Capítulo VIII
Cuando vio a Paula entrar en el laboratorio, Rafa exhaló todo el aire que sus pulmones estaban reteniendo y golpeó su cabeza contra el volante del auto. Se sentía un idiota completo. Más que eso. Sentía que sus emociones lo manejaban sin control.
¿Cómo podía haberle hecho semejante escena de celos? No era un hombre celoso. O mejor dicho, no lo había sido nunca hasta hoy. Los celos le parecían una mierda que no le hacían bien a nadie y mucho menos al que los sufría. Además, respetaba a las mujeres, no las veía como una propiedad. Pero Paula sacaba tanto lo mejor como lo peor de él. Y en ese momento había sacado lo peor. Lo descontrolada por completo.
Imaginarla con otro hombre lo había cegado, haciéndole olvidar que Paula no era suya. Y peor aún saber que se había entregado a ese idiota... No se olvidaba de todo lo que le había hecho en la escuela. Sentía que la sangre le hervía en el cuerpo.
En el pasado pudo manejar las cosas bien. Siempre tuvo en claro que Paula era la hermana menor de su mejor amigo. La veía dulce e inocente y todo eso era suficiente para contenerlo.
Las cosas habían cambiado por completo. Ahora era una mujer. Y sus deseos por ella eran más fuertes que cualquier otra cosa. Pero no podía dejarse llevar. Iba a casarse. No era un detalle menor. Era una jodida mierda.
Puso en marcha el auto y comenzó a manejar sin rumbo. No quería volver a su departamento. No podía ver a Florencia en ese estado. Tampoco podía llamar a Guille para hablarle de los problemas que tenía con su hermana. Y Sebastián tenía a su mujer y dos bebés. Además de que a esta hora todavía debería estar en el estudio con Guille.
Después de una hora de recorrer la ciudad, se decidió a mandarle un mensaje a Sebastián. Necesitaba hablar con alguien antes de terminar de volverse loco. Estacionó el auto frente al río y le mandó un WhatsApp.
¿Vamos a almorzar? Necesito hablar con alguien. ¿Podés? Te espero en la pizzería de siempre. Y vení solo, sin Guille. Si no podés esquivarlo mándame un mensaje y nos vemos otro día.
Se quedó estacionado esperando una respuesta, mirando como se mecía el río y a la gente que caminaba por la costanera. Parejas de la mano, sonrisas, besos, niños jugando, otros caminando hacia el colegio. Gente feliz. ¿Sería feliz él alguna vez? En ese momento dudaba mucho que eso sucediera. Por suerte, la respuesta de Sebastián llegó enseguida.
En media hora estoy ahí, no tengo mucho tiempo porque tenemos turno con el pediatra de los mellizos. Y no hay moros en la costa. Lo mandé a arreglar unos problemas en una obra.
Guardó el teléfono y respiró un poco más aliviado. No sabía cómo iba a contarle todo a su amigo, pero sabía que hablar con alguien, desahogarse, le iba a hacer bien. Y Sebastián era confiable. Sabía guardar un secreto. Era el más reservado de los tres. Puso en marcha el auto y se obligó a no pensar más. Las cosas le saldrían como fueran en el momento. Improvisar, era algo que le costaba, pero que más de una vez le había funcionado.
La pizzería quedaba cerca del estudio, por lo que al llegar se encontró con Sebastián sentado a una mesa.
—Ey —lo llamó Sebastián levantándose de la silla para saludarlo—. Te ves horrible. ¿Estás bien?
—No. —Se sentaron y Rafa hizo señas al camarero para pedir—. Una cerveza, IPA, si tenés artesanal.
—Arrancamos temprano —murmuró Sebastián mientras abría el menú—. Para mí un agua con gas. Y una mozzarella. —El camarero se alejó de la mesa para preparar los pedidos—. ¿No estás con el auto? ¿Vas a tomar?
—Necesito tomar algo más que agua. De última lo dejo y me tomo un taxi. —Rafa empezó a jugar con una servilleta de papel para calmar sus nervios.
—¿Vas a hablar o vinimos a hacer origami? —Rafa levantó la vista y le respondió con una sonrisa ladeada.
—Sabes que me cuesta hablar de mí.
—Te salvé el culo mil veces en la escuela, no te puede costar hablar conmigo. —El camarero se acercó a la mesa con las bebidas—. Y largá la servilletita que me pones nervioso. —Sebastián estiró los brazos sobre la mesa y le sacó la servilleta de las manos a su amigo, la hizo un bollo y la tiró sobre la mesa.
—Ya sale la pizza. —dijo el camarero antes de retirarse.
—Gracias —respondió Rafa mientras probaba la cerveza.
—¿Es por el casamiento? —preguntó Sebastián mientras probaba un pedazo de pan de cortesía.
—En parte, sí... —Rafa suspiró y se recostó en la silla—. No sé cómo las cosas llegaron tan lejos.
—De la misma forma en que te recibiste de abogado, por presión de tu familia. —Rafa le clavó la mirada.
—¿Y qué iba a hacer? Jugar al fútbol. No era tan bueno. No me hubiera fichado ningún club.
—Eras bueno, Rafa. Lo que no tenías era apoyo. Si desde que naciste ya te pusieron el título de abogado.
—No es ese el problema ahora.
—Es parte del problema. Porque te casas por lo mismo. —Rafa resopló y volvió a acercarse a la mesa para tomar su cerveza.
—Hay algo más... —Sebastián levantó sus cejas, esperando a que Rafa hablara—. Pero no puede salir de acá.
—Sabes que va a quedar entre nosotros. Por eso estás acá sentado conmigo. —Rafa se revolvió el pelo nervioso. No sabía como decirlo.
—Paula... —Sebastián asintió con la cabeza, pero Rafa se quedó callado.
—¿Qué pasa con Paula? Dale, Rafa. Ya no tenemos dieciocho. Pareces un adolescente. Soltálo.
—Que me gusta, eso pasa, desde que tengo memoria. —Rafa resopló y puso cara de fastidio al ver que Sebastián sonreía—. No sé a qué viene esa cara. Te hablo en serio.
—Ya sé. No es una novedad. Ya era hora de que te dieras cuenta. Están uno atrás del otro desde los doce años más o menos. Y no sé si antes.
—¿Qué? —preguntó Rafa con la confusión en su rostro.
—Ay Rafa... siempre fuiste lento para las chicas.
—No entiendo a qué vas.
—A que se gustan. En plural. Esa chica está enamorada de vos desde el jardín de infantes.
—Estás diciendo boludeces, Sebastián. Y yo te estoy hablando de algo que me tiene mal.
—¿Y por qué te tiene mal?
—¿Me estás jodiendo? Es la hermana de Guille. Sin decir que me caso en un mes. —Rafa resopló y se cruzó de brazos deslizándose hacia abajo en la silla. Cada vez que pensaba en el casamiento quería esconderse o desaparecer.
—Es la hermana de Guille... eso te lo tomo. No le va a gustar una mierda, pero se tendrá que acostumbrar. Ya no es una nena. Es una mujer y puede decidir con quién quiere estar.
—Estás hablando como si hubiera una posibilidad de que sucediera y no la hay.
—Lo del casamiento... —Sebastián siguió sin escucharlo—. Se soluciona fácil. Suspendes todo y listo. —Rafa lanzó una carcajada triste.
—Claro, como si fuera tan fácil. Mis suegros están viajando en diez días desde Mendoza. Les digo que devuelvan el pasaje. Y la reserva del salón para la fiesta.... Mi mamá y Florencia ya estaban mandando las invitaciones... ya sé, les digo a todos los invitados que era un chiste.
—Sos un tarado —resopló Sebastián mientras corría los vasos para que el mozo que se había acercado con la pizza la pudiera dejar en la mesa—. Que te importan tus suegros, o lo que piensen los invitados. Estamos hablando del resto de tu vida, amigo. De tu felicidad.
—Vos me conoces, Sebas. Cuando me comprometo con algo lo cumplo...
—Rafa, esto no es un contrato, ni un juicio, ni un partido de fútbol. Es tu puta vida, hermano. Y la vas a cagar. Te lo digo yo que estuve a punto de casarme con una loca. —Rafa sonrió y Sebastián se metió una porción de pizza en la boca—. ¿Te pensás que fue fácil? Me peleé con toda mi familia, dejé la empresa, la comodidad, todo. Y no me arrepiento. No quiero menos para vos amigo.
Rafa tomó otro tramo de su cerveza. Su cerebro trabajaba buscando las opciones que tenía para salir del embrollo en el que él solo se había metido. Y no las encontraba. Visualizaba a Florencia llorando y a sus suegros haciendo una escena en su casa. Y ni que pensar de sus padres.
—No puedo, Sebas. No veo opciones. —Sebastián negó con la cabeza.
—Sos más duro que esta mesa... Te vas a casar y vamos a estar ahí como padrinos de esa farsa. Pero sabes que contás conmigo para lo que decidas. Para hundirte o para salvarte. Te voy a cuidar el culo, Rafa, como siempre.
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