Capítulo ciento tres "Sino es en esta vida, será en otra"
Esa noche, caí en un sueño profundo que rápidamente se transformó en una regresión. Estaba en el bosque, aparentemente era la cascada escondida a la que Tala y Tayen solían ir.
Ellos estaban acostados en el pasto disfrutando de un momento de paz. La cascada llena el aire con un suave murmullo y la luz del sol se filtraba a través de los árboles, creando un ambiente sereno.
Tala y Tayen se miraron a los ojos, comunicándose sin necesidad de palabras. Era un amor profundo y verdadero, pero también uno que debía mantenerse en secreto.
—Tayen, ¿alguna vez crees que podremos estar juntos sin miedo? —preguntó Tala, su voz llena de anhelo.
Tayen tomó sus manos, apretándolas suavemente.—Lo deseo con todo mi corazón, Tala. Pero sabemos que el camino no será fácil.
—esto no es justo —la jóven bajó la mirada —no quiero a Akecheta, te quiero a ti. No entiendo por qué tengo que casarme con él.
Tayen la miró con dolor en sus ojos, sintiendo el peso de sus palabras.
—¿Crees que yo quiero verte con él? —respondió, su voz llena de frustración—. Cada vez que veo cómo Akecheta te toma de la mano, te abraza y te besa, siento que mi corazón se desgarra. Es como si una llama ardiera en mi pecho, una que me impulsa a lanzarme sobre él y clavarle mis garras.
Tala apretó las manos de Tayen, tratando de consolarlo.—Tayen, no puedo soportar la idea de estar con Akecheta. Quiero estar contigo, solo contigo.
Tayen suspiró, cerrando los ojos por un momento.—Cada vez que los veo juntos, pienso en tomarte en mis brazos y llevarte lejos de aquí. Pienso en besarte y hacerte mía, sin importar lo que piense la tribu, sin importar nada más que nuestro amor.
Tala sintió un escalofrío recorrer su espalda, conmovida por la pasión y el dolor en las palabras de Tayen. Se acercó más a él, apoyando su cabeza en su pecho.—Tay, sé que esto es difícil. Pero no puedo renunciar a nuestro amor. No puedo permitir que Akecheta se interponga entre nosotros.
El castaño la abrazó con fuerza, sintiendo la determinación en sus palabras.—Tala, lucharé por ti. No permitiré que nos separen. Nuestro amor es más fuerte que cualquier tradición o arreglo. Encontraremos una manera de estar juntos.
Tala sintió la intensidad de sus palabras y se incorporó, apoyando las manos en el pecho de Tayen. Sus miradas se encontraron y, sin decir una palabra más, unieron sus labios en un beso apasionado. Era un beso lleno de amor y desesperación, un beso que buscaba desafiar el destino que les habían impuesto.
En ese momento, mientras estaban inmersos en su beso, escucharon un ruido de ramas rompiéndose. Se separaron abruptamente y se giraron para ver a Akecheta, su expresión una mezcla de celos y traición.
—Tala, ¿qué estás haciendo aquí con él? —preguntó con dureza, aunque su tono revelaba más su propia herida que ira verdadera.
Tala se levantó, temerosa pero firme.—No es asunto tuyo, Akecheta —respondió, su voz temblando ligeramente.
Akecheta avanzó hacia ellos, sus ojos fijos en Tayen.—Esto es un insulto a tu padre y a nuestra tribu. ¡Me has avergonzado, Tala!
Tayen se colocó delante de Tala, protegiéndola.—No es culpa de Tala. Si quieres castigar a alguien, castígame a mí —dijo, su voz firme y desafiante.
Cegado por el enojo, Akecheta no escuchó las palabras de Tayen y, sin previo aviso, lanzó un golpe hacia él. Tayen, aunque sorprendido, logró esquivar el golpe parcialmente, pero el impacto lo hizo retroceder.
—¡Basta, Akecheta! —gritó Tala, tratando de interponerse entre los dos hombres—. ¡No hagas esto!
Pero Akecheta, cegado por la rabia, ignoró sus súplicas y se lanzó de nuevo hacia Tayen. Lo que Akecheta no sabía era que Tayen poseía una fuerza oculta, una que venía de su naturaleza lobuna, un secreto que solo Tala conocía.
Tayen se defendió, bloqueando los golpes de Akecheta con sorprendente facilidad. Con un movimiento rápido y preciso, Tayen derribó a Akecheta al suelo, sujetándolo con firmeza.
—No quiero lastimarte, Akecheta —dijo Tayen, su voz cargada de una advertencia seria—. Pero no permitiré que le hagas daño a Tala ni a mí.
—¿Cuánto daño podrías hacerme tú? —inquirió —ni siquiera eres un guerrero, eres débil.
—Akecheta, para esto —suplicó la jóven, temiendo que se desatara una tragedia.
—escuchala —sugirió Tayen sintiendo como su pecho subía y bajaba por el enojo contenido. —no quieres enfrentarme.
Akecheta los miró, antes de ponerse de pie. Se alejó unos cuantos pasos de ellos. Tala corrió hacia Tayen y lo ayudó a ponerse en pie mientras le revisaba el rostro. —estoy bien —murmuró apoyando sus manos sobre las de ellas alejandolas con suavidad.
Akecheta se volvió hacia Tala, su expresión suavizándose apenas.
—Tu padre ya ha arreglado nuestro matrimonio, Tala. ¿Por qué insistes en desobedecer?
Tala levantó la barbilla, desafiando la autoridad de Akecheta.—No puedo casarme contigo, Akecheta. No te amo. Amo a Tayen.
Akecheta dio un paso atrás, herido por la honestidad de sus palabras.—Lo lamentarás, Tala. Voy a contarle todo a tu padre.
Antes de que Tala pudiera detenerlo, Akecheta se giró y se fue rápidamente, murmurando algo sobre contarle al cacique. Tala y Tayen se miraron, sabiendo que se avecinaban problemas.
De repente ya no estaba en el bosque sino en la choza del cacique, era de noche y podía verse el reflejo del fuego de la fogata a través de las piel del hogar.
El cacique había convocado a Tala a su tienda.
Su expresión era severa y su voz, fría.—Me han contado que has estado viendo a Tayen —dijo, mirándola fijamente.
Tala asintió, sin intentar negar lo evidente.—Padre, yo amo a Tayen.
El hombre golpeó la mesa con el puño, interrumpiéndola.—Tayen no es para ti, Tala. Tu matrimonio con Akecheta ha sido arreglado desde tu nacimiento. Este es el destino que te he trazado.
Ella levantó la barbilla, desafiando la autoridad de su padre.—No puedo casarme con él. No lo amo.
El cacique se levantó, acercándose a ella con una mirada amenazante.—Te casarás con Akecheta. Este matrimonio es por el bien de la tribu.
—¿por qué me haces esto? —sus ojos se llenaron de lágrimas. —Tayen es increíble y es mucho mejor que Akecheta, él es el guardián de la tribu.
El cacique levantó una ceja, visiblemente sorprendido por sus palabras.—¿Cómo sabes eso? —preguntó, su voz baja pero cargada de sospecha.
Tala respiró profundamente, sus ojos fijos en los de su padre.—Él me lo confesó.
El hombre la miró durante un largo momento, sus pensamientos una tormenta detrás de sus ojos.
—No importa lo que él sea, Tala —dijo finalmente, su voz dura—. Hay acuerdos y tradiciones que debemos respetar. Si sigues con este capricho, habrá severas consecuencias.
—Padre, mi madre nunca habría querido esto. Ella quería que yo fuera feliz —dijo Tala, su voz temblando pero firme.
El cacique se detuvo, una sombra de duda cruzando su rostro al recordar a su esposa.—Tala, esto no te salvará de casarte con Akecheta —dijo, girándose lentamente para enfrentarla de nuevo.
—Si me obligas a casarme con él, seré infeliz toda mi vida —replicó, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.
Su padre la miró por un largo momento, su rostro endurecido por años de liderazgo y responsabilidad.—Eso no me importa —respondió fríamente—. Tu felicidad personal es un pequeño sacrificio por el bien de la tribu.
Tala sintió que su corazón se rompía un poco más con cada palabra de su padre.
Lo miró una última vez antes de salir de la choza con su corazón en un puño, al alzar la mirada, allí del otro lado de la fogata vio a Tayen apoyado contra un árbol observandola, ella negó mientras las lágrimas bañaban sus mejillas.
El castaño pese a cualquier castigo que pudiera ganarse, no lo dudó y trotó hacia ella tomándola entre sus brazos, en un abrazo protector. —todo está bien, Amor mío —murmuró a su oído. —sino es esta vida será en otra.
Otra vez la escena cambió, ahora Tala estaba recolectando unos frutos junto con Amhes, una pequeña niña de no más de ocho tal vez nueve años.
La niña jugaba despreocupada entre los árboles cercanos, a veces se acercaba y dejaba algunas moras en la canasta de su madre.
Una chica de la edad de Tala aparece, me recordó vagamente a Lydia. La jóven se acercó con expresión seria.
—Tala —comenzó con voz suave pero firme, —necesito hablarte de algo muy importante.
Tala dejó de recolectar frutos y miró a su amiga con curiosidad. —¿Qué sucede, Laia? Pareces preocupada
Laia respiró profundamente antes de continuar. —Es sobre Tayen. El cacique ha ordenado su ejecución esta mañana.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Tala al escuchar las palabras de Laia. Abandonó la canasta de frutos y se puso de pie, mirando a su amiga con ojos llenos de angustia. —¿Qué dices? ¡No puede ser cierto!
Laia asintió tristemente. —Lo siento, Tala. Es verdad. Los hombres ya lo han llevado al lugar de ejecución. No sé cuánto tiempo tenemos.
Ella se sintió como si el mundo se derrumbara a su alrededor. Tayen, el hombre al que amaba profundamente, estaba en peligro de muerte por orden de su propio padre. Ahmes, ajena al drama que se desarrollaba, se acercó a su madre y la abrazó instintivamente.
—Tengo que ir —dijo con determinación, aunque su voz temblaba. —No puedo permitir que esto suceda.
—¡ve! Yo me quedó con Ahmi.
Sin perder un segundo, salió corriendo hacia el lugar de la ejecución. Cuando llegó, vio a Tayen, arrodillado, con las manos atadas detrás de la espalda, rodeado de guerreros de la tribu. Entre ellos estaba Akecheta con una sonrisa de triunfo y satisfacción en el rostro, la cual se borró al ver a Tala llegar.
—¡Tala vete de aquí! —se acercó a ella e intentó detenerla.
—¡No me toques! —exclamó cuando él chico la intentó empujar fuera de ahí.
—él ya está muerto. De nada sirve que estés aquí.
—¡No! —gritó ella y corrió hacia él. Se abrió paso hacia Tayen, cuyos rizos ocultaban su rostro mientras permanecía con las manos atadas a la espalda.—Tayen —susurró, con voz quebrada por la angustia.Tayen alzó la mirada, encontrando los ojos de Tala brillando con determinación y desesperación. Ella se acercó más, ignorando las miradas inquisitivas de los guerreros que la rodeaban.—padre por favor, deten esto, él no merece morir.
El cacique permaneció impasible, mirando a su hija con dureza.—Tala, no puedes cambiar esto. Tayen ha traicionado a nuestra tribu.
Desesperada, Tala se volvió hacia los guerreros, entre ellos vislumbra al padre de Tayen, quien sostenía una flecha con una sustancia amarilla.
—Honovi —lo miré suplicante —¿Cómo puedes hacer esto? Es Tayen, tu único hijo. Aquel por cual luchaste por concebir con Mahki, ¿Acaso es así como se lo agradeces a Diosa Luna?
El padre de Tayen, con la mirada triste pero firme, respondió —Es la ley de nuestra tribu, Tala. Tayen nos ha traicionado.
Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Tala mientras el cacique le ordenaba apartarse, indicando que era el momento de la ejecución.
Tayen, con gesto de resignación pero amor por Tala, intentó consolarla.—Tala, estoy bien —murmuró, tratando de calmarla.
—No —respondió Tala con determinación, negándose a retirarse. Se arrojó sobre Tayen, cubriéndolo con su cuerpo mientras el cacique daba la orden de proceder. —No puedo permitirlo —sollozó Tala. —Si él muere, yo también.
—no lo hagas —suplicó el joven —Narah, te necesita.
Tomó el rostro del jóven entre sus manos —no quiero perderte —unió sus frentes.
—como te dije antes, sino es en esta vida, será en otra —dejó un pequeño besó en sus labios.
Sintiendo como la tomaban de atrás alejandola bruscamente de Tayen, ella gritó con todas sus fuerzas con desesperación intentando regresar con él —¡¡¡NOOO!!! ¡esperen! ¡No pueden hacerme esto!
Tayen logró romper las sogas y se levantó imponente y enojado, mostrando su verdadero rostro de guardián, su lado lobo, al líder de la tribu y a los demás.
—¡Eres un líder ciego! —rugió Tayen, sus ojos brillando con una intensidad sobrenatural. —¡No ves la verdad, solo el poder y el control!
El cacique, sorprendido pero no intimidado, ordenó: —¡Ejecuten a Tayen! —luego miró a los dos hombres que sujetaban a su hija —llévenla a la tribu y que no escape.
Tala luchó con todas sus fuerzas, pero no pudo resistirse a los guerreros que la apresaron. —¡No lo hagan! —gritó desesperada, mientras era arrastrada lejos. Tayen intentó acercarse para liberarla, pero su propio padre lo detuvo, mirándolo con tristeza y resignación.
—¡déjame, padre! —gritó Tayen, su voz quebrándose —¡tengo que salvarla!
–no puedes, hijo —respondió su padre con voz temblorosa —es la orden del cacique.
...
El cacique se alzó frente a la tribu reunida, su rostro sombrío. Los murmullos de expectación recorrieron la multitud, mientras Tala sostenía a Narah cerca, su corazón latiendo con fuerza.
—Mi gente —comenzó el cacique con voz grave. —Hoy nos encontramos ante una triste noticia. Tayen, el guardián de nuestra tribu, ha sido ejecutado por traición.
Un murmullo de shock recorrió a los presentes. Tala se quedó paralizada, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su respiración se hizo entrecortada. Ahmes, que estaba al lado de su madre, dejó caer los frutos que había recogido y rompió a llorar.
—NO... ¡NO PUEDE SER! —gritó Tala, su voz desgarrada por la desesperación. Cayó de rodillas, cubriendo su rostro con las manos mientras las lágrimas fluían sin control. —¡Tayen no puede estar muerto! ¡No puede!
Amhes, con lágrimas corriendo por sus mejillas, abrazó a su madre con fuerza. —¡Tay! —sollozó, su pequeña voz llena de dolor.Había aprendido a llamar a Tayen por su nombre en público, en ese momento de angustia hubiera querido llamarlo por lo quién era en realidad para ella, su papá.
Mahki dejó escapar un gritó desgarrador —¡No, no mi hijo! ¡NO PUEDE SER! —Honovi se acercó a su esposa pero ella lo alejó —¡era tu único hijo! ¡¿Por qué dejaste que pasara?! —Cayó al suelo, golpeando el suelo con los puños mientras lloraba amargamente.
Akecheta, observando la escena con una mezcla de satisfacción y frialdad, intentó acercarse a Tala para consolarla. —Tala, lo siento mucho...
—¡Aléjate de mí! —gritó Tala, empujándolo con fuerza. —¡Tienes la sangre de Tayen en tus manos! ¡No quiero verte nunca más!
El cacique y los otros líderes intercambiaron miradas, sabiendo que la verdad era diferente. Habían desterrado a Tayen, no lo habían matado. Pero la mentira era necesaria para mantener el control y la autoridad.
Akecheta retrocedió, sorprendido por la intensidad del rechazo de su amada. —Tala, no sabía que esto pasaría...
—¡Cállate! —exclamó Tala, sus ojos brillando con furia y dolor. —Nunca podré perdonarte. ¡Nunca!
El cacique, tratando de mantener la calma, dijo en voz alta: —La decisión se tomó para el bien de la tribu. Tayen traicionó nuestras leyes y pagó el precio.
No sólo castigó de esa manera a Tala, sino que también la obligó a casarse con Akecheta lo más rápido posible.
El día de la boda entre Tala y Akecheta, el aire estaba cargado de tensión. Tala, vestida con ropas ceremoniales, se encontraba al lado de Akecheta, su corazón pesando con tristeza.
De repente, una voz fuerte interrumpió la ceremonia: —¡Detengan esta boda!
Todos se volvieron hacia la voz, y vieron a Tayen, de pie en la entrada del claro. Su apariencia era imponente, sus ojos brillando con determinación y fuerza. Parecía un espectro, regresado de la muerte.
—¡Tayen! —gritó Tala, su voz llena de incredulidad y esperanza. Sin dudarlo, soltó las flores que sostenía en sus manos y corrió hacia él. Saltó, y Tayen la atrapó, girando con ella en sus brazos mientras sus corazones se reconectaban. Sus labios se unieron en un beso apasionado, sellando su amor frente a todos. —¿Volviste de la muerte para salvarme?
—Sí, mi amor —respondió Tayen, avanzando hacia ella. —No permitiré que te cases con alguien a quien no amas.
El cacique se levantó furioso. —¡Deténganlo! —ordenó, pero los guerreros, al ver la ferocidad en los ojos de Tayen, retrocedieron asustados.
Akecheta, con el rostro rojo de ira, avanzó hacia Tayen. —¡No permitiré que arruines esto! —gritó.
Tayen, todavía sosteniendo a Tala, se volvió hacia Akecheta —¿Crees que puedes detenerme, Akecheta? —respondió, con voz fría y peligrosa. —Sabes que no tienes el poder para hacerlo.
—¡Tayen! ¡Estás vivo! —exclamó su madre con lágrimas de felicidad.
—Sí, madre. Estoy vivo. Y he regresado para llevarme a Tala y a Ahmes conmigo—dijo, su voz firme.
En ese momento, Ahmes corrió hacia Tayen, gritando: —¡Papá! —Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, la niña lo llamó por su verdadero nombre, causando un murmullo de sorpresa entre los presentes. —¡Papá, volviste! — gritó, arrojándose a sus brazos.
La multitud observaba asombrada. Uno de los guerreros susurró: —Son idénticos... ¿cómo no lo vimos antes?
—sí, Tayen es el padre de Amhes —admitió Tala con valentía —no fue una bendición de los Dioses, como les hice creer.
El cacique, aún furioso, gritó: —¡Esto es una traición! ¡NO TENIAS DERECHO SOBRE ELLA! ¡no era tu prometida! ¡y No puedes llevártela!
Tala, con valentía, tomó la mano de su amor verdadero. —Padre, mi corazón siempre ha pertenecido a Tayen. Y hay algo más que debes saber.
El cacique frunció el ceño. —¿Qué quieres decir? ¿Hay algo más además de que tú pureza fue contaminada con la semilla de este demonio?
—Nos casamos en secreto —confesó. —Tayen es mi esposo. Nos unimos bajo la luna, con la bendición de la Diosa.
El cacique, viendo cómo se desarrollaba la escena, se llenó de furia. —¡Ejecuten a los tres! —ordenó, pero los guerreros vacilaron.
Tayen, con Amhes en un brazo y Tala de la mano, los miró desafiante. —Inténtenlo, y ninguno saldrá vivo de aquí —amenazó, mostrando su naturaleza de lobo. —Corramos,—susurró a Tala, y ella asintió.
Juntos, con Amhes en brazos, huyeron al bosque. Los gritos de furia de Akecheta y el cacique se desvanecieron a medida que se adentraban en la seguridad de los árboles.
Desperté abruptamente de mi sueño, mi corazón latiendo rápidamente con fuerza. La habitación estaba en silencio, solo se escuchaba la respiración tranquila de Scott a mi lado. Me giré para mirarlo, mi mente todavía reviviendo las emociones del sueño. Incapaz de contener las lágrimas, lloró desconsoladamente despertando a Scott.
—¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? —preguntó algo desorientado. Luego se percató de mi estado emocional —¿Cariño, que pasó? —me abrazó con ternura.
Aún sollozando, intenté explicar entre lágrimas. —Soñé... más bien, fue una regresión. Era Tala, y Tayen... estaban a punto de ejecutarlo. Fue tan real, Scott. Sentí su dolor, su miedo...
Scott la sostuvo con más fuerza, tratando de calmarla. —Shh, estoy aquí. Todo estará bien —dijo, acariciando su cabello suavemente. —No importa cuán oscuros sean los tiempos, mientras estemos juntos, encontraremos la luz.
—¿Cómo...? —fruncí el ceño confundido.
—¿Qué?
—olvídalo —le resté importancia, aunque tenía muy presente que eso mismo se lo dijo alguna vez Tayen a Tala.
Respiré hondo, aferrándome a sus palabras. Poco a poco, mi llanto disminuyó, y me sentí más tranquila en los brazos de Scott. Después de unos minutos de silencio, Me recosté en su pecho, dejando escapar un suspiro tembloroso.
—¿Estás mejor? —bajó la mirada para verme.
—sí —asentí. —creo que estoy algo sensible —admití mientras con mis dedos trazaba figuras en su pecho —debo estar cerca de mis días del mes.
—¡oh no! —exclamó fingiendo horror, le di un pequeño golpecito provocando su risa.
—¡tonto! —me uní a sus risas.
De a poco volvimos a la paz y quietud tratando de dormirnos, yo aún no encontraba el valor para cerrar mis ojos otra vez. Sentí la respiración de Scott más suave de lo normal, alcé la mirada notado que estaba completamente dormido.
—tenías razón, Tayen. No era en esa vida, era en esta —murmuré con una sonrisa. De repente Scott soltó un ronquido rompiendo todo ambiente romántico, solté una suave risa mientras cedía ante Morfeo y cerraba de a poco mis ojos. Pero la paz duró poco.
Un grito desgarrador rompió el silencio de la noche.Scott y yo nos levantamos de un salto y corrimos hacia la habitación de nuestra hija. Cuando intenté abrir la puerta, estaba trabada.
La golpeé con desesperación.—¡Melody! ¡Melody, responde! —grité, mi voz temblando de miedo.
—¡Mamá, papá, ayúdenme! —su voz trémula llegó desde el otro lado de la puerta.
Scott golpeó la puerta con el hombro, una y otra vez, sin éxito. —¡Melody, estamos aquí! —gritó, con la desesperación reflejada en sus ojos.
Un rugido gutural escapó de sus labios y, sacando fuerza de no sé dónde, el alfa rompió la puerta de un golpe final. Entramos a la habitación y vi la sombra de un hombre inclinado sobre la cama de nuestra hija, intentando someterla.
Scott rugió, sus ojos brillando con una furia lupina, y se lanzó contra el intruso. Los dos comenzaron a forcejear, y la fuerza de Scott era impresionante, pero el cazador estaba preparado.
—¡Mamá! ¡Papá! —gritó Melody, sus ojos llenos de terror.
—¡Aléjate de ella! —rugió Scott, sus garras alargándose mientras luchaba con el intruso.
—Es una lástima que esté en la lista —dijo el hombre con una sonrisa cruel mientras intentaba zafarse de él.
—¡Poco me importa la maldita lista! —gruñó.
—debería, la niña es un blanco fácil —sus ojos brillaron con malicia —y la debilidad del Alfa Verdadero.
Corrí hacia Melody aprovechando la distracción. La abracé fuerte y la alejé del peligro.
—¡Mamá! —sollozó, su cuerpecito temblando contra el mío.
—Todo está bien, cariño. Estoy aquí —le dije, aunque mi corazón latía desbocado.
Scott miró al hombre con una furia contenida. —Sabemos todo sobre esa lista. Y no dejaré que le hagas daño a mi familia.
El sonido de un disparo resonó en la habitación. Me giré justo a tiempo para ver a Scott retroceder, una mancha roja extendiéndose en su camiseta. El cazador aprovechó la confusión y huyó por la ventana.
—¡Scott! —grité, corriendo hacia él. Melody y yo nos arrodillamos a su lado.
—Estoy... bien... —dijo, aunque sus palabras eran débiles, y la sangre no dejaba de manar de su herida.
—No te duermas, por favor, no cierres los ojos —suplicó Melody, sus lágrimas cayendo sobre el rostro de su padre.
—Mel... lo siento... —murmuró Scott, tratando de mantener los ojos abiertos.
Corrí por el botiquín, mis manos temblaban mientras sacaba las tijeras para cortar la camiseta de Scott y acceder a la herida. Noté algo extraño en el borde de la bala.
—Wolfsbane... —susurré, sintiendo el pánico crecer dentro de mí. Necesitaba neutralizarlo, y rápido.
—¡Melody, quédate con papá! ¡procura que no se duerma! —le dije, corriendo hacia la cocina.
Busqué frenéticamente hasta encontrar el encendedor. Regresé a la habitación, y encendí el fuego sobre el wolfsbane. Scott gritó, pero era necesario.
—Resiste, amor, resiste —murmuré, con las lágrimas deslizándose por mis mejillas.
—Papá, por favor no te vayas —sollozó, aferrándose a su mano.
Finalmente, la toxina empezó a disiparse. Scott respiró hondo, su cuerpo relajándose un poco.
—Gracias, Cariño —susurró, su voz más firme.
—Te amo —le dije, abrazándolo con fuerza mientras Melody se acurrucaba entre nosotros.
Tomamos a Melody y la llevamos con nosotros a nuestra habitación. No dormiría sola hoy. Nos acostamos, y Melody se durmió entre los brazos de su padre.
El silencio llenó la habitación hasta que Scott lo rompió.—Hannah, ni Melody ni tú están seguras aquí en Beacon Hills —dijo en voz baja.
Me giré para mirarlo, confusa. —¿Qué quieres decir?
—Creo que deberían irse hasta que todo lo de la lista se resuelva. No quiero que estén aquí mientras haya personas cazando seres sobrenaturales.
Negué con la cabeza, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. —No me iré, Scott. Pelearé a tu lado.
El castaño suspiró, sus ojos reflejando una tristeza profunda. —Hannah, prefiero que te vayas. Necesito saber que ustedes dos están a salvo.
—No —dije firmemente, tomando su mano—. Estamos juntos en esto. No me iré a ninguna parte.
Scott apretó mi mano, pero no dejó de mirarme con esa mezcla de preocupación y amor. Sabíamos que la batalla sería dura, pero estábamos decididos a enfrentarla juntos.
—por favor, no será por mucho —suplicó, un deje de desesperación en su voz me hizo aceptar.
—sí, está bien —asentí. —nos iremos.
—hablaré con Derek en la mañana, él tiene un departamento en New York, quizás, puedas quedarte ahí.
—claro —me acerqué a él acurrucandome entre sus brazos. —prométeme que no dejaras que te maten.
—lo prometo —dejó un suave beso en mi cabeza.
....
Holi! Como están? Les está gustando? Quería preguntarles además si quieren que termine en esta temporada que sería la 4 o seguimos hasta la 6?
Por cierto, Akecheta es...
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