vestido amarillo de tul, sus risas llenaban el aire. El sol se filtraba a través de los árboles, creando destellos dorados en su cabello rizado. El patio estaba decorado con guirnaldas de colores y globos, y en el centro, un enorme castillo inflable se alzaba como el rey del lugar. La sonrisa de Melody, mientras brincaba y se deslindaba por el inflable, hacía que todo el esfuerzo y el cansancio valieran la pena.
El aroma a carne asada se mezclaba con el dulce perfume del pastel que preparé esa mañana. Scott estaba de pie cerca de la parrilla, charlando con mi padre y Melissa, mientras yo me movía entre las mesas, asegurándome de que todo estuviera en su lugar. Mi padre, estaba concentrado en las hamburguesas y los hot dogs, mientras Melissa, me ayudaba a organizar los postres. La cocina estaba llena de la energía vibrante de la fiesta, y me sentía agradecida por cada momento.
—¡Mamá, mamá! —La voz de Melody me sacó de mis pensamientos. La vi corriendo hacia mí, con las mejillas sonrojadas y los ojos brillando de emoción.
—¿Qué pasa, cariño? —pregunté, inclinándome para estar a su altura.
—¿Puedo abrir mis regalos ahora? — preguntó, moviéndose de un pie al otro, claramente ansiosa.
Sonreí, acariciando su cabello. —Primero vamos a comer, y luego soplarás las velas del pastel. Después podrás abrir tus regalos, ¿de acuerdo?
Melody hizo una pequeña mueca de decepción, pero pronto su rostro se iluminó nuevamente. —¡De acuerdo! — exclamó, corriendo de vuelta al inflable, donde Stiles la esperaba para lanzarse desde la cima de la estructura.
Me quedé observando cómo los niños del vecindario y sus amigos de ballet se divertían, brincando y rodando en el inflable. Scott, con su característica sonrisa, supervisaba desde una de las sillas de jardín. La manada estaba presente, como siempre, y me sentía reconfortada al verlos unidos.Lydia y Malia charlaban animadamente cerca de la mesa de los regalos. Liam y Mason competían amistosamente, tratando de ver quién podía brincar más alto en el inflable.
El aroma de la comida asada nos llamaba a todos. Melissa anunció que estaba lista y los niños dejaron el inflable para dirigirse a la mesa. Scott y yo nos sentamos con Melody en el centro, rodeados por amigos y familiares. Ver a Melody, tan feliz y emocionada, me llenó de una profunda satisfacción.
Mientras los niños volvían a jugar y nosotros nos agrupabamos para charlar animadamente sin distraer nuestra atención de los niños, Stiles se acercó a Scott con una expresión de complicidad y le susurró con voz baja.
—Scott —dijo—, disimuladamente, mira a Melody.
Scott giró la cabeza como si fuera la niña del exorcista, Stiles frunció el ceño y le dijo con un tono exasperado.—¡Disimuladamente te dije!
Melody estaba hablando con un niño rubio. A primera vista, todo parecía normal, pero ella tenía un gesto de nerviosismo en su rostro que no pasó desapercibido. El niño, que parecía estar muy interesado en lo que decía, la miraba con atención.
—¿Quién es ese? —gruñó Scott, su tono cargado de celos apenas disimulados.
Lydia, que había estado observando, se acercó con una sonrisa divertida y comentó.—¡Por Dios! A ella le gusta.
Mi novio se quedó atónito, los ojos abiertos en incredulidad. —¿Qué? —dijo—. No, no es posible.
—Cariño, Lydia tiene razón —dije, uniéndome a la conversación con un tono de comprensión—. Mel está enamorada.
Él negó con la cabeza, como si tratando de desmentir lo que estaba viendo. —No lo está —dijo con firmeza—. No está enamorada, ¡es una bebé!
—No es una bebé —le recordé con paciencia—. Ella está creciendo, y sus sentimientos también están cambiando.
Scott miró a Melody con una mezcla de preocupación y confusión. —No puedo creerlo —murmuró—. No estoy listo para esto.
—Nadie está realmente listo para estas cosas —le aseguré, con una sonrisa reconfortante—. Pero está bien. Es solo una fase, y podemos ayudarla a manejarlo.
Scott respiró hondo y se calmó un poco, aunque aún no parecía convencido. Observó a Melody y al niño rubio, que seguían conversando animadamente, y se dio cuenta de que, aunque su hija estaba creciendo, ella siempre seguiría siendo su pequeña.
—Supongo que no puedo evitar que crezca —dijo con un suspiro—. Solo espero que el niño rubio sea bueno con ella.
—Lo será —le dije—. Y mientras tanto, disfrutemos de la fiesta y celebremos el cumpleaños de Melody. Es su día especial.
Scott asintió, su expresión se suavizó mientras volvíamos a disfrutar del ambiente festivo.
Malia estaba observando la escena desde la distancia y no pudo contener su reacción.—¡Oh por Dios! ¡Tomó su mano! —exclamó, llamando la atención de todos hacia Melody y Owen.
Todos miramos hacia ellos, ambos sonriendo tímidamente con sus manos sujetas, ajenos a la conmoción que causaban en nosotros.
Scott se tensó de inmediato, y antes de que pudiera detenerlo, ya estaba listo para intervenir.—¡No! Eso sí que no lo permito —dijo con firmeza, sus ojos llenos de determinación mientras avanzaba hacia los niños.
—Cariño, solo tomó su mano —intenté tranquilizarlo, poniendo una mano en su brazo.
Pero justo en ese momento, Owen se inclinó y dejó un beso en la mejilla de Melody. Fue un gesto inocente, pero para Scott fue la gota que colmó el vaso.—¡Hasta aquí! —rugió, moviéndose con rapidez hacia los niños, su rostro marcado por la furia.
Liam y Stiles reaccionaron al instante, saltando de sus lugares para detener a Scott antes de que llegara a los niños. Yo les seguí de cerca, tratando de mantener la calma en medio de la situación que se desarrollaba.
El castaño alcanzó a Melody y, antes de que Owen pudiera siquiera entender lo que estaba sucediendo, la tomó en brazos y la alejó de él, caminando con pasos firmes hacia la casa. La pequeña, confundida y asustada, trataba de liberarse de su agarre.
—Papi, ¿qué estás haciendo? —preguntó, sus ojos grandes llenos de confusión mientras miraba a Scott. Luego giró su mirada hacia mí, buscando apoyo—. ¡Mami, ayúdame!
Llegué a la puerta justo cuando Scott entraba con Melody en brazos. Stiles y Liam se detuvieron en la entrada, ambos con expresiones que oscilaban entre la sorpresa y la diversión.
—Scott, tienes que calmarte —le dije con firmeza mientras me acercaba, colocando una mano en su hombro—. Mel, no hizo nada malo.
Scott finalmente se detuvo, respirando con dificultad mientras miraba a su hija. Melody, ahora más tranquila, dejó de forcejear y simplemente lo miró con esos ojos que siempre lograban ablandarlo.
—No puedo... no puedo soportar la idea de que crezca tan rápido —admitió en voz baja, su tono lleno de vulnerabilidad.
—Lo sé, cariño —le respondí suavemente, acariciando su brazo—. Pero tienes que confiar en ella. Esto es parte de su vida, y también parte de la nuestra.
Scott miró a Melody, su expresión suavizándose. La bajó lentamente al suelo, y ella dio un paso hacia mí, todavía un poco confundida.—Lo siento, pequeña —dijo, arrodillándose para estar a su altura—. Solo quiero protegerte.
Nuestra hija lo miró con una mezcla de cariño y comprensión, y asintió. —Lo sé, papi. Pero Owen es mi amigo. No tienes que preocuparte tanto.
Scott soltó un suspiro, consciente de que este era solo el comienzo de muchos momentos difíciles por venir. Pero al menos, por ahora, todos podíamos relajarnos y disfrutar del resto del día, sabiendo que, pase lo que pase, enfrentaríamos esos desafíos juntos.
—Ven —dijo el castaño, abriendo sus brazos con una expresión que mostraba tanto arrepentimiento como amor.
Melody no dudó ni un segundo. Se acercó rápidamente y se dejó envolver en el abrazo protector de su padre. Scott la sostuvo con fuerza, como si con ese abrazo pudiera detener el tiempo y mantenerla como su pequeña para siempre.
—Te quiero mucho, terremotito —susurró Scott en su cabello, su voz cargada de emoción.
—Yo también te quiero, papi —respondió ella, acurrucándose más cerca de él.
Observé la escena con una sonrisa, sintiendo una calidez en el pecho al ver el vínculo tan fuerte que compartían.
—Muy bien, es hora del pastel —dije llamando su atención. Sonreí, dando un pequeño aplauso mientras me dirigía hacia la cocina.
Mientras estaba en la cocina, concentrada en acomodar el pastel, sentí unos brazos familiares rodearme desde atrás. Su abrazo era cálido y reconfortante, y sin pensarlo, dejé lo que estaba haciendo y me apoyé en su pecho, disfrutando del momento de tranquilidad.
—¿Cómo la estas pasando? —susurró Scott, su voz suena junto a mi oído.
Sonreí, cerrando los ojos por un momento para disfrutar de la cercanía y el amor que emanaba de su abrazo. —Es un día perfecto —le respondí—. Melody está tan feliz y todos están disfrutando mucho.
Scott apretó un poco más su abrazo, sus manos descansando en mi cintura. —Me alegra escucharlo —dijo, su voz mezclada con una sensación de satisfacción—. Lo hemos hecho bien.
Me giré ligeramente para mirarlo, sus ojos reflejaban la misma alegría que sentía.
—Sí, lo hicimos —confirmé—. Pero también lo hicimos juntos, y eso hace que todo sea aún más especial.
Él sonrió, sus ojos brillando con una ternura genuina.
—No podría pedir una mejor compañera para compartir estos momentos —dijo, inclinándose para darme un beso en la frente—. Y, por cierto, el pastel está increíble.
Reí suavemente, sintiendo una ola de gratitud y amor.
—Gracias —dije—. Pero el crédito también es para ti. No sería lo mismo sin ti.
Nos quedamos así por un rato, disfrutando del momento de tranquilidad en medio de la celebración.
Tomé un poco de crema que había sobrado y me giré rápidamente, aplicándola con un toque juguetón en su nariz. El contraste del blanco contra su piel bronceada le dio un aspecto cómico y sorprendido. Él se quedó inmóvil por un segundo, sus ojos abiertos con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¡Hey! —exclamó, tocándose la nariz con una mano, su expresión cambiando de sorpresa a una sonrisa amplia—. ¡Eso es trampa!
Reí mientras veía su reacción, el sonido de su risa mezclándose con la mía. Scott se rió también, mientras yo intentaba contener las carcajadas.
—¡Solo un pequeño toque para alegrar el día! —le respondí, dándole una mirada divertida.
Scott, con su nariz adornada con crema, se acercó lentamente a mí, con una expresión de determinación juguetona en sus ojos. —Oh, así que quieres jugar, ¿eh? —dijo, tratando de parecer serio, pero con una sonrisa que no podía ocultar.
Entonces, se inclinó hacia mí, y antes de que pudiera reaccionar, me dio un beso en la mejilla, dejando un rastro de crema en mi piel.
—¡Ahora estás tú en mi lista! —dijo, riendo mientras se apartaba.
La broma ligera y el gesto cariñoso añadieron un toque extra de diversión al día, creando un momento que recordaría con cariño mientras continuábamos disfrutando de la fiesta.
Tomé su rostro con suavidad y limpié la crema de su nariz con una servilleta, mis dedos rozando su piel mientras lo hacía. Scott me miraba con ternura, y cuando terminé, me incliné y le di un beso suave en los labios. Fue un beso breve pero lleno de cariño, un pequeño gesto que hablaba de la conexión profunda que compartíamos.
Nos quedamos así por un momento, disfrutando de la intimidad del instante, cuando de repente, la voz de Melody nos interrumpió.—¡Mami! ¡Papi! —gritó con entusiasmo, corriendo hacia nosotros con sus amigos siguiéndola—. ¿Ya es hora del pastel?
—Sí cariño —sonreí mientras volteaba para tomar el pastel.
Nos dirigimos el patio colocando el pastel sobre la mesa. Encendí las velas, los pequeños puntos de luz parpadeando sobre el pastel decorado con el tema de su fiesta.
Scott y yo nos acomodamos junto a la mesa, rodeados por los amigos y familiares que estaban listos para celebrar. Melody se veía radiante, con una sonrisa que no se desvanecía mientras todos nos preparábamos para cantar.
Todos a su alrededor nos unimos en un alegre y desentonado canto de "Feliz cumpleaños", nuestras voces mezclándose en una celebración alegre.
—Pide tres deseos, Terremotito —dijo Scott, inclinándose hacia ella con una sonrisa amplia.
Melody tomó una respiración profunda, los deseos en su mente, y luego sopló las velas con un pequeño soplido. El pastel se llenó de aplausos y vítores, y Melody se giró hacia nosotros con una sonrisa radiante, sus mejillas sonrojadas por la emoción.
—Te amamos mucho, mi vida —susurré, dejando un beso suave en su mejilla. Sentí cómo su pequeña mano se aferraba a la mía, y ese simple gesto me llenó de ternura.
Scott se inclinó hacia ella, su voz cargada de afecto mientras hablaba.—Siempre serás mi bebé, dulce melodía —dijo, su tono lleno de un amor que solo un padre puede entender—. Te amo hasta la luna y de vuelta.
Melody sonrió, esa sonrisa que podía iluminar el día más oscuro, entonces el castaño dejó un beso en su frente, sellando el momento con una promesa silenciosa de amor incondicional.
—Yo también los amo mucho, mami y papi —dijo con su vocecita dulce, mirándonos a los dos—. Son los mejores papás del mundo, y siempre seré su bebé... aunque ya sea un poquito grande.
Su sinceridad y ternura me hicieron sonreír, y sentí un nudo en la garganta al ver cuánto había crecido nuestra pequeña. Scott la miraba con el mismo orgullo, sus ojos reflejando todo el amor que sentía por ella.
—Y prometo —continuó con una sonrisa traviesa— no crecer demasiado rápido... para que sigan abrazándome así.
Las risas estallaron entre los niños y los adultos que estaban cerca.
—¿Scott, estás llorando? —preguntó Malia, observando cómo él se limpiaba los ojos con disimulo.
—No —respondió, tratando de sonar convincente, pero la emoción en su voz lo delataba—. Sudo por los ojos.
Todos a nuestro alrededor soltaron una carcajada, incluida Malia, quien negó con la cabeza, divertida.
—Claro, lo que tú digas —replicó Lydia con una sonrisa cómplice.
—Es que... —empezó a decir Scott, su voz quebrándose un poco—. Es que... —hizo una pausa, luchando por controlar sus emociones, pero un sollozo escapó antes de que pudiera detenerlo—. Era tan pequeñita y ahora... ahora... tiene ocho años. ¿Cómo pasó?
Lo miré, sintiendo el nudo en mi garganta mientras observaba cómo Scott se esforzaba por mantener la compostura. Verlo así, tan vulnerable, me conmovió profundamente. Melody, que aún estaba en sus brazos, lo miró con preocupación, pero antes de que pudiera decir algo, él continuó.
—Siento que fue ayer cuando la sostenía por primera vez en el hospital, tan pequeña, tan frágil... —susurró, su voz temblando con cada palabra—. Y ahora, mírala, está creciendo tan rápido.
La pequeña, sin entender del todo lo que estaba pasando, simplemente lo abrazó con fuerza, como si de alguna manera supiera que eso era lo que él necesitaba en ese momento.
—Papi, siempre voy a ser tu niña —le dijo, su voz llena de esa dulzura que solo ella podía tener—. Aunque sea grande, siempre estaré contigo.
Scott sonrió entre lágrimas, acariciando el cabello de Melody con una ternura infinita. Su amor por ella era tan profundo que a veces parecía desbordarlo, y en momentos como este, era imposible ocultarlo.
—Y siempre estaré contigo, mi terremotito —le respondió, depositando un suave beso en su cabeza—. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar.
Ese simple gesto, esa promesa silenciosa entre padre e hija, lo decía todo. Mientras los demás nos miraban con sonrisas y ojos brillantes, supe que, aunque el tiempo pasara y Melody creciera, siempre seríamos una familia unida por el amor que compartíamos.
Scott dejó a Melody en el piso y se secó las lágrimas, con una pequeña sonrisa lo rodeé con mis brazos sintiendo exactamente lo mismo que él —todo estará bien, amor —murmuré alzando la cabeza para verlo.
Mientras estabamos abrazados vi a mi padre, acercarse a Melody con esa sonrisa cálida y un brillo en los ojos que siempre tenía cuando la veía. Se agachó a la altura de ella, tomando sus pequeñas manos entre las suyas, y la miró con una ternura infinita.
—Feliz cumpleaños, mi pequeña Melody —dijo suavemente, su voz cargada de emoción—. Si tu abuela estuviera aquí, estoy seguro de que te hubiera amado con todo su corazón.
La niña, con esa inocencia y curiosidad tan suya, levantó la vista hacia él, parpadeando un par de veces mientras procesaba sus palabras.
—¿Cómo era mi abuela? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza.
Una sombra de tristeza cruzó el rostro de mi padre, pero la suavizó rápidamente con una sonrisa nostálgica.
—Tu abuela era una mujer increíble, fuerte y amorosa —le dijo, su voz quebrándose apenas—. Tenía una risa contagiosa y siempre sabía cómo hacer que todos a su alrededor se sintieran queridos. Estoy seguro de que estarías muy orgullosa de ella, así como ella lo estaría de ti.
Melody sonrió, como si pudiera sentir la conexión especial que compartían, a pesar de que nunca la conoció. Luego, abrazó a mi padre con fuerza, uniendo ese lazo familiar que trascendía el tiempo.
—Yo también la hubiera amado, abuelo —dijo con sinceridad, su voz suave y dulce.
Mi padre cerró los ojos por un momento, absorbiendo ese abrazo, y cuando los abrió, había en ellos una mezcla de tristeza y alegría.
—Y sé que ella te está cuidando desde donde esté —añadió, devolviéndole el abrazo con la misma fuerza—. Porque, mi pequeña Melly, eres un regalo para todos nosotros.
Scott y yo observábamos la escena, sintiendo la importancia de esas palabras y el amor que rodeaba a nuestra familia, incluso a quienes ya no estaban físicamente con nosotros.
Cuando el último niño se fue, Melody corrió hacia adentro y se puso a ver caricaturas, riendo alegremente con la misma energía que había mostrado durante todo el día. La verdad es que no podía entender de dónde sacaba tanta vitalidad. Mientras tanto, Scott y yo nos quedamos en el patio ordenando los restos de la fiesta. Ya era de noche, y el aire fresco traía consigo un aroma de césped recién cortado y flores de verano.
Scott recogió unos platos desechables y los tiró en la bolsa de basura que sostenía, antes de levantar la mirada hacia el castillo inflable y luego hacia mí, con una chispa traviesa en los ojos.
—Vendrán por él en una hora —dijo, sus labios curvándose en una sonrisa—. ¿Quieres subirte?
—¿Hablas en serio? —inquirí, arqueando una ceja. El brillo en sus ojos era inconfundible; estaba completamente en serio.
—Sí, ¡vamos, será divertido! —insistió, extendiendo su mano hacia mí.
Scott me extendió la mano, sus ojos brillando con un entusiasmo juvenil que hacía imposible resistirse. Tomé su mano y, sin pensarlo dos veces, subí al castillo inflable con él. Mis pies se hundieron en la suave superficie, y solté una risa involuntaria al sentir la inestabilidad. Scott me observaba con una sonrisa pícara, su entusiasmo contagioso.
—¿Qué tan divertido crees que sea esto para adultos? —le pregunté, alzando una ceja.
—Eso depende de lo que consideres divertido —respondió, acercándose a mí con una mirada traviesa.
Sin previo aviso, Scott saltó hacia mí, haciendo que el castillo inflable se balanceara violentamente. Grité, riendo, mientras intentaba mantener el equilibrio, pero sus brazos me atraparon, evitando que cayera. Nos tambaleamos juntos, riendo como si fuéramos dos adolescentes otra vez, olvidando el cansancio del día y la responsabilidad de ser padres, aunque fuera por unos minutos.
—¡Te tengo! —dijo Scott, su voz llena de diversión.
—¡No es justo! —protesté, luchando por liberarme de su agarre mientras él me sostenía firmemente, ambos cayendo hacia atrás en un suave rebote. Me dejé caer sobre él, sintiendo su respiración agitada debajo de mí. Mi cabello cubría su rostro, y él apartó un mechón, sus dedos rozando mi mejilla.
Nos quedamos así, uno encima del otro, el suave movimiento del inflable meciéndonos ligeramente. La risa se desvaneció en una calma silenciosa, y mis ojos se encontraron con los suyos. En ese momento, sentí que todo se detenía, el mundo reduciéndose a nosotros dos bajo el cielo estrellado.
—Te amo —susurré, mis dedos trazando la línea de su mandíbula, disfrutando de la sensación de su piel bajo mis dedos.
—Y yo a ti, Hannah —respondió, su voz suave pero firme. Se inclinó y me besó, un beso lento y profundo que hizo que mi corazón se acelerara. Era un beso que hablaba de años de amor compartido, de los altibajos que habíamos enfrentado juntos, y del futuro que nos esperaba. Mis dedos se enredaron en su cabello, tirando suavemente mientras el beso se intensificaba.
Sentí el calor de su cuerpo bajo el mío, la presión de sus manos en mi espalda, y todo lo demás dejó de importar. Era solo Scott y yo, en nuestro pequeño rincón del mundo. Me perdí en la sensación de sus labios contra los míos, en la forma en que me hacía sentir viva y amada.
Nos separamos lentamente, con la respiración entrecortada, nuestras frentes tocándose. Scott sonrió, sus dedos acariciando mi mejilla.
—Deberíamos hacer esto más seguido —dijo con un brillo en los ojos.
—¿Saltar en castillos inflables? —bromeé.
—Sí, y encontrar momentos como estos, solo para nosotros —respondió, su tono más serio.
Asentí, sabiendo que tenía razón. Estos momentos robados, estos pequeños instantes de conexión, eran lo que nos mantenía fuertes.
Me levanté y comencé a rebotar en mi lugar despacio —¡intenta atraparme! —aumenté la velocidad de los saltos.
Scott me miró con una sonrisa llena de complicidad, sus ojos brillando en la oscuridad. Sin esperar su respuesta, empecé a rebotar, sintiendo la emoción correr por mis venas. Mis pies apenas tocaban la superficie antes de volver a impulsarme, cada salto me llevaba más alto, más lejos.
—¡Hannah, no sabes en lo que te estás metiendo! —gritó, poniéndose en posición, como un lobo acechando a su presa.
—¡Ya veremos! —le respondí entre risas, girando en el aire, alejándome de él. La risa de Scott me siguió mientras él comenzaba a saltar, sus movimientos eran ágiles y veloces, pero yo tenía la ventaja de la sorpresa.
Reboté hacia un lado, esquivándolo por poco cuando intentó atraparme. Sentí su mano rozar mi cintura, y eso solo me hizo reír más fuerte. El castillo inflable se balanceaba bajo nosotros, convirtiéndose en nuestro campo de juego privado.
—¡Te tengo! —exclamó, lanzándose hacia mí con los brazos extendidos. Con un giro rápido, logré evadirlo, haciendo que cayera de espaldas con un rebote gracioso.
—¡Ni cerca! —me burlé, riendo. Pero Scott no se rindió tan fácilmente. Se levantó de un salto y volvió a la carga. Esta vez, me sorprendió lanzándose desde el otro lado, y aunque intenté esquivarlo, sus manos me atraparon por la cintura.
—¡Nooo! —grité, riendo mientras él me levantaba en el aire. Me revolví en su agarre, pero Scott tenía una ventaja, y sabía cómo usarla.
—Te atrapé, Cariño —dijo triunfante, girándome para que quedara de frente a él, aún en sus brazos.
Me rendí, dejándome caer en sus brazos, mi risa disminuyendo mientras nuestras miradas se cruzaban. Su sonrisa era contagiosa, y me encontré devolviéndole la sonrisa, mi corazón latiendo rápidamente.
—Eres imbatible —admití, abrazándolo por el cuello. Sentí su risa vibrar contra mi cuerpo mientras me sostenía, y nuestros labios se encontraron en un beso suave, que empezó a arder con cada segundo que pasaba.
Saltamos y en un momento me dejé caer sobre él. Scott soltó una carcajada mientras rebotábamos juntos. Sus manos se cerraron alrededor de mi cintura para estabilizarme, y la calidez de su toque me hizo estremecer. Nuestras risas resonaban en el aire, el sonido se mezclaba con el crujido del inflable bajo nuestros pies. Me apoyé sobre él, mi cuerpo pegado al suyo, y nuestras respiraciones se entrelazaron.
—¡Intenta atraparme! —grité con una sonrisa, separándome de su abrazo y empezando a rebotar de nuevo. Mis pies apenas tocaban la superficie antes de lanzarme al siguiente salto.
Scott me miró con esa sonrisa de niño que siempre me había conquistado, sus ojos oscuros brillando de emoción. Sin decir nada, empezó a perseguirme, sus movimientos ágiles como un felino. El castillo inflable se tambaleaba bajo nosotros, y las luces del jardín iluminaban nuestras sombras saltarinas.
—¡Hannah, no tienes oportunidad! —gritó mientras se lanzaba hacia mí.
Reboté hacia un lado justo a tiempo, sintiendo sus manos rozar mi cintura. Solté una risa, emocionada por la persecución. Pero Scott no se dio por vencido. Dio un giro rápido y se lanzó de nuevo, y esta vez, antes de que pudiera reaccionar, sus brazos me rodearon.
—¡Te atrapé! —anunció triunfante, levantándome en el aire.
—¡Nooo! —reí, tratando de liberarme, pero en el fondo, no quería que me soltara. Sus brazos se sentían tan seguros, tan cálidos, y la sensación de su cuerpo contra el mío era electrizante. Me rendí, dejándome caer en su abrazo, nuestras risas suavizándose mientras nuestras miradas se encontraron.
—Eres imbatible —dije, mis brazos alrededor de su cuello. Scott sonrió, su cara tan cerca de la mía que podía sentir su aliento en mi piel.
—Solo cuando se trata de ti —susurró, y antes de que pudiera responder, sus labios encontraron los míos. El beso era suave al principio, como una caricia, pero pronto se volvió más intenso. Sentí su mano en mi espalda, presionándome contra él, y una oleada de calor recorrió mi cuerpo.
Pasé mis brazos alrededor de sus hombros y mis piernas alrededor de su cintura, acercándolo aún más. Sentí su risa contra mis labios cuando ajusté mi posición, y mis dedos se enredaron en su cabello. El mundo se desvaneció, dejando solo la sensación de sus labios, su piel, su amor envolviéndome como un abrigo cálido.
Finalmente, me aparté lo suficiente como para mirarlo a los ojos. Mis labios todavía estaban a centímetros de los suyos, y mis dedos jugueteaban con la tela de su camiseta.
—Es una lástima que no podamos llevarlo más lejos —murmuré con una sonrisa traviesa, mi frente tocando la suya.
Scott rió suavemente, bajando una mano para acariciar mi espalda. —Sí, me encantaría, pero... —dijo, señalando con la cabeza hacia la casa. —Tenemos que terminar de limpiar.
Suspiré, asintiendo con resignación, aunque no podía borrar la sonrisa de mi rostro. —De acuerdo, vamos, lobo feroz. —Me incliné y le di un último beso, antes de deslizarme de sus brazos y ponerme de pie.
Salimos del inflable, terminamos de limpiar el patio y finalmente, entramos a la casa. Cuando entramos a la sala vimos a Melody mucho las activa que antes, ahora no solo miraba caricaturas sino también jugaba con sus nuevas adquisiciones.
Miré el reloj colgado en la pared, ya era hora de que la pequeña se fuera a la cama.
—¡Vamos a jugar con este ahora! —exclamó, sosteniendo una muñeca nueva en una mano y un juego de bloques en la otra.
Sonreí, sabiendo lo mucho que había disfrutado de su día especial. —Melly, ya es tarde, cielo. Es hora de dormir —dije, aunque en el fondo me costaba decirle que se detuviera cuando estaba tan feliz.
—¡No quiero dormir! —protestó, haciendo un puchero adorable mientras se cruzaba de brazos. —¡No tengo sueño!
Scott se acercó a ella, una sonrisa traviesa en su rostro. —¿De verdad no tienes sueño? —preguntó, inclinándose para estar a su altura.
Melody asintió con vehemencia, su expresión decidida. —¡Sí! ¡Quiero seguir jugando! —insistió, moviendo sus pies en el suelo como si eso demostrara su punto.
El castaño fingió pensar por un momento, llevándose una mano al mentón. —Mmm, ya veo... —dijo lentamente, y luego su rostro se iluminó—. Creo que tendré que recurrir a medidas extremas. —me volteó a ver —Cariño, alcánzame la manta, por favor.
Tomé la manta y se la di. Con una ternura extrema, arropó a Melody.
—¿Papi, qué haces? —soltó una risa.—Te arropo, cariño —explicó, dejándola apretada entre las mantas, sin poder mover ni brazos ni piernas, la tomó otra vez en sus brazos.
—Parece una pequeña oruguita —comenté enternecida.
Scott soltó una carcajada al escuchar mi comentario y miró a Melody, que estaba completamente envuelta en la manta, con solo su carita asomando. Ella también se reía, su risita era contagiosa y llenaba la habitación de una calidez indescriptible.
—Eso es exactamente lo que quería hacer —dijo él, acercando su nariz a la de Melody y frotándola suavemente—. Ahora eres mi pequeña oruga.
Melody lo miró con ojos brillantes de emoción. —¿Y luego me convertiré en mariposa? —preguntó, llenando su voz con una mezcla de curiosidad y diversión.
Scott asintió, manteniendo la seriedad en su tono. —Por supuesto, pero solo si te quedas quieta y cierras los ojos un rato.
—¡Eso no es cierto! —protestó Melody, sonriendo y dejando escapar una risita.
—¿Ah, no? —Scott fingió sorpresa—. Bueno, entonces supongo que solo me queda seguir sosteniendo a esta oruguita hasta que se canse...
—Papi, ya suéltame —dijo Melody, moviéndose como podía dentro de la manta—. Y sácame la manta, no soy una bebé —hizo un adorable puchero—. ¡Ya soy grande!
—Bueno, como no fuiste a dormir como una niña grande, ahora eres mi bebé —dijo Scott con una sonrisa juguetona.
—¡Papi! —se quejó Melody, haciendo un mohín—. ¡La manta está arruinando mis rizos!
—Tus rizos estarán bien —respondió Scott, acariciándole la cabeza.
—¡Uff! —frunció el ceño, claramente molesta.
El castaño le hizo cosquillas en la barriga para hacerla reír. Melody empezó a retorcerse y a reírse a carcajadas, olvidando momentáneamente su indignación.
Melody se acurrucó más cerca de él, suspirando dejandose vencer. La escena me llenaba de amor, verlos a los dos juntos, conectados de esa manera tan especial. Me acerqué y le di un suave beso en la frente a mi niña, mientras Scott balanceaba suavemente a nuestra pequeña en sus brazos.
—A veces me sorprende lo rápido que crece —murmuré, mirando cómo Melody parpadeaba lentamente, el sueño empezando a vencerla.Scott me sonrió con ternura.
—Lo sé, pero siempre será nuestra pequeña oruguita —susurró, mientras la veía cerrar los ojos, finalmente cediendo al cansancio.
Scott la llevó a su habitación, una vez en la cama, la liberó de la manta, tapándole con sus propias sábanas y colchas.
—Buenas noches, oruguita —susurró Scott, dejando un beso en su frente.
También me acerqué a darle su beso de las buenas noches, en respuesta la pequeña soltó un pequeño suspiro sonriendo levemente.
Scott y yo nos quedamos unos momentos en silencio, contemplando a Melody mientras se sumergía en el sueño. Sus pequeños rizos asomaban por encima de la manta, enredándose suavemente sobre la almohada. La quietud de la noche nos envolvía, solo rota por su respiración tranquila.
—No puedo creer lo rápido que crece —susurré, rompiendo el silencio.
Él asintió, su mirada aún fija en nuestra hija. —Sí, parece que fue ayer cuando apenas la sosteníamos en brazos por primera vez —dijo con un suspiro melancólico.
Nos miramos, compartiendo un momento de complicidad y gratitud. Todo lo que habíamos vivido juntos, todos los desafíos y alegrías, se sentían como un mosaico que había formado nuestra pequeña familia. A pesar de las dificultades, tener a Melody con nosotros hacía que todo valiera la pena.
—¿Te acuerdas cuando no podíamos ni siquiera imaginar cómo sería ser padres? —pregunté en voz baja, todavía mirando a nuestra hija.
Scott sonrió, esa sonrisa que siempre me derretía. —Sí, y ahora no puedo imaginarme la vida sin ella —dijo, acercándose a mí para abrazarme. Sus brazos me envolvieron con una calidez reconfortante—. Gracias por todo, Hannah. Por ser la madre increíble que eres y por cada momento que compartimos.
Sentí un nudo en la garganta al escuchar sus palabras, y apoyé mi cabeza en su hombro. —Y gracias a ti, Scott, por ser el mejor padre del mundo para nuestra pequeña oruguita.
Nos quedamos así un rato, disfrutando de la tranquilidad del momento, hasta que sentí los brazos de Scott soltarse un poco.
—Iré a darme una relajante ducha —dije, sintiendo el cansancio del día finalmente asentarse en mis hombros. Me despedí de Scott con un beso rápido y me dirigí a nuestra habitación.
Decidí que un baño en la tina sería la mejor manera de relajarme y prolongar esa sensación de felicidad y calma. Llené la bañera con agua caliente y añadí unas gotas de aceite de lavanda, observando cómo el vapor empezaba a llenar el baño, creando un pequeño santuario privado. Me desnudé lentamente, disfrutando del frescor del aire en mi piel antes de sumergirme en el agua. Cerré los ojos mientras el calor envolvía mi cuerpo, relajando cada músculo. Dejé que mi cabeza descansara en el borde de la tina, sintiendo cómo el aroma de la lavanda me envolvía.
Estaba tan absorta en mi momento de tranquilidad que no noté los suaves pasos en el pasillo hasta que la puerta del baño se abrió. Abrí los ojos de golpe y giré la cabeza, viendo a Scott asomarse con una sonrisa pícara en el rostro.
—¿Interrumpo? —preguntó, aunque su tono sugería que sabía muy bien la respuesta.
Sonreí, negando con la cabeza.
—No, pero pensé que estabas esperando a los del inflable —respondí.
—Ya se lo llevaron —dijo, entrando y cerrando la puerta detrás de él. Se acercó a la bañera, sus ojos recorriendo mi cuerpo con una mirada que me hizo sonrojar. Se arrodilló junto a la tina, sus dedos jugando con la superficie del agua.
—¿Te importa si me uno? —preguntó, aunque no esperó mi respuesta antes de empezar a desvestirse.
Lo observé con una mezcla de diversión y deseo mientras se quitaba la camisa y luego los pantalones, sus movimientos lentos y seguros. Finalmente, se deslizó en la tina, el agua desplazándose para hacer espacio para él. Scott se acomodó detrás de mí, rodeándome con sus brazos y jalándome suavemente hacia él. Apoyé mi espalda contra su pecho, cerrando los ojos mientras sentía el calor de su cuerpo mezclarse con el agua.
—Esto es perfecto —murmuré, dejando que mi cabeza descansara contra su hombro.
—Lo es —respondió, sus labios rozando mi oído. Sentí cómo su mano se deslizaba por mi brazo, subiendo hasta mi cuello, donde sus dedos comenzaron a masajear suavemente, enviando pequeños escalofríos por mi piel.
Nos quedamos en silencio durante unos minutos, disfrutando de la cercanía y la intimidad. El sonido del agua chapoteando suavemente y el ocasional suspiro de satisfacción eran los únicos sonidos en la habitación. Me sentía completamente relajada, envuelta en un capullo de amor y seguridad.
—Sabes —dije de repente, rompiendo el silencio—, este ha sido uno de los mejores días en mucho tiempo.
—¿Ah, sí? —preguntó Scott, su voz vibrando contra mi piel.
—Sí. Me hace feliz verte a ti y a Melody tan contentos. Y tener este momento contigo... es como la guinda del pastel.
Scott rió suavemente, su mano bajando de mi cuello a mi hombro, y luego a mi cintura, donde la dejó descansar.
—Te mereces todos los momentos felices del mundo, Hannah —dijo con voz baja y suave—. Y yo haré todo lo que esté en mi poder para asegurarlo.
Me giré un poco para mirarlo, viendo la sinceridad en sus ojos. Incliné la cabeza y lo besé suavemente, un beso que contenía todas las promesas y el amor que sentía en ese momento.
—Te amo, Scott —murmuré contra sus labios.
—Y yo a ti —respondió él antes de besarme de nuevo, profundizando el beso.
El agua alrededor de nosotros se movía suavemente, y por un momento, el mundo exterior dejó de existir. Éramos solo nosotros dos, en nuestro pequeño refugio, dejando que el amor y la felicidad nos envolvieran.
Scott profundizó el beso, su mano subiendo por mi espalda desnuda hasta enredarse en mi cabello, sosteniéndome con una mezcla de firmeza y ternura. Sus labios se movían sobre los míos, y sentí cómo el calor de su cuerpo se fusionaba con el agua caliente, creando una sensación de conexión total, de pertenencia.
Nos separamos apenas unos centímetros, lo suficiente para recuperar el aliento. Podía sentir su respiración acelerada contra mi mejilla, y sus ojos, oscurecidos por el deseo, me miraban con una intensidad que hizo que mi corazón latiera con fuerza. Sin dejar de mirarme, Scott movió sus manos, bajándolas lentamente por mis hombros, siguiendo el contorno de mi cuerpo, hasta que llegaron a mi cintura.
—¿Estás bien? —preguntó en un susurro, su voz ronca.
Asentí, incapaz de formar palabras, mi mente embotada por la cercanía y la intimidad del momento. Sabía que en ese instante, no había nada que deseara más que estar con él, sentir su piel contra la mía, dejar que su amor me envolviera por completo.
Scott me levantó un poco, girándome de manera que quedé sentada a horcajadas sobre él, mis piernas rodeando su cintura. El agua se agitó a nuestro alrededor, salpicando ligeramente el suelo. Su mano se deslizó por mi muslo, dejando un rastro de calor en su camino, mientras la otra mano subía para acariciar mi mejilla.
—Eres tan hermosa —murmuró, sus ojos recorriendo mi rostro como si quisiera memorizar cada detalle.
Me incliné hacia él, cerrando la distancia entre nosotros. Nuestros labios se encontraron de nuevo, y esta vez, no hubo suavidad. El beso fue ardiente, lleno de pasión y necesidad. Mis manos se aferraron a sus hombros, y él me sostuvo con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer.
Sentí su mano deslizarse por mi espalda, bajando hasta la curva de mi cintura, y luego más abajo, hasta que me sostuvo con firmeza, acercándome más a él. Un suspiro escapó de mis labios cuando nuestras caderas se encontraron, y la sensación de su piel caliente contra la mía fue suficiente para enviarme a la cima del placer.
—Hannah —susurró mi nombre contra mi boca, y esa simple palabra, pronunciada con tanta devoción y deseo, fue suficiente para encender un fuego en mi interior.
Nuestros cuerpos se movían al unísono, encontrando un ritmo que era solo nuestro, un baile de pasión y amor que habíamos perfeccionado a lo largo de los años. Cada caricia, cada susurro, era una promesa silenciosa de amor eterno, de un vínculo que nada podría romper.
El calor del agua, mezclado con el calor de nuestros cuerpos, creó una neblina de vapor que se alzaba en el baño, haciendo que todo pareciera etéreo, casi irreal. Pero la sensación de sus manos en mi piel, de sus labios en mi cuello, me anclaba a la realidad, a la certeza de que este momento era real, y era nuestro.
Sentí cómo una oleada de placer comenzaba a formarse en mi interior, creciendo con cada movimiento, con cada beso. Scott debía haberlo sentido también, porque sus manos se tensaron en mi cuerpo, y sus labios se movieron a mi oído, susurrando palabras de amor y aliento.
Finalmente, la ola de placer nos alcanzó a ambos, envolviéndonos en una explosión de sensaciones. Mi espalda se arqueó, y un gemido escapó de mis labios mientras Scott enterraba su rostro en mi cuello, su respiración pesada contra mi piel. Nos aferramos el uno al otro, como si fuéramos las únicas personas en el mundo, dejándonos llevar por la marea de emociones que nos envolvía.
Nos quedamos así por unos minutos, con nuestros cuerpos entrelazados, el sonido de nuestras respiraciones mezclándose con el suave chapoteo del agua. Sentía mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho, y el de Scott haciendo eco en mi espalda.
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