Capítulo VII
Paula entró en el laboratorio con el chocolate en la mano y la confusión en su rostro. Trató de eludir a la mayoría de sus compañeros de trabajo caminando rápido hacia su oficina con la cabeza un poco gacha y saludando con un simple «hola» sin frenarse frente a nadie. Quería estar sola para poder analizar lo que acababa de ocurrir, tomar los elementos necesarios y correr hacia el dique para hacer las tomas para las pruebas que tenía programadas para hoy. Lo que más le gustaba de las pruebas de campo era el contacto con la naturaleza. Poder poner sus pies en el pasto, sentir el aire, la brisa del río.
Se desplomó en el asiento antes de empezar a guardar lo necesario. Necesitaba un momento para volver a la realidad. ¿Qué había pasado en ese auto? La actitud de Rafa se había transformado al mencionar a Joaquín. ¿Se había puesto celoso? No podía creerlo. Pero había actuado como un novio celoso, cuando no lo era. ¿Tendrían razón las cartas cuando dijeron que él la deseaba? Le costaba creerlo. Pero no podía negar que sintió su mirada sobre ella en todo el camino. Una mirada profunda, intensa, que la desnudaba.
Abrió el envoltorio del chocolate. Se había acordado de cuál era su preferido. No creía que eso fuera casualidad. Tampoco quería hacerse ilusiones tontas. Se iba a casar con otra mujer. Era un hecho.
Intentó buscar en su mente, algún recuerdo, interpretar el pasado desde otra óptica. Muchas veces miramos las cosas desde nuestra cabeza, con nuestros prejuicios, nuestros miedos. Se transforman en unas anteojeras que no nos dejan ver con toda claridad. Vemos al otro desde nuestro universo y el otro nos ve del mismo modo. Si bajáramos esas barreras, si miráramos al otro desde el corazón y no desde la mente, seguro que nos llevaríamos grandes sorpresas.
Quizá ella se convenció de que Rafa la veía como una hermana menor porque tenía miedo. Miedo de abrirse y de dejarse querer y cuidar por alguien que la respetaba y la valoraba de verdad. Porque ese era Rafa. Más allá de algunas discusiones o desencuentros que siempre tenían, él la cuidaba y la valoraba por quién era. Se sentía inteligente, querida y cuidada cuando él estaba cerca. Y eso a veces asustaba.
Aunque también Guille, su hermano la hacía sentir de esa forma. Y Sebastián, su primo. Ese cariño de hermandad, de familia. Y Rafa era parte de la familia desde que eran chicos, aunque no compartieran la misma sangre. Si alguna vez habría sentido algo por ella, nunca se lo habría permitido por esa lealtad machista hacia su hermano. Aunque viendo el aspecto de su prometida, tan diferente al de ella... Y ahí estaban sus anteojeras, su inseguridad que no le permitía poder mirar las cosas de otra manera.
Estaba cansada de sentirse menos, de sentir que no podía ser digna de amor. Cuando era niña, tapaba esos problemas con la comida. Así subió de peso y se convirtió en «la gordita». Cuando se desarrolló esos kilos no bajaron y sus problemas con la comida tampoco. Comenzó a hacer ejercicio y ayunos prolongados. A renegar de su cuerpo. A pensar que no valía lo suficiente. Y el cambio de colegio no ayudó, el bullying y el no encontrar un lugar propio le pasaron factura.
Pero por suerte tuvo una familia que estuvo cerca, y se dio cuenta de que no importaba lo que pensaran los demás. Que su cuerpo era el que le había tocado y que le acompañaría toda la vida y que por eso debía cuidarlo y honrarlo. Si no comía no funcionaba bien. Se dormía en las clases, y su cerebro no funcionaba. Sentía como una neblina que no la dejaba reflexionar con claridad. Tenía sueños, y quería cumplirlos y necesitaba estar al cien por ciento para eso, con su cuerpo y su mente nutridos.
Claro que no llegó sola a estas conclusiones, sino con mucho apoyo de su familia y de la terapia. Puedo salir. Sabía lo importante que era para su familia y sus amigos, aunque el círculo fuera pequeño.
Comió el último bocado de chocolate saboreándolo. Ya no sentía culpa cuando comía. Disfrutaba de sentirse bien consigo misma después de tanto tiempo rechazándose. Hoy se aceptaba, se quería, estaba orgullosa de todo lo que había conseguido. Y también de sus curvas. Las amaba porque eran parte suya y la hacían única. A pesar de la inseguridad que la atacaba a veces. La había aceptado como una amiga de esas que la fastidiaban con sus opiniones no pedidas. Era parte de ella, su compañera, y tenía que aceptarla para poder salir adelante.
Recordó su relación con Joaquín, él no había ayudado en su proceso. La había hecho sentir insegura y poco valorada. Capitán del equipo de fútbol de la escuela. Nunca creyó que él se fijaría en ella, pero lo hizo. Su relación fue bastante tóxica. Y si no fuera por Guille y Rafa, quizá no hubiera podido salir.
Le había regalado su virginidad y había sido bastante olvidable. No por amor, sino por cansancio. Y se sentía tonta por admitirlo, pero en ese momento era otra Paula. Le había insistido tanto, diciéndole que ella no lo quería si no lo hacían. Había sido tonta y no quería perderlo. En ese momento no tenía las herramientas que tenía hoy. Y entonces lo hizo, una o dos veces. Las que le sirvieron para sentir que el sexo no era algo del otro mundo. Más bien algo que hacer para el otro y no para ella.
Todavía no había aparecido un hombre que le demostrara lo contrario. Recordó la mirada de Rafa en el auto, y se preguntó cómo sería el sexo con él. Se sonrojó de solo pensarlo. Cruzó las piernas sintiendo como el calor se acumulaba debajo de su vientre. No había dudas de que sería una experiencia diferente. Pero no podría probarla, se reprendió a ella misma por la sola fantasía. Estaba comprometido con otra, no podía pensar en el de esa manera porque solo iba a salir lastimada. Y tampoco era justo todo esto para su prometida. Si ni siquiera conocía a la pobre chica y ya se sentía horrible. Necesitaba volver a casa de Cata. Desahogarse con alguien, un consejo.
Salir con alguien más, eso sería bueno, distraerse para sacar a Rafa de su cabeza. No podía seguir atada a un amor infantil. Quizá conocer a alguien ayudaría. Pensó en aceptar la invitación de Matías, su compañero de laboratorio. La había invitado a cenar desde que empezaron a trabajar juntos. Y siempre lo había evitado. Creía que no era bueno mezclar las relaciones con el trabajo y, además, no le provocaba nada. Algo que no podía ignorar. Pero quizás, si lo miraba desde otro modo... Era un buen compañero, inteligente y responsable. Muy compatible con ella. Podría darle una oportunidad. Una cita, y ver como se relacionaban en otro ambiente.
Sí, necesitaba hablar con Cata, un consejo de amiga. Había dicho que iban a ser cercanas. Y lo necesitaba. Se pondría en marcha para terminar su trabajo rápido para poder ir a verla. Podría preguntarle a las cartas si estaba bien salir con Matías, quizá le dieran orientación. Se le escapó una carcajada histérica. No podía creer que estuviera pensando en preguntar algo a un mazo de cartas. Desde que Rafa había vuelto estaba enloqueciendo, de eso no había dudas.
Se levantó de su escritorio y guardó el papel del chocolate en su billetera, siempre guardaba los envoltorios de los chocolates que Rafa le regalaba. Este era el noveno. Sintió el impulso de la decisión en su pecho. Y sonrió al pensar en la locura que estaba a punto de hacer. Quería consultarle a las cartas. Algo que en su vida se hubiera imaginado. Y si ellas auguraban un buen futuro, iba a aceptar la invitación de Matías.
Preferiría estar loca que ir a la boda de Rafa sola y sufrir verlo uniendo su vida con otra. No quería usar a Matías, pero podía servirle para no sentirse tan sola en ese momento. Ya se imaginaba fingiendo una sonrisa mientras se rompía por dentro, con la mirada de su madre clavada en la nuca. No era un secreto para ella su platónico romance infantil. Ni para nadie que tuviera ojos. Necesitaba un salvavidas. Alguien que estuviera a su lado, de quien pudiera agarrarse cuando el barco se hundiera. Y el iceberg estaba más que cerca.
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