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En el inicio de los tiempos, dos deidades hermanas nacieron. La primera, era una hermosa mujer de cabello azul como la misma luna que iluminaba el mundo y ojos blanquecinos como las estrellas en el cielo nocturno. Cuenta la leyenda, que era un ser tan hermoso, pero a la misma vez demasiado brillante como para que ojos mortales pudiesen contemplarla.

La otra deidad era un hombre. Al contrario que su hermana, este no tenía una forma fija ya que podía adoptar distintas caras. Una de sus formas más conocidas era la de un gigante con ocho brazos y seis ojos que parecían reflejar el color de las fauces del infierno.

Un ser que podía ser hermoso, y a la misma vez terrorífico y devastador.

A pesar de ello, ambos hermanos se amaban y vivían según sus creencias y objetivos.
Todo eso cambió cuando la Diosa empezó a crear su propio mundo separado de su hermano. Nadie sabe el porqué exactamente, pero el dios oscuro comenzó a sentir envidia hacia su hermana ya que esta había obtenido el milagro de la creación y era amada por sus creaciones.

El mundo que había creado era tan hermoso y deslumbrante, que el también quiso crear su propio mundo. Pero no contaba con una cosa, el no era un dios que fuese capaz de crear seres pacíficos y hermosos como su hermana.

Su trabajo no era ese, pero eso no le impidió intentarlo, violando con todas las leyes de la naturaleza.

Fué capaz de crear un mundo, pero no era hermoso y perfecto como el de su hermana. Este mundo era oscuro y sin vida. Nada era posible en aquel oscuro lugar. El no comprendía porqué no podía hacer lo mismo que su hermana.

Por lo que sin que ella lo supiera, se infiltró en el reino de su hermana para averiguar cuál era su secreto. Ya que era un dios de múltiples caras y formas, adoptó la forma de una de las creaciones de su hermana, más en específico un humano.

Conoció una joven mujer y de su semilla nació milagrosamente un bebé.

Pero aquel niño no era normal, guardaba un gran poder en su interior al igual que su padre y a menudo era un imán para la oscuridad. El tiempo pasó y como si de un virus se tratara, la semilla de su hijo se extendió por todo el mundo, pero en lugar de nacer bebés, nacían seres monstruosos y demoníacos de distintas formas y diferentes tamaños.

Así fué como nació el mayor tormento de todas las creaciones de la Diosa Madre.

Esta al descubrir las fechorías de su hermano, se enojó terriblemente y el mundo tembló ante su furia. Intentó destruir a los seres creados por su hermano que invadían su mundo a una velocidad preocupante, expandiendo el terror y la violencia en cada rincón. Pero era inútil, estos se reproducían peligrosamente rápido y no fué capaz de controlarlo.

Sus creaciones se encontraban al borde de la destrucción y al final se vió obligada a bajar al mundo de su hermano para rogarle que detuviera aquella masacre.

El dios se sintió más que satisfecho al ver como su hermana rogaba por misericordia y le hizo una proposición.

«De acuerdo, salvaré a tus miserables y débiles seres, pero a cambio quiero que te entregues a mi en cuerpo y alma, hermanita»

Esta no daba crédito a lo que decía su hermano. Las perversiones del Dios del inframundo no tenían fin ante ella, por lo que tomó una drástica elección.

«Ya que no eres capaz de entender a tu hermana, no tengo más opción que solucionar yo misma el problema de raiz»

El dios del inframundo solo se limitó a sonreír. Confiado de que su hermana no podría hacer absolutamente nada. Tenía un hijo en carne y hueso a su lado que en la tierra lo había nombrado El Rey Demonio, por lo que no necesitaba nada más.

Sin embargo, nunca esperó que su hermana les pondría una maldición a todos sus seres demoníacos que le impedirían reproducirse entre ellos. La única forma era a través de un ser humano o animal.

Y no solo eso. La diosa creó un ser especial sacrificando su ojo derecho. Un ser sagrado y majestuoso que pronto fué conocido en todas sus creaciones como un Santo.

Un ser que sin importar cuántas veces era destruido, volvía a nacer una y otra vez cada cierta cantidad de tiempo, con el único objetivo de destruir al hijo de su hermano todas las veces que fueran necesarias.

Gracias a esa medida, había logrado mantener controlado a la población demoníaca, sin embargo no era capaz de destruirlos por completo ya que estos siempre volvían a aparecer.

Con el tiempo, sus creaciones terrenales aprendieron a vivir con los seres demoníacos. Pero no era una convivencia pacífica. A menudo sucedían situaciones lamentables, pero al menos fué capaz de crear un equilibro entre razas y seres.

Milenios después, empezaron a venir seres de otro mundo llamados Héroes que ayudaron considerablemente al control de la población demoníaca. Seres que rompían con todas las leyes que la Diosa había impuesto. Pero ya que estos eliminaban a aquello que más odiaba, no hizo nada al respecto y lo dejó estar.

Por otro lado, el Dios del inframundo jamás se rindió con su objetivo. Una vez cada cien años volvía a nacer un rey demonio y las creaciones de la Diosa vivían atemorizados ante esto.

Era una rivalidad entre deidades que duraría por toda la eternidad, nacido del egoísmo y el orgullo de ambos hermanos.

Sentimientos que repercutieron en cada una de sus creaciones, y que marcarían un hito en cada ser mortal.

Y es de ahí donde empieza mi historia...

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