41. El camino
La alférez tuvo que separarse ellos, no podía permitir ser descubierta ayudándoles a escapar.
–Si continuáis por este túnel, llegareis a una salida. Allí hay una cápsula que podéis utilizar, id rápido, ahora mismo están saliendo detrás de la sospechosa. Es vuestra oportunidad de huir sin levantar sospechas.
–No sé cómo darte las gracias– le dijo Evan a aquella mujer que lo miraba con extrañeza.
–Si es cierto todo lo que hemos descubierto sobre tu mundo, espero que algún día podamos volver a vernos, y entonces te pediré un favor a cambio– dijo sonriéndole. – Venga, marchaos.
Salieron corriendo en la dirección que les había indicado, pero Amelia parecía cansada.
–¿Estas bien? –le preguntó preocupado. –Déjame que te lleve...
–No, mi dignidad... está en juego... –respondió con dificultad mientras corrían.
–Siempre tan terca...– suspiró él.
Llegaron hasta la cápsula y la abrieron para subir, pero, en ese momento, un grupo de soldados los rodearon.
–¿Dónde creéis que vais? –dijo la capitana Issiris. –¿De verdad creíais que me la volveríais a jugar?
Rena se situó frente a Amelia y Evan para encararla.
–Déjanos ir, solo queremos volver a La Tierra.
–Esto no funciona así, Rena. No hemos ni terminado de firmar la tregua y ya estas ayudando a escapar al prisionero... ¿Crees que esto es una broma? ¿Es que no nos respetas en absoluto? –le recriminó molesta.
–No hay motivo para que esté preso. ¿De qué delito se le acusa? ¿su delito es ser un hombre? –le espetó.
–¡Sí! Nunca debimos dejar que los hombres nos corrompieran. Mira nuestra nave... mira todo lo que ha pasado. ¿No es eso una prueba del poder corruptor de ese género inferior? ¡Nosotras vivíamos en una sociedad perfecta y, el solo hecho de hablar de ellos, ha deformado los pilares que tanto nos costó forjar!¡Es la prueba de que los hombres son mentalmente inferiores! Tu misma nos narraste la historia de La Tierra; en el último siglo no han mejorado en nada. Destruyeron su propio mundo mientras se masacraban entre ellos por los recursos. Se abocaron a un cambio climático que destruyó casi toda su civilización y la vida de su planeta. ¿No es eso síntoma y resultado de su propia necedad? ¿Por qué los defiendes con tanta vehemencia?
–¡Porque pueden cambiar!¡Porque están cambiando! –respondió Rena.
–¿Cambiando? No me hagas reír... Si son capaces de matarse entre ellos por energías finitas ¡¿Que no harán para robarnos las nuestras?! ¿Piensas realmente que no van a tratar de robarnos nuestra materia? Eres más ingenua de lo que pensaba Rena... y, esa ingenuidad, es demasiado peligrosa para nosotras.
–Déjanos marchar, Issiris– le repitió cansada.
–No, nadie más va a ir a ese planeta podrido ¿me oyes? ¡La tregua va a terminar hoy! ¡Jamás nos pondremos de acuerdo!
–¿Una dictadura? –se escuchó decir a Evan. –¿Esa es la sociedad que te parece justa? ¿Vas a repetir ahora los errores de mi mundo?
–¡No hablaré contigo! –gritó enfurecida. –¡No dialogaré con seres tan repugnantes como sois los hombres!¡Ni dejaré que ensuciéis nuestro mundo con vuestras miserias!
–Ese tipo de discurso es siempre el más peligroso ¡el del odio y el rencor! –volvió a decirle Evan. –Los hombres y mujeres de La Tierra, conocen sus propios errores y pelean para no repetirlos. Porque sabemos muy bien el resultado de ese deseo de poder.
–¡Disparadle! –ordenó Issiris.
Las soldados se miraron entre ellas inquietas.
–¡He dicho que le disparéis! –volvió a ordenadles llena de rabia.
Amelia sintió que todo había terminado, pero si debía morir allí, seria junto al hombre que amaba. Se puso frente él para protegerlo, seguida por Rena que no dejó de observar a todas aquellas mujeres a los ojos.
Una de las soldados bajó su arma y miró a Issiris.
–Yo no voy a formar parte de esto, no mataré a nadie. Nunca lo haré sin un motivo justificado– dijo mientras guardaba su arma.
El resto comenzaron también a dudar y a bajar poco a poco sus pistolas.
–¡Es una orden! –les gritó fuera de sí, pero ninguna estaba dispuesta a disparar. –¡Maldita sea!... lo haré yo misma.
Sacó su arma y apuntó a Evan mientras su mano temblaba sin poder evitarlo. Rena se acercó lentamente y se posicionó frente a ella, con el cañón de su arma apuntando a su cabeza.
–Quítate, Rena... debo hacerlo– dijo mientras la voz le temblaba. –Debo hacerlo...
–Issiris, nos conocemos desde siempre... hemos sido amigas; criado a nuestras hijas juntas y velado por el bienestar de esta nave. No eres una asesina, lo sé, este no es el camino. –Y, mientras le decía esto, cogió lentamente el arma de las manos de Issiris. –Encontraremos el camino juntas.
Las demás soldados guardaron también sus armas arrepentidas, pero sabiendo que no podían hacer algo tan ruin.
Amelia suspiró aliviada y miró a Evan que observaba la escena conmocionado.
–Nuestro mundo tendría que aprender mucho del vuestro...– les dijo con admiración. –Nunca pensé que viviría para ver un momento así. Quizás no seáis capaces de entenderme ahora, pero... sois la esperanza de la humanidad. Sois lo que deberíamos ser todos.
Issiris le miró con los ojos muy abiertos.
–Espero que no veas esto como un gesto de debilidad– le dijo con severidad mientras le sostenía firmemente la mirada.
–Al contrario, creo que es increíblemente valiente. Si los terrícolas hubiéramos sido así... nuestra historia sería otra.
Issiris se giró y comenzó a caminar hacia el interior de la nave, mientras el resto de soldados la acompañaban sin saber muy bien que hacer.
Rena se volvió hacia Evan y Amelia.
–Ahora sí, es el momento de irse. No creo que podamos repetir esto con las demás capitanas.
Subieron a la cápsula en silencio y salieron de la inmensa nave en dirección a La Tierra. Amelia observaba como su antiguo hogar quedaba tras ellos mientras se alejaban. Valorando lo valioso que era, la persona en la que la había convertido y la esperanza que en él se albergaba.
Evan cogió su mano con delicadeza y la miró a los ojos.
–Ahora lo entiendo, Amelia...– le dijo sonriendo mientras sus ojos se enrojecían. –Entiendo muchas cosas y entiendo por qué eres así. Por qué eres tan integra y valiente– se acercó a ella y la besó.
–Sigo aquí...– carraspeó Rena desde su posición de piloto. – Yo también soy muy integra así que... dejaos de carantoñas o doy la vuelta.
Sara tenía frente a sí la cápsula de Sirkin y, desde su interior, ésta la miraba con pasmo. Estaban orbitando La Tierra y, desde el momento en que Sirkin la había visto, se había dado cuenta del enorme error que había cometido.
–Sirkin, entrégate en este momento y vuelve conmigo a la Nave Madre– le dijo Sara a través del comunicador.
–¿Estabas... en la nave...? –preguntó consternada.
–Sí– le respondió con voz severa. –Debes volver en este instante o me veré obligada a destruir tu cápsula–. Mientras decía esto, Sara deslizó el cañón de su cápsula para apuntarle. –Aunque pensándolo mejor... espero que huyas, así podré disparate– le dijo con odio.
–Sa... Sara ¿por qué me amenazas así? –preguntó entre balbuceos mientras notaba que su corazón se rompía.
–¿Por qué? ¡Has intentado matar a Amelia!¡Eres una demente! –le gritó llena de ira.
–Yo... –musitó Sirkin.
Estaba contra las cuerdas y no sabía cómo reconducir todo aquello. Tenía la esperanza que Sara nunca se enterase de lo que había hecho. Pero, por lo visto, la suerte de Amelia era infinita y había sobrevivido a su envenenamiento. Sirkin maldecía su suerte y envidiaba la de ella, no entendía porque siempre era la perdedora de toda esa historia.
Puso sus manos sobre su cabeza, sabiendo que todo había acabado.
La mujer que más odiaba, estaba viva; y la mujer que más amaba, ahora la odiaba. No tenía motivos para seguir luchando. Sin embargo, si volvía a la nave, pasaría sus días presa y odiada por todas. Suspiró angustiada, mientras pensaba que su vida ya carecía de sentido.
Pensó en rendirse, pero, en ese momento, una idea cruzó por su alterada mente. Sí lograba convencer a Sara podría vivir con ella en La Tierra.
–Lo siento, Sara... yo lo hice por ti –comenzó a decir entre sollozos. –No soportaba verte sufrir por ella más tiempo. Siempre siguiéndola... perdiendo tu tiempo y tu felicidad por ella que jamás te amó... no te ha querido en absoluto. ¡Pero yo sí lo hago!¡yo te quiero más que a nada en el mundo!¡lo eres todo para mí! Por eso quise que ella desapareciera... todo lo que he hecho, ha sido por ti...
Sara estaba espantada con todo lo que le estaba diciendo.
–¿Me estás diciendo que es culpa mía que tratases de asesinar a Amelia?
–¡No! No te estoy diciendo eso... –se apresuró a negar Sirkin desesperada. Necesitaba encontrar las palabras que la convencieran, sin embargo, no lograba dar con ellas. –Yo... ¡Yo siempre fui la segunda en todo!¡la segunda en tu corazón! Nunca fui la primera en nada ni para nadie... ¿Sabes lo que duele sentirse así?
–Nadie te puso en ese puesto –le respondió Sara, fríamente. –Jamás me hablaste de tus sentimientos. Si has sido la segunda en todo, es porque nunca has luchado por ser la primera en nada. Eres el peor tipo de fracasada; eres la fracasada que se atribuyó el titulo sin luchar... ¡¿Ahora tratas de decir que has intentado matar a Amelia por amor?! ¡Lo has hecho por celos! Pero no estabas celosa de que yo sintiera amor por ella, ¡estabas celosa de ella!¡querías ser como ella! No... ¡tú siempre has querido ser ella!
La voz de Sara gritándole se le clavaba en el alma. Pero no era el grito, si no la verdad que se escondía tras sus palabras, lo que más daño le hacía.
–¡No!¡No estoy celosa!¡No quiero ser como ella! –respondió perdiendo los estribos.
–¡Ni nunca lo serás! ¡Ahora vuelve a la nave para que tengas un juicio! o ... ¡dame solo una razón y te destruiré en este mismo instante!
–¡Sara!¡ella ama a un hombre!¡¿Cómo es que no puedes comprender mis sentimientos?!¡¿Cómo es posible que no le odies a él, como yo la odio a ella?!
Sara exhaló un profundo suspiro.
–Porque, cuando amas realmente a alguien, quieres que sea feliz. ¡No le haces daño separándole de la persona que quiere!¡Eso no es amor, es posesividad! ¡Tú no me quieres, solo quieres tenerme!¡Robarme como si fuera propiedad de alguien!¡Arrebatarle algo a ella!
Sirkin estaba en shock, cogió los controles de su cápsula y se precipitó contra La Tierra. Ya nada le importaba, había perdido estrepitosamente, pero no pensaba volver a la nave para que todas la despreciaran.
–¡Detente! –le gritó Sara, pero la comunicación se había cortado. –¡Mierda!
Apuntó su cañón hacia la cápsula de Sirkin que iba directa hacia el planeta y, cuando ya la tuvo en el objetivo, su dedo se movió hacia el botón de disparo. Miró la cápsula alejándose, convencida de que, si no disparaba ya, se escaparía. Sin embargo, era demasiado buena como para matar a nadie. Recordó los momentos que había vivido con Sirkin. Habían sido amigas desde siempre; se habían reído juntas, bromeado, charlado y compartido sus pensamientos. No podía matarla y no entendía como ella sí había podido hacerle todo eso a Amelia.
–Si no puedo matarla, al menos la detendré, ¡cueste lo que cueste! –se dijo a sí misma.
Guardó el cañón y aceleró en su dirección; en un rápido descenso hacia aquel planeta azul, que emanaba una paz infinita en su eterna travesía por el universo.
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