XLIV
-¿Qué? ¡Hugh, felicidades!-escuché como a Deborah se le cayó su libro, volteamos y ya se encontraba recogiendolo para fingir enfrascarse en una lectura inexistente que se transformó en una forma de escuchar atentamente las noticias terribles para ella que acababa de oír.-¿Cuándo lo supiste?
-Antes de venir, mi esposa pidió que hicieran todos los platillos aue me gustan y lo acompañó con vino, pero ella sólo tomaba agua; por supuesto que lo noté y le pregunté ya qué ella es una excelente catadora de vinos y no come si no hay algo así, entonces me dio la noticia: no podía tomar alcohol porque estaba embarazada.
-Es fantástico, OliveHill tendrá a su primer heredero.
-¡Lo sé! Quise quedarme pero me pidió que los acompañara en estos tiempos difíciles y que además, sería bueno que lo supieras para visitarla y darle algunos consejos. Está muy preocupada, no quiere perder al bebé y no sabe como criar, su madre está muy lejos y tiene sus propias responsabilidades.
-¿Qué? ¿Pero qué clase de madre le niega atención a su hija embarazada?
-Su madre, se lo mandó en una carta, textualmente decía que no tenía tiempo.
-Patrañas. Hay un trasfondo en eso, seguramente nunca la quizo o algo.
-¿Cómo quererla? Es nefasta.-
-¡Deborah!-Mi hija seguía sentada pero sus ojos ya no eran los que captaban la atención, sino sus oídos.-Muestra tus modales, no debes hablar de otras personas si no están presentes.-Debby cerró su libro fuertemente y se levantó con él en las manos.
-Tal vez debería ir a OliveHill y escupirle en la cara todo lo que me salga de la boca. Y resulta que tengo una boca muy floja y suelo hablar de más.- Sus ojos se entrecerraron retándome no sólo a mí, sino también a Hugh.
-Ni se te ocurra, eres la princesa y debes mostrar tus modales, no andar haciendo escándalos de rameras.
-Pues eso es lo que fui.-Estaba a punto de irse pero la tomé del brazo y la jalé hacia mí.
-Ni los Rupenauv, ni los Rubiroca somos una familia de rameras, ¿me escuchaste? Jamás te sientas como una y mucho menos lo debes gritar a los cuatro vientos para ser víctima de burlas y calumnias. Si te preguntan, fuiste víctima del amor y se acabó.-No la había soltado y sus grandes ojos me veían sin entender lo que estaba pasando.-¿Me oíste?-le repetí con la voz alta para hacerla reaccionar.
-Sí, madre.-la solté para que pudiera marcharse si no antes volverle a hablar.
-Ahora ve a tu habitación y piensa bien tus siguientes palabras y acciones, aquí nada se hace de improviso.- Me giré y volví con Hugh con un ligero dolor de cabeza. León y James fingían seguir en lo suyo para que no fueran reprendidos por chismosos.
-Estás creando una mini Beverley hecha y derecha.
-Ella no tiene el carácter que tuve yo a esa edad, no es cautelosa, es más...
-Humana.
-Torpe, diría yo.-le hablé a una de las sirvientas y le pedí que me trajeran algún té para relajarme.
-Eres cruel, reina. Incluso con tu propia hija.
-Yo puedo decirle como quiera, es mi hija, y para su fortuna o desgracia, yo la crié, por lo que insultarla o criticarla es hacérmelo a mí.
-Te entiendo Bev, pero deberías ser un poco más...comprensiva. Ella no sólo tiene tu sangre y personalidad, también tiene la de Antoine y su familia, también la de tu familia.
-Mamá, ¿puedo ir a jugar a fuera? Ya me aburrió su plática.
-Las pláticas de los mayores no se escuchan León, ya te lo he dicho.
-Ya sé, pero hablaron muy fuerte.-Hizo un puchero y puse mi mano sobre su mejilla, admirando la inocencia de mi pequeño.
-Ve, pero ya sabes que te tiene acompañar tu nana y un guardia.-Él sonrió y salió corriendo, escuché cómo su vocecita le pedía al guardia de la entrada que lo acompañara a jugar y este aceptaba.
-Yo también me retiro madre, no interrumpo más su privacidad.-James se retiró dándome un beso en la frente para después despedirse de Hugh.-No se olviden de avisarme cuando el tío Hugh se vaya.-Sus botas sonaron en el suelo de madera y se escuchó como la puerta se cerró detrás de él.
-Tus hijos son maravillosos, deberías estar orgullosa de los tres.
-Lo estoy, es sólo que anhelo que puedan tenerlo todo e incluso más. James será Rey de Normanda, León será un guerrero implacable y también reunirá algún país, pero no sé que haré con Deborah, tenía un futuro asegurado pero ahora es la princesa que se quedó sin esposo. Su reputación...no puedo tener oídos en todos lados pero conozco a la gente y sé que hablan cómo si lo supieran todo, sé que entre la realeza están descartando a mi hija para sus hijos.-Movía la cabeza al hablar y sentía como mis pendientes de zafiro se movían de un lado a otro chocando con mi rostro.
-Es hermosa, inteligente, hija de los reyes de Normanda, es amable. Podría darte una lista eterna de cualidades sobre Debby y lo sabes, yo la quiero y quise como un hombre quiere a una mujer, y aunque no es algo propio que deba decir, es una mujer deseable Beverley. Ponsela enfrente a un príncipe o a un rey y sus ojos brillaban, luego dejalos a solas un día y al siguiente le estará proponiendo matrimonio.-Lo observé fijamente y solté un suspiro agotador.
-Tal vez tengas razón, me preocupo demasiado.-La puerta sonó y la misma sirvienta a la que le pedí el té, traía en sus manos una bandeja que puso en la mesa.-Gracias, Dorothea.-Ella asintió y se retiró dejándonos solos de nuevo. Me acerqué y comencé a preparar dos tazas de té.
-¿Por qué fue la misma sirvienta? Normalmente solías tener muchas y una corte de jóvenes aprendices.
-Solía, hasta que sorprendí a una tratando de llamar la atención de Antoine. Corrí a todas las jóvenes y dejé únicamente a las ancianas y poco agraciadas. No paran de venir las jóvenes que buscan un trabajo pero no puedo permitir que alguna me quite lo que con esfuerzos, sudor, lágrimas y sangre conseguí.-Le ofrecí la taza a Hugh y ambos bebimos mientras nos acercábamos a los ventanales para ver hacia el patio en donde León se encontraba corriendo.
-Espero ver crecer a mis hijos, porque no sólo quiero uno, quiero tener muchos. Me aseguraré de decirle a cada uno que tenemos todo debido a ti.
-Hazme un favor, y sólo cuéntales lo bueno.
-Por supuesto que sí, jamás ensuciaría tu nombre, mi reina.-Le sonreí y seguí viendo a mi pequeño, tenía una pequeña espada de madera y se encontraba persiguiendo al guardia, según mi hijo, con un movimiento feroz le atravesó el estómago al soldado y este cayó lentamente. Mientras los vi, mi mente se puso a divagar, pensando en que ese niño inocente, en unos años estaría en medio de batallas sangrientas, en donde atravesaría estómagos con una espada de verdad y decapitaría gente sin dudar. No sentí temor ni culpa ni tristeza, sentí satisfacción, después de todo, yo también había matado sin escrúpulos por lo que mi hijo sería como yo.
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