Capítulo 39
Iba a hacer el amor con él, aún no podía creerlo. No era ningún delito que estuviésemos desnudos en esta cama. El destino me había hecho caer una, otra y otra vez en las manos de Neil.
Me hacían tratar de ver que lo correcto para mí era estar a su lado pero yo no veía nada. Ahora no pensaba dejarle ir, tenía miedo pero el amor por ese chico de cabellos rizados que tenía enfrente era mucho más fuerte.
Lo deseaba con la pasión pura y carnal de un animal salvaje.
Neil dejó de chupar y alzó la mirada hacia mi rostro. Él tenía los labios entreabiertos y la verdad no me lo pensé dos veces. Le agarré del pelo con manos temblorosas de tanto nervio, me incliné y entonces comencé a deslizar la lengua entre ellos, hasta que acaricie la de él.
Neil clavó los dedos en mis caderas y dejó que procediera a devorarle la boca, era un sabor exquisito. Él me acarició y me apretó las nalgas y yo intensifiqué el beso soltando un tímido gemido de placer, adentrando más la lengua, provocándole.
Él esperaba decisión de mi parte, saber que estaba segura para así poder actuar. Neil me alzó como si no pesara nada en absoluto y fuese una niña y me sentó a horcajadas sobre él, dejándome sentir plenamente su cuerpo por encima de la ropa. Las rodillas clavadas en la cama, a cada lado de sus caderas.
Él tomó el mando del beso con la voracidad de los lujuriosos amantes de libros de la literatura.
Yo me aparté, miró hacia mi cuerpo y me encontró abierta totalmente para él. Mis nalgas presionaban su fuerte erección y él me acariciaba el trasero y miraba muy divertido. Alzando un poco una de las muñecas, la dejó caer y un gemido escapó de mis labios al sentir el contacto con mi piel. Neil no dejó que me distrajera.
Posó sus labios sobre los míos y me besó tiernamente mientras me acariciaba la espalda haciéndome estremecer. No paró de besarme hasta que me convertí en gelatina líquida, mi entrepiernas estaba realmente húmeda.
Lo tenía cogido del cabello, de esos bellos rizos castaños alborotados y estaba sentada sobre él, completamente abierta y a su plena disposición.
— Quiero hacerte el amor, Alondra. —dijo él sobre mi boca.
Lamió el labio inferior y lo mordisqueó con una pasión y un placer salvaje.
— Quiero meterme dentro de ti. Quiero quedarme tatuado en tu piel.
Entonces lo miré a los ojos con aquella mirada cubierta en caramelo en estos momentos, más oscuros y turbados de deseo que como nunca han podido estar, mientras asimilaba las palabras de él mi cuerpo parecía un artilugio incendiario. Luego miré su boca, le pasé la lengua audazmente por el labio inferior y lo volví a besar pero esta vez jugando con él, mordisqueándolo.
Avanzando y retrocediendo, hasta que Neil perdió la cordura y me saqueó como si fuese todo un pirata. Se hizo dueño de toda mi boca, de todo mi cuerpo y de mi voluntad. Me aparté para volver a coger aire y entre bocanadas alcancé a susurrar:
— Entonces, hazlo, yo... vamos Neil, hazlo.
Él me besó y me mordisqueó el cuello. Sonrió triunfante y victorioso ante aquellas palabras.
— ¿Tú también quieres que te haga el amor, princesa? — preguntó mientras lamía el lóbulo de mi oreja.
— Ah... sí... — respondí entre gemidos, tiritando del estremecimiento tan placentero.
Le aguanté la mirada penetrante y esmeralda. Tenía los ojos verdes más oscuros que nunca. Igual de turbios que los míos, la melena rizada desparramada mientras la mía caía por la espalda, sus labios color frambuesa semi–abiertos.
Estaba desnuda y deseosa de... de hacer el amor con él, de que lo hiciéramos juntos. Yo deseaba aquello de lo que tanto trauma trataban de causarme. Pero solo con él.
Yo sentí como la erección de Neil crecía y palpitaba a punto de eclosionar debajo de aquella tela. Se levantó conmigo en brazos y luego de dejarme en la cama con una mano se comenzó a deshacer de los vaqueros.
No llevaba calzoncillos, así que su pene salió disparado hasta una longitud que provocó que mis ojos se abriesen como platos. ¿Eso era posible? Yo creo que los imaginé así solo en libros.
Noté la punta del glande de él que acariciaba la carne de mi sexo ya húmedo y me estremeció completa. Neil volvió a sentarse en la cama para acomodarse.
— Rodéame con tus piernas princesa, quiero hacer lo posible porque no te haga daño. — susurró contra mi hombro y lo mordisqueó dejando algunas marcas.
Lo obedecí lo antes posible y miré hacia abajo. La entrada a mi zona más sensible acunaba al miembro del rizado como si de un bebé se tratase. Era tal y como se describían los miembros masculinos en la mayor parte de las historias que he leído. Grande, grueso y largo. Totalmente amenazador.
¡Ahora si tengo miedo!
Él no me permitió que pensara en que me haría daño alguno. Me besó de nuevo, tan profundamente que no hubo ningún rincón de aquella húmeda zona que su lengua experta no rozara, acariciara, ni tocara.
Le clavé los dedos en los hombros para luego dirigirme a la espalda y lejos de intimidarme, lo besé con la misma necesidad, con vehemencia, restregándome contra él y volviendo a entrelazar mis dedos entre su cabello rizado y alborotado.
Era excitante estar con un hombre tan sensualmente salvaje, de pelo medio largo y poder agarrarse a gusto a su cabellera mientras nos abrazamos y nos besamos. Deseaba tanto que Neil calmara el dolor que sentía de todos estos días pasados, la necesidad de ser amada por lo que soy, lo que valgo, mis sentimientos... no por mi cuerpo ni nada de lo otro.
— Dime si te duele nena. — me hizo saber él contra mi boca.
Neil lamió sus labios mientras actuaba para tratar de relajarme pero no le contesté a sus preguntas.
— ¿Te duele aquí? — deslizó sus dedos por la parte interna de los muslos y acarició la entrada de mi sexo con suavidad y ternura.
Entonces di un respingo y solté un gemido.
— ¿Sí, nena? ¿Te duele si continúo? ¿No? — sonrió y presionó el orificio de entrada a mi cuerpo.
Lo acarició haciendo círculos, y observó la reacción que apareció en mi rostro, que llena de una inmensa curiosidad había bajado la mirada para ver como su mano tan blanca como la nieve hurgaba en mi intimidad, era tan excitante y placentero.
— ¿Quieres que te haga el amor de verdad? ¿Quieres que calme tu fuego? — susurró contra mis labios mientras notaba en la humedad de sus dedos la disposición que tenía mi cuerpo a querer sentirlo de una vez.
No necesitaba contestación a esas preguntas con respuesta más que obvia.
— Mmm, sí... Así se hace nena... —introdujo el dedo corazón y sintió como me abrazaba a él, a ese dedo inquisitivo que me recorría. —Entonces si quieres, nena. Lo quieres tanto como yo, deseas que lo haga de una vez por todas.
Creí que iba a desmayarme con aquellas sensaciones, sumadas a sus palabras. Sentía el dedo de Neil frotarse contra mi intimidad, acariciándola, estimulándola, despertando todo en su interior.
No podía evitarlo y empecé a mecerme contra su mano, moviendo las caderas tal como si estuviera bailando. Nunca había hecho el amor con nadie, es que en realidad, nunca hice nada. Ese tema no era de mi interés, no despertaba mi curiosidad.
Lo mío siempre fueron los libros, por ellos si sabía muy bien como se hacía, Christian Grey, oh ese era mi favorito.
Neil empezó a acariciar mi clítoris con el pulgar mientras introducía más profundamente el dedo en el interior, eso me iba a volver loca. Me dolía un poco pero no era nada comparado con sus mimos en la cama. No podía detener mis movimientos casi frenéticos, ardía como si me estuviese quemando y palpitaba contra su mano.
Ese solo sentimiento me encantaba, todo lo que me estaba haciendo y lo que yo era capaz de provocar en él. Nos consumíamos como cera a fuego lento. De repente sentí otra nueva presión en aquella zona y supe que él estaba deslizando otro dedo en mi interior provocándome temblores.
Dos dedos ¿acaso quiere matarme? Me daba cuenta que estaba tratando de hacerme sentir bien, quería eliminar cualquier mínimo rastro de miedo con respecto a lo que estaba por suceder pero si seguía así no iba a poder aguantarlo por mucho tiempo.
Neil no se detuvo ni por un pequeño e insignificante minuto. Seguía su ritmo implacable, salvaje pero sensual. Me acariciaba, encendía toda esa carne húmeda de mi interior. Mi sexo latía a fuego vivo, observando cada una de sus expresiones, le gustaba que le mirase.
Quería darle placer, mucho placer, todo el que fuera posible. No solo era placer lo que él deseaba sino una prueba de confianza, de amor, de que yo le necesitaba tanto como él a mí. Sentía algo muy fuerte por Neil, algo que nunca antes había sentido por nadie ni siquiera cuando alusinaba con amar a William.
Guiado por esa necesidad de la que recién por los hechos nos hemos percatado ambos, él hincó los dedos más adentro. El ritmo empezó a ser más rápido y entonces me agarré con fuerza a su cuello, su espalda y el cabello.
— No te imaginas cuantas ganas tengo de hacerte mía, princesa... — movió los dedos más profundamente — Aquí, ahora... — acarició mi clítoris con el pulgar desencadenando una fuerte oleada de gemidos mientras se inclinaba para lamer y morderme el cuello — Mmm... estás muy mojada...
— Ne... Neil, por... favor... — contesté apenas esas palabras con las pupilas dilatadas y los ojos llenos de pasión, la vista estaba totalmente nublada — No, no te detengas. — lo agarré del cuello y lo abracé fuertemente.
Me abrazó de un modo tan desesperado, que el corazón parecía que ya no me pertenecía. Mi corazón quería estar a su lado, junto a su pecho... pegado al suyo. Lo amaba.
— Por favor, Neil... — apretaba mis caderas contra él en un baile sensual que ni siquiera yo misma sabía que podía hacer.
Todo contra Neil, contra sus dedos, contra su erección que crecía más y más por el deseo.
— No puedo más... — me tomó de la cintura y me alzó en peso, dándome un ligero beso en la frente, otro devorador en los labios y luego tomando un pezón con los dientes haciendo que esa cavidad húmeda de mi cuerpo se estremeciera una vez más.
Gemí echando la cabeza hacia atrás.
— Agárrate a mi cuanto puedas, princesa.
Me amarré a sus hombros, sosteniéndome contra su fuerte y bien marcado cuerpo mientras Neil volvía a acariciarme las nalgas con una mano esperando el momento oportuno para dar contra mi piel y con la otra dirigía su pene a la entrada de mi sexo que se veía húmedo, muy húmedo y brillante como si fuese una perla.
Me instó a que bajase, poco a poco, teniendo como distracción las caricias en mi trasero, algo que no me dejaba pensar claramente y me detuvo cuando el glande rozaba los labios de aquella zona deseosa por un encuentro con él.
Eché la cabeza hacia atrás y lancé un sollozo poco audible. Neil me abrazó a su cuerpo y me inmovilizó por las caderas.
Quería que no sintiera dolor pero la verdad algo sí que me dolía. Era como un pellizco en mi interior, sintiendo como todo en mi palpitaba considerablemente, mis músculos luchaban frenéticos por acostumbrarse a él, a su compañero invasor y escuchando como su corazón latía desbocado por el miedo a hacerme el más mínimo daño siquiera.
Oh Neil, me duele un poco pero no como para que te asustes.
Lo apretaba inevitablemente, lo abrazaba y lo aceptaba dentro de mí, sabiendo que no podría resistirme a él. Este hombre era, es y será siempre mi perdición. Algo nervioso por el recibimiento en mí, más lo fuerte que debían estar hincándose mis uñas en su piel, él acarició nuevamente mis nalgas de manera sensual.
Deslizó sus manos en una lánguida caricia ascendente por la espalda que me hizo erizar, luego el cuello y abarcó mi cara con ambas manos, obligándome a inclinarme sobre él. Seguidamente me besó con todo el ardor que es posible brindar el fuego y la justa frescura del agua. Yo no me había sentido así en la vida, con nada, ni nadie.
Neil era especial.
Le devolví el beso con el mismo anhelo volcánico, como si quisiera arrasar con su boca. Esa boca adictiva, pero él se apartó entre gemidos deseoso de más, aunque a la vez preocupado.
— ¿Te hago daño, Alondra? — preguntó Neil rozándome la mejilla con la nariz.
— No... — me apoyé en sus anchos hombros para acomodar mi cuerpo y deslizar las manos por su musculoso pecho con tatuajes — Es solo que... eres... eres muy... que no sé como lo hacemos Neil, eres súper grande. —murmuré mirándole directamente a los ojos.
Luego de eso, me arrepentí porque al interiorizar mis palabras me dio mucha vergüenza haber dicho aquello.
Entonces sentí como el rizado se enorgullecía de aquellas palabras que le dirigí y me hizo sonrojar. Sí, él deseaba oír que saliese de mi boca, en algún momento debía decir algo. Él pasó su lengua por mi labio inferior y luego lo mordió ligeramente para seguir acariciándolo, ya lo tenía levemente hinchado y palpitante de tantas caricias.
— Pero a ti te gusta lo que hago, estoy dentro de ti perfectamente bien. —susurró con la voz ronca.
Deslizó sus manos de nuevo acariciando todo mi cuerpo y las dejó en las nalgas, apretándolas ligeramente y acercándola más a él para dejar caer una nalgada que me hizo gemir deliciosamente. Se movió de manera delicada para que notara hasta donde estaba encajándose en mí y como era que me satisfacía.
— Sí... me gusta mucho. — susurré entrecortadamente casi sin aliento.
— ¿Estás preparada para que pueda moverme, Alondra? — dijo con la voz enronquecida por el deseo y la lujuria — Vamos a hacer el amor juntos.
Sin previo aviso, me tomó de las nalgas fácilmente y me levantó deslizando su pronunciada erección hacia fuera y luego volviendo a penetrarme con más fuerza. Me mordió el labio para así poder reprimir aquel grito que se estancaba en mi garganta, loco por salir.
Neil me volvió a penetrar más profundamente, deslizándose ardientemente en mi interior tan estrecho, según él. El placer que sentía era indescriptible, imposible de sentir con alguien. Este chico es un dios, definitivamente ya lo estoy comprobando.
Todo él era un jodido dios pagano, Eros, te agradezco por haber formado un ser tan divino como este. No había dolor, ni insultos, ni golpes, ni grabaciones como en los eventos pasados, simplemente amor. Neil me proporcionaba todo lo que necesitaba, amor.
Era muy grande y estaba dentro de mí, con un fuego que parecía no ser humano, devastando todo mi cuerpo con sus movimientos. Mi cuerpo tembloroso empezó a reaccionar rápidamente a sus caricias y sus caderas se dieron la tarea de guiarme hacia el éxtasis total.
Lo estoy cabalgando con pasión, juntando su frente a la mía mientras dejo pequeños besos en su mejilla, nariz, los ojitos, dejando que Neil hiciera lo que quisiese dentro de mí, manteniéndolo ahí, no quería que parase. Un profundo estremecimiento recorrió todo el interior y traspasó parte de mi cuerpo en un calor agradable y liberador.
Neil lo estaba haciendo, se estaba apoderando de cada centímetro de mi cuerpo. Lo sentía por todas partes en mi sexo, en las nalgas, en los cosquilleos del vientre, en los labios, en todo. Sus manos fuertes no me soltaban pero él estaba dentro, en mi corazón, bajo mi piel, ya no podía despegarme... le pertenecía.
Neil seguía moviéndose con determinación pero suave como la miel, con la facilidad y la experiencia de un jodido dios griego, el dios del deseo carnal y la lujuria.
— ¿Te gusta pequeña? — me penetró más profundamente todavía.
Sentía que esa sensación llegaba hasta mi ombligo, era exquisita y estremecedora.
— Todo lo que hay dentro de ti, todo esto que te gusta lo tendrás siempre. Todo esto, soy yo dándote placer mi princesa. Me haces sentir tan bien, tan completo... Soy tuyo.
A mí me costaba el respirar y difícilmente podía oír sus palabras, el corazón me zumbaba en los oídos por todo lo que estaba pasando. No quería pensar en eso, pero pensaba seriamente en mandarlo a callar y comerme su boca.
Neil me miraba con seguridad de sí mismo, me enmarcó la cara y juntó su frente con la mía dejándome ver esos bellos ojos esmeralda clavados en mí. Me cogí a sus hombros, luego deslizando los dedos bajé las manos a su espalda para quedarme allí.
Él me besó y suspiró de pura lujuria gobernante en su mirada. Sentí como un torbellino inmenso de placer se dejaba llegar en el cuerpo bien formado de Neil, tomándome a mí conjunto a él.
Respondí al beso de un modo tierno e intenso y empecé a mecerme contra él, dejando que este respirase un poco, parecía agitado pero de nada se quejaba, todo le gustaba.
Ambos excitados, estimulándonos el uno al otro con nuestros cuerpos ardientes. Neil descendió las manos por toda mi piel, lentamente en una caricia más que estimulante y abarcó la totalidad de mis nalgas, para moverlas y acompasarlas a su penetración.
Yo tan solo profundice aquel beso y seguí con el ritmo de este. Un ritmo sensual y erótico, de puros amantes nocturnos. Como si danzaramos a la luz de la luna llena, aunque en verdad estaba amaneciendo.
Jadeé cuando él acrecentó el ritmo. Sus ojos verdes esmeralda me miraban con amor y con unos párpados demasiado pesados por el placer, después de esto, caerá redondito en la cama.
Esta vez le enmarqué yo la cara con las manos y volví a juntar nuestras frentes. Esta vez sin parpadear, solo mirándolo. No quería perder esa imagen tan bonita que tenía enfrente.
— Dime que solo me amarás a mí. —dijo él moviendo la cabeza de un lado al otro — Te quiero solo para mí princesa. Acéptalo por favor, di que serás solo mía.
— En estos momentos eres un auténtico posesivo. Callate, no seas así salvaje. — supliqué entre jadeos.
— Pero dímelo, es importante para mí. No es que quiera parecer un hombre posesivo, solo quiero saber que no me dejarás... si lo haces me muero.
— No lo haré. Soy toda tuya, en cuerpo, mente, alma. Nada me pertenece, todo es tuyo. — le digo con el corazón en la boca y sus labios se acoplan a esta con una enorme fascinación.
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