Capítulo ciento sesenta y nueve "Pesadilla"
Subimos al jeep después de la intensa búsqueda, sintiéndonos exhaustos física y emocionalmente. Mientras Scott encendía el motor, yo me acomodé en el asiento del copiloto, cerrando los ojos por un momento, intentando liberar algo de la tensión acumulada.
—Estoy muerta —murmuré, dejándome caer contra el respaldo del asiento, mi cuerpo se sentía pesado.
Scott lanzó una pequeña sonrisa, tratando de levantar el ánimo a pesar de la situación. —Aún no —bromeó, manteniendo los ojos en el camino mientras arrancaba el jeep.
Abrí un ojo para mirarlo, y aunque estaba agotada, no pude evitar sonreír apenas. —¿Estamos chistositos ahora? —le dije, con un toque de sarcasmo, pero con cariño.
Scott se encogió de hombros, su sonrisa suave pero cansada. —Si no podemos reír un poco, nos volveremos locos, ¿no crees?
Suspiré, sabiendo que tenía razón. —Supongo. Pero en este momento, lo único que quiero es llegar a casa, ponerme algo cómodo y dormir por una semana.
—Eso suena bien —Scott asintió, sus ojos brillando levemente con la misma idea.
Miré hacia el asiento trasero, donde Melody seguía dormida, su respiración tranquila. Al menos, por ahora, estaba a salvo. Con eso en mente, volví a cerrar los ojos, dejando que el suave rugido del motor me arrullara, sabiendo que este pequeño momento de paz no duraría mucho tiempo.
Sentí un ligero vaivén y, al abrir apenas mis ojos, me di cuenta de que estaba en los brazos de Scott. Su respiración era constante y calmada mientras caminaba hacia la casa. Me había quedado dormida en el jeep y él, sin decir una palabra, me había cargado.
—¿Scott? —murmuré, con la voz suave, algo confundida pero reconfortada por su calidez.
—Shh, todo está bien —respondió en voz baja, sin detenerse—. Solo te estoy llevando adentro, sigue durmiendo.
Apoyé mi cabeza contra su pecho, sintiéndome segura, y dejé que el agotamiento volviera a vencerme. Aunque el caos seguía rodeándonos, en ese momento, me permití olvidar por un instante todo lo que habíamos enfrentado.
En cuanto mi cuerpo tocó el mullido colchón y sentí que la cercanía de Scott se alejaba un poco, murmuré adormilada, pero con un toque de diversión:
—¿No me darás mi beso de buenas noches?
Scott se detuvo por un segundo, y pude imaginar su sonrisa a través de la penumbra. Regresó y, con suavidad, se inclinó hacia mí.
—¿Cómo podría olvidarlo? —susurró, antes de plantar un beso suave en mi frente.
Sonreí al sentir el contacto cálido, dejándome caer nuevamente en el sueño, sabiendo que él estaba allí.
—Mmm... quería mi beso en otro lugar —hice un mohín, jugando con la situación.
Soltó una pequeña risa y se inclinó un poco más, con un brillo travieso en sus ojos.
—¿Aquí, tal vez? —dijo, acercándose más, y plantó un beso suave en mis labios.
El gesto fue dulce y reconfortante, y mi corazón se sintió un poco más ligero en medio de toda la confusión que nos rodeaba.
—Perfecto —respondí, sonriendo mientras me acomodaba en la cama, sintiendo que el mundo exterior se desvanecía, al menos por un momento.
Con algo de cansancio, me quité los pantalones y la camisa, quedando en mi remera de tirantes y ropa interior. Cada movimiento se sentía lento, como si el agotamiento pesara en cada parte de mi cuerpo. Las luces suaves de la habitación apenas iluminaban el espacio, pero me brindaban esa sensación de calma que siempre encontraba en este lugar, en nuestra cama. Dejé caer la ropa al suelo sin pensar demasiado en ordenarla; no tenía fuerzas ni para eso.
Al girarme, lo vi a él, Scott, acomodándose ya en la cama. Sus movimientos eran familiares, casi como una coreografía que habíamos compartido durante años. Él se recostó, y aunque no dijo nada, su presencia me daba una paz que no podía describir con palabras. Apenas dudé cuando me acerqué más, necesitaba sentirlo cerca. Me subí suavemente sobre él, buscando ese contacto que siempre me hacía sentir segura, protegida. Sabía que, cuando estaba sobre él, envuelta en su calor, mi mente se liberaba del caos del día a día.
Mis manos se apoyaron sobre su pecho mientras acomodaba mi cabeza en su hombro, justo en el lugar donde su corazón latía rítmicamente. Ese sonido me relajaba más que cualquier otra cosa. Podía sentir la suavidad de su piel bajo mis dedos, la calidez de su cuerpo envolviéndome. Mis piernas se entrelazaron con las suyas de manera natural, como si siempre hubieran estado destinadas a encajar de esa forma.
Cerré los ojos y solté un suspiro, el tipo de suspiro que sale cuando finalmente te sientes en casa, cuando todo está en su lugar. El peso del día parecía desvanecerse en el momento en que me acurruqué más cerca de él. Amaba dormir así, encima de Scott, como si el mundo se detuviera y lo único que existiera fuera este momento entre nosotros dos. Descansaba como un bebé, sintiendo que nada podía hacerme daño mientras estuviera a su lado.
—¿Estás cómoda? —preguntó Scott, su voz baja y suave, como si temiera romper la calma que nos envolvía.
Sentí su pecho vibrar bajo mi mejilla cuando habló, ese sonido familiar que siempre me reconfortaba. Abrí los ojos apenas un segundo, lo justo para mirarlo a través de la penumbra de la habitación. Su rostro estaba relajado, pero había una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios, una mezcla de ternura y diversión.
—Más que cómoda —respondí, ajustándome un poco más sobre él, acurrucándome aún más cerca. Sentí su brazo apretarse un poco más fuerte alrededor de mi espalda, envolviéndome por completo, como si quisiera asegurarse de que yo estuviera bien.
—¿Segura? —insistió, trazando con sus dedos un suave recorrido por mi espalda. Esa pequeña caricia me provocó un escalofrío, pero no de frío, sino de esa sensación cálida que solo él lograba despertar en mí.
Sonreí contra su piel, disfrutando del contacto. Me encantaba que siempre estuviera pendiente de mí, de que estuviera cómoda, de que me sintiera protegida. Era algo que él hacía de manera tan natural, como si cuidar de mí fuera parte de lo que él era, y eso me hacía amarlo más.
—Completamente segura —le respondí en un susurro, levantando mi rostro apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos. Vi cómo su sonrisa se ampliaba un poco más, y en ese momento supe que él también estaba tranquilo.
—Luego no te quejes si mi "billetera" te molesta —bromeó, su tono ligero y juguetón.
Solté una pequeña risa, alzando la cabeza para mirarlo. A veces, sus bromas eran justo lo que necesitaba para aliviar cualquier tensión del día. Pero, por supuesto, eso me hizo sonreír aún más porque sabía que estaba hablando de su famosa "billetera", una de sus formas de referirse a su... eh, parte masculina.
—No es mi culpa que no tengas el total control, tú sabes —le respondí, elevando una ceja y dándole un empujoncito juguetón en el pecho. La risa vibraba en su cuerpo, un eco que me hacía sentir aún más cerca de él.
—Si, de hecho, sí lo es. La "billetera" cobra vida por ti —afirmó él, dándole un toque de dramatismo a sus palabras, como si estuviera revelando un secreto de estado.
Negué con la cabeza, riendo mientras me acomodaba un poco más. —¡Eso es completamente injusto! No puedes culparme por algo que se activa solo.
Su risa se mezcló con la mía, llenando la habitación de un ambiente cálido y despreocupado. Me encantaba cómo siempre podíamos encontrar un momento para reírnos, incluso en los días más difíciles. Esa conexión, esa chispa de complicidad, era algo que valoraba profundamente.
—Supongo que es un desafío constante —dijo Scott, todavía sonriendo—. Pero yo estoy dispuesto a aceptar ese reto.
—Bueno, a veces me gustaría que tu billetera estuviera un poco más en control —le dije, guiñándole un ojo.
Él se inclinó un poco hacia mí, una mirada traviesa en sus ojos. —No prometo nada, pero haré lo mejor que pueda.
—Te amo —murmuré, apenas un susurro que escapó de mis labios antes de darme cuenta. No esperaba una respuesta, no la necesitaba. Scott sabía lo que significaba para mí, lo que él era en mi vida, y eso era todo lo que importaba.
Sentí su brazo rodearme, envolviéndome con esa protección que solo él podía darme, y en ese instante, no me importaba nada más. Estaba donde tenía que estar, en sus brazos, y eso era suficiente para cerrar los ojos y dejarme llevar por el sueño.
De repente, sentí que Scott se movía debajo de mí, su cuerpo tensándose de manera brusca. Al principio, pensé que solo estaba ajustándose para dormir mejor, pero luego lo escuché murmurar mi nombre. Era un susurro angustiado, diferente a como solía decirlo, y algo dentro de mí se activó al instante. Abrí los ojos, el cansancio desapareciendo de golpe mientras mi corazón comenzaba a acelerarse.
Me incorporé un poco, apoyando mis manos en su pecho. Lo vi moverse inquieto, su respiración agitada, como si estuviera atrapado en una pesadilla. Su rostro estaba fruncido, las cejas tensas en una expresión de dolor y miedo. Mi preocupación creció al verlo así, luchando con algo en su mente que yo no podía ver.
—Scott... —susurré suavemente, colocando una mano en su mejilla con la esperanza de calmarlo—. Scott, despierta.
Lo sacudí suavemente, intentando no alarmarlo, pero él seguía sumido en su sueño, murmurando algo que no pude entender al principio. Se agitó más, sus manos apretándose en las sábanas, y mi pecho se apretó con el miedo de no saber qué estaba sucediendo en su mente.
—Scott, amor, despierta —insistí con un poco más de urgencia, pero nada. Parecía atrapado en ese mal sueño, y mi ansiedad crecía. No me gustaba verlo así, sufriendo en silencio, sin poder ayudarlo.
De repente, escuché algo claro entre sus murmullos, y mi cuerpo se quedó helado. "No puedo perderte... Hannah, no puedo perderte..." Sus palabras eran un lamento profundo, cargado de desesperación, y mi corazón se rompió en mil pedazos al escucharlo.
Me quedé quieta por un segundo, tratando de procesar lo que había dicho. ¿Perderme? ¿A mí? Sentí una presión en el pecho, como si el miedo que él estaba sintiendo en su sueño se hubiera trasladado a mí. ¿Qué estaba viendo que lo tenía tan aterrado? No podía soportar la idea de que estuviera reviviendo algo horrible, de que, en su mente, me estuviera perdiendo de alguna manera.
—Scott... por favor, despierta —le rogué, esta vez sacudiéndolo con un poco más de fuerza, mi voz temblando.
Vi cómo sus ojos finalmente se abrían, desorientados y llenos de confusión. Tardó un momento en darse cuenta de dónde estaba, y en cuanto sus ojos encontraron los míos, vi el alivio pasar por su rostro como una ola. Su respiración estaba aún acelerada, pero poco a poco se fue calmando, mientras yo lo miraba con una mezcla de preocupación y amor.
—Estoy aquí —le susurré, acariciando su mejilla con suavidad—. No me voy a ningún lado.
Scott me miró, todavía con el rastro de la pesadilla en sus ojos, y luego me atrajo hacia él con un abrazo desesperado, como si necesitara asegurarse de que realmente estaba allí, de que no era un sueño. Puse mi cabeza en su cuello y sentí cómo su respiración comenzaba a normalizarse mientras me sostenía con fuerza.
—No puedo perderte... —repitió, su voz ronca por la angustia. Su abrazo me lo decía todo: en su sueño, había experimentado lo peor, y el miedo seguía latente en su interior.
—No me vas a perder —le aseguré, envolviendo mis brazos a su alrededor con la misma intensidad—. Estoy aquí, Scott. No voy a irme.
Permanecimos así en silencio durante varios minutos, nuestros cuerpos entrelazados, mientras el peso de la pesadilla comenzaba a desvanecerse. Sabía que lo que había soñado lo había afectado profundamente, y aunque no me lo dijera en ese momento, podía sentir su miedo, tan palpable como el mío al verlo sufrir de esa manera.
Finalmente, cuando su respiración se estabilizó del todo, me separé apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos. —¿Quieres hablar de lo que soñaste?
Él negó con la cabeza, todavía recuperándose, pero vi en su mirada algo que no necesitaba ser dicho en palabras: el miedo a perderme seguía allí, a pesar de que yo estaba a su lado. Así que me quedé cerca, asegurándome de que me sintiera, de que supiera que no tenía que temer.
—No me voy a ninguna parte —le repetí suavemente, y vi cómo sus ojos se suavizaban un poco más.
Nos acomodamos de nuevo en la cama, esta vez con Scott sosteniéndome más cerca de lo habitual, como si necesitara ese contacto constante para asegurarse de que yo realmente estaba allí. Me acurruqué contra su pecho, sintiendo cómo sus latidos volvían a un ritmo normal, y aunque mis propios pensamientos seguían dando vueltas, sabía que lo único que importaba en ese momento era que estábamos juntos, y eso era lo que lo mantendría a salvo de sus pesadillas.
Scott comenzó a moverse más de lo habitual bajo las sábanas, pero lo que realmente me alarmó fue el grito ahogado que salió de su garganta. Me levanté de golpe, la preocupación disparándose en mi pecho. Su rostro estaba contorsionado por el miedo, sus manos apretaban las sábanas, y su respiración era irregular, rápida, como si estuviera atrapado en algún tipo de pesadilla que no podía escapar.
—Scott... —lo llamé, tocando su brazo con cuidado, esperando despertarlo suavemente—. Amor, despierta, solo es un sueño.
Nada funcionaba. A cada segundo parecía sumergirse más en esa pesadilla. Me desesperé, no sabía qué más hacer. Lo sacudí con un poco más de fuerza, mi corazón acelerado, pero no lograba sacarlo de esa horrible visión que lo tenía atrapado. De repente, gritó de nuevo, esta vez más fuerte, y mi propio cuerpo se tensó ante el sonido desgarrador.
—¡Scott! —lo llamé, la angustia en mi voz evidente.
Fue entonces cuando escuché unos pequeños pasos apresurados acercándose por el pasillo. Antes de poder reaccionar, Melody apareció en la puerta de la habitación, su expresión confundida y asustada. Mi estómago se hundió al verla. No quería que presenciara esto, que viera a su papá así, pero no había forma de evitarlo.
—¿Qué le pasa a papi? —preguntó con voz temblorosa, sus grandes ojos llenos de preocupación.
Tomé aire, intentando sonar calmada, aunque por dentro estaba igual de asustada que ella. —Está teniendo una pesadilla, cariño —le expliqué, deseando que esas palabras fueran suficientes para tranquilizarla, pero incluso yo sentía que no tenía el control de la situación.
Melody frunció el ceño, dudando, pero luego se acercó a la cama con pasos decididos. Sin pensarlo dos veces, se subió junto a nosotros y se acomodó al lado de su padre, mirándolo con una mezcla de sorpresa y tristeza. Entonces, notó algo que a mí se me había escapado: una lágrima resbalando por la mejilla de Scott.
—Está llorando —dijo Melody, sorprendida. Su pequeña mano se estiró para tocar el rostro de su papá con cuidado, como si no pudiera creer lo que veía—. No sabía que los papás lloraban.
Mi pecho se apretó aún más al escucharla. Sabía que para Melody, Scott siempre había sido esa figura fuerte, invulnerable. Verlo en este estado seguramente la estaba afectando, y no tenía las palabras para explicarle lo que él estaba viviendo en su mente.
—Los papás también tienen pesadillas a veces, igual que tú, mi amor —le dije suavemente, acariciando su cabello para reconfortarla, aunque sentía que era más para calmarme a mí misma.
Melody asintió lentamente, procesando lo que le decía, pero no apartaba la vista de Scott. Me sentí impotente, como si no hubiera nada que pudiera hacer para aliviar el sufrimiento de ambos.
Entonces, Melody hizo algo que me tomó por sorpresa. Se acercó aún más a Scott y, con su pequeña voz llena de ternura, susurró:
—Papi, estoy aquí. No te preocupes, mami y yo estamos aquí.
Scott se agitó menos, como si en lo profundo de su pesadilla pudiera sentir la presencia de Melody y sus palabras. Mi corazón se detuvo por un segundo, esperando alguna reacción, y luego su respiración comenzó a calmarse, aunque aún no despertaba del todo.
Acaricié su brazo, sintiéndolo relajarse poco a poco bajo mi mano. Melody se acurrucó junto a él, y con la otra mano tomó la mía, entrelazando nuestros dedos como si fuera un ancla para ambos. No sabía si esto era suficiente, si Scott estaba realmente saliendo de su pesadilla, pero en ese momento sentí que, aunque pequeña, Melody estaba ayudándonos a ambos a mantenernos fuertes.
—Está bien, papi. Nosotras te cuidamos —añadió Melody en un susurro, sus ojitos llenos de amor y preocupación.
Ver a nuestra hija tan decidida, a pesar de su corta edad, me llenó de una sensación indescriptible. Aunque las lágrimas aún amenazaban con salir de mis ojos, me obligué a mantenerme serena para ella, para los dos.
Finalmente, Scott dejó escapar un suspiro profundo, su cuerpo relajándose por completo. Aunque seguía dormido, la tensión en su rostro había desaparecido, y su respiración volvía a ser tranquila. Melody, aún preocupada, se quedó allí, su pequeño cuerpo pegado al suyo, protegiéndolo con su inocencia y su amor puro.
—Lo hiciste muy bien, mi amor —le susurré a Melody, apretando su mano con suavidad.
Ella asintió, aunque aún no del todo convencida. Me di cuenta de que, aunque era solo una niña, entendía más de lo que yo imaginaba.
Scott comenzó a moverse nuevamente, pero esta vez con menos agitación. Poco a poco, sus ojos se entreabrieron, parpadeando mientras su mirada buscaba algo a su alrededor, aún desorientado por el sueño. De repente, sus ojos se encontraron con los míos y, en un instante, el alivio llenó su rostro. Antes de que pudiera decir una palabra, se incorporó rápidamente y me envolvió en un abrazo tan fuerte que casi me cortó la respiración.
Pude sentir el temblor en sus manos mientras me sostenía, como si estuviera asegurándose de que yo realmente estaba allí, de que no era una ilusión de su pesadilla. Me quedé quieta en sus brazos, sintiendo su corazón latir con fuerza contra mi pecho. El calor de su abrazo, aunque cargado de angustia, me reconfortó, porque sabía lo mucho que necesitaba en ese momento sentir que todo estaba bien.
—Estás aquí —murmuró Scott, su voz quebrada y llena de alivio, como si estuviera repitiéndolo para convencerse a sí mismo. Su rostro estaba escondido en mi cuello, y pude sentir su respiración agitada mientras trataba de recuperarse de lo que había experimentado en su sueño.
Le devolví el abrazo con la misma intensidad, apoyando una mano en su nuca y la otra en su espalda, acariciando su piel en un intento de tranquilizarlo. Mi propia angustia se desvaneció al sentir que él, al menos físicamente, estaba bien.
—Estoy aquí, Scott —le aseguré en un susurro—. Todo está bien.
Sentí cómo sus brazos se apretaban un poco más alrededor de mí, y me quedé así, sin apartarme, dejando que él tomara todo el tiempo que necesitaba para calmarse. Mi corazón seguía latiendo rápido, pero esta vez por la preocupación de lo que había soñado. Sabía que lo que había visto en su mente lo había afectado profundamente.
Un movimiento suave a nuestro lado me recordó que no estábamos solos. Melody seguía allí, acurrucada cerca de nosotros, observando a su papá con esos grandes ojos llenos de preocupación. Me aparté lo justo para que Scott pudiera verla, sabiendo que, aunque necesitaba mi consuelo, también lo necesitaba a ella.
—Papi —dijo Melody en un tono suave, pero cargado de amor—. ¿Estás mejor?
Scott levantó la vista hacia su hija, y al verla, sus ojos se suavizaron por completo. La atrajo hacia él, envolviéndola en el mismo abrazo en el que me tenía a mí. La ternura en ese momento era palpable, como si el simple hecho de tenernos a las dos le diera la paz que tanto necesitaba.
—Estoy mejor ahora, pequeña —respondió Scott, su voz más tranquila pero aún con un matiz de emoción—. Gracias por cuidar de mí.
Melody sonrió, asintiendo mientras se acurrucaba en su pecho. Verla así, reconfortando a Scott de una manera tan inocente pero poderosa, me hizo sentir una mezcla de orgullo y gratitud. Ella, sin saberlo, había sido la clave para sacarlo de ese lugar oscuro donde su mente lo había llevado.
Nos quedamos los tres en silencio, en ese abrazo compartido, dejando que el momento se llenara solo con la presencia de nuestro amor y apoyo mutuo. Sabía que Scott necesitaría hablar eventualmente de lo que había soñado, pero por ahora, lo único que importaba era que estábamos juntos, y eso parecía ser suficiente para calmar sus miedos.
Melody, agotada por la emoción y el miedo de ver a su papá tan afectado, no tardó mucho en caer dormida. Sus respiraciones suaves y rítmicas llenaron la habitación, y yo la observé por un momento, agradecida de que finalmente pudiera descansar.
Sin embargo, mi atención se dirigió de nuevo a Scott. A pesar de que estaba más calmado, aún podía ver la tensión en sus hombros y la sombra de angustia que quedaba en sus ojos. Sabía que había sido una pesadilla terrible, y aunque no quería presionarlo, necesitaba saber qué había visto. Necesitaba entender qué lo había afectado tanto.
Me acerqué un poco más, apoyando una mano en su brazo. Sentí el calor de su piel y la ligera rigidez de sus músculos todavía tensos por el sueño. Supe en ese momento que lo mejor era preguntarle directamente, aunque le doliera recordar.
—¿Quieres contarme lo que soñaste? —le pregunté suavemente, intentando no sonar invasiva, pero mostrando que estaba allí para escucharlo si él lo necesitaba.
Scott suspiró profundamente y me miró, sus ojos oscuros reflejaban una mezcla de dolor y preocupación. Por un momento, parecía dudar, como si las palabras no pudieran salir de su boca. Finalmente, tras unos segundos de silencio, se pasó una mano por el cabello, un gesto que hacía cuando estaba nervioso o incómodo.
—Soñé... soñé que los cazadores te hacían daño —admitió en un susurro, casi como si al decirlo en voz alta le diera más peso a lo que había ocurrido en su mente.
Sentí un nudo en el estómago al escuchar esas palabras, mi mente inmediatamente imaginando lo peor. Sabía que Scott había lidiado con cazadores toda su vida, que siempre estaba alerta, pero nunca imaginé que pudiera tener pesadillas tan vívidas, donde su mayor miedo se volvía realidad: perderme.
—Te atraparon y... no podía llegar a tiempo —continuó, su voz quebrándose un poco—. Intenté correr, intenté salvarte, pero... no pude. No pude hacer nada, Hannah.
Lo vi cerrar los ojos con fuerza, como si revivir esos momentos fuera casi tan doloroso como la propia pesadilla. Mis manos, instintivamente, se deslizaron hacia las suyas, entrelazando nuestros dedos con fuerza, intentando ofrecerle un ancla a la realidad, a nosotros.
—Scott, estoy aquí —le recordé, apretando suavemente su mano—. Estoy bien. Los cazadores no pueden lastimarme. No ahora, no mientras estemos juntos.
Sus ojos se abrieron, y me miró con una mezcla de vulnerabilidad y amor. Pude ver cuánto lo afectaba la idea de perderme, lo profundo que ese miedo lo carcomía. Para él, no poder proteger a las personas que amaba era lo peor que podía imaginar, y ahora entendía por qué esa pesadilla lo había destrozado tanto.
—Sé que es solo un sueño, pero se sintió tan real... —dijo con un suspiro cansado—. No sé qué haría si algo te pasara.
Me acerqué más, tomando su rostro entre mis manos y obligándolo a mirarme, a ver que estaba bien, que estaba segura. Mis ojos se encontraron con los suyos, y le sonreí suavemente, intentando aliviar al menos una pequeña parte de su angustia.
—No va a pasarme nada, Scott. Somos fuertes juntos, ¿recuerdas? No voy a dejar que nada nos separe.
Él asintió, aunque sabía que ese miedo probablemente seguiría en su mente, oculto en algún rincón, listo para aparecer de nuevo. Pero en este momento, al menos, estábamos juntos, y eso era lo único que importaba.
Nos quedamos así, abrazados, mientras la noche continuaba avanzando lentamente, dejando atrás el eco de su pesadilla.
—Intenta dormir un poco, ¿sí? —le dije en un susurro, acariciando su mejilla con suavidad mientras lo miraba con ternura. Scott seguía tenso, sus ojos reflejaban el temor de volver a caer en el abismo de su pesadilla.
—No puedo, Han —admitió con la voz cargada de preocupación—. Temo cerrar los ojos y volver a verlo, volver a perderte.
El dolor en su voz me rompió el corazón. Sabía que, aunque tratara de calmarlo, las imágenes seguían persiguiéndolo, haciéndolo sentir vulnerable, algo que rara vez le sucedía.
Me incliné hacia él, acercándome hasta que nuestras frentes casi se tocaron. —Piensa en cosas lindas —le sugerí con una sonrisa suave, intentando guiar su mente lejos de ese oscuro lugar. Acaricié su cabello y, sin pensarlo mucho más, lo besé tiernamente, esperando que ese gesto lo ayudara a encontrar algo de paz, aunque fuera por un momento.
Sentí que sus labios se relajaron bajo los míos, como si el contacto le ofreciera un respiro de todo lo que cargaba. Me quedé así por unos segundos más, queriendo que se sintiera amado y seguro, que supiera que yo siempre estaría allí para él, incluso en sus momentos más oscuros.
Cuando me separé un poco, lo miré a los ojos y añadí en un tono suave pero firme: —Piensa en nosotros. En Melody, en todo lo que hemos construido juntos.
Scott me miró durante un largo rato, como si estuviera procesando mis palabras. Finalmente, asintió ligeramente, aunque la duda todavía permanecía en sus ojos. Sabía que no sería fácil, pero al menos estaba dispuesto a intentarlo. Volvió a recostarse lentamente, aún sosteniéndome la mano, como si mi presencia física fuera lo único que lo anclara a la realidad.
—Voy a intentarlo —murmuró, cerrando los ojos de forma vacilante, pero sin soltar mi mano. Yo me acomodé a su lado, acurrucándome contra su pecho, ofreciéndole la seguridad de que estaba ahí, que no tenía que enfrentar esos miedos solo.
Acaricié su brazo suavemente, dibujando pequeños círculos sobre su piel, y poco a poco sentí cómo su respiración comenzaba a estabilizarse. Scott seguía inquieto, pero al menos ahora estaba más relajado. Sabía que sería una noche larga para los dos, pero mientras estuviéramos juntos, todo estaría bien.
...
Al día siguiente, Lydia, Malia, Melody y yo nos dirigimos a la morgue del hospital. Teníamos un solo objetivo: obtener respuestas del cuerpo de Harwin, el hellhound. El aire estaba denso con la sensación de lo desconocido, pero sabíamos que no podíamos evitar lo que venía. Melody, ajena al peso de la situación, jugaba tranquilamente con su muñeca mientras caminaba junto a nosotras.
Al entrar, el frío de la morgue nos recibió como una bofetada. Fuimos directo a la puerta del frigorífico que contenía el cuerpo de Harwin. Malia y yo nos encargamos de sacarlo, abriendo la bolsa negra con cuidado hasta que su rostro quedó expuesto ante nosotras.
—Bueno, aquí sigue, muerto —comentó Malia, cruzándose de brazos con una mezcla de escepticismo e incomodidad. —¿Qué se supone que hagamos ahora?
—Descubrir cómo me llevó a encontrar otro cuerpo sin rostro, a pesar de estar técnicamente muerto —explicó Lydia, su mirada fija en el cadáver, llena de determinación y un toque de desconcierto.
—Técnicamente —repitió la castaña, arqueando una ceja.
—No me habría guiado allí si estuviera completamente muerto —añadió, más para sí misma que para nosotras.
—No creo que debamos quedarnos aquí esperando a que vuelva a la vida —comenté, lanzando una mirada rápida hacia Melody. Estaba ocupada con su muñeca, aparentemente inmersa en su propio mundo, pero yo no podía dejar de sentir un nudo en el estómago al pensar en lo que estábamos enfrentando.
—No tenemos que esperar si descubrimos cómo pudo contactarme —dijo la pelifresa, su tono lleno de confianza, aunque con un toque de incertidumbre.
—¿Y cómo hacemos eso? —pregunté, sin poder evitar la sensación de que esto era más complicado de lo que parecía.
Lydia bajó la mirada al cadáver de nuevo, su rostro serio y determinado. —Voy a preguntarle.
La idea nos dejó a todas en silencio por un momento. ¿Cómo podría Lydia comunicarse con alguien que ya no estaba vivo?
Lydia alcanzó otra camilla de metal y la empujó hasta que quedó pegada a la del cadáver. Luego se acostó encima, posicionándose cabeza a cabeza con el cuerpo de Harwin. Cerró los ojos, tratando de concentrarse, mientras el frío de la morgue nos rodeaba en un silencio tenso.
—¿Ya sientes algo? —murmuró Malia tras un rato de silencio.
Soltó un suspiro profundo antes de responder con cierto fastidio.—¿A diferencia de hace tres minutos que preguntaste? No.
Se sentó en la camilla y suspiró, frustrada.
—No funciona —declaró finalmente, bajándose de la camilla con un gesto de derrota.
La coyote, sin rendirse, hizo una propuesta. —Tal vez deberías tocarlo, como lo hace Han. —Me miraron a mí.
—Eso es ridículo, no creo que funcione. —Antes de que pudiera protestar más, tomó mi mano y la de Lydia, y las puso sobre el cuerpo inerte de Harwin.
—¿Algo? —preguntó, expectante.
Lydia y yo nos miramos brevemente antes de que yo hablara. —Nada.
Malia, sin perder el ímpetu, abrió la bolsa del cadáver y empujó nuestras manos sobre el pecho desnudo del hellhound.
—¿Qué tal ahora? —insistió.
—Mal. Estoy comprometida con otro hombre, no puedes... —Comencé a reír por lo absurdo de la situación, pero me detuve al ver la expresión seria de ella. —Ay, olvídalo.
—No —La pelifresa negó mientras ambas sacábamos nuestras manos. —¡Ya basta! —la miró, molesta.
Con algo de desagrado, Malia giró la cabeza de Harwin hacia un lado, frunciendo el ceño ante el contacto. —¿Y si lo intento yo?
—Dañarías su cerebro —dije, observando la manera en que movía la cabeza del hellhound. La banshee asintió en señal de acuerdo.
—Probablemente mucho más que la misma bala —añadió, observando cómo Malia lo volvió a acomodar con un poco de torpeza.
—¿Cómo funcionó la vez pasada? —preguntó, alejándose un poco del cadáver.
—La vez pasada yo estaba inconsciente —respondió Lydia, girándose hacia ella con una expresión de duda.
—Inconsciente —repitió Malia, reflexionando. Entonces, vio un martillo en una de las pequeñas mesas con utensilios y lo observó con cierto interés. —Bueno, podemos hacer eso.
Mis ojos se abrieron de par en par. —¡Ni lo pienses! —protesté, antes de recordar algo más urgente. Miré alrededor y noté que Melody ya no estaba a la vista. —¿Melly?
Escuché una risita suave en algún lugar cercano. Me dirigí hacia el sonido, caminando entre las sombras de la morgue.
La risita de Melody me llevó a una esquina de la morgue, donde la vi agachada detrás de una estantería de suministros médicos, jugando con su muñeca.
—Melly, cariño, ven aquí —le dije suavemente, aliviada de que estuviera bien. Me acerqué y la tomé en mis brazos, acariciándole el cabello.
—¿Por qué se ríen, mami? —preguntó con su típica curiosidad infantil mientras jugueteaba con mi collar.
—Solo es Malia haciendo tonterías —respondí, lanzándole una mirada a la coyote, quien ahora examinaba el martillo como si fuera una herramienta útil en su plan de "dejemos inconsciente a Lydia".
—Tonterías —repitió Melody, sonriendo levemente. Era un alivio verla tan despreocupada a pesar de todo lo que estaba sucediendo.
Llevé a Melody de regreso al grupo, justo a tiempo para ver a Malia acercarse más a Lydia con el martillo.
Bajé a Melody y ella se quedó cerca pero entretenida con su muñeca.
Ella golpeó el pequeño martillo contra la camilla de metal con un sonido agudo que resonó en la habitación.
—¿Ves? Sería rápido —dijo alegre, como si hubiera encontrado la solución perfecta.
Lydia la miró con desdén. —No —negó con firmeza—. Así no.
—¿No quieres que te noqueen? —inquirió Malia, sin perder su entusiasmo.
—Quiero que me dejes inconsciente, de preferencia sin dolor —corrigió la pelifresa, con un tono que denotaba su creciente frustración.
La coyote frunció el ceño y miró hacia mí. —Han, ¿tienes alguna idea?
Me crucé de brazos, pensando. No había una solución fácil, pero luego una idea me golpeó de repente. —Espera un segundo... —dije—. ¿Y si la hipnotizamos?
Lydia levantó la cabeza, su mirada iluminándose con la posibilidad. —Sí... eso podría funcionar —dijo con un tono reflexivo—. Aunque, tengo otra idea. Escuchen, una de ustedes va a presionar mi pecho con fuerza, lo suficiente como para cortar el flujo de sangre y oxígeno al cerebro. Mi presión bajará y quedaré inconsciente.
—Eso no suena para nada seguro —dije, mirandola como si hubiera perdido la cabeza.
—No lo es —afirmó con una seriedad que me dejó helada—. Pero es nuestra mejor opción.
Malia miró a Lydia, luego a mí, como si estuviera evaluando el plan. —¿Estás segura de esto? —preguntó, aunque ya parecía lista para actuar.
—No —murmuró Lydia—. Pero adelante.
Con un suspiro, Malia se acercó lentamente a Lydia. Colocó sus manos en el pecho de nuestra amiga, justo como ella había indicado, y empezó a aplicar presión. Podía ver el nerviosismo en el rostro de Malia, pero también la determinación.Con cada segundo, su cuerpo se relajaba más y más, hasta que finalmente, sus ojos se cerraron y su cuerpo se desplomó suavemente sobre el suelo.
El silencio que siguió fue pesado. Malia retiró sus manos rápidamente, retrocediendo un poco.
—No me siento bien con esto... —dijo en voz baja, mirando a Lydia inmóvil.
—Yo tampoco —admití, acercándome para verificar su pulso. Estaba débil, pero constante.
Ahora solo quedaba esperar y ver si este arriesgado plan funcionaba. Miré a Melody, quien observaba desde la distancia con su muñeca apretada en sus brazos, y me prometí a mí misma que todo esto tendría sentido al final.
—¿Tía Mal, por qué le hiciste eso? —preguntó Melody con una vocecita temblorosa, mientras las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos.
Malia se giró hacia ella con una expresión preocupada, notando la angustia de la pequeña. Se acercó suavemente, arrodillándose para estar a su altura. —Ella me lo pidió, cariño —explicó con una voz suave—. A veces los adultos hacemos cosas difíciles para ayudar a los demás, incluso si parecen un poco raras o asustan.
Melody frunció el ceño, claramente confundida. —Pero... ¿por qué tiene que estar dormida para ayudar?
La miré, acercándome para acariciar su cabello. —Es complicado, amor. A veces, para descubrir cosas importantes, como qué pasó con Harwin —señalé con la cabeza hacia el cuerpo—, necesitamos hacer cosas difíciles. Pero prometo que tu tía Lydia estará bien.
Melody asintió lentamente, aunque no parecía completamente convencida. —¿De verdad?
—De verdad —dije, sonriendo mientras le daba un beso en la frente.
Malia se levantó y me lanzó una mirada que denotaba preocupación, pero también determinación. Ahora solo nos quedaba esperar a que el plan de Lydia funcionara.
—Quiero ir con papi —dijo Melody, su voz temblando ligeramente mientras su mirada se dirigía hacia la puerta, como si esperara que Scott apareciera en cualquier momento.
—Pronto iremos con él, cariño —le respondí, intentando infundirle algo de calma. Sabía que estar en la morgue no era el lugar más reconfortante, especialmente para una niña como ella.
—Pero yo quiero ir ahora, no me quiero quedar aquí —admitió, su pequeño rostro arrugándose en una mueca de frustración y temor.
Malia se agachó a su lado, intentando ofrecerle consuelo. —Entiendo que no quieras estar aquí, Mel. Pero recuerda que tu papi y todos nosotros estamos trabajando para asegurarnos de que todo esté bien. Además, Lydia necesita un poco de tiempo para hacer su magia —dijo, haciendo un gesto hacia Lydia, quien yacía inconsciente en la camilla.
Melody frunció el ceño, claramente indecisa. —¿Y si algo malo le pasa a tía Lydia? ¿Y si no se despierta?
Sentí un nudo en mi estómago ante su pregunta, recordando que ese mismo temor había cruzado mi mente. Me agaché junto a ella y la abracé con ternura. —Tu tía Lydia es muy fuerte, y sabe lo que hace. Siempre se recupera. Ella te quiere mucho y quiere que estés a salvo.
—¿De verdad? —preguntó Melody, mirándome con esos ojos grandes y llenos de dudas.
—De verdad —afirmé con firmeza—. Y sabes qué, tu papi estará bien también. Vamos a encontrar respuestas juntos, ¿sí?
Melody asintió, aunque aún parecía insegura. Malia le sonrió, intentando distraerla. —¿Qué tal si pensamos en algo divertido para hacer cuando salgamos de aquí? Tal vez podamos ir a la heladería o hacer una fiesta de pijamas.
A medida que la conversación se desplazaba hacia algo más ligero, pude ver que la tensión en el rostro de Melody comenzaba a desvanecerse. —¿Helado? —preguntó, sus ojos brillando un poco.
—¡Exacto! —dijo Malia, asintiendo con entusiasmo—. Solo necesitamos un poco de paciencia y pronto estaremos disfrutando de los mejores sabores.
—Está bien —respondió Melody, su voz un poco más alegre—. Pero quiero chocolate con chispas.
—Ese es un gran sabor, pequeña —sonreí, sintiendo que un pequeño rayo de luz había penetrado en el ambiente pesado de la morgue.
De repente, Lydia despertó, parpadeando rápidamente mientras su mirada se enfocaba en nosotras. —No está muerto —dijo con la voz estrangulada, como si cada palabra le costara esfuerzo. Se incorporó lentamente, apoyándose en la camilla, su rostro pálido pero decidido—. Harwin no está muerto y sé cómo salvarlo.
Malia y yo intercambiamos miradas de incredulidad. —¿Cómo es eso posible? —pregunté, sintiendo que la esperanza comenzaba a abrirse paso entre la confusión.
—Lo sentí —respondió Lydia, respirando con dificultad mientras se pasaba una mano por el cabello desordenado.
—No puedo creer que estemos haciendo esto —murmuré mientras me miraba y a las chicas, vestidas con uniformes de doctor, llevando la camilla de Harwin hacia la habitación donde estaba el tomógrafo.
—Mírale el lado positivo, le echaste un ojo al futuro, así te verás en unos años cuando te recibas —comentó Malia, tratando de aligerar la tensión en el aire.
—Si es que... podemos salir de esto —respondí, mi voz temblando un poco mientras la ansiedad se apoderaba de mí.
—Lo haremos. Es lo que hemos estado haciendo; enfrentamos el problema y ganamos —respondió con firmeza Malia, dándome un pequeño empujón hacia adelante.
—Mami, ¿yo también puedo ser doctora? —preguntó Melody, sus ojos brillando con curiosidad e inocencia.
—¡Claro que sí! —asentí, sonriendo a su entusiasmo. La idea de que ella pudiera seguir un camino similar al mío me llenaba de orgullo y esperanza.
Lydia, que estaba concentrada en el procedimiento, nos miró. —Esto tiene que funcionar. Debemos mantenernos concentradas. —Empujaron la camilla dentro de la habitación, el sonido de las ruedas resonando en el pasillo desolado.
La habitación estaba en penumbra, salvo por un halo de luz que entraba por alguna de las ventanas, creando sombras que danzaban en las paredes. La atmósfera era tensa, llena de incertidumbre y determinación.
—Paso uno: completo —dijo Lydia, revisando el equipo con una mirada de concentración.
—¿Cómo encenderemos esta cosa? —preguntó Malia, sus ojos fijos en la pantalla del tomógrafo.
Ella sacó su celular y nos mostró la pantalla. —Con el manual —respondió, una chispa de humor en su voz que alivió un poco la tensión.
Acomodamos a Harwin en el tomógrafo, y luego nos dirigimos a la pequeña habitación de control y seguridad desde donde se manejaba la máquina. Lydia presionó algunos botones, y la máquina comenzó a zumbir, llenando el aire con un sonido mecánico.
—Miren —dijo, señalando la pantalla donde aparecieron imágenes del cerebro de Harwin—. Las distorsiones en la imagen dicen que la bala ferromagnética reaccionará con la resonancia. Ahora aumentaremos el poder del imán y la máquina sacará la bala de ahí. —Nos miró a las dos—. ¿Listas? Podría ser sangriento.
—Melly, no mires, ¿sí? —le dije a mi hija, que se había asomado curiosa.
Ella asintió, pero su expresión seguía inquieta.
—Hemos visto cosas peores —respondió Malia con un tono de desafío. —Hazlo.
Antes de iniciar, volvió a mirar las imágenes en la pantalla, su expresión se tornó seria. —No podemos.
—¿De qué hablas? —pregunté, sintiendo que la ansiedad se apoderaba de mí.
—La bala, no es solo acero —dijo, ampliando una de las imágenes en la pantalla—. ¿Ves los fragmentos? —señaló—. Son de plata. La bala estaba cubierta de plata. La plata no reaccionará al imán. Si sacamos la bala, empezará a sanar.
—Sanar es bueno —afirmó Malia, aunque su tono se tornó dubitativo.
—Pero un sabueso infernal se calienta —comenté, sintiendo que la preocupación se apoderaba de mí.
—Cuando lo haga, la plata se va a derretir y se va a meter a su cerebro —continuó Lydia, su voz grave y seria.
—¿Qué hay con un poco de plata? —inquirió la coyote, pero su mirada se oscureció al darse cuenta de lo que eso significaba.
—Argiria, envenenamiento por plata —le expliqué, el miedo punzando en mi pecho. —Y no tenemos cómo sacarla.
—Si sacamos la bala, entonces se morirá otra vez —entendió, sus ojos ampliándose al comprender la gravedad de la situación.
—Permanentemente —asintió Lydia, su expresión reflejando la misma angustia que sentíamos.
El silencio se hizo pesado en la habitación, cada una de nosotras procesando lo que significaba esa decisión. Miré a Melody, que estaba a un lado, con la expresión de preocupación de una niña que no entendía del todo lo que sucedía, pero que sentía la tensión en el aire.
A medida que pasaba el tiempo, corríamos el riesgo de que alguien nos descubriera. Malia se acercó a la puerta, asomándose para verificar que el pasillo estuviera despejado, y luego regresó, su expresión tensa.
—Debe haber otra manera —dijo Lydia, su voz baja, pero firme.
—Sí, sí, si tuviéramos más tiempo, seguramente podríamos resolverlo, pero no —respondió Malia, preocupada—. Alguien va a cruzar esa puerta en cualquier minuto y nos verá. Nuestra última oportunidad para vencer al Anukite podría estar acostado en esa mesa; tenemos que tomar una decisión ahora.
—Como si fuera tan fácil —opiné, sintiendo la presión en mi pecho. —Estamos hablando de la vida de alguien.
—No quieres que decidamos —intervino la pelifresa, mirándola con intensidad—. Quieres que lo hagamos.
—Sí —Malia se giró hacia ella, su determinación clara—. Creo que es la decisión correcta.
—No puedes estar hablando en serio —dije, sorprendida por su frialdad—. Esto... esto no es lo que hacemos en esta manada —le recordé, intentando mantener la moralidad.
—Scott no se tiene por qué enterar —dijo, su tono decidido.
—No se trata de Scott; se trata de... no somos asesinos —le respondí, sintiendo que la frustración comenzaba a tomar el control.
—Si fuera Parrish, él querría que lo hiciéramos —continuó Malia, buscando una manera de que cedamos—. Se sacrificaría por todos en Beacon Hills.
—Pero Parrish podría tomar esa decisión; no sabemos lo que Harwin haría —replicó Lydia, su mirada entre la preocupación y la determinación.
—Lo sabemos, construyó Eichen, se congeló por cien años para estar listo para pelear contra el Anukite —dijo, dirigiendo su mirada hacia Harwin, que yacía inmóvil sobre la camilla—. Lo primero que hicieron cuando lo descongelaron fue empezar a cazarlo. —Luego, mirando a Lydia y a mí—. Si eso es lo único que le ha importado, él querría que lo hiciéramos.
Suspiré, sintiendo el peso de sus palabras. Miré a Lydia, quien parecía estar considerando lo que Malia decía. Quizás tenía un punto. Después de un momento que se sintió eterno, vi que la pelifresa se dirigía de nuevo a la computadora, lista para encender la máquina.
—Lydia, espera —dije, un impulso de preocupación inundando mi mente—. ¿Estás segura de esto? No podemos deshacernos de nuestra humanidad por el bien de la lucha.
Ella se detuvo un instante, mirando a Harwin, su expresión suave. —No quiero perder a otro amigo. Y si esto es lo que necesitamos hacer para salvar a Beacon Hills, entonces debemos hacerlo.
La resolución en su voz resonó en mí. No podía evitar sentir que estábamos cruzando una línea peligrosa, pero en el fondo, sabía que la desesperación nos había llevado a este punto. Miré a la castaña, quien parecía decidida y lista para seguir adelante sin mirar atrás.
—¿Y si estamos cometiendo un error? —pregunté, sintiendo que mi corazón latía con fuerza.
—A veces, los errores son la única forma de encontrar el camino correcto —respondió Malia, y aunque no estaba del todo convencida, el peso de la inminente decisión me presionaba.
—Está bien —susurré finalmente, sintiendo que la decisión ya estaba tomada—. Pero debemos asegurarnos de que esto funcione.
Lydia encendió la máquina, el zumbido reverberando en la habitación, mientras Malia y yo nos preparábamos para lo que estaba por venir. Con cada segundo que pasaba, sabía que nuestra vida estaba a punto de cambiar para siempre. La línea entre el bien y el mal se difuminaba a medida que nos acercábamos al límite de lo que estábamos dispuestas a hacer.
Mira a Melody, que se mantenía en silencio, con la mirada fija en nosotros. Ella no merecía esta carga, pero en este momento, todos estábamos atrapados en la tormenta. Teníamos que salir de esto, no solo por Harwin, sino por cada uno de nosotros.
Mientras esperábamos, Malia se acercó con una expresión de preocupación en su rostro.—Algo está mal.
—¿Qué pasa? —preguntó Lydia, su voz reflejando la inquietud que se extendía por la habitación.
—Su corazón —respondió Melody, sorprendiendo a todos. A veces olvidaba su verdadera naturaleza, su aguda percepción.
—Late demasiado rápido y arítmico —explicó la coyote, el ceño fruncido mientras observaba los monitores de la máquina.
De repente, el hellhound comenzó a temblar. Los pitidos de la máquina se intensificaron, sonando alarmantes y frenéticos. La tensión en el aire se volvió palpable.
—¡Apágalo! —exclamé, el pánico asomándose en mi voz. —¡Apágalo! —intenté ayudar a Lydia a encontrar el botón de emergencia.
El pitido se volvía más fuerte, casi ensordecedor, mientras luchábamos para apagar la máquina entre las tres.
—¡Rápido! —gritó Malia, su voz entrecortada por la adrenalina.
De repente, Harwin soltó un fuerte rugido, un sonido que resonó en el aire como un trueno. La bala salió disparada de su cabeza y quedó pegada a la máquina, brillando ominosamente.
Logramos apagar la máquina y corrimos hacia él.
—¡Melly, quédate ahí! —le dije, lanzándole una mirada seria.
Cuando llegamos, el hellhound ya estaba de pie, mirándonos con una ferocidad que apenas reconocíamos.
—¿Dónde está? —preguntó, su voz grave y profunda.
Intentó acercarse a nosotras, pero se tambaleó, así que lo ayudamos, sentándolo en el piso.
—¿Qué está pasando? —preguntó, confuso, sus ojos llenos de una mezcla de rabia y temor.
Las tres nos miramos, sabiendo que teníamos que ser claras.
—El Anukite está destruyendo nuestra ciudad, eso es lo que pasa —explicó Malia, su voz firme—. Y tienes que decirnos cómo matarlo.
—Malia —la llamé, sintiendo que debíamos ser más cautelosas.
—¿Tiene alguna debilidad? —insistió, sus ojos fijos en él—. ¿Hay un arma que podamos usar?
—Malia —esta vez fue Lydia quien interrumpió, y ambas la miramos, señalando a Harwin con la mirada. De la nariz de él comenzaba a escurrir plata líquida, un signo aterrador de lo que acababa de suceder.
Harwin se llevó una mano a la cara, y al ver el líquido en sus dedos, sus ojos se ampliaron, llenándose de horror.
—¿Qué hicieron conmigo? —preguntó, su voz temblando con la mezcla de confusión y miedo.
—Lo siento —hablé, mi voz temblando—. Era la única manera de revivirte.
—Me revivieron para que muera —dijo Harwin, su tono lleno de amargura.
—No, para que nos ayudes —negó Malia con determinación—. Dinos cómo detenerlo.
—No pueden matarlo —dijo, con un hilo de plata saliendo de la comisura de sus labios, su mirada intensa y dolorida.
—Pero tú... lo hiciste —dijo Lydia, su voz llena de esperanza, a pesar de la situación.
Harwin la miró, su expresión seria. —Lo atrapé.
—¿Cómo hacemos eso? —inquirió la coyote, cada palabra cargada de urgencia.
—Que no encuentra su otra mitad —respondió, su respiración entrecortada.
—¿Cómo sabemos que aún no lo ha hecho? —pregunté, la inquietud creciendo en mi pecho.
—No vivirían para contarlo —soltó un quejido—. Mantenganlos separados, aún es débil.
—Uno de ellos no es débil, es sobrenatural —admitió Lydia, su mente trabajando rápidamente.
—¿Cambia formas? —el hellhound la miró, como si esperara su respuesta.
—Hombre lobo —respondió Malia, comprendiendo la implicación.
—No pueden dejar que se unan —nos dijo, su voz más fuerte a pesar de su debilidad—. Si los dejan... —me miró fijamente—. No podrán atraparlo.
El peso de sus palabras se asentó sobre nosotros. La culpa comenzó a devorarnos.
—No debimos hacer esto —se lamentó Lydia, y yo sentía lo mismo. Mi corazón se apretaba en mi pecho. —Lo lamento, perdóname. —Ella sujetaba la mano de Harwin con fuerza, su voz quebrándose.
—Dios mío, te juro que no queríamos, pero... —me quebré —. Tengo una hija pequeña y solo... solo quiero protegerla. Pero no quería hacerlo a costa de tu sufrimiento.
—Escúchenme bien —dijo en un susurro, pero con esfuerzo, sus palabras llenas de gravedad—. Si encuentra su otra mitad... si los dos se convierten en uno... —La plata comenzó a salir de uno de sus ojos, una visión horrible que hacía eco de su agonía—. No lo... miren. No pueden... ver... las matará con una mirada.
Con un último quejido, su cuerpo se relajó, y el brillo de su vida se desvaneció. Rompí en llanto, sintiéndome horrible por lo que hicimos. Nos miramos entre las tres, cada una de nosotras consciente del peso de nuestras decisiones.
Me puse de pie, la urgencia apoderándose de mí. —Debo decirle a Scott —me limpié las lágrimas—. Tengo que, está en la escuela y el Anukite podría... si algo le pasa a él, no sé qué sería de mí.
—Sí, vamos —dijeron las chicas, su voz un eco de mi preocupación.
—¡Melly! —la llamé, y ella no tardó en correr hacia mí, tomando mi mano. Salimos de allí, el corazón pesado y el futuro incierto, pero decididas a luchar por lo que quedaba.
Al llegar a la escuela, Lydia se dirigió a buscar a Liam, mientras Malia, Melody y yo nos apresuramos a encontrar a Scott.
—¡Scott! —grité al entrar al salón de biología. Allí, en un rincón, estaba con la profesora de biología.
Él se puso de pie y se acercó a mí, su expresión de preocupación se tornó inmediata. Lo tomé de los brazos, sintiendo la urgencia en mi voz.
—El Anukite, no puedes verlo, no podemos...
—Amor, respira —trató de tranquilizarme, notando mi ansiedad.
—No podemos verlo o nos matará —admití, mi voz temblando.
—Tranquila, encontraremos la forma de luchar contra él, ¿sí? —me dijo, su confianza era un ancla en medio de la tormenta. Asentí, aunque sabía que el peligro era inminente.
—¿Y Melody? —preguntó, sabiendo que probablemente estaba sintiendo un nudo en su estómago.
La pequeña pareció escuchar su nombre poeque entró de inmediato en el salón junto con Malia, su carita iluminándose al ver a su padre.
—¡Papi! —exclamó con alegría.
Scott la atrapó al vuelo, abrazándola con fuerza mientras le dejaba un beso en la cabeza. Podía ver la preocupación en su mirada, una mezcla de amor y temor que lo movilizaba.
—Vamos, tenemos que irnos de aquí —dijo Malia, su voz urgente.
—Sí —asentimos, moviéndonos rápidamente hacia la salida.
Una vez en el pasillo, oímos a Lydia y Liam.
—¿Cómo peleamos con algo que no podemos ver? —inquirió el beta, su rostro reflejando la frustración.
—No tengo idea —respondió Lydia, deteniéndose al ver a dos hombres petrificados en el suelo, el miedo palpable en el aire.
—Aprenderemos a pelear sin ojos —dijo Scott, llamando su atención mientras nos acercábamos al grupo.
—Pelea sin ver significa... —comencé, comprendiendo a dónde quería llegar.
—Deucalion —dijo Lydia por mí, su expresión seria.
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