iii. sweet reminiscing
AMERICA'S SWEETHEART― ❛ capítulo tres ❜
↷ ⋯ ♡ᵎ
dulces recuerdos
BINGO.
El suero Miracle había traído muchos cambios a la vida de Stella Blake, eso era de conocimiento popular. Uno de esos siendo la afinación de todos sus sentidos; tremendo don. Y tremenda maldición también.
Con solo poner pie en las instalaciones, cientos de estimulaciones le pegaron de una. El olor a jabón para pisos de lavanda. El sonido de un niño masticando su barra de granola, justo después de darle un avorazado trago a su limonada. La mancha de labial crema que la mujer en el mostrador principal llevaba en sus dientes. Un hombre dejando caer una moneda de diez centavos al suelo, que Stella debatió entre recoger o no. Y entre ellos, su objetivo regresándole llamativos destellos a unos metros lejos de ella.
Stella comenzó a abrirse paso entre las filas de personas de forma escurridiza, haciendo su mejor trabajo para pasar desapercibida.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de la carriola anaranjada que llevaba una gran familia, la castaña deslizó sus dedos hasta arrebatarle un rectángulo de papel de las regordetas manos del bebé ahí dentro. Miró de reojo al pequeño, asegurándose de que no empezara a llorar o algo que llamara la atención. Al contrario de lo que esperaba, el pequeño la miró con grandes ojos brillantes y soltó una tierna carcajada, produciendo algo de baba entre sus dientes. Bueno, eso no podía ser muy anticonceptivo.
Después de guiñarle un ojo juguetón a la criatura, ella siguió su camino con el papel entre sus manos que recitaba "entrada individual". ¿Era inmoral robarle algo a un bebé? No. ¿Quién le confiaba sus cosas a una bolita de medio cerebro? En lo que a ella le constaba, ese niño pudo haberse comido el boleto de entrada fácilmente. Se hubiera atragantado o algo, hubiera sido muy trágico. Así que Pink Patriot salva el día de nuevo.
Stella le entregó su boleto a la persona de seguridad y pasó por un detector de metales para dirigirse directamente a la nueva gran exhibición que parecía abarrotada de personas. Encima de su cabeza se podía leer un letrero de grandes magnitudes: El Museo Smithsoniano de Arte Americano te invita a su nueva exposición: Una heroína entre nosotros, hecho por Suni Paek.
Porque si el Capitán América iba a tener su propia exposición en el Instituto Smithsoniano, Pink Patriot también la tendría. Y en un museo de arte, como debe ser, no en un complejo de investigación. Punto para ella.
Encontrar a Suni Paek no fue fácil. Peyton tuvo que juntar portafolios de cientos de artistas hasta dar con Suni. Además de ser una señora muy agradable y excéntrica que necesitaba el dinero que una exclusiva con la heroína podría darle, ella tenía un estilo muy llamativo de representar sus historias. Usaba colores que a simple vista no tenían nada que hacer juntos y jugaba con las proporciones de las cosas de las maneras más creativas. Además se rumoreaba que había vandalizado el monumento a Lincoln, lo que indudablemente le sumaba puntos.
Una cosa fue inventarse mentira y media sobre la historia de vida de la mujer detrás de la máscara, y otra cosa fue lo que Suni hizo para representarlo al público. El resultado fue mucho más conmovedor de lo que se esperaba, pero Stella no se quejaba en lo absoluto.
Según el relato contado en las paredes del museo, Pink Patriot había crecido rodeada de dos amorosos padres y un hermano que era su modelo a seguir en la amada Nueva Jersey. Su infancia había transcurrido perfectamente normal. Ella se involucraba con la comunidad, tenía cientos de amigos, jugaba deportes y participaba en cualquier actividad con la que una alumna excepcional podría llenar su tiempo.
En los tempranos años de su adolescencia, su hermano mayor se había enlistado para el ejército. El joven había calificado para la marina y había abandonado su hogar, rompiendo el corazón de su pobre hermana. Para llenar la ausencia de su querido hermano, ella se había involucrado mucho más en el servicio al otro. De ahí nació su necesidad de ayudar a las personas: Si su hermano podía estar allá afuera dando su vida por los demás a diario, ella también podría tener el coraje de ser mejor y más servicial para la queridísima sociedad americana.
Soy un tremendo ángel, pensó Stella para sí misma al leer esa parte de la exhibición, casi había olvidado la perfecta narración que Peyton y ella habían armado.
La siguientes paredes se hicieron notablemente más oscuras con la llegada del supuesto cumpleaños número dieciocho de Pink Patriot. Junto a su pastel de cumpleaños, la joven había recibido un sobre con la peor noticia que podría recibir: Su hermano había perdido la vida luchando por el país.
¡Qué trágico!
Esa había sido la gran pérdida que había cambiado su vida. La responsabilidad por proteger el legado de su hermano la llevó a Oracle Enterprises lo que logró aumentar sus habilidades hasta hacerla lo que era en la actualidad.
Esa bola de mentiras era mucho más inspiradora que la verdad. Ésta siendo que ella jamás había conocido a sus padres y que la única familia que conocía solía quemarle cigarros en las piernas. Agnes Sutton olvidaba constantemente alimentarla, la usaba para entretener a sus clientes y nunca se le pasaba recordarle que jamás sería lo suficientemente capaz o bonita. Lo que sí hacía a la perfección era cobrar el cheque del gobierno que se suponía tenía que gastarse en los cuidados de Stella.
Para Agnes los cuidados de Stella tenían forma de iluminación neón para el casino que manejaba y bocinas de último modelo.
Puaj, mínimo le dio un techo y las mejores lecciones que podría recibir. Uno, ser admirada o temida era mucho mejor que ser amada. Dos, los hombres eran criaturas altamente manipulables. Tres, el mundo jamás iba a ser justo. La vida beneficiaba a los que estaban dispuestos a ensuciarse las manos y nadie más.
Uh, tampoco se diga de la escuela. Alumna de excelencia era un claro chiste. Pasó la mayor parte de su vida escolar escondiéndose de sus compañeros, porque joder, los adolescentes podían ser crueles cuando querían. Ojalá todos esos malnacidos se atrevieran a enfrentarla ahora, cien por ciento seguro que ya no lo encontrarían tan gracioso.
La exposición también explicaba la parte de su nombre, lo que era importante. ¿Cómo es que alguien como Stella se ganaba un nombre tan honorable? Sorprendentemente, la historia no era una completa farsa. Era de los primeros teatros que había montado por orden de la empresa.
Ocurrió en un desolado invierno, cuando ella se encontraba descansando en una de las estancias dentro del cuartel de Oracle Enterprises en Nueva York. De alguna forma había logrado reunir a Anya, Lauren, Emryn, Violet, Safiyah y Amanda para pasar las fiestas ahí, lo que de por sí había sido un tema por su parte. No lo dijo explícitamente, porque no era su estilo, pero lo había hecho con intención de pasar Navidad juntas. Si alguien pensó que eso era patético, nadie lo mencionó.
Ellas ya estaban llegando, ocupando sus lugares en las habitaciones que tenían asignadas en ese cuartel. Stella había dormido toda la tarde en un sillón afuera de su sala de entrenamiento, porque el apático de su entrenador Dante la había hecho pedazos toda la mañana. Se tomaba lo que hacía muy en serio o simplemente le gustaba hacerla sufrir. Sabía que tendría que despabilarse rápido, pues había prometido a Lauren que hornearía una bandeja de galletas de jengibre. Hasta Safiyah había prometido ayudar, lo que usualmente significaba tenerla rondando de lado a lado en la cocina, robando pedazos de la mezcla y trocitos de chocolate de la alacena.
Cuando estaba por ponerse de pie, un periódico cayó de lleno contra su nariz. Ella soltó un quejido, quitandolo de su cara para buscar con la mirada quién se lo había lanzado. El Grinch había tomado la mismísima forma de Dante Reeves, quien la miraba de brazos cruzados en la entrada de la estancia.
―¿Qué es esto? ―lo cuestionó con desprecio.
―Tu nueva misión.
Stella frunció el ceño y soltó una risa seca.
―Ajá, sí. Es Navidad, genio. No trabajo.
―¿Según quién?
―Uhm, ¿Santa Claus? ―aclaró como si fuera obvio―. Estoy en la lista de niñas buenas este año, ¿no escuchaste? ―sonrió con inocencia, batiendo sus pestañas en su dirección.
Sabía perfectamente que al hombre le enfurecía, cuando ella portaba una actitud indolente, lo que era la gran mayoría del tiempo.
―No te estoy preguntando, Stella. Son órdenes de Maximilian Jacobson.
La sonrisa de Stella se borró.
―Me estás jodiendo.
―¿Santa Claus sabe que hablas con esa boquita?
La castaña parecía querer perforar el rostro de burla que Dante estaba portando con su vehemente mirada. El hijo de puta lo estaba disfrutando tanto. Sin poder sacar una palabra por el enojo, ella leyó el encabezado del periódico que había lanzado a su cara.
El reportaje principal presentaba la noticia de un barco lleno de soldados de la armada marina americana que se perdió en territorios marítimos enemigos, cuando atravesaban los mares de regreso a tierras estadounidenses. Hacían hincapié en cómo la Navidad se había arruinado para cientos de familias, dando por perdida a la embarcación completa.
―¿Qué quieren que haga exactamente? Según recuerdo, entre mis habilidades no está traer a las personas de la muerte ―murmuró entre risas, pero se calló de pronto con un brillo de ilusión en los ojos―. ¿O sí?
―No, Stella, no puedes traer a las personas de la muerte.
―Volviste a perder mi interés.
―Ellos no están muertos.
―¿Cómo lo sabes?
La mirada del fornido hombre se oscureció, tensando ligeramente la mandíbula.
―Haces demasiadas preguntas, lo que me da a entender que no escuchaste bien lo que te dije, primor. Son órdenes del señor Jacobson. ―clarificó pronunciando bruscamente cada sílaba. La miró con desidia de arriba abajo antes de añadir―: Te quiero en diez minutos abajo para tu preparación.
Así fue como Maximilian Jacobson intentó robarse la Navidad. Palabra clave: intentó.
Era claro que ésta misión estaba muy por fuera de las capacidades de la castaña, pues jamás había volado distancias tan largas. Para cualquiera hubiera sido una locura mandarla a atravesar el océano Pacífico con tan poca anticipación. Pero el jefe había hablado y a Stella podría pasarle un camión encima antes de dejarse doblar por sus excéntricas peticiones. Si el señor quería regresar a un montón de soldaditos a casa como milagro festivo, que así sea.
Encontrar el barco no fue difícil. Convenientemente, Oracle Enterprises le había conferido las coordenadas exactas de su locación. Su nuevo traje venía con muchas acomodaciones que le permitieron navegar el cielo con más precisión, además de protegerla lo mejor que podía de los cambios de temperatura. Era como tener un juguete nuevo, pero ni siquiera eso la distrajo de completar exitosamente la tarea. Jamás se había sentido tan determinada.
Una misión en Navidad mis ovarios.
La embarcación estaba varada en una zona muerta, cortos de comunicación, averiados y viviendo a base de suministros. Toda la flota había sido saboteada para acabar con sus recursos y regímenes de sobrevivencia. Stella apareció en su flameante traje rosado como su salvadora. Usando su nueva fuerza, empujó y empujó al barco por kilómetros interminables a gran velocidad por hora. Nadie sabía cómo explicar lo que sucedía, simplemente se hablaba de la rosada patriota de gran corazón que había salvado las festividades.
Ellos veían a una joven llena de motivación por su preciado país, cuando Stella solo quería llegar a la víspera de Navidad para poder decorar un jodido pino navideño con un montón de mujeres mejoradas biológicamente que estaban igual de rotas que ella.
Cuando llegó de regreso al cuartel en Nueva York, la estancia principal ya estaba decorada de pies a cabeza con coronas, moños, esferas, velas, guirnaldas, luces de todos colores y el famoso jodido pino ya puesto. Stella llegaba tarde, pero mínimo llegaba.
Aunque el reloj ya marcaba pasada la medianoche, todavía había gran movimiento ahí dentro. La menuda Anya Smirnov la había recibido inmediatamente, lanzándose hacia ella y enganchando un brazo alrededor de su cuello. Estaba utilizando un cepillo de cabello como micrófono, cantando What Do The Lonely Do At Christmas? De The Emotions. Su sola presencia había traído consigo un fuerte olor a ron, dando de cabeza su estado de ebriedad. Eso y la forma en la que arrastraba sus palabras.
Stella tuvo que soltar su maleta de viaje, que cayó con un ruido sordo al suelo, para poder rodearla con un brazo y evitar que se tropezara. Sus ojos viajaron rápidamente hasta conectar con los de Amanda Thompson, quién estaba recargada en una mesa de mármol, pasando sus dedos curiosos por la variedad de bocadillos que había ahí. Amy se encogió de hombros indiferente, dando a entender que no tenía ni idea de cómo Anya había terminado en tal situación.
Ella intentó reprimir una carcajada fallidamente. Aquella tranquila y letal castaña apenas y había cruzado palabra con Stella, pero ahí estaba: dando el show de su vida con cada melancólica nota que salía de ella, portando una simpática diadema de cuernos de reno.
―¡Stella, llegó! ―Anya logró pronunciar entre sus versos, empujándola al centro de la habitación con determinación―. ¡Laureeeeeeeen!
La castaña la sentó en la peluda alfombra que se encontraba enfrente de una moribunda chimenea, tirándose a lado de ella al perder el balance.
―No quiero hacerlo ―refutó la aludida con cara de pocos amigos.
―¡Lauren, vamos! ―la animó Anya frunciendo el ceño. Ella se giró a susurrarle severamente a Stella, entrelazando su brazo con el de ella―. Ya lo hizo una vez, te juro que fue súper genial.
La joven McVoy suspiró pesadamente, cediendo ante la petición. Llevaba un sencillo vestido negro que soltaba reflejos brillantes con sus movimientos. Stella estaba segura de que ella se lo había comprado en un pequeño proyecto de renovar su armario, pero en ese momento no podía recordarlo bien. Lauren pareció reunir su concentración, mientras acomodaba la pila de troncos de madera perfectamente cortados dentro de la chimenea con facilidad. Si estaba aterrada de usar sus poderes, no lo demostraba.
Con un simple movimiento de sus manos, Lauren ya había vuelto a reanimar la llamarada en una pequeña explosión de chispas que iluminó los semblantes de las presentes que rodeaban el fogón. La mandíbula de Anya se abrió en respuesta.
―Súper genial ―murmuró embobada.
Lauren no pudo ocultar una pequeña sonrisa ante la reacción de Anya, mientras se acomodaba a un lado de su creación, recargando su espalda en la pared con una bebida en manos. Era razonable que el fuerte calor de su cercanía al fuego no le molestara en lo más mínimo. Lauren y Stella intercambiaron miradas que comunicaron sonrisas como saludo.
―Hey, Stel ―Safiyah Delraux apareció a sus espaldas con una bandeja repleta de figurines de galleta―. Aquí tienes.
En cuanto Stella tomó el plato en manos, la morena se dejó caer pesadamente en el sillón, entrelazando sus manos sobre su estómago y mirándola con satisfacción. Eran galletas de jengibre. . . O eso pretendían ser. Tenían tiernas caritas hechas con crema, pero sus bordes estaban carbonizados hasta quedar negros. Estaban duras como rocas. Stella sonrió con fingida melancolía, posando una mano en su pecho.
―Wow, gracias. Me recuerdan a las galletas que hacía mi abuela ―exclamó dulcemente, haciendo cada vez más evidente la burla escondida en sus palabras―. Ella era ciega, esquizofrénica y le faltaban tres dedos de la mano izquierda.
Safiyah soltó una carcajada, alcanzando a patear levemente el codo de la castaña desde donde estaba.
―Eres una boba. Todo fue culpa de Emryn.
―¿Yo? ―La mencionada apareció por la cocina, acercándose hasta apoyar los antebrazos en el respaldo de uno de los sillones de esa sala―. Mentirosa, ¡yo estaba ayudando a Violet con el pino ese! Lauren fue la que no sacó la bandeja a tiempo.
―Ja, sí. Échale la culpa a chispitas ―recriminó Saf.
Lauren solo rodó los ojos con cierta diversión.
―¿Stella? Vaya, ¡llegaste! ―Violet Carver se acercó a ellas con una humeante taza de lo que parecía chocolate caliente en manos, manteniendo un semblante de genuina sorpresa. Ella asintió con una brillante sonrisa―. ¿Cómo...?
Stella completó su pregunta mentalmente: ¿Cómo culminaste un viaje marítimo de 10 días en 48 horas?
―Sangre, sudor y jodido polvo de hadas ―concluyó, sonando más cortante de lo que pretendía. Le dio media sonrisa para suavizar su respuesta, sintiendo sus párpados pesados.
Poco a poco las consecuencias de su pequeño gran truco comenzaban a hundírseles en los huesos. Asimismo se reflejaban físicamente; su piel mostraba varias quemaduras rosadas de las horas bajo el sol, sus labios estaban partidos con poco color y bajo sus ojos se remarcaban un par de cuencas oscuras. También estaba temblando cual papel, a pesar de estar tan cerca de la llameante chimenea.
―¿No vas a abrir tu regalo?
Stella miró a Violet con curiosidad, viéndola tomar asiento en el sillón más cercano al árbol navideño. Con un gesto de la cabeza, le indicó que mirara debajo de este. Ahí relucía un prisma rectangular rodeado de papel brilloso con su nombre en letras grandes.
Estaba envuelto. Toda la escena era tan cursi y emocional que hacía que la piel de Stella se rasguñara por dentro en una repulsión que culminaba en su pecho con una explosión cálida. Le encantaba más de lo que podría admitir.
Con una pequeña sonrisa, ella se levantó del suelo, separándose de la intoxicada Anya quién ya había regresado a su triste karaoke. Sin mostrar una pizca de paciencia, deshizo el moño rosado del paquete y destrozó el papel hasta llegar al corazón del presente. Tomó la prenda que estaba ahí dentro en ambas manos y la alzó para poder examinarla. Era una chaqueta rosada de manga larga con cierres y botones de metal que reflejaban las centelleantes luces del árbol de Navidad.
No pudo evitar soltar una risita de emoción.
Rápidamente se la puso, pasando sus brazos dentro de ésta hasta subirla por sus hombros. La parte inferior se ajustaba a su cintura, casi alcanzando a abrazar los huesos de sus caderas. A su vista llegó a resaltar sus iniciales bordadas en la muñeca de la mano izquierda. Era acolchonada, suave, del tono perfecto de rosa y Stella podía formar mentalmente miles de conjuntos perfectos para acompañarla.
―Vaya, Vi. Es perfecta, me encantó.
Era extraño escuchar a Stella hablar sin su usual petulancia y característico genio. Lo que acababa de decir lo había pronunciado con una refrescante honestidad.
―Me alegra que te haya gustado ―respondió la pelinegra complacida, dándole un sorbo a su bebida.
―Creo que quiero abrazarte.
―No es necesario, de verdad.
―Pero lo haré.
Haciendo caso omiso del espacio personal de la mujer, Stella la rodeó con ambos brazos. La sintió tensarse bajo su agarre, quizás contemplando las posibles arrugas que Stella estaría formando en esos momentos sobre su elegante traje a la medida. Lo racional hubiera sido que su contacto físico terminara ahí, pero lentamente la castaña se fue acomodando hasta hacerse un ovillo a su lado, apoyando la cabeza en su regazo.
Violet batalló con no derramar nada del contenido de su taza, apurándose a apoyarla en el mueble plano más cercano. No tenía portavasos, lo que dejaría un anillo en la superficie, pero en esa posición no podría levantarse a buscar uno. Optó por resignarse a que no podría escapar de esa situación con Stella ya enrollada contra ella. Soltó un corto suspiro, mientras apoyaba una mano en su cabeza y otra en su brazo, dándole un par de palmaditas.
Stella estaba muy cansada.
―Yo también les traje regalos ―anunció con un sedado tono de voz.
―¿De verdad? ―Safiyah alzó una ceja con interés―. ¿Cómo conseguiste tiempo para hacer las compras?
―Mis amigos en Hope for New York me ayudaron.
―¿Hope for New York no es una organización para personas de pocos recursos? ―Lauren ladeó la cabeza, achicando los ojos en su dirección.
Stella asintió con sus párpados cerrándose paulatinamente.
―Tienen una estación de beneficencia a unas cuadras de aquí. La gente dejó un montón de regalos gratis.
―¿Le robaste regalos a la caridad? ―cuestionó Emryn con cierta perturbación en su semblante. No le parecía mal, solo era un giro inesperado. Bien por ella.
―Ustedes son mi proyecto de caridad este año, sanguijuelas.
Se escucharon unas risas en la sala, pero Stella se desentendió, sumida en un profundo sueño. No despertó hasta dos días después con todos sus músculos adoloridos, sola en su cama. Todavía estaba envuelta en su maravillosa chaqueta rosa y no tenía idea de cómo había llegado ahí. Se había enterado de que una de las chicas había regresado los regalos que ella se había robado de regreso a la fundación social, lo cual fue terriblemente aguafiestas, pero hasta cierto punto justo.
Su nombre todavía seguía haciendo eco en los noticieros, después de su primer acto de presencia público como la patriota rosada que había salvado la Navidad de América. El abuso de hipérbole en los medios la sorprendía cada vez.
Pink Patriot quedó. Y valió toda la pena por unas cuantas galletas carbonizadas y una noche acompañada por asesinas sofocadas en ponche de frutas de Navidad.
Poco después le asignaron a Peyton como asistente y el resto era historia.
Las siguientes paredes de la exposición de Suni Paek hablaban de sus momentos más destacados y aclamados por el público. Stella hubiera continuado alimentando su ego al admirarlos, pero una fornida figura ya había llamado su atención.
Un conjunto de hombros anchos, cazadora oscura y una gorra que intentaba ocultar pobremente su rostro estaba de pie justo frente a un lienzo que la mostraba a ella la vez que había evitado que un avión turista se estrellara en Philadelphia. Stella se puso a un lado del hombre con sus hombros casi rozándose y ambos observaron la imagen en silencio por unos momentos.
―Bastante genial, ¿no crees? —El castaño la miró de reojo para asentir cortamente—. Debe de tener buenas cualidades, si las personas se toman la molestia de hacer este tipo de arte por ella ―continuó Stella, ladeando la cabeza como si de repente la obra se hubiera tornado abstracta.
―Eso o un buen equipo de publicidad.
Ambos se rieron educadamente como si esto fuera una broma. Y lo era, más o menos. Volvieron a quedar en silencio, encerrados en una tensa burbuja, mientras las personas pasaban a su lado con ignorancia total a ellos.
―No pensé que me seguirías.
Stella entrelazó sus manos frente a ella.
―Te di mi tarjeta. Jamás llamaste.
―¿Por qué lo haría?
―Necesito tu ayuda ―dijo con voz un poco más aguda y ahogada. Se aclaró la garganta―. Metí la pata.
Steve se encontró con sus grandes ojos cafés mirándolo expectante. Estaban cargados de brillante terror. Él frunció ligeramente el ceño. Parecía estarlo diciendo en serio.
―¿Por qué mi ayuda?
Ella inspiró profundamente, desviando su contacto visual de regreso a la imagen frente a ellos.
―Porque me debes una con el tema de la bomba, ¿recuerdas? ―declaró en un intento de mostrar solvencia asertiva, dándole una sonrisa traviesa que se disolvió en su rostro convirtiéndose en una mueca―. También porque no tengo idea de qué hago la mayoría del tiempo y parece que tú sí. Porque te preparé doce sabores de donas distintas para intentar convencerte y porque no tengo a nadie más con quien acudir.
Stella relamió sus labios y pasó una mano por encima de su ceja, como si quisiera aliviar la tensión en su frente.
―¿Dijiste doce sabores distintos?
Para cuando la mujer volvió a alzar su mirada, Steve estaba manteniendo una sonrisa sutil en su rostro. Sus ojos se llenaron de esperanza, mientras asentía, relajando sus hombros. Pensó que jugar la carta de dama en apuros no le serviría, pero había caído como anillo al dedo. Decir que estaba sorprendentemente complacida estaba de más.
―Sip, eso dije.
―Bien, ¿para qué soy bueno?
Bingo, bingo, bingo.
(n/a) ya extrañaba a Stella.
¡gracias por todo su apoyo!
no olviden votar y comentar,
me encanta leer todo lo que
ponen ok jajsjajaj.
¡ya vimos los orígenes de
Pink Patriot! Y unas cuántas
interacciones con las
amadas Oracle Defenders !!
les tqm, cuídense <33
©️ 2021 | evilbvby
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