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Capítulo 31

Comencé a observar las casas. Haber, una, dos, tres, cuatro, cinco. La quinta luego de doblar la esquina. Creo que es aquí. Subí arrastrando los pies, ya no aguantaba dar un paso más. Tuve que dar un pequeño brinco para poder llegar al timbre, este resonó desde afuera expandiéndose por toda la casa.

— Doctor John Wells, ¿qué desea? —sus ojos se agrandaron tal como si fuesen unos enormes platos de porcelana. — Wood...

— John, ¿pu...puedo pasar? — mis lágrimas volvieron a escapar sin permiso alguno.

Necesitaba un abrazo. Por muy fuerte que quisiera parecer, necesitaba de uno.

— ¿Qué te sucedió? ¿Dónde andabas? ¡Sabes lo preocupado que tienes a Neil!

John hablaba con voz entrecortada, y a mí se me eriza el vello. Algo estaba sucediendo desde que me fui. Lo presiento.

— ¿Dónde está Neil? — el baja la cabeza y siento como si mi corazón se detuviese. — John, ¿¡dónde está Neil!?

— Neil... no ha vuelto de Londres desde que salió a buscarte.

— ¿Qué? ¿Qué quieres decir con eso?

— Él ha desaparecido. No localizo ni siquiera su motocicleta.

— ¿La bestia tampoco aparece? — digo en un susurro.

Me falta el aire considerablemente.

— ¡No! ¡No, no, no, Neil no me puede hacer esto!

Wells me lleva hasta la sala de reunión y me sienta en el sofá enfrente de la chimenea para que entre en calor, mientras contemplo las llamas, anonadada, fuera de mí por completo. Llamaradas centelleantes a la vez que consumen el carbón, anaranjadas con brotes azul cobalto que danzan y se entrelazan en el interior de la casa de John.

Y, a pesar del calor que irradia el fuego y de la manta que me cubre los hombros debido a la brisa gélida de octubre, tengo frío. Un frío que me penetra hasta los huesos, como si se me fuesen a quebrar.

Oigo vagamente voces que susurran, muchas voces susurrantes ¿me estaré volviendo loca? Algo sí, es un zumbido muy distante, de fondo. No escucho las palabras que van pronunciándose. Lo único que oigo, lo único en lo que soy capaz de concentrarme en estos momentos, es en el tenue siseo de la escena que arde en aquel hogar.

Me pongo a pensar en lo que le dije hace unos días en su habitación. Mi héroe favorito.

Flashback:

Sabes que eres mi superhéroe favorito ¿Verdad?

¿En serio?

Fin del Flashback.

Me gustaría poder ver una vez más esa hermosa sonrisa en esos carnosos labios color frambuesa. Me gustaría poder decirle tantas cosas, quisiera estar ahora mismo en sus brazos. Sí, sería muy acogedor. Seguro que a él se le ocurriría algún modo de convertirlo en algo tierno y divertido, como todas las veces que me ha tenido en sus fuertes brazos.

Incluso las veces de cuando tan solo éramos unos niños, me digo con cierta tristeza. Sí, esas también fueron bastante memorables... ¿Dónde estará? ¿Dónde se habrá metido? ¿Habrá ido con William? Oh por dios. Dime que no es así.

Las llamas bailan y parpadean, cautivándome, aturdiéndome. Me concentro solamente en su belleza brillante y abrasadora. Como quisiera ser en éstos momentos el carbón que se deshace en su interior.

«Haber ardilla, ¿Quién diablos te dijo eso? Puede que tal vez les hagas un bien a ellos, pero te perderías el poder ver sus carotas y sus reacciones cuando vean en lo grande que te convertirás. Cuando vean que no hay nadie más bella e inteligente que tú, mi enana malas pulgas. Allí estaré yo, para que me ilumines con tu hermosa luz...»

«¿Así lograré sacarte de la oscuridad?»

«Ardilla, sería mejor que no intentarás eso y dejarás las cosas tal y como están. Yo podré sentir tu luz, aún desde la oscuridad...»

«Te iluminaré tanto que lograré que salgas a brillar conmigo o simplemente... me fundiré contigo en las penumbras de tu oscuridad...»

Eso fue lo que dijimos aquella vez en el hospital, cuando tiró de mí para que cayese sobre él.

Oh no, no...

Me rodeo el cuerpo con los brazos, la realidad se filtra sangrante en mi conciencia y se me cae el mundo encima como casi siempre que me comienzo a poner depresiva. El vacío que se ha apoderado de mis entrañas se expande un poco más. La bestia ha desaparecido. Él ha desaparecido.

— Señorita Wood. Tome, le hará bien.

La voz de una señora mayor me saca de mi abismal pensamiento, insistiéndome con delicadeza. Me transporta de nuevo al salón, al ahora, a la angustia que perfora mi alma.

Me ofrece una taza de té, aunque no lo soporto porque nunca me ha gustado, tan solo el de menta. Se lo agradezco y cojo la taza que repiquetea contra el platito en mis manos temblorosas, ya no sé si por el frío o por el temor de que le sucediese algo malo a Neil.

— Gracias. — susurro, con la voz quebrada por el llanto reprimido entre mis labios y por el enorme nudo que tengo en la garganta.

John está ahora sentado frente a mí en un pequeño banco de madera con cojines, cogiéndome de las manos para que no me derrame el té encima de la ropa por los enormes nervios que tengo, que decir nervios es poco para lo que siento.

Los dos, tanto él como la señora a su lado me miran fijamente con la ansiedad y el sufrimiento impresos en sus envejecidos rostros. La señora parece avejentada: como una madre preocupada por su hijo, si Neil hubiese tenido una madre así, yo al menos tuve a la tía Charlotte.

Parpadeo, sin expresión alguna. No puedo ofrecerles una sonrisa tranquilizadora para que no se preocupen por mí, ni una lágrima siquiera para que sepan como me siento: no hay nada, solo palidez y ese creciente vacío en mi pecho. Observo a John, y contemplo nuevamente el fuego.

Tocan a la puerta trasera y en algún lugar de ella John y la señora están hablando con las autoridades, que se supone les van proporcionando información de lo poco que avanza la investigación, pero todo eso no tiene ninguna importancia porque sinceramente no avanza.

El hecho es que él ha desaparecido. Hace más de nueve o diez horas que desapareció. Y no hay noticias ni rastro de él. Lo único que sé es que la búsqueda se ha suspendido. Ya ha anochecido, hay muy mal tiempo. Y no sabemos dónde está. Puede estar mal herido, o algo peor. ¡No, eso no!

Elevo una nueva plegaria silenciosa a Dios y todo lo que le acompaña. Por favor, que mi Neil esté bien. Por favor, que esté bien. La repito mentalmente una, otra y otra vez: esa es mi petición, mi tabla de salvación... algo a lo que aferrarme en éstos momentos.

Me niego a pensar lo peor. No, eso ni pensarlo. Aún hay esperanza. No puedo quedarme sin él, no puedo imaginarme la vida sin él otra vez.

«Siempre te protegeré aunque me cueste la vida, meteré esa idea en tu cabecita para que te vayas acostumbrando. Eres muy especial para mí, no me lo perdonaría si algo malo llegará a pasarte algún día por no estar allí cuidando de ti...»

Las palabras de Neil acuden a mi memoria como si fuesen un torrente de agua del grifo. Sí, la esperanza es lo último que se pierde. No debo desesperarme. Sus palabras resuenan en mi mente.

«Siempre la he tenido, pero nunca me ha encontrado... Eres y siempre serás mi pequeña, ya te lo he dicho. La cuestión es que por más que quiera que lo sepas, debes descubrirlo tu misma. Nadie más que tú, deberías poder escuchar lo que te gritan mis ojos pero tienes tanto miedo que no te dejas. No te abres ante nada y por mucho que quiera no puedo ser yo quien te muestre la realidad. Alondra yo te amo, mi amor es sincero, ¿por qué eres tan ciega?»

¿Por qué yo no he disfrutado de ese momento? Me lo estaba diciendo, me advirtió de William, me dijo que me amaba, ¿por qué no le hice caso? ¿Por qué fui tan ciega?

«Alondra yo te amo, mi amor es sincero»

Cierro los ojos y rezo en silencio, meciéndome levemente como si fuese una niña pequeña que ha perdido su peluche. Por favor dios mío, no dejes que la vida de Neil sea tan breve. Por favor, por favor. No hemos pasado suficiente tiempo juntos... necesitamos decirnos tantas cosas.

Nos ha sucedido tanto desde el corto tiempo que nos hemos reencontrado. Esto no puede terminar así. Todos nuestros momentos juntos: la caída, cuando me besó por primera vez en el hospital, en el salón de radiografía.

Ese momento en que me dijo que me amaba, cuando fue a salvarme sin pensarlo dos veces siquiera... el despertar en su habitación, finalmente «eres mi héroe favorito ¿verdad?»

Oh dios, le amo... definitivamente le amo tanto. No seré nada sin él a mi lado, tan sólo una sombra más en este mundo. Toda la luz se desvanecerá. No, no, no... mi salvaje y peligroso. Es con él con quien quiero vivir mi vida, casarme, tener hijos, envejecer a su lado, quiero todo con él. No puedo perderlo.

«Wood, te conozco, sé cuando haces las cosas por agradecimiento. Si me amas, que sea sincero. Quiero que lo sientas, no que te veas obligada a sentirlo. Fingir un sentimiento como ese es como no estar vivo y yo te amo, solo quiero que tú me ames, pero no así»

Yo también te amo... eso creo, mi motociclista peligroso.

Abro los ojos y una vez más contemplo el fuego con la mirada perdida, y recuerdos del tiempo que pasabamos juntos revolotean en mi mente: su alegría juvenil cuando me hacía caras graciosas, cuando me dijo que me llevaría como saco de patatas.

Su aspecto salvaje, peligroso y terriblemente sexy cuando apareció después de tanto tiempo frente a mí, oh, sí. Tenerlo enfrente, sus hermosos ojos color esmeralda oscureciéndose después de nuestro primer beso; su esperanza silenciosa de que en algún momento, sin que él me lo dijera yo me diese cuenta de lo que estaba sintiendo por mí en silencio.

«Te amo tanto... Alondra»

Oh, por favor, que no le haya pasado nada. No puede haberse ido. Él es mi universo, mi tierra, mi agua, mi aire. Lo es todo, hasta ahora he tardado para darme cuenta, aún así no quiero pensar tanto porque a pesar de que William ya no esté me siento confusa.

Se me escapa un sollozo ahogado, y me tapo la boca con la mano. No, he de ser fuerte. No puedo derrumbarme.

De pronto John está a mi lado... ¿o lleva un rato aquí desde que habló con las autoridades? No tengo ni idea.

— ¿Quieres que llame a Bertha, o tal vez al profesor Haggard? — pregunto con dulzura.

¡No! Niego con la cabeza y me aferro a la mano de John. No puedo hablar, sé que si lo hago me desharé en lágrimas, pero el apretón cariñoso y tierno de su mano me calmaba un poco, no mucho pero lo hacía.

Oh, Bertha. Me tiembla el labio al pensar en mi tía Charlotte. ¿Debería llamarla para preguntar cómo se siente? No. No soy capaz de afrontar su reacción, o lo que puede que me diga de ella. Quizá Haggard; él sabría mantener la calma: él siempre mantiene la calma, incluso cuando pierde la paciencia. Pero ¿quién soy para molestarle a estas horas? Nadie.

John se levanta nuevamente y se acerca a los señores en la puerta que continuaban preguntando, distrayendo mi atención. Este debe de ser el rato más largo que ha conseguido permanecer sentado fuera de su horario de trabajo, John se ve intranquilo. La señora entonces viene a sentarse a mi lado y me coge la mano en la que no llevaba nada.

— Volverá. — dice, y el convencimiento inicial de su tono de voz se quiebra cuando apenas ni la ha terminado, sé que quieren que me despreocupe pero no puedo. ¿Cómo?

Tengo los ojos muy abiertos y enrojecidos, y la cara pálida y transida por la falta de sueño, de alimento, de cuidado, de todo.

Levanto la vista hacia Wells, que está mirándonos, y hacia la señora, que se acerca a mí abrazándome a su pecho. Echo una ojeada al reloj. Son más de las once, casi medianoche.

¡Maldito tiempo!

A cada hora que pasa aumenta ese devastador vacío que me consume y me asfixia cerrando el conducto de aire a mis pulmones. En mi libertad de conciencia, sé que me estoy preparando para lo peor que pueda suceder.

Cierro los ojos, elevo otra plegaria silenciosa a quien me esté escuchando y me aferro a las manos de la señora canosa enfrente mío.

Vuelvo a abrir los ojos y contemplo otra vez las llamas. Muevo la vista al humo que sale de la taza de té que aún no me bebo. Veo su sonrisa abierta y dulce: mi favorita de todas sus expresiones, un atisbo del verdadero Neil. Mi verdadero chico salvaje y peligroso.

Él es muchas personas: la reencarnación de un obseso del control al estilo Cincuenta Sombras, un militar experimentado, un motociclista loco, un jodido dios pagano, un playboy e incluso al mismo tiempo, un chiquillo con sus juguetes y pucheros.

Sonrío. Su bestia, su departamento, su salón de juegos con el montón de maquinas locas como él, su sin número de cosas... mi niño pequeño, ¿dónde diablos estará metido? Mi sonrisa se desvanece y el dolor vuelve a lacerarme.

El nudo que tengo en la garganta se hace más grande. Oh, Neil, yo te quiero tanto, pero tanto, que me asusta mucho cuanto llego a quererte y no lo sabía. Quiero adorarlo para siempre como lo que es, un dios, mi dios. Aunque él sea un hombre tan complejo y enigmático, yo le quiero.

Nunca habrá nadie más. Jamás, aunque debo tener un tiempo de respiro pero le amo, sobre todo.

Solo importa él, y si volverá. Oh, por favor, señor, devuélvemelo, haz que esté bien. Iré a la iglesia, participaré en misas por un año o dos... tal vez tres, quién sabe y más... haré lo que sea. Oh, si consigo recuperarle, disfrutaré de cada momento. Su voz resuena de nuevo en mi mente: «Alondra te amo, y mi amor es sincero»

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