Capítulo ciento cuarenta y nueve "Te amo"
Corey, Mason, Scott, Liam y yo nos encontrábamos observando un punto en el cielo raso de la casa de Scott. Una serie de ramificaciones negras se extendían por el techo, creando una red oscura que parecía absorber la luz del lugar.
—¿Así fue como entró? —preguntó Corey, sus ojos fijos en las marcas.
—¿Qué es? —Liam preguntó, frunciendo el ceño mientras examinaba las ramificaciones.
—Es un punto de impacto de un rayo —explicó Mason, señalando las marcas. —Usualmente se ven lugares quemados así en el suelo después de una tormenta de rayos violenta.
—Así entró el jinete fantasma —afirmó Scott, con la mirada fija en las marcas—. Montando el rayo.
El beta miró a Scott, pensativo. —Si pueden usar rayos para cruzar el serbal...
—No hay lugares seguros —terminé por él, comprendiendo la gravedad de la situación. Scott asintió en señal de acuerdo.
—¿Y qué hay de los demás? —preguntó Corey con un tono de preocupación. —Es mi culpa que los marcaran.
—Hallaremos cómo protegerlos —aseguró el alfa con firmeza, su voz llenando de determinación el espacio—. A todos.
Sabíamos que no sería fácil, pero en ese momento estábamos unidos y dispuestos a hacer lo que fuera necesario para mantener a salvo a quienes nos importaban.
Luego de esa pequeña reunión dejamos a Melody en su escuela y luego fuimos a la nuestra.
Lydia nos mostró un carnet de uno de los chicos que habían sido borrados, sosteniéndolo con delicadeza entre sus dedos.
—Es una reliquia —explicó, sus ojos fijos en el objeto.
—¿Qué es una reliquia? —preguntó Malia, frunciendo el ceño.
—Es un objeto con una asociación fija al pasado —respondió con calma—. La identificación de Jake se quedó cuando se lo llevaron, y Gwen encontró el brazalete de su hermana en su habitación —dijo, haciendo énfasis en la importancia de estos objetos.
Fruncí el ceño, intentando comprender. —¿Cómo puede ser alguien borrado y dejar cosas visibles?
—La conservación de la masa —la pelifresa asintió, como si esa fuera la respuesta más obvia del mundo—. La masa total de cualquier sistema aislado permanece constante. Incluso si alguien es borrado, algo de ellos queda atrás.
—Hasta los jinetes tienen una debilidad —notó Scott, su mente trabajando rápidamente para conectar las piezas del rompecabezas.
—Una reliquia sería prueba de que Stiles existió —entendió la coyote, una chispa de esperanza iluminando su mirada.
—Y tal vez podamos recuperarlo —continuó el castaño, su voz firme y decidida. La idea de recuperar a Stiles, de desafiar a los jinetes y ganar, nos llenó de una nueva determinación.
—Iré a hablar con tu padre, Han, necesito revisar tu casa —dijo Lydia, su tono serio y decidido.
—Voy contigo —respondí sin pensarlo dos veces. Me giré hacia Scott, tomándolo por el cuello de su camisa para inclinarlo hacia mí y dejar un suave beso en sus labios—. Pórtate bien, guapo —sonreí, disfrutando del momento—. Te veo en el partido o quizás antes.
—Cuídate, amor —dijo él, acariciando mi mejilla con ternura. Su sonrisa era cálida y antes de que pudiera responder, volvió a besarme, esta vez con un poco más de urgencia y necesidad, como si quisiera asegurarme que todo estaría bien.
—Vomitaré arco iris —interrumpió Malia con expresión de asco—. En serio.
Nos separamos riendo, conscientes de que incluso en medio de todo el caos, aún había espacio para estos pequeños momentos de normalidad.
Fuimos en el auto de Lydia al departamento de policía, donde le pedimos a mi padre que nos permitiera hablar con él. Él nos hizo pasar a su oficina de inmediato.
Explicamos la situación sobre la reliquia y le mostramos el carnet de uno de los chicos desaparecidos.
—¿Quieren revisar mi casa? —preguntó mi padre con curiosidad.
—La gente deja cosas detrás —explicó Lydia. —Si Stiles dejó algo...
—¿Y por qué estaría ahí? —inquirió el sheriff, frunciendo el ceño.
—No puedes borrar a las personas por completo —intervine yo—. Dejan cosas atrás.
Mi padre suspiró y empezó a contar—. Anoche no podía dormir, así que me levanté y decidí hacer papeleo. Los archivos estaban en mi auto, así que fui a la cochera. Algunas cosas se habían caído de una repisa y, sin pensarlo, me pegué con un viejo bate de béisbol.
Hizo una pausa, y luego continuó—. Sin pensarlo, grité un nombre.
Nos miramos y entendimos de inmediato.
—Stiles —dijimos Lydia y yo al unísono.
Fuimos a mi casa y comenzamos a revisar cada rincón con más cuidado. Salí de la cocina y vi a Lydia dirigiéndose hacia el pasillo. La seguí sin pensarlo demasiado.
Se detuvo frente a la pared en el pasillo, justo frente a mi habitación. Alzó una mano y tocó el tapiz. De repente, se apartó y miró un punto a su derecha.
—¿Qué pasa? —le pregunté preocupada.
—Vi a alguien —respondió Lydia—. Me dijo que estaba aquí.
Comenzó a tirar de una esquina del tapiz. Intenté detenerla, pero mi madre fue más rápida y la tomó del brazo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó mi madre, claramente molesta.
—Me lastimas —se quejó Lydia. Claudia la soltó y empezó a arreglar el tapiz.
—Perdón, no debí hacerlo —se disculpó mi amiga, mirando hacia abajo.
—Creo que estamos de acuerdo en eso —asintió mi madre, aún molesta. Luego se volvió hacia mí—. Hannah, ¿por qué no la detuviste?
—Ah... yo... bueno... —titubeé nerviosa. Miré a Lydia—. Vamos.
Salimos de allí. La atmósfera se sentía extraña, y no podía quedarme más tiempo en la casa.
Lydia me llevó a la escuela de Melody antes de irse, dejándonos solas. Melody salió de su aula y nos dirigimos a casa de Scott. No tenía planes de regresar a mi casa aún; la situación me estaba afectando.
En el camino, le pregunté a mi pequeña si quería ir por un helado. Sus ojos se iluminaron al instante.
—¡Sí, por favor! Pero tiene que ser de chocolate —dijo con entusiasmo.
—Claro, chocolate —asentí, sonriendo mientras la llevábamos a la heladería.
Mientras disfrutábamos de nuestros helados, Melody miró su bola de chocolate con una gran sonrisa.
—¡Me encanta el chocolate! —exclamó, lamiendo su helado con avidez.
—Sí, lo sé —respondí, riendo—. Desde antes de que nacieras.
—¿Cómo sabes? —preguntó Melody, inclinando la cabeza con curiosidad.
—Durante el embarazo, me daban muchos antojos de chocolate —le expliqué—. Recuerdo que cuando comía helado de chocolate y galletas, te movías mucho en mi barriga, incluso más que cuando tu papá te hablaba.
Melody abrió los ojos grandes, sorprendida.
—¿En serio? ¡Eso es genial!
Después de tomar el helado, fuimos a casa de Scott, donde pasamos un rato tranquila. Melody se acomodó en la sala con sus libros y comenzó a hacer su tarea. Me senté a su lado para ayudarla, respondiendo a sus preguntas con paciencia.
—Mamá, ¿por qué el cielo es azul? —preguntó mientras coloreaba un dibujo.
—El cielo parece azul porque la luz del sol se dispersa en la atmósfera —le expliqué—. La luz azul se dispersa más que otros colores.
—¡Eso es interesante! —dijo, mientras pasaba a la siguiente página—. ¿Y por qué se hace de noche?
—Eso es porque la Tierra gira sobre su eje —le conté—. Cuando tu parte del planeta está alejada del sol, es de noche.
Terminamos la tarea y pasamos un rato hablando sobre cosas cotidianas. Melody me hizo preguntas sobre el colegio, sus amigos y, de vez en cuando, me contaba historias imaginativas que ella misma había creado.
Cuando llegó el momento del partido de lacrosse, decidí no ir. Scott me había enviado un mensaje pidiéndome que me quedara en casa, y esta vez no iba a desobedecer. Había aprendido la lección de la última vez.
—¿Mamá, no vamos a ver a papá? —preguntó Melody al notar mi indecisión.
—No esta vez, cariño. Papá me pidió que me quedara en casa —le expliqué suavemente—. Pero podemos hacer algo divertido aquí, ¿te parece bien?
—¡Sí! Podemos jugar a los juegos de mesa —sugirió con entusiasmo.
—Me parece perfecto —dije, levantándome para buscar los juegos.
Pasamos el resto de la tarde jugando, riendo y disfrutando de la compañía mutua. Aunque la situación en casa era complicada, momentos como este con Melody me recordaban lo importante que era mantenernos unidas y fuertes.
Mientras estábamos viendo la película, mi teléfono vibró con un mensaje de Malia. Al leerlo, sentí un nudo en el estómago: Argent estaba herido. Sin perder tiempo, tomé a Melody de la mano y la llevé corriendo hacia el hospital.
Cuando llegamos, me sorprendió ver a Scott, creí que estaría en la escuela por el partido, supuse que quizas terminó antes. Melody lo vio de inmediato y corrió hacia él.
—¡Papi! —exclamó, lanzándose a sus brazos.
Scott la levantó en el aire y la abrazó con ternura. Miré la escena, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación. Aunque el momento era dulce, había algo en la expresión de Scott que me preocupaba profundamente. Sus ojos reflejaban una tristeza que no podía ignorar.
Cuando se separaron, Scott me vio y su rostro se tornó más serio. Caminamos hacia el interior del hospital y nos dirigimos al ascensor. Apretó el botón del piso donde estaba Melissa y se apoyó contra la pared, cerrando los ojos un momento. Lo observé, notando la rigidez en su postura, y decidí romper el silencio.
Scott abrió los ojos y me miró. Había algo en su expresión, una mezcla de miedo y resignación que me puso la piel de gallina.
—¿Scott? —insistí, sintiendo un nudo formarse en mi estómago—. ¿Qué pasa?
Él tragó saliva y desvió la mirada por un momento, como si tratara de ordenar sus pensamientos. Finalmente, exhaló un suspiro profundo.—Los vi, Hannah —dijo en un tono casi inaudible, como si el mero acto de decirlo en voz alta pudiera hacer realidad sus temores—. Vi a los Jinetes Fantasma.
El mundo pareció detenerse por un momento. Sentí una oleada de desesperación y miedo abrumador. No podía imaginar un futuro sin él. Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos.
—¿Qué? —logré articular, aunque sabía perfectamente a quiénes se refería—. ¿Estás seguro?
Scott asintió, apretando los labios en una línea delgada.—Sí. Estaban en el campo, justo después de que terminara el partido. Me miraban, como si ya supieran lo que iba a pasar —explicó, su voz temblando ligeramente—. Si los vi, eso significa que vendrán por mí, Hannah. Y me borrarán de la existencia.
El ascensor pareció detenerse en seco, aunque en realidad continuaba subiendo. Mis ojos se abrieron en sorpresa y confusión.
—No... —mi voz salió en un susurro, la negación palpable en cada sílaba—. No puede ser. Tiene que haber una manera de evitarlo. ¡Siempre hay una manera, Scott!
Él se acercó, tomando mi mano con la suya, y mirándome con una intensidad que me hizo temblar.
—Han, tienes que ser fuerte. Tenemos que luchar, encontrar una manera de detenerlos —dijo, su voz cargada de emoción y determinación—. No quiero que Melody crezca sin su padre. No quiero perderte a ti.
—¿Cómo puedes pedir que sea fuerte? —solté un sollozo, mientras mis lágrimas caían libremente—. ¿Y si no podemos hacer nada? ¿Y si te llevan?
Scott me abrazó con fuerza, intentando transmitirme un poco de su fortaleza. Sentí su corazón latiendo contra el mío, un latido que era al mismo tiempo tranquilizador y aterrador.
—Lo haremos —susurró en mi oído—. Lucharemos con todo lo que tenemos. Te prometo que haré todo lo posible para estar aquí, para estar con ustedes.
—No sé qué haría sin ti, Scott —dije entre lágrimas—. Eres mi roca, mi amor.
—Y tú eres mi todo —respondió, inclinándose para besarme con una intensidad que me hizo sentir aún más la gravedad de la situación. Su beso era desesperado, lleno de amor y miedo. Cuando se separó, nuestras frentes se tocaron, y pude sentir su respiración mezclándose con la mía.
—No te irás a ninguna parte, Scott McCall. No mientras yo pueda evitarlo —declaré con firmeza, aunque mi voz temblaba.
Scott asintió, tragando visiblemente. El ascensor llegó al piso de nuestro destino, y las puertas se abrieron, revelando el pasillo del hospital.
Bajamos del ascensor y nos dirigimos rápidamente por el pasillo en busca de Melissa. La encontramos empujando la camilla con Argent, asistida por Malia, y entrando en una de las habitaciones del hospital.
—¿Está bien? —preguntó Scott, acercándose a su madre.
Melissa levantó la vista de los documentos en su mano y nos miró con una expresión cansada pero profesional.
—Tiene trauma por objeto contundente en el hueso temporal, tres costillas rotas y múltiples laceraciones superficiales, que parecen latigazos —informó —. Necesita descansar.
Scott asintió con una expresión de preocupación. Luego, salimos de la habitación y nos dirigimos al pasillo.
—¿Qué pasó? —preguntó Lydia, su voz cargada de inquietud.
—Los jinetes fantasmas se llevaron a todos, no pudimos ni frenarlos —explicó Malia, visiblemente frustrada.
—Dinos que descubriste algo —rogó Scott, buscando desesperadamente respuestas.
—Descubrí que Claudia nunca tuvo mellizos, solo a Hannah —dijo Lydia, dirigiendo su mirada hacia mí—. Stiles no puede ser su hijo.
—¿Qué hay de la reliquia? —preguntó la coyote, su voz llena de esperanza.
La pelifresa y yo negamos con la cabeza.
—Nunca hubo un Stiles, ¿verdad? —pregunté, mirando a Scott con una mezcla de tristeza y confusión.
—Ni siquiera suena como un nombre —opinó él, su rostro pálido de la preocupación.
—Hay que seguir buscando —dijo Lydia con determinación—. Revisar los registros de la escuela o llamar al papá de Scott.
—No podemos ganar esta batalla —admitió Malia, su voz cargada de derrota.
—Intentamos recuperar a Stiles —nos recordó la banshee, con una mirada decidida.
—Los jinetes fantasmas volvieron, no tenemos cómo frenarlos. Además, sean lo que sean, son reales —nos recordó Malia —. No podemos perseguir a alguien que no lo es.
—No dejó nada detrás —dijo Scott, su voz resignada.
—Solo a nosotros —opiné, sintiendo el peso de la derrota en mis palabras.
Lydia asintió, y un silencio pesado se apoderó del grupo. La desesperación y la incertidumbre nos rodeaban, y la realidad de nuestra situación nos golpeó con fuerza. Nos quedamos allí, en el pasillo del hospital, tratando de encontrar una chispa de esperanza en medio de la oscuridad que nos envolvía.
...
Finalmente regresamos a casa, preparando una cena rápida, más para Melody que para nosotros. Mientras ella comía, Scott y yo comenzamos a recoger los platos. El silencio entre nosotros era cómodo, pero cargado de la tensión y el estrés de la jornada.
Melody subió a su habitación y nosotros nos quedamos a limpiar los platos. El ruido del agua corriendo y la porcelana chocando era lo único que se escuchaba en la cocina.—Bueno, hemos terminado —dijo Scott, secándose las manos con un trapo. Sin previo aviso, se giró hacia mí y, en un movimiento rápido, me tomó en sus brazos de forma nupcial, arrancándome un pequeño grito de sorpresa. —Y ahora, voy a comerme el postre —añadió con una sonrisa traviesa mientras me miraba a los ojos.
Lo miré, intentando descifrar si bromeaba o no. —¿No es helado, verdad? —pregunté con una ceja levantada.
Scott negó con la cabeza, divertido.—Vas a querer tener unas aspirinas para el dolor a mano —me guiñó un ojo, claramente disfrutando de mi sorpresa. —O, probablemente, una silla de ruedas —hizo una mueca como si estuviera pensándolo seriamente—. Quizás incluso necesites una nota del doctor que te autorice reposo.
—¡Oh por Dios! —exclamé, abriendo los ojos como platos, riendo ante sus exageraciones—. ¿Al menos puedo comer postre yo también? —pregunté, intentando sonar indignada mientras una sonrisa se formaba en mis labios.
—Mmm... no lo sé —respondió, fingiendo estar inseguro. Se detuvo a mitad de la escalera, como si realmente estuviera considerando mi solicitud. Luego, su expresión cambió a una de complicidad—. Está bien, pero solo una probadita, el resto es mío.
Antes de que pudiera responder,unió nuestros labios en un beso profundo y apasionado, robándome el aliento. Continuó subiendo las escaleras, sin apartarse de mí, mientras sus labios se movían con los míos, aumentando la intensidad del beso. Mi corazón latía con fuerza, no solo por el beso, sino por la sensación de estar en sus brazos, segura y querida.
Al llegar a la habitación, Scott cerró la puerta con un suave empujón, sin romper el contacto. Me depositó en la cama con cuidado, sus labios nunca alejándose de los míos. Todo en ese momento se sentía perfecto, como si los problemas del día hubieran quedado fuera de esa habitación, en espera de ser enfrentados más tarde.
—Te amo, ¿sabes? —dije, rompiendo el beso solo lo suficiente para susurrar las palabras contra sus labios.
—Y yo a ti, más de lo que las palabras pueden decir —respondió Scott, volviendo a besarme mientras nuestras risas y susurros llenaban la habitación.
Bajó los besos a mi cuello, sus labios rozando mi piel con una delicadeza que me hacía estremecer. Alternaba entre pequeños mordiscos y suaves besos, dejando pequeñas marcas que luego se transformarían en chupones. Sentí cómo mi respiración se volvía más pesada, el calor invadiendo mi cuerpo mientras sus labios exploraban cada rincón de mi cuello.
Con una mano, Scott deslizó suavemente mi blusa hacia un lado, dejando mi hombro al descubierto. Sus labios siguieron el rastro que había dejado su mano, besando mi piel expuesta con ternura y deseo. Cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación de sus besos, su respiración caliente contra mi piel, y el ritmo de su corazón que parecía resonar al unísono con el mío.
—Scott... —murmuré, apenas capaz de formar palabras mientras mis manos se enredaban en su cabello. Cada beso, cada caricia, era una promesa de amor y devoción, de aquellos momentos en los que solo existíamos él y yo, el mundo reducido a la intimidad de nuestro amor.
—Dime —susurró contra mi hombro, su voz ronca y cargada de deseo. Sentí cómo sus labios se curvaban en una sonrisa contra mi piel antes de continuar su recorrido hacia mi clavícula.
—Te necesito —dije, mi voz entrecortada por el placer, mi cuerpo archándose hacia él en busca de más contacto, más cercanía. Mis palabras eran una mezcla de súplica y promesa, reflejando la intensidad de lo que sentía por él.Scott levantó la cabeza para mirarme a los ojos, sus manos firmes en mis caderas mientras su mirada se clavaba en la mía, profunda y ardiente.
—Siempre, Hannah —respondió con convicción—. Estoy aquí, ahora y siempre.Nos miramos en silencio por un momento, como si cada palabra, cada gesto, fuera una declaración de lo que sentíamos el uno por el otro.
Luego, sin necesidad de más palabras, Scott se inclinó nuevamente, capturando mis labios con los suyos en un beso que era al mismo tiempo suave y desesperado, como si quisiera demostrarme con cada caricia lo mucho que significaba para él.
Pasé mis manos por debajo de su camiseta, sintiendo el calor de su piel contra mis dedos. El contacto envió una descarga de electricidad a través de mi cuerpo, despertando cada uno de mis sentidos. Scott exhaló un suspiro profundo, sus músculos tensándose bajo mi toque mientras mis manos exploraban su espalda, memorizando cada curva y contorno.
—Hannah... —murmuró con voz ronca, su aliento rozando mi oído, haciendo que se me erizara la piel.
Me acerqué más a él, mis manos subiendo por su espalda y sus costados, disfrutando de la sensación de su piel suave y cálida. Sentí cómo sus manos también se deslizaban por debajo de mi blusa, sus dedos rozando mi piel con una suavidad que me hacía estremecer. La tela se fue levantando lentamente, hasta que finalmente la blusa quedó por encima de mi cabeza, abandonada en el suelo junto a nuestros pies.
Scott me miró, sus ojos oscuros y llenos de deseo, y luego bajó su mirada, deteniéndose en mis labios antes de volver a besarme, esta vez con más urgencia. Respondí a su beso con igual intensidad, mis manos enredándose en su cabello mientras nuestros cuerpos se acercaban aún más, como si tratáramos de eliminar cualquier espacio entre nosotros.
—Te amo —susurró contra mis labios, su voz cargada de emoción. Sentí cómo su corazón latía con fuerza contra mi pecho, sincronizado con el mío.
—Y yo a ti —respondí, mirándolo directamente a los ojos, queriendo que supiera que cada palabra, cada sentimiento, era verdadero.
Scott sonrió suavemente antes de inclinarse y besarme de nuevo, más despacio esta vez, con una ternura que casi me hizo llorar. Sus manos se deslizaron por mi espalda, atrayéndome más hacia él, como si quisiera grabar en su memoria la sensación de tenerme entre sus brazos.
Lo ayudé a quitarse la remera, tirándola al suelo junto a mi blusa. Mis ojos se dirigieron a su pantalón, y antes de que pudiera hacer o decir algo, me concentré en el cinturón, imaginando que se soltaba. Para sorpresa de Scott, el cinturón se desabrochó solo, y salió volando por la habitación, seguido del sonido de la cremallera bajándose por sí sola.Se quedó quieto por un segundo, con los ojos abiertos de par en par. Luego, se volvió hacia mí, una sonrisa divertida curvando sus labios.
—¿Nuevo truco? —inquirió impresionado, alzando una ceja.
—Sí, he estado practicando un poco —respondí con una risita, sintiendo un calor en mis mejillas.
Lo atraje hacia mí, mis manos deslizándose desde su pecho hasta su cintura, disfrutando de la suavidad de su piel bajo mis dedos. Lo besé, uniendo nuestros labios de nuevo, mientras mis manos bajaban hasta su pantalón para quitárselo con un movimiento suave.
Scott dejó escapar un suspiro de alivio y rió suavemente contra mis labios.—Creo que estoy en desventaja, ¿no te parece? —sonrió con picardía, sus manos moviéndose hacia la pretina de mis jeans.
—Puede ser —repliqué con una sonrisa juguetona—. ¿Qué vas a hacer al respecto?
Él no respondió con palabras; en lugar de eso, se inclinó hacia adelante, plantando un suave beso en mi cuello mientras sus manos hábiles desabrochaban mis jeans y los deslizaban por mis caderas, dejándolos caer al suelo. Su boca siguió su camino hacia mi hombro y luego a mi clavícula, sus besos dejando una línea ardiente a su paso.
—Voy a asegurarme de que estemos en igualdad de condiciones —susurró contra mi piel, su voz ronca y llena de deseo.
Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, una anticipación que solo él podía despertar en mí. Scott me tomó de la cintura y me levantó suavemente, colocándome en la cama mientras él se posicionaba sobre mí, su mirada fija en la mía.Nuestros cuerpos se movieron juntos con una sincronía perfecta, cada beso y cada caricia comunicando lo que las palabras no podían expresar.
La habitación se llenó del sonido de nuestras respiraciones entrecortadas y los susurros suaves, creando un mundo propio donde solo existíamos nosotros dos.Scott tomó mi rostro entre sus manos, mirándome con una intensidad que hizo que mi corazón se acelerara.
—No hay nada en este mundo que pueda separarnos, Han—dijo, su voz llena de convicción—. Ni siquiera los jinetes fantasmas.
Lo atraje hacia mí para un beso profundo, dejando que mi amor por él hablara por mí. En ese momento, nada más importaba. Éramos solo él y yo, compartiendo un amor que desafiaba cualquier amenaza, cualquier oscuridad. Y en sus brazos, me sentí segura, completa, y lista para enfrentar lo que fuera que viniera.
Scott me miró con esos ojos llenos de deseo y amor, y sentí una oleada de valentía recorrerme. Con un movimiento ágil, me di la vuelta, cambiando nuestras posiciones y quedando yo arriba. Sonreí mientras lo miraba, disfrutando del ligero atisbo de sorpresa en su rostro.
—Parece que ahora soy yo quien tiene la ventaja —dije en tono travieso, pasando mis manos por su pecho desnudo, sintiendo los músculos tensarse bajo mi toque.
—Nunca he tenido problemas con eso —replicó con una sonrisa pícara, sus manos deslizándose por mis caderas para acomodarse mejor.
Incliné la cabeza hacia abajo, capturando sus labios en un beso lento y profundo, tomando el control de la situación. Sentí cómo Scott relajaba sus manos, dejándome llevar la delantera, algo que rara vez hacía pero que ahora me daba toda la libertad.
Mis labios se deslizaron desde su boca hasta su cuello, donde deposité una serie de besos suaves y ligeros mordiscos, escuchando los suaves gemidos que escapaban de sus labios. Sentí el poder de tenerlo bajo mi control, la manera en que respondía a cada uno de mis movimientos. Era embriagador.
—Han... —susurró, su voz grave y llena de deseo. Sentí sus manos moverse por mi espalda, acariciándome lentamente, subiendo y bajando, enviando ondas de placer por mi cuerpo.
—Shhh, no hables —le susurré en el oído, volviendo a capturar su boca con la mía.
Scott dejó escapar un suspiro de satisfacción y cerró los ojos, entregándose completamente. Mis manos bajaron, acariciando su abdomen y más allá, mientras mis labios recorrían cada rincón de su piel, explorando, redescubriendo lo que era nuestro. Sentí la urgencia aumentar entre nosotros, la necesidad de estar más cerca, de no dejar que nada ni nadie se interpusiera entre nosotros.
—Te amo —dijo de repente, con una sinceridad tan profunda que hizo que mi corazón latiera más rápido.
Lo miré a los ojos, viendo todo el amor y la devoción que tenía por mí reflejados en su mirada. Me incliné hacia él, rozando mi nariz con la suya, nuestros alientos mezclándose.
—Y yo te amo más, hasta la luna y de vuelta —respondí, sintiendo una calidez envolver mi corazón.
Nos movimos juntos, encontrando un ritmo propio, nuestros cuerpos encajando perfectamente, como si hubiéramos sido hechos el uno para el otro. Cada caricia, cada beso, cada susurro, nos acercaba más, eliminando cualquier distancia que pudiera haber existido. En ese momento, no había miedos, ni dudas, solo nosotros dos, compartiendo un amor que desafiaba todas las probabilidades.
Era una promesa silenciosa de eternidad, un recordatorio de que, sin importar lo que viniera, siempre nos tendríamos el uno al otro. Y con Scott debajo de mí, mirándome como si fuera su mundo entero, supe que no había lugar más seguro o más perfecto en el que quisiera estar.
Mientras nos besábamos, sentí cómo el deseo crecía entre nosotros, una corriente de electricidad que nos conectaba en cada roce. Llevé mi mano a la espalda para soltar el broche de mi sostén, lista para deshacerme de esa última barrera entre nosotros.
Con un movimiento suave, Scott guió mi mano lejos del broche de mi sostén, dejando un rastro de besos por mi brazo hasta llegar a mis dedos. Sus labios rozaron los míos brevemente antes de alejarse un poco, su aliento caliente acariciando mi piel.
—Todo a su debido tiempo, Hannah —murmuró con una sonrisa que prometía algo más profundo, más lento. Sus ojos brillaban con esa mezcla de deseo y ternura que me hacía perder la razón.
Me quedé mirándolo, con una mezcla de frustración y expectativa. Scott siempre sabía cómo hacer que me rindiera a sus encantos. Cuando pensaba que iba a ceder, lo siguiente que supe fue que me había girado, dejando mi espalda contra las sábanas frías mientras su cuerpo se cernía sobre mí, fuerte y protector.
—Quítalo —le ordené, con una voz que pretendía ser firme pero que traicionaba mi impaciencia y necesidad.
Bajó la mirada, sus ojos encontrándose con los míos, una chispa de diversión bailando en ellos. Lentamente, bajó su mano y deslizó sus dedos por mi cintura, subiendo por mi abdomen, haciéndome arquear la espalda ante el roce suave. Sus caricias eran ligeras, apenas un toque que enviaba oleadas de calor por todo mi cuerpo.
—No hay apuro —susurró, bajando la cabeza hasta que sus labios estaban a milímetros de los míos. Sus palabras fueron casi una caricia contra mi piel, y sentí su aliento mezclarse con el mío, llenándome de una anticipación que me consumía.La tensión creció entre nosotros, haciéndose palpable en el aire. Scott era experto en esto, en prolongar el momento hasta que ambos estuviéramos al borde de la desesperación, y esta vez no era diferente. Sus manos finalmente se movieron hacia mi espalda, pero en lugar de desabrochar mi sostén de inmediato, se tomó su tiempo, recorriendo cada curva, cada línea de mi cuerpo, como si estuviera memorizándome.
—Scott, por favor... —susurré, ya sin poder resistir el deseo que ardía en mi interior.Sonrió, una sonrisa llena de satisfacción, y finalmente sus dedos encontraron el broche de mi sostén. Lo soltó con un movimiento hábil, dejándolo deslizarse entre nosotros.
Sus labios se movieron hacia mi clavícula, dejando un rastro de besos ardientes mientras sus manos me liberaban completamente de la prenda.Me miró, con una intensidad que casi me hizo olvidar respirar, y bajó sus labios para encontrarse con los míos en un beso apasionado. En ese momento, toda la paciencia se desvaneció, y nos perdimos el uno en el otro, como si no existiera nada más en el mundo.
—Eres increíble —susurró entre besos, sus palabras cargadas de admiración y deseo.
Levantó su cabeza para mirarme a los ojos, y el tiempo pareció detenerse. Era como si en ese instante no hubiera nada más en el mundo, solo nosotros dos y la conexión que compartíamos. Scott llevó una mano a mi mejilla, acariciándola con el pulgar.
—Quiero que recuerdes esto —dijo suavemente, sus ojos fijos en los míos—. Porque te amo, Annieh, más de lo que jamás podré expresar.
Estábamos completamente perdidos el uno en el otro, nuestros cuerpos entrelazados en un baile silencioso. Scott estaba sobre mí, su pecho desnudo presionando contra mi piel, su respiración pesada sincronizada con la mía. Acaricié su espalda con mis manos, sintiendo cada músculo bajo mis dedos, mientras él besaba mi cuello, arrancándome suaves gemidos de placer.
Me moví ligeramente, pasando mi mano desde su espalda hasta su pecho, trazando los contornos de sus músculos. Scott cerró los ojos, disfrutando de mi toque, mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. Sentí una sensación de poder al saber cuánto lo hacía sentir con solo un roce.
Con un toque lento y deliberado, bajé mi mano por su abdomen, sintiendo su firmeza, hasta que mis dedos encontraron el borde de su bóxer. Jugueteé con el elástico, estirándolo y soltándolo suavemente, provocando un suave temblor en su cuerpo.Lo miré, con una sonrisa juguetona en mis labios.
—¿Cuántos 'te amo' más nos diremos esta noche? —pregunté divertida, disfrutando del efecto que mi toque tenía en él.
Scott soltó una risa baja, su voz ronca por el deseo. —Los que sean necesarios para que nunca olvides cuánto te amo —respondió, inclinándose para besarme de nuevo, esta vez con más intensidad, como si quisiera demostrar con sus labios lo que sus palabras no podían expresar.
Sus besos eran exigentes, cargados de una pasión que me hizo estremecer. Pero había también una dulzura en ellos, una promesa silenciosa de amor eterno. Sentí sus manos deslizándose por mi cuerpo, acariciando mi piel con una reverencia que me hizo temblar.Sus labios dejaron los míos para bajar por mi cuello, susurrando palabras de amor entre beso y beso.
—Te amo, Han... Te amo más de lo que las palabras pueden decir... —murmuraba contra mi piel, cada palabra un juramento, cada beso una declaración.
Llevé mis manos a su cabello, enredando mis dedos en él, atrayéndolo más cerca. —Y yo te amo, Scott —susurré en su oído, dejándome llevar por la intensidad del momento—. Te amo más allá de cualquier cosa, más allá de esta noche, más allá de siempre.
Sentí cómo su cuerpo reaccionaba a mis palabras, la intensidad de su mirada cuando se encontró con la mía. Había tantas emociones entre nosotros: amor, deseo, pasión, pero también una ternura infinita que solo compartíamos en momentos como este.Scott tomó mi rostro entre sus manos, mirándome con una expresión que hizo que mi corazón se acelerara.
—Siempre serás mi todo, Annieh —dijo suavemente, sus ojos reflejando el amor profundo que sentía—. Nada en este mundo cambiará eso.
Nos besamos de nuevo, y esta vez no hubo necesidad de palabras. Nuestros cuerpos se comunicaban por nosotros, cada caricia, cada susurro, una reafirmación de nuestro amor.
Scott dejó que sus besos descendieran lentamente por mi piel, comenzando en mi cuello, donde su boca trazó una línea ardiente de placer. Continuó hacia mi hombro, dejando suaves mordiscos en el camino, luego bajó a mi clavícula, haciendo que mi respiración se acelerara. Sus labios encontraron mis pechos, dejando un rastro de besos húmedos que me hicieron arquear la espalda en respuesta.
Sentía como su boca bajaba aún más, besando mi abdomen, su lengua dejando una caricia electrizante que me robaba el aliento.Finalmente, llegó a mis pantys. Con una mirada cargada de deseo y ternura, enganchó sus dedos en el borde de la tela y la fue bajando lentamente, como si cada segundo de contacto fuese un regalo que quería saborear. Mi piel se erizó ante la anticipación, y un suave gemido escapó de mis labios, no tanto por lo que estaba haciendo, sino por cómo me hacía sentir.
—No quiero olvidarte —murmuré, mis palabras apenas un susurro entre nuestros labios—. No quiero vivir en una vida donde no existes.
Detuvo sus movimientos, apoyando su frente contra la mía, cerrando los ojos como si mis palabras lo hubieran golpeado con fuerza. Sus manos acariciaron mis mejillas, sus pulgares dibujando círculos suaves en mi piel.
—Cariño, eso nunca va a pasar —dijo con voz ronca, tratando de tranquilizarme. Pero podía ver la duda en sus ojos, el miedo que compartíamos.
—¿Y si lo hacen? —pregunté, incapaz de reprimir la angustia en mi voz—. ¿Y si los jinetes te llevan y yo... yo olvido todo esto? —Un nudo se formó en mi garganta, y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas—. No quiero perderte, Scott.
Scott me sostuvo con más fuerza, su mirada fija en la mía, intensa y determinada. —No me perderás —prometió, su voz firme—. No importa lo que pase, lucharé para volver contigo, para estar a tu lado. Porque tú y Melody son mi vida, y nada me hará olvidarlas.
—Pero no puedo soportar la idea de una vida sin ti —insistí, mi voz quebrándose—. Ya pasamos por tanto, y no quiero enfrentar un futuro donde no estemos juntos.
Él me besó con una ternura que casi me rompe. Era un beso lleno de promesas silenciosas, de amor eterno. Al separarse, me miró con una sonrisa suave, a pesar de la tensión que veía en sus ojos.
—Entonces no pienses en ello —dijo suavemente—. Piensa en este momento, aquí y ahora. Piensa en cuánto nos amamos y en cómo siempre encontramos el camino de vuelta el uno al otro. Los jinetes no pueden quitarnos lo que llevamos dentro, Han. No pueden borrar lo que somos.
Sus palabras eran un bálsamo para mi corazón angustiado. Lo atraje hacia mí, buscando consuelo en su cercanía, dejando que su amor me envolviera como una manta cálida. —Te amo, Scott —susurré contra su piel—. Te amo con cada parte de mi ser.
—Y yo te amo a ti, Han —respondió, besando mi frente, mis ojos, mis labios—. Por siempre y para siempre, sin importar lo que venga. —acarició mi mejilla secando unas lágrima qué se me habían escapado.—No te voy a dejar sola —su voz baja y cargada de promesa—. No importa lo que pase, siempre voy a encontrar la manera de volver a ti.
Se inclinó hacia mí, besando la parte interna de mi muslo antes de volver a subir, sus labios encontrando los míos de nuevo en un beso que era tanto una promesa como una rendición. Me sostuvo allí, atrapada en un momento que se sentía eterno, como si quisiéramos congelar el tiempo y aferrarnos el uno al otro con todo lo que teníamos.
Scott continuó su camino de besos, y yo estaba perdida en la intensidad del momento. Sin embargo, cuando levanté la mirada hacia él, noté que él todavía llevaba puesto su bóxer. Me reí, con una mezcla de diversión y deseo, mientras lo observaba.
—Ahora soy yo la que está en desventaja —comenté juguetona, recorriendo con mis manos la cintura del bóxer, dejando claro lo que quería.
Él me sonrió, esa sonrisa traviesa y seductora que siempre hacía que mi corazón se acelerara. —Eres libre de ponernos en igual condición —susurró con un tono sugerente.
No necesitaba más invitación. Mis manos se deslizaron por su cintura, enganchando el borde de su bóxer y, con un suave tirón, lo bajé. Scott me ayudó a quitárselo por completo y lo lanzó al suelo sin mirar, como si fuera lo más natural del mundo. Me mordí el labio al ver su cuerpo desnudo ante mí, la familiaridad y la novedad del momento mezclándose en una sensación embriagadora.
Él me observó con una mirada cargada de deseo, sus manos encontrando las mías para entrelazarlas por un momento, como si quisiera sentir esa conexión antes de seguir. Me inclinó hacia atrás suavemente, tomando el control mientras nuestros cuerpos se alineaban, piel con piel, como dos piezas de un rompecabezas perfectamente encajadas.
Cada caricia y cada beso eran como una reafirmación de que estábamos aquí, juntos, a pesar de todo.
Scott se inclinó hacia mí, capturando mis labios en un beso que era lento, profundo y lleno de promesas no dichas. Sus manos recorrían mi cuerpo con una familiaridad que sólo podía venir de años de estar juntos, pero había una urgencia en sus movimientos que delataba la incertidumbre de nuestro futuro. Como si quisiera memorizar cada detalle, cada curva y cada suspiro, por si alguna vez estos momentos fueran lo único que nos quedara.
Me separé de sus labios solo lo suficiente para mirarlo a los ojos, esos ojos marrones que tantas veces me habían mirado con amor y que ahora mostraban un destello de preocupación. Pasé mis dedos por su cabello, tratando de consolarlo, de transmitirle con ese gesto que todo estaría bien, aunque ni siquiera yo estaba segura de eso.
—Te amo —dije en un susurro, mi voz apenas audible sobre los latidos de nuestros corazones.
Scott apoyó su frente contra la mía, cerrando los ojos como si absorbiera esas palabras. —Yo también te amo, Hannah. Más de lo que podría decirte con palabras —su voz era baja y temblorosa, y había un brillo en sus ojos cuando los abrió para mirarme de nuevo.
Llevé mis manos a su rostro, sosteniéndolo entre mis palmas. —No importa lo que pase con los jinetes, ni lo que intenten hacer. No importa si intentan borrarnos, siempre encontraré la manera de recordarte. De recordarnos. —Mi voz se quebró al final, y una lágrima solitaria se deslizó por mi mejilla.
Scott la atrapó con su dedo, su toque gentil y lleno de ternura. —Y yo te encontraré a ti, sin importar dónde estés. No importa cuántas veces tengamos que luchar para volver a encontrarnos, siempre lo haré —su tono era firme, una promesa que iba más allá de las palabras.
Se inclinó hacia mí de nuevo, sus labios rozando los míos, suaves y reconfortantes. Lo atraje más cerca, buscando consuelo en su calidez, en la sensación de su piel contra la mía. Sus manos encontraron las mías y las entrelazó, presionándolas contra el colchón a ambos lados de mi cabeza.
—¿Estás segura de esto? —preguntó, su voz un murmullo contra mi oído. Había una ternura en su tono que hacía que mi corazón se derritiera.
Asentí, sin dudar. —Sí, más que nunca. —Y con esas palabras, dejé que todas las preocupaciones se desvanecieran, concentrándome solo en el hombre que amaba, en el aquí y ahora.
Nuestros cuerpos se movieron al unísono, cada toque y cada beso una reafirmación de nuestro amor. Nos entregamos el uno al otro completamente, dejando de lado el miedo y la incertidumbre. En esos momentos, el mundo exterior desapareció, y sólo existíamos nosotros, enredados en un abrazo que se sentía como la eternidad que habíamos prometido.
Cada respiración, cada latido de nuestros corazones, parecía decir "te amo" una y otra vez, sellando nuestra promesa de nunca olvidarnos, de luchar por lo que teníamos, sin importar lo que viniera.
Estábamos llegando al clímax, el éxtasis compartido entre nosotros era profundo y abrumador. Los movimientos se volvían más intensos, nuestros cuerpos se ajustaban en un flujo perfecto de deseo y amor. La conexión era total, cada susurro y cada toque amplificaban la experiencia.
—Eternidad —murmuré contra su piel, mi voz quebrada por la intensidad del momento, recordándole nuestra promesa.
—Eternidad —respondió Scott con ternura, acariciando suavemente mi cabello mientras nos envolvíamos en un abrazo apretado.
Sus palabras eran un mantra que reforzaba nuestro compromiso, una promesa silenciosa de que estaríamos siempre juntos, sin importar lo que viniera.Nos dejamos llevar por el clímax, nuestros cuerpos moviéndose en perfecta armonía, el calor y el placer envolviéndonos por completo.
En ese momento, la promesa de eternidad parecía más real que nunca, y nuestras respiraciones se sincronizaban mientras nos sumergíamos en el final, aferrándonos a la certeza de que, mientras estuviéramos juntos, nada más importaba.
Scott se dejó caer sobre mí agotado, y mientras intentaba adaptarme al sudor pegajoso de su piel, hice una pequeña mueca de asco. Sabía que era parte del momento, pero el sudor nunca ha sido algo que pudiera soportar demasiado.
—¿Sabes qué he descubierto? —pregunté, tratando de cambiar el enfoque de la conversación.
—Mm... ¿Qué soy bueno en la cama? —dijo con una sonrisa juguetona.Reí, sacudiendo la cabeza.
—¡Nooo! Bueno, sí, eres bueno, pero —negué con una sonrisa— no me refería a eso.
—¿O sea que Hale te dejaba insatisfecha? —preguntó, su tono de voz lleno de curiosidad.
—Nunca lo hicimos —admití, sintiendo un leve rubor en mis mejillas. —¡Oye! No cambies el tema.
Scott se quedó en silencio por un momento, mirando mi rostro con una mezcla de sorpresa y ternura. —Espera —dijo, su expresión suavizándose— ¿soy el único hombre que te ha tocado de esta forma?
Asentí lentamente, sintiendo una oleada de sinceridad y emoción. —Solo te pertenezco a ti —suspiré con frustración. —¿Me dejarás decirte lo que quería desde un principio?
Me miró con atención, la luz tenue de la habitación resaltando su expresión preocupada y amorosa. —Claro, claro —sonrió, alentándome a continuar.
—Descubrí que nuestros corazones son uno —dije, mi voz temblando con la emoción. —En cada latido, en cada susurro, siento que estamos conectados de una forma que va más allá de lo físico.
Eres mi otra mitad, mi complemento perfecto. Nunca me había sentido tan completa como ahora.Scott me miró con una mezcla de asombro y amor, sus ojos brillando con una intensidad que hacía que mi corazón se acelerara. —Yo también siento lo mismo —murmuró, acariciando suavemente mi mejilla. —Siempre he sabido que éramos más que solo dos personas juntas. Somos uno, en cada sentido de la palabra.
Nos quedamos en silencio, inmersos en el entendimiento de lo que significaba nuestra conexión. El mundo exterior parecía desvanecerse, y solo existía el suave susurro de nuestras respiraciones entrelazadas y el latido compartido de nuestros corazones.
Scott se inclinó con una sonrisa traviesa y tomó mis pantys, deslizándolas suavemente hacia arriba por mis piernas. Su gesto era tierno y considerado, y me hizo sonreír.
—¿Qué haces? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Te recuerdo que tenemos a una pequeña mata de rizos que le gusta venir en las noches —comentó divertido, ajustando cuidadosamente la ropa. —No queremos incidentes, ¿o sí? —dijo mientras tomaba su remera y me ayudaba a ponérmela.
—No, mejor evitemoslo —asentí, con una sonrisa, agradecida por su preocupación.
Una vez que terminé de vestirme y él se puso su bóxer, nos acomodamos en la cama, envueltos en una atmósfera de calma y amor. El cansancio de la noche nos envolvió rápidamente, y pronto caímos en un profundo sueño, confiando en que, aunque el mundo pudiera ser incierto, teníamos el uno al otro para enfrentar cualquier desafío.
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