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26. Un alma perdida

Amelia estaba aturdida, el ruido de aquellos disparos había sonado muy cerca y podía notar el peso del cuerpo de Evan sobre ella. Se incorporó y lo ayudó a girarse. Él abrió un poco los ojos.

–¿Estas bien? –le preguntó Evan, haciendo un gesto de dolor.

Amelia miró su mano, estaba cubierta de sangre y la realidad le vino de golpe.

–¡Evan! ¡Te ha dado! –dijo mientras le abría la chaqueta para poder ver los dos certeros disparos que le atravesaban el pecho. –No... no– balbuceó angustiada, luego se giró hacia su madre, que aunque estaba herida apenas era un rasguño. –¡El maletín! –le gritó fuera de sí.

Selena salió corriendo hacia la casa. María se asomó por la puerta al escuchar el escándalo y comenzó a gritar.

–¡Dios míos! ¡Dios míos! –decía con las manos en la boca.

James se acercó a Amelia y la ayudó a desvestir a Evan, que respiraba con dificultad. Ella trataba de taponar la herida, pero la sangre no dejaba de salir de su cuerpo, mientras la observaba con terror.

–Te vas a poner bien... te vas a poner bien– le repetía, mientras él empezaba a toser sangre y a respirar con dificultad. Le volvió a mirar impotente al ver que no era capaz de detener la hemorragia.

–¡Mamá! –volvió a gritar hacia la casa.

En ese momento, se abrió la ventana del cuarto de Claudia y Selena se asomó con el maletín en las manos.

–¡Cógelo! –le gritó a James mientras se lo lanzaba.

Él consiguió alcanzarlo al vuelo. Mientras, en la habitación Selena usaba un pañuelo de Claudia para tapar su herida.

James le llevó rápidamente el maletín a Amelia, que comenzó a rebuscar en su interior tratando de encontrar algo para salvarle. Cogió la máquina que una vez uso con él para curar su hombro. Mientras la preparaba, Evan la miró y, con lo poco que le quedaba de voz, le susurró.

–Amelia... –luego extendió su mano con dificultad para tocarle la mejilla, dejándola manchada en sangre.

Su brazo cayó a plomo y sus ojos se cerraron. Amelia se apresuró a tomar su pulso, comprobando que no tenía. Comenzó entonces a reanimarlo.

Selena llegó cojeando en ese momento y lo que vio le heló la sangre; su hija, totalmente desesperada, trataba de revivir a aquel chico que ya había muerto.

Amelia no podía distinguir la realidad. No podía creer que Evan estuviese allí, ni que hubiera recibido dos disparos, ni que ya no respirase. Toda esa realidad no era creíble para ella, que llevaba media hora tratando de reanimarlo mientras el resto la miraban desolados. Su madre se acercó a ella.

–Amelia... déjalo ya... no hay nada que hacer– le dijo con suavidad. –Ha muerto, hija mía– y la abrazó retirando sus manos del cuerpo de Evan.

–No... no puede... no puede morir... –murmuró Amelia mirándole aún sin creerlo. Pero poco a poco se fue dando cuenta de que aquello era real y de que, efectivamente, Evan había muerto y ya nada podía hacer por remediarlo.

Comenzó a sentir un dolor inconmensurable mientras las lágrimas venían como olas a sus ojos. Empezó a llorar como no lo había hecho nunca, con un sufrimiento imposible de imaginar, mientras abrazaba a la única persona que había amado; al único hombre del que se había enamorado y que había muerto por salvar su vida.

Su llanto helaba la sangre y Claudia, desde la ventana de su dormitorio, estaba paralizada de la impresión. Se llenó de remordimiento al pensar, que todo aquello había ocurrido por su culpa. Comenzó a pensar que su vida había sido salvada, pero a cambio, se habían perdido dos y no le parecía un cambio justo.

James seguía mirando a aquel chico muerto en el patio de su casa, mientras la mujer que había salvado la vida de su hija lloraba desconsoladamente. Se giró y vio el cuerpo de su compañero. Aquel era el peor día de su vida y eso que había sido el mejor hacia unos minutos, cuando Amelia le dijo sonriente que el cáncer estaba remitiendo con rapidez. Sin embargo, aquel momento parecía muy lejano ahora.
Se acercó a Selena.

–Debéis iros– le dijo con ojos de derrota. –La policía vendrá. Debo contar una historia creíble sobre lo que ha pasado aquí. Vosotras, debéis iros ya– su rostro estaba descompuesto.

Selena intentó levantar a Amelia del suelo, pero ella se negaba.

–¡No!¡no lo dejaré solo! –decía fuera de sí. –¡Ha sido culpa mía! Le dije cosas horribles... le hice daño y ahora... ni siquiera podré disculparme... –repetía entre sollozos, casi sin poder respirar.

–Vámonos, Amelia, por favor– le rogó su madre también llorando y, como pudo, tiró de ella hasta la nave que seguía con la puerta abierta. James la ayudó a subirla.

Selena cerró la puerta y se alejaron en aparente silencio. Pero dentro de la nave, Amelia seguía mirando a Evan en el suelo mientras se alejaban. Gritaba y lloraba sin saber qué hacer, presa de la desesperación.

En el camino hacia la cabaña, Amelia fue pasando de aquel estremecedor llanto a una inquietante pasividad. Con la mirada clavada en el suelo de la nave, podía ver sus manos y ropas cubiertas de sangre.

–Lo siento mucho, hija... –le decía Selena angustiada. –Siento mucho lo que ha pasado...

Pero ella no contestaba, ni si quiera la podía escuchar. Llegaron a la pradera de aquella casa alquilada y Rena se asomó por la puerta del ventanal. Pero al ver la cara de Selena mientras bajaba de la nave, sintió que algo malo había pasado y corrió a su encuentro.

–¿Qué ha pasado? –preguntó inquieta.

–Un desastre, mamá, una tragedia... –le dijo azorada. –Ese chico, Evan, ha muerto... un agente le disparó. Aquel inspector que estaba con James en el bosque... él nos vio abrir la nave... Queríamos traerla aquí, pensó que pretendíamos huir... fue todo un caos y, al final... –dijo mirándola con dolor. –Amelia, está muy mal mamá, muy mal. No se quiere mover, está en la nave. No sé qué más decirle...

–Entra en la casa, hija, yo iré a hablar con ella. –Y, mientras veía a Selena entrar despacio a la casa, Rena trataba de asimilar lo que le había dicho. Comenzó a recordar a aquel chico agradable y gracioso que había conocido esos días; el que había robado el corazón de su nieta y que la amaba tanto, solo pensar que ya no estaba se le hacía imposible de aceptar. Mientras pensaba en ello sus ojos se abrieron de par en par.

–¡Eso es! Eso es lo que debemos hacer– se dijo a sí misma en voz baja.

Y, después, subió a la nave de un salto. Amelia no la miró, ni si quiera parecía que hubiera notado su presencia. Rena la observó unos segundos y suspiró, entonces encendió la batería de la nave y la hizo despegar. Amelia volvió un poco en sí.

–¿Qué haces, abuela...? –preguntó con voz distante.

–Vamos a salvarle, hija– contestó sonriente.

Amelia estaba aún en shock y seguía hablando sin mover un músculo.

–¿De qué hablas? Ya ha muerto... lo intenté todo y aun así...– dijo notando como las lágrimas le volvían a sus ojos, que ya le ardían de tanto llorar.

–No, no lo has intentado todo, hay una cosa más que podemos intentar– respondió con energía.

–¡¿Y que es, abuela?!¡Dímelo!¡No me des falsas esperanzas!¡Lo vi, estaba muerto, no respiraba, no tenía pulso! –gritó llena de dolor.

–¡Amelia, escúchame!, ¡Necesito que vuelvas en ti para hacer esto! ¡Necesito que dejes tu dolor a un lado para poder conseguirlo! –le gritó con seriedad y, después, la miro con ternura. –Vas a volver, ¡viajaras en el tiempo para salvarle! – dijo finalmente con una sonrisa.

–Abuela...– comenzó a hablar, notando como las fuerzas se le iban– Eso es imposible... no se puede dar marcha atrás al tiempo... nadie lo ha hecho nunca, es solo... una fantasía.

Su abuela la miraba de reojo comprensiva.

–Sí se ha hecho, cariño– le dijo con una sonrisa en la cara. –Y yo sé cómo.

Amelia sabía que su abuela no era aficionada a mentir, pero aquello era demasiado inverosímil.

–Vas a tener que contarme algo más sobre eso si quieres que te crea– le dijo con voz amarga.

Rena respiró y soltó el aire despacio.

–Esta es una verdad que pensé que me llevaría conmigo a la tumba, pero no puedo dejar que tú sufras tanto... yo sufrí muchísimo al dejar al amor de mi vida en La Tierra. Tuve que hacerlo para volver a nuestra nave y cuidar de tu madre, pero tú... tú le has perdido para siempre y yo no puedo imaginar el dolor de algo así... Por eso, aunque nos vayamos a saltar todas las normas, aunque tengamos que poner del revés el universo entero para darte la oportunidad de salvarlo... lo haré– le dijo con decisión.

–Abuela...– comenzó a decir ella, que empezaba a creer en sus palabras.

–Amelia, escúchame, esto que te voy a contar pasó hace treinta y ocho años, cuando descubrí la existencia de La Tierra. En aquel momento, comencé a dudar sobre todo y seguí investigando; descifrando documentos antiguos, buscando en las zonas más olvidadas y recónditas de la nave, hasta que lo encontré– dijo haciendo una pausa para respirar. –Un disco duro con una información que se me antojaba increíble, pero que después, pude corroborar. Escucha muy atentamente lo que te digo, Amelia. Cuando las creadoras de nuestra nave la terminaron de construir y decidieron arrancar sus motores para huir de La Tierra... viajaron en el tiempo– dijo finalmente.

Amelia la observaba atónita, no podía entender nada. Rena la miró y soltó una leve risita, pensando en que esa seria su misma cara cuando hizo aquel descubrimiento. Así que siguió narrándole lo que ponía en esos informes.

–Ellas construyeron la nave en el año 2.084 de La Tierra, con la tecnología que en ésta se había desarrollado. Pero poseían algo que el resto de los terrícolas no habían encontrado todavía, aunque ellas sí...

–Materia exótica...–murmuró Amelia mirando hacia abajo mientras sus ojos se abrían lentamente al entenderlo todo. Por fin era capaz de comprender muchas cosas, entre ellas; la diferencia tecnológica entre su civilización y la de La Tierra. Pero aquello que le decía su abuela, en ese momento, también le trajo un rayo de esperanza a su corazón. Quizás ella también podía viajar en el tiempo, ir a algún momento del pasado y evitar así que Evan muriese.

Sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, pero esta vez eran de felicidad y estaban cargadas de esperanza.

–Abuela, sigue contándome... ¡cuéntame como lo hicieron! –dijo Amelia recuperando la energía, mientras la miraba con ojos suplicantes.

–Por supuesto que te lo voy a contar– carraspeó para aclararse la voz y comenzó a narrarle. –Corría el año 2.084, La Tierra estaba en medio de La Tercera Guerra Mundial; los combustibles fósiles se habían terminado... y, bueno, la guerra no tardó en estallar. Una guerra que se llevaba fraguando desde hacía décadas, alimentada por la peor arma creada por el hombre... la bomba nuclear.

Amelia ya conocía estos hechos pues había estudiado, durante sus semanas en la nave, sobre la historia de la humanidad. Pero, lo siguiente que iba a escuchar, sí que era nuevo para ella.

Rena la miró de reojo y continuó.

–Un grupo de mujeres, que culpabilizaban a los hombres de aquella catástrofe y de muchas otras, decidieron comenzar un experimento. Mediante éste, pretendían demostrar al mundo entero que una sociedad creada por mujeres, sería más justa y equitativa. Pero sobre todo, menos violenta.

–Éste grupo de mujeres, formado en su mayoría por científicas y eruditas, creó una nave espacial gigante. En ella, podrían albergar vida y auto abastecerse durante años. Una vez la nave estuvo terminada, ellas se embarcaron para llevar a cabo el mayor experimento antropológico de la historia de la humanidad. Tenían pensado estar cien años en el espacio, viviendo por su cuenta y creando una sociedad superior, sin el influjo de los hombres ni de la historia que ellos habían crearon. Pero había una posibilidad con la que no habían contado y era la de cometer un fallo como el que acabaron cometiendo. Al activar los motores de la inmensa nave alimentada en su núcleo por materia exótica, un error en el encendido de la batería causó también la creación de una gigantesca singularidad que se las tragó a ellas junto con la nave, transportándolas al pasado –Rena se quedó callada en este momento para darle tiempo a Amelia de asimilarlo.

–¿A qué época fueron a parar? –le preguntó Amelia temerosa de la respuesta.

–Al año 1.476 del calendario terrícola... –le respondió Rena, dejando a Amelia totalmente sobrecogida. –Hemos estado casi tres mil años viajando por el espacio... –apuntilló dejando a su nieta boquiabierta.

Al ver la expresión de Amelia sonrió y continúo hablando.

–Esa información fue trasmitida de generación en generación hasta el 2.084, año en el que se creó la nave. En aquel momento, las naves se encontraron; una con miles de años y la otra aún en proceso de creación. Las mujeres que estaban construyéndola, nuestras antepasadas, quedaron desconcertadas al hablar con aquellas otras que habían viajado en el tiempo por un fallo que ellas desembocarían al arrancar el motor que estaban creando –Rena miró a Amelia para comprobar que estaba entendiendo la paradoja. –Ellas les dieron la tecnología necesaria para evitar la formación de la singularidad y cerrar de esta manera, el ciclo de viajes en el tiempo que las habría estado llevando en bucle infinitas veces. Una vez arreglado el fallo de diseño de la batería, las dos naves se terminaron de construir juntas, fusionándose en una aún más grande. Y, aquellas mujeres comprobaron que la utopía en la que creían era real. No solo eso, era aún mejor de lo que habían soñado. Tanto era así, que decidieron que los hombres no se merecían saber la verdad; no querían compartir todos esos conocimientos y tecnología con los hombres de La Tierra. Los mismos que habían secado un planeta rico acabando con sus recursos y cambiando su clima para, finalmente, llevarlo a la destrucción. Así que se fueron para no volver.

Amelia estaba impactada por aquella historia sobre una realidad que le era ajena. Todas las mentiras que le habían contado sobre su existencia le hacían un daño terrible, pero ahora no era el momento de sentir pena de sí misma. Tenía ante ella la manera de salvarle la vida a Evan y, aunque conllevase crear una paradoja de la que era imposible prever las consecuencias, pensaba hacerlo.

–¿Dónde vamos, abuela? –le preguntó tratando aún de digerir todo aquello.

–Vamos al espaciopuerto.

–¿Por qué?

–Verás, tenemos que usar tu nave para que viajes en el tiempo. No podemos usar esta, es demasiado grande– la miró y vio que estaba algo confusa. –A ver, Amelia, piénsalo. Sabes que el universo se compone de masa que no se puede crear ni destruir ¿no?

–Sí... por eso los viajes en el tiempo son imposibles– contestó molesta.

–Pero nosotras tenemos materia exótica, que tiene masa negativa ¿lo entiendes ahora? – volvió a preguntarle.

–Sí... si eso ya lo sé... supongo que si voy a mover masa, debería usar la menor cantidad posible... – dijo en voz baja.

–Eso es, –dijo Rena riendo– siempre has sido muy lista.

–Abuela...– le preguntó mirándola con ojos tristes. –¿Tú lo has hecho alguna vez? ¿has viajado en el tiempo?

Rena se quedó callada unos segundos.

–No, yo no lo he hecho... aunque quise. Lo pensé seriamente, pero al final... no lo hice –miró a Amelia con los ojos llenos de dolor. –No quiero que tú te arrepientas igual que hice yo –Y siguió mirando hacia delante, donde ya empezaban a apreciarse las luces del espaciopuerto.

–¿Cómo vamos a poder entrar a la nave? No sé si nos dejaran pasar sin Evan... quizás debería llamar a Trian para que venga.

–Déjamelo a mí– le dijo Rena. Aparcaron la nave en frente de la enorme puerta del hangar, que permanecía cerrada. –Espera aquí– le pidió mientras se bajaba.

La vio ir hasta la parte de atrás de aquellos edificios y perderse en la oscuridad. Amelia estaba inquieta, quería ir con su abuela, pero aun iba totalmente cubierta de sangre. La visión de esas manchas rojizas sobre su piel y su ropa, le trajeron a la mente los momentos desagradables de hacía apenas una hora. Recordaba todo con detalle y su mente se comenzaba a nublar cuando un ruido la trajo a la realidad.

La puerta del hangar subía lentamente frente a ella y detrás, podía ir viendo aparecer la nave de Evan. A su lado estaba su abuela Rena con una señora mayor que no conocía. Cogió los mandos de la nave y la hizo entrar dejándola cerca de donde ellas estaban.
Abrió la puerta y comenzó a bajar. Aquella mujer menuda, la miraba con los ojos muy abiertos.

–¿Qué te ha pasado? –preguntó la mujer con una voz dulce y maternal.

–No es mi sangre... es de Evan– le dijo volviendo a ver la cara de él antes de morir.

–¿Evan? –preguntó ella preocupada –¿qué le ha pasado a ese chico? –por el gesto de la mujer, se podía apreciar que le conocía.

Rena se acercó a ella y le sostuvo ambas manos.

–Murió protegiendo a mi hija y mi nieta... –No pudo evitar que las lágrimas se asomaran a sus ojos. –Pero vamos a evitar que pase, evitaremos que muera...

La señora Carmen la miraba con escepticismo.

–¿Y cómo vas a devolverle la vida a un muerto? –preguntó con su voz cascada.

–Iré al pasado para evitar que eso pase– se oyó decir a Amelia, que la miraba con determinación.

La anciana se acercó a ella, mirándola con sus profundos ojos grises llenos de experiencias. La observó unos segundos y luego habló.

–Debería decirte que no lo hicieras, convencerte que el destino es así y que no se puede cambiar, pero... después de vivir una vida tan larga y llena de alegría y dolor, solo puedo decirte que lo intentes, que luches por tu felicidad –terminó de decir dándose la vuelta para retirarse. Pero se volvió a parar y, dándoles la espalda, sentencio. –La suerte es a lo que se aferran los necios, pues no hay mayor error que aceptar el dolor en tu vida disfrazándolo de "destino"–y siguió andando hasta salir del lugar. En aquel momento la puerta de la nave de Evan se abrió y Rena, junto a Amelia, entraron en su interior decididas a cambiar los destinos de mucha gente.

Trian estaba temblando. Aún no era capaz de entender lo que sus ojos estaban viendo. Cuando observó al inspector Umberto bajar del coche lleno de rabia e ir al patio trasero de la casa, le siguió con su dron. Poco antes de eso había escuchado la conversación de Selena y Amelia en el salón que, tras darle las buenas noticas a María y James sobre el estado de salud de su hija y mientras estos subían a ver a Claudia, decidieron llevarse la nave a otro lugar.

El inspector Umberto les dio el alto mientras se subían a ella, haciéndolas bajar. Les pidió asustado que se quitasen las pulseras, pues las había visto usarlas como armas anteriormente. Selena se negó recibiendo, en ese momento, un disparo en la pierna como advertencia.

Trian miraba la escena impotente. No se le ocurría nada que hacer para detener aquello. Fue entonces, cuando vio llegar a Evan y eso lo tranquilizó un poco. Sin embargo, poco le duró el alivio, ya que presenció cómo mataban a su amigo frente a sus ojos.

Observó, conteniendo la respiración, a Amelia tratando de salvarlo desesperadamente y sintió que el corazón se le paraba al ver que no lo lograba.

Desde ese momento, no había sido capaz de moverse de donde estaba. Miraba sin parpadear lo que acontecía en aquel patio. Fue testigo de cómo Selena se llevaba a Amelia en la nave, sin ser capaz de mover sus mandos para seguirlas. Su amigo había muerto hacía unos instantes y Trian no era capaz de pensar como hacia normalmente. Hasta que, pasadas varias horas, y mientras veía como llegaba la policía y comenzaban a acordonar la zona, recibió una llamada que le trajo de nuevo a la realidad.
Descolgó sin decir una palabra y entonces, escuchó la voz de Harper.

–Trian, ¿estás bien? –sin embargo, él no era capaz de articular palabra. –Sé lo que le ha pasado a Evan... Lo siento mucho, aunque no llegué a conocerle en persona, siempre hablabas de él y...

–¿Cómo te has enterado? –consiguió preguntar Trian.

–Te llamaba por eso también. Ha venido una mujer buscándote, una señora mayor, y me ha pedido que te diera un mensaje... Es bastante raro, pero por como hablaba, parecía conocerte a ti y a él. Ella me ha contado lo de Evan y me ha dicho que se iba a solucionar... Siento tener que decirte algo así de cruel, pero ella me ha pedido que te diga... Espera, que te lo leo textualmente: "Ellas están en la nave, van a realizar un viaje para cambiar el presente"...  eso es todo ¿sigues ahí? –preguntó Harper con preocupación.

–Sí... –respondió Trian en un susurro, mientras algunas gotas de sudor bajaban despacio por su frente. –Gracias por decírmelo, tengo que colgar– le dijo mientras colgaba el teléfono.

Volvió entonces en sí, pero las posibilidades que se le venían a la mente no le parecían realistas. Entró en el sistema de vigilancia de la nave y, efectivamente, lo que él se temía era lo que estaba pasando.

Amelia y Rena estaban trabajando en la capsula, dentro de la bodega de carga. Sintió el impulso de ir allí, pero algo lo paralizaba y no lo dejaba moverse. Siguió mirando las pantallas frente a él. En una, los forenses levantaban el cadáver de su amigo y capitán; en la otra, la mujer por la que creía sentir algo, estaba haciendo lo que empezaba a pensar que sería una máquina del tiempo. Todo aquello era demasiado irreal.

–No sé qué puedo hacer yo ahora...– murmuró para sí mismo.

En ese momento, su padre entró por la puerta de la casa silbando una cancióncilla.

–¿Qué haces, hijo? –le preguntó con una sonrisa. Pero, al ver la cara de Trian, se preocupó. –¿Qué ha pasado? –volvió a preguntar acercándose para ver lo monitores. –Dios mío... esto...

– Evan a muerto –dijo apesadumbrado.

Su padre seguía mirando las cámaras, cuando se dio cuenta de algo y lentamente fue andando hacia atrás mientras tapaba su boca con una mano.

–¿Qué pasa? ¿Qué has visto, papá?– le preguntó, asustado por aquella reacción tan poco habitual en él.

Su padre le miró con los ojos algo rojos.

–No es nada, hijo, no es nada –y se fue andando a la cocina para volver con un vaso de agua que le dio a Trian. –No vayas a ir a la nave, por favor, haz caso a tu padre por una vez. –Y, tras decir esto, se fue a su habitación.

Trian no entendía nada, no era capaz de comprender que le pasaba a su padre que ni si quiera parecía preocupado por la muerte de Evan. Aquello le molestó, cogió entonces su chaqueta y salió del piso dando un portazo.

Condujo lleno de ira hasta el espaciopuerto. Era ya media noche cuando llegó allí y usando su tarjeta de seguridad pudo entrar al hangar.

Amelia y Rena, estaban tan afanadas modificando la nave, que ni le escucharon llegar.

–Cariño, hay que abrir la batería, debemos modificar la cantidad de materia exótica para que no viajes demasiado atrás. Es necesario dar con la clave para que no acabes en la Edad Media...– le decía Rena a Amelia mientras abría la batería para mirarla.

–¡¿Vas a viajar en el tiempo?!

Escucharon la voz de Trian tras ellas. Amelia se giró y le vio. Estaba allí de pie, mirándola como nunca lo había hecho, con los ojos llenos de dolor y resentimiento.

–Trian... yo... –comenzó a decir mientras andaba hacia él.– Tengo que hacerlo, tengo que evitar que pase... ¿no lo entiendes? –le dijo mientras le agarraba con fuerza las solapas de su chaqueta.

–¿Entenderlo? Claro que lo entiendo, pero... no creo que sea posible –le dijo con una mueca. –Lo que creo es que tú también morirás en el intento. Creo que no hay ninguna manera de viajar en el tiempo sin morir y menos aún, cambiar el presente... no lo hagas –le dijo con un hilo de voz. –No quiero que muera nadie más, no quiero perderte a ti también –y dicho esto, la abrazó con fuerza.

Rena aparecido de detrás de la nave y los miró. Era la primera vez que veía a aquel joven, pero parecía querer a Amelia y, por un momento, pensó que quizás no era necesario que se jugase la vida viajando en el tiempo; que quizás podría rehacer su vida. Pero recordó que ella nunca pudo y supo que, aunque aquel chico la colmase de amor, no serviría de nada.

–Ella lo conseguirá –dijo Rena interrumpiendo aquel abrazo y haciendo que ambos la mirasen. –Amelia puede conseguirlo.

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