47. Diecinueve
Aquel juicio había durado, ni más ni menos, que diecinueve meses. Desde el momento en que se conoció que habían sido detenidos todos los responsables de aquel momento histórico; científicos y personalidades del mundo entero, se habían volcado en liberar a ese grupo de personas que habían dado la vuelta al mundo entero en un solo día.
Durante todo ese tiempo, Amelia y Rena habían permanecido juntas. Los primeros seis meses, se dedicaron a dar explicaciones a las autoridades. Les contaron absolutamente todo sobre su nave y sobre su sociedad. Todo lo que sabían y el porqué de darle aquel conocimiento a la humanidad.
Y esto se alargó hasta, que, un día, apareció por la puerta de esas instalaciones secretas, el doctor Rugers. Fue hasta allí para llevarlas con él a los laboratorios. Descubrieron entonces, que ese hombre había luchado por liberarlas desde el primer día.
Cuando salieron por fin al exterior, el mundo había cambiado en su justa medida. En las televisiones se emitían entrevistas a los inspectores James y Umberto, que también habían estado defendiendo su inocencia desde el primer momento. Sin embargo, fue la entrevista a Claudia, la que logró llegar al corazón del mundo entero. Y la lucha por la liberación de todos ellos, se había llevado a las calles; con manifestaciones y el clamor de la sociedad. Cosa que sus gobernantes, finalmente habían tenido que escuchar.
Era tal él descontento por sus detenciones, que finalmente los dejaron libres, aunque vigilados. El doctor, se había ofrecido a quedarse al cuidado de ellas dos, mientras los demás seguían en arresto domiciliario hasta que el juicio tuviera lugar. Y fue entonces, cuando Amelia pudo contactar con Evan por videollamada, tras tantos meses incomunicados.
Aunque todos estaban bien, aún no podían estar juntos. Pasaría otro año y un mes, hasta que se pudieron reunir. Tras celebrarse ese televisivo juicio que tanto había durado y que el planeta entero había seguido con interés.
El veredicto fue inocentes. Pero no solo inocentes; eran héroes nacionales. Sin embargo, aunque el juicio hubiera acabado, su trabajo aún no estaba terminado. Ahora tenían que continuar su camino en aras de una sociedad más justa. Siendo aquel solo un paso más, un paso de gigante, eso estaba claro, pero solo uno de los muchos que la humanidad tendría que dar en la dirección correcta.
Sara fue también puesta en libertad. Pero, para sorpresa de todos, no se marchó; decidió quedarse a ayudarlas en esa ardua tarea, pues, tras pasar todo aquel tiempo en La Tierra, había desarrollado el mismo sentimiento que se despertó en Amelia en su día y quería apoyarles.
Por otro lado, Sirkin seguía detenida y, aunque sus cargos de intento de asesinato no podían ser probados en La Tierra, quedó a expensas de que las mujeres de la nave quisieran ir a por ella para ser juzgada. Cosa que de momento no pasaría.
Aunque todo parecía haber salido bien, también encontraron poderosos detractores. Organizaciones que estaban en contra de estrechar lazos con gente venida del espacio y que creían firmemente, que, en algún momento, cuando el planeta fuera de su agrado; ellas volverían para reconquistarlo.
Estos grupos estaban formados por gente de toda índole, por lo que el peligro podía llegar a ser real. Sin embargo, eso no iba a amilanar a ninguno de ellos, pues ya se había enfrentado a una sociedad entera y habían logrado, con gran habilidad, sortear un destino que parecía inminente. Solo eran un escalón más que deberían subir en algún momento.
Amelia iba de camino a su nuevo hogar, en aquel edificio de estilo industrial, muy cerca del hostal del tío Samuel. Al doblar la esquina, pudo ver que en la puerta del edificio, estaba Evan esperándola. Llevaban más de un año sin poder estar juntos y, antes incluso de que el coche se hubiese detenido, ella saltó de su asiento y corrió a los brazos del hombre que había cambiado su vida por completo.
–¡Evan! –gritó feliz. –Te he echado de menos... muchísimo...– le dijo conteniendo las lágrimas.
–No más que yo– le contestó él, mientras la miraba emocionado. Después le dio un apasionado beso. Uno que se había hecho esperar durante tanto tiempo. –¿Subimos a casa?
–Sí, es lo único en lo que he estado pensando durante todo este tiempo... en volver a casa. No hay otro lugar para mí que contigo... tú eres mi hogar– le dijo, dejando salir las lágrimas que tanto se había contenido, mientras en su interior, deseaba que aquel instante no fuera ningún sueño; pues había soñado demasiadas veces con ese momento.
Al pasar por el umbral de la puerta, Amelia pudo al fin respirar. Sentía que llevaba sin hacerlo desde que se separaron ese día en el lago. Miró hacia la terraza y su sorpresa fue mayúscula.
Allí estaban todos y cada uno de ellos. El tío Samuel, que había estado en cada una de las vistas del juicio apoyándola y, que, ahora, trataba de contener las lágrimas sin éxito. Cameron que estaba más musculoso que nunca; lo imaginó monopolizando el gimnasio de la cárcel y esa imagen la hizo sonreír. A su lado estaba Claudia, totalmente radiante y convertida ya en inspectora y, tras ella; su padre, el inspector James que la miraba orgulloso. También estaban allí el inspector Umberto y María.
Amelia se disponía a saludarles, cuando Harper corrió hacia ella emocionada y la abrazó.
–Lo has logrado...– le dijo en un susurro.
–Lo hemos logrado– respondió sonriente.
Trian apareció detrás de Harper acompañado por su padre y, la que ahora comenzaba a llamar mamá. Rena había recuperado, aquello que tuvo que dejar hacia tantos años y, se la veía más feliz y relajada que nunca.
Morgan y el Doctor Rugers les miraban sonrientes, aunque él trataba de disimularlo. Ese hombre, que era su suegro, la había apoyado desde el principio y, en el tiempo que estuvo en su laboratorio, pudo comprobar que en el fondo era un hombre bueno y cariñoso. Aunque un poco torpe para relacionarse con la gente; lo cual le recordaba mucho a su hijo y muy poco a su otra hija.
Amelia notó que faltaba alguien y miró a Evan preocupada.
–Sara sigue en los laboratorios, está muy ocupada. Pero dijo que vendría en cuanto pudiese a estar contigo– dijo él.
–Entonces estamos todos –dijo Amelia en un suspiro, mientras miraba aquel grupo de personas que había podido conocer, gracias al fallido intento de asesinato de Sirkin. Y, aunque extrañaba a su madre y le hubiera gustado que ella también estuviera allí, eso no opacaba el momento. –Os estoy muy agradecida. Sé que todos habéis contribuido para que podamos estar hoy aquí todos juntos... no sé cómo daros las gracias.
–No tienes que darlas, si acaso debemos dártelas nosotros a ti– le dijo James, cuyo carácter se había transformado completamente, o quizás, había vuelto a ser el que era y ahora parecía otra persona.
–Bueno, pues... ¡bebamos! – dijo Rena alegremente.
–Por supuesto, pero, antes de eso. Hay una cosa que debo hacer...– dijo Evan mirando a Amelia con una sonrisa. –No puedo dejar que pase más tiempo.
Amelia no entendía a qué se refería. Él la miró con ternura y después se agachó frente a ella, poniendo una rodilla en el suelo. Sacó una cajita de su bolsillo y la abrió frente a Amelia, mostrando un anillo en su interior.
–¿Te casarías conmigo? –le preguntó sonriente, aunque visiblemente avergonzado.
Amelia le miró perpleja. Cogió la cajita y observó el anillo, luego le observó a él, que estaba comenzando a arrepentirse un poco de hacer esa escena tan peliculera. Al fin ella reaccionó, le sonrió y se agachó frente a él, poniendo también la rodilla en el suelo.
–Pues claro que me casaré contigo... pero no me gusta que me mires desde abajo, mírame a los ojos desde la misma altura, tonto– le dijo y después se acercó para darle un beso.
–Supongo que eso significa que ¡habrá boda! –exclamó Samuel feliz.
–¡Esto merece un brindis! –volvió a decir Rena que ya había descorchado el champan.
–Hay cosas que nunca cambian– dijo Simón, quitándole la botella para llenar las copas.
Amelia y Evan se levantaron avergonzados mientras los demás les vitoreaban. Ella sentía que ese momento, iba a traer consigo una nueva etapa en su vida y estaba deseando empezar a vivirla de inmediato. Además, no podía dejar de mirar a Evan, que durante ese tiempo se las había ingeniado para estar aún más guapo.
Trian alzó su copa y les miró a ambos a los ojos.
–Este es el brindis que no pudimos hacer ese día en la casa árbol. El brindis de la victoria. Pero, sobre todo, es por vosotros. Solo deseo que la vida os dé lo mejor que tiene, que viváis cada día disfrutando el presente y que os colméis de amor... Pero, por favor, esperar a que nos marchemos para eso... Am, sí, y otra cosa más ¡que me dejéis organizar la boda!
–¡Ah, no! ¡Eso sí que no! –dijo Evan riendo.
–Pero... si te ayude a elegir el anillo... ¿Es que no te fías de mí? –le preguntó haciendo un puchero.
–¿Le pediste a él que te ayudase a elegir el anillo? –preguntó el tío Samuel ofendido. –¡Que ingrato! ¡Pero si yo te he cuidado durante años!
–No te ofendas, Samuel, pero... muy estiloso no es que seas– le dijo Trian con sarcasmo.
Aquello detonó en una discusión sobre la organización de la boda, en la que no dejaron participar a los novios, que se escondieron en la habitación para huir del barullo que se había montado.
–Están todos un poco locos– dijo Amelia riendo.
–Bueno... así son las familias.
–Tenía ganas de verles... Pero... tenía muchas más de estar contigo a solas– dijo Amelia sonrojándose.
–No te imaginas las ganas que tenía yo... Ha sido una tortura, pero por fin, podremos estar juntos.
Se miraron en silencio unos segundos.
–Los voy a echar...– dijo Evan decidido. –Ya me disculparé con ellos después–. Abrió la puerta dispuesto a decirles que se fueran, pero en el salón ya no había nadie. Se habían ido por sí mismos.
–Bueno, están locos... pero parece que aún les queda algo de lucidez, jajaja– dijo Amelia riendo.
–A mí sí que no me queda lucidez –dijo él con voz profunda, mientras volvía a cerrar la puerta y la miraba con intensidad. –Diecinueve meses, han pasado diecinueve meses... espero que estés preparada.
–Te aseguro que lo estoy... estoy más que preparada– respondió ella, sonriéndole con picardía.
Los siguientes dos días fueron intensos. Los pasaron encerrados en aquel apartamento sin saber muy bien cuando se cansarían de tanto amor. Sin embargo, parecía que esa fuente era inagotable. Previsoramente, Evan había dejado la nevera bien surtida y no necesitaron salir en ningún momento.
–¡Os vais a matar! – gritaba Trian preocupado al otro lado del teléfono. –¡Eso no es sano, hombre!
–¿Qué quieres? –preguntó Evan molesto.
–Veamos... estoy entre las rosas y las peonías... A mí me gustan más las segundas, pero quizás un estilo clásico vaya mejor con vosotros...– parloteaba éste desde el auricular, mientras a Evan se le activaba el tic de su ceja.
–Las que tú quieras... ¿puedo colgar ya? –le respondió Evan suspirando.
–No, no, espera... ¿Mar o montaña? Bueno, es que va a ser al aire libre. No veas lo bonito que quedaría en la playa... aunque también me gusta en el bosque, estilo silvestre...– Trian hablaba sin dejar tiempo a contestar.
Evan miró a Amelia, que dormía plácidamente a su lado.
–Ninguna de las dos... será en el lago– le dijo sonriente, con voz suave.
–Dios mío, que cursi que eres...– se burló Trian.
–Ahora sí que te cuelgo, adiós.
Tras colgarle a su amigo, que seguía hablando sin parar, se acercó a Amelia y la abrazó.
–Tengo ganas de casarme contigo...– le dijo en un susurro.
–Dios mío, que cursi eres...– se mofó ella.
–Sí que lo soy... Pero, es por culpa de una chica del espacio que llegó un día a mi vida y me la cambió entera. Cambiándome a mí también por el camino.
–Sí... a mí me paso algo parecido con un capitán algo bruto y gruñón, que me hizo darme cuenta de lo maravilloso que era estar enamorada– le dijo, girándose para mirarle.
–¿Quién es la cursi ahora?
Se miraron con complicidad unos segundos y, después, se besaron. Como harían cada día al despertar durante el resto de sus vidas en aquel mundo que cambiaba a su alrededor.
FIN
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