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Capítulo ciento cuarenta y siete "Stiles"

Entré a la habitación y me encontré con Scott sentado en la cama, sin remera y con solo su pantalón de dormir, jugando distraídamente con su palo de lacrosse. La sombra del stick atrajo su atención hacia la pizarra de corcho que teníamos en la pared. Había un espacio vacío en el centro de la pizarra que no recordaba haber visto antes.

Scott se levantó, y al hacerlo, tras caminar unos pasos, se clavó una chincheta en el pie. Soltó una maldición suave mientras la retiraba y, al inclinarse para recogerla, sus ojos se encontraron con una foto en el suelo. La recogió, y al verla, algo en su expresión cambió.

Me acerqué y observé la imagen sobre su hombro. Era la misma que nos tomó Sidney el día de las fotos para el anuario. Lydia, Malia, Scott y yo estabamos sentados en la mesa de picnic de la escuela, sonriendo para la cámara.

—Es una linda foto —murmuré, sintiendo una calidez en mi pecho.

Junto a nosotros, justo en medio de Scott de Lydia y de mí, había un espacio. Parecía que alguien más debía estar ahí, pero no recordaba a nadie más en ese momento. Solo era una sensación persistente, como si algo estuviera fuera de lugar.

Él asintió. —Lo es, pero la mejor la tengo ahí. —Señaló la pizarra donde había colgado otra foto. En esa imagen, también tomada por Sidney, Scott me estaba abrazando y nos besábamos, ajenos al mundo.

—Sin dudas mi favorita —dije, poniéndome de puntas para dejar un beso en su mejilla. Scott sonrió y colocó la foto del anuario en su lugar en la pizarra. Lo observé mientras lo hacía, notando la leve preocupación en su rostro.

—¿También piensas que había alguien más ahí? —pregunté, señalando el espacio vacío en la foto.

Scott se quedó en silencio por un momento antes de responder. —Quizás... es solo una sensación extraña. No puedo quitarme de la cabeza que algo nos falta.

Me coloqué frente a él, apoyando mis manos en sus hombros para llamar su atención. —Oye, no te preocupes por eso. Lo resolveremos, siempre lo hacemos.

El castaño asintió, sonriendo apenas. —Sí, es cierto.

Miré su pecho desnudo y, a pesar de la preocupación, una sonrisa traviesa se formó en mis labios. —Ahora, no puedo creer que vaya a decir esto, pero... —Bajé la mirada, suspirando dramáticamente—. Debes vestirte, hay escuela.

Scott levantó una ceja, divertido. —¿Realmente te dolió decirme eso, eh?

—No sabes cuánto —admití, riendo mientras él me tomaba por la cintura y me acercaba a él.

—Hey, ¿cuándo fue la última vez que me tocaste? —pregunté, susurrando en su oído.

—La noche del cumpleaños de Melly —respondió, recordando ese momento. —Fue hace una semana. No es tanto.

—Pues, se siente como si hubiera sido hace una eternidad —dije en un tono de broma, pero con un toque de sinceridad.

Scott me miró con esa sonrisa que siempre lograba desarmarme, y por un momento, las preocupaciones y las sensaciones extrañas desaparecieron, dejando solo el ahora y el nosotros.

—Prometo compensarte luego — dejó un suave beso en mi frente antes de alejarse para buscar su ropa.

Lo observé mientras caminaba hacia el armario, y un impulso repentino se apoderó de mí. Sin pensarlo dos veces, avancé y lo empujé por el pecho, haciendo que se tambaleara hacia atrás hasta chocar contra la pared. La sorpresa en sus ojos me hizo sonreír, y sin decir una palabra, me incliné para buscar sus labios. El beso fue intenso, cargado de esa pasión contenida que había estado acumulándose durante la semana.

Sentí sus manos deslizarse por mi espalda, bajando hasta mi trasero y luego a medio muslo. Con un movimiento firme, levantó mi pierna, apoyándola contra la suya mientras su mano recorría mi piel en caricias suaves pero decididas.

—¿De dónde sacaste toda esa fuerza para empujarme contra la pared? —preguntó Scott con una sonrisa en sus labios, separándose apenas unos centímetros de los míos.

Lo miré, sintiendo mis mejillas arder un poco. —No lo sé —murmuré, aún sintiendo el pulso acelerado por el contacto.

Él sonrió, esa sonrisa que siempre hacía que mi corazón latiera más rápido. —Lo que sea que te haya dado esa fuerza, deberíamos aprovecharlo más seguido.

Reí suavemente y lo volví a besar, dejándome llevar por la sensación de tenerlo tan cerca, de sentir su cuerpo contra el mío, y de saber que en medio de cualquier caos o incertidumbre, siempre tendríamos estos momentos para refugiarnos.

—Ahora sí, debemos parar o... —comenzó Scott con una mezcla de deseo y preocupación en su voz.

—¡Buenos días! —exclamó Melody al entrar corriendo a la habitación. Estaba ya vestida y lista para el día, aunque sus rizos estaban desordenados, evidenciando que aún faltaba peinarla.

Scott y yo nos separamos rápidamente, ambos tratando de recuperar la compostura mientras Melody se acercaba con una sonrisa radiante. La pequeña no parecía haberse dado cuenta de lo que interrumpió, o quizás simplemente estaba demasiado ocupada en su propio mundo.

—¡Melly! —exclamé, tratando de ocultar mi sonrisa. Me agaché para estar a su altura y acaricié su mejilla. —Veo que ya estás lista, ¿solo falta peinar esos rizos, eh?

La pequeña asintió con entusiasmo, sus ojos brillando de emoción. —¡Sí! Mamá, ¿puedes hacerme las trenzas hoy? Quiero que sean como las de la otra vez, las que me hiciste para el recital de ballet.

Scott sonrió, relajándose mientras la veía. —Creo que mamá puede hacerlo. —Luego me miró con un brillo travieso en los ojos. —Yo mientras iré a ponerme algo de ropa, antes de que tengamos más visitantes sorpresa.

—Buena idea —respondí, riendo. Melody me miraba con curiosidad mientras yo tomaba un cepillo y comenzaba a trabajar en su cabello.

—¿Por qué te ríes, mamá? —preguntó inocentemente, mientras yo comenzaba a desenredar sus rizos con cuidado.

—Oh, nada, cielo. Solo estaba pensando en lo hermosa que te ves hoy. —Le sonreí mientras comenzaba a trenzar su cabello, disfrutando de este momento simple y cotidiano, rodeada de los dos amores de mi vida.

...

El sonido constante de los sticks de lacrosse chocando resonaba en mis oídos mientras observaba a los chicos entrenar. El entrenador había estado allí con ellos, tratando de entrenar a los nuevos junto a Scott, el cual al principio no entró al juego pero, luego se unió.

Scott se movía con agilidad, dirigiendo al equipo con precisión y autoridad. Sus músculos se tensaban cada vez que hacía una señal, y su voz grave cortaba el aire, dejándoles saber exactamente lo que quería. Sin embargo, una cosa se hacía evidente: su paciencia estaba empezando a agotarse.

Miré a Liam, que parecía estar luchando por mantenerse al nivel que su alfa demandaba. Las líneas de frustración marcaban su frente, y sus movimientos eran torpes. Se notaba que quería hacer un buen trabajo, pero algo lo estaba frenando, quizás la presión de sentirse el próximo en la línea para ser capitán del equipo. Con Scott preparándose para graduarse, la responsabilidad pronto recaería sobre él, y la idea parecía estar abrumándolo.

El castaño frunció el ceño y lanzó una instrucción más a Liam, esta vez con un tono más severo. El muchacho asintió, pero pude ver la sombra de duda en sus ojos. Decidí que era momento de intervenir. Crucé el campo, mis pasos ligeros sobre la hierba húmeda.

—Hey, Liam —llamé suavemente, colocando una mano en su hombro cuando llegué a su lado. Él se volvió hacia mí, su expresión un tanto cansada—. No te preocupes, hablaré con Scott para que no sea tan duro contigo. Sé que estás dando tu mejor esfuerzo.

El rubio me miró con alivio, sus hombros relajándose ligeramente bajo mi toque.

—Gracias, Han —murmuró, desviando la mirada hacia donde mi chico seguía ladrando órdenes a los demás—. Solo quiero hacerlo bien, para él, para el equipo.

Sonreí con comprensión y le di un apretón ligero en el hombro antes de alejarme. Sabía que Scott tenía buenas intenciones, pero a veces su determinación se volvía contra él, haciéndolo parecer más duro de lo que realmente era. Era algo que había aprendido a equilibrar a lo largo de los años, entendiendo cuándo empujar y cuándo retroceder.

Me acerqué a Scott, que estaba de espaldas a mí, hablando con algunos de los jugadores. Sin dudarlo, tomé el stick de lacrosse que sostenía en su mano, tirando de él con rapidez antes de alejarme unos pasos.

—¿Qué haces, Han? —preguntó, girándose hacia mí con sorpresa en su rostro. Una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios, esa sonrisa que tanto me gustaba—. Devuélveme el stick —dijo extendiendo la mano hacia mí.

Sentí una ola de diversión recorriéndome al verlo, así que decidí alargar el momento.—Atrápame primero —le desafié, riendo mientras echaba a correr.

El viento me azotaba la cara y podía oír las risas de algunos de los jugadores a medida que Scott me perseguía por el campo. Sus pasos eran fuertes y rápidos, acercándose peligrosamente. En un momento de desesperación, vi la estructura de las gradas y decidí tomar ventaja de mi agilidad. Corrí hacia ellas, subiendo los escalones hasta llegar al más alto. Me giré para verlo saltar la barda con la facilidad de un atleta, sus ojos marrones fijos en mí con determinación.


Él sonrió mientras se acercaba y, sin dejar de mirarme a los ojos, levanté la mano en la que sostenía el stick por encima de mi cabeza, desafiándolo con una sonrisa astuta.

—Han, soy más alto que tú. Fácilmente podría tomarlo —dijo, la diversión brillando en su mirada.

Le devolví la sonrisa, una chispa de travesura cruzando por mis ojos. Apreté más fuerte el stick entre mis manos y, sin pensarlo dos veces, me elevé apenas unos centímetros del suelo, mis alas desplegándose lo justo para mantenerme fuera de su alcance. Había verificado rápidamente que nadie estuviera mirando; era un secreto que aún prefería mantener.

—¿Ah, sí? Eso está por verse —repliqué, disfrutando del leve asombro que cruzó por su rostro antes de ser reemplazado por determinación.

Scott no perdió el tiempo. En un movimiento rápido, acortó la distancia entre nosotros y, con la fuerza de un depredador, me rodeó la cintura con sus brazos, tirando de mí hacia abajo. Solté un pequeño grito de sorpresa, sintiendo cómo mi cuerpo se apretaba contra el suyo. No pude evitar que una risa se escapara de mis labios mientras mis alas se replegaban instintivamente contra mi espalda, volviendo a ocultarse.

—¡Scott! —protesté entre risas, aunque mi voz no tenía un verdadero reproche.

—Te tengo ahora, Han —murmuró, sus ojos brillando con una mezcla de triunfo y algo más profundo, algo que siempre hacía que mi corazón se acelerara. Podía sentir su respiración contra mi piel, el calor de su cuerpo envolviéndome.

Sin soltar el stick, mis piernas se enroscaron alrededor de su cintura, asegurando mi posición. Podía sentir cada músculo de su cuerpo tensarse contra mí, su fuerza manteniéndome firmemente en su lugar. La cercanía entre nosotros era embriagadora, y por un momento, el mundo exterior dejó de existir. No había equipo, ni entrenamiento, ni preocupaciones por Liam. Solo estábamos Scott y yo, envueltos en ese pequeño universo propio que creábamos cada vez que nuestras miradas se encontraban.

Mis manos aún sostenían el stick sobre nuestras cabezas, negándome a dárselo tan fácilmente. Scott me miró con esa sonrisa suya, la que siempre lograba desarmarme, y sus dedos acariciaron mi cintura con suavidad, provocando un ligero estremecimiento.

—¿No me lo darás, verdad? —susurró, su aliento cálido acariciando mi oído.

Lo miré directamente a los ojos, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza.

—No tan fácilmente —respondí en un murmullo, desafiándolo.

Scott sonrió, acercándose un poco más, nuestras frentes casi tocándose.

—Eso es lo que más me gusta de ti, Han. Siempre haces que valga la pena el esfuerzo.

Sonrió, acercándose aún más, hasta que nuestras frentes se rozaron. Podía sentir su aliento cálido, el ligero temblor de sus músculos bajo mis manos, y la intensidad de su mirada me atrapó por completo. Justo cuando estaba a punto de responder, él cerró la distancia entre nosotros, capturando mis labios en un beso suave pero cargado de una pasión que me hizo temblar.

El mundo a nuestro alrededor pareció desvanecerse. Sentí cómo mi cuerpo se relajaba instantáneamente al contacto de sus labios. El beso no era exigente ni urgente, sino más bien una promesa silenciosa, una reconexión que hacía que mi corazón latiera más rápido y, al mismo tiempo, encontraba una calma en su cercanía.

Mi mano, que aún sostenía el stick, empezó a descender lentamente, como si el peso de la madera se desvaneciera con cada segundo que pasaba bajo su toque. Scott profundizó el beso, sus labios moviéndose con los míos de una manera que me hizo olvidar cualquier resistencia que pudiera haber sentido antes. Mi brazo cayó a mi costado, y sin darme cuenta, mis dedos soltaron el stick.

Sentí el peso del stick resbalar de mi mano y caer, pero antes de que siquiera llegara a tocar el suelo, Scott lo atrapó con un movimiento rápido, apenas interrumpiendo el beso. Sus labios se curvaron en una sonrisa contra los míos, su éxito reflejado en sus ojos brillantes cuando se apartó un poco.

—Lo sabía —murmuró, aún con esa sonrisa triunfante en su rostro, sosteniendo el stick entre nosotros.

Lo miré, tratando de mantener una expresión seria, aunque la sonrisa en mis propios labios me delataba.

—Haces trampa —le dije en un susurro, pero la diversión en mi voz era inconfundible.

Scott rió suavemente, apoyando su frente en la mía mientras sujeta el stick con una mano y con la otra me mantiene cerca de él.

—Solo uso mis habilidades a mi favor —replicó, su voz baja y llena de ternura.

No pude evitar sonreír, dejando que mis dedos se deslizaran por la línea de su mandíbula, apreciando la familiaridad de su piel bajo mis manos.

—Bien jugado, McCall —admití al fin, inclinándome para robarle un beso más antes de separarme, aunque no me alejé demasiado. Había algo en esa cercanía, en el calor de su cuerpo junto al mío, que siempre me hacía sentir segura, como si nada pudiera salir mal mientras estuviéramos juntos.

Scott me miró con esa expresión que solo él sabía poner, una mezcla de amor y devoción, y por un momento, me olvidé del entrenamiento, de Liam, y de cualquier preocupación. Porque aquí, en este instante, lo único que importaba era él y el latido acompasado de nuestros corazones al unísono.

—¡McCall! —la voz del entrenador Finstock resonó en el campo, cortando el momento como un cuchillo—. ¡Deja de besuquearte con Stilinski!

Me bajé de Scott de inmediato, aún sintiendo sus manos en mi cintura mientras él me soltaba con una mezcla de sorpresa y diversión en su rostro. El rubor subió a mis mejillas, y aunque intenté mantener la compostura, una risa nerviosa escapó de mis labios.

—¡Dios! Qué raro se oyó eso —dije, llevándome una mano a la boca para ocultar mi sonrisa. —por alguna extraña razón...

Scott también parecía estar conteniendo la risa, aunque sus ojos brillaban con diversión.

—¡Tú! ¡Stilinski! —continuó Finstock desde el campo—. Si vas a robar a mi capitán, ¡al menos hazlo en privado! ¡Tenemos un entrenamiento que hacer aquí!

El tono de su voz era exasperado, pero no pude evitar notar la leve mueca de diversión en su rostro. Seguro que iba a usar esto como material de burla en nuestras próximas prácticas, pero en ese momento no me importaba. Las miradas curiosas de algunos jugadores nos seguían desde el campo, pero la mayoría se habían acostumbrado a nuestras escapadas ocasionales y ya no les daban demasiada importancia.

Le di un pequeño empujón a Scott con mi hombro, fingiendo estar molesta.

—Ahora el entrenador piensa que soy una distracción —dije en voz baja, aunque no pude evitar sonreír.

Scott me devolvió la sonrisa, su expresión suavizándose mientras se inclinaba para susurrarme al oído.

—Bueno, supongo que tendrás que acostumbrarte a eso, porque yo no pienso dejar de besarte —dijo, su voz cargada de cariño.

El rubor en mis mejillas aumentó, y aunque me esforcé por mantener la apariencia de molestia, supe que había perdido esa batalla incluso antes de comenzarla.

—Vamos, capitán —le dije, tomando su mano y tirando de él para volver al campo—. Antes de que el entrenador decida hacerme correr vueltas por distraerte.

El castaño dejó escapar una pequeña risa, y juntos descendimos las gradas para unirnos al resto del equipo. Mientras caminábamos de vuelta, con el stick de lacrosse aún en su mano y su brazo casualmente rozando el mío, no pude evitar sentir una oleada de felicidad. Porque incluso en medio de los gritos de Finstock y los ojos curiosos de los jugadores, lo que más importaba era que estábamos juntos, enfrentando cualquier cosa que viniera, lado a lado.

Finstock asintió, satisfecho.—Bien, bien. Ahora, McCall, deja de perder el tiempo y vuelve al trabajo. A menos que quieras que Stilinski aquí corra las vueltas por ti —dijo, señalándome con la cabeza.

—¡Oye! —protesté, pero mi sonrisa no desaparecía.

Scott simplemente se encogió de hombros y me dedicó una mirada de complicidad antes de girarse hacia el campo, listo para retomar el entrenamiento.

Antes de que pudiera volver al campo, me giré hacia el entrenador, levantando una mano para llamar su atención.

—Entrenador, ¿le importa si le robo al capitán unos minutos más? Prometo ser rápida —le dije, tratando de sonar lo más inocente posible.

Finstock me miró con una ceja levantada y una expresión de fingida indignación.

—Oye, mira, no quiero saber lo que harán —respondió, moviendo las manos como si intentara despejar la idea de su mente.

Me crucé de brazos, tratando de mantener mi compostura, aunque no pude evitar sonreír.

—¿No estará pensando que me refería a otra cosa que no fuera hablar, o sí? —pregunté, fingiendo ofensa.

El entrenador soltó una risa seca, sacudiendo la cabeza.

—Les recuerdo que los atrapé a ambos en una ocasión en mi oficina a punto de... ya saben —dijo, haciendo un gesto ambiguo con las manos que claramente implicaba más de lo que decía.

Sentí cómo el calor subía a mis mejillas al recordar ese momento. Scott y yo habíamos sido mucho más jóvenes e imprudentes entonces, pero incluso ahora el recuerdo me hacía sonrojar.

—No vamos a... solo... necesito hablar con él —me apresuré a explicar, intentando aclarar el malentendido.

El entrenador nos miró durante un largo segundo antes de levantar una mano y mostrarnos los dedos.

—Cinco minutos —dijo en tono autoritario, señalándonos con el dedo—. Y no más.

Asentí con rapidez, agradecida por la oportunidad, y tomé a Scott del brazo, tirando de él hacia un rincón más apartado del campo para tener algo de privacidad. Scott me siguió sin resistencia, claramente intrigado.

—¿Qué pasa, Han? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia mí cuando nos detuvimos a una distancia prudente.

Suspiré, soltando su brazo pero manteniéndome cerca.

—Es sobre Liam —empecé, fijando mis ojos en los de él para asegurarme de que me escuchaba—. Sé que quieres que sea el próximo capitán, pero creo que estás siendo un poco duro con él.

Scott frunció el ceño, su expresión cambiando a una de seriedad.

—¿De verdad piensas eso? —preguntó—. Solo quiero asegurarme de que esté listo. Liam tiene potencial, pero no siempre se toma las cosas en serio.

—Lo sé, y entiendo por qué te preocupa —admití, buscando sus manos y tomándolas entre las mías—. Pero a veces, cuando presionas demasiado, él se cierra. Necesita sentir que confías en él, no que solo estás esperando que falle.

Scott suspiró, mirando hacia el campo donde Liam estaba practicando con los demás.

—Es que... ser capitán significa mucho, Han. Y sé que puede hacerlo, pero si no lo empujo, ¿y si nunca alcanza su potencial? —dijo, volviendo su mirada hacia mí, buscando comprensión.

—Lo alcanzará, Scott, porque te tiene a ti para guiarlo —le respondí, apretando sus manos—. Pero también necesita saber que lo apoyas, que crees en él. Y, sobre todo, que no estás en su contra. Todos respondemos mejor cuando nos sentimos respaldados.

Scott asintió lentamente, absorbiendo mis palabras.

—Tal vez tengas razón —admitió finalmente, sus labios curvándose en una pequeña sonrisa—. Hablaré con él, intentaré ser más comprensivo.

Le devolví la sonrisa, aliviada de que entendiera.

—Gracias, Cariño —le dije suavemente, inclinándome para darle un beso rápido en los labios—. Sabía que lo entenderías.

Scott me devolvió el beso, luego se enderezó y miró hacia el campo.

—hablaré con él, luego —prometió, mirando a Liam.

...

Entré a clases y, al pasar junto a Malia, vi de reojo que prácticamente estaba pintando su libro al intentar resaltar las ideas principales. Sonreí divertida antes de tomar asiento cerca de ella y Lydia.La maestra pasó por nuestros pupitres devolviéndonos nuestras pruebas corregidas. Tenía un A, pero vi que Malia estaba un poco molesta por sacar una D- y Lydia también lo notó.

—Malia, tranquila —murmuró la pelifresa mirando de reojo a la maestra.

—Las garras —señalé de reojo las manos de la coyote que estaban fuertemente sujetas a la mesa.Se relajó y las guardó.

Mientras hacíamos ejercicios, sentí una extraña vibra. Miré a mi alrededor, pero no vi nada extraño, salvo a Lydia hablando con un pupitre vacío, lo que confirmaba que mis sentidos estaban en alerta. En un momento, la banshee se tapó los oídos como si estuviera oyendo un ruido muy fuerte.

—¿Estás bien? —le pregunté al verla alterada.

—Te juro que había alguien ahí —miró el pupitre vacío.

—Te creo, sentí algo raro también —traté de tranquilizarla.—Quizás solo estamos imaginando cosas —sugerí, tratando de mantener la calma mientras miraba el pupitre vacío.

—No, no es solo eso —dijo Lydia, con la voz temblando un poco. —Escuché un ruido muy fuerte como la bocina de un tren, casi como si estuviera en una estación.

—A lo mejor es el estrés —propuso Malia, aún tensa pero intentando parecer relajada.

—Podría ser —asentí, pero no estaba convencida. La sensación de inquietud seguía presente, y el comportamiento de Lydia no ayudaba a calmar mis nervios.

—Algo raro pasa —dijo finalmente, con voz grave—. Anoche oí un tren pasando fuera de mi casa.

Me sorprendí. Miré a Lydia con atención, intentando procesar lo que estaba diciendo.—Aquí no hay estaciones —señalé, intentando entender la conexión.

—Exacto —asintió Lydia—. No hay estaciones en las cercanías, y el sonido era muy claro. No estaba dormida, lo que oí era real. El tren estaba tan cerca que casi podía sentir la vibración del suelo.

Al salir de clases, noté que Lydia corría hacia la entrada con una prisa inusual. Mi preocupación aumentó al ver su comportamiento, así que la seguí para asegurarme de que estuviera bien.

Ella atravesó el estacionamiento con rapidez, bajó de la acera sin mirar y casi fue atropellada por un auto. Solo la intervención oportuna de Malia evitó un desastre.La empujó hacia atrás, alejándola del camino.

—¡Lydia, cuidado! —exclamó Malia, su voz llena de alarma.

Corrí hacia ellas, mi corazón latiendo con fuerza por la preocupación.

—¿Estás bien? —le pregunté, casi sin aliento.

—Estoy... bien —respondió Lydia, pero su tono era extraño, como si estuviera luchando con algo más que el susto.

—¿Qué estabas haciendo? —inquirió la coyote, su expresión aún preocupada.

—Intentaba recordar —admitió la pelifresa, su mirada fija en un punto distante. Era evidente que estaba buscando algo, pero su mente parecía estar en un lugar diferente.

—Sí, definitivamente esta no es la forma de hacerlo —comenté, tratando de mantener la calma—. Tienes que tener más cuidado.

Lydia parecía absorta en sus pensamientos, su mente claramente atrapada en algún recuerdo o sensación confusa. Mientras Malia y yo tratábamos de tranquilizarla, no pude evitar preguntarme qué estaba tratando de recordar con tanta urgencia.

Regresé a la escuela para buscar a Scott, caminando por los pasillos con la mente llena de inquietudes. Finalmente lo vi, de pie frente a uno de los casilleros, tratando de abrirlo. Era extraño porque el casillero no parecía estar asignado a nadie, o al menos no tenía nombre visible.

Me acerqué sigilosamente, sintiendo una mezcla de curiosidad y preocupación. Scott parecía concentrado en su tarea, frunciendo el ceño mientras intentaba abrir el casillero con más empeño del esperado. Aproveché el momento para jugarle una broma. Con una sonrisa traviesa, decidí imitar a la directora Martin, que siempre tenía una manera muy característica de hablar.

—¡Joven McCall! —exclamé en un tono severo y autoritario, mientras me acercaba a él—. ¿Qué hace usted en este casillero sin permiso?

Él se giró bruscamente, sus ojos sorprendidos al verme. La combinación de mi imitación y su sorpresa hizo que se soltara una risa nerviosa.

—¡Oh, genial, Han! —dijo, aliviado y sonriendo—. Me asustaste. Estaba tratando de averiguar quién tiene este casillero.

—¿Y? —pregunté, cruzando los brazos—. ¿Descubriste algo?

—No mucho —admitió, mirando el casillero con frustración—. Parece que está vacío, pero siento que algo no está bien.

—Eso es lo que me temía —dije, uniéndome a él en su examen del casillero—. Tal vez sea una pista para lo que está pasando.

—Quizás —murmuró Scott—. O tal vez estoy siendo paranoico.

—No lo creo —dije, mientras le lanzaba una mirada hacia el casillero—. Puede ser que haya algo más detrás de esto.

Apoyé una mano sobre la chapa del casillero y traté de ver si podía percibir alguna pista, una visión o cualquier cosa que pudiera guiarnos. De repente, un extraño fenómeno ocurrió. Mi visión se nubló momentáneamente y me encontré viendo a mis padres. Mi madre captó toda mi atención, pero había algo en ella que no estaba bien.Mientras trataba de entender lo que estaba sucediendo, un ruido ensordecedor, similar al sonido de un tren, llenó mis oídos. El estruendo fue tan intenso que no pude soportarlo.

—¡Agh! —grité, cayendo al suelo mientras me tapaba los oídos, tratando de escapar del sonido devastador que parecía atravesar mi mente. La visión de mis padres se desvaneció en la confusión, y el ruido comenzó a desvanecerse lentamente.

Scott se apresuró a mi lado, sus rostros llenos de preocupación.—¡Hannah! ¿Estás bien? —preguntó, con voz cargada de ansiedad mientras me ayudaba a levantarme.

—No... no sé qué fue eso —respondí entre sollozos, tratando de recuperar el aliento—. Vi a mis padres... mi madre estaba diferente... y el ruido, era como bocina de tren.

Scott frunció el ceño, mirando el casillero con renovada preocupación—. Debe haber una conexión entre todo esto. Tal vez el casillero esté vinculado a lo que estás viendo.

—¿Qué tienen que ver mis padres? —murmuré mirándolo —. ¿Y de quién es este casillero?

—No lo sé, eso quería averiguar —dijo Scott. Miró alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie cerca, luego intentó abrir el candado del casillero con ambas manos.

—¿Qué hacen? —volteamos al escuchar la voz de un profesor.

—Ah, nada... estaba —dijo el castaño, fingiendo que intentab abrir el casillero—. Solo estaba revisando el casillero.

—¿Es tuyo? —preguntó el hombre señalando el objeto con la cabeza.

—Chequeó la lengua—. La verdad no.

—Soy nuevo aquí, pero estoy seguro de que abrir el casillero de alguien más va contra las reglas —comentó con un tono autoritario.

—Scott rió nerviosamente—. No estoy abriendo el casillero de alguien más.

—¿Cómo crees que se ve? —preguntó el profesor, claramente no creyendo la explicación de Scott.

—Como si estuviera abriendo un casillero ajeno —dijo mi chico, visiblemente incómodo.

El hombre sonrió —. Sí.

—Iré a clase —decidió Scott, comenzando a alejarse.

—Sí, tal vez sea una buena idea —concordó el profesor, luego me miró—. ¿Y tú?

—Iré con él —dije, señalando a Scott. Me dirigí hacia él y lo alcancé mientras nos dirigíamos a la salida del pasillo.

Una vez que estuvimos a salvo de la vista del profesor, él se detuvo y me miró con preocupación—. ¿Qué crees que estaba pasando con ese casillero? ¿Y el ruido que escuchaste?

—No lo sé —respondí—. Pero creo que tenemos que averiguarlo. Lo que vi y oí no fue normal. Mis padres, el ruido del tren...todo está conectado de alguna manera.

Scott asintió—. Lo sé. Vamos a averiguarlo, pero primero, tenemos que ser más cuidadosos para no levantar sospechas.

...

Al llegar a casa de mis padres para recoger a Melody, el cálido aroma a galletas recién horneadas me recibió antes de que entrara en la cocina. Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras me acercaba al bullicio familiar.

Al entrar en la cocina, vi a mi madre, con su delantal manchado de harina, trabajando con esmero en la elaboración de galletas. Sus movimientos eran metódicos, y su expresión mostraba la tranquilidad y la alegría de estar en su elemento. El aroma dulce y el sonido de la batidora mezclando la masa creaban una atmósfera acogedora.

Melody estaba en la mesa de la cocina, concentrada en su tarea. Sus rizos caían desordenadamente alrededor de su rostro mientras se esforzaba por completar sus ejercicios escolares. A medida que me acercaba, ella levantó la vista con una sonrisa al verme.

—¡Hola, mamá! —exclamó Melody, levantando un brazo para saludarme antes de volver a concentrarse en sus deberes.

—Hola, cariño —le respondí mientras me dirigía hacia la mesa para darle un beso en la mejilla. Luego me volví hacia mi madre—. ¿Cómo va todo, mamá?

—Todo bien, querida —respondió mi madre sin dejar de mezclar la masa—. Solo haciendo unas galletas para que Melly se lleve algo dulce a casa. ¿Cómo te fue hoy?

—Ha sido un día largo, pero nada que no pueda manejar —dije mientras observaba a Melody trabajando diligentemente—. ¿Necesitas ayuda con algo?

—No por ahora, solo déjalas enfriar un poco y luego las empacaré —contestó mi madre—. ¿Cómo estuvo la escuela?

—Un poco agitada, pero nada fuera de lo común —respondí mientras me sentaba junto a Melody—. ¿Todo bien con tu tarea, Mel?

—Sí, estoy casi terminando —dijo la pequeña con entusiasmo—. Solo me falta una página más.

Me incliné para ver su progreso, y mientras lo hacía, mi mente seguía ocupada con los acontecimientos recientes. La visión que tuve en el casillero y el extraño ruido del tren no me dejaban en paz. Sin embargo, en ese momento, con el calor de la cocina y la tranquilidad de la rutina familiar, me sentí un poco más en calma.

—Muy bien, cariño —le dije a Melody—. Termina tu tarea y luego podemos irnos a casa.

Mi madre sonrió y asentó con la cabeza, mientras continuaba con su labor en la cocina. La escena, tan familiar y reconfortante, era un respiro en medio del caos de los últimos días.

Miré a la castaña, tratando de entender el significado de la visión que había tenido. A pesar del calor acogedor de la cocina y el aroma dulce de las galletas, la inquietud que sentía no desaparecía. Mi mente seguía dándole vueltas a las imágenes y sonidos perturbadores.

Cuando Melody terminó su tarea, la ayudé a guardar sus cosas, mientras mi madre nos acompañaba hasta la puerta. La despedida de mi hija fue cálida y afectuosa, un pequeño momento de normalidad que parecía tan natural como siempre. Sin embargo, cuando llegó mi turno para despedirme, el ambiente cambió ligeramente.

Al despedirme de mi madre, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. No era solo el aire frío del exterior, sino una sensación más profunda, casi como si algo no estuviera del todo bien. La expresión de mi madre parecía normal, pero había algo en su abrazo, en su manera de decir adiós, que me dejó un sentimiento inquietante.

Me esforcé por mantener la compostura y le devolví el abrazo con una sonrisa forzada, tratando de sacudirme la sensación de incomodidad. A medida que me alejaba de la puerta y salía de la casa, me pregunté si era simplemente el estrés acumulado o si había algo más que debía temer.

...

Me acomodé en la cama, esperando a Scott mientras él seguía en el baño. La luz de la habitación estaba apagada, sumergiéndonos en una penumbra íntima. Cuando finalmente salió, se veía relajado con solo unos pantalones de dormir y desnudo de cintura para arriba. No pude evitar morderme el labio inferior mientras lo observaba.

—Empiezo a creer que lo haces a propósito —dije, mi voz cargada de diversión—. ¿Te estás haciendo desear, McCall?

Scott se detuvo en la puerta, su mirada se deslizó de mí hacia su cuerpo y luego de nuevo hacia mí. Su expresión era una mezcla de sorpresa y desafío.—¿Quieres esto? —preguntó, con un toque de picardía en su voz—. Debes ganártelo.

—¿Ah sí? —alcé una ceja, desafiándolo con una sonrisa.

Se acercó lentamente a la cama, sus pasos ligeros en el suelo. La atmósfera se volvió aún más cargada de tensión. Me incliné hacia él, mi sonrisa se amplió mientras esperaba a ver qué hacía a continuación. Él se detuvo justo al borde de la cama, su mirada fija en la mía.

—Te advierto que te vas a tener que esforzar —dijo, bajando su tono a un murmullo juguetón.

Sin perder el ritmo, me moví un poco, buscando acercarme más a él. Me incliné hacia adelante, mis dedos rozando su pecho con un toque ligero. Scott se tensó un poco, su respiración se volvió más rápida mientras nuestras miradas se mantenían fijas.

—¿Entonces, qué estás esperando? —susurré, mientras pasaba mis manos por su abdomen, sintiendo sus músculos tensarse bajo mis dedos.

Se echó hacia adelante, sus labios apenas tocando los míos en un beso suave. La calidez de su cuerpo cerca del mío hizo que el resto del mundo se desvaneciera. Me respondía con la misma intensidad, sus manos explorando mi espalda mientras la habitación se llenaba de un silencio suave, solo interrumpido por nuestras respiraciones entrecortadas.

Finalmente, se alejó ligeramente, mirándome con una sonrisa satisfecha.—¿Estás feliz ahora? —preguntó, su tono lleno de diversión.

—Mmm... más que feliz —respondí, acariciando su rostro antes de volver a atraerlo hacia mí para un beso más profundo y ardiente. —¿Qué te dijo Deaton? —me separé muy apenas, nuestros labios aun se rozaban.

—que mi subconsciente intenta decirme algo y que para hacerlo debo dormir, eso podría ayudar —explicó acariciando mi mejilla con delicadeza —así que...está noche no habrá acción.

—Esto me lo vas a pagar y te va a salir muy caro —admití, con una sonrisa pícara.

Scott soltó una risa suave, inclinándose para darme un rápido beso en la frente.—Lo tendré en cuenta —dijo, antes de acercarse aún más—. Pero ahora, ¿por qué no nos acomodamos y tratamos de resolver esto de la manera más cómoda posible?

Me reí y me recosté en la cama, dejándome atrapar por sus brazos que me rodearon protectores. Mientras me acurrucaba contra él, el calor de su cuerpo y la sensación de su respiración regular a mi lado me dieron una paz inesperada.—Así está bien —murmuré, cerrando los ojos y dejándome llevar por el confort de su abrazo—. Aunque prometo que te lo recordaré mañana.

—Cuenta con ello —respondió él, acariciando mi cabello mientras nos acomodábamos para dormir.

Desperté en la madrugada y me encontré sola en la cama. El lado de Scott estaba vacío, y no había rastro de él. Me incorporé, parpadeando para despejarme y llamé suavemente:

—¿Scott?

No hubo respuesta. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras me levantaba y revisaba cada rincón de la casa donde él podría estar: el baño, la sala, incluso en el pequeño cuarto de lavado. Nada. No estaba en ninguna parte.

Llegué a la cocina, resignada. Quizá había salido por algo y volvería en cualquier momento. Suspiré y giré para regresar a la habitación, cuando escuché un ruido en la puerta principal. Me detuve, alertada, y me dirigí rápidamente hacia allí. Al abrir la puerta, encontré a Scott entrando, su expresión era de confusión y su ropa estaba desordenada.

—¿Dónde estabas? —pregunté, acercándome a él, preocupada.

Scott levantó la mirada hacia mí, su rostro pálido y sus ojos un poco vidriosos.

—En el bosque —admitió, su voz cargada de inquietud.

Lo miré incrédula.

—¿Y qué hacías ahí? —inquirí, tratando de entender la situación.

Negó con la cabeza, como si tratara de aclarar sus pensamientos.

—Desperté ahí —explicó, su ceño fruncido mostrando que estaba tan desconcertado como yo.

Me quedé en silencio por un momento, procesando sus palabras.

—¿Sonambulismo? Pero... la última vez fue cuando te mordieron, ¿no? —recordé, pensando en los primeros días después de que se convirtiera en hombre lobo, cuando sus transformaciones y la confusión lo llevaban a vagar dormido.

—Sí —dijo, asintiendo lentamente—. Por eso mismo iremos a investigar.

Sin esperar una respuesta, Scott tomó mi mano y comenzó a subir las escaleras, guiándome hacia nuestra habitación. Sentí su urgencia y su preocupación, lo cual no hizo más que aumentar mi propia ansiedad. Algo estaba pasando, algo que ni siquiera él comprendía del todo, y la incertidumbre me pesaba en el pecho.

Mientras subíamos, no podía dejar de pensar en las posibles causas. ¿Estaba relacionado con las visiones? ¿Con las extrañas sensaciones que había tenido últimamente? Y si era así, ¿qué significaba eso para nosotros? Apreté la mano de Scott, buscando consuelo en su toque, y él respondió apretando la mía con firmeza, como si quisiera asegurarme que, pasara lo que pasara, lo enfrentaríamos juntos.

—Espera, espera —lo detuve justo al entrar a la habitación. Mi corazón latía con fuerza al darme cuenta de lo que íbamos a hacer, y de lo que podríamos estar olvidando—. No podemos irnos —le dije, mirándolo con preocupación. Él me observó, sin comprender, con una ceja levantada—. Melody —le recordé.

Scott parpadeó un par de veces antes de asentir, la comprensión dibujándose en su rostro.—No te preocupes, está mi madre —me aseguró, mientras buscaba una remera en el armario y se la ponía.

Suspiré aliviada. Él siempre pensaba en todo, incluso en momentos como este. Era parte de lo que amaba de él, su capacidad de estar presente y cuidar de quienes amaba, incluso cuando todo parecía estar en contra.

—Está bien —dije finalmente, aceptando su plan.

Me vestí rápidamente mientras Scott tomaba su teléfono para llamar a las chicas. Sabía que Lydia y Malia querrían unirse a la investigación, y con Lydia teniendo esas visiones extrañas y Malia siempre lista para la acción, no había duda de que estarían a nuestro lado en cuestión de minutos.

Mientras me ponía mis jeans y una camiseta cómoda, podía escuchar a Scott hablando con Lydia, explicándole la situación en pocas palabras. El tono de su voz se volvió más urgente, y aunque no podía escuchar lo que Lydia decía, por la expresión de Scott, supe que ella también había sentido que algo extraño estaba ocurriendo. Al colgar, Scott se giró hacia mí, sus ojos mostrando una mezcla de determinación y preocupación.

—Lydia y Malia nos esperan en el cruce de caminos, cerca del bosque —informó, acercándose a mí y tomando mi mano de nuevo.

Asentí, tomando aire profundamente para calmarme. Aunque la situación me preocupaba, sabía que estaríamos mejor enfrentándola juntos. Con Scott a mi lado y las chicas apoyándonos, nada podía salir mal... o eso quería creer.

Llegaron las chicas en el auto de la pelifresa, al verlas nos acercamos con rapidez. Ellas bajaron y se acercaron por lo que aprovechamos para pasarles una linterna.

—Hola —murmuramos al unísono, nuestras voces resonando en la oscuridad del bosque.

Scott estaba serio, con la mirada perdida en algún punto entre los árboles. El ambiente estaba cargado de tensión; la noche tenía un aire distinto, como si algo nos observara desde las sombras. Lydia y Malia se intercambiaron una mirada de preocupación, notando la expresión sombría del alfa.

—Me quedé dormido en mi casa y desperté en el bosque, como a un kilómetro y medio de aquí —explicó Scott, su voz era un susurro en la noche—. Creo que esto pasó por algo. He estado aquí antes. —Nos señaló un claro más adelante—. A principios de primer año, la noche antes de las pruebas para el equipo de lacrosse, lo recuerdo porque solo podía pensar en eso.

Sentí que un escalofrío recorría mi columna vertebral al escucharlo. Esta era la primera vez que Scott mencionaba algo así. Su voz, normalmente llena de confianza, sonaba vacilante, como si estuviera desenterrando recuerdos que había tratado de olvidar.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Malia, directa como siempre, pero con un tono de genuina curiosidad.

—Buscando un cadáver —admitió, su sinceridad cayendo pesadamente en el aire.

Hubo un momento de silencio incómodo. Todos sabíamos que Beacon Hills tenía su cuota de historias macabras, pero escuchar esas palabras en la voz de Scott, alguien tan cercano, le daba un toque de realidad aterradora.

—Sí, lo recuerdo —asentí, tratando de conectar los hilos sueltos en mi mente—. Lo oí en... lo sabía porque... ¿Cómo lo sabía? —me detuve en seco, uniendo cabos sueltos en mi mente, pero sin lograr formar una imagen clara—. No tenía una radio policial. Mi padre me mataría si tuviera una.

—Qué mórbido —comentó Lydia con una risa nerviosa, intentando aliviar la tensión, pero su mirada seguía fija en Scott, analizando cada uno de sus movimientos.

—Pero, ¿qué hacía aquí solo? —Scott miraba a su alrededor, sus ojos barrían el oscuro bosque, como buscando algo, cualquier cosa que le diera una pista.

—Quisiera ayudarte, pero no te conocía en ese entonces —la banshee, encogiéndose de hombros. Su tono era ligero, pero había una sombra de preocupación en sus ojos.

—Yo aún era un coyote, tal vez intenté comérmelo —dijo Malia con una sonrisa que no alcanzó sus ojos, tratando de aligerar la conversación, pero su comentario fue recibido con miradas serias.

—Sé que la única aquí que podría habértelo dicho soy yo, porque mi padre es el sheriff, pero... no lo hice —murmuré, pensando en voz alta—. No fui yo, ni siquiera tenía forma de saberlo.

—Deaton dijo que mi subconsciente intenta decirme algo —comentó Scott, su voz teñida de incertidumbre—. Pero necesito que me ayuden a descifrar lo que es.

—Tal vez eras un adolescente curioso —opinó Lydia—. Supiste que había un cuerpo...

—¿Pero cómo? —él frunció el ceño, la frustración evidente en sus ojos—. Nunca veía las noticias y no tenía un radio policial. —Me miró, buscando confirmación—. Y Hannah no me lo hubiera dicho.

—Tu mamá trabaja en el hospital —señaló Malia—. Tal vez la llamaron y escuchaste algo.

—Mi mamá no estaba en casa esa noche —respondió Scott, sus palabras llenas de exasperación—. Vivo a ocho kilómetros de aquí. ¿Cómo llegué aquí? —Se detuvo, claramente frustrado, sus manos tensándose en puños a los costados.

Me acerqué a él y tomé su mano, intentando calmarlo.

—Cariño, tienes que tomarlo con calma —le susurré, apretando su mano con suavidad. Podía sentir su confusión y preocupación, reflejándose en su mirada.

—En auto —respondió la coyote de repente, con lógica fría.

—No tenía un auto —su ceño se frunció más.

—Corriste —insistió Malia.

—No hubiera podido —negué con la cabeza, recordando un detalle crucial de esa época—. Tenía asma —dije, la voz baja—. Por eso siempre llevo un inhalador, por si él lo necesita.

Scott asintió, reconociendo ese detalle. Era un hecho de su pasado que solía olvidar, una debilidad que había quedado atrás desde que se convirtió en hombre lobo.

—Estaba escondido, pero sabían que estaba aquí —dijo Scott, más para sí mismo, sus ojos escaneando el claro a nuestro alrededor.

—Tal vez hiciste mucho ruido con tu respiración asmática —sugirió Malia, haciendo un gesto de inhalación exagerada, en un intento por aliviar la tensión.

—¿Cómo podían saber que era yo? —preguntó él, su voz llena de desesperación—. ¿Por qué pensaría el sheriff que estaba aquí?

—Hannah le dijo —comentó la castaña, volviendo su mirada hacia mí, sus ojos llenos de dudas.

—No, porque no sabía que él estaba aquí —respondí rápidamente—. Y... jamás lo delataría.

—Porque, como todas las muertes en este pueblo, era algo supernatural—dijo Lydia, sus ojos brillando con una certeza casi inquietante.

Scott negó con la cabeza.—No era supernatural—dijo, su voz estaba baja, pero llena de convicción—. Fue la noche en que me mordieron. No era hombre lobo aún y no estaba solo aquí.

Las palabras de Scott colgaron en el aire, creando un silencio lleno de significado. Un escalofrío recorrió mi espalda. Las piezas del rompecabezas estaban empezando a encajar. Scott no estaba solo esa noche, y el hecho de que hubiera llegado al bosque, a pesar de no tener razones lógicas para estar allí, significaba que había fuerzas en juego que no entendíamos.

—Sé que suena raro, pero creo que tenía un buen amigo... y que estuvo aquí conmigo esa noche —admitió Scott, su voz estaba llena de un tono reflexivo, como si estuviera descifrando un enigma complejo.

—No suena loco —dijo Malia con seguridad. —Yo también he tenido una experiencia extraña. Alguien me encadenó, y creo que esa persona quería mantenerme como humana.

—Esta mañana fui a la escuela y estaba segura de que tenía que ver a alguien —comentó Lydia, su expresión era de confusión. —No puedo recordar quién era, pero pasé todo el día buscándolo. Creo que lo amaba.

Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras escuchaba a mis amigos compartir sus experiencias. Sentía un dolor en mi pecho, como si una parte de mí estuviera incompleta.

—Y yo... no sé cómo, pero creo que... —me detuve, mi voz temblaba—. Creo que tenía a alguien —fruncí el ceño mientras trataba de ordenar mis pensamientos—. Alguien importante, con el que tenía un fuerte vínculo. —Miré a Scott—. No es el mismo vínculo que tengo contigo, es más como algo familiar como un lazo de sangre —aclaré para evitar malos entendidos—, porque siento este vacío, como si parte de mí faltara...

—Como... ¿un hermano? —inquirió la banshee, su voz llena de comprensión.

La mirada en sus ojos me hizo sentir que había acertado en algo importante. Asentí lentamente.—Sí, un hermano, pero... creo que podría ser mi mellizo. Eso explicaría la visión que tuve de mis padres.

Scott me rodeó con sus brazos, brindándome consuelo mientras luchaba por controlar mis emociones. La sensación de pérdida y el vacío en mi pecho eran casi insoportables.Los cuatro nos miramos, un silencio cargado de emoción y preocupación nos envolvía.

Finalmente, Scott rompió el silencio con una sugerencia.—¿Y si perdimos a la misma persona? —preguntó, su tono era un susurro lleno de misterio. Se separó un poco de mí y sacó algo de su bolsillo. Era una fotografía.

Nos acercamos para ver mejor. Era la que nos había sacado Sidney anuario escolar. La imagen era clara: éramos nosotros, Scott, Lydia, Malia y yo sentandos en una mesa de picnic en distintas posiciones.

—Creo que estaba en esta fotografía —prosiguió el castaño, señalando un punto en la imagen junto a él y a mí.

Lydia, con su aguda percepción, identificó el lugar en la foto.—Estaba sentado ahí —señaló, su dedo apuntando a un área específica junto a Scott y a mí.

La revelación era desconcertante. Nos miramos, cada uno procesando el impacto de la información. Había una posibilidad inquietante de que esa persona, quienquiera que fuera, hubiera estado en nuestras vidas de una manera que aún no comprendíamos completamente.

—Definitivamente tenemos que ir con Deaton —comenté con determinación mientras nos dirigíamos a nuestros vehículos.

—Sí, vamos —confirmó Scott.

Llegamos a la clínica veterinaria y le explicamos a Deaton todo lo que habíamos experimentado. Él, con su habitual calma, llegó a la conclusión de que la hipnosis podría ser la mejor forma de explorar los recuerdos olvidados. Tomó el cristal del auto que Scott había traído y lo ató a un hilo, dejándolo suspendido frente a Lydia, como un péndulo.

—¿Y escribe mágicamente las respuestas? —preguntó Malia, claramente intrigada.

—No es así de simple —respondió el hombre, mientras ajustaba el péndulo.—Nunca lo es —dijimos Lydia y yo al unísono, haciendo que Deaton sonriera levemente.

—Con la escritura automática, la mano se mueve fuera de la consciencia —explicó tranquilamente —. Esperemos que el silencio, la oscuridad y la luz te permitan encontrar un estado de transe más cómodo. Lydia, quiero que mires la luz y dejes ir los pensamientos.

Nos alejamos un poco para no distraerla mientras Lydia tomaba el lápiz y el papel, intentando entrar en trance.

—Debo advertirte —el druida se dirigió a Scott—, es posible que no tengamos acceso a esos recuerdos.

—¿Por qué no? —preguntó Scott, claramente preocupado.

—La leyenda dice que la Cacería Salvaje se lleva a las personas. Si lo que dices es cierto, la verdad podría ser mucho peor. Ellos borran a las personas de la realidad.

—¿Cómo recordamos a alguien que ha sido borrado de nuestras mentes? —inquirió el castaño.

Deaton parecía no tener una respuesta definitiva.

—Tal vez no completamente —dijo Malia mientras observaba a Lydia escribir cada vez más rápido.

Yo, distraída, miré el cristal, que tenía un color turquesa tornasolado y se movía lentamente como un péndulo. Algo en su movimiento me atraía. Caminé despacio hacia él, mientras Scott me llamaba sin que le prestara atención. Cuando llegué al cristal, lo toqué con mis dedos. De repente, un dolor de cabeza intenso me golpeó. Solté un grito ahogado y caí de rodillas.

—¡Hannah! —Scott corrió hacia mí con preocupación.

—Mischief —murmuré débilmente.

—¿Qué? —preguntó, confuso.

—Mischief —repitió Deaton, con una expresión pensativa—. "Travesura" en inglés. ¿Cómo encaja esto con la persona que buscan?

—No lo sé —murmuré, mi mente todavía tambaleándose.

El trance de Lydia no parecía haberse visto afectado por mi incidente. Ella seguía en su estado, más agitada que antes. Regresamos a la esquina en silencio, observándola.

—¿Está bien? —pregunté, mirando a Lydia. —¿Deberíamos pararla?

Tuve la intención de acercarme, pero Deaton me detuvo, acercándose él mismo a la banshee.

—Lydia —dijo, tratando de calmarla—. Más despacio.

Deaton apagó la luz y Lydia se detuvo abruptamente. Scott y yo nos acercamos, preocupados.

—¿Está bien? —preguntó Scott, observando cómo Lydia permanecía paralizada.

—¿Lydia? —el druida trató de llamar su atención, agachándose para mirar su rostro.

Malia y yo nos miramos, y ella hizo un gesto para que tomara el papel que Lydia había estado usando. Lo tomé y ambas lo miramos. Las palabras en el papel eran confusas al principio.

—¿Qué significa "travesura"? —inquirió Malia, su voz llena de inquietud. —¿No es lo que Hannah murmuró hace unos minutos?

Scott tomó la hoja de mi mano y la puso en la mesa. —no escribió eso —Al verla más de cerca, nos dimos cuenta de que, en lugar de "travesura", decía "Stiles".

Lydia regresó de su trance con un gritito desconcertado.

—¿Qué diablos es un Stiles? —preguntó Lydia, claramente confundida.

—Suena parecido a Stilinski, ¿no lo creen? —murmuré aterrada, mientras el nombre resonaba en mi mente.

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