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―prefacio

AMERICA'S SWEETHEART― ❛ prefacio ❜

things'll never be the same


Miércoles, 28 de enero de 2009.
Newark, Nueva Jersey.

UNA VEZ MÁS, el mundo parecía estar en su contra. Era otro día de mierda que se añadía a la larga lista de días terribles de la joven. Parecía que la mala suerte había tomado fijación en Stella. Tanto que hasta su mera presencia era como un mal augurio. Agnes Sutton, su madre adoptiva, había tomado cuenta de este extraño fenómeno y hasta lo había nombrado como una catástrofe meteorológica.

Cuidado con el "Huracán Stella", solía decirle.

Gato negro que existía, gato negro que se le cruzaba. No podía estar en posesión de un salero, pues en cuestión de minutos Stella encontraba la manera de derramarlo. Tampoco era muy fanática de los espejos, pues ya había tenido su historial de romperlos con su torpeza. Parecía estar destinada a levantarse con el pie izquierdo cotidianamente. Con todo esto en suma, Agnes bromeaba seguido con que Stella seguro había nacido en un martes 13.

Que no era cierto, para que conste. El 13 de marzo de 1985 cayó en miércoles.

Lo que sí tomó lugar en esa fecha fue la Tormenta de la Centuria de los Estados Unidos que trajo lluvias torrenciales, rachas de viento que superaron los 40 metros por segundo, una marejada ciclónica de 3 a 4 metros y 11 tornados confirmados que tocaron el suelo. 270 personas fallecieron y los daños totales a la propiedad quedaron en más de 3000 millones de dólares.

Una maravilla.

Parecía un castigo. A lo largo de su vida, Stella había puesto su fe en que ella misma podría restaurar la balanza al hacer cosas buenas. Ser voluntaria a causas benéficas, ayudar a ancianos a cruzar la calle, no hablar mal de las personas, jamás recurrir a la violencia y todo lo que una chica como ella podría hacer. La vida se encargó de enseñarle que no importaba qué tanto se esforzara por ser una de las buenas, esta siempre le escupiría encima. Entonces tuvo que buscar otros métodos para sacarse a sí misma de la desgracia.

Y la hora había llegado.

Uno pensaría que su mala suerte haría una excepción para el mismísimo día en el que toda su fortuna cambiaría, pero no fue así. Esa mañana, el sonido de su usual alarma había sido remplazado con un incesante goteo de agua que parecía estar cayendo de su techo.

No tenía arreglo.

Toda la estructura de su mísera casa amaneció completamente inundada, gracias a la sufrible temporada de lluvias. Por sus paredes se había colado un hongo causado por la humedad, debido a una falla en las tuberías. ¿Esto era una sorpresa? En lo absoluto. Stella había insistido en querer arreglar las cañerías de la casa por meses, pero Agnes parecía querer invertir dinero únicamente en su amado casino.

Gracias a la toxicidad del hongo que tomó dominio de su habitación, estaba seguro que Stella no tendría lugar dónde dormir por el próximo par de semanas, mínimo.

Sin una remota idea de cómo se las arreglaría, la joven salió de su casa utilizando su mejor conjunto con optimismo vacío. Este consistía en un ligero vestido de verano color rosa que se ajustaba un poco más de lo que debería a sus curvas. Lo había acompañado con una chaqueta café, pues el día comenzaba a verse más y más nublado. Para calzado optó por unos botines marrones que le daban unos centímetros de más, aunque Stella fuera bastante promedio en altura. Por último, se había colgado la misma mochila negra y desgastada que estaba acostumbrada a llevarse a todas partes. No era lo mejor, pero seguro que era lo único que podía pagar en su posición.

Stella se sacudió su tormentosa mañana una vez que salió de casa. Se mentalizó con que sería un buen día, pues estaban por concederle el trabajo de sus sueños. No solo tenía un sueldo increíble, sino que tampoco requería grandes habilidades para ocuparlo. Le había tomado solo un par de conversaciones con una agradable mujer que conoció una noche en el casino de Agnes para obtener el lugar. ¿Sonaba sospechoso? Sí, pero al mismo tiempo Stella sabía que tenía algo especial en manos.

Es decir, con su historial... Se merecía algo bueno, y esto era. Ella estaba segura. Este se suponía que debería ser su primer buen día de muchos por venir, así que tenía que comportarse acorde. Mostró una sonrisa en su cara, y se acomodó un par de audífonos en sus oídos para comenzar su camino a la parada de autobuses.

No recorrió ni medio kilómetro, cuando un coche pasó a toda velocidad sobre un charco de agua a su lado, empapándola de pies a cabeza. Stella solo atinó a apretar sus labios, mientras se quedaba ahí parada tiritando y aguantando las ganas de llorar. Con ahora su corto vestido pegándosele frío a la piel, decidió resignarse y continuar con su camino, sintiendo sus dientes temblar unos contra otros, mientras se abrazaba a sí misma con fuerza.

Su pequeño altercado le costó perderse el transporte público. No solo eso, en un descontrolado pique de malhumor, Stella se vio envuelta en una riña con el vagabundo que frecuentaba esa parada de autobuses. Cosa que solo terminó con la joven corriendo por las calles lo más rápido que podía, lejos del hombre que parecía no tener cordura.

A mitad de la tercer cuadra que pasó prácticamente volando, Stella tuvo que detenerse a recuperar el aliento. Su resistencia al cardio estaba dando mucho por desear. Se inclinó hacia delante, apoyando sus manos sobre sus rodillas y dio unas cuantas bocanadas de aire que ardieron en su pecho.

Mala idea.

El terco vagabundo pareció alcanzarla en sus pasos, provocando que ella arrancara nuevamente en un intento de escape. Al doblar la esquina terminó por chocar con el puesto de un hombre que vendía banderillas. Una serie de salchichas calientes fueron a terminar al suelo junto a ella.

―¡Qué demonios! ―exclamó el vendedor con su rostro progresivamente deformándose por la ira.

―¡Lo siento mucho! ―lloriqueó la joven, poniéndose de pie y dándose a la fuga lo más rápido que sus entumecidas piernas le permitieron.

Como si fuera poco, el nuevo olor a comida chatarra que emanaba de ella logró llamar la atención de un grupo de perros callejeros que rondaban por la ciudad. Stella despotricó contra el cielo al ver a los tres hambrientos caninos babear detrás de ella, ansiosos por hincarle el diente.

Tuvo que buscarse un atajo para perderlos, retando su propia condición física con su interminable maratón por la ciudad.

Yendo en contra de todas las probabilidades, Stella logró llegar a su cita 45 minutos tarde y hecha un completo desastre. No estaba segura de por qué la citarían en una clínica de mala muerte, pero no estaba para juzgar. No era como que ella pasara su tiempo en lugares mucho mejores.

La fachada no era muy acogedora, el interior lo fue menos. Tenían las paredes pintadas de un verde apagado, acompañado por muebles que podrían tener más de una década acumulando polvo.

Stella obedeció las indicaciones de la amargada enfermera que la recibió y tomó asiento en la pequeña sala de espera que tenían frente al mostrador principal. La joven continuaba temblando con la piel de gallina, jadeando violentamente por aire, pero paulatinamente esto se volvía menos evidente. El nudo en su garganta, formado por su terrible mañana, parecía no querer irse, y el mal presentimiento de que probablemente todo esto le explotaría en la cara la atormentaba.

Sus dedos se habían ocupado en enrollar el borde de su vestido una y otra vez, manteniendo sus ojos fijos en el suelo hasta perder la noción del tiempo. No podría precisar cuánto duró así, cuando una voz la trajo de regreso a la realidad.

―¿Stella Blake?

La mencionada alzó la mirada y se puso de pie de inmediato. La mujer que la había llamado era joven, máximo 3 años mayor que ella. Tenía el cabello rubio cenizo, perfectamente peinado en una coleta baja. Sus ojos críticos la estudiaron de arriba abajo, y Stella tan solo podía imaginar lo que podría pensar de ella.

Stella era una cocinera compulsiva. Al mínimo indicio de estrés acaparaba toda la cocina de su casa con miles de invenciones suyas, la gran mayoría siendo postres. Para ser justos, de no ser por ella, esa cocina jamás serviría ningún uso. El problema se delataba, cuando día con día su única constante era el estrés al que tanto temía, y su única forma de combatirlo era cocinar y comerse sus preocupaciones. Entonces sí, quizás estaba más cargada de lo que debería en algunas áreas. Stella sentía a la mujer juzgarla en silencio.

O quizás no tenía nada que ver con su sobrepeso. Quizás simplemente le desagradaba los raspones que tenía en las rodillas por caerse en el camino a la clínica. También podría estarle echando mal ojo a su cabello, que ahora se levantaba a todos lados, crispado por el remojón que se había dado combinado con la humedad de las lluvias.

Si ninguna de las opciones anteriores lograba justificar la mueca en la cara de la rubia, entonces el olor probablemente lo haría. Stella olía a sudor, agua sucia, banderillas y tristeza.

―Llegas tarde ―señaló finalmente con un tono cortante.

―Sí, lo siento. ―Su mañana de pesadilla volvió a reproducirse en su mente en flashes―. Tuve un contratiempo.

La mujer asintió con lentitud antes de indicar el camino con un gesto de la cabeza.

―Es por aquí, sígueme.

Stella obedeció en silencio, introduciéndose por todos los pasillos por los que ella daba vuelta. El lugar era mucho más grande de lo que parecía desde afuera, repleto de corredores aparentemente vacíos e iluminación directamente salida de una película de terror.

En un punto, una puerta de grandes dimensiones se desplegó ante sus ojos. Cortaba la estética del lugar de manera imponente. Si todo el lugar parecía viejo y desgastado, esta puerta se mostraba reluciente y evidentemente avanzada. Stella hubiera asegurado que habían tomado un giro incorrecto, de no ser por que la mujer no tardó en sacar un gafete del interior de su chaqueta. Mismo que pasó por encima de un identificador, dándoles la luz verde para que pasaran.

El ambiente solo se ponía paulatinamente más bizarro con cada puerta que cruzaban. Ahí dentro todo parecía mucho más encerrado y silencioso. Daban ganas de salir corriendo al sentido contrario.

Su recorrido terminó en un amplio pabellón que no podría estar más enterrado en el corazón de la clínica. En el interior había una docena de personas reunidas, algunas de ellas portando las clásicas batas blancas que llevan los científicos o doctores. Estas iban de lado a lado, hablándose entre sí y mirándola de reojo. Sus conversaciones se escuchaban como un murmullo, mezclándose con el sonido de los bolígrafos pasando con fuerza sobre pedazos de papel, pitidos que soltaban las tecnologías de vez en cuando y de tacones repiquetear contra el piso de mármol.

―¡Stella, llegaste!

Ahí estaba la agradable mujer con la que había tenido todas las entrevistas pasadas. Su nombre era Alicia Wallace. Su cabello se mostraba rojizo oscuro y canoso, largo y pulido. Llevaba un elegante conjunto negro que resaltaba su pálida piel. Las arrugas de la edad ya surcaban su rostro con libertad, pero estas no la hacían menos bella. Stella no pudo evitar sentir calma por su presencia. Un rostro conocido.

―Alicia, hola ―saludó dando su mejor sonrisa―. Disculpa la tardanza.

―No te preocupes, cielo ―respondió alegremente al tiempo en el que se hacía de lado, dándole vista completa del fornido hombre que la acompañaba―. Quiero presentarte a Maximilian Jacobson.

El hombre le dio una sonrisa digna de un comercial, extendiendo una firme mano en su dirección.

―Stella, es un gran honor finalmente conocerte. Soy el CEO de Oracle Enterprises.

Los ojos de la joven se abrieron de par en par, mientras estrechaba su mano como saludo. Claro que tenía toda la pinta de ser el hombre a cargo. Intimidaba.

―El honor es todo mío ―murmuró con un hilo de voz.

―Alicia me ha contado mucho de ti ―afirmó vivazmente sin quitar sus oscuros ojos de los de Stella. Había algo en su mirada que la inquietaba en una emoción peligrosa―. Entonces, ya estás familiarizada con el puesto.

La joven formó una línea con sus labios, pero antes de que pudiera negarlo, Alicia intervino.

―Ya firmó el formato de consentimiento de admisión, ¿verdad, linda? ―soltó con una sonrisita.

Eso era cierto, ella ya había firmado. Tenía entendido que su presencia era requerida para el paso final de su reclutamiento.

―Sí, lo he hecho.

―Excelente ―aplaudió el hombre con satisfacción―. Entonces empezamos, cuando estés lista.

―De hecho ―interrumpió la joven castaña, mirando con recelo a las personas que estaban a su alrededor―. No quiero ser una molestia, pero verán... ―La garganta de esta se cerró, junto a su respiración. Completamente en contra de su voluntad, sus ojos comenzaron a aguarse, mientras luchaba para poder sacar las palabras de su boca―. He tenido un mal día hoy. Muy malo y no sé si esté lista para... Y-yo...

―Stella, Stel ―Alicia corto su balbuceo con un suave tono maternal, posando una mano en su antebrazo―. Respira, cariño.

Este era el último escenario en el que ella quería verse ese día: llorando frente a su nuevo jefe, el gran CEO de Oracle Enterprises. Stella bajó la mirada con vergüenza, frunciendo los labios con impotencia.

―Es normal estar asustada. ―La grave voz del señor Jacobson cortó la tensión como una navaja, haciendo que la atención de las mujeres se viera directamente dirigida a él―. Pero todos aquí estamos dispuestos a darte todo lo que siempre has querido. No más personas queriéndote pisotear, no más rogar por un pedazo de este mundo. —Se tomó una pausa, admirando el cómo lograba perforar la coraza de la joven. Pudo leerla fácilmente, poniendo en objetivo sus deseos—. Esta sociedad cada vez es más malagradecida, vil e inconsiderada. Les tiendes una mano y terminas sin extremidades absorbido por su destrucción. Pero eso está a punto de cambiar con tu ayuda. Serás la mejor versión de ti misma ―aseguró con palabras lentas y bien pronunciadas―. Te convertiremos en una estrella, Stella. Eso es lo que quieres, ¿no?

Hubo un cambio en su forma de hablar, así como en su mirada. Había una oscuridad que se asomaba en la pulcra fachada del hombre, pero esto no asustó a Stella. Al contrario, fue reconfortante y familiar. Se sentía entendida de una forma en la que nadie a su alrededor pudo entenderla jamás.

Y ahí apareció la Stella que habían seleccionado. En sus ojos ya no se veía a la vulnerable joven que había entrado en la facilidad, arrastrada por el mundo y abatida por su suerte. Ahora solo se mostraba una ambición voraz; la lujuria y codicia estaban pintadas en su cara.

―Es tiempo de que conozcan tu nombre, Stel ―Alicia le guiñó un ojo cómplice.

La joven recuperó su postura lentamente, librándose de cualquier emoción que podría leerse en su rostro. Con una mano limpió un par de lágrimas traicioneras que se habían escapado de sus lagrimares y asintió.

―Estoy preparada. Hagámoslo ―apuró la castaña.

Alicia la miró con deleite, pasando sus largas uñas por un mechón de cabello color chocolate.

―Por eso te elegí, bonita. Tienes dientes ―murmuró metafóricamente. Se giró al personal que revoloteaba a sus alrededores y ordenó―: ¡Comencemos!

Stella fue guiada al centro de la habitación, donde le solicitaron desprenderse de su vestimenta hasta quedar en ropa interior. La castaña lo hizo bajo la atenta mirada de los presentes, intentando no mostrar lo vulnerable que se sentía en esos momentos. Para su propio pesar, lo único en lo que podía pensar bajo su nerviosismo era en hornear un panque de naranja. O quizás unas galletas de avena, pero sin pasas. Odiaba las pasas.

Posteriormente la recostaron en una incómoda camilla de firme metal que parecía contornear su figura a la perfección. Los nervios de su piel protestaron ante la fría superficie, crispándose en anticipación. Un par de enfermeros ajustaron unos anchos seguros de acero que rodeaban sus muñecas y tobillos, para después cruzar otros dos más por su pecho y por sus muslos.

No había manera de que pudiera salir de esta, y aun así Stella jamás había estado más lista para algo en su vida. Las palabras de Alicia y el señor Jacobson seguían retumbando en sus oídos, las promesas de no volver a ser pisoteada en la vida. Estaba determinada.

―Listos para la introducción de Miracle en el sujeto 070-D8 en 3... 2... 1...

Stella no podría haber asegurado exactamente dónde habían introducido la aguja, porque simultáneamente todo su cuerpo se llenó de un ardor indescriptible. Todos sus músculos se tensaron contra las restricciones de metal que surcaban por su cuerpo, y de sus labios se escaparon los más desgarradores gritos.

Nada volvería a ser como antes, eso era seguro. 



(n/a) BIENVENIDXS A MI FANFIC DE STEVE ROGERS !! espero que estén igual de emocionadxs que yo.

¡no olviden votar y comentar! me encanta leerlos.

mucho amor,
NIAM ROCA

©️ | 𝖊𝖛𝖎𝖑𝖇𝖛𝖇𝖞

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