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9. Un tío muy maternal

Samuel estaba descorazonado. Los momentos que acaba de vivir eran lo más parecido a una película de terror que jamás podría haber imaginado.

La imagen de Amelia entrando al hostal, cubierta de sangre y gritando que la ayudase, no dejaban de pasar una y otra vez por su mente, fruto del estrés postraumático. Tampoco se quitaba la imagen de su sobrino, que era lo más parecido a un hijo que había tenido jamás, inconsciente en el asiento del copiloto mientras la sangre le caía por su brazo hasta la punta de los dedos y, después, al suelo creando un pequeño charco.

Unos minutos antes, el tío Samuel estaba ordenando algunos papeles en su despacho cuando oyó gritos en la entrada. Después de todo lo anteriormente narrado, cogió a su sobrino en brazos y lo puso en la mesa de la cocina, que era la superficie más grande que había cerca.

–¿Qué ha pasado Amelia?! –Preguntó angustiado.

–Le han disparado, no quería que le llevara a un hospital, lo siento, tendría que haberlo llevado. –Respondió ella, mientras le quitaba la parte superior de la ropa para ver la herida.

Cuando pudo examinarla, observó que la bala había entrado y salido, pero supo que no había rozado ninguna arteria pues, aunque sangraba en abundancia, no era la escandalosa sangre que saldría de una arteria sesgada. Miró al tío Samuel, que taponaba la herida como podía.

–Vengo enseguida, mantenlo sujeto. –Le dijo Amelia, luego subió corriendo hasta su habitación y cogió el botiquín de su nave, que de forma calculada había decidido llevar consigo en aquel peligroso planeta. Volvió a bajar con rapidez y el botiquín en la mano.

–¿Qué es eso? –Preguntó el tío Samuel, que seguía preocupado por cómo estaban sucediéndose los acontecimientos.

–Por favor, no preguntes y confía en mí, puedo curarle la herida. –Dijo Amelia, con una confianza que realmente no tenía pues jamás había tenido que curar una herida de esa gravedad.

Sacó una pequeña plantilla del maletín que venía enrollada y la extendió. Tenía el tamaño aproximado de dos palmas de la mano juntas. La puso sobre el hombro de Evan y, en la superficie de aquel extraño aparato, se comenzó a formar una imagen mostrando el interior de su cuerpo.

Amelia lo observó con detenimiento mientras comprobando que no había daños en huesos ni vasos importantes. Suspiró aliviada y quitó el dispositivo. Sacó entonces otra máquina con forma de pistola que por un lado tenía una boquilla. Amelia le puso a ésta una pequeña aguja que extrajo de un recipiente, la acercó a la piel de Evan y cogió una muestra, después cambio aquella boquilla por otra más ancha, esperó a que la barra de la pantalla se terminase de cargar y en ese instante la acercó a la herida. Fue entonces, cuando aquel estrafalario aparato empezó a liberar un líquido que poco a poco fue creando una película alrededor de la herida, como si la estuviera cicatrizando.

El tío Samuel estaba sin palabras, no era capaz ni de preguntar de dónde habían salido todos aquellos cachivaches. Los miraba sin entender nada, pues él sólo pensaba en que su sobrino sobreviviera y en que ella, con esas extrañas máquinas, le pudiera salvar la vida.

Amelia terminó con esa parte de la herida, entonces pidió al tío que la ayudase a darle la vuelta para hacer lo mismo en el otro lado y así hicieron. Una vez el sangrado se detuvo, trasladaron a Evan a una habitación del piso de bajo.

–Necesita una transfusión –dijo preocupada al tío Samuel, pues sabía que había perdido demasiada sangre. –¿Tienes suero?

–No, pero iré a comprarlo. –Respondió él, que salió corriendo en ese mismo momento.

Ella se quedó mirando a Evan, mientras le terminaba de poner los electrodos para poder seguir su ritmo cardiaco; la presión arterial y la saturación de oxígeno de su sangre. Mientras le ponía aquellos pequeños electrodos, las lágrimas le caían por el rostro sin poder contenerlas, ella tenía la culpa.

Además de casi matar a Evan, había matado realmente a una persona, una persona horrible sí, pero una persona al fin y al cabo. La imagen de su cara cuando recibió aquel disparo entre las cejas, no se le quitaba de la cabeza, haciéndola sentir un nudo en la garganta.

El tío Samuel volvió sudando y jadeando. Amelia se limpió las lágrimas, cogió la bolsa de suero y la máquina que había usado para curar las heridas de Evan, y con ella pinchó la bolsa. Lentamente, el suero se fue convirtiendo en sangre ante la vista de Samuel que no podía creer lo que veían sus ojos.

–Pero... ¿cómo... cómo haces esas cosas? –Le preguntó algo preocupado por la respuesta.

–Lo siento, te hemos mentido y siento mucho haberlo hecho, pero después de lo que ha pasado hoy, te mereces saber toda la verdad.

Amelia terminó de ajustarle la vía a Evan y colgó la bolsa de sangre sobre la cama, se acercó a donde estaba sentado el tío Samuel, cogió otra silla y la puso a su lado.

–Se va a poner bien, te lo aseguro –le dijo ella, mirándole a los ojos.

–Lo sé –contestó él mientras miraba a su sobrino. –Es más fuerte de lo que él mismo se piensa –después suspiró. –Bueno, Amelia, creo que ahora es un buen momento para que me cuentes esa "verdad" de la que me has hablado.

Ella lo miró de reojo, suspiró y comenzó a contarle todo. Le narró absolutamente todo lo que había pasado desde el momento en que su mini cápsula comenzó a fallar.

El dolor de su hombro despertó a Evan, cuando abrió los ojos no entendía muy bien que había pasado. Miró a su tío que estaba durmiendo sentado en la silla a su lado y, después, a Amelia que le ajustaba la vía del brazo. Fue entonces cuando ella levantó la vista y vio que estaba despierto.

–¿Cómo te encuentras? ¿Te duele? –Le preguntó apurada, él hizo un gesto afirmativo. –Espera voy a subirte un poco el analgésico.

Volvió a mirar a su tío que se había despertado al oírlos hablar; tenía los ojos rojos y le miraba con preocupación.

–Menudo susto me has dado –le dijo compungido aunque aliviado.

–Lo siento mucho tío. –Dijo notando su boca extremadamente seca. –Pero ir al hospital... no era una opción. Te tengo que contar algo... –comenzó a decirle, mientras echaba a una mirada de preocupación a Amelia.

–Ya lo sé todo. –Le interrumpió Samuel, mientras se echaba una mano a la frente –Amelia me lo ha contado. Desde que ella viene de una nave de hembristas acérrimas, hasta el hecho de que ha matado a un hombre... –Volvió a mirarle preocupado. –¿Cómo se te ocurre volver a ese lugar? ¿Es que no vas a hacerme caso nunca? –Su tono de voz se iba aseverando poco a poco.

Evan agachó la cabeza apesadumbrado, pues sabía que había defraudado a su tío.

–Fue culpa mía, lo presione para ir allí... es todo culpa mía... –Dijo Amelia mientras la voz se le quebraba.

–No hija no, tú no sabes nada de este mundo, la culpa no es tuya, yo también tengo parte de responsabilidad. Sabía que algo no era normal, pero decidí no hacer preguntas... fui demasiado ingenuo. –Atravesó con la mirada a su sobrino mientras hablaba. –¿No te dije que la verdad siempre acababa saliendo a la luz?

Salió entonces del cuarto y, el alivio de saber que Evan estaba a salvo, le sobrevino. Jamás había sentido tanto miedo, aquella experiencia había sido demasiado terrorífica. Se sentó en una silla en la cocina y se dio cuenta que era el momento de tomar decisiones pues, aquel homicidio en defensa propia, no iba a quedar impune, de eso estaba seguro. Tenía que decidir cuál sería su siguiente movimiento.

Mientras, en la habitación, Amelia cuidaba de Evan con gesto de culpabilidad en al rostro.

–Realmente no es culpa tuya... –Le dijo él mirándola a los ojos. –Seguramente, si no hubieras estado allí, ahora estaría muerto. Se puede decir que me has salvado la vida.

–¡No es verdad! –Dijo ella mientras las lágrimas le acababan cayendo sin control de los ojos. –Si no hubiera aparecido en tu vida, nada de esto habría pasado. Si no te hubiera obligado a cambiar ese estúpido mineral, nadie te hubiera disparado y yo no habría matad... –Se detuvo en medio de aquella palabra, pues le parecía impronunciable en ese momento.

–Amelia, fue en defensa propia, te aseguro que él nos habría matado.

–Pero... aun así, yo jamás pensé que podría hacer algo como eso, nunca... Tengo que ir a la policía... tengo que entregarme...

–Y ¿qué les dirás? ¿qué vienes del espacio? ¿les contaras todo sobre tu nave? –preguntó él con sarcasmo. –Ese hombre ha matado a incontable gente. Ha traficado con personas, drogas y armas, no me imagino a nadie que mereciera más terminar así... Lo único que siento es que hayas sido tú y no yo quien haya acabado con ese miserable...

–Pero... la policía vendrá igualmente. Al final las pistas los traerán hasta aquí. –Dijo preocupada.

–¿Qué pistas? tus huellas no existen en ninguna base de datos, tú no existes en este planeta. Tenemos que pensar en algo, pero ya te digo que nadie vendrá a por ti...

–¿Y la chica de la entrada? Ella nos vio. –Preguntó con los ojos muy abiertos.

–Debe de estar ya en algún lugar vendiendo la exotita. No creo que ella vaya a delatarnos, más bien le hemos hecho un favor. –Evan se quedó en silencio pensando unos segundos. –Podrían encontrar mis huellas, aunque lo dudo, no recuerdo haber tocado nada y la exotita habrá desaparecido, eso seguro. Por otra parte, están esos esbirros... Pero, no creo que sepan quién soy y nadie más nos vio entrar. Necesito una coartada, creo que lo mejor es que me vaya unos días y diga que he estado de viaje desde que llegue del espacio... Algo así debería bastar... si viajo en coche y por zonas sin peajes...

Mientras Evan pensaba en una coartada y en cómo dejarlo todo atado para que no lo vinculasen con aquel suceso, su tío entró por la puerta con una maleta preparada, la dejó caer al suelo y miró a Evan con el ceño fruncido.

–¡Te vas ahora mismo! Mejor dicho, ¡os vais los dos! –les dijo con urgencia.

–¿Me estás echando? –preguntó Evan consternado.

–No seas tonto, claro que no. Pero necesitas una coartada, he estado pensando y lo mejor es decir que estabas de viaje.

Evan y Amelia se quedaron mirando y no pudieron evitar echarse a reír. Fue una risa extraña, seguramente, fruto del nerviosismo.

–Ya veo que os habéis vuelto locos... Amelia, tu hazte una maleta también, tenéis menos de una hora para salir cagando leches. No sé cuándo se va a presentar aquí la policía, pero es mejor no arriesgarse.

Hicieron lo que el tío Samuel les indicó. Antes de que terminase la hora, ya estaban en el coche peleándose por quién conducía.

–¡Pero si no tienes carnet! –le decía Evan molesto.

–¡Sé pilotar naves espaciales!¡¿cómo no voy a poder mover esta chatarra?! Además, ya lo conduje hasta aquí antes y no fue para nada difícil.

–Voy a conducir yo y se acabó la historia.

–¡Pero si estas herido! Necesitas descansar o... se te pudrirá y caerá el brazo... –Respondió Amelia, sabiendo que no sonaba convincente.

–¿En serio piensas que me voy a creer eso?... –Respondió él arqueando una ceja.

Samuel miraba la escena atónito. Parecían un matrimonio viejo, pero, aunque lo que le apetecía era reír ante aquella escena, no podía, pues pensaba en lo que podría pasarles si los pillaban y ese pensamiento le hacía sentir un enorme nudo en su garganta.

–Evan, deja que ella conduzca que seguro que lo hace mejor que tú –le recriminó su tío con gesto serio. Después se dirigió a Amelia. –Por favor, cuida de él y no os metáis en más líos... No me llaméis vosotros, os llamaré yo desde algún lugar seguro o me pondré en contacto de alguna manera. De momento seguir el plan y viajad haciendo turismo... ¿vale?

–Te prometo que cuidaré de él –contestó decidida.

Evan se quedó mirando a su tío un segundo.

–Gracias tío y, lo siento...

–Ya está perdonado. –Le dijo su tío con una sonrisa amarga.

Amelia se acercó también a Samuel, le cogió una mano y le miró a los ojos.

–No sé cómo son los padres, nunca he tenido uno, pero sé muy bien como son las madres y lo que hacen por sus hijas... Por eso sólo se me ocurre decirte esto; eres una gran madre, una más maternal que la mayoría de las que conozco.

Evan y su tío se miraron unos segundos perplejos y, seguidamente, comenzaron a reír a carcajadas. Estuvieron así un rato, hasta que se quedaron satisfechos, entonces Samuel le respondió a Amelia.

–Nunca me imaginé, que me haría feliz que me dijeran que soy una gran madre, jajaja. Pero, viniendo de ti es distinto, así que me lo tomaré como un cumplido.

Ya en el coche, mientras Amelia conducía en dirección a su primer destino, Evan la miró en silencio un rato y al final le dijo.

–Realmente, creo que eres una buena persona.

–¿Y te das cuenta ahora? –Contestó sarcástica. –Llevo siendo una buena persona ya un rato.

–Lo digo en serio –dijo esgrimiendo aquella preciosa sonrisa que tanto la perturbaba.

–Vale, gracias. –Murmuró mientras se ponía algo colorada– ¿Do...dónde dices que vamos? –Preguntó tratando de cambiar de tema.

–A la playa, la más cercana está a unas cuatro horas por este camino.

–¡¿A la playa?! –Amelia dio un pequeño volantazo fruto de la emoción– Ups, perdón... ¿voy a ver el mar? –Preguntó ilusionada.

–Claro, de eso se compone gran parte de la playa, jajaja. –A Evan le hacían gracia las reacciones de Amelia– quizás veamos delfines...

–¡¡¿En serio?!! –Preguntó ilusionada, pues no se daba cuenta que sonaba como una niña. Sin embargo, en ese momento no podía evitarlo. Ella jamás había visto el mar, sentía mucha curiosidad y estaba deseando llegar. –¿Dices que se tardan casi cuatro horas...?

–Si más o menos –contestó ajeno a lo que se iba a desencadenar.

–Puedo hacerlo en tres –dijo mientras pisaba el acelerador.

–¡Frena, loca! Que la playa no se ha movido de allí en siglos y no lo va a hacer ahora.

Muy a su pesar Amelia decidió no saltarse el límite de velocidad, pero en aquel momento, comenzó a echar mucho de menos su cápsula, con ella habría llegado en minutos. Continuaron el viaje sin hacer paradas, hasta llegar a un pueblo pegado a la costa. Amelia conducía mirando hacia todas partes, tratando de ver el mar.

–Aparca ahí anda, que vas a atropellar a alguien –le dijo Evan, viendo lo emocionada que estaba.

Pudo aparcar sin problemas, pues era temporada baja, y por fin se bajaron del coche. Nada más salir de él, sintió el olor a salitre en el aire y el calor del sol en la cara, era una sensación única para ella. Miró a Evan que la observaba con una sonrisa.

–¿Quieres ver el mar? Venga, sígueme –le dijo mientras comenzaba a andar.

Justo antes de girar aquella esquina, generada por las pequeñas casas que bordeaban la costa, Amelia pudo escuchar el ruido del mar. El sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla la llamaban como cantos de sirena. Corrió emocionada y, tras la esquina, allí estaba, frente a ella se extendía un horizonte azul intenso que parecía infinito.

Estaba atónita mirándolo, oyéndolo, oliéndolo e incluso saboreándolo; era precioso e imponente. Jamás pensó que estar allí en persona la impresionaría tanto. Miró a Evan con los ojos llenos de emoción, como diciendo, "¡¿pero tú estás viendo lo mismo que yo?!", pero él ya no estaba a su lado. Se había sentado en el escalón que daba a la arena y se quitaba los zapatos.

–¿Qué pasa? ¿es que no vas a meter los pies? –le preguntó él.

–Sí... ¡y antes que tú! –Se quitó las botas rápidamente y puso sus pies en la arena. Estaba templada por el sol, era realmente agradable. Caminó hasta la orilla mirando como las olas rompían suavemente. Evan llegó y se paró a su lado, sin embargo, ella no se atrevía a tocar el agua.

–¿No decías que lo harías antes que yo? –preguntó burlonamente.

Ella le miró con un gesto de tristeza en los ojos.

–Es que... no sé si me lo merezco –dijo mientras sus ojos se empezaban a tornar rojos. –No después de lo que hice...

Evan sintió una punzada en el pecho y se comenzó a sentir molesto; sin entender muy bien el porqué de esos sentimientos. Se agachó un poco y cogió a Amelia por las piernas echándosela sobre su hombro sano y andando con ella a cuestas hasta que el agua le cubrió media pierna. Amelia se quejaba y le pedía que la soltase.

–No conozco a nadie que lo merezca más –dijo, haciendo que ella se quedase en silencio en ese momento. –Nunca he visto a nadie apreciar este lugar cómo lo estás haciendo tú. Si no vas a entrar porque piensas que no te lo mereces, entonces te meteré yo a la fuerza.

– Vale...vale –aceptó Amelia avergonzada. –Bájame, por favor, aún estas convaleciente y debo pesar mucho...

Evan la bajó lentamente y, mientras lo hacía, Amelia sintió el cuerpo de aquel hombre pegado al de ella y el calor le comenzó a subir por su cuello hasta la cara. Mientras sentía aquellas emociones, extrañas y desconocidas para ella, notó el agua fría en sus pies y cómo poco a poco subía hasta sus rodillas, mojando su pantalón, aunque lo había remangado.

–Perdona... no he calculado bien y se te ha mojado la ropa –le dijo Evan sonriendo, mientras seguía sujetándola con su brazo sano.

Ella se despegó de él rápidamente dando un salto hacia atrás, con tan mala suerte, que una molesta alga que se había enredado en su tobillo decidió jugársela haciéndola caer al agua.

Y allí estaba, sentada en la orilla en una postura indigna con medio cuerpo dentro del agua y el otro fuera, viendo avergonzada cómo Evan intentaba no reírse y le tendía una mano para ayudarla a levantarse.

Su cara sonriente, regada por la luz de otro día que se acababa, era tan deslumbrante como el sol mismo. Amelia observó aquella hermosa estampa sintiendo que tampoco se lo merecía. Sin embargo, al carajo con que si se lo merecía o no; estaba allí y era maravilloso.

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