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Capítulo 2: Sobre estrellas

Aquello sonaba más como una orden que como una propuesta, por supuesto, porque venía de la boca del arrogante Damian Wayne. Aun así, Dick accedió sin protestar.

Se impulsó con las piernas para subir al mismo tejado en el que el niño estaba esperándolo con una notoria tensión en los hombros. Una vez arriba miró al cielo con su sonrisa resplandeciendo, ignorando el gruñido que Damian le dio por haber rozado su mano accidentalmente con la suya al caer.

—Las estrellas se ven preciosas hoy, ¿no crees?

El comentario sólo había nacido para romper el ambiente silencioso en el que se habían sumido los héroes, pero puso al moreno a pensar.

Pocas eran las veces que se daba la oportunidad de contemplar la belleza de ciudad gótica. Vivía bastante agitado, siempre luchando contra el crimen o esperándolo como un feroz tigre al acecho de su presa. Nunca tenía noches tranquilas, ni siquiera cuando había sido más pequeño, pues vivió esos años bajo el estricto entrenamiento diario de su madre y abuelo. Y aunque esa noche libre de crimen pudo simplemente marcharse a casa y descansar, se detuvo a observar las estrellas con Grayson.

¿Por qué? No estaba seguro. Le pidió que se sentara con él porque no le parecía que la noche tuviese que acabar ya. Aún era temprano y no se le ocurrió una mejor idea que quedarse allá arriba.

A fin de cuentas, no tenía ganas de volver a casa y separarse de él tan pronto. La estaba pasando bien. Miró las estrellas que le decía.

Eran grandes y brillantes, llamativas para todo el mundo; bellas, hipnotizantes y tan imposibles de alcanzar. Tan iguales a Dick, que atraía las miradas de muchas personas, que tenía la capacidad de iluminar cualquier lugar con su sola presencia, que resultaba tan dulcemente adictivo al punto de hacer cualquier cosa para pasar tiempo a su lado. Sobre todo, que aun con el cariño que le tenía y cuando parecía estar allí con él, no lo estaba. Realmente estaba a miles de millones de kilómetros de distancia, porque Damian no tenía ni tendría nunca la oportunidad de estar tan cerca de ese perfecto ser brillante.

De pronto cayó en cuenta de que no lo comparó con el sol, pero sí con las estrellas, y eso era muchísimo más cursi. Maldito seas, estúpido Grayson.

—Sí, supongo que están bien.

—¿Supones? —Nightwing se rio con despreocupación, ajeno a todo—. Bueno, pues no te interesan las estrellas. ¿Hay algo que sí disfrutes?

No era un secreto para nadie que el hijo mayor de la familia Wayne podía llegar a ser bastante invasivo, siempre usando su sarcasmo disfrazado de simpatía y acorralando con sus preguntas de todo tipo: hipotéticas, raras, capciosas. Tenía la curiosidad de un niño. Quizá la que le faltaba a Damian, porque él sí que detestaba las preguntas y se sentía sumamente incómodo cada vez que Dick invadía su burbuja de tranquilidad para indagar más sobre él.

¡Eres mi nuevo hermanito, quiero saber todo sobre ti!, le había dicho el muy entusiasta cuando al segundo día de conocerse no paraba de hacerle preguntas extrañas.

Chasqueó la lengua al pensar en esa palabra.

—Me gusta pasar tiempo con Titus —respondió, dudando un poco. ¿Cómo reaccionaría Grayson si le dijera que le gustaba pasar tiempo con él?

No lo demostraba, pero era así. Se sentía feliz cuando, aun fingiendo que lo quería lo más lejos posible, el mayor se quedaba con él y empezaba a contarle alguna anécdota de sus viejos días como Robin. En el interior le alegraba que Richard no lo dejara solo nunca, que siempre estuviera al pendiente suyo... Aunque quizá no debería sentirse tan especial por eso. Quizá no tenía nada que ver con él.

Quizá sólo era su naturaleza amable... O las sonrisas que le daba eran por mera cortesía.

Probablemente la verdad era que no le agradaba en el fondo, pero estaba obligado a soportarlo por ser el hijo biológico de su padre adoptivo y escondía su desprecio detrás de una máscara de amabilidad que usaba con quienes detestaba. Sí, podía ser eso.

—Ese perro es algo agresivo, ¿no te parece? —comentó él, dándole un codazo suave que lo sacó de sus pensamientos pesimistas y lo trajo de vuelta a la realidad: Dick lo quería, esa era la verdad; no había manera de que todo fuera falso o forzado—. Siempre me mira como si quisiera devorarme entero o usarme de juguete.

Damian sonrió.

—Creo que no le agradas.

—Creo que en eso no es muy distinto a ti.

Su sonrisa se borró, abriendo paso a una mirada indignada. No era la persona más expresiva, pero de algún modo se esforzaba.

¿De verdad el muy idiota creía que no le agradaba o sólo estaba jugando? Más le valía que eso fuera, porque de lo contrario Damian se iba a cabrear. Era un hecho que le agradaba. ¡Demonios, si todos lo sabían! Conocían su evidente desprecio por los demás y su favoritismo por él, también muy evidente. ¿No le bastaba que no protestara tanto por las órdenes que le daba, que siempre intentase emparejarse con él y que no lo insultara como a los otros? Su profundo cariño se reflejaba en ese trato especial que todos notaban.

Todos menos quien sí le importaba.

—Si no me agradaras, ya me habría desecho de ti —aclaró, ciertamente resentido por el comentario anterior.

—Entonces, ¿sí te agrado?

Damian rodó los ojos, hastiado. Ahora sabía que no había sido más que una estúpida broma con intenciones de escuchar de su propia boca la afirmación que él quería. Por eso, lleno de aparente desdén, soltó:

—Eres tolerable.

¿Tolerable? Si tuviera que naufragar en una isla desierta sin ningún tipo de contacto con el mundo exterior, no hay nadie con quien preferiría quedar varado excepto Grayson.

—Vamooos, podemos llegar a más —insistió él con infantilismo y un intento de cara adorable. ¿Por qué se comportaba como un crío a veces?

Era tentador. Bobo, pero tentador.

—Te soporto más que a Todd —declaró con arrogancia, gozando por dentro la insistencia del mayor—. Confórmate con eso.

Dick dio una pequeña sonrisa de victoria, a lo que Damian tuvo que desviar la mirada.

No podía renegar mucho de los efectos que causaba Grayson en él. Con el tiempo lo había entendido y aceptado, y con la ayuda indirecta de Pennyworth y algunas investigaciones llegó a comprender la magnitud de sus sentimientos y, a la vez, lo peligroso de estos. Sopesando sus opciones, sus riesgos seguros y sus posibles beneficios, decidió por cuenta propia que lo mejor era quedar en un punto neutro y ocultar el secreto toda la vida.

Podía sonar exagerado, pero ¿qué más le quedaba? Por lo que sabía, erradicar un sentimiento de amor era casi imposible. Suponía que para él, que nunca había sentido algo así, sería aun más difícil desprenderse.

Y es que sus instintos lo llevaban a aferrarse a esas sensaciones cálidas en el pecho cada que lo veía llegar o acercarse, a ese anormal disfrute de su atención y a la fantástica experiencia que conllevaba mirarlo fijamente, perderse en esos ojos de un azul tan vívido como el de los bellos océanos tropicales.

Frunció las cejas mientras observaba a su supuesto hermanastro: el idiota era agraciado.

Tenía algo en su aspecto que lo volvía muy agradable a la vista, pero Damian no podría explicar qué era exactamente. ¿Era el brillo de sus ojos o lo brillante su sonrisa? Podían ser ambas, pero también lo respingado de su nariz y la forma en que esta se arrugaba cuando se reía mucho. Tal vez se trataba de su cabello, de sus miradas intensas o del aura de felicidad que emanaba. ¿Sus pómulos? ¿Su hoyuelo izquierdo? ¿Su mandíbula definida?

Tal vez era la combinación de todo eso.

Le gustaba mirarlo, pero odiaba que él o alguien más lo descubriera haciéndolo. Ya le había pasado en varias ocasiones con Drake, que solía reír y preguntarle en presencia del mismo Dick si este tenía algo en la cara. Después ellos se ponían a bromear entre sí y dejaban pasar el asunto con total naturalidad.

Para su enorme suerte, sospechar del hermano menor era totalmente imposible.

—¿Por qué detestas tanto a Jason? —inquirió el mayor, curioso. Damian tuvo que apartar rápidamente la mirada de su boca y suplicar que él no se hubiera dado cuenta.

—Mírale la cara y entenderás mis motivos.

—Vaya, si así te expresas de él a sus espaldas, no quiero ni imaginar lo que dirías de mí.

Sí, mejor no lo imagines. Te asustarías.

Pero definitivamente no iba a decirle eso que daba en qué pensar. Más porque, conociendo a Dick, sabía que no dejaría el tema si él se atrevía a tocarlo. Era preferible ser sincero.

—No hablo tantas pestes como piensas.

—¿No?

—Demonios, Grayson, tampoco soy un monstruo. —El aludido alcanzó a escuchar el choque furioso de sus dientes, por lo que pensó que lo mejor era pedir disculpas y cambiar de tema, pero el moreno habló antes—. Me agradas. Es algo que diré una sola vez y que espero que te haya quedado claro, porque no pienso seguir con tus juegos.

—¿Seguro que el de los juegos soy yo?

—Tt, olvídalo. No ayudas.

Se levantó dispuesto a irse, pero el guante de Nightwing alcanzó el suyo. Lo sostuvo con fuerza para impedir que huyera. Después de tensarse hizo la pregunta más estúpida que se le pudo haber ocurrido, en el peor momento, con el peor escenario y a la peor persona.

—Damian... ¿Qué soy para ti?

Él se paralizó al instante.

Dick hizo la pregunta con el tono de voz más tranquilo que tenía, aunque al final había sonado algo serio. ¡Lo peor de todo era que no tenía ninguna mala intención con su pregunta!

Sólo quería confirmar qué tanto lo apreciaba.

Y no era que estuviera desesperado por el reconocimiento, no. Sin embargo, la más mínima muestra de afecto de Damian Wayne era algo que con trabajos se conseguía. A veces se comportaba obediente —cosa que con nadie más, ni siquiera con Bruce— y cómplice con él, incluso parecía admirarlo. ¡Tenían una buena relación, de hecho! Pero cuando él intentaba acercarse más, el menor lo repelía.

Dick podía imaginar sus razones. Debía ser duro para Damian abrirle su corazón, y estaba bien, pero al menos quería saber si en algún momento lo dejaría entrar.

Robin no le respondió. Se negó a reaccionar a algo así, mucho menos a indagar en el tema, por lo que optó por soltar una bomba de humo, saltar y echar a correr a la mansión. Dick simplemente se quedó pensando en que la primera vez que se lo preguntó le había respondido que era una molestia y un insufrible, pero ahora no había dicho nada de eso. Ya no le parecía tan detestable a la pequeña bolita de odio, y eso era un avance.

Sonrió feliz mientras sus ojos se mantenían fijos en donde esa rápida sombra se perdía entre las alturas de los edificios de la ciudad.

—Eres complicado, niño.

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