Capítulo ciento cuarenta y ocho "Allanamiento"
Estábamos en la biblioteca de la escuela, un lugar lleno de estanterías altas y hileras de libros alineados perfectamente. El olor a papel viejo y tinta se mezclaba con la luz tenue de las lámparas de escritorio, creando un ambiente casi acogedor, si no fuera por la tensión palpable en el aire. Scott se inclinaba sobre la laptop abierta frente a él, sus cejas fruncidas mientras leía la pantalla. Habíamos estado aquí un rato, buscando cualquier pista sobre la palabra que Lydia había escrito: "Stiles".
—"Stile; un arreglo de paso que les permite a las personas pero no a los animales subir a una cerca"—leyó en voz alta, sus ojos marrones moviéndose de la pantalla a mí, buscando alguna confirmación de que esto tenía sentido.
—Sí... no creo que sean los "Stiles" que estamos buscando —dije, dejando escapar un suspiro. La frustración se asentaba en mí como un peso físico, un recordatorio constante de que estábamos corriendo contra el tiempo y sin pistas claras.
Scott asintió, cerrando la laptop con un chasquido suave.—Tal vez Malia encontró algo —dijo, aunque su tono sugería que no tenía muchas esperanzas.
—No, tiene exámenes de recuperación —respondió Lydia desde el otro lado de la mesa, cruzando los brazos sobre el pecho. Parecía inquieta, su mirada perdida en algún punto de la mesa, como si pudiera encontrar respuestas allí.
De repente, un aullido rompió el silencio, resonando desde los pasillos vacíos de la escuela. El sonido me atravesó, reconociéndolo al instante. Mi estómago se hundió y mis ojos se encontraron con los de Scott.
—Ay no —murmuré, un nudo formándose en mi garganta—. Creo que fue demasiada presión para Malia.
—Sí, creo que el examen no estuvo bien —dijo la pelifresa mientras nos levantábamos de nuestras sillas. La preocupación en su rostro reflejaba la mía. Sabíamos que, cuando Malia se sentía acorralada, la transformación era casi inevitable.
Bajamos al sótano, el lugar donde Malia solía ir cuando necesitaba estar sola o cuando las emociones la abrumaban. Las sombras nos envolvieron mientras descendíamos por las escaleras, y los sonidos de nuestros pasos resonaban suavemente en las paredes de cemento. Nos detuvimos cerca de la entrada, Scott un poco más adelante, preparado para enfrentar lo que nos esperara allí.
—Malia —llamó Scott con suavidad, su voz llena de la calma que siempre trataba de mantener en situaciones como esta—. Tranquila, estás a salvo.
Un gruñido profundo y nada amistoso fue la respuesta. Podía imaginarla en su forma de coyote, asustada y a la defensiva. Mi corazón latía con fuerza, la preocupación latiendo en mis sienes.
La puerta detrás de nosotros se abrió, y me volví para ver a mi padre, el sheriff, entrando al sótano con cautela. La directora Martin estaba detrás de él, su expresión estoica, aunque podía ver la preocupación en sus ojos.
—No te voy a lastimar —aseguró el castaño mientras me acercaba a él, sintiendo la tensión en sus hombros. Me quedé a su lado, mi mano rozando su brazo en un intento de darle apoyo. Scott giró ligeramente la cabeza hacia mí, hablando en un tono apenas audible—. Ya se está calmando.
—Tal vez... deberías gruñirle también —comentó mi padre, claramente nervioso. Malia podía ser peligrosa en este estado, y lo sabíamos—. Scott, eres el alfa, ¿no puedes... hacer que sea un poco más dócil?
—Ella no es el problema —dije de repente, dándome cuenta de lo que estaba pasando. Miré a Malia, aún en las sombras, y luego a Scott—. Somos nosotros.
Scott me miró, sus ojos llenos de preguntas, pero también de comprensión. Asintió lentamente, captando lo que quería decir.
—Es su territorio —continué, mi voz más firme—. Tenemos que irnos de aquí.
Él asintió de nuevo y me guió suavemente hacia la salida del sótano, alejándome del animal. Sabíamos que era lo mejor; necesitaba espacio y tranquilidad para volver a su forma humana.
—Malia venía aquí, para superar las lunas llenas —admitió Lydia mientras caminábamos hacia la salida—. Luego empezamos a ir a la casa del lago.
—Pensé que había un animal salvaje en esa casa —dijo la directora Martin, su tono una mezcla de incredulidad y reproche.
Lydia levantó una ceja, una sonrisa casi imperceptible en sus labios.—Mejor agradece que no te lo digo todo.
Mientras hablábamos, los gruñidos y aullidos disminuyeron. Lentamente, vimos cómo Malia se iba transformando de nuevo en humana, su respiración aún agitada pero más controlada.
—Tranquilos, estoy bien —dijo ella, su voz temblando levemente. La directora Martin se acercó, dándole algo de ropa para cubrirse. Podía sentir la tensión aliviándose ligeramente, aunque sabía que esto no terminaba aquí.
—¿Saben qué provocó el cambio? —preguntó mi padre, sus ojos alternando entre Scott y yo. Podía ver la preocupación en su rostro, el mismo miedo que yo sentía cada vez que alguno de nosotros estaba en peligro.
—Está muy presionada —dijo Scott, mirándome de reojo. Asentí, sabiendo que ambos teníamos la misma idea—. La escuela, la vida tras la graduación...
—Su mamá intentó matarla —agregué, mi voz sonando más dura de lo que pretendía.
Scott frunció el ceño, pensativo.
—Eso no debería provocarlo —dijo, más para sí mismo que para nosotros. Luego me miró, sus ojos llenos de una preocupación silenciosa—. Podría estar relacionado con Stiles.
—Ni siquiera sabemos lo que es un Stiles —murmuró Lydia, la frustración evidente en su voz.
—Es un él —dijo mi padre, su tono haciendo eco en el sótano. Todos nos giramos para mirarlo.
—¿Quién? —preguntó Scott, sus ojos estrechándose ligeramente.
—Stiles —repitió el sheriff—. Es un apodo de la familia, nunca lo he usado, pero mi padre sí.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, como si una verdad olvidada hubiese sido despertada de repente. Scott me miró, su expresión cambiando de sorpresa a algo más cercano a la desconfianza.
—Han, creo que hay algo que no nos has dicho.
Sentí el calor subiendo a mis mejillas, incómoda bajo su mirada.
—Ah... yo... lo había olvidado y... sí, comenté algo al respecto —me defendí, sabiendo lo poco convincente que sonaba. Intenté tragarme el nudo de la garganta—. Y es absurdo que la persona que buscamos sea mi abuelo.
Scott se quedó en silencio, pero sus ojos seguían fijos en mí, como si estuviera buscando algo en mi expresión. Lydia también me miraba, y podía ver que su mente estaba procesando esta nueva información, conectando los puntos en silencio.
Caminábamos tras mi padre por los pasillos de la escuela, desolado casi como si estuviera abandonado. El silencio era denso, cargado de emociones que ninguno de nosotros se atrevía a expresar en voz alta. Podía sentir la tensión entre Scott y yo, un muro invisible que se había levantado desde que salimos del sótano.
El peso de las palabras no dichas y los secretos guardados colgaba sobre nosotros, haciéndome sentir incómoda y ansiosa. Mi padre caminaba adelante, su silueta sólida liderando el camino hacia la salida, mientras Lydia, a su lado, lanzaba miradas de soslayo, como si también notara el cambio en el ambiente.
Al llegar al final del pasillo, me detuve, incapaz de ignorar más la sensación de malestar en mi pecho.
—Scott —dije suavemente, colocando una mano en su brazo para detenerlo. Mi voz sonaba pequeña en el vasto silencio del edificio vacío.
Scott se volvió hacia mí, sus ojos marrones encontrándose con los míos. En su mirada vi la sombra de las dudas que lo estaban atormentando, la misma incertidumbre que sentía yo. Mi padre y Lydia se giraron para mirarnos, sus expresiones llenas de curiosidad y preocupación.
—Adelántense, nosotros los alcanzamos luego —dijo Scott con voz firme, sin apartar la mirada de la mía.
Mi padre asintió lentamente, intercambiando una breve mirada con Lydia. Ella me dedicó una última mirada de apoyo antes de seguir caminando junto al sheriff hacia el estacionamiento, dejándonos a Scott y a mí en el pasillo silencioso.
El silencio se cernió entre nosotros como una barrera palpable. Bajé la mirada, sintiendo un nudo de emociones formándose en mi garganta. Respiré hondo, intentando organizar mis pensamientos.
—Lo siento —empecé, mi voz apenas un susurro —. Quizás debí decir algo al respecto, pero como te dije, no puede ser mi abuelo la persona que buscamos.
Mis palabras salieron apresuradas, como si intentara liberarme de un peso que llevaba encima desde hacía demasiado tiempo. Al mirarlo, traté de encontrar comprensión en sus ojos, una señal de que entendía lo que estaba diciendo. Pero su rostro estaba ensombrecido, su expresión difícil de leer.
—Y realmente me siento mal —continué, mi voz rompiéndose un poco—. Estás distante desde que salimos del sótano, y no quiero esto. No quiero que haya distancia entre nosotros.
El castaño me observó en silencio por un momento, su rostro suavizándose. Dio un paso más cerca, sus manos encontrando las mías, y sentí su calidez familiar envolviéndome. Sus dedos apretaron los míos con suavidad, y esa simple acción me dio un atisbo de alivio, como si el muro invisible entre nosotros se estuviera desmoronando.
—Hannah —dijo finalmente, su voz baja y calmada—. No estoy distante porque no confíe en ti o porque piense que ocultas algo. Es solo que... —suspiró, apartando la mirada un momento antes de volver a encontrar la mía—. Esto me tomó por sorpresa. Nunca pensé que algo así pudiera estar relacionado contigo o con tu familia. Es complicado, y necesito un momento para procesarlo.
Asentí, entendiendo lo que quería decir. La noticia de que el nombre de mi abuelo podría estar involucrado en todo esto era un golpe para ambos, y estaba claro que Scott solo estaba tratando de entenderlo todo.
—Lo sé —susurré—. Es confuso para mí también. Pero necesitamos resolver esto juntos, sin secretos, sin distancias. Te necesito, Scott. Ahora más que nunca.
Me miró profundamente, y vi la determinación encenderse en sus ojos. Su mano subió para acariciar mi mejilla, el contacto enviando un rayo de calidez a través de mí.
—Y yo te necesito a ti, Han —dijo suavemente—. Vamos a descubrir qué significa todo esto. Juntos.
Me incliné hacia él, dejando que su cercanía disipara mis miedos. Por un momento, nos quedamos así, en silencio, tomando fuerzas del uno al otro. Sabía que, sin importar cuán complicadas se pusieran las cosas, mientras estuviéramos juntos, podríamos enfrentarlas. Sentí que la distancia que había temido empezaba a desvanecerse, y el peso en mi pecho se aligeraba un poco.
Scott tomó mi mano con firmeza, y juntos empezamos a caminar de nuevo por el pasillo, dispuestos a enfrentar lo que fuera que nos esperara.
—Espera —dije de repente, tirando suavemente de su mano para detenerlo. Él se volvió hacia mí con una expresión de sorpresa, y antes de que pudiera decir algo, lo atraje hacia mí, cerrando la distancia entre nosotros. Una sonrisa juguetona apareció en mis labios mientras me ponía de puntillas, acercándome para besarlo.
El beso fue suave al principio, un roce delicado de labios que desató una ola de calidez entre nosotros. Sentí cómo Scott respondía, relajándose y envolviendo sus brazos a mi alrededor, atrayéndome más cerca. Sus labios se movían contra los míos con una familiaridad que me llenaba de consuelo, disipando cualquier rastro de incertidumbre o distancia que hubiera sentido antes.
—Así está mejor —murmuré cuando me separé apenas unos milímetros, mis palabras un susurro contra sus labios. Pude ver su sonrisa, y ese simple gesto me hizo sentir más ligera, como si todo estuviera volviendo a su lugar.
Scott acarició mi mejilla con el pulgar, sus ojos llenos de una calidez que me envolvía por completo. —Sí, mucho mejor —respondió en voz baja, su aliento cálido contra mi piel.
Me reí suavemente, apoyando mi frente en la suya, cerrando los ojos por un momento. Ahí, en el pasillo desierto de la escuela, con el silencio envolviéndonos, sentí que nada más importaba. Los problemas y las dudas parecían desvanecerse, al menos por un instante, reemplazados por la certeza de que nos teníamos el uno al otro.
...
Cuando llegamos a la casa de mis padres, apenas tuvimos tiempo de cruzar la puerta antes de que nuestra pequeña terremotito de amor nos encontrara. Melody vino corriendo por el pasillo, con su risa cristalina llenando el aire, y se lanzó hacia nosotros con los brazos extendidos, sus rizos rebotando alegremente. Scott se agachó justo a tiempo para atraparla en un abrazo, girándola en el aire mientras ella soltaba un chillido de felicidad.
—¡Papi, mami! —gritó Melody, rodeando el cuello de Scott con sus bracitos mientras él la sostenía firmemente.
—Hola, princesa —dije con una sonrisa, acariciando su cabecita mientras Scott la bajaba para que pudiera abrazarme a mí también. Ella se apretó contra mí, su calorcito familiar llenándome de alegría.
No era de extrañar que le hubiéramos puesto el apodo de "terremotito de amor"; la energía de Melody era inagotable, y su capacidad de llenar cualquier habitación de amor y risas era inigualable. Apenas nos soltó, corrió hacia la tía Lydia, que acababa de entrar tras nosotros. Lydia se agachó para recibirla, envolviendo a Melody en un abrazo mientras reía suavemente.
—¡Tía Lydia! ¡Abuelo! —Melody saludó con entusiasmo, soltándose de Lydia para correr hacia mi padre, quien estaba apoyado en el umbral de la puerta de la sala, observándonos con una sonrisa en su rostro.
—¡Ahí está mi pequeña! —exclamó el sheriff, agachándose para alzar a Melody y darle un beso en la mejilla—. Te extrañé, Terremotito.
Mi madre apareció en ese momento desde la cocina, secándose las manos en un paño de cocina. Sus ojos brillaron al vernos a todos reunidos, y su sonrisa se amplió al ver a Melody abrazada a su abuelo.
—¡Melody, cariño! —dijo mi madre con una sonrisa cálida—. ¿Les diste la bienvenida a todos ya?
Melody asintió vigorosamente, su carita iluminándose mientras se giraba para mirarnos a Scott y a mí.
—¡Sí, abuela! Les di un abrazo a todos —anunció con orgullo, sus ojos brillando de emoción.
Me reí y caminé hacia mi madre, dándole un abrazo rápido mientras Melody seguía entretenida con su abuelo, aún se sintió extraño.
—Gracias por cuidarla, mamá —le dije en voz baja, agradecida por la calma que siempre encontraba en el hogar de mis padres.
—Siempre es un placer tener a mi terremotito de amor aquí —respondió con una sonrisa afectuosa, acariciando mi brazo con suavidad.
Scott se acercó a mí, pasando un brazo por mis hombros mientras observábamos a Melody corretear por la sala con una energía renovada. Lo miré y encontré sus ojos ya fijos en los míos, una expresión de paz en su rostro. Sabía que tanto como yo, él también encontraba consuelo en esos momentos simples y cotidianos, rodeados de familia y del amor de nuestra hija.
—¿Está todo bien? —preguntó mi madre, notando la cantidad de personas en la sala y la seriedad de nuestros rostros. Sus ojos se movían de Scott a mí y luego a mi padre y Lydia, buscando alguna señal de lo que estaba pasando.
—Ah... sí —dije, tratando de sonar más despreocupada de lo que me sentía realmente—. Queríamos hablar sobre algunos... temas familiares.
Mi madre frunció ligeramente el ceño, claramente no convencida, pero asintió de todos modos.
—¡Oh! Entonces iré por un poco de té —dijo ella con una sonrisa comprensiva, dándose la vuelta hacia la cocina. Era su manera de ofrecernos comodidad, de asegurarse de que todos nos sintiéramos en casa.
—¡Ah! Y cariño —mi padre la detuvo antes de que desapareciera por completo en la cocina—. ¿Podrías traer la caja negra también?
—Por supuesto —respondió, asintiendo con una expresión de entendimiento. Mi curiosidad se encendió de inmediato. La caja negra era donde mi padre guardaba documentos y recuerdos importantes de la familia. Algo serio estaba a punto de revelarse.
Nos acomodamos en los sillones de la sala, cada uno tomando asiento mientras mi padre sostenía a Melody en su regazo. La pequeña terremotito parecía completamente ajena a la tensión que flotaba en el aire, su atención centrada en una hoja de papel que sostenía con ambas manos.
—¡Miren! —dijo Melody con entusiasmo, corriendo hacia mí y extendiendo la hoja. Me incliné hacia adelante para verla, Scott hizo lo mismo a mi lado.
Era una prueba escolar, y en la parte superior de la hoja, escrita en rojo, estaba una gran "A" rodeada de un círculo. Mi corazón se llenó de orgullo al ver la sonrisa de Melody, sus ojitos brillando de felicidad.
—¡Lo hiciste increíble, Mel! —exclamé, tomando la hoja y mostrándosela a Scott, que sonreía ampliamente.
—¡Sabía que podrías hacerlo! —dijo Scott, acariciando suavemente la cabeza de Melody mientras ella se balanceaba de un lado a otro, radiante de felicidad.
—¡Sí! La maestra dijo que me esforcé mucho —respondió Melody con un tono satisfecho—. Y dijo que soy muy inteligente, como mi mamá y mi papá.
—Y tiene toda la razón —le dije, devolviéndole la hoja con una sonrisa—. Estoy tan orgullosa de ti, terremotito.
Lydia se inclinó hacia adelante desde su lugar en el sillón opuesto, sonriendo también.
—Creo que mereces un premio por eso, ¿no crees? —sugirió, guiñándole un ojo a Melody, que asintió con entusiasmo.
—¡Sí! ¡Helado! —exclamó Melody, y todos nos reímos suavemente.
Mi madre volvió en ese momento y le pasó la caja negra a mi padre, quien la recibió con una mueca de agradecimiento.
—Gracias, cariño —dijo, mientras abría la tapa de la caja. Mi madre se sentó a su lado, su expresión una mezcla de curiosidad y preocupación.—Era ingeniero del ejército —comenzó, sacando una foto amarillenta y mostrándola—. Acabó con la guerra... un puente a la vez. —Me tendió la foto y la miré por un momento antes de pasársela a Scott y Lydia. La imagen mostraba a un hombre alto y robusto, con un uniforme militar y una expresión severa.
Scott miró la foto y luego a mi padre, frunciendo el ceño.—¿Y le decían Stiles? —preguntó, su mirada alternando entre mi padre y yo.
Mi padre asintió lentamente.—¿Qué tiene que ver con la cacería salvaje? —inquirió, con una expresión de confusión.
Scott nos miró a Lydia y a mí, buscando apoyo en nuestras caras.
—Creo que nos quitaron a alguien —respondió, su voz suave pero firme.
—¿Pero saben quién? —preguntó el sheriff, su tono escéptico.
—Los... jinetes borraron nuestras memorias —añadí, sintiendo un nudo en la garganta al decirlo en voz alta.
—Bueno, qué conveniente —murmuró, claramente molesto.
—Tenemos una pista —intervino Lydia, tratando de calmar los ánimos—. La palabra "Stiles".
—¿Es por eso que quieren hablar con Elias? —preguntó mi madre, comprendiendo finalmente el motivo de nuestra reunión.
—Tal vez él pueda ayudarnos, quizás sepa a quién estamos buscando —dijo Scott, su tono implorante.
—¿Es alguien de su edad? —preguntó mi padre, cruzando los brazos sobre el pecho.
Scott asintió lentamente, su mirada en mí.
—Sí... creo que era mi amigo —miró al suelo por un momento, como si tratara de recordar algo—. Tal vez mi mejor amigo —dijo, y vi el dolor en sus ojos. Instintivamente, me incliné hacia él, buscando ofrecerle algo de consuelo.
—Y yo creo que era mi hermano mellizo —admití, sintiendo una mezcla de alivio y temor al decirlo en voz alta.
—Eres hija única, Han —dijo mi padre, con una mueca de confusión—. No tienes hermanos.
—Lo sé, pero siento este vacío... que no puedo explicar —respondí, tratando de hacerle entender—. Y es un vínculo familiar.
Mi padre se puso de pie de repente, agitado.
—Te garantizo que mi padre no puede ayudarlos —dijo, dirigiéndose a Scott con una mirada firme.
—Podemos tratar —insistió Scott, sin dejarse intimidar.
—Scott, vive en un asilo a tres pueblos de aquí, no ha tenido visitas en años —sacudió la cabeza con incredulidad.
—¿Puedo usar su baño? —preguntó La pelifresa, interrumpiendo la tensión creciente.
—Claro —asintió mi madre, señalando el pasillo. Lydia se levantó y salió de la sala.
Mientras esperaba a que Lydia regresara, sentí que la tensión en la sala aumentaba. Las miradas entre Scott y mi padre eran como chispas en una mecha a punto de encenderse.
—Lydia, ¿lo encontraste? —pregunté después de unos minutos de silencio incómodo.
—Sí, lo encontré —respondió desde el pasillo.
Mi padre miró a Scott, la frustración dibujada en su rostro.
—No me escuchaste, Scott. Créeme, no quieres hablar con él —dijo, su tono lleno de advertencia.
—Solo unos minutos —prometió, dando un paso hacia mi padre, su voz llena de desesperación—. Tal vez pueda darnos una pista, algo que nos ayude a entender lo que está pasando.
—¡Scott! —intenté calmar la situación, apoyando una mano en el pecho de Scott para detenerlo—. Ya te respondió. —Busqué sus ojos, tratando de transmitirle calma—. Lo resolveremos de otra manera.
Scott asintió lentamente, pero podía sentir la impotencia que emanaba de él. Melody, nuestra pequeña terremotito de amor, se acercó a su padre, tomando su mano con sus deditos pequeños y apretándola suavemente. Ese simple gesto pareció calmarlo, respiró hondo y asintió una vez más, esta vez más relajado.
—Por favor, sheriff —pidió Scott una última vez, con la voz quebrada por la desesperación.
Mi padre sacudió la cabeza, sin ceder.
—Ya dije que no —repitió, su voz firme e inquebrantable.
En medio de la tensión, miré a Melody y sonreí, agradeciendo su simple presencia, que de algún modo nos mantenía a todos conectados y en calma. Al menos por ahora, estábamos juntos, y eso tenía que ser suficiente.
Regresamos a la escuela, aunque la jornada escolar de Melody había sido corta, la nuestra aún no había terminado. Me dirigí a mi casillero, sacando los libros necesarios para la siguiente clase. Mientras organizaba mis cosas, me detuve a mirar las fotos que decoraban el interior de la puerta del casillero. Había una de Melody, otra en la que aparecíamos Scott y yo, y una más del anuario, con todo nuestro grupo de amigos. También había una en la que estaba sola, pero me dio la sensación de que había alguien más en la imagen, aunque no podía recordar quién.
Mientras intentaba recordar, sentí unos brazos rodeándome por la cintura. Me sorprendió, dando un pequeño saltito. Reí al reconocer a Scott y me giré para mirarlo, con una sonrisa en el rostro.
—Vas a matarme de un susto, un día de estos —bromeé, mientras él se inclinaba para darme un beso tierno en los labios.
A lo lejos, Malia y Liam hicieron sonidos de asco, provocando que Scott y yo nos separáramos y miráramos en dirección a ellos.
—¿Qué hacen aquí? —les pregunté, y la expresión en los rostros de Scott y Malia me dio la respuesta antes de que pudiera decir algo más.—Ah, no, no, no —dije rápidamente, sacudiendo la cabeza—. No iremos.
—Sí, sí iremos —dijo Scott, con determinación.
—Si mi padre se entera...
—No lo hará —aseguró mi novio—. Será rápido, lo prometo.
Liam, con un tono casual pero preocupado, opinó —Oh, podrías quedarte y ayudarme a convencer a Gwen de que está en peligro.
—Tu trabajo no es convencerla, es mantenerla a salvo —le recordó su alfa con firmeza.
Malia, mientras iniciábamos a caminar por los pasillos, sugirió —Secuéstrala, amigo.
—Malia —gruñó Scott con reproche en un murmullo—. No la secuestren —volteó hacia Liam—. Regresaremos después de hablar con el abuelo de Hannah.
—¿De verdad tenemos que hacer esto? —pregunté, sintiendo un peso en el estómago.
—Es nuestra única pista —me recordó, su mirada decidida.
—Me odio por no poder decirte que no —reí, sintiendo un conflicto interno.
Scott sonrió, acercándose para tomar mi mano.—Es el efecto que tengo en ti —dijo con una sonrisa juguetona.
—Bueno, ¿y si aparecen los jinetes fantasmas? —inquirióel rubio, todavía preocupado por lo que tenía que hacer mientras no estábamos.
Nos detuvimos y miramos a Liam. Scott respondió con seriedad—Lo solucionarás, Liam. No estás solo; tienes a Mason, Corey y a Hayden. Encuentra un lugar seguro para Gwen y asegúrate de que se quede allí, por favor.
—¿Alguna idea? —continuó el beta.
—No importa, siempre y cuando esté a salvo —dijo su alfa, antes de tomar mi mano y guiarnos hacia la salida.
—Secuéstrala, amigo —murmuró Malia cuando salimos al pasillo, asegurándose de que Scott no pudiera oírla, aunque él sí escuchó.
—¡No la secuestres! —exclamó Scott, alzando la voz desde afuera.
Nos encontramos con Lydia, y los cuatro nos subimos a su auto, dirigiéndonos al hogar donde estaba mi abuelo, a tres pueblos de aquí. La tensión era palpable, y nadie hablaba mucho durante el trayecto. El motor del auto y el sonido de la carretera eran los únicos acompañantes de nuestro silencio.
Cuando llegamos al lugar, un hogar de ancianos rodeado de un jardín bastante bien cuidado, miré el edificio, sintiendo una mezcla de nerviosismo y culpa por lo que íbamos a hacer.
—No puedo creer que vayamos a allanar una casa de ancianos —comentó Scott con una mezcla de asombro e incredulidad.
Lo miré sorprendida, con una pizca de pánico en mi voz.
—En serio harás que me maten —me lamenté.
Scott se encogió de hombros y sonrió con confianza.—Claro que no, me haré responsable —aseguró, como si eso fuera a tranquilizarme.
—Sí, eso no va a funcionar —negué con la cabeza, cruzándome de brazos.
Malia, quien siempre parecía encontrar la manera de mostrarse despreocupada, agregó —Después de enfrentarnos a los encargados de Eichen, podremos con las enfermeras de aquí —dijo con total seguridad mientras se dirigía a la entrada del lugar. Scott la miró sorprendido, como si de repente se diera cuenta de lo seria que era la situación.
Suspiré, cubriéndome la cara con una mano.
—¡Es oficial! Este es mi funeral —dije con dramatismo—. Están todos invitados, por cierto. —Luego señalé a Scott—. Y tú, tú estarás en el ataúd conmigo. De esta no te salvas.
—No se van a enterar —dijo en un intento de calmarme. Tomó mi mano y tiró de mí hacia adentro, buscando que siguiera sus pasos con determinación.
La entrada del hogar de ancianos era tranquila, con un pequeño mostrador donde un enfermero de recepción estaba trabajando. Antes de que pudiera decir algo, Malia se acercó rápidamente y, sin pensarlo dos veces, lo golpeó, dejándolo inconsciente. Lo arrastró hacia una habitación cercana y lo encerró allí. Me quedé boquiabierta ante la acción de ella, sin saber si reír o llorar.
—Esto va a ser difícil —susurré para mí misma mientras nos dirigíamos por el pasillo en busca de la habitación de mi abuelo.
Finalmente, llegamos a la sala indicada. Respiré hondo antes de abrirla y entrar. Mi abuelo estaba sentado en un sillón, mirando la mesa frente a él. Cuando nos escuchó entrar, giró la cabeza hacia nosotros, con una expresión de leve confusión.
—¿Sí? —preguntó, entrecerrando los ojos—. Oh, ¿es hora de mi medicina?
—No tenemos su medicina —dijo Malia de manera directa, sin rodeos.
—¿Usted es Elias Stilinski? —inquirió Lydia, manteniendo su tono cortés pero firme.
Claro que lo era, pero sabía que Lydia preguntaba para asegurarse.
—Así es —asintió mi abuelo, mirando a cada uno de nosotros.
Me acerqué despacio, tratando de no asustarlo.
—Hola, ¿te acuerdas de mí? —pregunté con suavidad, esperando algún destello de reconocimiento en sus ojos.
Él me observó por un momento y luego sonrió, pero no de la manera que esperaba.
—¿Claudia? —preguntó, su voz teñida de sorpresa.
Mi corazón se hundió un poco. Claudia era el nombre de mi madre.
—No soy Claudia, abuelo, soy Hannah —dije con un toque de tristeza en mi voz.
Él negó con la cabeza, terco.—No, eres Claudia —insistió.
La pelifresa dio un paso adelante, tratando de obtener algo más útil de la conversación.
—Soy Lydia Martin —se presentó con voz firme—. ¿Sabe quién soy?
Mi abuelo frunció el ceño, confundido.
—¿Debería? —preguntó, sin reconocerla.
Scott dio un paso adelante, intentando un nuevo enfoque.
—Señor Stilinski —comenzó—, estamos buscando a alguien que se hace llamar Stiles. ¿Le decían así en el ejército, cierto?
—Sí —dijo el hombre con un asentimiento—. Los mejores años de mi vida.
Nos miramos con un destello de esperanza.
—¿Reconoce a alguno de nosotros? —preguntó Malia, tratando de mantener la conversación enfocada.
Mi abuelo miró a Scott, con una sonrisa en los labios.—¿Cómo olvidaría a mi propio hijo? —luego me miró—. Y a su prometida.
Scott y yo intercambiamos miradas confusas, sin saber qué pensar.—¿Su hijo? —dijo, perplejo.
Los tres nos miramos, tratando de entender.
—Señor Stilinski, ¿sabe qué año es? —preguntó La banshee, intentando evaluar su estado.
—Mil novecientos setenta y seis —respondió con convicción—. La próxima semana es el cumpleaños de mi hijo.
Ella asintió, como si confirmara algo que ya sospechaba.—Tiene demencia —afirmó, mirándome—. Hannah, ¿por qué no nos dijiste?
—Porque no lo sabía —admití, sintiendo un nudo en la garganta—. No lo veo desde que era una niña.
Mi abuelo nos miró de nuevo, con una expresión de inocencia.
—¿Ya es hora de mi medicina? —preguntó una vez más, ajeno a todo lo que ocurría.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de la realización de que nuestra única pista podría no ser tan útil como esperábamos. Miré a Scott, buscando apoyo. Aunque su expresión mostraba decepción, sus ojos me dijeron que no íbamos a rendirnos tan fácilmente.
—¿Scott McCall? —inquirió mi abuelo después de que Scott se presentó. Sus ojos mostraban confusión y algo de sorpresa—. No, no, no, eres mi hijo.
—Baja la voz, viejo, vas a despertar a los demás ancianos —murmuró Malia, claramente irritada.
—Malia —la reprendí con un susurro, mientras le lanzaba una mirada severa. Aun así, no pude evitar sentirme un poco culpable por la intrusión.
El hombre miró fijamente a la castaña, su expresión se volvió algo hosca.
—Ella no me agrada —admitió, sin tapujos.
Lydia, buscando reconducir la conversación, se sentó frente a él con paciencia.
—Su hijo es el sheriff de Beacon Hills —dijo, intentando refrescarle la memoria.
Mi abuelo frunció el ceño, sacudiendo la cabeza.
—¿Sheriff? No, no, no. Yo estaba en el ejército —respondió con firmeza, como si esa fuera la única realidad que conocía.
Malia, perdiendo la paciencia, interrumpió.
—Usa las garras, Scott —sugirió con voz autoritaria.
Scott se tensó, claramente incómodo con la idea.—Podría matarlo —replicó, tratando de hacerle entender el riesgo que eso implicaba.
—Entiendo, pero no tenemos tiempo —insistió, su voz más dura ahora.
El castaño negó con la cabeza, sin dudar.
—No lo haré. Es el abuelo de Hannah —dijo, con un tono firme que no dejaba espacio para más discusión.
Malia, exasperada, dejó salir sus propias garras, brillando bajo la tenue luz de la habitación. Hizo un movimiento para acercarse a mi abuelo, claramente dispuesta a tomar las riendas de la situación. Pero antes de que pudiera dar un paso más, Scott la detuvo, agarrando su muñeca con fuerza.
—¡Oye! —le advertió, sintiendo una mezcla de miedo y enfado. Mi abuelo, al ver las garras, dio un respingo y sus ojos se abrieron desmesuradamente por el miedo.
—No, no vamos a lastimarlo —aseguró Scott, con la voz más calmada, pero sin soltar la muñeca de Malia. Luego la soltó con un gesto de advertencia.
—Jovencita, debería cortarse las uñas —comentó el anciano, aún con el susto reflejado en su voz. La seriedad del momento se disipó por un segundo, y a pesar de todo, sentí una risa burbujeando en mi garganta.
Me mordí el labio para contenerla, pero no pude evitar sonreír. Scott también esbozó una pequeña sonrisa, aliviado de que la tensión hubiera disminuido, aunque fuera solo por un instante. Lydia y Malia se miraron, y aunque ninguna de las dos se rió, podía ver que hasta ellas encontraron la situación ligeramente absurda.
Tomé aire, intentando mantener la calma y la compostura. Debíamos encontrar una manera de hacer que mi abuelo recordara, sin ponerlo en peligro ni perturbar su ya frágil estado. Había mucho en juego, y aunque nos enfrentábamos a la frustración y la desesperación, no podía dejar que eso nublara nuestro juicio.
—Abuelo —dije con suavidad, acercándome a él—. Necesito que te concentres un poco más, ¿vale? Necesito tu ayuda.
Mi abuelo me miró, y por un momento, pensé ver un destello de claridad en sus ojos. Pero se desvaneció rápidamente, reemplazado por la misma confusión de antes.
—No deberían estar aquí —se molestó, su voz teñida de irritación—. Si no se van —nos señaló con un dedo tembloroso— tendré que reportarlos.
Scott parpadeó, sorprendido.—¿Ah... qué le pasa? —preguntó, desconcertado.
—El sol se puso —dijo Lydia.
—¿Y...? —inquirió, sin entender.
—Es el síndrome del ocaso —le expliqué, tratando de mantener la calma—. Los pacientes con demencia pierden sus habilidades al caer la noche.
—¡No quiero hablar más con ustedes! —gritó mi abuelo, alzando la voz.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Malia, cruzándose de brazos.
—Esperar a que el sol vuelva a salir —propuso la pelifresa, en tono práctico.
Negué con la cabeza, sintiendo la frustración burbujear.—No podemos esperar tanto tiempo.
—Debe haber algo que lo mantenga callado —murmuró Scott, mirando al anciano, que se agitaba cada vez más.
—¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! —gritó, visiblemente alterado.
—Yo puedo calmarlo —dijo Malia, dando un paso hacia él.
—¡No! —exclamamos los tres al unísono, mirándola con horror.
Lydia decidió intervenir, usando un enfoque más académico.
—Elias —lo llamó, con voz suave—. Mira las ecuaciones —colocó su tarea de matemáticas sobre la mesa frente a él—. Mira, es probabilidad binomial. ¿Qué es la "c"?
Mi abuelo frunció el ceño, concentrándose en la hoja.—Probabilidad de éxito —respondió, algo más calmado.
Lydia asintió, alentándolo a seguir.—Y entonces, "n" menos "k" es...?
—El número de intentos menos el número de éxitos —respondió, y una pequeña sonrisa de triunfo cruzó los labios de la banshee.
—¿Por qué matemáticas? —preguntó Malia, aún algo escéptica.
—Ayuda a los pacientes con demencia a concentrarse —le expliqué, viendo cómo mi abuelo se tranquilizaba al enfocarse en las fórmulas.
Lydia señaló otra ecuación en la hoja.—¿Y esa?
—Probabilidad condicional —respondió él, levantándose lentamente.
—Vamos a encontrar el momento de inercia —sugirió, su tono suave pero firme.—Elias, ¿cómo calculamos...?
—Soy el señor Stilinski —dijo de repente, mirándonos con desconfianza—. ¿Quién diablos son ustedes?
Scott me lanzó una mirada de reojo, preocupado por el cambio repentino.
—¿Sabes que Scott no es tu hijo? —preguntó Lydia, intentando probar la coherencia de sus recuerdos.
Mi abuelo soltó una risita seca.
—Claro que sé eso —respondió, con una chispa de burla en sus ojos—. ¿Sus cerebros son más cortos que sus faldas? —se dirigió de nuevo hacia su sillón.
—Malia, tranquila —intervino Scott al verla tensarse, los ojos brillando con un tono azul eléctrico.
Mi abuelo miró fijamente a Scott.—Eres ese muchacho McCall.
—¿Me conoce? —preguntó el castaño, claramente confundido.
—Conozco a tu papá. No sabía beber y no supo mantener el anillo de bodas en su dedo —comentó Elias, encogiéndose de hombros—. En cuanto veía a una chica bonita, ¡puf! El anillo desaparecía como por arte de magia.
Lydia, intrigada, se inclinó hacia él.—¿Nos conoce a todos?
Mi abuelo la señaló, reconociéndola.—Eres... la hija de Natalie Martin, ¿verdad? Te pareces a ella, también solía ser bonita.
—Deje de hablar —gruñó Malia, y sus ojos brillaron con un peligroso destello azul.
—Oye, Malia —Scott se levantó, extendiendo una mano hacia ella.
—También le gustaba hablar como si fuera la más lista del lugar —siguió el anciani, ignorándolos.
Luego se volvió hacia mí, sus ojos enfocándose.
—Y tú eres mi nieta, Hannah. Eres idéntica a tu madre —miró mi mano y notó el anillo—. Llevas un anillo. ¿Ese muchacho es tu prometido? —miró a Scott y yo asentí levemente—. Deberías pensarlo bien, considerando cómo es su padre. Ya sabes, de tal palo tal astilla.
—Él no es como su padre —murmuré, defendiendo a Scott.
—Yo no me quedaría tan tranquila —comentó mi abuelo con un tono despectivo.
Malia gruñó y dejó salir sus garras, dando un paso hacia mi abuelo.
—¡Malia! —Scott la interceptó, poniéndose entre ella y Elias.
Antes de que la situación pudiera escalar, una voz autoritaria resonó desde la puerta.
—¡Ya basta! —Era mi padre. Me giré con el corazón hundiéndose.
—Me lleva... —murmuré, sabiendo que nos habíamos metido en problemas.
—Sheriff, no nos... —balbuceó Scott, nervioso.
—Les pedí específicamente que no vinieran —dijo el sheriff con severidad—. ¿Quién atacó a un miembro del personal?
—Sí, fue ella —el hombre señaló a Malia.
Mi padre miró al enfermero y luego a Malia, claramente enfadado.—¿En qué diablos estaban pensando?
Mi abuelo se acercó a mi padre —Noah, solo estábamos teniendo una buena conversación.
—Ustedes cuatro, afuera —ordenó mi progenitor, su tono no admitía réplica—. ¡Ahora!
Scott intentó acercarse y tomar mi mano mientras salíamos, pero yo la retiré, evitando su mirada. Caminé delante de él, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que no debía dejarme afectar por lo que dijo mi abuelo, pero sus palabras seguían resonando en mi mente.
Nos subimos al auto de Lydia en silencio, las chicas adelante y Scott y yo atrás. Él intentó abrazarme, buscaba consolarme, pero me alejé, apoyando mi cabeza contra la ventana, mirando al exterior sin ver realmente nada. La preocupación y la duda se entrelazaban en mi mente, y en ese momento, no sabía qué pensar ni sentir.
—Han, ¿qué está pasando? —preguntó Scott, rompiendo el silencio que había llenado el auto. Su voz estaba cargada de preocupación—. ¿Hice algo que te molestó?
—No es lo que hiciste, es lo que harás —admití en un hilo de voz, apenas capaz de sostenerle la mirada.
Él frunció el ceño, tratando de entender a qué me refería.
—¿Es por lo que dijo tu abuelo de mi padre? —inquirió, comprendiendo la dirección de mis pensamientos. Asentí lentamente, sintiendo un nudo en la garganta.
—Sé que no debería dejarme llevar por lo que dijo, pero... me hizo reflexionar —bajé la mirada hacia mi mano izquierda, donde reposaba el anillo de compromiso. Lo giré inconscientemente con los dedos, un gesto nervioso que no podía controlar.
Scott me observó con una intensidad que solo él podía manejar.
—Yo jamás, jamás, jamás te haría algo así, Hannah —dijo con firmeza, cada palabra cargada de una sinceridad que no podía ignorar—. Me conoces, sabes que soy incapaz de serte infiel.
—Lo sé, pero... —suspiré, luchando contra las dudas que seguían asaltándome—, ¿y si sí?
El silencio que siguió a mi pregunta fue denso, cargado de incertidumbre. Scott tomó una profunda respiración, claramente buscando las palabras adecuadas para tranquilizarme.
—Hannah, no soy mi padre —dijo finalmente, con una seriedad que pocas veces usaba—. Sí, cometió errores, y no soy ajeno a los errores tampoco, pero he pasado mi vida entera tratando de no ser como él. Te amo, te amo más de lo que he amado a nadie. ¿De verdad crees que pondría en riesgo lo que tenemos?
Lo miré a los ojos, encontrando en ellos el brillo de la verdad que siempre había visto, la honestidad con la que me había conquistado. Aun así, las palabras de mi abuelo seguían retumbando en mi cabeza, sembrando una semilla de duda que no sabía cómo arrancar.
—No es justo —dije, finalmente—. No es justo para ti que esté cuestionando esto por algo que dijo un hombre que apenas sabe quiénes somos.
Él extendió su mano y, esta vez, dejé que tomara la mía. Sus dedos cálidos y firmes envolvieron los míos, y un ligero consuelo se filtró a través de mi piel.
—Estamos en esto juntos, Han. No importa lo que diga tu abuelo o cualquiera. Somos tú y yo. Vamos a tener altibajos, días buenos y malos, pero siempre voy a estar a tu lado, sin importar qué.
Sentí las lágrimas arder en mis ojos, una mezcla de alivio y culpa por haber dudado de él, aunque fuera por un instante.
—Lo siento, Cariño —murmuré, apretando su mano con más fuerza—. No quiero que pienses que no confío en ti. Solo... me asusté.
—Lo sé, y está bien asustarse —dijo, inclinándose para besar mi frente—. Pero nunca dudes de mi amor por ti, porque nunca ha sido más fuerte.
Cerré los ojos, dejando que su beso y sus palabras calmaran mis miedos. En el fondo sabía que tenía razón. Scott no era su padre. Y yo no era Melissa. Éramos nosotros, creando nuestro propio camino, lejos de las sombras del pasado.
Apoyé mi cabeza en su hombro, sintiendo la calidez que siempre irradiaba, una calidez que calmaba mis miedos. Levanté un poco mi rostro y uní nuestros labios en un beso, intentando encontrar en él las respuestas que mi mente no podía darme.
Scott respondió al beso con una ternura que me hizo sentir segura. Sus labios eran suaves y reconfortantes, un recordatorio de todos los momentos buenos que habíamos compartido, de todas las promesas que habíamos hecho. Sentí su mano libre deslizarse por mi mejilla, acariciándola suavemente mientras profundizábamos el beso.
En ese momento, las palabras de mi abuelo se desvanecieron, sustituidas por el calor y la certeza de lo que Scott y yo compartíamos. Era real, sólido, algo que ni siquiera las dudas más profundas podrían quebrar.
Cuando finalmente nos separamos, ambos estábamos respirando ligeramente agitados. Apoyé mi frente contra la suya y cerré los ojos, disfrutando de la paz que sentía al estar tan cerca de él.
—Te amo —susurré, dejando que las palabras fluyeran naturalmente, sin temor.
—Y yo a ti, Hannah —respondió Scott con una sonrisa en la voz—. Más de lo que podría expresar.
El coche estaba en silencio, pero ya no se sentía tenso ni incómodo. Lydia y Malia, sentadas al frente, nos daban nuestro espacio, respetando la intimidad de ese momento. El mundo exterior, con sus problemas y preocupaciones, parecía lejano, y por unos instantes solo existíamos Scott y yo, envueltos en la calidez de nuestro amor.
Apoyé nuevamente mi cabeza en su hombro, sintiendo cómo su brazo me rodeaba para acercarme más a él. Mientras observaba el paisaje pasar por la ventana, supe que, sin importar las dudas que surgieran o los obstáculos que enfrentáramos, siempre encontraríamos el camino de regreso el uno al otro.
...
Fuimos escoltados hasta la estación de policía, ya que mi padre no dejaría pasar esto.
—Sabemos que esto se ve mal —dijo Scott, tratando de explicar la situación a la mamá de Lydia, quien no tardó en llegar tras ser informada de lo ocurrido.
—No se ve mal, Scott —respondió la señora Martin con evidente molestia—. Es malo. ¡Entraron a un asilo, acosaron a un paciente con demencia y golpearon a un enfermero! —nos recordó con dureza—. Esto podría afectar el resto de sus vidas, sobre todo a ti, Malia —se volvió hacia la coyote—. Te levantarán cargos por lesiones.
—No lo golpeé —se defendió Malia, cruzando los brazos—. Pude hacerlo, pero elegí no hacerlo.
—Está mejorando —opinó Lydia con sarcasmo.
—Y ustedes dos —la señora Martin nos miró a Scott y a mí—, tienen una hija. ¿Este es el ejemplo que le darán?
—No, señora Martin —dije, sintiéndome afligida por la reprimenda.
—Señora Martin, Hannah no tiene la culpa, ¿sí? Yo prácticamente la obligué a hacerlo —intervino Scott, tratando de asumir la responsabilidad.
—Ella estuvo ahí, es culpable —insistió Natalie con firmeza.
En ese momento, la puerta se abrió y mi padre apareció. Su expresión era seria, pero había un leve alivio en su voz cuando habló.
—Por algún milagro, el enfermero no presentará cargos. Ya pueden marcharse.
—Que no vayan a prisión no significa que no estén castigados por toda la eternidad —dijo Natalie, todavía con enojo en la voz—. Les reduciré horas a ustedes dos, pero solo por Melody. —Nos lanzó una mirada severa antes de darse la vuelta.
Nos dirigimos hacia la salida en silencio, la atmósfera cargada con el peso de las consecuencias que casi habíamos enfrentado. Al llegar al hall, el sonido de unos pequeños pasos nos hizo mirar hacia la oficina de mi padre. Una pequeña mata de rizos apareció por la puerta, y en un instante, Melody estaba corriendo hacia nosotros.
—¡Mami! ¡Papi! —gritó con una sonrisa radiante, sus rizos rebotando mientras corría.
Al verla, el nudo de tensión en mi pecho se aflojó un poco. Me agaché justo a tiempo para recibir su abrazo, envolviéndola en mis brazos mientras Scott se inclinaba para besarle la cabeza.
—Hola, mi amor —le dije, sintiendo cómo su calidez y su inocencia aliviaban algo de la presión que había sentido. Scott se unió al abrazo, sus brazos envolviendo a las dos.
—¿Por qué estaban con el abuelo? —preguntó Melody, mirándonos con curiosidad.
Scott y yo intercambiamos una mirada rápida. No queríamos preocuparla, y tampoco queríamos mentirle. Scott se inclinó y le sonrió.
—Solo estábamos ayudando a tu abuelo con algunas cosas —dijo Scott suavemente—. Nada de qué preocuparse, pequeña.
Melody parecía satisfecha con esa respuesta, y eso fue suficiente para mí.
Nos giramos para marcharnos, pero mis padres aparecieron en la puerta de la oficina. Mi padre, con el rostro serio y los brazos cruzados, me llamó —Hannah, tenemos que hablar —dijo con firmeza—. Ahora.
Sentí un nudo formarse en mi estómago al escuchar sus palabras. No había forma de evitarlo; sabía que esto no iba a ser una conversación fácil. Miré a Scott y, sin decir nada, le pasé a Melody. Él la tomó en brazos, su expresión mostrando tanto apoyo como preocupación.
—Está bien, yo me encargo de ella —dijo, dándome una leve sonrisa para tranquilizarme.
Melody, ajena a la tensión del momento, se acomodó en los brazos de su padre, mirándome con curiosidad.
—¿Vas a estar bien, mami? —preguntó, su vocecita llena de inocencia.
—Sí, cariño, estaré bien —le respondí, acariciándole la mejilla con una sonrisa forzada—. Papi te va a llevar a casa, ¿vale?
Ella asintió, confiando en mis palabras, y se acurrucó contra Scott. Mientras los veía alejarse, un sentimiento de aprehensión me invadió. Respiré hondo, tratando de calmar mis nervios, y me volví hacia mis padres, preparándome para lo que vendría.
Entré a la oficina detrás de ellos, cerrando la puerta con cuidado. Mis padres se sentaron detrás del escritorio, con mi madre a un lado, claramente en apoyo de mi padre, quien tomó la palabra.
—Hannah, ¿en qué estabas pensando? —comenzó él, su voz firme pero sin alzarla—. Sabes que entrar en un asilo y causar problemas es inaceptable, y más aún llevando a Scott y a tus amigos.
Mi madre asintió, su expresión una mezcla de preocupación y desaprobación.
—Eres madre ahora, Hannah —añadió—. Debes pensar en el ejemplo que le das a Melody.
Sentí cómo un nudo se formaba en mi garganta, las palabras atascadas. Sabía que tenían razón, pero había sido incapaz de ignorar la necesidad de ver a mi abuelo y saber quién era Stiles, de entender lo que estaba sucediendo con él. Tomé una respiración profunda antes de hablar.
—Sé que lo que hice estuvo mal —dije, mi voz apenas un susurro—. Solo... quería respuestas. Quería entender quién era Stiles.
Mi padre suspiró, su expresión suavizándose ligeramente.
—Lo entendemos, Hannah, pero hay maneras adecuadas de hacerlo —dijo más calmado—. Hablar con nosotros... no actuar impulsivamente.
—Solo queremos que te cuides y que cuides a tu familia —añadió mi madre—. Tienes una responsabilidad con Melody y con Scott.
Asentí, sintiendo lágrimas arder en mis ojos, pero las contuve. Sabía que estaban preocupados y que su enojo venía del amor. Necesitaba ser más cuidadosa, no solo por mí, sino por ellos y por mi propia familia.
—Lo siento —dije finalmente, mi voz quebrándose un poco—. Prometo que seré más responsable.
Mi padre se levantó y caminó hacia mí, envolviéndome en un abrazo fuerte y reconfortante.
—Te queremos, Hannah. Solo queremos lo mejor para ti —dijo, apretándome contra él.
Mi madre se unió al abrazo, y por un momento me sentí como una niña otra vez, buscando consuelo en los brazos de mis padres. A pesar de todo, sabía que siempre estarían ahí para mí, apoyándome, incluso cuando cometiera errores.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, mis padres me dejaron ir. Salí del departamento de policía con el peso de la conversación aún colgando sobre mis hombros. Al abrir la puerta y salir al estacionamiento, me sorprendió ver a Scott, Lydia y Malia esperándome junto al auto. Melody estaba acurrucada en los brazos de Scott, medio dormida, su cabecita apoyada contra su hombro.
—Creí que ya se habían ido —comenté, acercándome al auto, tratando de sonreír a pesar de lo cansada que me sentía.
—¿Y dejarte aquí sola? Ni pensarlo —respondió Scott, ofreciéndome una sonrisa comprensiva.
Lydia asintió, apoyada contra el auto con los brazos cruzados.
—Somos un equipo, ¿recuerdas? —dijo ella—. No te íbamos a dejar aquí, Han.
Malia, que estaba de pie junto a Lydia, se encogió de hombros.
—Además, alguien tenía que asegurarse de que Scott no rompiera nada mientras te esperaba —bromeó, aunque en su tono había un claro matiz de preocupación.
Scott puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír.
—Todo salió bien —aseguró—. Melody está bien, tú estás bien... eso es lo que importa.
Miré a mis amigos y a Scott, y por un momento me sentí abrumada por la gratitud. A pesar de todo lo que había pasado, ellos estaban allí para mí, apoyándome. Me acerqué a Scott y pasé un brazo alrededor de su cintura, sintiendo el calor de su cuerpo y el suave ritmo de su respiración. Melody, medio despierta, alzó la mirada hacia mí con ojos adormilados.
—¿Mami, estamos yendo a casa? —preguntó en un susurro.
—Sí, cariño, vamos a casa —respondí, acariciando su cabecita.
Los chicos intercambiaron miradas cómplices, y supe que ellos también estaban aliviados de que esta noche finalmente hubiera terminado. Entramos al auto, Lydia al volante y Malia a su lado, mientras Scott y yo nos acomodábamos en la parte trasera, con Melody segura en el medio. Mientras el auto arrancaba, cerré los ojos por un momento, dejando que la fatiga se deslizara sobre mí, sabiendo que, al final del día, tenía una familia y amigos que siempre estarían a mi lado, no importaba qué tan difícil se pusieran las cosas.
Cuando llegamos a casa, el caos nos recibió con los brazos abiertos. Había basura y restos de comida esparcidos por todos lados, muebles movidos de su lugar y el inconfundible aroma de sudor mezclado con bebidas. No podía creer que todo esto hubiera sucedido en tan poco tiempo. Por suerte, al menos, la fiesta ya había terminado.
—¿Liam, qué diablos pasó aquí? —preguntó Scott, mirando incrédulo a su alrededor.
Liam apareció desde la cocina con una expresión que oscilaba entre la culpa y la justificación.
—Dijiste que encontráramos un lugar seguro para Gwen, así que... hicimos la fiesta aquí —explicó, tratando de sonar razonable.
—¿Quién dijo algo sobre una fiesta? —replicó Scott, claramente molesto, cruzando los brazos y mirándolo fijamente.
El rubio alzó las manos en defensa. —Al menos salvamos a Gwen, ¿no? —puntualizó, intentando suavizar la situación.
Suspiré, sintiendo que la frustración me pesaba en los hombros. Miré a Melody, que seguía medio dormida en los brazos de Scott, ajena a todo el alboroto a su alrededor.
—¿Saben qué? —dije, queriendo evitar una confrontación mayor en frente de Melody—. Mientras retas al niño, llevaré a Melody a su cama. —Extendí mis brazos hacia Scott, tomando a nuestra hija con cuidado.
Scott asintió, su rostro suavizándose mientras miraba a Melody. Dejó un beso tierno en su cabecita antes de entregármela.
—Sí, está bien —dijo, resignado a ocuparse del desastre que había dejado Liam.
Subí las escaleras con Melody en brazos, sintiéndome aliviada de alejarme del ruido y la tensión de la planta baja. Al llegar a su habitación, la arropé con cuidado, acomodando su cabecita en la almohada. La pequeña se revolvió un poco, murmurando en sueños, pero no se despertó. Le acaricié el cabello suavemente, sintiendo una paz momentánea al verla tan tranquila.
—Duerme bien, mi amor —susurré antes de apagar la luz y cerrar la puerta detrás de mí. Bajé las escaleras, preparándome mentalmente para enfrentar el desastre que nos esperaba y ayudar a Scott a poner orden.
Me tomé un momento para respirar profundamente antes de regresar a la planta baja, lista para ayudar a Scott a lidiar con las consecuencias de la "brillante idea" de Liam.
Cuando bajé las escaleras, noté que Liam ya no estaba. Scott, sin embargo, seguía parado en medio de la sala, observando el desastre con una mezcla de frustración y preocupación. Me acerqué a él en silencio, rodeándolo con mis brazos desde atrás en un intento de reconfortarlo.
—¿Todo bien? —pregunté, apoyando mi mejilla contra su espalda.
Scott suspiró y me abrazó de vuelta, dándome la vuelta para que quedara frente a él. —No, la verdad no —admitió, pasándome un brazo por los hombros. Su tono era grave, y la preocupación en sus ojos era evidente.
—¿Qué pasó? —insistí, temiendo la respuesta.
—Al parecer, Corey hizo visible a un jinete y todos los de la fiesta lo vieron —dijo, y pude notar cómo la tensión se apoderaba de su cuerpo.
Sentí un escalofrío recorrerme al entender lo que eso significaba. —todos ellos serán borrados —concluí en un susurro, y Scott asintió lentamente, confirmando mis peores temores.
—Sí, definitivamente es malo —afirmó, frotándose la nuca con una mano, un gesto que hacía cuando estaba estresado.
Lo miré a los ojos, buscando alguna señal de esperanza en su expresión, pero todo lo que vi fue agotamiento y una tristeza que parecía infinita. Sabía lo mucho que le afectaba cada vez que no podía proteger a alguien, y esta vez la lista de personas en peligro era demasiado larga.
—Va a sonar egoísta —continuó, su voz apenas un murmullo—, pero me alegra que ni tú ni Melody estuvieran aquí. No me perdonaría que fueran marcadas por los jinetes.
Coloqué una mano en su mejilla, obligándolo a mirarme. —No es egoísta, Amor. Es normal querer proteger a tu familia. —Le dije con firmeza, aunque una parte de mí compartía su alivio. —Pero encontraremos la manera de solucionar esto, como siempre lo hacemos.
Scott asintió, aunque sus ojos aún reflejaban la preocupación. Me atrajo hacia él en un abrazo más fuerte, como si buscara consuelo en el simple hecho de tenernos cerca. Me aferré a él, cerrando los ojos por un momento, deseando que pudiéramos quedarnos así y olvidar todo lo demás. Pero sabía que la calma no duraría mucho. Siempre había una nueva amenaza, un nuevo peligro acechando en las sombras.
—Lo sé —susurró contra mi cabello—. Siempre lo hacemos.
—Mientras tanto, debemos limpiar —dije mirando a nuestro alrededor—. Preferentemente antes de que llegue Melissa.
—Sí, definitivamente sí —respondió Scott, separándose de mí para ir por una bolsa de basura y comenzar a recoger.
Subimos a nuestra habitación y, al abrir la puerta, no pude evitar soltar un suspiro de resignación.
—Ay no —murmuré viendo todo el panorama—. Vamos a tener que cambiar las sábanas.
—Absolutamente —Scott soltó una pequeña risa mientras observaba el desorden—. Alguien la pasó mejor que nosotros aquí.
—Da pena —reí también, sacudiendo la cabeza mientras comenzábamos a quitar las sábanas y a ordenar el cuarto.
Mientras estábamos ocupados con la limpieza, escuchamos a alguien tocar el marco de la puerta. Levanté la mirada y vi a mi padre, el sheriff, parado ahí, con una expresión divertida en su rostro.
—Fue una gran fiesta —comentó, cruzando los brazos.
—Sí... Ah, espero poder limpiar antes de que regrese mamá —dijo Scott, algo nervioso ante la mirada de mi padre.
—Los ayudaré —ofreció el sheriff, dando un paso hacia nosotros.
Scott se acercó a él, con una expresión seria en su rostro. —Sheriff, de verdad lo siento. Jamás debimos ir a ver a su padre y... —me miró, su tono lleno de remordimiento—. Hannah, ella no quería, yo la obligué.
Él negó con la cabeza, restándole importancia. —No, no, está bien. Debí ser más claro sobre cómo es él —se cruzó de brazos, pensativo—. Una parte de mí no quería tener que admitirlo. —Descruzó los brazos y tiró un poco de su remera, revelando una cicatriz fea en su hombro—. Así es él.
Me acerqué lentamente, evaluando la cicatriz ya sanada. —Me tiró sobre una mesa de cristal cuando estaba atacando a mi mamá. Aún tengo pedazos de vidrio dentro. El doctor le dijo a mi mamá que estarían ahí el resto de mi vida, saliendo poco a poco. —Nos miró, y pude ver la tristeza en sus ojos—. Fue el precio por alejarla de él, ese día.
Sentí una punzada en el corazón al escuchar eso. —¿Por qué nunca me dijiste? —pregunté, tratando de controlar la emoción en mi voz.
—¿Cómo podía decirle algo así a mi pequeña hija? —respondió, mirándome con una mezcla de tristeza y amor.
—Recuerdo que una vez te pregunté, y me inventaste una historia genial sobre cómo te la habías hecho —dije, sonriendo tristemente—. Jamás se me pasó por la cabeza que se trataba de algo más... oscuro.
—Está bien —asintió—. No tienes que sentirte mal por eso. —Nos quedamos en silencio unos minutos, cada uno sumido en sus pensamientos, antes de que mi padre rompiera el silencio—. ¿Sabes? Dijiste algo que no dejo de pensar —miró a Scott—, algo sobre la memoria.
—¿De qué habla? —preguntó Scott, frunciendo el ceño.
—¿Han tenido un sueño alguna vez... tan, tan real que sintieron que era un recuerdo? —preguntó, su voz llena de curiosidad.
—Sí —asentí, para sorpresa de ambos—. Soñé con Melody cuando estaba embarazada de ella. La soñé justo como es ahora. Estabamos en un prado y ella corría entre las flores —voltee hacia Scott con una sonrisa —tú aparecías junto a ella, te pusiste a su altura y le murmuraste algo al oído que la hizo sonreír y luego ambos volteaban a verme muy sonrientes —Me senté junto a mi padre, interesada en lo que iba a decir—. ¿Qué soñaste tú?
—Bueno, en mi sueño estoy acostado con Claudia un par de semanas antes de graduarnos de la universidad, y hablamos sobre el futuro, los hijos y cómo se llamarían —explicó transportandose hacia el recuerdo —. Y le digo que si tenemos un hijo, quiero ponerle el nombre de su padre, y si es una niña, el nombre de mi madre —me miró con una sonrisa —. Y ella se ríe y dice: '¿Por qué le pondrías a un pobre niño un nombre como ese?' —rió ante el recuerdo—. Y yo le digo: 'Porque es un gran padre, el padre que quisiera tener. La clase de padre que espero ser'.
—Y lo eres, eres un excelente padre —lo abracé.
—Y tú una increíble hija —admitió, devolviéndome el abrazo.
—Puedes seguir —lo animé, notando que lo había interrumpido.
—Sí... en ese punto del sueño, ella sonríe, me besa y dice: 'Bueno, le pondremos así, pero no importa, porque todos le diremos Stiles' —concluyó, mirándonos a ambos.
Vi una chispa de algo en los ojos de Scott, una chispa de realización, como si de repente todo empezara a encajar en su mente. Parecía estar juntando las piezas de un rompecabezas que había estado incompleto por mucho tiempo.
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