Masón abre las cerraduras y escucho mi corazón palpitar en mi garganta.

—¿De verdad puedo salir? —mi voz suena toda llena de ilusión.

—Solo si me obedeces y no escapas, si escapas te voy a encontrar y te haré rogar nunca haber si quiera pensado en escapar.

Su amenaza me hace temblar, pero él ni siquiera se inmuta.

Trague.

—De acuerdo.

Masón tomo mi mano y por primera vez en cuatro meses el aire del exterior golpeó mi rostro. Estoy usando un short café y una playera de manga larga de color negro. Masón me compro ropa, aunque dijo que no estaba de compras.

Él está usando una camisa abotonada color gris y unos jeans negros, está descalzo. Su cabello se mueve con el viento.

—¿Cómo es que soportas las ramitas en la planta de tus pies?

—Costumbre, paso mucho tiempo en el bosque.

Los pinos del bosque son tan altos e imponentes, mientras más nos adentramos al bosque se hace más claro el sonido del agua deslizándose.

No digo nada, hasta que entre los árboles se hace más claro que hay un lago a lo lejos, una sonrisa se extiende por mi rostro mientras nos acercamos, una vez el panorama es claro un hueco forma en mi estómago.

—Guau...

Masón se coloca a mi lado y juntos admiramos el paisaje, el cielo azul brillante, los árboles dándole una tonalidad verdosa al agua cristalina, la hierba que se menea con el viento.

—¿Quieres entrar?

El pelinegro me saca de mi sueño.

—Claro.

Me acerque lentamente a la inclinación que da al comienzo del agua y me detengo ahí viendo mi reflejo y como toda aquella pequeña, delgada y perfilada Amelia a desaparecido, ahora los huesos de mi cuerpo están menos marcados y he aumentado un par de kilos.

Antes de que me dé cuenta Masón ya ha entrado al agua, veo su espalda húmeda alejándose y eso es suficiente aliento para sacarme los zapatos de un tirón y aventarme.

El agua helada me empapa y me arrepiento en automático, cuando salgo a la superficie doy una larga respiración y mis dientes tintinean. Escucho a Mason reir y al contrario a muchas de sus risas siento que está si es real.

—Acércate.

Hago lo que me pide y nado hasta el rápidamente, él si toca el fondo, pero yo no, yo a penas rozo de puntas.

—Enrolla tus pies alrededor de mi cintura.

Buscó mi mano a tientas bajo el agua y cuando la encontró me jalo hacia él.

Hice lo que pidió con cuidado y lentamente deslice mis piernas alrededor suyo. Me sujeto de la cintura y me mantuvo ahí.

—Quieta.

>>No puedo ni respirar, tranquilo<< pienso.

Masón acomodo un par de mechones de mi cabello y los coloco detrás de mi oreja.

Su ojo azul es tan claro que me recuerdan a ese gris de las nubes.

El silencio reina entre nosotros y es tranquilizante.

El agua fluye alrededor y por un momento incluso siento que somos parte de la corriente.

La sensación que me da estar con él, necesito saber si el también lo siente.

—¿Que es lo que sientes, Masón? —mi voz es baja, porque me aterra perturbar la tranquilidad que nos rodea.

—Nada —mi corazón cruje un poco, pero me esfuerzo por no mostrarlo. Aún así él lo nota —. Aunque quisiera no podría sentirlo, no soy del tipo romántico si es lo que esperas, no te tengo conmigo porque sienta amor por tí, te tengo porque haces que no sienta nada, me brindas paz y en el momento en que dejes de dármela te voy a desechar.

A pesar de que sus palabras deberían de ser hirientes no es así, no esperaba más de él, no quiero más de él. Si me necesita ya tengo algo que otras personas no, porque para él todo el mundo es desechable, pero por el tiempo que sea que dure esto, no lo soy.

Me encargaré de mantenerlo así, porque no lo quiero tener porque lo ame, lo quiero porque me da paz y porque lo deseo, quiero que también me deseé.

Pegue mi pelvis a él y soltó un casi silencioso gruñido.

—¿Me deseas?

Se debatió un poco, pero al final soltó una respuesta directa y afilada.

—No puedo desear algo que se que me pertenece.