38. Nave Madre
Rena estaba de camino. Se alejaba en su cápsula de la Nave Madre con el corazón encogido por la preocupación. Había pedido a Airis que no dejase que Selena supiera que se había ido a de vuelta a La Tierra, a lo que ésta acepto de mala gana.
Debía llegar cuanto antes, presentía que algo malo iba a pasar y, ese pálpito, no solía andar equivocado; por lo que, en un segundo, desapareció sumida en el hiperespacio.
El inspector Takeshi y la sargento Adriana, organizaban sus equipos en el exterior de la torre. No sabían cómo se había filtrado la información que le había llegado a los sospechosos, pero, ahora, esa operación, que iba a ser sencilla en un principio, se estaba complicado. Por lo que habían tenido que movilizar a muchos más hombres para poder entrar en la enorme y acorazada torre.
–¡Takeshi! –gritó molesta la sargento. –¡Se ha fugado!¡la chica que teníamos detenida!... ¡alguien de dentro la ha ayudado a escapar!¡no me lo puedo creer!
–¿Quién habrá sido? –preguntó él con su habitual parsimonia.
–¡Y, yo que sé! Bueno, entremos en esta maldita torre y detengamos a esos dos. Con suerte, se habrán comunicado ya con su nave, así tendremos algo más que puras conjeturas... ¡Después de esto, me pienso coger unas buenas vacaciones!
–Siempre dices lo mismo...– murmuró él.
–¿Qué dices?
–Nada...
–Entraremos en veinte minutos. Avisa a los equipos especiales por si necesitamos que intervengan; aunque, primero... intentaré ser diplomática– dijo arreglando el cuello de su camisa.
–Porque te obliga el protocolo... –volvió a murmurar.
–Como sigas murmurando cosas, te relego– espetó airada, después, miró hacia la puerta de acceso a la torre. – Venga, vamos–. Y comenzaron a andar hacia la entrada. Pero, antes de poder entrar, salieron de su interior varios agentes armados.
–Apártense, esto es una investigación federal –les ordenó, mostrando la acreditación que colgaba de su cuello.
Sin embargo, ellos no se movieron ni un ápice. Apareció entonces el Doctor Rugers, pasando entre ellos, hasta quedar frente a los inspectores.
–¿Qué desean?
–Déjenos entrar, Doctor. No quiero tener que hacerlo por las malas.
–Esta es una propiedad privada, no pueden entrar– les recriminó molesto. –Váyanse.
–No nos iremos, sabemos que oculta a varios sospechosos ahí dentro y, aunque sea propiedad privada, tenemos derecho a entrar.
–¿Sospechosos? –preguntó poniendo cara de sorpresa. –¿Qué sospechosos? ¿de qué delito?
–Doctor, no se haga usted el tonto que todos sabemos que no lo es. Si no obedece tendremos que entrar por la fuerza y no importará su influencia ni su estatus. Nadie está por encima de la ley– Adriana comenzaba a perder la paciencia y su tono ya no era en absoluto dialogante. –Se lo repito, déjenos entrar –le advirtió, mirándole con fiereza.
–Y yo le reitero que esta es una propiedad privada, tengo derecho a defenderla y así haré. Si quieren entrar, consiga que un juez os de una orden, pero dudo mucho que vayan a encontrar alguno– miró a los agentes que le escoltaban y les hizo un gesto. Después entró en la torre despacio, tratando de disimular su cojera.
–Maldito viejo... –murmuró furiosa y miró a su compañero. – Va a tener que ser por la fuerza entonces.
–No creo que sea una buena idea... este lugar está fuertemente vigilado. Es muy difícil llegar hasta arriba del todo. Deberíamos hablar con nuestros superiores y tratar de conseguir esa orden– contestó Takeshi siguiendo, como siempre hacia, la lógica y el protocolo.
–Eso solo nos demorará más y los sospechosos podrían huir. No podemos arriesgarnos, pediré más refuerzos, pero tenemos que entrar ahí ahora.
Adriana estaba decidida y Takeshi sabía que era una tarea imposible convencerla de otra cosa.
Mientras tanto, Trian y Sara seguían caminando casi a oscuras por los sótanos subterráneos, resquicios de una época pasada. Sara miraba hacia todas partes inquieta.
–No te preocupes, pronto estaremos con Amelia– le dijo para tranquilizarla. –Por cierto ¿por qué viniste a La Tierra? ¿estáis haciendo algún tipo de Erasmus aquí? –dijo sonriente.
–¿Erasmus? –preguntó ella confusa.
–Nada, déjalo, era una broma tonta. Pero, en serio, ¿por qué viniste?
–Vine a por Amelia... quería volver a llevarla conmigo a nuestro hogar...
–Ya veo... parece que esa chica se gana el corazón de todo el que la conoce– dijo en un suspiro. Sara lo miró con recelo. –No te preocupes, creo que mi amor por ella es platónico...
–¿Platónico? –volvió a preguntar haciendo un gesto.
–Madre mía... ahora veo cuanto estudio Amelia antes de llegar a La Tierra, jajaja. Ella aprendió realmente rápido sobre nuestra cultura e historia, siempre ha sido capaz de entender todas mis bromas.
–Sí, siempre fue un cerebrito– murmuró Sara. –La primera en todo. Yo siempre estuve en un segundo puesto, mirándola desde abajo. Sin embargo, no sentía celos, era más bien admiración
Su voz sonaba nostálgica. Ella esperaba volver a otra época en la que había sido más feliz. Pero Trian sabía que eso era imposible, aunque no creía que ese fuera el momento de divagar sobre esos temas.
–Hemos llegado– dijo apuntando su linterna hacia una puerta metálica enorme. Se acercó a un panel con teclas, al que tuvo que quitarle el polvo, y comenzó a pulsar números. Después la puerta se abrió, haciendo mucho ruido y levantando aún más polvo a su paso. Entraron a una sala vacía en donde no había ninguna puerta más y Sara le miró dudando sobre aquel plan.
–Siento decirte, querida, que no es una puerta lo que buscamos– dijo mientras apuntaba la luz de su linterna hacia el techo. En él, podía verse una rejilla de ventilación. –Espero que no sufras de claustrofobia.
–Me supone un mayor problema la cantidad de porquería que debe haber ahí dentro– dijo haciendo un gesto de desagrado.
–Sí... va a ser un asco, pero no nos queda otra– dijo agachándose y ofreciéndole su espalda para subir. –Venga sube tú primero.
–Prefiero ir después de ti...– le dijo preocupada.
–Bueno, pues entonces te va a tocar auparme– dijo Trian sonriendo, aunque algo preocupado.
–Estoy más fuerte de lo que piensas– apuntilló agachándose bajo la rejilla.
Trian suspiró, puso su pie en la espalda de ella y, haciendo de tripas corazón, se impulsó hacia arriba sujetándose a la rejilla con ambas manos. Con los pies en la espalda de Sara, pudo soltar la rejilla usando las manos y la tiró al suelo. Después se deslizó dentro del estrecho conducto, que, como prevenían, estaba bastante sucio.
–¿Estás bien? ¿te he roto la espalda? –preguntó mientras le deslizaba una cuerda.
–Eres un peso pluma– respondió ella cogiendo la cuerda y trepando con maestría.
–Tú has hecho esto antes ¿verdad? –le preguntó sorprendido.
–Sí, pero nunca en un ambiente como este...– dijo mirándose asqueada las manos que estaban completamente llenas de polvo.
–Bueno, pues nos quedan unos cuantos metros de arrastrarnos por aquí... te lo digo para darte ánimos– añadió mientras enfocaba el largo conducto con la linterna.
–¿Todos los hombres de La Tierra sois así de buenos dando ánimos? –preguntó con ironía.
–No, esa es una habilidad que tenemos unos pocos– sonrió y comenzó a arrastrase por el angosto conducto.
Amelia estaba enfadada. Movía la pierna con nerviosismo mientras miraba, sin descanso, la enorme pantalla esperando que alguien los informase de algo, de lo que fuera. No era capaz de soportar esa sensación de impotencia y falta de control. Evan no decía nada, cada vez que había tratado de hablar con ella, había detonado en una discusión así, que, para evitarlo, se mantenía en silencio mirando hacia otro lado.
–¿Por qué no dices nada? –le preguntó Amelia, visiblemente molesta.
–¿Qué quieres que diga? –respondió él notando, de nuevo, el tic de su ceja aparecer.
–Pues, no sé... algo... ¿Por qué aún no nos han contactado? ¿habrá pasado algo? ¿habrán rescatado a Sara? Y mi abuela...
–Tendremos que esperar– resopló.
–Eso se te da muy bien a ti, pero yo no puedo– le reprochó mirándole con rabia.
–No voy a discutir más contigo.
Y volvieron al silencio, pero Amelia ya no lo soportaba más.
–Me voy– dijo levantándose. –Iré a ver qué ocurre.
–De eso nada.
–¿Y quién me lo va a impedir? ¿tú? –le retó.
–Si es necesario, lo haré... – amenazó con poca convicción.
–Me gustaría ver eso –y, dicho esto, empezó a andar hacia los ascensores.
–¡Te comportas como una niñata!
–¡Vaya! ¿En serio?¡Repite eso si te atreves! –contestó girándose enfurecida.
Evan suspiró, él también estaba nervioso y sabía que pelearse entre ellos no era buena idea. Pero lo que su mente pensaba y lo que salía por su boca, eran cosas totalmente opuestas.
–Que eres una ni...– comenzó a repetirle, pero la frase se quedó inconclusa, pues vio algo moverse tras las máquinas. Se acercó a Amelia haciéndole un gesto con el dedo para que guardase silencio. La cogió del brazo y la trajo hacia él, luego le susurró. –Creo que hay alguien aquí...
–¿Habéis terminado de pelearos? –preguntó Trian, que aparecía entre el cableado, con la ropa sucia y el pelo enmarañado, pero sonriente, como de costumbre.
–¡Trian! –exclamó Amelia. –¿Dónde está Sara...?
–Aquí mismo –se escuchó decir a Sara, que se asomaba detrás de él, sacudiéndoselos el polvo de la ropa. –Necesito una ducha urgente.
Amelia corrió hacia ellos y les abrazó.
–Qué alivio...
Trian miró a Evan preocupado.
–Abajó hay un problema muy gordo. No sé cuánto tardarán en llegar aquí, tenemos que pensar en algo, y rápido.
–Me lo temía... –respondió Evan echándose la mano a la nuca.
Después miró a Sara que no dejaba de observarle con un odio infinito.
–¿Es éste? –le preguntó a Amelia, con desdén. –¿Éste es el hombre por el que has abandonado tu hogar? Pero si te estaba insultando hace solo un momento... ¿qué te pasa Amelia?
–No, lo has entendido mal... era yo la que estaba portándose vehementemente. Estaba nerviosa y lo pagué con él– dijo volviendo su mirada hacia Evan. –Lo siento.
–No pasa nada, yo también lo siento –le respondió avergonzado, pues no solía disculparse y, menos aún, delante de otras personas. Sin embargo, desde que esa mujer estaba a su lado, no había dejado de hacer cosas que jamás habría hecho antes.
–No quiero ser yo el que rompa este tierno momento, pero...– interrumpió Trian y, después, miró la pantalla de su reloj. Tenía un mensaje de su padre y, en ese instante, su expresión se tornó de espantó. –¡Al suelo! –les gritó mientras saltaba sobre Amelia.
La explosión se sintió en fracción de segundos. Las máquinas que se extendían por la enorme sala, salieron volando por todas partes, cayendo a su alrededor.
Tras el estallido, fue un caos, a Amelia le zumbaban los oídos y, a su alrededor, todo estaba oscuro y lleno de polvo en suspensión.
–¡Amelia! –escuchó que la llamaban, como si fuera un eco lejano. No podía ver nada y sentía un gran peso sobre su cuerpo. De pronto, algo se movió pesadamente, y pudo ver a Evan levantando los escombros para sacarles. –¿Estás bien? –le preguntó preocupado, mientas el sol brillando tras de él.
Le tendió una mano y ella la cogió.
–¿Que... ha pasado? –balbuceó confusa. Miró a su lado y vio a Trian tendido. –¡Trian! ¿estás bien?
Él abrió los ojos y tosió.
–Sí... nos han lanzado un misil... estarán a punto de entrar... –dijo con dificultad, mientras se levantaba moviendo los trozos de techo que habían caído sobre él.
Sara apareció detrás de Evan, que ya ayudaba a Amelia a levantarse. Se giró y entonces vio el gran boquete frente a ellos. Faltaba la mitad de la pared; la fachada se había desprendido y el aire entraba con fuerza. En ese momento, vieron aparecer unos helicópteros que sobrevolaban el exterior del edificio.
Sara sacó su pulsera y pulsó algunos botones.
–Amelia, ya viene la nave. Nos iremos en ella– le dijo mirándola con firmeza. Después, los miró a ellos. –Solo hay espacio para dos personas... pero, si os entregáis, no creo que...
–¡No! –gritó Amelia. –¡No nos vamos a ir sin ellos!
Evan se acercó y la abrazó.
–Tenéis que iros, Sara lleva razón, a nosotros no nos pasará nada.
–Ni en broma voy a hacer algo así. Olvídalo ¡no lo haré! –les dijo, mirándoles con desesperación. –¡No lo haré!
–¡Están subiendo! –advirtió Trian, al leer otro mensaje de su padre. Luego abrió su chaqueta y sacó dos armas y le lanzó una a Evan. –Van armados, no creo que vengan a hacer amigos. ¿Cuánto dices que tardará en llegar esa nave? –le preguntó a Sara.
–No lo sé exactamente, pero... unos minutos– dijo tratando de hacer cálculos mentales. –Podrá entrar por ese agujero de la pared.
–¡Pues acerquemos allí y hagamos una barricada alrededor! –dijo Evan moviendo algunas máquinas para formar una trinchera. Se agacharon detrás con las armas preparadas en sus manos. Amelia y Sara sacaron las armas aturdidoras de sus pulseras.
–Cuando llegue esa nave, te subirás...– le dijo Evan con severidad.
–No...– respondió ella asustada.
–Por favor...– dijo él, mirándola con preocupación.
–Lo siento, pero no te dejaré aquí.
La puerta del ascensor de abrió y un grupo de hombres armados entró y se dispersó. Luego lanzaron una bomba de humo, que dejó cegados a todos, menos a ellas dos. Amelia le hizo un gesto a Sara para que fuera por uno de los lados, aprovechando que ellos no eran capaces de ver que ocurría. Se escuchó un disparo y el sonido del arma aturdidora, después, el humo se fue disipando poco a poco.
Sara estaba de pie con el arma que le acaba de quitar a uno de los hombres, que yacía en el suelo inconsciente. Los otros le comenzaron a disparar y ella les devolvió los disparos, escondiéndose tras un muro. Amelia aprovechó entonces para aturdir a otro soldado, que estaba distraído disparando a Sara. Evan se situó a su lado, mientras el resto de agentes comenzaban a acercarse con cuidado, se asomó y les disparó a los pies.
–¡Marchaos!¡No queremos que nadie salga herido! –les gritó, pero su advertencia no funcionó.
–¡Depongan las armas y salgan despacio! –les ordenó uno de los agentes. Trian se fijó en que otro se iba acercando a Sara por su espalda, sin que ella lo notase, y estaba a punto de dispárale.
–¡Sara! ¡al suelo! –le gritó mientras se levantaba para disparar al agente en un brazo. Ella se tiró al suelo evitando la bala, pero otro de los agentes vio a Trian de pie y le disparó.
Trian cayó al suelo, pero no fruto del disparo. Esta vez él era el salvado y no era otra persona, si no Amelia, quien había recibido la bala en su lugar. La miró estupefacto sin poder creerlo.
La nave entró por el boquete y se posó cerca de ellos. Evan miraba la escena sin poder creerlo. Tiró su arma y se acercó a Amelia, que se sujetaba el estómago con ambas manos.
–¿Dónde te ha dado? –preguntó angustiado mientras descubría la herida.
–Estoy bien...
Los agentes seguían disparándoles, mientras Sara miraba desde lejos a su amiga, pero no le quedaba otra que continuar tendida en el suelo, pues las balas no dejaban de impactar a su alrededor.
–Parece grave... sale mucha sangre– dijo Trian. – ¿Por qué lo has hecho? ¿por qué?
–No es momento para lamentaciones– le dijo Evan. – ¡Sara! ¡Abre la nave y llévatela para que le traten la herida!
Sara pulsó un botón de su pulsera y la puerta de la cápsula se abrió. Evan levantó a Amelia en brazos y la subió, atándole los cinturones de seguridad.
–¡Venga!¡tenéis que iros! –le volvió a gritar a Sara.
Pero ésta, no podían salir de donde estaba. Cada vez que trataba de acercarse, una lluvia de balas caía en su dirección. Miró angustiada a Evan.
–¡Ve tú!¡Ellas podrán salvarle la vida!
Evan entendió lo que le decía, subió en la cápsula y la puerta se cerró. Sara marcó la ubicación en su pulsera y la cápsula salió volando, dejándoles a Trian y a ella allí; en medio de aquella zona de guerra. Evan pudo ver como se rendían; lanzaron las armas al suelo y los soldados se fueron acercando a ellos despacio, mientras les continuaban apuntando con las suyas.
Mientras la capsula seguía subiendo con rapidez hacia el espacio, él tenía las manos sobre la herida de Amelia, que no dejaba de sangrar, y no sabía que debía hacer.
–¿Qué hago, Amelia? –le preguntó angustiando, pero ella no conseguía hablar. Miró tras los asientos y vio un maletín médico, lo abrió y observó esos aparatos sin saber cómo usar ninguno de ellos. Estaba desesperando y, mientras tanto, Amelia iba perdiendo poco a poco la consciencia. Siguió rebuscando ansioso hasta que vio uno que le sonaba; esa máquina que ella le había mostrado una vez y de la única que tenía una ligera idea sobre cómo se utilizaba.
–Vo...voy a usar esto– dijo enseñándoselo, ella lo miró y asintió.
Le subió la ropa para ver su herida, pero no era capaz de discernirla con claridad con sangre. Se armó de valor y acercó la máquina, apretó el botón y una sustancia salió de ella pegándose en la piel de Amelia, lo que hizo que el sangrado se detuviera un poco y Evan suspirase.
La nave ya había llegado al espacio y comenzaba a notaba la aceleración, síntoma de que iban a entrar en el hiperespacio en cualquier momento.
–Resiste...– le susurró mientras cogía su mano.
Sin embargo, la aceleración de esa pequeña nave, le hizo soltar la mano de Amelia sin querer. Haces de luces les envolvieron mientras la fuerza los aplastaba contra los asientos, haciéndole sentir nauseas. Por suerte, aquello duró poco, en cuestión de segundos, pudo ver lo que tenía delante y creyó que era un sueño; algo imposible, una visión.
Una nave gigantesca, del tamaño de una luna, se mostraba frente a él. Podía ver la zona superior, que se alzaba majestuosa, totalmente acristaladla, y en su interior se apreciaban edificios blancos con formas extravagantes. Todo estaba rodeado de una densa vegetación y, en el centro de la cúpula, una gran masa de aguas turquesa.
Los edificios se conectaban entre ellos por pasarelas y, algunas de ellas, llevaban a amplios jardines flotantes de los que caían cascadas de agua que iban a parar al lago. La imagen era impresionante, surrealista. Pero él no tenía tiempo de admirar las vistas. Volvió rápidamente la mirada para ver a Amelia y la encontró inconsciente.
–¡Amelia!¡No te duermas! –le gritó mientras volvía a coger su mano. –¡No te duermas, aguanta!
La cápsula giró alrededor de la Nave Madre y entró por uno de los hangares, estacionándose en el suelo. Evan no se lo pensó, cuando la puerta se abrió, cogió a Amelia y salió corriendo con ella en brazos, pidiendo ayuda. Ayuda que no tardó en llegar.
Un grupo de soldados les rodearon apuntándoles con sus armas.
–¡Por favor, salvadla! –les gritó desesperado.
Una de ellas se acercó con recelo y miró la cara de la chica que sostenía en brazos.
–¡Es Amelia, la hija de Selena!¡traed una cama, rápido! –ordenó preocupada.
Unos segundos después, llegaba una camilla volando y, sobre ella, iban dos mujeres vestidas de blanco. Se bajaron de un salto nada más llegar, pero dudaron al ver a Evan; pues sentían miedo de acercarse a aquel hombre para coger a Amelia. Él se dio cuenta de eso.
–Voy a dejarla en la camilla...–les dijo, caminando lentamente hacia ellas, que se fueron apartaban a su paso sin dejar de apuntarle con sus armas. La dejó con delicadeza sobre la camilla y se alejó. Las mujeres seguían mirándole extrañadas, pero la gravedad de Amelia, les hizo apartar los ojos de aquel extraño ser.
Las mujeres de blanco se acercaron rápidamente a ella y comenzaron a romper sus ropas, después, le pusieron una mascará en la cara y pulsaron un botón que cerró la camilla con un cristal, tras esto, desapareció flotando a gran velocidad.
Una de las sanitarias pulsó un botón de su pulsera.
–Va para allá, está muy grave– tras informar, miró a Evan. –¿Fuiste tú quien le puso eso en la herida?
–Sí... no sabía que debía hacer...– respondió angustiado.
–No, no estuvo mal hecho. Se habría desangrado... –volvió a mirarlo a los ojos unos segundos, tras lo que suspiró y se marchó.
Evan estaba aturdido, quiso ir tras las médicas, pero se lo impidieron las soldados plantándose frente a él.
–¿Dónde crees que vas? –le preguntó una de ellas, con tono autoritario.
–Yo... solo quiero saber que se pondrá bien... –dijo mientras una lagrima le caía por el rostro.
Las mujeres se miraron entre ellas desconcertadas.
–¿Está llorando? –le susurró una a su compañera.
–Sí...– contestó la otra confusa.
–¡Suficiente! Llevadlo a la sala tres hasta que yo hable con la capitana– ordenó una de ellas al resto. –Y, no os dejéis engañar con esos trucos... no le quitéis el ojo de encima.
Le indicaron entonces que caminase mientras seguían encañonándole. Tras recorrer varios pasillos, le hicieron entrar en un camarote y cerraron la puerta, dejándole encerrado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro