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EXTRA #1

Hola 😊👋 éste capítulo está dedicado a una lectora muy especial, @lilizambranoc en serio eres súper 🥰💖 espero te gusten ambos capítulos 😘.

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Las puertas de la habitación se abren de repente, lo que nos sobresalta a los dos, y entra un señor afroamericano que lleva una bata blanca sobre un uniforme gris.

  —Buenas noches, señora Wood. Soy el doctor Beaufort.

  Me ha dicho señora.

«¿Y qué esperabas?»

  Es que se siente muy raro. Me siento vieja.

  Empieza a examinarme a conciencia poniéndome una luz muy molesta en los ojos, haciendo que le presione los dedos y después me toque la nariz cerrando primero un ojo y después el otro.

  Seguidamente comprueba todos mis reflejos. Su voz es suave y su contacto, amable; tiene una forma de tratarme muy cálida, me recuerda a Wells. La enfermera Carmen se une a él y Neil se va a un rincón de la habitación para hacer unas llamadas, pero podría decirse que tan solo se peleaba con el teléfono mientras los dos se ocupan de mí.

  Es difícil concentrarse en las indicaciones de el doctor Beaufort, en lo que dice la enfermera Carmen y en mi playboy al mismo tiempo pero le oigo llamar a su padre (cosa extraña de esta vida), a mi tía Charlotte y a Alan para decirles que estoy despierta. Por último deja un mensaje para Wells.

  Wells. Oh, mierda… Vuelve a mi mente un vago recuerdo de su voz. Estuvo aquí… Sí, mientras todavía estaba divagando en la inconsciencia.

El doctor Beaufort comprueba el estado de mis costillas, presionando con los dedos de forma tentativa pero con firmeza.

  Hago un gesto de dolor cuando toda esa sensación se esparce por todo mi cuerpo.

  — Solo es una contusión, no hay fisura ni rotura. Ha tenido mucha suerte, señora Wood.

«Ajá... ¡Suerte!»

  Frunzo el ceño. ¿Suerte? No es precisamente la palabra que utilizaría. Neil también le mira fijamente.

Mueve los labios para decirme algo mientras aguanta la risa del momento, creo que es «loca» pero no estoy segura. Le sale fatal hacerlo.

  —Le voy a recetar unos analgésicos. Los necesitará para las costillas y para el dolor de cabeza que seguro que tiene. Pero todo parece indicar que  esta bien, señora Wood. Le sugiero que duerma un poco. Veremos cómo se encuentra por la mañana; si está bien puede que la dejemos irse a casa ya. Mi colega, la doctora Maddison, será quien le atienda por la mañana.

  —Gracias.

  Se oye unos golpecitos en la puerta y entra Marian con un pozuelo de color azul que trae escrito “cherry” en letras de color crema en un lateral.

  Madre mía.

  —¿Comida? —pregunta el doctor  Beaufort, sorprendido por la rapidez supongo.

  —La señorita Wood tiene hambre —dice Neil.

Gracias playboy por devolverme la juventud.

— Es sopa de pollo.

  El doctor Beaufort sonríe.

  —La sopa está bien, pero solo caldo. Nada pesado por ahora, no debemos arriesgarnos. —nos mira a los dos y después sale de la habitación con la enfermera Carmen detrás, siguiéndole la pista.

  Neil me acerca una bandeja con ruedas y la señora Marian deposita en ella el pozuelo.

  —Bienvenida de vuelta, señorita Wood.

  —Hola, Marian. Gracias.

  —De nada, señorita. —creo que quiere decir algo más pero al final se contiene.

¿Por qué?

¿Qué será?

  Mi rizado favorito ha abierto y quitado la tapa, está sacando un termo, un cuenco de sopa, un platillo, una servilleta de tela, una cuchara sopera, una cestita con panecillos, salero y pimentero.

Dios mío... Todo esto es para mí. La señora Marian se ha esmerado.

—Es genial, Marian. —mi estómago ruge haciendo competencia con la bestia de Neil.

Estoy muerta de hambre.

  —¿Algo más, señor? —pregunta.

  —No, gracias —dice Neil, despidiéndole con un gesto cariñoso.

  Ella asiente y le besa la frente.

  — Marian, gracias.

  —¿Quiere alguna otra cosa, señorita Wood?

  Miro al pobre de Neil.

  —Ropa limpia para el playboy.

  Ella vuelve a sonreír mientras le brillan los ojos.

  —Sí, señora.

  Neil mira perplejo la situación.

  —¿Desde cuándo llevas esa ropa? —le pregunto.

  —Desde el jueves por la mañana.

  Me dedica una media sonrisa.

   La señora Marian sale.

  —Ella también estaba muy enojada contigo. Pertenecía al grupo de personas que cabreaste con tu actitud poco responsable. —añade Neil enfurruñado, desenroscando la tapa del termo y echando una sopa de pollo cremosa en el cuenco.

  ¡Ella también! Pero no puedo pensar mucho en ello porque la sopa de pollo me distrae. Huele deliciosamente y desprende un vapor sugerente. La pruebo y es todo lo que prometía ser.

  —¿Está buena? —me pregunta él como con ganas de también probarla, acomodándose en la cama otra vez

Asiento enérgicamente y sin dejar de comer. Tengo un hambre feroz. Solo hago una pausa para limpiarme la boca con la servilleta.

La cabeza empieza a latirme más fuerte y hago un gesto de dolor. Neil me mira con la boca abierta durante un segundo, sorprendido por mi vehemencia. Después entorna los ojos.

Rebaño el cuenco con lo que queda de la ruedita del pan dulce y me lo meto en la boca. Es la primera vez que me siento satisfecha en mucho tiempo (porque técnicamente no suelo comer nada).

  —Me lo he terminado todo.

  —Buena ardilla.

   Ahora si lo mato.

  Se oye un golpecito en la puerta y entra la enfermera Carmen otra vez con una vasito de papel. Neil aparta la bandeja y vuelve a meterlo todo en los pozuelos y luego en una cesta.

  —Un analgésico. —la enfermera Carmen sonríe y me enseña una pastilla blanca que hay en el vasito de papel, pero me entran dudas.

  —¿Puede tomarlo? Ya sabe… por el bebé.

  —Sí señor Hawk, es paracetamol. No afectará al bebé.

  Asiente agradecido. Me late la cabeza. Me trago la pastilla con un sorbo de agua.

¿El bebé? ¿Qué bebé? ¡Neil!

«Acuérdate qué estás embarazada»

Ah... Verdad.

«Mema»

  —Debería descansar, señora Wood. —la enfermera Carmen mira significativamente al playboy.

  Él asiente.

  ¡No! ¡Todavía debes explicarme cosas Neil!

  —¿Te vas? —exclamo y siento pánico.

No te vayas… ¡acabas de empezar a hablar!

  Neil ríe entre dientes.

—Si piensas que tengo intención de perderte de vista otra vez, señorita Wood, estás muy equivocada.

  Carmen resopla y se acerca para recolocarme las almohadas de modo que pueda tumbarme.

  —Buenas noches, señora Wood. —me dice y con una última mirada de censura a Neil pero luego se va.

  Él levanta una ceja a la vez que ella cierra la puerta.

  —Creo que no le caigo bien a la enfermera Ka... No, no era Katia... Era, era, ajá Carmen.

  Está de pie junto a la cama con aspecto cansado. A pesar de que quiero que se quede, sé que debería convencerle para que se fuera a casa.

—Tú también necesitas descansar, Neil. Vete a casa. Pareces agotado.

  —No te voy a dejar. Dormiré en el sillón.

—No, ve a casa.

— Ni de coña...

  Le miro con el ceño fruncido y después me giro para quedar de lado.

  —Duerme conmigo.

  Frunce el ceño.

  —No, no puedo.

  —¿Por qué no?

  —No quiero hacerte daño.

  —No me vas a hacer daño. Por favor, Neil.

  —Tienes puesta una vía.

  —Playboy, por favor…

  Me mira y veo que se siente tentado a venir.

—Por favor… —levanto las mantas y le invito a entrar en la cama.

Las técnicas que te da la literatura.

  —¡A la mierda!

  Se quita las botas y los calcetines y sube con cuidado a la cama a mi lado. Me rodea con el brazo y yo apoyo la cabeza sobre su pecho. Me da un beso en el pelo.

  —No creo que a la enfermera Kat... Carmen le vaya a gustar nada esto —me susurra con complicidad maliciosa.

  Suelto una risita pero tengo que parar por el dolor del pecho.

  —No me hagas reír, que me duele.

  —Oh, pero me encanta ese sonido —dice entristecido en voz baja— Lo siento, nena, lo siento mucho. —me da otro beso en el pelo e inhala profundamente.

  No sé por qué se está disculpando… ¿por hacerme reír? ¿O por el lío en el que estamos metidos?

  Apoyo la mano sobre su corazón y él pone su mano sobre la mía. Los dos nos quedamos en silencio un momento. Me da otro beso en el pelo. Suspiro profundamente. Necesito saber por qué. Al menos dice que se arrepiente. Eso es algo, al menos; mi subconsciente está de acuerdo conmigo.

  Parece que está de un humor complaciente hoy. Oh, el detective Black. Recuerdo. Me estremezco solo de pensar en revivir lo que pasó aquel día.

  —Sabemos por qué William ha hecho todo esto y Jaqueline también. ¿En serio debí hablar?

  —Mmm… —murmura Neil.

  Me tranquiliza el suave subir y bajar de su pecho que acuna suavemente mi cabeza, atrayéndome hacia las profundidades del sueño según se va ralentizando su respiración.

  Mientras me dejo llevar intento encontrarle sentido a los fragmentos de conversación que he oído mientras estaba inconsciente pero se escapan de mi mente, siempre escurridizos, provocándome desde los confines de mi memoria. Oh, es frustrante y agotador… y…

  La enfermera Carmen tiene los labios fruncidos y los brazos cruzados en una postura hostil mientras a su lado una joven al parecer también enfermera sonríe por la escena contemplando a Neil.

¡ÉL ES MÍO! ¡NI LO SUEÑES!

Me llevo el dedo índice a los labios.

  —Déjele dormir, por favor —le susurro entornando los ojos por la luz que anuncia la llegada de la mañana.

  —Esta es su cama, señora Wood, no la de el señor Hawk. —dice entre dientes severamente.

—He dormido mejor gracias a él —insisto, saliendo en defensa del pobre y agotado playboy.

  Además, es cierto. Neil se revuelve y la enfermera Carmen y yo nos quedamos heladas.

  —No me toques. No quiero ir a la escuela. —murmura en sueños.

  Frunzo el ceño. No suelo oír a Neil hablar en sueños. Seguramente será porque él duerme menos que yo, o porque no dormía con él. Solo he oído ahora ja, ja. La escuela dice. Me abraza con más fuerza, casi estrujándome y yo hago un gesto de dolor.

  —Señora Wood… —la enfermera Carmen frunce el ceño disgustada.

  —Por favor. —le suplico

Niega con la cabeza, gira y se va. Y yo vuelvo a acurrucarme con mi rizado.

  Cuando me despierto, al castaño no se le ve por ninguna parte. La luz del sol entra por las ventanas y ahora puedo ver bien la habitación. ¡Me han traído flores! No me fijé anoche. Hay varios ramos. Me pregunto de quién serán.

  Suena un suave golpe en la puerta que me distrae y se asoma Alan. Me sonríe al ver que estoy despierta. Oh papá.

  —¿Puedo pasar? —pregunta.

  —Claro.

  Entra y se acerca. Sus amables y cariñosos ojos grisáceos me observan perspicaces. Lleva un traje oscuro; debe de estar trabajando. Me sorprende al agacharse para darme un beso en la frente.

  —¿Puedo sentarme?

  Asiento y él se sienta en el borde de la cama y me coge la mano.

  —No sé cómo darte las gracias por salvar a mi hija, mi querida golondrina valiente aunque un poco loca. Lo que hiciste probablemente nos salvó la vida a todos. Siempre estaré en deuda contigo por todo. Por no haber estado a tu lado, ni haberte visto crecer. Dios sabe cuánto me duele cada cosa por la que has pasado mi pequeña... — su voz tiembla, llena de añoranza, compasión, tristeza y melancolía.

  Oh… No sé qué decir. Le aprieto la mano, pero no digo nada. Solo puedo llorar, es lo único que puedo hacer.

  —¿Cómo te encuentras?

—Mejor. Dolorida —digo entre lágrimas por ser sincera.

  —¿Te han dado medicación para el dolor?

  —Sí, parace… no sé qué.

  —Bien. ¿Dónde está Neil?

  —No lo sé. Cuando me he despertado ya no estaba.

  —No andará lejos, seguro. No quería dejarte mientras estabas inconsciente.

  —Lo sé.

  —Está un poco enfadado contigo, como es lógico —dice Alan con una media sonrisa.

Ah, de ahí es de donde la ha sacado Casey.

  —Él siempre está enfadado conmigo.

—¿Ah, sí? — Alan sonríe encantado, como si eso fuera algo bueno… Su sonrisa es contagiosa.

  —¿Cómo está Casey?

  Los ojos se le ensombrecen un poco y su sonrisa desaparece.

  —Está mejor. Furiosa pero creo que la ira es una reacción sana ante lo que le ha pasado.

  —¿Está aquí?

  —No, está en casa. No creo que Charlotte tenga intención de perderla de vista.

  —Sé cómo es eso.

  —Tú también necesitas que te vigilen —me riñe—. No quiero que vuelvas a exponer a riesgos innecesarios tu vida o la vida de mi nieto.

  Me sonrojo. ¡Lo sabe!

«Claro, ¿no lo recuerdas?»

—Wells ha visto tu historial y me lo dijo. Felicidades.

  —Mmm… Gracias papá.

  Me mira y sus ojos se suavizan, aunque frunce el ceño al ver mi expresión.

  —Neil se hará a la idea —me dice—. Esto será muy bueno para él y para ti. Solo… dale un poco de tiempo, me imagino que ambos estén asustados.

  Asiento. Oh… veo que han hablado.

  —Será mejor que me vaya. Tengo que ir al laboratorio a recoger los últimos análisis de tu hermana. —Sonríe y se levanta—. Vendré a verte más tarde. Charlotte habla muy bien de la doctora Maddison y de el doctor Beaufort. Saben lo que hacen.

  Se inclina y me da otro beso.

• • •

—¡Alondra! —grita Neil.

  —Estoy en el baño —le respondo mientras acabo de lavarme los dientes.

Ahora me siento mejor. Ignoro mi imagen en el espejo. Maldita sea, estoy hecha un desastre.

Cuando abro la puerta, veo a Neil junto a la cama sosteniendo una bandeja de comida. Está transformado. Va vestido totalmente de negro se ha afeitado, se ha duchado y parece haber descansado bien.

  —Buenos días, señorita Wood. —dice alegremente— Le traigo su desayuno. —se le ve juvenil y mucho más feliz.

  Uau. Esbozo una amplia sonrisa y vuelvo a la cama. Acerca la bandeja con ruedas y levanta la tapa para enseñarme el desayuno: avena con fruta seca, tortitas con sirope de arce, beicon, zumo de naranja y té Twinings English Breakfast, alguien se ha leído y tomado muy en serio su papel de Christian Grey. Dios santo pero aún así el té no es lo mío.

  Se me hace la boca agua. Tengo muchísima hambre. Me tomo el zumo en unos pocos tragos y me lanzo a por la avena. El castaño se sienta en el borde de la cama y me observa. Sonríe.

—¿Qué? —digo con la boca llena.

  —Me gusta verte comer —dice, pero yo no creo que esté sonriendo por eso. — ¿Qué tal estás?

  —Mejor —murmuro entre bocado y bocado. Me voy a atragantar.

  —Nunca te había visto comer así.

  —Es porque estoy embarazada, Playboy. ¿Qué esperabas?

  Ríe entre dientes y su boca forma una sonrisa irónica.

  — De haber sabido que dejarte embarazada te iba a hacer comer como dios manda, lo hubiera hecho antes.

—¡Neil Hawk! —exclamo y dejo la avena.

  —No dejes de comer, por favor, fue una bromita. —me dice.

  — Neil, sabes que tenemos que hablar de esto.

  Se queda helado.

  —¿Qué hay que decir? Vamos a ser padres y de seguro estás enojada conmigo y yo... —se encoge de hombros, desesperado por parecer despreocupado pero yo lo único que veo es su miedo.

  Aparto la bandeja y me acerco a él para cogerle la mano.

  —Estás asustado —le susurro. — Lo entiendo.

  Me mira impasible con los ojos muy abiertos. Su aire infantil ha desaparecido.

  —Yo también. Es normal —continúo.— Y no estoy enojada contigo playboy.

—¿Qué tipo de padre voy a ser? ¿Y tú carrera? De seguro me quieres matar. — su voz es ronca, apenas audible.

  —Oh, Neil —contengo un sollozo. —. Uno que lo hace lo mejor que puede como todos en algún momento de sus vidas. Eso es todo lo que podemos hacer, como todo el mundo.

  —Alondra… No sé si voy a poder…

  —Claro que vas a poder. Eres cariñoso, eres divertido, eres fuerte y sabes poner límites. A nuestro hijo o hija no le va a faltar de nada.

  Me mira petrificado, con su delicado rostro lleno de dudas.

—Pero como dice Ana, y cito –Sí, lo ideal habría sido esperar. Tener más tiempo para estar nosotros dos solos. Pero ahora vamos a ser tres e iremos creciendo todos juntos. Seremos una familia. Nuestra propia familia. Y nuestro hijo o hija te querrá incondicionalmente, como yo.– me entiendes playboy. — se le llenan los ojos de lágrimas mientras se sorbe la nariz como si fuese un niño pequeño.

  El detective Black entra en la habitación casi disculpándose. Se me cae el alma a los pies al verle, así que hace bien en disculparse de antemano.

  —Señor Hawk. Señora Wood. ¿Interrumpo?

  —Sí —responde Neil secando sus lágrimas.

  Black le ignora.

  — Me alegro de que esté despierta, señora Wood. Necesito hacerle unas preguntas sobre lo sucedido aquella tarde. Solo rutina. ¿Es este un buen momento.

—Claro —murmuro, aunque no quiero revivir los acontecimientos de aquel día.

  —Alondra debería descansar. —dice Neil molesto.

  —Seré breve, señor Hawk. Y además, esto significa que estaré fuera de sus vidas por un buen tiempo, más bien antes que después.

  El castaño se levanta y le ofrece el asiento al detective. Luego viene a sentarse a la cama conmigo, me da la mano y me la aprieta un poco para tranquilizarme.

  Media hora después, Black ha acabado. No me ha dicho nada nuevo y yo simplemente le he contado los acontecimientos de aquel día con una voz vacilante pero tranquila.

Neil se ha puesto pálido y ha hecho muecas en algunas partes de mi relato.

Black se levanta para irse justo cuando la doctora y dos residentes entran en la habitación.

  Después de un exhaustivo examen, la doctora Maddison declara que estoy lo bastante bien para irme a casa. Wuiiiii. Neil suspira de alivio.

  —Señora Wood, tendrá que estar atenta a cualquier empeoramiento de los dolores de cabeza o la aparición de visión borrosa. Si ocurriera eso, debe volver al hospital inmediatamente.

Asiento intentando contener mi entusiasmo por volver a casa.

  Cuando la doctora se va, Neil le pregunta si tiene un momento para una breve consulta en el pasillo. Deja la puerta entreabierta mientras le hace la pregunta. Ella sonríe.

  —Sí, señor Hawk, no hay problema alguno.

  Él sonríe y vuelve a la habitación más feliz.

  —¿De qué iba eso?

  —De sexo —me dice dedicándome una sonrisa maliciosa.

  Oh. Me ruborizo.

  —¿Y?

  —Estás en perfectas condiciones para eso. —vuelve a sonreír

Salimos por la puerta de atrás del hospital para evitar a los paparazzi que están en la entrada. Jace, uno de los nuevos guardaespaldas de Neil nos lleva hasta el todoterreno que nos espera.

—¿Contenta de volver a casa? —me pregunta.

  —Sí —susurro pero cuando me veo de pie en el ambiente familiar del sendero a casa, la enormidad de todo por lo que he pasado cae con todo su peso sobre mí y empiezo a temblar.

— ¿Quieres un baño? — niego.

Eso me trae recuerdos de Jinny y el estado deprimente en que llegó a nosotros.

—¿Y una ducha? —tiene la voz ahogada por la preocupación.

  Asiento entre lágrimas. Quiero quitarme todo lo malo de los últimos días, que se vayan con el agua los recuerdos del ataque de William. «Zorra calienta braguetas.»

  Sollozo cubriéndome la cara con las manos mientras el sonido del agua que sale de la ducha resuena contra las paredes.

  —Vamos… —me arrulla Neil con voz suave.

  Se arrodilla delante de mí, me aparta las manos de las mejillas llenas de lágrimas y me rodea la cara con las suyas. Le miro y parpadeo para apartar las lágrimas.

  — Estás a salvo. Los dos estáis a salvo. —susurra.

  Nuestro pequeño/a y yo. Los ojos se me llenan de lágrimas otra vez.

  —Basta ya. No puedo soportar verte llorar ardilla, eso... Me duele. — tiene la voz ronca. Me limpia las mejillas con los pulgares, pero las lágrimas siguen cayendo

—. Vamos a quitarte la ropa —dice con voz suave.

Me limpio la nariz con el dorso de la mano y él me da otro beso en la frente.

  Me desnuda con eficiencia, teniendo especial cuidado al quitarme la camiseta por la cabeza. Aunque la cabeza no me duele mucho.

  Me ayuda a entrar en la ducha y se quita la ropa en un tiempo récord antes de meterse bajo la agradable agua caliente conmigo. Me atrae hacia sus brazos y me abraza durante mucho rato mientras el agua cae sobre nosotros, relajándonos.

  Deja que llore contra su pecho. De vez en cuando me besa el pelo pero no me suelta y me acuna suavemente bajo el agua caliente. Siento su piel contra la mía, el vello de su pecho contra mi mejilla… Es el hombre que tanto quiero, el hombre guapísimo que nunca dejó de estar a mi lado y que he estado a punto de perder por mi imprudencia.

Siento dolor y vacío al pensarlo, pero estoy agradecida de que siga aquí, todavía aquí a pesar de todo lo que ha pasado.

No quiero saber nada más de este tema, no quiero ni que se atreva a darme algunas explicaciones. Ahora quiero disfrutar de esos brazos reconfortantes y protectores con los que me rodea.

  Dejo de llorar y me aparto un poco.

—¿Mejor? —me pregunta.

  Asiento.

  —Bien. Déjame verte —me dice, y durante un instante no sé a qué se refiere pero veo que me coge la mano y me examina el brazo sobre el que caí cuando William me golpeó.

Tengo hematomas en el hombro y arañazos en el codo y la muñeca. Me da un beso en todos ellos. Coge una esponja y el gel de la estantería y de repente el dulce olor familiar del chocolate me llena la nariz.

  —Vuélvete.

  Muy lentamente me va lavando el brazo herido, después el cuello, los hombros, la espalda y el otro brazo.

Me gira hacia un lado y me recorre con sus dedos largos el costado. Hago una mueca de dolor cuando pasan sobre el gran hematoma que tengo en la cadera. Los ojos de Neil se endurecen y frunce los labios. Su ira es palpable y suelta el aire con los dientes apretados.

  —No me duele. —digo para tranquilizarle.

  Sus ardientes ojos esmeralda se encuentran con los míos.

  — Quiero matarle. Y casi lo hago. —susurra críptico.

Frunzo el ceño y me estremezco ante su expresión lúgubre.

Echa más gel en la esponja y con una suavidad tierna y casi dolorosa me va lavando el costado, el culo y después se arrodilla para bajar por las piernas.

Se detiene para examinarme la rodilla y me roza el hematoma con los labios antes de seguir lavándome las piernas y los pies.

Extiendo la mano y le acaricio la cabeza, pasándole los dedos entre el pelo húmedo. Se pone de pie y recorre con los dedos el borde del hematoma de las costillas, donde ese imbécil me dio la patada.

— Oh, nena —gruñe con la voz llena de angustia y los ojos oscuros por la furia.

  —Estoy bien. — acerco su cara a la mía y le beso en los labios.

Duda a la hora de responderme, pero cuando mi lengua se encuentra con la suya, su cuerpo se revuelve contra el mío.

  —No —susurra contra mis labios y se aparta—. Voy a lavarte para que quedes limpia.

  Su expresión es seria. Maldita sea… Lo dice en serio

Coge el champú y antes de que pueda persuadirle de otra cosa, empieza a lavarme el pelo. También me gusta estar limpia, la verdad. Me siento fresca y revitalizada y no sé si es por la ducha, por el llanto o por la cercanía y los mimos de este hombre.

Él me envuelve en una toalla grande y se rodea la cadera mientras yo me seco el pelo con cuidado. Me duele la cabeza, pero es un dolor sordo y persistente que se puede soportar. La doctora me ha dado más analgésicos, pero me ha dicho que no me los tome a no ser que sea absolutamente necesario.

Pienso en ello pero él me distrae. Se está secando el pelo con una toalla y tiene el pecho y los hombros todavía húmedos con gotas de agua que brillan bajo los halógenos. Para un momento y me sonríe.

  —¿Disfrutando de la vista?

  —¿Cómo lo sabes? —le pregunto intentando ignorar que me ha pillado mirándole fijamente.

  —¿Qué te gusta la vista? —bromea.

  — Ajam. —me delato al morderme el labio.

—Fácil, te pesque mirándome ardilla.

Me acaricia la mano con la nariz y le da un beso suave.

  —Alondra, es que nunca te preocupas por tu propia seguridad. —me levanta un poco el dobladillo de la camiseta y coloca los dedos sobre mi vientre.

Yo dejo de respirar instantáneamente.

—. Y ahora ya no se trata solo de ti. —susurra, y recorre con las yemas de los dedos la cintura de los pantalones del pijama, acariciándome la piel.

El deseo explota en mi sangre, inesperado, caliente y fuerte. Doy un respingo y el castaño se pone tenso, detiene el movimiento de sus dedos y me mira. Sube la mano y me coloca un mechón de pelo rizado tras la oreja.

  —No —susurra.

  ¿Qué?

  —No me mires así. He visto los hematomas y como esta de malherido todavía tu cuerpo. Y la respuesta es no. —su voz es firme y me da un beso en la frente.

  Me retuerzo.

  —Neil. —gimoteo.

  —No. A la cama —me ordena y se sienta.

Nunca le vi así.

  —¿A la cama?

  —Necesitas descansar.

  —Te necesito a ti.

Cierra los ojos y niega con la cabeza, como si le estuviera costando un gran esfuerzo. Cuando vuelve a abrirlos, los ojos le brillan por la resolución.

  —Haz lo que te he dicho, ardilla.

  Asiento a regañadientes.

  —Vale —concedo, pero hago un mohín deliberadamente exagerado.

  Él sonríe divertido.

  —Te traeré algo de comer.

  —¿Vas a cocinar tú? —no me lo puedo creer.

  Se ríe.

— Lo dices como si nunca lo hubiese echo.

— Sabes que te amo mucho Neil.

Él se queda petrificado, asombrado. Nunca esperó que yo pudiese admitir eso de tal manera.

— Yo también te amo cariño.




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