36.Estatus quo
Mientras Amelia se debatía entre su pudor y sus necesidades fisiológicas, una cápsula cruzaba la atmósfera de La Tierra. En su interior, su ocupante estaba aterrorizada. No sabía prácticamente nada de aquel extraño planeta, pero tenía un objetivo claro, recuperar a Amelia de ese desolado mundo y traerla de vuelta a la Nave Madre.
Se había preparado mentalmente para ese momento durante semanas, desde el mismo momento en que le dijo que no volviese jamás. Sabía que había cometido un gran error, la amaba con locura y la vehemencia de ese amor, la había llevado a cruzar la galaxia en su busca. El último empujoncito, se lo habían dado Rena y Selena, al verlas aparecer junto a Airis ese mismo día. Ella esperaba que Amelia las acompañara. Sin embargo, su desilusión no tardó en aparecer al oírlas decir que no solo no estaba con ellas, si no, que, además, su nave estaba estropeada y no podía volver.
Fue entonces cuando se cargó de valor y salió en su busca. Ella nunca había roto las reglas y tampoco había pirateado una cápsula, pero lo hizo. Aunque, en su caso, el miedo a lo desconocido la había llevado a robar algunas armas del ejército. Desconocía lo hostil que podría ser el terreno y no deseaba dejar nada al azar. Robó también la ubicación de la llamada Tierra y huyó, convirtiéndose en fugitiva.
No tardó en encontrar el lugar que les narraron Rena y Selena, el mismo que Amelia le mostró en imágenes. Sabía que debía esconder su cápsula y siendo ella prudente, como siempre había sido; decidió coger un modelo de mini cápsula que se podía llamar desde su pulsera y, de esa manera, fuese en su busca si algo malo ocurría y necesitaba huir. Estacionó la nave en lo alto de un edificio, dejándola en invisibilidad.
Bajó de ella asustada y temblorosa. Pero, en el momento en que sus pies tocaron el suelo, su cuerpo se volvió pesado. El aire helado le dolía en los pulmones y sus manos se tornaron gélidas. << ¿Quién querría vivir en un lugar así?>> pensó molesta e incómoda. <<Venga, Sara, tienes que sobreponerte, tienes que encontrar a Amelia >>. Miró su pulsera y trató de contactar con la de Amelia, pero no conseguía establecer comunicación.
Bajó preocupada a la calle mientras iba aprendiendo, a trompicones, a usar aquella tecnología obsoleta. Los ascensores le parecían antiguos, ruidosos y poco fiables. Sin embargo, no le quedó otra que subir en uno de ellos. Momentos después, estuvo más tiempo del debido, esperando a que las puertas del edificio se abrieran solas, hasta que una vecina entró empujándolas.
–Buenos días– le dijo sonriente.
–Bu... buenos días– le respondió nerviosa.
Salió al exterior empapándose del estridente ruido de la ciudad, mientras la vecina aún la miraba algo preocupada por esa extraña chica que llevaba un traje espacial de lo más futurista.
Anduvo por las calles asustada y perdida, buscando una referencia, algo que le recordara a las imágenes de Amelia. Pero esa ciudad era inmensa. Pasó horas caminando sin saber dónde ir, hasta que la noche la atrapó desprevenida. Era una hora extraña para que anocheciera y ella no era capaz de decidir qué hacer. Volvió a probar su pulsera, pero seguía sin lograr una comunicación.
Un coche paró a su lado y, varios hombres vestidos de negro, bajaron con rapidez y la rodearon sin darle tiempo a sacar su arma. Le apuntaron con unas extrañas y aparatosas armas.
–¡Suelte su arma, señorita, no queremos hacerle daño! –Sara no había escuchado jamás la voz de un hombre dirigiéndose a ella. Durante su caminata, había oído algunos hombres hablar y reír. Pero este la miraba directamente y le ordenaba lo que tenía que hacer y eso ella no podía soportarlo.
–¿Quiénes sois? ¿qué queréis de mí? –preguntó angustiada mientras trataba de sacar su arma.
–¡Le repito que suelte su arma! –volvió a decir con voz autoritaria.
Sara no sabía qué hacer, estaba aterrorizada y eran demasiados, no podría ganar en una pelea. La tenían totalmente rodeada, sin embargo, en ese momento de desesperación, se fijó que entre aquellos hombres había una mujer y la miró esperanzada.
–Ayúdame...– le suplicó con un hilo de voz.
Ella miró al hombre que daba las órdenes y este le hizo un gesto. La mujer guardó lentamente su arma y se acercó precavidamente a Sara.
–No se preocupe, solo queremos hablar con usted. Por favor, deponga el arma y venga con nosotros– dijo mientras estiraba su mano hacia ella.
Sara no sabía si podía fiarse de ella, pero no tenía más remedio que hacerlo. Terminó de sacar su arma de la riñonera y la dejó caer al suelo. En ese momento, aquella mujer la cogió de la mano y se la retorció hacia la espada empujándola contra el suelo, luego la engrilletó.
–Buen trabajo, sargento– le dijo el hombre a la mujer, que, de un tirón, puso de pie a Sara.
–Vamos, suba al coche– ordenó con voz severa.
–Traidora...– respondió Sara mirándola con odio.
–Es mi trabajo, pero te aseguro que solo queremos hablar contigo– le respondió sonriéndole con superioridad.
La subieron al coche y se marcharon del lugar.
Sara observaba por la ventanilla de esa máquina horrenda, las calles de la cuidad. Aún guardaba la esperanza de ver algo que la situase y, al fin lo vio; el parque y, después, creyó ver también el hostal. Pero no hizo ningún gesto para no delatarse.
–¿Dónde me lleváis?
–Señorita– comenzó de nuevo a hablar aquel hombre rudo. – ¿Sabe que ha entrado al país sin permiso? Eso es un delito. Debemos llevarla a nuestras instalaciones para esclarecer los motivos– le hablaba de una forma que a Sara le resultó insultante.
–¿Cómo sabe si he entrado o no de forma ilegal? –preguntó tratando de parecer tranquila.
Él la miró con desdén.
–¿Tiene usted identificación, numero de ciudadana o algún documento?
Sara comenzó a sudar, tenía que escapar de ellos, no podía dejar que la detuvieran y descubriesen la verdad.
–He perdido la memoria...– eso fue lo único que se le ocurrió. Pensó, que, si fingía ser amnésica, sería más fácil evadir sus preguntas y, de esa manera, quizás tuviera una oportunidad.
–Vaya... que oportuno. Bueno, veamos quien es usted, si es que es alguien– dijo mientras apuntaba una maquina a hacia su cara. – Pues por lo que veo no es nadie... su cara no aparece en el sistema.
Sara comenzó a angustiarse. No sabía que harían con ella y, por lo que había comprobado, no podía fiarse de nadie. Pasaron por enfrente de un edificio muy alto, ella lo miró y también pudo reconocerlo. Por su aspecto, debía de ser algún tipo de torre de comunicaciones. Poco después, llegaron a unas instalaciones que parecían militares y entraron por un aparcamiento subterráneo. Aquello empezaba a darle escalofríos.
–Bajase del coche– le dijo el sargento con voz firme. A ella no le quedó más remedio que obedecer. Les siguió por unos pasillos larguísimos hasta una fría sala. Allí, dos mujeres vestidas también de negro, la esperaban fuertemente armadas. La sargento entró tras ella y cerró la puerta.
–Desvístase y no haga ninguna tontería– Sara la miró aterrorizada, volvió la vista hacia las otras dos que no hacían contacto visual con ella. – Póngase la ropa que hay encima de esa mesa– le dijo señalando unas ropas de color claro.
Sara suspiró, pero obedeció la orden y se quitó su traje espacial. Aunque fue lo suficientemente cuidadosa para plegar su pulsera y esconderla dentro de la ropa interior que le habían dado. Una vez cambiada, la volvieron a esposar, pero, esta vez, por delante del cuerpo. La hicieron para a otra sala donde engancharon sus esposas a una mesa.
Esperó durante mucho tiempo a que alguien fuera. Pero no acudió nadie, estaba sola. El miedo se apodero de ella. Comenzó a pensar en lo mala que había sido esa idea, aunque, al rato, trató de tranquilizarse para poder elaborar un plan.
Tuvo la tentación de hacer venir hasta allí su cápsula. Sin embargo, la descartó rápidamente, era imposible que atravesase esos robustos muros. Además, si se la detectaban, quizás la inutilizarían y entonces estaría atrapada allí para siempre. Seguía pensando en formas de huir cuando la puerta de la sala se abrió. Una mujer y un hombre entraron sin mediar palabra y se sentaron frente a ella.
La miraban sin decir nada, como si pudiesen leer sus pensamientos. Al fin, uno de ellos habló.
–Buenas noches, soy la oficial Adriana Olivar, él es mi compañero el inspector Takeshi Nakahara. Estamos aquí para hacerle algunas preguntas, ¿entiende lo que le digo? –dijo con voz tranquila.
–Sí... –respondió dubitativa.
–Empecemos entonces– dijo sacando algunos documentos de un dossier. – ¿De dónde viene usted?
–No... no lo recuerdo– mintió.
Ella la miró incrédula.
–¿Edad?
–No lo recuerdo.
–¿Oficio? –insistió.
–No lo recuerdo.
La oficial resopló molesta.
–¿Y que recuerda? –preguntó airada.
–No recuerdo nada.
–¿Sabe... esto podría ser mucho más sencillo si colabora?
–No recuerdo nada...– volvió a decir, nerviosa.
Adriana miró a Takeshi enfadada, se levantaron al unísono y salieron de la habitación. Sara estaba desesperada, tenía que huir como fuera de aquel lugar.
Trian estaba durmiendo junto a Harper, cuando recibió una llamada imprevista. Miró el teléfono y vio que era de su padre, así que le colgó. A los pocos segundos, otra llamada, de su padre también, le volvió a colgar.
–Cógelo...– dijo Harper encendiendo la luz.
–No, no me apetece hablar con él– gruñó molesto.
–Pero... ¿Has visto la hora que es? Debe de ser algo importante... –dijo, pasando su mano por la espalda de Trian, que seguía mirando el móvil con terquedad.
Fue entonces cuando el teléfono de Harper sonó.
–¿Sí? –contestó al instante, mientras Trian le miraba de reojo– Sí... te lo paso– y le ofreció el móvil. –Cógelo, es importante– susurró, así que Trian, finalmente, lo cogió.
–¿Qué quieres?
–Trian... siento molestaros, pero ha pasado algo grave– se oyó la voz de su padre preocupado, lo que hizo que Trian se sobresaltase.
–¿Qué es?
–Tienen a una de ellas... a una de las mujeres de la nave
–¿A quién? ¿Es Amelia? –preguntó ansioso.
–No, no es ninguna de ellas, es otra mujer... La apresaron esta tarde nada más llegó a La Tierra. Por las imágenes que me han hecho llegar, no es familia de Amelia... Es otra que no se parece a ellas, la tienen en las instalaciones del norte. Pero, eso no es todo...
–¿Que más sabes? ¡Dímelo! –Trian daba vueltas preocupado mientras su corazón latía con fuerza.
–La están investigando... a Amelia. Tiene vigilancia constante. Saben que su madre y su abuela se han ido, no sé cuánto saben, pero... saben mucho.
–¡Ha sido, Umberto!¡Ese bastardo mentiroso! –bramó fuera de sí.
–No, no ha sido ni él, ni tampoco James... Bueno, no han sido ellos directamente. Por lo que me han dicho mis informantes, los federales los han investigado; al inspector James y Umberto. Esa investigación sobre ellos les ha llevado hasta Amelia y, ahora... Tienen a esa pobre chica, presa– la voz de su padre sonaba preocupada.
–¿Qué podemos hacer, papá...? ¿Qué hacemos ahora? –preguntó angustiado.
–No lo sé... Tengo que pensar. Iré allí no os mováis, no llaméis a nadie. Las líneas de Amelia y Evan estarán pinchadas. No hagáis nada hasta que llegue– y colgó el teléfono.
Trian miró aterrorizado a Harper.
–Es culpa mía...– dijo con voz de desesperación. – Yo dejé de vigilarles y, ahora...
–¡No es tu culpa!¡No es tu obligación!¡Tú no eres responsable de todos ellos, Trian! –le contestó en voz alta.
–Pero...
–Pero nada. Ahora esperemos a tu padre y buscaremos una solución juntos– Harper se acercó a su espalda y lo abrazó. –Lo haremos juntos, no estás solo...
Trian cerró los ojos con fuerza, queriendo aferrarse a esas palabras.
Amelia estaba intranquila, no conseguía dormir. Recordaba el día anterior, cuando fueron a ver al padre de Evan, la frialdad entre ellos era palpable. Aunque, su padre, finalmente, le dio una llave de acceso a la sala de telecomunicaciones.
Sin embargo, muy a su pesar, su madre y abuela no se habían puesto en contacto todavía. Amelia dejó un sensor instalado en la máquina para, que, cuando ellas tratasen de contactar, le llegase un aviso. Pero, desde entonces, nada había llegado.
Se levantó de la cama, en su habitación del hostal. No lograba dormir, miró la hora, eran cerca de las cinco de la madrugada. Volvió a tumbarse, dejando salir el aire poco a poco de sus pulmones. Tratando de hacer algo de meditación para conciliar el sueño. Sin embargo, no lo logró, otros recuerdos sobre la noche que pasó con Evan, le vinieron a la mente, aunque tratara de evitarlo a toda costa.
Podía recordar con nitidez, la suavidad del roce de su piel; sus caricias y la forma en la que le hablaba. La manera en la que pronunciaba su nombre, se había quedado grabada en sus oídos, haciéndole cosquillas de tan solo recordarlo. <<Así no te vas a dormir en la vida...>> le recriminó la Amelia de su subconsciente, <<ni tu ni yo... vivo en tu amígdala tía y ¡la tienes hiperestimulada!>> añadió. << ¿Por qué solo vienes a atormentarme, Amelia de la amígdala?>> le preguntó molesta, pues aquella intrusa solo aparecía en sus horas bajas. << De horas bajas nada... ¡anda que vaya fiesta te pegaste anoche! Como se entere tu madre...>>. <<Cállate! ¿por qué iba a enterarse?>>. <<Pues porque se te nota, en cuanto te vea lo va a detectar ¡estas radiante! Jajaja >> se burló. << ¡O te callas, o te juro que me hago una lobotomía y te destruyo! >> se amenazó a sí misma. <<Vale, vale, no te enfades... ¡tampoco es que te esté diciendo nada que tu no sepas!>>.
Y llevaba razón, Amelia estaba preocupada por lo que había pasado la noche anterior y que también se había repetido aquella misma mañana, para volver a ocurrir por tarde otra vez... Parecía que ahora no podía despegarse de él. Por lo que había tomado la decisión de dormir esa noche en el hostal, aunque ahora no podía evitar echarle de menos.
<<Qué fuerte... ¿Ahora dependes de un hombre?>> le preguntó la Amelia feminista, haciendo acto de presencia. <<La que me faltaba... ¿Tú también me quieres atormentar un rato?>>.
Comenzaba a estar bastante harta de sus alteregos. Esas puretas que solo la juzgaban desde el interior de su cabeza. ¿Por qué tenía tantos prejuicios contra sí misma? ¿Por qué estaba desarrollando miedos que jamás había sentido? << Será porque ahora hay cosas que te importan, cosas de las que antes no te tenías que preocupar. Tienes ideas contradictorias y eso te está perturbando mentalmente>> señaló la Amelia sensata, que era a la que más apreciaba y le estaba hablando con mucha madurez. <<Que sepas, que, si no me lobotomizo, es por ti>> le dijo aliviada de encontrar una aliada.
<<Mañana volveré a la torre, necesito contactar con ellas y comprobar que están bien>> decidió, dando un fuerte suspiro. Trató de volver a dormir, pero otro pensamiento le asaltó.
<< ¿Dónde estará, Trian?>>. Desde aquel día en el vestíbulo del hostal, no habían tenido noticia de él. Y, aunque habían tratado de llamarlo tanto ella como Evan, lo único que recibieron fue un mensaje de Harper que les decía que no se preocupasen, que estaba bien, pero necesitaba algo de tiempo. Y, desde entonces, nada más se supo.
Amelia conocía los sentimientos de Trian, pero también tenía sospechas de que él los estaba mal interpretando. Ella misma había confundido sus propios sentimientos cuando Sara se le declaró. Llegó a creer que la correspondía, pero no era así; no era ese tipo de amor.
Al final, el sueño vino a ella como un telón que se cierra. Aunque esa función no había terminado todavía.
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