Capítulo X
Paula subió por el ascensor de Cata cerrándose el saco. La noche estaba fría y se sentía cansada física y mentalmente, lo que la hacía sentir el frío más profundo. Al llegar al departamento vio a Cata con la puerta abierta y un piyama con constelaciones.
—Espero que sea un tema de vida o muerte para venir a mi casa a las doce de la noche. Tuve que parar mi serie favorita.
—Es de vida o muerte. Porque no puedo dormir y estoy muy cansada —respondió Paula entrando a la casa sin mediar ni un saludo—. Lindo pijama. ¿Qué estabas viendo?
—Mi otra yo, es una serie sobre constelaciones familiares. —Paula sonrió y se dejó caer en el sillón—. ¿Qué pasó?
—Demasiadas cosas. Para empezar desde que me tiraste esas cartas las cosas se volvieron extrañas. —Paula levantó sus piernas y se rodeó las rodillas con las manos—. No dejo de tener recuerdos del pasado, momentos con Rafa.
—¿Y qué te dicen esos momentos? —Cata pronunció la pregunta como una psicoanalista a punto de comenzar una sesión de terapia y se sentó en el sillón a su lado.
—No sé, no los pude analizar demasiado, pero me muestran situaciones que vivimos desde otra perspectiva. No sé... me doy cuenta de que nuestra relación siempre fue diferente... algo así como especial. No me quiero hacer ilusiones que no van a quedar en nada más que lastimarme.
—Eso no lo podemos saber todavía.
—Se va a casar. Eso lo sabemos con seguridad.
—Yo no diría que con tanta seguridad. Todavía no pasó. El futuro es nuestro. —Paula resopló. Cata siempre era demasiado positiva—. ¿De qué signo eres, Paulita?
—De piscis, pero no creo en eso del horóscopo.
—¿Mmm, y tu ascendente?
—¿Mi qué?
—Creo que tendríamos que hacer tu carta natal. Para ver como están influyendo tus planetas.
—Ya te dije que no creo en esas cosas del horóscopo. Una vez leí sobre piscis y no me parezco en nada.
—Esto no tiene nada que ver con el horóscopo del diario o las revistas. Esos son unos charlatanes. Y no te ves reflejada en tu signo, porque no solo influye nuestro sol, sino también, el lugar de todos nuestros planetas al momento de nuestro nacimiento. Una persona no se puede definir por un solo aspecto.
—No sé en qué puede ayudar eso con el tema de Rafa. —Paula descruzó sus piernas y se recostó en el sillón. Comenzaba a relajarse como siempre que hablaba con Cata. No sabía qué magia tenía, pero cada vez que estaban juntas la experimentaba y su mente analítica no podía negarlo.
—Ayuda a que te puedas conocer mejor y ver con más claridad las cosas que te pasan. Es normal lo que estás atravesando, Paula. Cuando uno se abre al camino espiritual, tiene otra visión de las cosas y está más perceptivo a los mensajes del universo. No es gratuito que te aparezcan todos esos recuerdos. Estás abriendo tu mente y tu corazón.
—Mientras no sea para sufrir...
—Hay que cambiar el chip. Ayuda para crecer, evolucionar. Si Rafa no es para vos, este proceso te va a ayudar a soltarlo y avanzar.
—Eso pensé, en avanzar —Paula se giró en el sillón quedando frente a Cata—. Estuve pensando en aceptar la invitación de un compañero de trabajo. No sé, salir con alguien más. Creo que puede ayudar a sacar a Rafa de mi sistema. Y también para no ir a ese casamiento sola. No creo que pueda pasar el mal trago.
—Quizá pueda ayudar a darle celos y despertarlo. No digo que los celos sean buenos, pero...
—No quiero darle celos, Cata —interrumpió Paula—. Estoy pensando en seguir adelante.
—No vas a seguir adelante saliendo con alguien más. Ese dicho de que un clavo saca a otro es una mierda. Solo nos va a hacer disipar la energía. Tenemos que jugarnos a todo o nada. Y si vas a sufrir, puede pasar, no te lo niego. Pero bienvenido el dolor si es para sanar. Necesitas pasar por eso. Yo creo que tenemos que seguir con el plan «Amarre de amor» hasta lo último.
—Ese plan es una ridiculez, Cata. —Paula se levantó del sillón—. ¿Tenés algo dulce para comer? Me ayuda con la ansiedad.
—Hay helado de chocolate en la heladera. Y todavía no escuchaste el plan. —Cata alzó la voz en la última frase mientras que Paula abría la heladera. Volvió con el helado y dos cucharas. Cata tomó una y se la llevó a la boca.
—Y como es el plan, a ver, te escucho.
—Todavía no está trazado.
—¿Me estás cargando, Cata?
—Quiero hacer la carta natal de los dos para ver como cuadran los planetas. ¿Sabes a qué hora nació?
—Y dale con lo mismo... No sé la hora, ¿cómo voy a saberla?
—Tendríamos que averiguarlo...
—Claro, esperá que le mando un mensaje y le preguntó —respondió Paula con sarcasmo.
—Dale buenísimo —Cata se acomodó en el sillón con emoción y Paula se frotó la cara con las manos exasperada.
—No estaba hablando en serio. ¿En qué contexto le voy a preguntar eso, Cata?
—No se necesita contexto. Se pregunta y listo. —Cata se levantó y fue hasta la cartera de Paula para sacar su teléfono.
—¿Qué estás haciendo? Ni se te ocurra, Cata. Dame eso. —Paula corrió hasta su cartera tironeando de un lado y Cata del otro.
—Basta, vas a romper tu propia cartera. No seas infantil.
—Vos sos infantil, Cata. Dame mis cosas. —Paula tironeó de la cartera que se rajó haciendo volar las cosas por el aire. Las dos soltaron la cartera y se abalanzaron sobre el celular que cayó al piso. Cata llegó primero—. Si no me das el teléfono voy a buscar a mi hermano y le voy a contar que te estabas escondiendo de él detrás de una planta en tu oficina.
Cata abrió su boca con cara de horror.
—Vamos a tranquilizarnos —respondió estirando un brazo con el teléfono. Paula lo tomó tan rápido como un pestañeo—. No iba a escribir nada sin tu autorización.
—No te creo. —Paula volvió al sillón y Cata la siguió, sentándose a su lado con evidente molestia. Estaba agitada—. Pero por suerte descubrí tu punto débil.
—Él no es mi punto débil —refunfuñó Cata y a Paula se le escapó una risotada.
—Oh, sí lo es. Y ya me vas a contar por qué.
—No estamos acá para eso. —Cata se levantó nerviosa—. Volvamos al plan. Paula miró su teléfono y se sorprendió al ver un mensaje de Rafa brillando en la pantalla.
—Cata... Me escribió. —Cata se dio la vuelta estupefacta.
—¿Tu hermano?
—No, Rafa. —Paula se levantó y caminó de forma torpe hacia Cata—. «¿Te fue bien en el trabajo, pequeña?»—leyó en voz alta.
—Preguntále a qué hora nació —dijo Cata emocionada y Paula le clavó un codazo.
—Y dale con eso. Ayúdame a escribirle. ¿Qué le contesto?
—No sé... ¿Qué te fue bien? —Cata sacó dos cervezas de la heladera y Paula resopló.
—Qué original.
—No tenés que ser original, Paula. Solo tenés que ser vos. Eso es lo que a él le gusta. Tu espontaneidad.
—¿Y eso cómo podés saberlo?
—Me lo dijeron las cartas. —Cata le guiñó un ojo y le ofreció una cerveza. Paula la tomó y las dos volvieron al sillón.
—No puedo contestarle ahora. Son más de la una de la mañana. No vi el mensaje por discutir con vos.
—Ahora es mi culpa... Hacete cargo, Paulita. Si querés contestarle, hacelo. No importa la hora.
—Debe estar con su novia.
—Es obvio que su cabeza no está con ninguna novia sino con alguien más. —Paula resopló cansada. Quería creer en las palabras de Cata y por momentos la idea de que Rafa sintiera cosas por ella no le parecía tan descabellada. Pero se había convencido tanto de que él la veía como una hermana que su inseguridad no la dejaba ver más allá. Era un mecanismo para preservarse, no ilusionarse con las cosas, no esperar nada de nadie, para no sufrir. Algo que a la vez la frenaba, no la dejaba avanzar.
—Tenés que hablar con él. Decirle lo que sentís antes de que sea tarde —pensó Cata en voz alta mientras tomaba de su cerveza—. Sé de lo que te hablo. —Paula la miró con curiosidad.
—¿Pasó eso con mi hermano?
—No estamos hablando de tu hermano. No te quieras escapar.
—No puedo hacer eso, Cata.
—¿Por qué no?
—Porque me va a rechazar —los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Ay, linda —Cata dejó su cerveza para abrazarla y Paula se reconfortó en su calor. Necesitaba del contacto físico. De una amiga de verdad.
—Lo que no decimos se pudre. Se queda en nuestro cuerpo y nos enferma. No importa tanto el resultado, sino que puedas superar esto. —Cata le acarició la espalda con movimientos suaves—. Lo que importa sos vos, Paula.
Paula rompió el abrazo y se secó las lágrimas con sus manos.
—Gracias. Necesitaba esto. —Cata sonrió y asintió con la cabeza—. ¿Puedo quedarme a dormir? No tengo ganas de estar sola.
—Mmm, solo si me dejás hacerte la carta astral. —Paula resopló.
—Está bien, pesada. Pero vos me vas a contar qué pasa con mi hermano.
—Algún día, Paulita —Cata se levantó para ir a buscar su mazo de tarot y Paula soltó una risa mientras la seguía.
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