45. Un cálido frío
–¡Es aquí! – se oyó decir a alguien y, unos segundos después, la puerta de la cabaña se abrió de par en par. Varios hombres, ataviados con ropas naranjas que les cubrían incluso la cara, entraban como una estampida. – ¡Esta aquí! – volvió a gritar uno de ellos hacia el exterior.
Se acercaron a Rena y le dieron unas ropas como las que ellos llevaban.
–Vístase, señorita, la llevaremos a un lugar seguro– le dijo uno de ellos.
Rena se vistió bajo la manta y sintió que sus pies comenzaban a descongelarse al ponerse esas botas.
–Muchas gracias...– musitó, exhausta por la experiencia.
Salieron al exterior y la ayudaron a subir a un helicóptero, que, debido a la tormenta, no había sido capaz de escuchar. Una vez en el aire, le ofrecieron una bebida caliente mientras se quitaban los pasamontañas que tapaban sus rostros. Ella los miró buscando al muchacho, pero no estaba allí.
–¿Dónde está él? –les preguntó.
Ellos se miraron entre sí con preocupación.
–Bueno, nos llamó desde su coche y nos dio las indicaciones para que viniéramos a buscarla... –comenzó a decir uno de ellos. – Pero se cortó la comunicación y no hemos podido dar con él – vio entonces que ella se asustaba. –No se preocupe, seguramente esté bien, con esta tormenta es normal que se corten las llamadas... le encontraremos.
Pero a Rena no le pareció muy convincente lo que ese hombre le decía. La llevaron hasta un pueblo, cercano a la tienda donde ella había intentado robar, y bajaron del helicóptero. La hicieron pasar a un pequeño edificio donde más personas, vestidas también de naranja, se afanaban por atender las llamas de ciudadanos que habían quedado aislados por le nieve.
–Está siendo una noche terrible –le dijo su rescatista. –A mucha gente les ha pillado de improviso la tormenta... por favor, siéntese allí– dijo señalando una zona de espera donde varias personas estaban sentadas.
Ella obedeció y se sentó. Sin embargo, no era capaz de relajarse, su preocupación por el joven no hacía más que aumentar. Volvió a mirar el reloj que él le había dado. << ¿Dónde estará?>> se preguntó inquieta.
–¡Ha habido un desprendimiento de nieve! –escuchó gritar a una mujer. –¡En la carretera de la montaña, por ahora no saben si hay coches sepultados! ¡Preparad los equipos, vamos hacia allí!
Rena notó que su corazón se aceleraba. << ¿Es posible que él estuviera allí?>> pensó y volvió a mirar su muñeca. Aquel reloj parecía susurrarle algo y, sin pensárselo dos veces, se levantó y se encaminó hacia la puerta.
–¿A dónde cree que va? – le preguntó otro de los rescatistas. –No se puede salir, espere a que termine la tormenta– le ordenó enfadado.
Rena volvió a su sitio, pero confiaba ciegamente en su intuición, pues nunca le había fallado. Así que se levantó y fue al aseo. Cuando llegó allí, vio una pequeña ventana alta que daba al exterior. La abrió y notó la fuerza del viento entrar por ella. Cogió aire y, ayudada por una papelera de metal, se impulsó para salir.
Una vez fuera, el viento la comenzó a empujar con fuerza, pero no pensaba volver a entrar; debía comprobar que aquella avalancha no había sepultado a ese amable joven, por lo que se encaminó hacia su nave.
Sabía que la había dejado cerca de la carretera, pero la ventisca no la dejaba ver nada. Pulsó un botón de su pulsera y un mapa se holografió frente a ella, mostrando el punto donde se encontraba su nave. Estaba cerca, solo tenía que lograr llegar hasta ella.
Siguió caminando con gran dificultad entre las dunas de nieve virgen que la engullían a su paso, era un trabajo titánico desplazarse por allí, pero no se dio por vencida y logró llegar hasta la nave. Se subió rápidamente poniendo la calefacción y, en cuestión de segundos, el interior estaba caldeado.
–No me falles ahora, luego prometo arreglarte– le suplicó a ésta, mientras la hacía despegar y enfiló en dirección a el enorme montículo de nieve que tapaba gran parte de la carretera.
Extendió otro panel en él se podía ver una radiografía del interior del alud y, como esperaba, un coche permanecía volcado en su interior. Su corazón latió con fuerza mientras se encaminaba hacia allí. Desplegó los brazos hidráulicos de la nave que se sumergieron con fuerza en la nieve. Esos brazos, estaban concebidos parar extraer materiales de rocas y meteoritos, por lo que la nieve no era ningún reto para ellos. Agarraron el coche por ambos lados y comenzaron a tirar de él, sacándolo de su entierro.
Rena creyó que se le detenía el corazón al ver el interior del automóvil; el joven yacía inconsciente con una gran brecha en su frente y casi completamente cubierto de nieve. Bajó rápidamente y, usando los brazos de su nave, arrancó la puerta del coche y consiguió llegar hasta él. Tomó su pulso, era débil, pero su corazón aún latía y eso le dio esperanzas. Lo sacó del coche y lo subió a la nave.
Luego puso el piloto automático y la nave despego, mientras ella lo arrastraba hasta un pequeño cuarto. Ese modelo de capsulas, eran las que usaban en los viajes largos y disponían de habitaciones y aseo.
Le quitó las ropas, que estaban mojadas por la nieve, y le puso una manta eléctrica para calentar su cuerpo. Luego abrió su botiquín y tomó sus constantes. Milagrosamente había sobrevivido; suspiró aliviada y, después, curó la herida de su frente. Tras esto, volvió a tomar los mandos de su nave, que comenzaba a fallar de nuevo debido a la avería.
Logró llegar hasta una ciudad cercana donde la tormenta ya no estaba haciendo estragos. Aparcó la capsula y fue rápidamente a ver como se encontraba el herido.
Para su sorpresa, cuando llegó a la habitación él estaba despierto y miraba perplejo a su alrededor. Luego la vio a ella.
–¿Dónde estoy? ¿he muerto? –preguntó conmocionado.
Rena no pudo evitar reír ante ese comentario.
–No, no estás muerto– le dijo para tranquilizarlo. –Aunque poco te ha faltado–. Se acercó a él y se sentó en la cama, luego le miró.
–Te vino una avalancha de nieve encima... pero estas vivo. No debí dudar de tu capacidad de supervivencia– dijo sonriente mientras se quitaba el reloj y se lo devolvía. –¿Cómo te encuentras?
Él la miraba aún aturdido. Recordaba la avalancha, no había tenido tiempo de mover el coche y le pilló desprevenido. Se echó entonces la mano a la frente y, después, la miró esperando ver sangre.
–He curado tu herida– le dijo ella.
–Vaya... gracias– murmuró.
Fue entonces, cuando se percató que no llevaba ropa. Levantó un poco la manta que le cubría y vio que realmente no llevaba nada y, rápidamente, volvió su vista hacia ella; que trataba de aguantarse la risa.
–Supongo que ahora estamos en paz– se burló ella, mientras comenzaba a reír para enmascarar su pudor.
–Sí, jajaja, supongo.... Aunque, tengo que decirte que yo no miré.
–Vaya, que caballeroso– dijo Rena levantándose. –Supongo que entonces, no estamos en paz– añadió en un susurró, mientras iba hacia la pequeña cocina de la nave y preparaba un té caliente. – Toma, te ayudará a recuperarte.
Él seguía mirándola como si fuera una aparición, mientras ella desviaba la suya hacia otra parte, evitando esos ojos azules que tanto la estaban perturbando.
–¿Cómo lo has hecho? Digo, sacarme del coche... Y, este extraño vehículo en el que estamos... ¿Qué es? Jamás había visto nada igual.
–Veo que tienes muchas preguntas... –suspiró ella. –¿Te importa si no te contesto por ahora?...
Simón se quedó mirándola extrañado. Su espíritu detectivesco, no le permitía dejar pasar todo aquello y tenía demasiadas preguntas. Sin embargo, esa mujer le había salvado la vida, así que suprimió como pudo esa parte de sí mismo.
–De acuerdo, pero... voy a necesitar que me des alguna explicación sobre esto. Así que ve pensando en una buena mentira– le dijo sonriéndole.
–¿Mentiras dices? –preguntó ella con ironía. –Tiene gracia que me digas eso, porque la inscripción de tu reloj, no parece la que se haría en un objeto que pasa de generación en generación...
–Sí, me has pillado... era una mentira muy obvia.
–Bueno, te lo puedo perdonar, estábamos en una situación... digamos que peligrosa– dijo ella recordando el frío que había sentido.
–Peligrosa se queda corto, creí que moriríamos los dos– musitó él recordando también.
–Entonces ¡eres un gran actor! –bromeó Rena. –Me creí completamente que lo tenías todo controlado ¿es eso a lo que te dedicas? ¿eres actor? –le preguntó, recordando la inscripción de su reloj. Quería poner a prueba su sinceridad.
–No...– dijo él preocupado por no desenmascarar su oficio, pues estaba seguro de que ella escondía algo y quería descubrir que era. –Soy técnico de seguridad, trabajo en una empresa creando equipos de vigilancia. Por eso en la inscripción ponía lo de la brigada, así nos llamamos entre nosotros– mintió sin titubear.
–Vaya, que interesante... –contestó ella, sin creer ni una palabra. –Bueno, dejaré que te recuperes. He metido tu ropa en la secadora, en unos minutos estará lista, pero tu abrigo no cabe. Tendrás que esperar para poderlo secar –y, dicho esto, salió de la habitación cerrando la puerta y suspirando con fuerza. <<Oculta algo. Necesito descubrir que es y, también, si puedo confiar en él>> pensó preocupada.
El agente Spencer se quedó solo en ese pequeño habitáculo futurista. Se acordó entonces de algo, fue hasta su abrigo y miró en el bolsillo, por suerte seguía ahí. << Esto es cada vez más extraño... debo descubrir que esconde>> pensó determinado. Luego se incorporó y vio un espejo frente a él. Se miró confuso buscando la herida de su frente, pero, para su sorpresa, no había nada más que una pequeña cicatriz, casi imperceptible, donde antes supo que había una gran brecha. <<Realmente extraño...>> volvió a pensar tocando la herida ya cicatrizada.
Cuando Rena le dio su ropa seca, pudo al fin vestirse, y dejar de sentirse como un pervertido estando desnudo en aquella caravana acompañado de una mujer desconocida. Salió del cuarto mirando a su alrededor sin poder creerse donde se encontraba.
Vio a Rena sentada a los mandos de la nave. Se acercó y se sentó en el asiento del copiloto mirando el panel de mandos sin ver nada en él; no tenía ni tan siquiera un botón.
–Veo que ya estas recuperado... Simón Spencer –le dijo ella con retintín.
–Sí– contestó él suspirando al darse cuenta que su nombre aparecía en el grabado del reloj. –Y tú, ¿cómo te llamas?
Su pregunta vino acompañada de una mirada profunda y una sonrisa despampanante, que hizo a Rena tensarse y recordar lo atractivo que le resultaba ese hombre.
–Rena...– murmuró mientras tocaba su pelo, nerviosa.
–Rena ¿qué más? –insistió él, tratando de descubrir su apellido.
–Sólo Rena –volvió a responder con firmeza.
–Bueno, Rena... Tengo algunas preguntas que me gustaría hacerte... –comenzó a decir, pero ella le interrumpió.
–Ya sé lo que me vas a preguntar, y te ahorro el trabajo– suspiró y le miró. –Soy ingeniera, trabajo en una empresa de aeronáutica y esta nave es un prototipo que estoy testando. Pero, esta tarde me dio problemas, y necesitaba aceite de motor para arreglarla. Como dejé mi cartera en la empresa, no me quedó otra que robar el aceite. Pero... iba a pagarlo después, nunca robaría– mintió, tratando de ser convincente.
El inspector la miró con desconfianza.
–¿Ibas a pagarlo... con esto? –preguntó enseñándole lo que ella había dejado en la estantería de la tienda y era el motivo por el cual él la había tratado de alcanzar, desencadenado toda aquella desastrosa situación. –Creo que con algo así, podrías comprar mucho aceite de motor.
Rena miró el pedazo de exotita que había dejado en la tienda, pues sabía que era un mineral preciado para los terrícolas. Se daba cuenta que había sido un error dejarlo, pero no quería robar sin más. Miró de nuevo al joven, que la observaba esperando una respuesta, y sin más empezó a reírse, cosa que hizo que Simón hiciera un gesto.
–¡Es falso! –exclamó. –Es un mineral, parecido a la exotita, que utilizamos para calibrar algunas máquinas. ¿Creíste que era real? ¿Por eso me seguías?
Él volvió a mirar el pedazito alargado en su mano. Estaba seguro de que era real, pero también sabía que eso era una locura. Extendió la mano y se lo devolvió a Rena.
–No vayas dejando estas cosas por ahí, podrían generar situaciones peligrosas –dijo suspirando, mientras giraba la cabeza para mirar el exterior. –¿Dónde estamos?
–No lo tengo claro, pero es una ciudad cercana... Si pudiera conseguir ese dichoso aceite, te podría llevar a tu casa– murmuró ella.
–Bien, pues vayamos a buscarlo– resolvió el inspector, mientras se levantaba.
–¿Dónde? La nave no funciona y no conozco esta zona– dijo preocupada, pues apenas había pisado las calles de ese planeta desde que llegó. La asustaba ir sola y, el único hombre con el que había hablado, era él.
–Preguntando se llega a Roma –dijo él sonriente, pero vio la cara de extrañeza de ella. –¿No habías escuchado esa expresión nunca?
–Pues, no...
–¿Eres de éste planeta? –preguntó burlonamente.
Sin embargo, aquella pregunta pilló a Rena desprevenida, y comenzó a titubear.
–Cla... ¡claro que soy de éste planeta! Pero no lo había escuchado... –respondió poniéndose a la defensiva.
–Vale, perdona –dijo él, mientras la miraba con escepticismo. –Bueno, salgamos. Seguro que podremos conseguir un poco de aceite en algún sitio.
Bajó tras él algo preocupada. Pero, poco después, descubrió que ese joven era un tipo de lo más persuasivo. Tras tocar a la puerta de una casa, logró que el propietario le diera una lata de aceite, diciéndole que se la había estropeado el coche y que no llevaba cartera.
–Anda que ir los dos sin cartera... –Suspiró él sonriente. – Creo que la mía debe de estar con mi móvil, haciéndose compañía en el fondo del lago.
Rena ya no hablaba, pues estaba demasiado preocupada de desenmascararse si lo hacía. Pero eso, tampoco pasó inadvertido para el agente, que estaba especializado en sacar a relucir la verdad y no pararía hasta saberla. Cuando llegaron, Rena la pidió que entrase mientras ella iba a arreglar el motor, pues no quería que él descubierta los entresijos de la nave.
Él le hizo caso de buena gana, ya que quería escudriñar el interior en busca de pruebas. Buscó arduamente, pero para su desilusión, no encontró nada. De hecho, ni siquiera fue capaz de abrir ningún cajón o hacer funcionar el cuadro de mandos.
–Pero ¿esto que carajos es? –Murmuró molesto, tras sus infructuosos intentos. En ese momento y sin saber cómo, logró encender el cuadro de mandos que se holografió frente a él. – Vaya...– exclamó sorprendido y comenzó a teclear. Tocó varios botones, sin saber muy bien qué hacía, y de pronto apareció la imagen de Rena. Llevaba el pelo de distinto color y vestía una especie de uniforme en tonos blancos y grises.
–Rena, hija, sé que quieres encontrar un planeta habitable para nosotras, pero si no lo encuentras, no te fustigues y vuelve. Selena te necesita y yo también. No lo olvides, te queremos y esperamos que vuelvas a casa lo antes posible– la imagen se detuvo en ese punto.
Simón no sabía que pensar. Esa mujer idéntica a ella ¿era su madre? ¿por qué hablaba sobre planetas habitables? Y, mientras se hacia todas estas preguntas, una mano paso por su lado tocando la pantalla y haciendo desaparecer el cuadro de mandos. Se giró con rapidez y allí estaba ella, mirándole con un gesto indescriptible.
–¿No podías quedarte quieto? –le preguntó con acritud. –¿No podías simplemente creer lo que te dicho, dejar que te llevase a tu casa y olvidar el asunto?
–¿Esa era tu madre? –preguntó, haciendo caso omiso a lo que ella le estaba diciendo. –¿Vienes de otro planeta? ¿Qué significa todo esto?
Rena suspiró con fuerza y se sentó.
–Solo tengo dos opciones... contártelo todo o...–volvió a mirarle y otra vez suspiró. –Ponte cómodo, es una historia larga.
Rena miró a Trían que no había parpadeado en todo ese tiempo.
–¿En serio? –preguntó él. –¿Fue así como os conocisteis? Vaya, solo se me ocurre decir... que es una historia un poco fría– bromeó, tratando de aceptar por lo que le acababa de narrar.
Ella agarró la mano de Simón, que estaba sentado a su lado y él la miró con sus profundos ojos azules, que, en todos esos años, no habían perdido ni un ápice de su color; y le sonrió.
–Sí, un frío muy cálido– dijo ella en voz baja, mientras le devolvía la sonrisa. –Después de aquello, no nos pudimos separar. Aunque, tu padre tardó bastante tiempo en decirme que realmente era inspector y, que, aunque lo que debería hacer era detenerme, se había enamorado de mí... al igual que hice yo de él.
– Dios, que cursis sois, creo que voy a vomitar...– respondió Trian, arrugando la nariz. Sin embargo, en el fondo sentía que conocer esa parte de sus vidas le estaba llenando un agujero en su corazón. Un hueco que llevaba mucho tiempo creciendo, sin que él quisiera darse cuenta.
–¿Tienes más preguntas? –le preguntó su padre, algo abochornado por contarle todo aquello. Para él, había pasado ayer mismo, pues esos recuerdos siempre estaban presentes en su memoria.
–Sí, muchas. Pero... creo que esperaré un poco más para preguntároslas, es mucho que asimilar...– dijo levantándose de la silla y saliendo de la habitación.
Rena y Simón se quedaron mirándose en silencio.
–En ese momento ya lo supe... supe que eras tú– le dijo él, acariciando su mejilla. –Y que no podría haber nadie más.
–Debiste rehacer tu vida...– susurró ella, mientras trataba de contener las lágrimas. –No sabías si iba a volver.
–Sí que lo sabía, sabía que volverías de un modo u otro. Siempre lo he sabido– tras decir esto, se acercó y la besó. –¿A qué otro sitio ibas a ir?
Trían salió de la habitación, fue directo hacia Harper y le abrazó.
–¿Qué te pasa? –le preguntó con preocupación.
–¿Tenía que ser una historia tan bonita? ¿En serio?... ¿No podían haberse conocido en un antro y echado un polvo en los baños? No... tenía que ser una increíble historia de amor– refunfuñó, apoyando la cabeza sobre su hombro. –¿Cómo voy a seguir enfadado con ellos, al ver la forma en que se miran? ¿De cómo se siguen queriendo, después de treinta y ocho años separados? –murmuró apesadumbrado.
–Quizás deberías dejar de estar enfadado con ellos...– le susurró.
–Supongo que sí... debería de dejar de estar enfadado con ellos...
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