Maratón 3/4

—No sean idiotas, si van a hacer esto deben hacerlo como se debe.

—Si hacerlo "cómo se debe" —Pierce hizo comillas con sus dedos —, significa vestirnos cómo asaltantes entonces prefiero no hacerlo de esa forma.

—Anda, Pierce, no seas aburrido —Adam me apoya y chocó los cinco con él. Está nervioso, casi tan nervioso como yo, pero al mismo tiempo puedo notar que no duda, está seguro de hacer esto por Fleur. La ama, y es extremadamente hermoso.

—Cállense de una buena vez —Mason está leyendo un libro en el asiento del piloto, estamos estacionados en la casa de Adam, dió vuelta a la página —, Amelia tiene razón Pierce, mientras menos puedan reconocernos, mejor.

Hice una pequeña bulla y le enseñé mi dedo corazón al ojos grises, él me dedico una sonrisa sarcástica.

—Anda poneros ya sus disfraces —aplaudí.

—¿Que? —Adam undio las cejas al no entender lo que dije en español.

—Que muevan el culo y se cambien —tradujo Mason amablemente.

—Nada de eso cabron —Pierce le aventó a la cara una bolsa negra de plástico dónde había dejado a cada uno lo que debían ponerse —, que el que a apoyado la idea has sido tú, así que te jodes. 

El pelinegro resopló, pero al final hizo lo que le pidió y comenzó a cambiarse.

—Que divertido, es como ir de compras —dije con una sonrisa, como si no supiera que en unas horas estarían matando a los hijos de puta de los padres de Fleur —, ¿Podemos ir por un café después?

Los tres se giraron a verme como si estuviera loca, pero venga, ¿Quienes son ellos para venir a pensar eso de mí?

—Nada de mirarme así, que yo soy la más normal entre ustedes.

—No me incluyas —tocio Adam falsamente.

—Mira tu cállate —le pellizque una mejilla —, que te aseguro que él que menos se a pensado en ayudar a Fleur a matar a alguien has dido tú, ¿Te parece eso estar muy sano mentalmente, Adam?

—Lo dijo la que le ha puesto un cuchillo en la garganta a su novio y lo ha amenazado con matarlo.

—Ha sido muy exitante por cierto preciosa. —Mason lo interrumpe y me sonríe desde el espejo retrovisor.

Adam aparto mi mano y continúo.

—Que muy normalita, no eres Amelia.

—¿Que de toda mi situación te parece normal? —arquee una ceja —, ¿Follarme a mi secuestrador? ¿Ser amiga de su hermano? ¿Conocer a sus padres? Solo falta que alguno de ustedes me pida ser la niñera de sus hijos para terminar de volverme loca.

—Ni que lo digas, serías la última persona en la que pensaría para cuidar a mis hijos —Pierce rodó los ojos.

—Yo también confío en tí, idiota.