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Capítulo ciento sesenta "La mudanza"

Finalmente, nos fuimos a dormir. Mientras estábamos en la cama, envueltos en la calidez de nuestros propios pensamientos, no pude evitar pensar en lo que nos esperaba. El futuro estaba tan cerca, y con él, grandes cambios.

—Cariño —murmuré, volteando a ver a Scott. —Tenemos que empezar a empacar. Pronto tendremos que irnos a la U.C.

Él giró hacia mí, su mirada reflejando una mezcla de emoción y preocupación. —Sí, lo sé. Creo que parte de mí no quiere irse aún.

—Te entiendo, —asentí, acariciando su mano con suavidad. —Es difícil dejar atrás todo lo que conocemos, todo lo que hemos construido aquí.

—Y aún nos falta la parte más difícil, dijo, mirándome con seriedad. —Decirle a Melody que nos vamos a mudar.

—Ojalá pudiéramos simplemente decirle, 'oye cariño, ¿sabes qué? Nos vamos de Beacon Hills y que lo tome bien,' —bromeé, tratando de aliviar la tensión en el aire.

De repente, un ligero ruido en la puerta hizo que ambos volteáramos. Melly estaba de pie en el umbral, con sus ojos grandes y sorprendidos.

—¿Qué? —preguntó, con una mezcla de confusión y curiosidad. —¿Nos mudaremos?

La expresión de Scott y la mía se tornó en sorpresa, pero rápidamente tratamos de recomponernos. Scott se levantó con lentitud y se acercó a Melody, su rostro mostrando una preocupación sincera.

—Sí, cariño, —dijo, intentando sonar tranquilo. —Estamos planeando mudarnos a otro lugar para buscar nuevas oportunidades. Queríamos que lo supieras porque es importante para nosotros compartir estas cosas contigo.

Melody frunció el ceño, y sus ojos se llenaron de lágrimas. —¿Por qué tenemos que mudarnos? Me gusta aquí, con mis amigos y mi escuela.

—Sé que es difícil, —respondí, acercándome a ella y abrazándola suavemente. —Pero es un cambio que creemos que será bueno para nuestra familia. No queremos que te sientas mal por ello, solo que es una nueva aventura para todos nosotros.

Ella se apartó ligeramente, limpiándose las lágrimas que comenzaban a rodar por sus mejillas. —No quiero mudarme, —dijo con un susurro triste. —No quiero dejar todo lo que conozco.

El corazón me dolió al ver su angustia. Scott la abrazó con ternura, tratando de ofrecer consuelo. —Lo entiendo, cariño. Y no te vamos a obligar a hacer esto sola. Estaremos aquí para ti en cada paso del camino.

Me uní al abrazo, y juntos tratamos de reconfortar a Melody, mostrándole que, a pesar de las dificultades, siempre estaríamos allí para apoyarla. Aunque sabíamos que el cambio sería complicado, también entendíamos que, como familia, enfrentaríamos cualquier desafío juntos.

—Vamos a necesitar tiempo para adaptarnos, —le dije suavemente, acariciando su cabello. —Pero siempre estaremos juntos, y eso es lo más importante.

Ella asintió lentamente, aún con los ojos húmedos, pero con una pequeña chispa de esperanza en su mirada. Nos abrazamos en silencio, compartiendo un momento de consuelo y amor en medio de la incertidumbre. Bajó la mirada, sus palabras llenas de tristeza. —Voy a estar solita.

—No, claro que no,—negué, acercándome a ella y tomando sus manos. —Nosotros estaremos ahí, contigo.

—No es lo mismo,—negó Melody, sus ojos aún llenos de preocupación. Luego, de repente, alzó la mirada con una sonrisa traviesa. —¡Ya sé! ¡Quiero una hermanita!

Las palabras de ella me tomaron completamente por sorpresa. Me quedé allí, sin poder evitar la sorpresa en mi rostro. Scott también pareció atónito por un momento antes de romper en una risa suave, tratando de ocultar su asombro.

—¿Una hermanita? —repitió Scott, levantando una ceja mientras miraba a la pequeña. —Eso es... bastante repentino.

—Sí, —añadí, aún procesando la solicitud inesperada. —¿Estás segura de que quieres una hermanita? Es una gran responsabilidad.

Melody asintió con entusiasmo. —Sí, quiero una hermanita para jugar y compartir mis cosas. ¡Podríamos ser un gran equipo!

Scott y yo intercambiamos miradas, nuestros corazones llenos de una mezcla de emoción y ternura. Aunque la idea de una nueva adición a la familia era emocionante, también sabíamos que no era algo que se pudiera decidir de la noche a la mañana.

—Bueno, —dijo el castaño, inclinándose hacia nuestra hija con una sonrisa. —Eso es algo que definitivamente tendremos que considerar. Pero lo que más queremos es que te sientas feliz y apoyada, sea cual sea el resultado.

—Sí,—asentí, abrazándola. —Ahora mismo estamos enfocados en nuestra mudanza y en asegurarnos de que estés bien durante este cambio. Pero nunca se sabe lo que el futuro nos depara.

Melody se abrazó a nosotros, y por un momento, la habitación se llenó de un cálido sentido de unión familiar. La idea de una nueva hermanita era un sueño que estaba en el aire, pero lo que importaba en ese instante era que estábamos juntos, enfrentando el futuro con amor y esperanza.

—Vamos a hacer todo lo posible para que te sientas cómoda y feliz, —prometí, besandole la cabeza. —Eso es lo más importante ahora.—de repente recordé en un detallito que no había pensado antes—¿Por cierto, por qué estás aquí? —le pregunté a mi pequeña, con una ceja levantada mientras la miraba aún acomodada entre mis brazos.

Melody se encogió de hombros, jugando con los bordes de su pijama. —Ah... bueno... es que... no podía dormir, — admitió, evitando nuestros ojos por un momento.

El castaño sonrió de inmediato, con una expresión divertida. —Mmm... ¿Quieres que te haga orugita? —preguntó, tomando la cobija de ella en sus manos, preparándose para envolverla.

Ella rió, su pequeña cara iluminada. —¡Sí, papi, quiero ser una orugita!

Scott comenzó a envolverla en la manta, girándola suavemente mientras ella se reía sin parar. —Aquí va... ¡una orugita lista para dormir!

Cuando terminó, Melody quedó completamente envuelta en la cobija, solo con su carita asomando. Parecía una pequeña oruga de verdad, y su risa contagiosa llenó la habitación.

—¡Lista para la metamorfosis! —dijo Scott, acariciando su nariz con la suya. —Ahora a dormir, mi pequeña orugita.

Ella suspiró feliz, acurrucada en su manta, y miró a ambos con una sonrisa de satisfacción. —Gracias, papi... gracias, mami.

—Siempre, cielo, —le dije, inclinándome para darle un beso en la frente.

Scott la cargó cuidadosamente, todavía envuelta como una oruga, y la llevó de regreso a su cama, susurrándole palabras de cariño hasta que finalmente cerró los ojos.

Cuando él volvió a nuestra habitación, me miró con una sonrisa cómplice. —La mejor orugita del mundo.

—Definitivamente, —asentí, riendo suavemente. —Nuestra pequeña orugita, siempre buscando una excusa para quedarse un rato más con nosotros.

Nos acomodamos nuevamente en la cama, sabiendo que esas pequeñas noches especiales con Melody eran momentos que atesoraríamos siempre.

Al día siguiente, desperté entre los brazos de Scott, sintiendo su calor envolviéndome. Su respiración era lenta y profunda, aún perdido en el sueño, y el suave latido de su corazón bajo mi oído me proporcionaba una calma indescriptible. El cuarto estaba en penumbra, y por un instante, me permití disfrutar de la quietud, de la sensación de seguridad que me brindaba estar así, tan cerca de él.

Moví mi mano suavemente por su pecho, dibujando pequeños círculos, sintiendo la firmeza de sus músculos relajados bajo mi toque. Él murmuró algo entre sueños y me abrazó más fuerte, como si su inconsciente también supiera que yo estaba ahí.

No pude evitar sonreír. Estos momentos, cuando todo estaba en silencio y éramos solo él y yo, se sentían como pequeños tesoros, tan distintos al ajetreo de nuestro día a día. Me sentía completa, como si todas las piezas encajaran a la perfección en este instante.

Me moví ligeramente, levantando la vista para mirarlo. Su rostro estaba relajado, con una expresión de paz que pocas veces veía cuando estaba despierto. Sus labios, entreabiertos, me invitaban a acercarme, y sin pensarlo mucho, subí lo suficiente para darle un suave beso en la mejilla.

—Mmm... —murmuró, abriendo los ojos lentamente. —Buenos días, hermosa.

—Buenos días, —susurré de vuelta, apoyando mi cabeza en su pecho otra vez, sintiendo cómo sus brazos se ajustaban a mi alrededor.

Scott me acarició el cabello, su tacto suave y protector. —Podría quedarme así todo el día,—dijo con voz ronca, todavía cargada de sueño.

—Yo también, —respondí, cerrando los ojos nuevamente, disfrutando de la tranquilidad.

Por un momento, el mundo fuera de esas paredes dejó de existir. No había responsabilidades, no había mudanzas ni preocupaciones sobre el futuro. Solo éramos nosotros, envueltos en el calor de nuestro amor, compartiendo una mañana que deseaba nunca terminara.

—¿Sabes? —dijo de repente, interrumpiendo mis pensamientos. —Cada día que despierto contigo, siento que soy el hombre más afortunado del mundo.

Sonreí, mi corazón latiendo un poco más rápido. —¿Y qué hice yo para merecerte? —pregunté en broma.

Él se inclinó hacia mí, sus labios rozando los míos suavemente antes de murmurar —Solo ser tú.

Nos besamos, un beso lento y dulce, lleno de todo el amor que habíamos compartido y el que aún estaba por venir. Me aferré a él, queriendo que ese momento durara para siempre, sintiendo que, no importa qué desafíos nos esperaran, juntos siempre encontraríamos la manera de superarlos.

Sin romper el beso, me moví lentamente, subiéndome sobre él, sintiendo sus manos apoyarse en mi cintura, firmes pero tiernas al mismo tiempo. El calor entre nosotros era innegable, una corriente que fluía sin esfuerzo, conectándonos en cada toque, en cada suspiro.

Scott profundizó el beso, sus dedos acariciando mi espalda con un toque que me hizo estremecer. La sensación de tenerlo tan cerca, tan entregado, me hacía sentir más viva que nunca. Sus labios se movían con los míos en un ritmo lento pero intenso, como si el tiempo se hubiera detenido y solo existiéramos nosotros dos en el mundo.

Mis manos se aferraron a sus hombros, buscando algo de estabilidad mientras el deseo crecía entre ambos. Me incliné más cerca, sintiendo su respiración entrecortada contra mis labios. Sus ojos, medio cerrados, me miraban con una mezcla de adoración y deseo.

—Hannah...—murmuró, su voz cargada de emoción, como si quisiera decir algo pero no encontrara las palabras exactas.

Le respondí con un beso más profundo, dejándole saber que no necesitaba hablar, que todo estaba dicho en ese momento. Nos entendíamos sin palabras, nuestros cuerpos hablando el lenguaje que solo nosotros compartíamos.

Me detuve por un segundo, mirándolo directamente a los ojos, acariciando su mandíbula con mis dedos. —Te amo, —susurré, mi voz apenas un hilo, pero cargada de toda la verdad que sentía.

Él sonrió, esa sonrisa que siempre me desarmaba, y respondió —Y yo te amo más de lo que alguna vez podrás imaginar.

Nos besamos de nuevo, pero esta vez con una suavidad que contrastaba con la intensidad del momento anterior, como si quisiéramos prolongar la calma antes de que el día nos arrastrara a la realidad. Era en momentos como ese que me daba cuenta de lo afortunada que era de tenerlo a mi lado, en cada paso, en cada desafío, siendo mi roca y mi mayor amor.

Me acurruqué contra su pecho, con el corazón aún acelerado, sabiendo que siempre tendríamos este refugio el uno en el otro, sin importar lo que nos deparara el futuro.

—¿Podemos quedarnos así todo el día? —preguntó Scott, sus labios aún rozando los míos. —Besándonos hasta que nuestros labios sangren.

—Podemos, pero tenemos una pequeña responsabilidad de ocho años que atender —dijo con una mueca, recordándome la realidad.

—Es una lástima —murmuré, besando su pecho suavemente. —De todas formas, tengo planes para hoy.

Intenté levantarme, pero Scott me detuvo, sus brazos alrededor de mi cintura.

—¿A dónde vas? —preguntó, su tono mezcla de curiosidad y frustración.

—Tengo cosas que hacer, como empacar nuestras cosas para la mudanza —dije, como si no fuera gran cosa.

—No puedes provocarme así y luego irte —se quejó, un rastro de desilusión en su voz.

—Solo fue un beso, cariño —respondí, rodando los ojos con una sonrisa juguetona.

—Sabes que no fue solo un beso —negó, con esa mirada que me hacía tambalear.

Intenté resistir el tirón, pero la calidez de sus manos y su cercanía lo hacían complicado. Mordí mi labio, luchando por no sucumbir tan fácilmente. —Tengo que empacar, ¿recuerdas? Nos mudamos pronto, y alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Además, Melody no va a estar distraída por siempre.

—Melody está más concentrada en planear cómo convencerte de darle una hermanita —dijo con una sonrisa pícara.

Suspiré y apoyé mi frente en su pecho. —Ni lo menciones, que suficiente tuve con sobrevivir a su recital de ballet. No estoy lista para otra aventura.

Scott me observó en silencio por un momento, sus dedos jugando distraídamente con un mechón de mi cabello. —A veces, pienso en cómo pasamos de ser solo tú y yo a... esto. A tener una pequeña "terremotito" que, cuando la miras, te das cuenta de que nuestra vida ya no es nuestra, pero a la vez es lo mejor que nos pudo pasar.

Me quedé mirándolo, tomando sus palabras en serio. Sentí una pequeña punzada de nostalgia por los días en los que las decisiones eran más simples, antes de ser padres. Pero entonces recordé el rostro de Melody, su risa, su forma de iluminar cualquier lugar al que iba, y no pude evitar sonreír.

—Tienes razón, Cariño. Aunque admito que, por un segundo, solo un segundo, pensé que podríamos quedarnos aquí todo el día, besándonos como adolescentes despreocupados.

—Sí, eso suena tentador. —Me abrazó más fuerte—. Pero sé que nos esperan muchas más aventuras... y quién sabe, tal vez después de la universidad y con una Melody más grande, consideremos darle lo que nos pidió.

Reí suavemente. —Primero, hagamos esta mudanza sin que pierdas la cabeza en el proceso.

Nos quedamos en silencio unos segundos, disfrutando del momento, conscientes de que estas pausas, estos pequeños instantes de paz entre el caos del día a día, eran lo que realmente hacían todo valer la pena.

Me levanté lentamente, dejándome caer sobre el borde de la cama, sintiendo su mirada en mi espalda mientras me preparaba para enfrentar el día. El calor de su abrazo y sus palabras me acompañaron, dándome la fuerza que necesitaba para enfrentar las tareas por delante.

—Nos vemos después —le dije, con una última mirada sobre mi hombro antes de salir de la habitación.

Al acercarme a la puerta, me detuve un momento y voltee a mirarlo. Scott estaba tumbado en la cama, sus ojos aún fijos en mí, su cabello desordenado y una expresión tranquila en su rostro.

—Aún me cuesta creer que esto sea real —admití, dejando escapar un suspiro suave.

Él sonrió, esa sonrisa que siempre me desarmaba, y se incorporó un poco, apoyándose en los codos. —¿Te refieres a nosotros?

Asentí, mi mirada atrapada en la suya. —Sí. Nosotros, nuestra vida juntos... Melody. Todo. A veces me parece un sueño, como si fuera a despertar en cualquier momento.

—No es un sueño, cariño —dijo con una ternura que derritió cualquier duda en mi interior. —Esto es real. Tú y yo, lo que hemos construido, todo lo que hemos pasado... es tan real como puede ser.

Mis labios se curvaron en una sonrisa pequeña y nostálgica. —Supongo que todavía estoy acostumbrándome a la idea de que todo esto es nuestro.

—Y es perfecto —agregó, su tono firme y seguro. —Porque no importa lo difícil que haya sido o lo que nos espere, siempre lo haremos juntos.

Sentí un nudo en la garganta, un cúmulo de emociones que siempre me provocaba cuando hablaba así. Con un último vistazo, dejé que esas palabras se grabaran en mi mente.

—Sí, juntos —susurré antes de salir por la puerta, sabiendo que, pase lo que pase, siempre tendría un lugar seguro en sus brazos.

Me puse a hacer el desayuno con calma, disfrutando de la paz de la mañana y del buen humor que sentía después de la conversación con Scott. La cocina estaba tranquila hasta que oí unos pasos apresurados que rompieron el silencio. De repente, Melody entró como un pequeño torbellino, con esa energía inagotable que solo ella tenía.

—¡Buenos días, mami! —sonrió, su carita iluminada de alegría.

—Buenos días, mi vida —le devolví la sonrisa mientras seguía cocinando—. ¿Cómo dormiste?

—Como un bebé —respondió sin dudar, arrastrando una silla hasta quedar a mi lado. Con su característico entusiasmo, se subió en la silla para estar a mi altura, apoyando sus manitas en el borde de la encimera.

La observé con ternura mientras seguía revolviendo los ingredientes. Melody siempre encontraba una manera de hacerme sonreír, incluso en los momentos más simples como este.

—¿Y qué quieres para el desayuno, terremotito? —le pregunté, sabiendo que probablemente me pediría sus favoritos.

—¡Pancakes con mucha miel! —exclamó, sus ojos brillando con emoción.

—Hecho —le guiñé un ojo—. Pero solo si me ayudas a prepararlos. ¿Trato?

—¡Trato! —gritó emocionada, alzando los brazos como si acabara de ganar una competencia.

Mientras Melody y yo estábamos concentradas en la preparación de los pancakes, escuché pasos más pesados entrando en la cocina. Scott apareció, aún con el cabello revuelto y ese aire despreocupado de las mañanas. Sin decir mucho, se dirigió directamente a la cafetera y se sirvió una taza de café.

—Buenos días, señor "Aún-no-me-he-despertado" —bromeé, viendo cómo se tomaba el primer sorbo con los ojos cerrados.

—Mmm... buenos días —murmuró, como si apenas estuviera comenzando a formar palabras coherentes.

Melody lo miró divertida y luego me susurró—Papi siempre está medio dormido hasta que toma café, ¿verdad?

—Es su combustible —le contesté con una sonrisa.

Scott finalmente abrió los ojos del todo y se acercó a nosotras, observando nuestra labor en la cocina.

—¿Qué están haciendo mis dos chicas favoritas? —preguntó con una sonrisa tierna, ya mucho más despierto.

—¡Pancakes! —exclamó Melody, emocionada—. ¡Y estoy ayudando!

—Oh, eso es todo un logro —comentó, haciéndole una reverencia exagerada—. Entonces, estos pancakes serán los mejores del mundo.

—¡Obvio! —respondió ella con una risa contagiosa.

En cuanto Melody terminó de desayunar, soltó un alegre "¡gracias, mami, papi!" antes de salir corriendo de la cocina para ir a jugar. Scott y yo nos quedamos en silencio, observándola mientras desaparecía por el pasillo, esa energía infinita llenando la casa.

Me volví hacia el castaño, quien ya había comenzado a comer sus pancakes. Nos quedamos un momento en calma, disfrutando de la tranquilidad que solo se siente en esos pequeños instantes de la vida cotidiana.

—Se está haciendo grande tan rápido —murmuré, sonriendo mientras cortaba un trozo de mi desayuno.

Scott me miró, una sonrisa suave en su rostro.

—Sí, demasiado rápido —dijo, luego de un suspiro. Sus ojos seguían fijos en la puerta por la que Melody había salido, pero luego se volvieron hacia mí—. A veces desearía que pudiéramos congelar el tiempo, quedarnos en momentos como este, solo los tres.

Levanté una ceja, divertida.

—¿Y qué haríamos en ese tiempo congelado?

Él se inclinó hacia mí, con esa sonrisa que siempre me desarmaba.

—Cosas como esta... —susurró, antes de inclinarse más y plantar un beso suave en mis labios.

Lo besé de vuelta, dejándome llevar por el momento. Todo en la casa estaba en silencio, salvo por el leve sonido de nuestros pancakes siendo olvidados en los platos. Su mano buscó la mía sobre la mesa, entrelazando nuestros dedos.

—Podríamos quedarnos así para siempre —susurré cuando el beso terminó, nuestras frentes aún tocándose.

Scott rió suavemente.

—Me parece un buen plan, pero... ya sabes que Melody no nos dejaría mucho tiempo solos.

Nos reímos juntos, sabiendo que, aunque esos momentos a solas eran breves, eran también los más dulces.

Me miró con un brillo de complicidad en los ojos, como si supiera exactamente lo que estaba pensando. Su mano se movió suavemente sobre la mesa, acariciando mi brazo. La conexión entre nosotros era palpable, un sentimiento de paz que solo él podía proporcionarme.

—A veces me pregunto cómo fue que tuvimos la suerte de encontrarnos —dijo Scott en voz baja, como si temiera que las palabras pudieran desvanecerse si hablaba demasiado alto.

Sonreí y me incliné hacia él, disfrutando de la cercanía.

—Yo tampoco tengo idea —respondí—, pero me alegra que lo hayamos hecho. Cada día a tu lado es un regalo.

—Incluso con las pequeñas locuras que trae la vida —añadió, mirándome con cariño.

—Sí, incluso con las pequeñas locuras —reí—. No cambiaría nada de esto por nada del mundo.

Scott me dio otro beso, un toque tierno que dejó un calor agradable en mis labios. Entonces, se levantó y me ofreció su mano, tirando de mí suavemente para que me levantara de la silla.

—Vamos a disfrutar del desayuno antes de que Melody venga a buscarnos —dijo, guiándome hacia la mesa para que pudiéramos terminar de comer.

Mientras compartíamos esos últimos momentos del desayuno, no pude evitar pensar en cuánto significaba para nosotros, y en cómo, a pesar de los desafíos que enfrentábamos, siempre encontraríamos tiempo para esos momentos simples pero perfectos.

—Y después de esto —dijo Scott con una sonrisa traviesa—, tenemos una montaña de cajas que empaquetar.

Me reí y asentí, sabiendo que el día estaría lleno de trabajo y preparación para la mudanza. Pero con Scott a mi lado, y con el amor y el apoyo de nuestra pequeña familia, me sentía lista para enfrentar cualquier cosa.

Después de todo, cada pequeño momento juntos era una joya en el viaje de nuestra vida, y estaba emocionada por lo que el futuro nos depararía.

...

Mientras empaquetaba algunas cosas para la mudanza, encontré un viejo cuaderno que había hecho hace bastante tiempo. Era especial, porque contenía recuerdos de mi relación con Scott.

—Mira lo que encontré —dije, sentándome en la cama y llamando su atención.

Scott se acercó y se sentó junto a mí, mirando con curiosidad el cuaderno en mis manos.

—¿Es tu cuaderno de dibujos? —preguntó, inclinándose un poco hacia mí.

—No —negué con una sonrisa—. Es de nuestra relación.

Abrí el cuaderno y lo primero que apareció fue una carta que le había escrito hace años, acompañada de unas fotos nuestras de cuando éramos niños, y otras más recientes, ya mayores.

—¿Qué es esto? —Scott me detuvo de voltear a la siguiente página, intrigado.

Me sonrojé ligeramente, sintiéndome algo avergonzada. —Es... es una carta de amor —admití.

Él me miró con sorpresa y una sonrisa suave en los labios. —Déjame ver —dijo mientras trataba de acercar el cuaderno.

Intenté apartarlo, nerviosa. —No tienes que leerlo.

—Pero quiero leerlo —insistió, su curiosidad evidente.

Suspiré, cediendo al final. —Está bien, pero... no te vayas a reír.

—¿Por qué lo haría? —alzó una ceja, divertido.

—Porque lo escribió la Hannah de ocho años —dije, aún más sonrojada.

—Eso lo hace el doble de adorable —respondió con una sonrisa, decidido a leer la carta.

Scott bajó la mirada y comenzó a leer en voz alta:

"Querido Scott, sé que somos jóvenes y probablemente pienses que estoy loca por escribirte una carta, pero hay cosas que quiero decirte y que no puedo expresar en persona sin ponerme nerviosa. Te conozco desde hace tanto tiempo y siempre has sido mi mejor amigo, pero últimamente he empezado a sentir algo diferente cuando estoy contigo. Mi corazón late más rápido cuando te veo y no puedo dejar de sonreír cuando estás cerca. No sé si te has dado cuenta, pero... creo que estoy enamorada de ti. No sé si sientes lo mismo, y está bien si no lo haces. Solo quería que lo supieras. Pase lo que pase, siempre serás mi mejor amigo, pero tenía que ser honesta con lo que siento. Con cariño, Hannah Banana."

Terminó de leer y levantó la vista, con los ojos brillando de emoción y una sonrisa en los labios.

—¿Enamorada de mí desde los ocho? —preguntó con ternura y sorpresa.

Me cubrí el rostro con las manos, avergonzada. —¡No puedo creer que lo hayas leído en voz alta!

Scott se rió suavemente y tomó mis manos, apartándolas de mi cara.

—Han, eso es... increíble. Me encanta que hayas escrito esto, y me encanta saber que sentías esto por mí desde entonces.

Lo miré con timidez. —No te reíste.

—¿Cómo podría reírme? —dijo, mirándome con ternura—. Es una de las cosas más lindas que he leído. Siempre he sentido que había algo especial entre nosotros, incluso cuando éramos unos niños.

Le sonreí, sintiéndome aliviada. Me incliné hacia él y lo besé suavemente en los labios, agradecida de poder compartir ese momento tan íntimo y significativo.

Seguimos hojeando el cuaderno, pasando de página en página, cada una llenando el espacio con recuerdos de nuestra vida juntos. Las fotos eran un viaje en el tiempo, desde cuando éramos niños, amigos inseparables, hasta la evolución de nuestra relación en algo más profundo, más significativo. Entre las fotos también había algunos dibujos que había hecho de Scott, como aquel en el que capturé sus ojos de alfa. Todo parecía narrar nuestra historia, y era increíble ver cómo todo había cambiado y crecido.

Luego llegamos a una página que me hizo detenerme. En ella estaba pegada una prueba de embarazo positiva y una ecografía de cuando esperaba a Melody. Las fotos de nosotros dos durante el embarazo también llenaban el espacio, recordándome esos meses tan especiales.

—Esta siempre me ha gustado —dije, señalando una foto en particular. En ella, llevaba puesto su jersey de lacrosse y me abrazaba el vientre pequeño pero visible, medio de perfil.

Scott sonrió al verla. —Definitivamente amo cómo te queda mi jersey —admitió, su tono suave pero lleno de cariño.

Seguimos pasando las páginas hasta llegar a una que decía en letras grandes "Melody Narah McCall." Allí había fotos de ella recién nacida, acurrucada en nuestros brazos, y otras donde estaba sola, su carita aún arrugada pero con una expresión tan pacífica. Luego, la página se llenaba de fotos de los tres, momentos capturados a medida que Melody crecía, tan rápido que casi parecía increíble.

Una foto en particular nos hizo reír. Melody estaba junto a Scott, ambos con una sonrisa exagerada. Sus expresiones eran tan idénticas que no pude evitar señalarlo.

—Mira eso, se ven igualitos —reí, mientras Scott pasaba su dedo suavemente por la imagen.

—Sí, siempre he pensado que heredó más de mí de lo que cree —dijo, mirándola con orgullo.

Me apoyé en su hombro, observando la foto con una sonrisa en los labios. —No puedo creer cuánto ha crecido...

Scott asintió, rodeándome con un brazo y acercándome más a él. —Y lo que aún le queda por vivir.

—Hablando de nuestro terremotito de amor —comenté mientras cerraba el cuaderno—, ¿dónde está?

Él me miró y luego lanzó una mirada hacia la puerta. —¿No está todo muy silencioso?

—Demasiado —opiné mientras me levantaba de la cama, sintiendo una pequeña punzada de preocupación.

Scott se puso de pie de inmediato y me siguió. Sabíamos que el silencio nunca traía buenas noticias cuando se trataba de Melody. La pequeña siempre estaba haciendo algo, y si no se oía ningún ruido, significaba que probablemente estaba tramando alguna travesura.

Caminamos juntos por el pasillo, nuestras miradas se cruzaron brevemente, y con una sonrisa nerviosa, nos preparamos para lo peor. Al llegar a la sala, todo seguía en calma.

—Melody... —la llamé, pero no hubo respuesta.

El castaño frunció el ceño, y antes de que pudiera decir algo, escuchamos un ruido sutil proveniente de la cocina. Nos miramos y ambos nos dirigimos hacia allí. Al abrir la puerta, nos encontramos con Melody subida en una silla junto a la despensa, alcanzando lo que parecía ser una caja de galletas.

—¡Melody! —exclamé, entre la risa y el alivio.

Ella se giró rápidamente, con una gran galleta en la mano, y nos miró con ojos grandes e inocentes. —¡No hice nada!

Scott cruzó los brazos, tratando de no reírse. —¿Ah, no?

Melody bajó la vista a la galleta y luego nos miró de nuevo. —Tal vez... un poquito.

No pude evitar reírme mientras me acercaba para bajarla de la silla. —¿Sabes que podrías habernos pedido una, verdad?

—Pero ustedes estaban ocupados viendo su cuaderno y no quería molestar —dijo con su mejor voz de "angelito", mordiéndole un pedazo a la galleta.

Scott soltó una carcajada, se acercó a ella y le revolvió el cabello. —Eres un terremoto, pero uno adorable.

Melody sonrió, su boca llena de galleta, mientras Scott la cargaba en brazos.

—Un terremoto, sí, pero de los buenos —dije, mirándola con ternura.

—¿Cómo me encontraron tan rápido? —preguntó Melody, cruzando los brazos sobre el pecho como si estuviera intrigada por nuestros "poderes" parentales.

—Cuando la casa está muy silenciosa, es una señal —le explicó Scott mientras le daba un beso en la frente. —El silencio nunca es buena señal contigo cerca.

—¡Oye! —se quejó, aunque no pudo evitar sonreír. —Eso no es cierto... siempre.

Me reí mientras la bajaba de los brazos de Scott y la colocaba suavemente en el suelo. —Bueno, mientras te mantengas lejos de las alturas, no habrá problema.

Melody rodó los ojos de una manera que me recordó a mí misma cuando era más joven. —Lo sé, lo sé... No treparé más a las sillas.

—¿Prometido? —le preguntó Scott, alzando una ceja.

—Prometido —respondió con seriedad, aunque sus ojos traviesos decían lo contrario.

—Muy bien, terremotito —la miré de reojo—. Pero ahora tenemos que hacer algo con toda esta energía tuya. ¿Qué te parece si nos ayudas a empacar algunas cosas?

—Está bien —sonrió, corriendo hacia la sala de estar.

Scott y yo la seguimos, encontrándola ya metida en una caja, con más entusiasmo del esperado.

...

Seguí empacando en silencio, concentrada en acomodar cada cosa en su lugar. El día había sido largo, y lo único que quería era tener todo listo para poder descansar sin preocupaciones. Pero cuanto más intentaba terminar, más cansada me sentía. Solté un suspiro profundo, acomodé la última camiseta en la maleta y, sin pensarlo demasiado, me dejé caer de espaldas sobre el alfombrado piso, exhausta.

—¿Ya te cansaste? —preguntó Scott entre risas, su tono burlón, pero siempre con ese toque de ternura que me hacía sonreír.

—Un poco —admití, cubriéndome los ojos con el brazo.

—¡Qué floja! —bromeó antes de lanzarse sobre mí, aunque tuvo cuidado de no dejar caer su peso completamente sobre mi cuerpo. Se acomodó encima de mí de una manera juguetona, como si estuviera a punto de hacer lagartijas.

—¿Qué haces? —pregunté, alzando una ceja, aunque no podía evitar sonreír. Scott siempre encontraba formas de hacerme reír, incluso cuando yo estaba agotada.

—Pues... hay algo que se me olvidó comentarte —respondió, fingiendo una inocencia que no le creía ni por un segundo.

Lo miré con curiosidad, esperando a que continuara. Pero cuando no dijo nada más, mi mente, siempre propensa a la preocupación, empezó a divagar.

—Si estás con otra te juro que te voy a cortar el pe...—comencé a decir, mi tono serio, aunque sabía que Scott jamás haría algo así.

—¡Dios no! —me interrumpió rápidamente, con los ojos muy abiertos.

Antes de que pudiera replicar, escuché la dulce voz de Melody desde la otra habitación.

—¿Qué le vas a cortar? —preguntó, su tono inocente y curioso.

Scott y yo intercambiamos una mirada rápida y compartimos una sonrisa nerviosa.

—El pelo —mentí sin titubear, intentando mantener la compostura. No necesitábamos explicarle a nuestra hija los detalles de mi amenaza ficticia.

—¡Oh! —respondió Melody, perdiendo el interés tan rápido como lo había mostrado, volviendo a lo que estuviera haciendo.

—Por poco —murmuró Scott, soltando una risa ahogada, claramente aliviado.

Le di un pequeño golpe en el brazo en señal de advertencia antes de mirarlo más seriamente.

—Entonces... ¿qué es lo que me tienes que decir? —volví al tema, esta vez más seria. Sabía que Scott podía ser juguetón, pero si estaba retrasando nuestro viaje, debía haber una razón.

—¡Ah! Eso... bueno... —su tono se volvió más casual de lo que me esperaba— no nos iremos en la fecha que pensábamos irnos. —Lo miré fijamente, esperando la explicación completa. Scott carraspeó un poco y continuó—. Nos quedaremos unos días más. Seré el ayudante del coach para entrenar al equipo de lacrosse.

—¿En serio? —arqueé una ceja, sorprendida.

Él asintió con entusiasmo.

Me tomé un momento para procesarlo. Claro, no era lo que habíamos planeado, pero conocía a Scott. Sabía cuánto significaba para él el lacrosse y la oportunidad de ayudar al equipo.

—Mmm... bueno, supongo que está bien quedarnos unos días más —acepté finalmente. No quería ser la que arruinara sus planes.

—¡Genial! —dijo con una sonrisa enorme, pero luego cambió su expresión a una más inocente—. Amm... estoy un poco fuera de forma, ¿me ayudas a entrenar?

—¿Ahora? —lo miré incrédula, alzando una ceja.

—Sí —se encogió de hombros como si fuera la cosa más natural del mundo—. ¿Por qué no?

Suspiré, ya preparándome para lo que venía. Scott tenía esa habilidad para convencerme de hacer cosas, incluso cuando no estaba de humor.

—¿Y cómo te ayudo? —pregunté, poniendo mis manos en su abdomen firme, notando cómo sus músculos se tensaban bajo mis dedos.

—Tú solo debes quedarte así y contar las lagartijas, ¿um? —me propuso con una sonrisa traviesa.

No pude evitar sonreír de vuelta. Había algo en Scott que me hacía querer seguirle el juego, sin importar lo ridículo que fuera.

—Okay —acepté, divertida.

Él empezó su primera lagartija y, al bajar, rozó mis labios con los suyos.

—Uno —conté, soltando una pequeña risa.

Sabía que el "entrenamiento" sería más un juego que algo serio, pero eso era lo que más me gustaba de estar con Scott.

La sonrisa de Scott se hacía más grande cada vez que bajaba para besarme, y esos besos, que al principio eran rápidos y juguetones, comenzaron a tener un peso mayor. Sentía sus labios fundirse con los míos, más lentamente, con una calidez que me hacía estremecer. Mis manos, apoyadas sobre su firme abdomen, temblaban ligeramente con cada nuevo beso.

—Cuatro... —murmuré entre risas, aunque mi mente ya no estaba del todo concentrada en contar las lagartijas. Scott sabía lo que hacía; siempre lograba que me perdiera en esos momentos.

Cada vez que sus labios se separaban de los míos, su mirada intensa me atravesaba. Era como si estuviera disfrutando tanto del juego como de la reacción que provocaba en mí. Mi respiración se hacía más profunda, y un cosquilleo recorría mi cuerpo con cada nuevo beso. Los pequeños roces que nos separaban cuando subía y bajaba hacían que una chispa de electricidad pasara entre nosotros, conectándonos aún más.

—Cinco... —susurré, apenas audible, mientras mis dedos recorrían su pecho, sintiendo el calor que irradiaba su cuerpo.

—¿Estás segura de que estás contando bien? —me preguntó con esa sonrisa que siempre lograba derretirme. El tono de su voz era bajo, casi susurrante, como si lo que compartíamos en ese momento fuera un secreto solo nuestro.

Bajó una vez más, pero esta vez el beso fue más prolongado. Sentí cómo su mano se apoyaba ligeramente en mi mejilla, sosteniendo mi rostro con una suavidad que contrastaba con la fuerza de su cuerpo. El beso era profundo, pero no apresurado. No quería que el momento terminara, y, por un instante, me olvidé de todo lo que nos rodeaba.

Cuando se separó, sus ojos buscaron los míos, como si quisiera asegurarse de que sentía lo mismo. No había duda de que lo hacía.

—Seis... —traté de decir, pero mi voz salió como un susurro, ya no tenía sentido seguir contando.

Mis manos se deslizaron hacia su cuello, aferrándome a él mientras él volvía a bajar para darme otro beso, más suave esta vez, pero igual de cargado de significado. El amor que sentía por él era tan palpable en esos momentos, que me llenaba de calidez.

Pero justo cuando estaba a punto de entregarme por completo a ese momento íntimo, un sonido detrás de nosotros rompió la burbuja que habíamos creado.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Melody, su voz curiosa y a la vez llena de inocencia.

Scott y yo nos congelamos por un segundo, nuestros ojos se encontraron y no pudimos evitar reírnos suavemente. Nos habíamos perdido tanto en nuestro pequeño juego que nos habíamos olvidado completamente de que Melody andaba cerca.

El castaño se levantó de inmediato, alejándose ligeramente de mí, aunque mantuvo su mirada en nuestra hija con una sonrisa traviesa.

—Estamos entrenando, ¿no es cierto, mamá? —dijo Scott, guiñándome un ojo mientras Melody nos miraba con sus ojitos brillantes, claramente divertida por la situación, aunque sin comprender del todo.

—Sí, entrenando... —murmuré, tratando de contener la risa, mientras me acomodaba un poco sobre el piso.

—Oh... —murmuró, todavía observándonos con esa mirada inquisitiva, pero decidió no hacer más preguntas. Parecía haber aceptado la explicación sin más. Luego, como si de pronto se le hubiera ocurrido una gran idea, añadió—. ¿Puedo entrenar con ustedes?

Scott y yo intercambiamos miradas, ambos aliviados por la interrupción inocente de Melody. Este tipo de momentos, llenos de amor y risas, eran los que más valoraba. Scott, como siempre, fue rápido en adaptarse a la situación.

—¡Claro que sí! —dijo, levantándose por completo—. ¿Sabes hacer lagartijas? Porque podrías ayudarme a mejorar. Creo que mamá necesita un buen asistente de entrenadora.

Melly se tiró al suelo junto a Scott, adoptando una posición exagerada para las lagartijas, claramente emocionada por poder participar.

—¡Uno, dos, tres! —empezó a contar con entusiasmo, mientras Scott, con una sonrisa, intentaba seguirle el ritmo.

Yo, desde el suelo, observaba la escena con una mezcla de ternura y amor, disfrutando de esos momentos simples pero llenos de significado. Todo estaba bien, todo era perfecto en este instante, rodeada por las dos personas que más amaba en el mundo.

Melody, con su pequeña figura, trataba de imitar a Scott en las lagartijas. Sus movimientos no eran precisos, pero su energía y entusiasmo eran contagiosos. Scott, en cambio, seguía el ritmo que Melody le marcaba, esforzándose por mantener la compostura mientras sonreía ampliamente. La escena era enternecedora, una representación perfecta de lo que habíamos construido juntos como familia.

—¡Papá, estás lento! —dijo la pequeña entre risas, notando cómo Scott fingía estar agotado para dejarla ganar.

—¿Lento? —Scott se dejó caer dramáticamente al suelo, haciéndola reír aún más—. ¡Soy el más rápido del equipo de lacrosse!

—¡Sí, pero yo soy más rápida! —replicó, con la confianza que solo una niña de su edad podía tener.

Me levanté lentamente del suelo, todavía sonriendo por el espectáculo que tenía frente a mí, y me acerqué a ellos, arrodillándome al lado de Melody.

—Parece que papá necesita entrenar más —dije, guiñándole un ojo a Scott, que me lanzó una mirada divertida.

—¡Oye! —protestó —. ¿De qué lado estás tú?

—Del lado de quien esté ganando, claro —respondí con una sonrisa traviesa mientras Melly estallaba en carcajadas, claramente disfrutando de tener a sus padres unidos en su pequeño juego.

Scott me lanzó una mirada de fingida traición, pero se acercó a Melody y la atrapó en un abrazo rápido, haciéndola reír aún más.

—¡Ayuda, mamá! —gritó entre risas mientras el castaño la alzaba, haciéndola girar en el aire.

—¡Oh, no! —fingí asustarme, poniéndome en posición para "salvarla".— ¡Deja a mi pequeña entrenadora en paz!

Nos habíamos metido todos en el juego, y pronto el salón de la casa estaba lleno de risas, con Scott corriendo detrás de Melody mientras ella intentaba escapar, y yo siguiéndolos a ambos, fingiendo ser el árbitro de esta pequeña batalla de amor y energía.

Después de algunos minutos, todos terminamos tirados en el suelo, jadeando por las risas y el cansancio. Melody se dejó caer entre nosotros, todavía sonriendo, con esa alegría pura que solo un niño puede tener.

—Creo que... ya estamos listos para el próximo entrenamiento —dije, tratando de recuperar el aliento mientras acariciaba el cabello rizado de mi hija.

Scott me miró desde el suelo, todavía sonriendo, y asintió.

—Sí, pero la próxima vez... tú también haces las lagartijas —dijo con una sonrisa maliciosa, levantando una ceja.

—¡Nunca! —repliqué, riendo, y Melody se unió a mí, gritando con entusiasmo.

—¡Sí, mamá! ¡Tú también tienes que entrenar!

—De acuerdo, de acuerdo... —dije, levantando las manos en señal de rendición—. Pero por hoy, creo que hemos entrenado lo suficiente.

Me recosté en el suelo junto a Melody y Scott, disfrutando de la paz y la calidez de ese momento familiar. Todo estaba en calma ahora, el mundo exterior parecía lejano, y por un rato, éramos solo nosotros tres, juntos, felices.

Mientras miraba el techo, me di cuenta de lo afortunada que era. Tenía una familia que amaba, una vida que, aunque no siempre era perfecta, estaba llena de momentos como este, llenos de amor, risas y complicidad. Scott me tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los míos, y giré mi cabeza para encontrar su mirada.

No necesitábamos decir nada. Ambos sabíamos lo que sentíamos en ese instante: pura gratitud por estar juntos, por haber superado tantas cosas y seguir adelante, siempre como equipo.

—¿Qué van a estudiar en la universidad? —preguntó Melody, su curiosidad brillando en sus ojos—. ¿Qué quieren ser cuando sean grandes?

Reímos, disfrutando de la ligereza del momento.

—Bueno, papi quiere ser veterinario —expliqué, mirando a Scott con una sonrisa.

Ella frunció el ceño, observando a su padre con atención.

—Pero... —comenzó sentándose, él hizo lo mismo, enfocándose en su hija—. Tú ya eres veterinario.

Scott sonrió, un brillo de ternura en su mirada.

—No soy doctor aún —respondió—. Estoy aprendiendo todavía.

—Pero trabajas en la clínica veterinaria —continuó Melody, sin entender del todo.

—Sí, pero lo que hago allí es aprender un poco más —le explicó, intentando simplificarlo.

—¡Oh! —asintió, pareciendo finalmente captar la idea—. ¿Y tú, mami? —me miró con curiosidad.

—Yo quiero ser enfermera —dije, acariciando sus rizos con cariño.

—¡Como la abuela Missy! —exclamó con alegría, iluminando su rostro.

Asentí, disfrutando de su entusiasmo.

—Exacto, como la abuela. Y eso significa que puedo ayudar a muchas personas, así como ella hace.

Melody sonrió acostándose otra vez, su mirada se llenó de admiración. En ese momento, entendí que, a pesar de nuestras preocupaciones, estábamos construyendo un futuro en el que nuestra familia podía prosperar y ser feliz.

La pequeña, entre nosotros, comenzó a cerrar los ojos, cansada por toda la diversión. Yo la observaba, sintiendo esa conexión tan fuerte, como madre y como parte de este hermoso caos que era nuestra vida.

—Te amo —murmuró Scott suavemente, solo para que yo lo escuchara.

—Yo también te amo —respondí en un susurro, con una sonrisa que no podía borrar de mi rostro.

Y así, recostados en el suelo, con Melody dormida entre nosotros, disfrutamos del silencio compartido, sabiendo que, al final del día, lo más importante era estar juntos, en los pequeños momentos como este, llenos de risas, amor y paz.

Scott tomó a Melody en sus brazos con una suavidad que siempre me conmovía. La forma en que la miraba, incluso dormida, reflejaba todo el amor que sentía por ella. Caminamos en silencio hacia su habitación, donde la arropamos con cuidado. Ella, agotada por el juego y las risas, se acurrucó entre sus mantas, su respiración tranquila y profunda.

Me quedé un momento mirándola, observando su pequeño cuerpo dormido, su cabello rizado desparramado sobre la almohada, y sentí una oleada de amor y gratitud. Scott, parado a mi lado, tenía la misma mirada tierna y protectora en sus ojos. Se inclinó y le dio un beso en la frente antes de volverse hacia mí, con un brillo en los ojos que no veía a menudo.

—Creo que nunca te digo lo suficiente lo mucho que te agradezco por darme una hija tan hermosa —dijo en voz baja, rompiendo el silencio de la habitación—. A pesar de que éramos jóvenes, y que la situación no fue fácil... nunca te rendiste.

Sus palabras me sorprendieron, aunque no del todo. Sabía que Scott siempre había valorado lo que habíamos pasado para estar donde estábamos ahora, pero oírlo expresarlo tan claramente en ese momento me tocó profundamente. Lo miré a los ojos, viendo en su expresión algo más que gratitud, una especie de vulnerabilidad que pocas veces dejaba ver.

—Pudiste simplemente... darla en adopción, o... —hizo una pausa, su rostro se tensó como si fuera difícil continuar—. Interrumpir... no puedo ni siquiera decirlo.

Sentí un nudo formarse en mi garganta al escuchar eso. Sabía lo que significaba para él, para nosotros. Aunque éramos jóvenes cuando supimos que Melody venía en camino, nunca había sido una opción para mí el rendirme o tomar otro camino. Había momentos en los que el miedo me invadía, donde la duda se asomaba, pero siempre supe, en lo más profundo de mi corazón, que Melody iba a ser una parte esencial de nuestras vidas.

—No podía... —respondí suavemente, colocando mi mano en su pecho, justo donde sentía los latidos de su corazón—. Desde el momento en que supe que la tendríamos, sentí que la amaba, incluso antes de conocerla. Nunca podría haber hecho otra cosa. Ella es parte de nosotros, Scott. Parte de ti.Te agradezco por impedir que hiciera algo de lo que probablemente me arrepentiría mas tarde.

Scott me miró con una mezcla de amor y admiración en sus ojos. Tomó mi mano, la que estaba sobre su pecho, y la llevó a sus labios, besándola con ternura.

—Siempre supe que eras fuerte, pero lo que hiciste, lo que decidimos hacer... fue lo más valiente que he visto en mi vida. —suspiró profundamente—. Melody nos cambió, nos unió de una manera que no pensé que fuera posible.

Asentí, sintiendo las lágrimas asomarse en mis ojos, pero no eran de tristeza, sino de emoción, de gratitud. Sabía lo difícil que había sido para los dos al principio, pero mirar a Melody ahora, verla crecer y convertirse en una niña tan increíble, hacía que todo valiera la pena.

—Y yo te agradezco a ti, Scott —dije en voz baja—. Por estar a mi lado siempre, por ser un padre increíble y por nunca dudar de nosotros. Nunca hubiera podido hacerlo sin ti.

Me atrajo hacia él, abrazándome con fuerza, y descansé mi cabeza sobre su pecho, escuchando los latidos de su corazón. Estábamos en silencio, pero no hacía falta decir nada más. Todo lo que sentíamos estaba en ese abrazo, en esa pequeña habitación, junto a nuestra hija dormida.

Después de unos minutos, Scott se inclinó ligeramente y susurró cerca de mi oído.

—Prometo que siempre estaré aquí para ti y para ella. No importa qué pase, somos una familia, y nunca te dejaré luchar sola.

Sonreí entre lágrimas, aferrándome más fuerte a él. Sabía que no era solo una promesa vacía. Scott siempre había sido esa roca inquebrantable en mi vida, el pilar que me sostenía cuando todo parecía tambalearse. Y ahora, mientras estábamos allí, juntos en esa pequeña habitación, sentí que todo lo que habíamos pasado, todas las dificultades, nos habían llevado a este momento, a esta felicidad compartida.

Nos quedamos un rato más, abrazados en la penumbra de la habitación de Melody, viendo cómo dormía tranquila y en paz. Todo lo demás podía esperar; por ahora, solo existíamos los tres, y eso era todo lo que importaba.

Scott y yo permanecimos en silencio durante unos minutos más, simplemente disfrutando de la quietud que llenaba la habitación. La suave respiración de Melody era el único sonido, una melodía tranquila que me recordaba lo afortunados que éramos de tenerla en nuestras vidas. Finalmente, Scott se apartó ligeramente, pero no lo suficiente como para romper el contacto. Me miró, sus ojos brillando a la luz tenue que se filtraba desde el pasillo.

—Vamos a la cama —me dijo en un susurro, acariciando mi mejilla con su pulgar.

Asentí, sintiendo el cansancio de todo el día empezando a instalarse en mis huesos. Salimos de la habitación de Melody en silencio, cerrando la puerta con cuidado para no despertarla. Mientras caminábamos hacia nuestro cuarto, sentí la mano de Scott en mi espalda baja, guiándome con suavidad.

Una vez dentro, me dejé caer en la cama, soltando un largo suspiro mientras Scott se sentaba a mi lado. Me miró durante un momento, y luego se inclinó para besarme la frente. Había algo en su gesto que me tranquilizaba profundamente, como si ese simple acto fuera una promesa silenciosa de que todo estaría bien.

—Sabes que te amo, ¿verdad? —dijo de repente, su voz baja pero firme.

Sonreí, tomando su mano entre las mías.

—Lo sé —respondí, mirándolo a los ojos—. Y yo te amo a ti.

Él me devolvió la sonrisa, pero había una seriedad en su mirada que no podía ignorar. Parecía estar procesando algo, como si quisiera decir más, pero no encontraba las palabras correctas. Lo conocía lo suficiente para saber que, cuando tenía algo importante en mente, prefería pensar antes de hablar.

—¿Qué pasa? —pregunté suavemente, dándole el espacio para abrirse.

Suspiró, dejando caer su cabeza por un momento antes de mirarme de nuevo.

—A veces me pregunto cómo hubiera sido si hubiéramos tomado decisiones diferentes, si hubiéramos sido más egoístas o cobardes —dijo en voz baja—. Y no puedo imaginarlo. No puedo imaginar una vida sin Melody. Ni sin ti.

Lo miré en silencio, dejando que sus palabras calaran en mí. Era cierto, habíamos tenido nuestras dudas, nuestras dificultades, pero al final, todas esas decisiones nos habían llevado a este punto. A esta familia.

—Pero no tomamos ese camino —le recordé—. Decidimos quedarnos juntos, formar esta familia. Y mira dónde estamos ahora. Tenemos una hija increíble, y todo lo que hemos pasado solo nos ha hecho más fuertes.

Scott me miró con una mezcla de admiración y gratitud, como si mis palabras le hubieran dado la paz que necesitaba.

—Tienes razón —dijo finalmente, apretando mi mano con más fuerza—. Estoy exactamente donde quiero estar.

Me incliné hacia él y lo besé, un gesto simple pero lleno de significado. Nos habíamos elegido una y otra vez, y lo seguiríamos haciendo, sin importar los desafíos que vinieran. Estábamos juntos, y eso era lo que importaba.

Cuando nos apartamos, Scott apagó la luz y se recostó a mi lado, tirando de las sábanas para cubrirnos. Me acurruqué en su pecho, sintiendo el ritmo constante de su respiración, el calor de su cuerpo envolviéndome.

—Buenas noches —susurré, cerrando los ojos.

—Buenas noches, amor —respondió él, rodeándome con su brazo, asegurándose de que estuviera cómoda.

—¡espera! Tienes que ver esto —le dije , estirando mi mano hacia la mesa de luz para tomar el sobre que había encontrado en la mochila de Melody—. a Melly se le olvidó dármelo.

Él, aún medio dormido, se incorporó y tomó el sobre con curiosidad. Lo abrió con cuidado, sacando una foto grande que había estado en su interior. Era una imagen de Melody, tomada el día de la foto para el anuario de su escuela.

Observé a Scott examinar la fotografía, su rostro iluminándose con una mezcla de orgullo y ternura. La imagen capturaba a Melody en su mejor momento: con su cabello rizado perfectamente peinado, una sonrisa radiante que parecía iluminar todo a su alrededor. Llevaba un vestido azul claro que resaltaba en el fondo del gimnasio decorado para la ocasión.

—Es preciosa —dijo, admirando la foto mientras la sostenía entre sus manos—. Mira esa sonrisa.

Me incliné hacia él, mi corazón se llenó de amor al ver cómo la fotografía reflejaba la alegría de nuestra hija. La última vez que la habíamos visto en ese evento, Melody estaba tan emocionada, y la foto lo capturaba todo.

—Lo sé —respondí con una sonrisa—. Melody estaba tan feliz ese día.

Scott se recostó nuevamente en la cama, colocando la foto sobre su pecho mientras me miraba con una expresión pensativa.

—Ella está creciendo tan rápido —dijo, su voz llena de nostalgia—. A veces es difícil recordar cómo era cuando era más pequeña, y de repente, ya está en la escuela secundaria.

—Sí, el tiempo pasa volando —dije, acurrucándome más cerca de él—. Pero me alegra ver cuánto ha crecido y cómo sigue siendo esa niña llena de vida y alegría.

Scott asintió, pasándole el pulgar por la foto con ternura. Era evidente que estaba pensando en cómo la vida de Melody estaba cambiando y en cómo nuestras propias vidas también lo estaban.

—Me encanta cómo la fotografía captura su esencia —dijo, con una sonrisa melancólica—. Me recuerda lo afortunados que somos de tenerla.

—Sí —coincidí, mirando la imagen con cariño—. Ella es nuestra mayor alegría.

Scott me miró, y en su mirada había un destello de emoción y gratitud que rara vez mostraba. Levantó la foto hacia mí, como si quisiera compartir ese momento especial.

—Gracias por todo lo que has hecho, por ser una madre increíble —dijo en voz baja—. No solo por ella, sino por todo lo que hemos construido juntos. Esta foto es un recordatorio de todo lo que hemos superado y logrado.

Sentí que el nudo en mi garganta se apretaba nuevamente, pero esta vez era de felicidad y amor. Tomé la mano de Scott y la apreté con fuerza.

—No podría haberlo hecho sin ti —le respondí, con lágrimas de emoción en los ojos—. Nos hemos apoyado mutuamente en cada paso del camino. Esta foto, este momento, es solo otro recordatorio de lo que somos capaces de lograr juntos.

Scott inclinó la cabeza hacia adelante y me dio un beso en la frente, un gesto de cariño y comprensión. Ambos miramos la foto de Melody, sintiendo una profunda conexión y agradecimiento por la vida que habíamos construido juntos.

Finalmente, colocó la foto en la mesa de luz, a un lado de la cama. Era un pequeño recordatorio de nuestra familia, de los momentos felices y los recuerdos que habíamos compartido.

—Cariño, ¿te das cuenta? —susurré, mi voz cargada de emoción mientras me acercaba más a él—. Hicimos una personita.

Él me miró, y una sonrisa lenta, llena de asombro y amor, se formó en su rostro. Sus ojos brillaban con esa chispa que siempre aparecía cuando hablaba de Melody. Se rió suavemente, negando con la cabeza como si aún no pudiera creerlo.

—Lo sé —respondió, su tono apenas un murmullo—. A veces todavía me parece increíble.

Nos quedamos en silencio por un momento, ambos mirando hacia la mesa de luz donde reposaba la foto de Melody, nuestra pequeña creación. Todo lo que ella era, su risa, su energía, sus gestos, todo eso era parte de nosotros. Habíamos creado algo tan puro y hermoso, y en momentos como este, esa realidad parecía más tangible que nunca.

—Es... impresionante, ¿verdad? —continuó, como si intentara poner en palabras lo que sentíamos—. Cómo de nosotros dos salió alguien tan increíble. No sé cómo lo logramos.

Me reí suavemente, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Bueno, no todo fue suerte —dije, recordando las noches en vela, las preocupaciones, los desafíos—. Pero sí, es impresionante. Y verla crecer, convertirse en quien es... no cambiaría nada de esto por nada del mundo.

Scott me rodeó con su brazo, apretándome contra él.

—Ni yo —dijo, su voz llena de convicción—. Cada día con ella, contigo, es un regalo.

Nos quedamos así, abrazados en la oscuridad, ambos sintiendo el peso de ese milagro llamado familia. Cada risa de Melody, cada pequeño logro, era un recordatorio de lo que habíamos creado juntos. Una parte de nosotros siempre estaría reflejada en ella.

—No puedo esperar para ver en quién se convertirá —añadí, mi voz suave pero llena de emoción—. Lo que logrará, lo que descubrirá.

Scott asintió, besando mi cabeza con ternura.

—Será algo grande, lo sé.

Y en ese momento, supe que, sin importar lo que trajera el futuro, siempre tendríamos esta sensación de orgullo y amor que nos unía a los tres.

Nos acomodamos en la cama, envueltos en el calor y la comodidad de nuestros abrazos, sintiendo que, aunque el tiempo seguía avanzando, siempre tendríamos estos momentos para apreciar.

En la oscuridad, sentí cómo el sueño comenzaba a arrastrarme. Pero antes de quedarme completamente dormida, una última idea cruzó mi mente: no importaba lo que hubiera pasado en el pasado o las dificultades que pudiéramos enfrentar en el futuro. Mientras estuviéramos juntos, todo estaría bien.

Con ese pensamiento, finalmente me rendí al sueño, segura y amada, sabiendo que Scott y yo éramos el equipo perfecto para lo que viniera.

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