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5. Estoy bien

Amelia no sabía muy bien cómo había llegado a aquel lugar. Los recuerdos de una crisis de ansiedad a menudo son algo confusos y borrosos. Esto lo sabía porque lo había leído, no porque hubiera tenido alguna antes de aquel día.

Pensó <<El día que tienes tu primera crisis de ansiedad... debe de ser un día que recuerdes para siempre. Cómo el día de tu graduación o el de tu boda >>. Ese pensamiento le hizo soltar una carcajada nerviosa <<Creo que la crisis aún no ha terminado >> razonó otra vez y volvió a reírse, sin embargo, esta vez la risa se convirtió poco a poco en llanto.

Por otro lado, era Evan el que se encontraba ahora en serios problemas. Frente a él, un hombre le miraba con gesto de desconfianza y los brazos cruzados a la altura del pecho.

–¿Y bien? –preguntó arqueando una ceja. –¿Me lo cuentas tú o esperas a que lo deduzca yo mismo?

Evan mantenía fija la vista en la mesa para rehuir su intensa mirada.

–De acuerdo, si eso es a lo que quieres jugar... Según me has dicho tú mismo, conociste a la chica nada más bajar de tu nave, frente al espaciopuerto –le echó una mirada de desconfianza y continuó. –Ella estaba perdida y asustada. Además, parecía sufrir algún tipo de amnesia... así que decidiste traerla aquí. ¿Es eso? ¿Eso es lo que pretendes que me crea? –le espetó golpeando la mesa con ambas manos. –¡Venga! Que no soy tonto, ¡confiesa la verdad de una vez!

Evan aguantaba el interrogatorio con estoicismo, pero no podía permanecer más tiempo callado.

–Vamos a ver... –comenzó a hablar con aquel hombre. –¡¿Así es como me vas a recibir?! ¿¡Tantos meses sin vernos y solo te preocupa que te haya traído un huésped a tu hostal!? –le reprochó algo enfadado.

Ambos se quedaron callados, mirándose a los ojos cómo en un silencioso duelo.

–Está bien... no me lo cuentes, pero ya sabes, la verdad siempre sale a la luz. –Le dijo, mientras se giraba hacia los fogones en aquella pequeña cocina.

–Lo siento tío, no sé qué verdad esperas que salga a la luz, pero no hay nada de nada, créeme...

–Te conozco lo suficiente para saber cuándo mientes, hijo, o ¿es que no recuerdas quién te ha criado?

–¿Criarme? Si cuando vine aquí tenía catorce años, estaba ya criado –respondió Evan sonriendo.

–Buf, la peor edad, me diste mucha briega y muchos dolores de cabeza... un adolescente... ¡eso no se lo deseo a nadie! Pero ya lo entenderás cuando seas padre...

Evan se quedó mirando a su tío que estaba de espaldas cortando cebollas. Era lo más parecido a un padre que había tenido y, cuando se veía en problemas, era el único con el que podía contar. Aquel hombre alto y corpulento con cara de pocos amigos era la persona más generosa que había conocido en toda su vida.

–Bueno, y con tu amiga ¿qué hacemos? Lleva ya un par de horas encerrada en la habitación... Cuando llegaste con ella en brazos, ¡no me lo podía creer! Pero, ¿qué demonios le ha pasado para que se encuentre en ese estado? –preguntó mirando a Evan con preocupación.

–Tío, te lo contaré, pero este no es el momento. Déjame que antes lo hable con ella. Aunque, algo sí te diré; lo ha pasado muy mal últimamente y justamente hoy su familia le ha dado la espalda. Básicamente la han abandonado a su suerte.

Su tío miraba hacia el suelo negando con la cabeza.

–Nunca entenderé cómo alguien puede hacerle algo así a un hijo, por muy malo que sea lo que haya hecho...

–No ha hecho nada malo...– contestó Evan suspirando.

Se quedaron mirando unos segundos y al final su tío habló.

–Ya veo porqué la quieres ayudar... parece que os parecéis bastante, ¿no?

–Sí, supongo que es por eso... –respondió cabizbajo.

–Además, es muy guapa –añadió guiñándole un ojo.

–No te embales que ese no es el motivo –respondió Evan molesto.

–Vale, vale. –Su tío se volvió a girar para terminar de hacer la cena, pero volvió a hablarle. –Deberías ir a hablar con ella, sea lo que sea para ti, no debería estar sola en estos momentos. En un rato subiré con la cena.

Evan llegó a la puerta de la habitación y tocó suavemente con los nudillos.

–¿Se puede? –No oyó ninguna respuesta, así que insistió. –Amelia, ¿estás bien? –Otra vez silencio, así que decidió entrar.

El cuarto estaba vacío, Amelia no estaba por ninguna parte y eso lo preocupó un poco, por lo que comenzó a buscarla.

–¡Amelia! ¡Amelia! ¿dónde te has metido? –Iba gritando, buscándola por el hostal mientras algunos inquilinos le miraban con escepticismo.

Volvió a la habitación y se asomó por la ventana <<No ha podido salir por aquí y tampoco por la puerta principal, ya que la habríamos visto pasar>>. En ese momento, se abrió la puerta del baño. Amelia apareció con una toalla enroscada al cuerpo y otra con la que iba secándose el pelo mientras tarareaba una canción. Fue entonces cuando se percató de que él estaba allí y se miraron durante unos segundos.

–Pero... ¡¿qué haces aquí?! –Gritó ella, mientras se apresuraba a volver a entrar al baño –¡¿Es que no sabes lo que es la privacidad?! –le preguntó molesta desde el interior del baño.

Evan estaba estupefacto, no solo por la visión de aquella chica medio desnuda, si no, porque parecía que nada había pasado. ¿Sería aquello algún tipo de mecanismo de negación? Se preguntó, comenzando a preocuparse por la estabilidad mental de la chica.

–Solo quería comprobar que estabas bien –dijo mientras se acercaba a la puerta. Hubo un silencio –¿Estás bien? –De nuevo, silencio. Pero entonces la puerta se volvió a abrir y ella asomó únicamente la cabeza por detrás de ésta.

–Estoy bien. –Dijo tranquilamente. –No te negaré que ha sido un shock, pero... no hay nada que ahora pueda hacer, así que, hasta que tenga un plan o decida sobre cómo proceder en este momento, creo que lo mejor para mí es que no piense mucho en ello. –Sonrío y cerró la puerta.

Él se quedó parado pensando en lo que le había dicho. Fue entonces cuando le volvió a hablar desde el interior del baño. –Si yo no voy a pensar ahora en ello, tú tampoco lo hagas, por favor...

–Vale, hablaremos cuando estés lista... Por cierto, mi tío está haciendo la cena. Iba a subírtela a la habitación, pero si lo prefieres podemos cenar abajo con él.

–Sí, eso sería estupendo, gracias. –Exclamó ella desde el interior del baño.

Evan salió de la habitación algo contrariado. Pero, como ella le había pedido que no pensará en ello, decidió hacerle caso, así que bajó a la cocina para a ayudar a su tío con la cena.

Pocos minutos después, apareció Amelia vestida con una ropa que claramente no era suya, pues le quedaba bastante grande.

–Gracias por prestarme algo de ropa... Aunque mi traje espacial no necesita ser lavado, pues se limpia por sí solo, tenía ya ganas de quitármelo. –Dijo sonriente mientras se sentaba a la mesa.

–¿Traje espacial? ... –Le susurró su tío a Evan, mientras éste miraba hacia otro lado.

En ese momento, Evan hizo una nota mental; tendría que hablar con Amelia sobre ese tipo de comentarios ya que podían desenmascararla con facilidad. Pero ese no era el momento de hacerlo y su tío era de confianza, así que lo dejó pasar.

–Bueno, espero que te guste la cena. He hecho mi especialidad –Le dijo Samuel a Amelia. –A ver si así conseguimos que cojas algo de peso, ¡que estás muy delgada!

Amelia le sonrió y comenzó a comer. Aquello estaba realmente bueno y no pudo evitar acordarse de la comida de su nave. Esa comida perfectamente equilibrada, hasta arriba de vitaminas y nutrientes, que se ajustaban en función de su destinataria.
Pero en este planeta no se pensaba tanto en aquello y se centraban en disfrutar de cada plato. Quizás, en su mente, intentaba buscar motivos para apreciar La Tierra.

–Está realmente delicioso, señor, muchas gracias. –Dijo agradecida.

–De nada. –Contestó él. –Por cierto, me llamo Samuel, si necesitas algo ya sabes a quién acudir.

La cena fue muy amena. Evan y su tío, hablaron durante todo el rato. Era muy agradable ver cómo se ponían al día ya que llevaban muchos meses sin verse.

Mientras los observaba, Amelia sintió una punzada en el estómago. Aquel ambiente familiar le hacía recordar su propia casa y la nostalgia se adueñó de ella. Sin embargo, había decidido no pensar más en ello, así que lo borró de su mente y continuó escuchando la conversación.

Samuel trajo el postre, era un soufflé de chocolate, aquello estaba realmente bueno. Era lo mejor que había probado en mucho tiempo.

–Veo que te gusta el dulce, pues vas a pasarlo muy bien aquí. Donde realmente dejo mi sello, es en la repostería –fanfarroneó el tío Samuel.

Ella siguió disfrutando de aquel delicioso postre, mientras notaba como un par de lágrimas le caían sin poder controlarlas. Ellos se percataron, pero decidieron no decir nada y hacer cómo si no lo hubieran visto.

A la mañana siguiente, Amelia se despertó y, por unos momentos, pensó que seguía en su habitación, aquella donde se había criado. Hasta que se dio cuenta de que no era así.

Bajó a la cocina y allí estaban los dos, preparando el desayuno. Evan se giró para hablarle.

–¿Qué tal has dormido? Espero que bien, hoy tenemos algunas cosas que hacer –dijo con energía.

Amelia no entendía a qué cosas se refería.

–¿Qué son esas cosas? –le preguntó mientras giraba la cabeza hacia un lado.

–Madre mía, tómate un café anda. ¿Qué cosas van a ser? ¡Tenemos que ir a arreglar tu nave! Bueno y no te vendría nada mal comprar algo de ropa. Con la mía vas un poco rara –Amelia no le miraba, así que él siguió –He hablado con Trian y se ha ofrecido a ayudarnos, viene de camino, así que en cuanto llegue nos iremos.

–Vale –contestó ella con voz monótona.

No entendía por qué tenía que arreglar su nave ya que no tenía ningún lugar al que volver. Pero tampoco tenía ganas de discutir, así que decidió simplemente dejarse llevar.

Poco después, mientras ayudaba a recoger la mesa, escuchó aquel huracán escandaloso que tan bien conocía y que entraba por la puerta principal del hostal.

–¡¿Dónde está mi chica?! –Trian llegó a la cocina como un ciclón, la cogió en brazos y la alzó.

–¿Pero... qué haces? ¡Bájame! –Gritó ella.

–Te bajaré con una condición, que me dejes ser tu asesor –Dijo sonriente.

–Vale, vale, sé mi asesor. Venga, bájame...

La volvió a dejar en el suelo, pero antes de que Amelia pudiera pensar en lo que suponía que él fuera su asesor, la agarró de la mano y la hizo salir corriendo del hostal. Evan los seguía, con la duda de si había hecho lo correcto al llamar a Trian, pero al verlos bromear y reñir como siempre hacían, se sintió más relajado.

Fueron a un centro comercial cercano. Era un lugar inmenso, lleno de tiendas y de gente, muchísima gente. Amelia jamás había visto tanta gente junta. En su nave no había tantas mujeres cómo para crear aglomeraciones en ningún sitio.

La emoción comenzó a embargarla y, la exploradora que llevaba dentro, se abría paso entre su reciente tristeza para llenarla de entusiasmo. Unos niños que jugaban a pillarse entre ellos pasaron corriendo, empujándola levemente, y ella se quedó mirándolos.

–Es la primera vez que veo niños y, además, tantos. –Los miró unos segundos más. –No son tan distintos de las niñas de mi nave, aunque, en la nave no suele haber muchos nacimientos, así que hay pocas normalmente.

–Espera un momento... –Dijo Trian mientras se tocaba la frente. –¿Me estás diciendo que no tenéis niñas en tu nave? No lo entiendo...

Amelia le miró comprendiendo su confusión.

–No es que no tengamos niñas, es que... a ver cómo te lo explico. Mi nave es grande, pero no es tan grande como vuestro planeta, no la podemos sobrepoblar, por lo que las niñas nacen cada cierto tiempo, todas a la vez, para que no tengan mucha diferencia de edad entre ellas y puedan ir a la escuela juntas, ser amigas... Así que, cada siete años más o menos, hay una convocatoria para la clonación a la que se presentan las mujeres que quieran tener una hija. Creo que es la forma más sencilla de explicarlo.
Ellos la miraban escépticos.

–Lo dices como si fuera la cosa más normal del mundo, pero... es bastante triste y antinatural... –comentó Evan. Trian le dio entonces un codazo para detenerlo. No quería que ofendiera a Amelia ahora que, por fin, les estaba contando cosas sobre su mundo.

–Antinatural, ¿eh? Supongo que lo natural es sobrepoblar un planeta hasta casi acabar con sus recursos. Que los niños que nazcan se vean abocados a la pobreza, creando desigualdades sociales y miseria. Y todo, para que unos pocos poderosos dispongan de esas personas para explotarlas y hacerse aún más ricos y poderosos... supongo que eso sí que es lo "natural". –Contestó ella visiblemente molesta, pues no entendía cómo podían juzgar su sociedad cuando ellos vivían en una llena de desigualdades –cogió aire y terminó diciendo. –Al menos en mi mundo, todas las mujeres parten del mismo punto en la vida. Tienen las mismas oportunidades, y sí, puede ser que las normas sobre natalidad parezcan taxativas o que atentan contra el libre albedrío. Pero son necesarias para crear una sociedad sana e igualitaria.

–Evan y Trian se quedaron mudos. Ambos pensaron en discutir sus palabras, pero sabían que aquello no llevaría a ningún sitio y solo los separaría más. De modo que Trian, de forma "brillante", desvió el tema.

–Em... ¡Mira, un perrito! –dijo, señalando un Chihuahua blanco que llevaba una señora en brazos. Miró a Amelia y le preguntó. –¿Habías visto alguno antes?

Ella le dedicó una mirada de hastío.

–Pues claro que he visto perros, también tenemos mascotas de dónde yo vengo... Bueno, como máximo una por familia. –Añadió mirando al perrito. –Tuve una perra cuando era pequeña... era algo más grande que ése. Vivió muchos años, pero cuando murió no me dejaron tener otra. –Bajó la vista algo triste por aquel recuerdo. –Supongo, que poder tener más de un perro a lo largo de tu vida, es... estupendo.

Evan le echó una mirada compasiva, mientras Trian se acercaba a jugar con aquel Chihuahua y a hablar con su dueña. En ese momento, apareció otro hombre con un perro, bueno, Amelia a eso no lo llamaría perro, el lomo de aquel animal le llegaba por la cintura y la cabeza era de mayor tamaño que la de cualquier persona de aquel lugar. No pudo evitar asustarse al tener tan cerca aquel bicharraco. Instintivamente, dio un salto y se agarró al brazo de Evan, totalmente aterrorizada. Él la miró, luego al San Bernardo, que los observaba con el habitual gesto pachón de estos animales, y no pudo contener una carcajada.

–Jajaja. ¿Te da miedo ese perro?, pero si tiene cara de buenazo –dijo él, intentando contener la risa.

–¡No me da miedo! –Contestó molesta, mientras soltaba su brazo. –Es solo que me ha sorprendido. Nunca había visto un perro tan grande... los de mi mundo son todos del mismo tamaño.

Trian volvió a la conversación dejando marchar, por fin, a aquella señora.

–¿De qué os reís?

–Yo no me estoy riendo –contestó Amelia airada, mientras giraba la cabeza hacia otro lado.

–Nada, nada, no nos reímos de nada –respondió Evan. –Bueno, hemos venido a comprarle ropa a la señorita, así que, ¡manos a la obra!

Durante las siguientes tres horas, Amelia fue llevada de aquí para allá por Trian, seguidos de Evan, que se limitaba a mirar y callar. Entraron en muchas tiendas de ropa, sin embargo, el concepto de la moda de aquel mundo en comparación con el suyo, era muy distinto. Ella no sabía decidir qué ropa le gustaba o cuál le sentaba mejor.

Por su lado, Trian estaba encantado usándola de modelo y haciéndole probarse un conjunto tras otro, sin que a ella le gustase ninguno realmente. Estaba ya agotada cuando, por fin, dio con un look que le parecía aceptable. Consistía en unos vaqueros azul oscuro, una camiseta de manga larga blanca y una chaqueta marrón que, en palabras de Trian, era un "clásico" y un "fondo de armario". Evan levantó la mirada de su móvil un segundo para verla y dio el visto bueno a aquel conjunto. Aunque no quiso mencionar, lo guapa que le parecía que estaba con aquella ropa ya que era totalmente de su estilo.

–¡Ahora a comprar ropa interior! –exclamó, demasiado alto, Trian.

–En serio... ¿también me vas a escoger la ropa interior? –le preguntó Amelia, arqueando una ceja.

–¡Pues claro! algo que te realce el busto... ¿Qué usas? ¿una noventa... quizás noventa y cinco...? –Trian daba vueltas alrededor de Amelia observándola para deducir sus medidas, cuando Evan le cogió del hombro.

–De eso nada. Ella puede escoger sola, la esperaremos fuera –le dijo mientras le apretaba el hombro.

–Vale tío, no te pongas celoso –miró a Amelia. –Si necesitas ayuda, avísame. Soy un profesional en estos temas –después le guiñó un ojo y salió a la puerta con Evan.

Amelia eligió algo sencillo y avisó a los chicos desde la puerta.

–Vale, pues voy a pagar y nos podremos ir –Dijo Evan dirigiéndose a la caja.

–¿Cómo? ¿No pensarás pagarlo tú? –Preguntó Amelia algo molesta.

–¿Tienes dinero? –Le preguntó él con sarcasmo.

–Pues claro que tengo. Tengo algo mejor que el dinero para vosotros. – Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta de deporte que Evan le había dejado y sacó una pequeña caja blanca. Puso su huella sobre ella y se abrió. Dentro se podían ver unos lingotes con un característico brillo anaranjado. –¿Ves? –dijo ella mostrándoselos, como si de una caja de lápices se tratara.

–¿Eso no será... exotita...? –Preguntó él sorprendido. –¡Guárdala! ¿Pero tú sabes lo que vale?... –Susurró mientras miraba hacia los lados para cerciorarse de que nadie la hubiera visto.

–Pues exactamente no. Pero, por lo que he podido leer no se encuentras en este planeta, aunque sí en ciertos asteroides. También que, a pesar de que los terrícolas lleváis años recogiendo muestras en el espacio, sigue siendo un mineral valioso y escaso...

–Decir que es escaso parece un eufemismo, es algo más que escaso... guárdatela, anda. Déjame pagar por esto ahora y, después, ya veremos la forma de que cambies una parte del mineral por dinero que puedas usar en este planeta. Aunque, me temo que va a ser algo complicado... –murmuró pensativo.

Llevaban un rato susurrándose cosas, así que Trian se acercó a ellos.

–¿Qué pasa? –Dijo asomando la cabeza por detrás del hombro de Amelia.

–Nada, esta chica, que es una caja de sorpresas. –Contestó Evan mientras se frotaba la frente. –Bueno, paguemos y salgamos de aquí, he alcanzado mi límite de tolerancia hacia las compras.

Amelia dejó a Evan pagar su ropa y fueron a comer a un restaurante cercano. Trian la convenció para que se cambiara la ropa en el aseo del lugar. Así que ahora lucía como una terrícola más y no sabía si eso le gustaba o le desagradaba, estaba indecisa sobre que sentimientos tenía hacía aquel lugar.

Ahora que estaba perfectamente camuflada con la fauna autóctona, decidió hacer un estudio de campo; observar y tomar notas sobre aquel planeta y las gentes que lo habitaban. Había definido su misión y, por ello, Amelia se sentía mucho más dispuesta.
Mientras comían, se fijó en las personas de tu alrededor. Trataba de escuchar sus conversaciones y ver sus reacciones. Se dio cuenta de que casi todos miraban compulsivamente la pantalla de su móvil. Los que no estaban todo el rato con la vista puesta en ellos, los miraban cada pocos segundos. Le pareció extraña esa conducta, así que les preguntó a los chicos.

–¿Por qué todas estas personas tienen esa fijación con sus terminales? ¿hay algo que no sepa? ¿Os mandan ejecutar si no los miráis continuamente?

–Jajaja. –Se rio Trian. –Seguramente están mirando sus redes sociales o escribiéndose mensajes con alguien, ¡a saber!... me sorprende que no tengáis móviles en tu mundo.

–Bueno, no es que no tengamos móviles. Nos comunicamos entre nosotras con nuestras pulseras. Con ellas podemos mandar información o hablar con cualquiera... lo que no sé es qué son las "redes sociales" ¿En qué consiste eso? –Preguntó intrigada.

Ambos se quedaron pasmados por la pregunta.

–¿En serio no tenéis redes sociales? ... Madre mía ¡ahora sí que envidio tu sociedad! –exclamó Evan asombrado.

–Si quieres te explico rápidamente en qué consisten... pero vas a querer irte del planeta cuando termine –dijo Trian sonriendo –Verás, en las redes sociales puedes ser quién quieras, aunque también puedes ser tú mismo. Subes información y fotografías para que el resto las vean. Muchas veces esa información induce a error, pues la gente solo muestra lo que quieren, creando un espejismo hacia los demás sobre sus vidas. Aunque, tampoco es que lo haga todo el mundo... ¿Lo vas entendiendo?

–Creo que lo entiendo, pero... no le veo la necesidad, ¿por qué mentir sobre algo tan intranscendente? ¿qué beneficio pueden sacar?

–Bueno, en realidad sí que se benefician. Les da algunas ventajas sociales y, a veces, hasta laborales. Hay personas que se dedican a ello y, aunque no te lo creas, ganan mucho dinero. –Hizo una pausa para mirar alrededor. –Pero sólo muestran lo que ellos quieren... y algunas personas se creen realmente lo que ven en esos perfiles. Piensan que sus vidas son así de idílicas y muchos sufren porque las suyas no lo son.

Amelia se quedó reflexionando sobre ese tema unos instantes. Nunca había sentido la necesidad de generar envidia en el resto de las mujeres de la nave. La mayoría se conocen perfectamente, por lo que fingir tener una vida distinta de la que se tiene es absurdo. Pero, pensando más detenidamente, se percató de que sí que era posible que existiera esa necesidad de crear admiración entre los demás también en su propia sociedad, aunque de manera distinta. Allí se esfuerzan por destacar sobre las demás, cada una en una faceta distinta, existe una competitividad desde pequeñas por ser mejor que el resto en algo, suponía que fruto de haber crecido todas juntas y de ser clones de sus propias madres.

Ella también había sentido ese impulso de ser diferente a su madre, diferente al resto. Y, por ello, siempre se exigía más a sí misma.

–En mi mundo, como ya os conté, somos clones de nuestras propias madres. –Les miró y vio que la escuchaban atentamente, así que continuó. –Pero no somos idénticas, quizás a vosotros os parezca algo extraño cuando os lo cuente, pero... siento la necesidad de hacerlo–. Tomó aire y continuó. –Nosotras estamos más avanzadas tecnológicamente y también en cuanto a la medicina se refiere... Cuando una mujer decide tener una hija, puede elegir ciertas características físicas para ella y, de esta manera, diferenciarse un poco. –Se quedó mirándoles esperando una reacción.

Evan se acercó un poco más a Amelia y le dijo en voz baja.

–¿Estás hablando de modificación genética?

Ella lo miró y respondió en tono serio. –Así es.

Los tres se quedaron callados unos minutos. Ella no quería que la vieran como un experimento de laboratorio y ellos no querían juzgarla por ese motivo.

Como no decían nada, volvió a hablar.

–¡Ninguna pide tentáculos para su hija! –Dijo riendo. Pero viendo que ellos no se reían les siguió contando. –Normalmente piden cambios sutiles, como el color del pelo, los ojos y la piel. Alguna se pone creativa y le añade un hoyuelo, poco más.

–Eso.... ¡mola un disparate! –Exclamó Trian. –Yo me pondría de todo, pelo azul, ojos fluorescentes, me haría un buen popurrí –dijo riendo.

–Jajaja, eso es imposible, ¡solo cosas que el cuerpo humano pueda generar! ¿Qué quieres, piel verde también? –bromeó también Amelia.

Evan no decía nada. Le costaba tomarse a broma el tema de la modificación genética, así que prefirió no hablar en ese momento.

Bien entrada la tarde, tras despedirse de Trian "el asesor", Evan y Amelia caminaban despacio de vuelta al hostal.

–¿Te lo has pasado bien? –le preguntó él.

Ella agitó la cabeza de forma afirmativa.

–¿De verdad estás bien? –volvió a preguntar escéptico.

–He dicho que sí, estoy bien... estoy bien... –Pero su respuesta no resultaba nada creíble. Él decidió no seguir presionándola, pero había algo que aún estaba en el aire.

–¿Vas a querer arreglar tu nave? –dijo mirándola de reojo.

Amelia no quería pensar en ello. No entendía por qué tenía que pensar en eso, solo quería evadirse.

–Aún no lo he decidido –contestó en tono seco.

–Vale, cuando lo decidas, dímelo. Yo no voy a ser quien te presione, pero... he pasado por algo parecido, quiero decir, una situación similar y, por experiencia te diré, que por posponerlo o evitarlo no dejará de estar ahí.

Siguieron andando en silencio hacia el hostal. Amelia sabía que tenía razón, sabía que tenía que tomar decisiones, pero tomarlas solo haría que todo lo que le estaba pasando se hiciera más real y eso la aterrorizaba.

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