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XXIII

Los meses habían seguido pasando, ya tenía diecisiete años y estaba tan feliz de que mi boda estuviera a la vuelta de la esquina. Por fortuna las discrepancias entre reinos se habían solucionado y todo estaba tranquilo como siempre. El rey, la reina, su familia y su consejo pronto estarían aquí.

Mandé a arreglar las calles, los parques estaban limpios y regados dando una preciosa vista de OliveHill. El castillo había sido remodelado en lo mayor posible, ya que había cosas que habían sido puestas o creadas desde muchas generaciones atrás, por lo que eran consideradas algo de familia que debían permanecer.

La decoración del lugar era magnífica, mi Antoine había traído algunas decoradores para que me orientaran en lo posible, dando como resultado algo espléndido.

Las ansias empezaban a dominarme y mil cuestionamientos llegaban a mi mente sólo para atormentarme. ¿Qué pasa si no soy del agrado del rey o la reina?, ¿y si algo sale mal?, ¿y si mi sangrado me traiciona y llega justo en ese día tan especial?

Repasaba todos los días dos veces al día, todos los elementos que tenía que estar listos, y supervisaba que así fuera para revisar que nada estuviera fuera de su lugar o de control. Antoine decía que era una exagerada y que todo saldría perfecto, pero era mas que claro que lo diría porque él no tuvo que organizar nada y ya había pasado por esto una vez.

Los muchachos mensajeros llegaron corriendo desde las calles avisando a gritos que el rey estaba por entrar a nuestra ciudad. Me encontraba con mi prometido dando un paseo, así que en cuanto escuchamos los anuncios, corrimos al coche para ir lo más rápido posible al castillo y recibirlos. Nos dedicamos a esperar un mínimo de tiempo en la entrada con unos caballeros y banderas adornando. Los primeros en llegar fueron imponentes caballos con hombres arriba de ellos en armadura tan plateada y brillosa, llevaban consigo banderas que tenían el estandarte Toscaine en todo su esplendor. El rey llegó montado en uno con su corona puesta y una larga capa café oscura, a su lado estaba su hijo mayor, el príncipe Dior, y detrás de ellos había un carruaje tan sofisticado en donde venía el resto de la familia.

Nos inclinamos para recibirlo y el se bajó de su caballo, nos pidió que nos levantaremos y le dio un fuerte abrazo a Antoine.

-No importa cuánto tiempo pase, siempre extrañaré a mi amigo.-Le dio unas palmadas en el hombro después de recibir el agradecimiento de Antoine por considerarlo de tal manera. Posteriormente pasó a verme, incliné un poco mi cabeza y después lo observé a los ojos.-Una belleza de mujer has escogido, Rupenauv, te dará esos hijos que tanto necesitas y anhelas, créeme.

-Recibir esas palabras son todo un honor, su alteza.- La reina bajó con su hija, la princesa Marianela, y unas cuantas doncellas.

-Antoine, luz de mis ojos, las canas empiezan a brotar.

-Símbolo de experiencia, su alteza.-Ella le sonrió y después avanzó hacia mí para posicionarse al lado de su esposo.

-¿Y qué tenemos aquí? Una belleza rubia. Te diría que aún eres una niña, pero bueno, quien soy yo para dar ese tipo de comentarios.-Era muy notoria la diferencia de edades entre los reyes; el rey tenía su cabello totalmente blanco al igual que su barba y cejas, era delgado y aunque su espalda seguía erguida, la edad denotaba que no tardaba en empezar a encorvarse. Por otro lado, la reina era contemporánea a Antoine y su cabello aun seguía castaño oscuro, sin embargo su cutis ya se empezaba a cuartear con arrugas.

-Permítanme darles la bienvenida con un banquete.- Antoine extendió su brazo hacia las puertas y los reyes con la princesa pasaron primero y nosotros después. 

Al parecer al rey no le gustaban los eventos de bienvenida ostentosos, por lo que nos limitamos a servir toda la comida en el comedor mientras contábamos vivencias y sus experiencias en el trayecto a OliveHill.

Al terminar, les dimos un paseo por el castillo y el jardín para después mostrarles sus habitaciones en donde se pudieran instalar. La princesa Marianela me pidió acompañarla para ver a los caballos, los cuales eran sus animales favoritos. En cuanto llegamos empezó a acariciar a cada uno, por lo que le presté un cepillo para que los peinara. Al final de los establos, el caballo en el que solía cabalgar Gaela, se encontraba relinchando y haciendo demás escándalo. Me acerqué a él y se puso en dos patas tratando de asustarme.

-No te tengo miedo, estás encerrado.-El caballo seguía inquieto, como si supiera todo lo que le había hecho a su dueña.-Eres muy molesto.- Me fui y Marianela seguía cepillando a una pequeña yegua que Antoine había adquirido hace unas semanas.

Me quedé con ella hablando sobre muchas cosas de caballos de las que tenía un vasto conocimiento, yo no era tan experta en el tema, pero ponía atención por si necesitaba saber algún dato. Iba avanzando para cepillar un poco a cada caballo, ya no era una niña, tenía 13 años, pero se comportaba como una.

Llegó al lugar del caballo de Gaela y esté se mostró igual de inquieto, mantuve mi distancia para que no me viera y ella empezó a tratar de calmarlo para tocarlo, lo logró y empezó a tocar su osico, entonces me acerqué y de nuevo se puso tan inquieto que con sus patas traseras tiró a la princesa provocandole un golpe en la cara. De inmediato la ayudé a levantarse y la llevé a que la curaran, le avisé a la reina lo ocurrido y Marianela lo confirmó.

-Es un caballo peligroso, pudo lastimar más a mi hija o lastimar a su prometida. Y eso que estaba encerrado, imagina si se llega a salir.-La reina Normani se encontraba hablando con Antoine en su despacho, yo también me encontraba ahí ya que al parecer ahora todos los asuntos de mi futuro esposo, eran de mi incumbencia.

-Era el caballo de Gaela...-Antoine habló y su mirada se perdió en su suelo.

-Gaela ya no está. Tienes una prometida que no necesitará ese caballo.-Él seguía sin responder así que me acerqué a él para tomar su mano haciéndolo reaccionar.

-Veré si alguien lo quiere comprar, sino, lo sacrificaremos.

-Gracias, Antoine.-La reina salió del lugar y yo le di un beso al amor de mi vida para agradecerle su decisión.

-Iré a mi casa para descansar. Nos veremos mañana, recuerda que es de mala suerte ver el vestido de novia.

-Esperaré con ansias, amor mío.-Hubo un último beso y me fui, satisfecha de deshacerme de todo rastro de Gaela.

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